https://doi.org/10.17398/1886-9440.13.45
Joaquín Villalba Álvarez
(Universidad de Extremadura)
Edición y traducción del discurso Oratores
ante poetas esse a pueris cognoscendos (1552) de Juan Sambuco[1]
Edition
and translation of János Zsámboky’s Speech Oratores ante poetas esse a
pueris cognoscendos (1552)
Abstract: Edition and translation of the speech
Oratores ante poetas esse a pueris cognoscendos, pronounced by the
Hungarian humanist Johannes Sambucus (János Zsámboky, 1531-1584) at Sorbonne
University in Paris (September 1551) and published one year later in Basel, as
appendix to his Δημηγορίαι, hoc est, conciones aliquot ex libris Xenophontis of
Paedia Cyri,
an anthology of speeches drawn from the Cyropedia
that was aimed at students of Greek language in general and Oratory in
particular. The edition and translation of the Latin text is preceded by a
small introduction in which a brief sketch of the author and his work is
specified, as well as the fundamental features of the speech under analysis.
Key
Words: János Zsámboky; Johannes
Sambucus; Rhetoric; Oratory; poetry; school; school speech.
Resumen: Edición y traducción del discurso
Oratores ante poetas esse a pueris cognoscendos, pronunciado por el
humanista húngaro Johannes Sambucus (János Zsámboki, 1531-1584) en la
Universidad de la Sorbona de París en septiembre de 1551 y publicado un año
después en Basilea, como apéndice a sus Δημηγορίαι,
hoc est, conciones aliquot ex libris Xenophontis de Paedia Cyri, una antología de discursos
extraídos de la Ciropedia destinada a
los estudiantes de la lengua griega en general y de oratoria en particular. La
edición y traducción del texto latino viene precedida de un pequeño estudio
introductorio en el que se bosqueja una breve semblanza del autor y su obra y
se especifican las características fundamentales del discurso en cuestión.
Palabras Clave: Juan
Sambuco; Johannes Sambucus; retórica; oratoria; poesía; escuela; discurso
escolar.
Fecha de Recepción: 14 de octubre de 2018.
Fecha de Aceptación: 30 de octubre
de 2018.
1. El humanista Ioannes Sambucus
Ioannes Sambucus, nombre latino del médico y
humanista húngaro János Zsámboki, nació en la ciudad de
Nagyszombat, hoy Trnava (en la actual Eslovaquia), seguramente en el mes de
junio de 1531. Desde muy joven comienza su etapa de formación. Viajero
incansable, a partir de 1542 comienza un periplo interminable a lo largo y
ancho de toda Europa, con el objeto de realizar estudios de lenguas clásicas.
Entre otras ciudades, estuvo en Leipzig, Wittenberg, Ingolstadt o Estrasburgo.
Cuenta entre sus profesores con algunos de los humanistas más reconocidos de su
tiempo, como Veit Amerbach, Joachim Camerarius o Philipp Melanchthon. Más
adelante se traslada a París, donde en 1552 se gradúa en Filosofía en la
Sorbona. Posteriormente viaja por Europa y de manera especial por Italia; entre
otras ciudades, reside en Nápoles o en Padua, donde retoma los estudios para
licenciarse en Medicina en 1555.[2]
Años más
tarde –seguramente en 1564- regresa a Viena, donde se convierte en una figura cultural
y científica que le lleva a introducirse en la corte de los Habsburgo. En
tiempos de Fernando I alcanza el título de bibliotecario, que compagina con su
labor como preceptor de jóvenes nobles. Bajo el reinado de Maximiliano II se
convierte en cronista oficial (1565) y médico de la corte (1567). Su desahogada
situación en la corte le permite continuar con una de sus mayores aficiones,
iniciada años antes durante su largo periplo por toda Europa: las colecciones
de monedas y pinturas y, sobre todo, de códices antiguos griegos y latinos.
Todos estos años mantiene también un estrecho contacto con algunos de los
humanistas más reconocidos del momento, como Henri Estienne, al que conoce en
París, o Fulvio Orsini, al que le une su pasión de coleccionista de manuscritos
y libros.
Entre
los manuscritos que acumula se encuentran cartas de Gregorio Nacianceno, San
Basilio o el Cardenal Bessarión, algún fragmento perdido de Petronio, diversas
cartas de Aristéneto o las Dionisíacas
de Nono de Panópolis. Esta labor rastreadora de manuscritos está íntimamente
relacionada con una prolífica actividad editorial: sacó a la luz ediciones del Ars poetica de Horacio, de las comedias
de Plauto, de la Mulomedicina de
Vegecio, Luciano o Diógenes Laercio, entre otros.[3]
Entre sus
obras, de contenido variado, destacan sobre el resto sus Emblemata cum aliquot nummis antiqui operis, publicada en
Amberes en 1564 en las planchas de su gran amigo Cristóbal Plantino.[4] Se trata de la más prestigiosa colección
húngara de emblemas, que gozó de un éxito considerable, como se desprende de su
pronta traducción a lenguas como el neerlandés (1567) o el francés (1567)[5], así
como de las sucesivas reediciones aumentadas del texto, cinco en vida del autor
(1564, 1566, 1569, 1576 y 1584) y, una póstuma, todavía en el siglo XVI, de
1599.
También
en Amberes y en la misma casa de Plantino publicó en 1574 sus Icones veterum aliquot ac recentium
medicorum philosophorum. Asimismo, escribió tres diálogos De imitatione a Cicerone petenda,
publicados primero en París (1561) y luego en Amberes (1563), además de una
serie de poemas latinos y un epistolario en el que se incluyen cartas a algunos
de los intelectuales más célebres de la época. Ya en sus últimos años de vida
publicó el Corpus Iuris Hungarici (1581),
base aún hoy del sistema legal húngaro.
En su
condición de cronista regio, publicó íntegramente las Rerum Hungaricarum Decades del humanista italiano Antonio Bonfini,
que él mismo continuó hasta su propio tiempo. Murió en Viena el 13 de junio de
1584.
Estamos,
sin duda, ante un humanista representativo de su siglo: gran aficionado a
rastrear y coleccionar manuscritos de autores tanto clásicos como medievales o
renacentistas, editor también de muchos de ellos, experto en diversas
disciplinas, del derecho a la medicina, de la historiografía a la filología y
las artes de la palabra y la imagen, mantuvo además contacto con lo más granado
de la intelectualidad de la Europa de su tiempo: a los que hemos citado más
arriba hay que sumar la relación personal y epistolar que unió a Sambuco con
otros representantes del humanismo de la época en sus más diversos ámbitos
tanto literarios como científicos, como Petrus Ramus, Piero Vettori, Adrianus
Turnebus, Theodor Zwinger, Marco Antonio Mureto, Paulo Manucio, Charles de
l’Écluse, Petrus Lotichius o nuestro Arias Montano, entre otros muchos.[6]
La
figura de Sambuco ha llamado la atención de los estudiosos del humanismo en los
últimos años. Prueba de ello son los trabajos más o menos recientes de Alonso
Guardo o Visser a propósito de sus emblemas, o los de Bakewell, Gastgeber &
Klecker y sobre todo Almási sobre su condición integral de humanista, filólogo
e historiador.
2. Las Demegoriai. Estructura y contenido.
Las Δημηγορίαι,
hoc est, conciones aliquot ex libris Xenophontis de Paedia Cyri son una
antología de discursos extractados básicamente de la Ciropedia de Jenofonte por Sambuco.[7] Apareció publicada por primera y única vez en
Basilea en 1552, en las prensas del editor local Johannes Oporinus (Johann
Herbst, 1507-1568). Se trata sin duda de una obra de juventud del humanista
húngaro, quizá la primera que vio la luz en forma de libro. Sambuco apenas
contaba con veintiún años cuando aparece la antología; la carta que sirve de
prólogo es aún anterior, de 1549, cuando el joven humanista en ciernes no
pasaba de los dieciocho años.
La obra
se enmarca en un género bastante común dentro de la producción bibliográfica
europea desde finales del siglo XV, como son las colecciones de discursos
encaminadas a servir de ejemplo y pauta para los jóvenes estudiantes de
retórica, que de este modo tenían un muestrario de suma utilidad a la hora de
componer sus discursos a partir de los modelos clásicos del género. La
finalidad didáctica y escolar de este tipo de obras está, pues, fuera de toda
duda, tal y como se ve ya desde el título completo de la obra: Δημηγορίαι,
hoc est, conciones aliquot ex libris Xenophontis de Paedia Cyri, breviores et
selectiores, versae pro tyronibus Graecae linguae, a Ioanne Sambuco Tirnaviensi
Pannone. Se trata, por lo tanto,
de una selección de aquellos discursos “más breves y escogidos” de la obra
jenofontea que aparecen, además, confrontados con su traducción latina para un
acceso más cómodo por parte de los alumnos. En consecuencia, la concreción de
estos discursos, unida a su carácter modélico y a la yuxtaposición de su versión
en latín, justifican la utilidad de una obra de semejantes características.
Por otra parte, y como es habitual en este tipo de
composiciones, junto a la propia antología de textos se añade una serie de
contenidos paratextuales de diversa índole que aparecen enumerados en el
subtítulo de la propia obra[8]
y que confieren a la antología de Sambuco la siguiente estructura:
a) Carta introductoria, fechada el 25 de marzo de
1549 y dirigida a Philipp y Theodor Bienewitz, condiscípulos en la Universidad
de Ingolstadt e hijos del matemático Peter Bienewitz (Petrus Apianus) [pp.
3-5].
b) Alocución al lector de Veit Amerbach (Vitus
Amerpachius), fechada el 24 de marzo de 1549. Amerbach, especialista en
retórica y profesor de Sambuco en Ingolstadt, si bien es consciente de las
imperfecciones de que puede adolecer la obra de su joven discípulo, ensalza su
inteligencia y su pasión por el conocimiento, que le han llevado a animar al
aplicado estudiante a publicar su antología [pp. 6-7].
c) Vida de Jenofonte, tomada de la Suda [pp.
8 y 10], con su traducción latina confrontada [pp. 9 y 11].
d) La colección propiamente dicha de discursos
extraídos de la Ciropedia, tanto en el original griego [páginas pares,
10-50] como en su versión latina [páginas impares, 11-51]. En concreto, los
discursos que recoge Sambuco de la obra jenofontea son doce: 1.5.7-4;
2.1.11-14; 2.1.15-18; 2.3.2-5; 2.3.5-6; 4.1.2-6;
4.5.27-33; 5.5.44-48; 6.2.14-21; 6.2.21-24; 6.2.25-41;
7.5.42-48.
e) A las alocuciones extraídas de la Ciropedia
Sambuco añade el intercambio de discursos entre Critias y Teramenes que
Jenofonte incluye en el libro segundo de sus Helénicas (2.3.24-49)
[versión griega, páginas pares 52-66; versión latina, páginas impares 53-67].
f) El discurso Oratores ante poetas esse a
pueris cognoscendos, cuya edición y traducción constituyen el objetivo de
este trabajo [pp. 68-86]. Esta oratio, como el propio Sambuco nos revela
en el colofón que la cierra, fue pronunciada en París en septiembre de 1551.
g) Una
extensa serie de poemas salidos de la pluma del joven humanista, de temática
diversa, que constituyen sin duda los primeros escarceos de Sambuco con el
género poético [pp. 87-137].[9]
g) Corrección
de erratas [p. 138].
Centrándonos
en la epístola que sirve de dedicatoria e introducción a la antología,
indudablemente nos da la clave para conocer las intenciones de Sambuco y el
proceso de creación de su antología. Está fechada el 25 de marzo de 1549 y va
dirigida a Philippus y Theodorus Apianus, condiscípulos del joven humanista
durante su estancia en la Universidad de Ingolstadt e hijos del célebre
matemático alemán Petrus Apianus (Peter Bienewitz), profesor en la misma
universidad. Es de notar la enorme precocidad de Sambuco, que en el momento en
que compone esta carta-dedicatoria tendría apenas dieciocho años. Estamos, sin
duda, ante la primera publicación del joven estudiante, avalada por su mentor,
el humanista alemán Veit Amerbach, quien a la sazón firma la advertencia al
lector que sigue a la epístola.
Sambuco
comienza exponiendo las circunstancias que dieron lugar a la gestación de su
antología: coincidiendo con la celebración de la Cuaresma, el joven estudiante
ha optado por vencer la ociosidad de esos días festivos ocupando su tiempo en
leer a Jenofonte. Dicha lectura le ha llevado a extraer de la Ciropedia algunas de las demegoríai insertadas por el historiador
griego y traducirlas al latín, para provecho de los estudiantes de retórica.
Confiesa Sambuco que conoce la versión latina previa de la Ciropedia que el humanista italiano Francesco Filelfo había
realizado un siglo antes (1467)[10] y que se había reeditado varias veces durante
la centuria siguiente, e incluso no duda en admitir que se ha servido del texto
latino de Filelfo para realizar su propia versión, pero entiende que contenía errores
que no se ajustaban al original y debían ser corregidos.
Una vez
terminada su selección de discursos, se la dio al citado Veit Amerbach, su
profesor de Retórica en Ingolstadt, para que puliera sus defectos. El propio
Amerbach le animó a publicar la obra, en la idea de que una edición bilingüe en
griego y latín del texto jenofonteo serviría de acicate para que los compañeros
del joven Sambuco se interesasen por la lengua griega, amén de la enorme
utilidad que se obtendría de una obra de tales características, en virtud de
las profusas sentencias (γνῶμαι, χρεῖαι) que
encierra el texto de Jenofonte y que no desmerecen de las contenidas, por
ejemplo, en los diálogos de Luciano de Samósata, que tan bien conocía el joven
estudioso húngaro. Esto último implica el doble interés del texto que
presentamos, como antología de discursos dirigida a los alumnos para que
perfeccionen el estilo en sus ejercicios de composición, y como repertorio de
máximas y sentencias de enorme utilidad para cualquier orador.
La carta
introductoria concluye con la tópica referencia a los dos dedicatarios, de los
que valora tanto la estrecha amistad que les une como su pasión por el estudio,
inculcada por la figura de su insigne padre.
3. El discurso Oratores
ante poetas esse a pueris cognoscendos.
A modo
de apéndice añadido al corpus de discursos que constituye el núcleo esencial de
su antología, y antes de los poemas que cierran el volumen, Sambuco insertó en
su obra un discurso que él mismo pronunció en París en septiembre de 1551,
coincidiendo con su último año en la ciudad francesa, donde precisamente ese
curso se acabaría graduando en Filosofía. Sin duda, la inclusión de esta pieza
en su antología de discursos jenofonteos obedece al intervalo de tiempo que
medió entre la conclusión de la misma –que, a juzgar por lo que el propio autor
nos dice en la dedicatoria, tuvo lugar en torno a 1549, durante su etapa como
estudiante en Ingolstadt- y su publicación definitiva como libro, en Basilea,
tres años más tarde.
Como
buen estudioso de la retórica, Sambuco comienza su discurso apelando a la
benevolencia del auditorio, en un tono que recuerda el comienzo del Pro Cluencio ciceroniano. El humanista
húngaro se ampara en su juventud, su inexperiencia y su escasa erudición para
abordar una materia como la que ha tomado a su cargo. A ello hay que sumar su
imperfecto conocimiento del latín, viciado además por los modismos particulares
de su lengua materna, el húngaro. Una vez que ha apelado a la generosidad y el
interés del auditorio, el joven humanista da por terminado su exordio, que él
mismo no duda en denominar éphodos,
esto es, la insinuatio de la que
habla Cicerón en el De inventione[11] y que es el tipo de exordio más adecuado
cuando se habla ante un público hostil.
A
continuación pasa a exponer el tema principal de su discurso: qué disciplina
resulta más aconsejable que aprendan antes los alumnos, la poesía o la
oratoria. Como el propio autor puntualiza, no se trata de una discusión sobre
cuál de las dos disciplinas es superior, sino sobre cuál deben conocer antes
los alumnos. Su postura es clara, ya desde el mismo título del discurso: es
conveniente que los alumnos accedan antes a los escritores en prosa, para más
adelante dar el paso a la poesía. Sambuco rebate la opinión de quienes piensan
lo contrario, echando mano de argumentos irrefutables. En efecto, si la poesía
debe enseñarse a los niños antes que la prosa, se debería también admitir: a)
que la poesía es más fácil que la prosa; y b) que el ser humano cultivó antes
la primera que la segunda. Y a dilucidar ambas cuestiones dedicará el joven
humanista el resto de su discurso.
Sobre la
primera cuestión –la poesía es más fácil que la prosa-, Sambuco establece una
comparación entre historiadores, oradores y poetas, en los que ve más
semejanzas de las que en un principio pudieran observarse, en cuanto al estilo
y a su alejamiento del lenguaje normal y corriente. Aun así, los poetas son
mucho más difíciles de entender, en su opinión, tanto por las palabras
inusitadas que emplean como por el estilo, muy alejado de la fluidez y
elegancia de la prosa (elegans dictio
atque aequabiliter fluens). Con un ejemplo tomado del Alcibiades segundo de Platón, el humanista explica esta dificultad
inherente a la expresión poética a partir de dos presupuestos: a) desde los
propios contenidos narrados por el poeta, basados en vivencias inventadas, que
en ningún caso son reales y que, como mucho, son verosímiles; y b) desde la
relación que la poesía ha guardado tradicionalmente con los delirios místicos
de Baco: los poetas componen en estado de trance unos versos enrevesados aunque
no carentes de cierto encanto, exactamente igual que los sacerdotes en Delfos o
Dodona, cuyos vaticinios se emitían originariamente en verso. Para esta última
explicación Sambuco se apoya en cierto pasaje extraído del Fedro,[12] en el que Platón relaciona etimológicamente el
término griego para la adivinación (μαντική) con el
que se emplea para el delirio (μανική). Esta
conexión, por cierto, es igualmente evidente en latín, donde incantare, derivado del verbo canere, se usó para entonar hechizos y
fórmulas mágicas, de donde esp. encantar,
encanto y encantamiento.
Ahora
bien, la poesía es para el humanista húngaro un ingrediente fundamental para la
formación del orador, tal y como afirma Teofrasto, según leemos en Quintiliano.[13] En este punto, recurre a la doctrina
ciceroniana en torno a la semejanza entre poetas y oradores desde el punto de
vista, que puede consultarse en diversos escritos del Arpinate, y en particula
en el Orator o en el De oratore, de donde se extrae
precisamente una reflexión de Craso sobre este particular.[14]
El joven
humanista húngaro termina su argumentación en esta parte de su discurso
afirmando la preponderancia de la oratoria sobre la poesía, cimentada en el
hecho de que los poetas difícilmente pueden brillar en la prosa, al contrario
que los oradores –entiéndase escritores en prosa-, que sí están capacitados
para escribir poesía y hacerlo con maestría. Ahí está el ejemplo de Cicerón, o
la pesada prosa de las cartas de Estacio. A ello conviene añadir que la prosa
tiene el mismo o quizá más poder para persuadir y arrastrar las pasiones. Se
multiplican en esta parte del discurso las referencias clásicas: la imagen del
imán tomada de Platón,[15] la alusión a los cantos de Orfeo sobrepujados
por el poder persuasivo de la palabra que Pericles aprendió de su preceptor,
Anaxágoras, la obligada mención de Demóstenes, Esquines o Cicerón, los
discursos de Jerjes o Ciro, e incluso las arengas en verso de Tirteo a las
tropas lacedemonias. Todo ello sirve a Sambuco para su propósito último de
situar a la prosa por delante de la poesía, lo que ilustra de forma irrevocable
a través de la comparación virgiliana del orador con la fuerza arrebatadora de
los vientos. En conclusión, los niños deben conocer antes a los oradores que a
los poetas, porque son más asequibles para su tierna edad. La única utilidad
que ve en el hecho de que los niños aprendan versos es para grabarlos fijamente
en su memoria y poder utilizarlos en el futuro, a modo de elemento erudito o
persuasivo en los discursos, o para mejorar en la entonación a la hora de
declamar.
La segunda parte del discurso gira en torno a
cuál de las dos disciplinas cultivó el ser humano primero: la poesía o la
prosa. Se trata de una cuestión claramente relacionada con la anterior, que
lleva al humanista a evocar cierta creencia ancestral según la cual el ser
humano posee de manera innata en su interior los gérmenes de todas las virtudes
y de las más bellas artes, que luego cada uno desarrolla por medio del
conocimiento. Con todo, es evidente en su opinión que los hombres se expresaron
originariamente en prosa, y que sólo después conocieron el verso y la prosa
rítmica, esta de la mano de los sofistas. A continuación Sambuco se explaya en
un excursus erudito sobre el
nacimiento de la poesía y de la escritura en general, que sirve de preludio a
su exposición sobre el nacimiento de la prosa rítmica, a partir de los incisos
(kómmata) y los miembros (kōla), que vienen a ser el
equivalente a los versos en poesía.
A
continuación, el autor describe los dos tipos de prosa que, en virtud del
ritmo, distinguieron los tratadistas de la Antigüedad desde Aristóteles, al que
siguieron después Demetrio de Falero, Dionisio de Halicarnaso o Hermógenes. Se
trata de la división entre la léxis
eiroménē y la léxis katestramménē. La primera se
identifica con el carmen perpetuum
latino, un estilo más arcaico, que avanza de forma continuada a través de una
serie indefinida de sentencias coordinadas entre sí, como puede ser el estilo
de los historiadores. La segunda se corresponde con el estilo estructurado en
periodos, compuestos por diversas sentencias cada una de ellas con sentido
completo y que se cierran formando una especie de círculo o sinuosidad. Cada
periodo puede componerse de uno o varios miembros, que se organizan y disponen
de determinada manera para expresar un pensamiento concreto.
Sambuco
concluye su Oratio de manera tópica,
recurriendo a la afectada humildad para asegurar que todas sus palabras se
ajustan a la verdad, pero no porque sean suyas, sino porque vienen refrendadas
por la autoridad de los más excelsos expertos en la materia. En efecto, en su
alocución desfilan las voces más cualificadas de la Antigüedad en el campo de
la retórica, tanto en Grecia como en Roma. También aprovecha estas palabras
finales para arremeter contra posibles adversarios y detractores, ante los que
pide amparo a Dios, y finaliza con la tópica petición al público para que dé por
bueno su discurso y pase por alto cualquier error, solamente atribuible a su
juventud.
El
discurso Oratores ante poetas esse a
pueris cognoscendos constituye un verdadero ejercicio retórico y erudito
sobre la comparación entre poesía y prosa, y sobre la preeminencia de ésta
sobre aquélla como primer peldaño para la formación retórica del alumno. En las
páginas que siguen se atisba la teoría que formularon al respecto los modelos
clásicos del género, de Platón a Aristóteles, de Demetrio de Falero a Hermógenes,
de Cicerón a Quintiliano… El joven estudiante húngaro busca deslumbrar a su
auditorio parisino con su profundo conocimiento de la doctrina retórica de la
Antigüedad, aderezado con toda una batería de tópicos, ecos varios de pasajes
extraídos de la literatura clásica, excursus
eruditos, etc. Con todo, el texto adolece de una cierta dificultad, en
ocasiones se observan incorrecciones gramaticales y de concordancia, que sólo
cabe achacar a la juventud de su autor, que ese mismo curso completaría su
etapa universitaria en París, o quizá, aunque es complicado saberlo, a posibles
errores de imprenta. Estas incorrecciones dificultan el estilo y a veces
complican la traducción, hasta el punto de que en ocasiones da la sensación de
que al discurso le falta una última mano que puliera algunos errores del texto.
Sin duda en ello tuvieron algo que ver las posibles prisas del autor por
publicar su Oratio a modo de apéndice
en su antología, apenas unos meses después de que se pronunciara en las aulas
de la Sorbona.
Aparte
de estos defectos sólo atribuibles, repetimos, a la bisoñez del joven Sambuco o
tal vez a cierta precipitación en la publicación, el discurso que a
continuación presentamos constituye un documento de que tiene su importancia y
nos puede ayudar a conocer y comprender mejor el mundo universitario del siglo
XVI, la situación de los estudios de retórica en esa época o la pervivencia de
las doctrinas y los modelos clásicos del género, entre otros muchos aspectos
que se pueden percibir en el texto.
4. Nuestra edición.
La
presente edición del discurso Oratores ante poetas esse a pueris
cognoscendos consta de la transcripción del texto original latino junto con
su traducción. Se añaden también aquellas notas que sirven de aclaración de
cualquier aspecto relacionado con el texto original o con la traducción. Es,
que sepamos, la primera edición moderna que se realiza del texto desde que
apareciera en su versión única de 1552. Tampoco nos consta que haya ninguna
traducción en lengua moderna.
Al
tratarse de un texto del que solamente existe una edición, las únicas
anotaciones críticas que hemos consignado al pie del texto original son por lo
general de dos tipos: o bien se trata de errores del propio Sambuco que hemos
corregido o bien se trata de aquellos errores que aparecen anotados en la
última página de la edición de 1552, en el epígrafe Errata. En ambos casos, los cambios aparecen consignados en el
correspondiente aparato crítico.
En la
transcripción del texto latino de la Oratio
aparecen entre corchetes los números de la página correspondientes a la edición
original del texto. También hemos corregido la puntuación del texto original
latino, acomodándola a la moderna, en aras de una mejor comprensión del texto.
Por
último, en cuanto a los textos griegos que aparecen en el original, hemos
procedido de dos maneras diferentes: en el caso de palabras sueltas, las
transcribimos en caracteres latinos en la traducción. Cuando se trata de citas
más o menos extensas, hemos optado por su traducción, dado el carácter doctrinal
de las mismas.
5. Abreviaturas
add = addidit
corr. = correctum
del = delevit
Errata = lectura que ofrece el
epígrafe Errata (p. 138)
mg. = In margine
post = después de la palabra X
Samb. = lectura que ofrece el texto
de Sambucus.
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and F.E. Cranz, eds., Catalogus translationum et commentariorum, vol. 2,
Washington: The Catholic University of America Press, pp. 36-37.
[p. 68] ORATORES ANTE POETAS ESSE A PVERIS
COGNOSCENDOS. EIVSDEM IOANNIS SAMBVCI ORATIO.
Animadverto iam in fronte
orationis quorundam strepitu significari quaestionem qua de mihi nonnihil
dicendum puto tenuem atque eiusmodi quae collectionem tantae concionis minime
requirat, quosdam item attulisse eos vultus ut in spem venerim eos audiendo
mihi operam daturos.
Duo itaque mihi
perficiunda hoc tempore forsan essent, meam ut cunctis probarem dictionem: et
ut illis de controversia gravi rebusque a natura involutis copiose disputarem,
et quo his non a iudicio remotis neque vehementi sed tranquilla contentione
perorarem. Quorum alterum a me omnino fieri non potest, alterum etiam timide
atque nisi consuetudinis causa meorumque voluntate, attingere non potero.
Quae enim a me debet
expectari disceptatio rerum caecarum, quae nisi gravissimis causis iam
cognitorum esse videtur aut quod etiam de mediocribus iudicium, quod et ipsum
maioris ingenii est atque doctrinae? Aut quae de[p. 69]nique splendida verbis,
acuta, prudentiaeque plena oratio proficisci a me potest, auditores, cui
barbaries quaedam domestici sermonis linguam infuscavit neque ad pulveres
oratorum ulla dicendi facultate praecultus sim?
Audietis iuvenem igitur
non quidem varia eum temperatum eruditione, quod in subselliis Philosophorum
est quaerendum, veruntamen studiosum optimarum artium, de eorum opinione, qui
poetas proponendos ante oratores pueris arbitrantur. Quorum
ego cum penitus reiicere non possim sententiam, reprehendere tamen possum.
Idque, nisi omnino fallor, de multorum probatione.[16]
Memineritis autem velim non me de praestantia vel Oratoriae vel Poeseos
verba facturum (nam id quidem alias fiet) sed tantum Poetaene an Oratores,
pueris praesertim, artis dicendi studiosis atque etiam eius facultatis cupidis,
sint prius cognoscendi. Quamobrem, auditores, ut eosdem vos mihi impertiatis
balbutienti, quos adhibere Oratoribus soletis, atque iudicium ut idem
retineatis in hac concione, vehementer a vobis peto. Si quid ineptius[17] exciderit, id aetati si tribueritis meae, servietis vestrae humanitati.
Quod si a vobis impetratum intellexero, hoc est, si me benevole, attente,
diligenter adeoque sincere audiveritis, perficietis profe[p. 70]cto ut saepius
hic vester conspectus frequens oculorumque et animorum liberalis intuitus, ex
hoc loco mihi[18] fiat multo iucundissimus.
Nunc ἔφοδος hic sit instituti nostri. Multis completae sunt aures quorundam
acclamationibus, eos qui devincta numeris oratione scripserunt, antea perdiscendos
esse, quam ii etiam delibentur qui soluta, numerosa tamen oratione
praestiterunt.[19] Huic qui assentiuntur prius
concedant necesse est Poeticam faciliorem necnon prius quodammodo ab hominibus
excultam perpetua ipsa oratione; aut denique clarissimos omni memoria viros
labi atque errare, qui oratori futuro assumendos versus eatenus ut professionem
suam tueri queant memoriae prodiderunt.
Si probavero non solum
non faciliores poetas sed vero etiam multo difficilissimos atque causas cur id
fiat retulero, si docuero longe ante poetas eos qui perpetuo loquutionis genere
usi sunt extitisse necnon cognoveritis disertissimos perpolitissimosque
oratores a mea stare omnes sententia, quid restabit, auditores, quo minus tum
Graecos, tum Latinos oratores discere volentibus proponamus? Deinde postea
versus, quo certa numerorum moderatione ac pedum illis omnis temperetur oratio
sintque verbis sententiarumque formis tum Demosthenis, tum vero Ciceronis
figu[p. 71]rati.
Neminem vestrum a
poetarum lectione aversum ita neque ab historicorum cognitione relictum
arbitror quin a communi[20]
usitatoque modo loquendi utrosque discedere animadverterit. Et quanquam res
gestas stylo qui persequuti sunt saepenumero et verborum singulorum et
collocatorum forma atque adeo consequutione ab oratoribus differunt, id tamen
prope semper a poetis commitittur. Atque ita, auditores, ut cum diu quis
multumque stylum pedestrem oratorum succo imbuerit, tamen ad poetas, ut fit,
digressus parum in illis intelligat videanturque quod ille dixit alia usi
lingua omnino.
Quantum interest, quaeso,
inter epistolas Demosthenis et Isocratis, et inter Pindarum, Callimachum,
Homerum, Hesiodum? Multa sunt apud Homerum oratoribus negligenda, idem in
Hesiodo; apud reliquos plura quae sub elegantis dictionis atque aequabiliter
fluentis rationem non subeunt, quippe qui tum verbis, tum compositionis genere
a libera se oratione seiunxerunt. Hoc idem in Latinis iudicium constituatur.
Quae tam inter se diversa, quam vel Ciceronis vel Plinii epistolae, cum Statii,
Persii, Lucretii, addo etiam Horatii versibus? Nunquid non etiam in Virgilio et
Nasone multa conquiras industria, quae omnino sine venia et quadam προμαλάξει[21] [p. 72] sub stylum
admittere nequeas? quod tamen non parum saepe factitamus et gratiam habet atque
apud eruditos suam commendationem reperit. Equidem hac motum difficultate reor
Alcibiadem illum secundum a Socrate interpretationem cuiusdam ab eo recitati
versus postulasse. Quod ut in se receperat ille diligenter admonuit poetas
magno cum iudicio legendos, siquidem natura secum afferrent aenigmatum plena
omnia ac in eis paratam esse verborum obscuritatem: Ἔστι
δὲ φύσει ποιητικὴ ἡ σύμπασα
αἰνιγματώδης καὶ οὐ τοῦ
προστυχόντος ἀνδρὸς
γνωρίσαι. Addit continenter huic:[22]
τὸ κακῶς μὲν ἀντὶ τοῦ
κακοῦ, τὸ δὲ ἠπίστατο ἀντὶ τοῦ ἐπίστασθαι ἔθηκεν.
Atque
his affinia quotidie, vos aequales mei, ob expositoribus vestris docemini.
Verum enimvero unde haec in poesi difficultas? Quantum equidem assequi possum,
partim de ipsorum studio, cum scilicet fabulas tractant quarum maxime factores
sunt ipsimet accersunt quod non tam circa res veras quam ementitas, interdum
vero similes, operam suam occupent; partim vero causa est, quoniam incitantur
quodam oestro[23]
divino ac furori non indecenti. Saepe videas nonnullos, dum corripiuntur eo
afflatu, pangere versus adeo difficiles cum lepore venustateque coniunctos, ut
postquam remissus est[p. 73] furoris impetus, ipsi quod pepererunt, non
intelligant. Qua de re cum alibi, tum apud Platonem plurima vobis[24]
se legenda offerent. Ac quoniam numeri quadam gratia difficultatem suam tuentur
inde factum existimo ut olim χρησμοὶ, id est, responsa deorum
et praenunciationes atque effata carminibus ederentur, quae a coniectoribus
tantum aenigmatum tortuosorum exponebantur. Nam et in Delphis vates denunciabat
furore correpta, et in Dodona sacerdotes furiosi praesensiones suas
enunciabant, non secus ac poetae. Atque cognationem esse inter haec duo vel σύμβολον, hoc est notatio
vocabuli μανικῆς
ostendit, quae addito τ, μαντική dicta est, ut vult
Socrates in Phaedro.
Si
igitur tenerorum animi facilioribus tingendi sunt, quis negaverit puerilem
disciplinam ab oratoribus instituendam? ac demum, ubi vires cum ingenio
increvere, declinationem ad poetas fieri transitumque debere? illorum sanguine
ut suam inficiant adeoque colorent exercitationem, quo non inflata ac ieiuna
sed lacertosa, prudens cum elegantia detur ab eis oratio.
Theophrasti in hoc divini consilio nobis
accedendum est, qui (ut Quintilianus refert) utilem Oratori lectionem poetarum
censuit. Etenim re vera ex eis rerum
augetur cognitio, necnon spiritu quodam singu[p. 74]lari noster in eis pascitur
stylus. Verbis autem non solum puris, sed etiam sublimibus quodam modo
redundant poetae. Iam ἐν τοις ἤθεσι καὶ πάθεσι, id est, motionibus concitatis illis itemque
levibus, ac ipsa denique δεινότητι, vi ac decoro, alios longo post se intervallo
relinquunt.
Veruntamen in his iudicium adhibendum est.
Discriminatio non ea modica, ne per omnia libertatem verborum aut figurarum
licentiam sequamur, nam id quidem inepte noceret. Ad quam rem commonstratore
opus erit interim dum quid in scriptionem nostram sevocandum sit commode ipsi
deprehendamus, ne in cognitione[25] aberremus. Siquidem, ut Crassus recte
pronunciat, finitimus est oratori poeta,
numeris astrictior paulo, verborum autem licentia liberior, multis vero ornandi
generibus socius ac pene par; in hoc certe prope idem, nullis ut terminis
circunscribat aut definiat ius suum, quo minus ei liceat eadem facultate et
copia vagari qua velit.
Quis vero nescit, auditores optimi,
imperitiores si imbibant λέξιν poeticam, etsi ad perpetuam dictionem
aliquando stylum applicent, raro uti decet quippiam eos elaborare posse? Quod
vel hinc quilibet coniecerit quod summi etiam poetae, cum soluta oratione
aliquid exarare proposuerint, ieiune vixque tolerabiliter auribus [p. 75]
extorquere de se possunt. Etsi non omnes, non enim de summis viris nisi
cogitate ac circumspecte pronunciandum est. Contra vero, minore semper labore
orator versus cuderit, uti Ciceronem et plerosque alios fecisse inter omnes
constat. Confer autem quaedam Ciceronis cum Statii epistolis,
quas habemus: quis adeo dissimilis oratori quam Statius? E contrario, quis
similior poetis ipso Cicerone?
Etiam
illud adiungo: parem aut maiorem vim habere spiritus eos qui mutui sunt ac
assumpti a poetis in excitandis, sedandis et fingendis animis quam ipsos illos
qui in perpetua numerorum observatione includuntur. Neque id mirum videri
debet, nam sicut Heraclius, quem et Magnetem Euripides vocat, non solum
attrahit ferrum, quaevis ei a natura contributa est, verum eam quoque δύναμιν φυσικὴν
communicat cum ferro, ita ut aeque attrahat aliud rudius ferrum ac ipse lapis,
ita quoque non alienum a vero est, imo idem ego contendo verissimum, τὴν ῥητορείαν, ubi robur, numerum
decorumque adsumpsit, idem cum poesi et subinde posse amplius.
Orphea
carminibus nescio quibus homines in solis errantes locis ut intra moenia
coirent perfecisse aiunt sicque fundamenta societatis primum constituisse.
Magnum quidem id per se et amplum [p. 76] est. At vero quanto maius, non iam ἀλόγους
καὶ ἀπολιτικοὺς
sed excultos atque adeo vario imbutos rerum usu praeter ipsorum voluntates
rapere quo velis, revocare, impellere, retrahere atque omni ratione afficiendi
animos auditorum commoderari? Atqui Pericles id, una cum praeceptore Anaxagora,
faciebat. Perspicuum etiam est Demosthenem, Aeschinem idem praestitisse. Cicero
vero ipse, quantam sibi commendationem apud omnes concionibus excitarit, an
clam vos est? In quodam Tyrtaeo ferunt adeo se extulisse quondam poesim, ut cum
dux Lacedaemoniorum praefectus esset et quosdam olfecisset ineptiores ad
praelium cum Atheniensibus faciendum, composuisse versus ea vehementia atque
spiritu, ut eis recitatis, velut face subiecta, omnes accenderentur, metuque
abiecto, suae obliti salutis hostium mucroni se obiecerint ac reportarint
victoriam. Laudabile hoc et memoria dignum, adeo ὁρμητικὸν
eius carmen fuisse πρὸς τὸ ἀριστεύειν
ἐν τῷ πολέμῳ, καὶ μὴ παραχωρεῖν τῆς νίκης
τοῖς ἐναντίοις. De quo praeter
alios etiam Pausanias in Messeniis.
Veruntamen
haud minus effecere soluta oratione, et fortasse totidem verbis, Xerxes cum
hortatus est suos in Athenienses, aut Pericles, qui cum adversus voluntatem
populi loqueretur, ac[p. 77]cepta nihilominus et popularis eius vox erat. Cyrus etiam suorum frequenter inflammans et
extinguens animos mire oratione efferebatur[26]. Quocirca recte vates noster Neptunum
placantem furorem ventorum comparavit Oratori:
Ac
veluti magno in populo, cum saepe coorta est
seditio,
saevitque animis ignobile vulgus,
iamque
faces et saxa volant, furor arma ministrat;
tum, pietate gravem, ac
meritis si forte virum quem
conspexere, silent,
arrectisque auribus adstant;
ille regit dictis animos et pectora mulcet.
Adiicit προσληπτικῶς:
sic cunctus pelagi cecidit fragor.
Est enim profecto proprium Oratoris, ut scientia tenetis, oratio gravis
et ornata et hominum sensibus accomodata ut mentes peragret, fingat et
refingat.
Sed quoniam dictio nobis neque de Poeseos neque Oratoriae encomio
instituta est, quae sunt sociae eiusdem laudis, referam me ad ea, auditores, quae
intermiseram. Verissime igitur, ut Aristoteles puerorum studia doctrinae de
Moribus non vult adhiberi, quod non solum in cognitione -quod a Philosophis
requiritur- sed potius in agendo finis Ethicorum sit, non dissimiliter qui non
ita pridem de gremio matrum egressi sunt, id est, qui se primum vel Graecis vel
Latinis erudiendos tradiderunt, non a [p. 78] gravibus, quia turbant, sed a
levibus, quia provocant, ingredi studium literarum debent, et a poetis omnino
abstinere.
Quod si nimium hoc
aliquibus videbitur, illud tenebo tamen frequentius esse legendos oratores.
Magna, ne dicam maxima, poetis conceditur eruditio, eosque legendos cum multis
de causis, tum vel eo nomine, quia pulcherrimarum rerum habent complexionem,
constat. Quae fuit causa, cur Socrates iam affecta aetate, eos
ob prudentiam colligendam lectitarit. Neque male in 7. Platonis sermone de
Republica Atheniensis ille hospes ad Cliniam in optima concione hominum poetas,
ut alios, ob sapientiam et eloquentiam docendos necessarium putavit. Sed suo et
idoneo tempore tyronibus id faciendum, mihi daret, certo scio, ac ita solum
cognoscendos, ut perpolitus orator Aeschines in Oratione illa vehementi contra
Demosthenem inter alia inseruit, quo videlicet adultiores iam percommode illa
usurpemus. Venustius haec dicta Graece sunt, hoc modo: διὰ τοῦτο, γὰρ οἶμαι, ἡμᾶς παῖδας ὂντας, τὰς τῶν ποιητῶν γνώμας ἐκμανθάνειν, ἵν̓ ἄνδρες ὄντες αὐταῖς χρώμεθα.
Etenim pueri non intelligendo facile versus memoria saepimus, quae
postea nobis magno sunt usui. Ita ediscebatur Hesiodi libellus Περὶ ἔργων καὶ ἡμερῶν, ob usum quotidianum in vita, non [p. 79] quod eum stylo exprimere
statim potuerint, sed ut legendis oratoribus copiosum sibi subsidium
compararent. Probatur Socrati studium Ionis, sed tantum ut rhapsodi. Hoc modo
et loqui discimus et legere, cum non intelligimus. Verum ego, quatenus ad
imitationem veritatis loquor atque oratorum prima studia, eatenus arcendos a
scholis poetas existimo.
Itaque neminem in dubium vocaturum mihi persuadeo quorundam sermonem
atque acclamationes de puerorum, praesertim qui se ad oratoriam comparare
volunt, studiis iniquum ac recipiendum quod difficiliores sunt cum in rerum
genere tum in solitariis constructisque verbis, quam ut oratores posteriores
ducantur, qui et ad congressus quotidianos proxime accedunt et materiae
tractatione non usqueadeo sunt peregrini.
Et quidem iam satis de
prima parte, aut etiam fortasse nimis multa. Nunc ad secundam veniamus, non
alienam omnino ab hoc negotio: Vtra prior sit exculta. Quo cognito, admittetur
etiam Ciceronem, Quintilianum aliosque clarissimos viros optime consulere
iuventuti, qui requiescendum in versibus voluerunt. Sed haec brevius absolvam.
Vestrum est haec quoque amice et intelligenter audire.
Vetus est opinio atque ea
omnium anticipata mentibus non solum virtutum no[p. 80]bis seminaria quaedam
ingenita quae, doctrina evocata et exculta, ad bene beateque vivendum nos
comparant, sed etiam optimarum artium quemque secum in hanc lucem afferre
principia. Hoc cum in aliis verum est, tum vero maxime in dicendi
ac versuum scribendorum ratione. Vsque eo, ut nisi mediocria, dicam etiam
summa, fuerint ea exordia, nihil praeclarum, nihil dignum luce, nihil denique
posterorum commendationem quod inveniat quenquam lucubraturum.
De Poetis quid Socrates passim apud Platonem dicat videmus, etiam de
oratoribus ex[27] τεχνογράφοις ipsis intelligere possumus. Sed mirum videri potest cur consideranti
sive praesentes sive quorum aliquid constat apud nos ex hominibus qui abiere,
pauciores in dicendo semper admirabiles quam in omnibus aliis artibus
extitisse. Nam quocunque te verteris
(quod Tullius ait) cogitatione permultos
excellentes in quaque arte videas, non mediocrium artium, sed prope maximarum.
Atque mehercule quod Aristoteles rationem disserendi ἀντίστροφον ad rhetoricen, vel (ut alibi) παραφυές τι agnatum ac perpetua necessitudine coniunctum in scriptis reliquit,
commode idem de Oratoria et scriptione versuum erudita pronunciaveris. Nolite
igitur dubitare dum alia intersero quin vera dicam. Hoc enim [p. 81] solum
complector, omnium artium semina in animis latere aliarumque maximarum rerum
initia. Idcirco quod ad hanc pertinebit conditionem, πᾶσας τὰς ἐπιστήμας συγχρονούς τε καὶ συγγήρους τυγχάνειν ὄυσας, non negatur.
Tantum controvertitur, auditores, ut propositi memoriam referamus: Vtra
virtus tyronibus in ludis prior sit proponenda, et quatenus poetae versandi
teneris, quomodo cum utilitate stylo frequentandi, quo astricta ita numeris
oratio et prudens sit et Latina et elegans et copiosa.
Neque vero obscurum est principio rerum mortales prosa oratione usos
fuisse ac multis post seculis tum versus, tum etiam numerosam sophistarum
dictionem consequutam. Davidem suas preces omnium primum, quod equidem sciam,
numeris devinxisse credo. Graeci vero, tantum abest ut coluerint haec id
temporis, ut Troianorum tempore literae Graecae nondum etiam fuerint completae
excidiumque Ilii a Dyctio quodam Cretensi Punicis literis perscriptum fuerit.
Tametsi Aeschylus Promethea inventorem tradidit, cui Aristophanes inter tragicos
plurimum concedit. De Orpheo certe ac Musaeo incerta sunt. De Phemonoe vero
quae a Philostrato deque aliis dicuntur alii per me disceptent. Homerus post
insequutus est, primus (contra Pindarum de He[p. 82]siodo) quem Indi summopere
ob numerorum insolentiam admirati, ut Dion refert, sua lingua donarunt.
Atqui sole clarius est homines eleganter loquutos ante Orphea, Homerum
et alios, non tamen sine moderatione numerosa antequam etiam Thurius ille
Herodotus accessisset, qui ipse Halycarnasseus est. Natura[28] quidem a commatis et colis initium habuit, non nego. Quam loquendi
rationem ad aurium suavitatem atque linguae volubilitatem investigantes longa
observatione sententias concinnius inter se colligantes artem statuerunt.
Quanquam ne tum quidem cum poetae exorti sunt cum aliis convenerunt.
Deinceps igitur quaedam divisio excogitabatur, quam etiam nunc eruditi
sine molestia, cum utilitate studiose retinuerunt, quam brevibus, si non
molestum est, repetam velut ἐπισώδιον quoddam.
Primum genus orationis εἰρομένην λέξιν vocarunt, productum, continenter pendens disiunctumque longius suis
partibus, hoc est, interminatum, quam et ἄπειρον et ἀόριτον[29] nuncuparunt ob redditionem[30] seriorem, qualis historicorum adhuc fere est. Alia κατεστραμμένη,
versa, numeris conversioneque coacta, quae ipsa et comprehensio est et
spectatur quoque in eius partibus. Hoc enim genus orationis [p. 83] non habet
illam perpetuam contextamque continentiam prioris orationis, sed εὔρυθμος, καὶ εὐανάπνευστος est. Illa ἀηδής. Habet enim ἀπόδοσιν οὐκ ἐγγὺς ἑαυτῆς, καὶ διὰ τοῦτο ἀηδὴς, μηδὲν γὰρ δυνάμεθα νοῆσαι εὐθὺς, ἡνίκα ἄρξηται λέγειν ὁ ῥήτωρ πολλῶν ῥηθέντων, εἰ μὴ ἧ ἀπόδοσις ἀποδοθῇ ἐπὶ τῆς κατεστραμμένης συνίησιν.
Verum redeamus ad κατεστραμμένην. Est ergo huius iterum alia ἡ ἐν κώλοις καὶ κόμμασι, quae incise ac membratim absolvitur, alia ἡ ἐν περιόδοις, ambage quadam et conversionem habente commodam. Alia quoque item περιοδικὴ λέξις, alia πνευματικὴ, hoc est, illa excedens quatuor
membra, haec quae productione spiritus fertur ac deponitur. Etenim, auditores,
omnis noster sermo aut fit incisionibus aut membris tantum aut comprehensione
quadam aptae sententiae absque impeditione spiritus ac mora dicentis. Haecque
ipsa non solum πρότασιν καὶ ἀπόδοσιν habet, quod quidem etiam aliorum ambitus generum commune est, sed
continet id αὐτὴ καθ’ αὑτὴν, ex se ipsa conficit sua vi sententiam, aut quae huius imaginem refert
pluribus membris, aut denique suspensione convolutioneque sententiae ad finem
usque eadem atque productiore.
Porro autem quid significet interpun[p. 84]ctio illa frequentior quam
incisum vocant, quid maius sui totius membrum, κῶλον, quid anfractus ille concinnior nec ita effusa sed terminatior
sententia, quid huic item affinis, solita magis et pervagatior περιγραφὴ περιοδικὴ, non est huius loci explicare, verum
petenda sunt ex Demetrio Phalaereo,[31] omnium optimo τεχνικῷ, et Dionysio Halicarnassaeo,
Hermogene ipso atque Aristotele, qui diligentius Latinis ista persequuti sunt.
Haec vero in eum finem omnia dicuntur, ut probem vobis meam de lectione
poetarum sententiam et removeam adversariorum opinationem. Non dubium est enim
si nondum satis firmo iudicio multas poetarum phrases memoriae committant, non
eos posse ita dextre in soluta oratione versari, ad quam aspirabunt. Legant
nonnunquam tamen, ut os forment πρὸς ἀνάγνωσιν atque impedimenta naturae aliqua modulatione versuum et dimensione
emendent. Huc etiam Horatius respexit, cum os tenerum figurandum esse poetis
iubet, quo moras et intervalla syllabarum discant, non ut illis velut ad
scopulos haereant; tametsi interdum bene etiam cognoscendos esse nihil
prohibeat, πεζὸς γὰρ λόγος εὐρυθμότερος existit si modice vocabula adspergantur, καὶ ἀληθὲς φημί, τὴν ποιητικὴν λέξιν παρεμπεσοῦ[p. 85]σαν μεταξὺ ἐπὶ τοῦ πεζοῦ λόγου σεμνὴν φαίνεσθαι καὶ αὐθαδῆ, quam poetarum tamen cognitionem
adultiores expetere debent, quod tutius est quam in pueritia id persequi.
Etenim parata existit pueris ex illorum verbis formularum insolentia fiuntque
magis θηρολέξαι, quod vitium vix maiores deponere tandem poterunt. Quo magis veteribus
et qui recentiores ab illorum aetate fuerunt ac hodie compluribus habenda est
gratia, quorum ego vobis sententiam exposui atque iudicium de studiis nostris
in oratoribus et poetis collocandis retuli. Quos eos, auditores, nisi me ex adversariorum
ingenio et iudicio pravo finxeritis, mecum summa gratia prosequemini et memoria
sempiterna coletis.
Quare ut finiamus tandem
orationem contra quorundam ineptitudinem retinete vos hanc non meam sed
eruditorum opinionem, eo modo quo videtis, id est, veram, quod et manifesta et
comprobata sit, utilitate autem tanta quantam adversarii ignorant, nempe maxima
et a quovis qui elegans laudeque cumulatus olim orator esse cupit, expetenda.
Causas enim paucis prout
ingenium viresque tulere iam de me audivistis. Quae cum ita sint vel sine longa
admonitione, non quorumlibet consilia ut perniciosa scholis, periculosa
singulis recipietis. Nam [p. 86] si quando fuerunt pestes literarum fugiendae,
certe hodie maximopere nobis ab illis metuere debemus qui, ut optima ingenia
conciderent nec quidam[32]
aliquid edere in vulgus ausit, odio sui alios deterrent vel nimio quidem sui
amore nescio quas novas in iuventutem ferunt opiniones. In quos ἄρτι
ἀναφυομένους
καὶ νεωστὶ
προσπεπτωκότας
ταῖς ἀλαζονείαις, ne quid ego gravius
dicam, mentem illis saniorem dari volo. Quod si nihil non audere perrexerint
vel potius ex industria insaniendo aliis nocere, tu Deus qui haec nosti,
Respublicas ut receptacula scholarum custodis, qui horum toleras aliquandiu
insolentiam, ipsa hac societate scholastica, hac puerorum sanctissima
communione, coetu clarissimo segeteque tuarum laudum infestos arceto precamur.
Quaeque merentur sceleribus, si non emendarint, omnibus suppliciis vexatos
mactato.
Quae de hac quaestione a
me pueriliter dicta sunt spero vobis ea probari; quae vero extra negotium
exciderunt, vos aequi bonique facitote, quo me vestra patientia frequentius in
hunc pulverem evocetis. Iudicate. Lutetiae habita, 1551, mense Septembri.
LOS NIÑOS DEBEN APRENDER ANTES A LOS ORADORES QUE
A LOS POETAS. DISCURSO DEL MISMO JÁNOS ZSAMBOKI
Por el bullicio de unos
cuantos advierto ya desde el comienzo mismo de mi discurso que la cuestión de
la que creo tener algo que decir les resulta simple y en absoluto requiere de
una asamblea tan concurrida como ésta; también veo que algunos vienen con un
semblante que me hace concebir esperanzas de que se aplicarán a la tarea de
escucharme.
Así pues, dos son las
cosas que debería yo hacer en este momento para demostrar mi exposición ante
todos: o enzarzarme en una fuerte discusión con los unos sobre un tema tan
controvertido y una cuestión tan embrollada ya desde su mismo origen, o llevar
mi discurso hasta el final ante éstos más proclives a la causa con un
entusiasmo antes sosegado que vehemente. De las dos cosas, una no puedo
llevarla a cabo de ningún modo; la otra, acaso la podré abordar por encima,
siguiendo la costumbre y a petición de los míos.[33]
Pues ¿qué debate sobre
asuntos tan inciertos se debe esperar de mí, que parece más bien un debate
propio de los procuradores en las causas más importantes, o incluso un juicio
sobre asuntos de mediana trascendencia, que también es digno de un mayor
talento y un mayor conocimiento? O en fin, querido público, ¿qué discurso de
brillantes palabras, agudo y lleno de sabiduría puede salir de mí, a quien los
vicios peculiares de mi lengua materna ofuscan mi manera de hablar y no he sido
educado para la arena oratoria merced a ningún tipo de elocuencia?
Así las cosas, vais a oír
a un joven no adornado por una erudición variada –lo que debe buscarse en las
clases de los filósofos- pero sí formado en las artes liberales, a propósito de
la opinión de quienes creen que los poetas deben enseñarse a los niños antes
que los oradores. El sentir de tales hombres, aunque no puedo rechazarlo completamente,
sí que puedo censurarlo. Y ello con el beneplácito de muchos, si no me
equivoco.
Con todo, me gustaría
recordaros que no voy a hablar de la preeminencia de la oratoria o de la poesía
(esto será en otro momento), sino de si los niños en particular, aunque también
los estudiantes de elocuencia e incluso aquéllos que ansían adquirirla deben
conocer antes a los poetas o a los oradores. Por esta razón, estimado público,
os ruego encarecidamente que me prestéis a mí, que apenas balbuceo, la misma
atención que soléis prestar a los oradores, y que mantengáis el mismo juicio en
esta asamblea. Si apreciáis que digo algo con bastante torpeza, atribuidlo a mi
edad, así haréis gala de vuestra humanidad. Y si veo que obtengo esto de
vosotros, esto es, que me habéis escuchado con benevolencia, atención,
diligencia y sinceridad,[34]
lograréis al punto que vuestra nutrida presencia y la bondadosa atención de
vuestras mentes y miradas sean a partir de ahora mucho más agradables para mí.
Y hasta aquí la
“insinuación”[35] [éphodos]
de nuestro cometido. Los oídos de muchos resuenan con el clamor de quienes
piensan que conviene estudiar a fondo a los autores en verso antes de saborear
a quienes escribieron en prosa, aunque ésta sea rítmica. Quienes admiten este
principio forzosamente deben dar por sentado que la expresión poética es más
fácil que el discurso continuado de la prosa y que en cierto modo el ser humano
cultivó aquélla antes que éste; o, en última instancia, que los hombres más
sobresalientes de cualquier época estaban desacertados y equivocados por haber
transmitido unos versos que el futuro orador debía asimilar en tanto en cuanto
podían servirles para su profesión.
Si puedo probar que los
poetas no sólo no son más fáciles de aprender sino que son muchísimo más complicados
y explico las causas de por qué esto es así, si puedo demostrar que los
escritores en prosa existieron mucho antes que los poetas y además reconocéis
todos conmigo que los oradores son sumamente elocuentes y consumados, ¿qué otra
cosa nos quedará por hacer, distinguido público, que descubrir los oradores
griegos y latinos a quienes quieren aprenderlos? Y luego, más adelante,
convendrá pasar al verso, para que los jóvenes templen su prosa con el esquema
fijo de los ritmos y los pies y la revistan de palabras y expresiones tanto de
Demóstenes como de Cicerón.
No creo que ninguno de
vosotros sea tan ajeno a la lectura de los poetas ni esté tan desligado de las
enseñanzas de los historiadores como para no advertir que unos y otros se
apartan del modo de hablar normal y corriente. Y aunque aquéllos que se dedican
a escribir historia suelen distinguirse de los oradores por la forma y hasta la
disposición o bien de cada palabra o bien de su concatenación en la secuencia
de la frase, aun así eso es algo que casi siempre hacen los poetas, hasta tal
punto, estimado público, que por más que uno haya regado largo tiempo su
prosaico estilo con el jugo de los oradores, no le supone un gran cambio el
paso de ellos a los poetas –como realmente sucede- ni le parece que éstos
hablen un idioma completamente distinto al suyo.
¿Cuánta diferencia hay,
me pregunto, entre las cartas de Demóstenes o Isócrates y Píndaro, Calímaco,
Homero o Hesíodo? En Homero hay muchas cosas que los oradores no deben tener en
cuenta, y lo mismo en Hesíodo; en los demás poetas hay muchas cosas que no se
ajustan a una expresión elegante y equilibradamente fluida; como que se han
alejado de la prosa tanto por las palabras que emplean como por el tipo de
estilo. Sirva esta misma reflexión para los autores latinos: ¿Qué se diferencia
más de las cartas de Cicerón o Plinio que los versos de Estacio, de Persio, de
Lucrecio o –lo incluyo también- de Horacio? ¿Acaso no rebuscas aposta también
en Virgilio y Ovidio muchas cosas que no puedes admitir como estilo sin cierta
licencia y, por así decirlo, “atenuación previa” [promalaxis]? Y sin
embargo es algo que hacemos no pocas veces, que es digno de estima y obtiene
gran aceptación entre los eruditos. Y en verdad pienso que por esta dificultad
el célebre Alcibiades segundo ha
necesitado una interpretación por parte de Sócrates de cierto verso que él
mismo recita. Y aplicándose él mismo a esa tarea, aconsejó fervientemente que
los poetas debían leerse con gran juicio, dado que encierran en sí mismos todo
tipo de enigmas y hacen gala de una expresión oscura: “Porque toda poesía es
por naturaleza enigmática, y no todos los hombres pueden llegar a entenderla”.[36]
Y a continuación añade lo siguiente: “puso ‘mal’ [kakōs] en lugar de ‘desgracia’ [kakón], y ‘sabía’ [ēpístato]
en vez de ‘el saber’ [epístasthai]”.[37]
Cosas
como éstas, compañeros míos, os enseñan vuestros maestros cada día. Ahora bien
¿de dónde procede esta dificultad de la poesía? Hasta donde yo sé, en parte
viene del empeño de los propios poetas, que, cuando narran relatos de los que
ellos mismos suelen ser protagonistas, procuran que su obra incluya no tanto
hechos reales sino más bien inventados, a veces verosímiles; y en parte también
porque les inspira cierto frenesí divino y una especie de delirio que no es
deshonesto. Muchas veces verás a algunos de estos poetas que, en pleno
arrebato, componen con gracia y encanto unos versos tan enrevesados que, una
vez ha remitido su desvarío, ni ellos mismos entienden lo que han escrito. De
ello podéis leer muchas cosas tanto en Platón como en otros lugares. Y como los
versos encierran una dificultad no exenta de cierto encanto, por eso mismo
pienso yo que en tiempos antiguos los chresmoí,
es decir, las respuestas de los dioses, los presagios y vaticinios se revelaban
en forma versificada[38]
que sólo podían descifrar los intérpretes de tan enrevesados enigmas. En
efecto, en Delfos la pitonisa hablaba llevada por el delirio, y en Dodona los
sacerdotes emitían sus adivinaciones en estado de trance. Lo mismo sucede con
los poetas. Y el que exista un parentesco entre ambas cosas lo pone de
manifiesto el sýmbolon, es decir, la
etimología del término manikḗ, al que añadiéndole una ‘t’ da como resultado la palabra mantikḗ,
como pretende Sócrates en el Fedro.[39]
En
consecuencia, si la inteligencia de los más jóvenes debe asimilar cosas más
sencillas, ¿Quién podrá negar que la formación de los niños debe empezar por
los oradores, y que sólo al final –una vez que hayan desarrollado sus fuerzas a
la par que su talento- se produzca el cambio y se pase a los poetas? Que la
sangre de éstos impregne y llene de colorido sus ejercicios de composición, con
tal de que no reciban de ellos un estilo hinchado y seco, sino fibroso,
comedido y elegante. En este punto debemos suscribir la opinión del divino
Teofrasto, que –como refiere Quintiliano- consideraba beneficiosa para el
orador la lectura de los poetas.[40]
Y en verdad que de la mano de los poetas se amplía nuestro conocimiento de las
cosas, y gracias a ellos también nuestro estilo se nutre de cierta inspiración
singular. Y es que, en cierto sentido, los poetas emplean un lenguaje que
rebosa no sólo pureza sino también sublimidad. Están muy por delante del resto
“en la pintura de caracteres y de emociones” [en tois ḗthesi kaì páthesi]
es decir, en cuanto a las pasiones vehementes y también las sutiles, y en fin
en cuanto a su propia deinótēs,
esto es, la fuerza y el decoro.[41]
Sin
embargo, en este asunto debemos tener una cosa en cuenta, una puntualización
que no es baladí: que no debemos abusar de la libertad en las expresiones o de
la licencia en las figuras,[42]
pues esto nos perjudicaría de manera absurda. En tal caso hará falta alguien
que nos muestre el camino en tanto que descubrimos por nosotros mismos lo que
debemos evitar en nuestras composiciones escritas, para no despistarnos de
nuestro aprendizaje. Porque, como muy bien dice Craso, “el poeta tiene mucho en
común con el orador: un poco más constreñido en lo que atañe a los ritmos y más
suelto, en cambio, por lo que respecta a la libertad en el uso del léxico,
aliado y casi igual en los diferentes tipos de ornato. Y, por cierto, casi
idéntico en cuanto a que no establece ninguna limitación ni restricción a sus
normas como para que no le esté permitido seguir el camino que quiera con la
misma autoridad y libertad”.[43]
Porque,
distinguido público, ¿hay alguien que no sepa que hasta los más inexpertos, si se
empapan de la “expresión” [léxis] poética, por más que se dediquen en algún momento a la prosa,
rara vez pueden componer algo como es debido? De lo que cualquiera puede
deducir que hasta los más eminentes poetas, cuando se plantean escribir en
prosa, sólo pueden arrancar de sí algo árido y difícilmente tolerable a los
oídos. Aunque no todos: de los más distinguidos poetas no debemos pronunciarnos
a no ser con prudencia y discreción. Por el contrario, al orador siempre le
costará menos trabajo acuñar versos. De todos es sabido que Cicerón y otros
muchos los compusieron. Compara, en cambio, las cartas de Cicerón con las que
conservamos de Estacio[44]
¿Qué hay más alejado de un orador que Estacio?[45]
O viceversa, ¿Qué hay más parecido a un poeta que el propio Cicerón?
Y añado una cosa más: la
inspiración que los oradores toman de los poetas tiene el mismo poder o incluso
más para arrastrar, calmar o modelar los ánimos que la que se somete
permanentemente al esquema métrico. Lo cual no debe extrañarnos, pues de la
misma manera que la piedra heraclea (a la que Eurípides llama magnetis)[46] no
sólo atrae el hierro, sea cual sea la fuerza que la naturaleza le ha concedido,
sino que transmite esa “fuerza
natural” [dýnamis physikḗ] también al mismo hierro,
que de este modo puede atraer por igual a otras piezas de dicho metal como si
fuese la propia piedra, tampoco es menos cierto –es más, sostengo que es una
verdad incontestable- que la “oratoria” [rhetoreía], cuando ha adquirido fuerza,
ritmo y decoro, puede estar a la misma altura de la poesía o incluso por
encima.
Se dice que Orfeo
consiguió con no sé qué cantos que los hombres que andaban errantes por lugares
solitarios se cobijaran dentro de murallas, convirtiéndose así en el primero
que sentó los cimientos de la civilización.[47] Esto es de por sí grandioso y admirable, pero
¿cuánto más grandioso no es arrastrar adonde uno quiera y contra su voluntad no
ya a aquellos “irracionales” [álogoi] e “incivilizados” [apolitikoí]
sino a personas instruidas y con amplia experiencia en multitud de cosas?
¿Cuánto más grandioso no es reactivar, espolear, refrenar y dominar los ánimos
del auditorio con todo tipo de afectos? Esto es precisamente lo que hacía
Pericles junto con su preceptor, Anaxágoras.[48] De
todos es sabido que así obraban también Demóstenes o Esquines. En cuanto al
mismísimo Cicerón, ¿cuánto prestigio no alcanzó entre todos con sus discursos?
¿O acaso no lo sabéis? De un tal Tirteo se cuenta que encumbró en otro tiempo
la poesía a tal categoría que, cuando fue nombrado general de los lacedemonios
y barruntó que algunos no eran capaces de combatir contra los atenienses,
compuso unos versos tan ardorosos y apasionados que, nada más recitarlos,
inflamó a todos como si les hubiera acercado una antorcha. Una vez que
perdieron el miedo, despreciando su propia vida, se arrojaron contra las
espadas enemigas y consiguieron la victoria. Loable y digno de recuerdo, su
discurso en verso fue un auténtico “acicate para ser los más bravos en la
batalla y no conceder la victoria al enemigo”.[49] De ello nos habla Pausanias en su relato sobre
Mesenia, entre otros.[50]
Con todo, no obtuvieron
menos éxito las alocuciones en prosa –y tal vez usando las mismas palabras- de
Jerjes, cuando animó a sus tropas contra los atenienses, o de Pericles, cuyas
palabras, aun cuando hablaba en contra de lo que quería su pueblo, eran
respetadas y cordiales.[51]
También Ciro, al inflamar y apaciguar a menudo los ánimos de los suyos,
destacaba extraordinariamente por su prosa. Por eso mismo nuestro querido poeta
acertó al comparar a Neptuno cuando aplacaba la furia de los vientos con un
orador:
“Y así como sucede muchas
veces en un gran pueblo cuando surge una sedición y se encrespan los ánimos de
la chusma despreciable, vuelan piedras y antorchas y la locura improvisa las
armas, si en ese momento miran todos por casualidad a un varón destacado por su
virtud y sus méritos, guardan silencio y le escuchan con atención, y él con sus
palabras domina los ánimos y amansa los corazones”.[52]
Y luego dice, “como
añadido” [proslēptikôs]:
“Así amainó por completo
el fragor de las olas…”[53].
Así pues, como ya sabéis,
es propio del orador un discurso serio y adornado, ajustado a los sentimientos
humanos para que así penetre en las mentes y las embelese una y otra vez.
Y dado que mis palabras
no iban encaminadas al elogio ni de la poesía ni de la oratoria, que son
partícipes de la misma alabanza, me referiré, distinguidos oyentes, a aquello
que dejé a medias. Pues bien, al igual que Aristóteles muy acertadamente
desaconseja que los niños comiencen sus estudios a partir de las enseñanzas
morales, porque el objetivo de su Ética
no radica sólo en el conocimiento –lo que es materia de los filósofos- sino más
bien en la acción, así también aquéllos que no hace mucho tiempo que salieron
del vientre de sus madres (es decir, aquellos que acaban de iniciarse en el
aprendizaje de las letras latinas o griegas) deben empezar sus estudios
literarios no por los autores más profundos –porque les aturden- sino por los
más livianos –porque les estimulan-, y abstenerse por completo de los poetas.
Y si esto que he dicho le
parece excesivo para algunos, aun así seguiré manteniendo que los oradores
deben leerse más a menudo. A los poetas se les reconoce una gran erudición, por
no decir la máxima, y es evidente que deben leerse por muchas razones, y entre
ellas porque sus composiciones atesoran una amalgama de las cosas más hermosas.
Ésa fue la razón por la que Sócrates, ya en edad avanzada, los leía una y otra
vez para hacer acopio de sabiduría. Y está bien lo que en el libro VII de la República de Platón[54] dice aquel extranjero llegado de Atenas en casa de Clinias, cuando
creía necesario que en una sociedad humana ideal debían enseñarse los poetas,
además de otros autores, por su sabiduría y su elocuencia. Pero yo sé bien que,
si estuviera en mi mano, esto habría que hacerlo con los alumnos a su debido
tiempo, y que sólo conozcamos a los poetas para más adelante, cuando seamos
adultos, servirnos de sus enseñanzas con el mayor provecho, como dejó dicho
entre otras cosas aquel consumado orador que fue Esquines en su encendido
discurso contra Demóstenes. Sus palabras son más elegantes dichas en griego,
del siguiente modo: “Por esta razón, en mi opinión, guardamos en nuestra
memoria cuando somos niños los dichos de los poetas: para poder aplicarlos
cuando seamos adultos”.[55]
En efecto, cuando de
niños no entendemos bien un verso, lo solemos memorizar para que más adelante
pueda sernos de provecho. Así es como los estudiantes se aprendían de memoria
la obrita de Hesíodo Los trabajos y los
días, para su uso en el día a día, no para que pudieran imitar inmediatamente
su estilo sino para que tuvieran una ayuda inestimable a la hora de leer a los
oradores. Sócrates aplaude la dedicación de Ion, pero sólo en cuanto rapsoda.[56]
Así es como aprendemos a hablar y a leer cuando no entendemos algo. Pero yo, en
tanto que estoy hablando de imitar la verdad[57] y del
estudio incipiente de los oradores, considero que en las escuelas debe evitarse
el estudio de los poetas.
Así pues, estoy
convencido de que nadie pondrá en duda que las habladurías y ruidos de algunos
sobre la educación de los niños (y en especial de aquellos que quieren aprender
oratoria) son algo injusto y hay que rechazar aquello de que los oradores,
tanto por el tipo de contenidos que tratan como por su uso de las palabras
aisladas o en la frase, son lo suficientemente enrevesados como para que se
enseñen en una etapa posterior; ellos que guardan una estrecha relación con las
conversaciones cotidianas y no están muy alejados de la materia.
Y ya he dicho bastante
sobre la primera parte, tal vez incluso demasiado. Ahora nos referiremos a la
segunda parte, que no se aparta mucho de la primera: cuál de las dos
disciplinas se cultivó primero. Una vez sepamos esto, se admitirá también que
Cicerón, Quintiliano y otros esclarecidos hombres de letras que buscaron el
descanso a sus ocupaciones en la lectura de los poetas velaron de la mejor
manera por la juventud.[58]
Pero esto lo diré en pocas palabras. Vosotros limitaos a oírme de manera
cordial y atenta.
Existe una vieja
creencia, por lo demás preconcebida en nuestras mentes, según la cual no sólo
poseemos de manera innata ciertos gérmenes de las virtudes que, una vez
desarrollamos y cultivamos el conocimiento, nos disponen a una vida feliz y
dichosa, sino que además todos nacemos llevando dentro los principios
fundamentales de las más bellas artes. Esto, que es verdad en otros ámbitos, lo
es de manera especial en lo que atañe al arte de hablar y de escribir versos. Y
esto es así hasta el punto de que si no existieran estos módicos principios–o
por mejor decir fundamentales-, nadie podría crear nada memorable, nada digno
de ver la luz, nada en suma que obtenga el aplauso de las generaciones futuras.
Lo que Sócrates opina de
los poetas podemos verlo por doquier en la obra de Platón, y también podemos
saber su opinión de los oradores gracias a los “tratadistas de retórica” [technographoí].
Pero cuando uno observa ya a los hombres de nuestro tiempo, ya a aquellos de
tiempos pasados de quienes tenemos constancia, puede causar asombro que sean
menos los que han destacado siempre en la elocuencia que los que lo han hecho
en las demás artes. “Pues –como dice Cicerón- a donde quiera que uno dirija su
pensamiento, verá que son muchísimos los que sobresalen en cualquiera de las
artes, y no me refiero a las medianas sino a las más importantes”.[59]
Y, por Hércules, que
aquello que Aristóteles escribió de que la retórica es una antístrofa de la dialéctica[60] o,
como dice en otro lugar, un “esqueje” [paraphués][61]
conectado y unido a ella por un vínculo imperecedero, bien podría decirse
también de la oratoria y la composición erudita de versos. No dudéis, mientras
entremezclo otras cosas, que digo la verdad. Por referirlo de una vez: las
semillas de todas las artes y los principios de las demás cosas importantes
subyacen en el espíritu.[62]
De ahí que no se niegue lo que conllevará esta condición, “que todas las
ciencias tienen la misma edad y envejecen a la vez”.[63]
La controversia es tal,
querido público, que volveré a recordar mi propósito: cuál de las dos
disciplinas debe enseñarse antes a los alumnos en las escuelas, en qué medida
los niños deben leer a los poetas y cómo deben combinar el estilo y la utilidad
para que un discurso ajustado al ritmo poético sea juicioso, latino, elegante y
espléndido.
Con todo, está claro que
al principio de los tiempos los mortales emplearon la prosa y que sólo muchos
siglos después conocieron tanto el verso como la prosa rítmica de los sofistas.
Que yo sepa, creo que fue David el primero en recurrir a la poesía para sus
plegarias.[64]
Por lo que respecta a los griegos, es tan improbable que por aquel entonces
conocieran la poesía que ni siquiera en tiempos de los troyanos habían
aparecido las letras griegas, y hasta la destrucción de Ilión la tuvo que
escribir en caracteres fenicios un cretense llamado Dictis.[65] Aun
así Esquilo, al que Aristófanes tiene en la mayor estima entre los poetas
trágicos, nos dice que su inventor fue Prometeo.[66] De
Orfeo y de Museo[67]
todo lo que se dice es inseguro; por otra parte, lo que en Filóstrato se lee de
Femonoe y del resto, que discutan otros por mí.[68] Luego
vino Homero, el primero –en contra de Píndaro, que piensa que fue Hesíodo-[69]
al que los indios vertieron en su lengua, enormemente asombrados por lo
insólito de sus versos, como refiere Dion.[70]
Y aun cuando está más
claro que el sol que los hombres se expresaban con elegancia antes de Orfeo,
Homero y el resto, tampoco lo hacían sin armonía rítmica antes de que
apareciera el turio Heródoto, que en realidad era de Halicarnaso.[71]
Y no niego que en origen la prosa rítmica surgió a partir de los “incisos” [commata]
y los “miembros” [cola].[72]
Acomodando esta cadencia al hablar a la suavidad de los sonidos y la fluidez de
palabra y enlazando los pensamientos de manera armoniosa, instituyeron tras una
larga observación este arte. Aun así, ni siquiera cuando surgieron los poetas
se parecían a los demás.
Se concibió luego una
división que aun hoy los eruditos siguen manteniendo sin molestia alguna y con
gran provecho. Si no resulta pesado, me referiré brevemente a ella, a modo de
“digresión” [episódion].
Al primer tipo de
expresión lo llamaron “expresión continua”
[léxis eiroménē],[73]
un estilo seguido que se desarrolla sin pausa a través de una larga cadena de
sentencias coordinadas, es decir, una expresión que no tiene fin, a la que
también llamaron “indefinida” [ápeiron] e “indeterminada” [aóriton],
porque la apódosis de la frase[74]
tarda mucho en aparecer, como viene a ser el estilo de los historiadores.
El otro tipo es la
“expresión estructurada” [léxis katestramménē], esto es,
discurso vuelto, constreñido por el ritmo y el periodo, que en sí mismo
encierra un sentido completo que también se observa en cada una de sus partes.
Este tipo no presenta la extensión ilimitada y encadenada del tipo anterior,
sino que es “rítmico” [éurhythmos] y “fácil de decir de un solo
aliento” [euanápneustos]. Εl otro, en cambio, es “poco placentero” [aēdḗs], porque tiene “una
apódosis que tarda en resolverse, y por eso mismo resulta poco placentero,
porque una vez que el orador ha comenzado a hablar no podemos completar el
sentido de la frase, y después de que se han dicho muchas cosas, si la apódosis
no cierra la frase, el oyente entiende mejor la expresión “estructurada”.[75]
Pero volvamos a la
expresión “estructurada” [katestramménē]. De este tipo de
discurso hay uno en kōlois kaì
kómmasi, que se desarrolla por medio de incisos y miembros, y otro en periódois, en una especie de rodeo
que contiene cierta vuelta apropiada. Asimismo, existe una “expresión
periódica” [periodikḗ léxis] y una “expresión basada
en la respiración” [pneumatikḗ léxis]. Aquélla consta de más
de cuatro miembros, ésta sigue el curso de una sola respiración hasta el final.
En efecto, mis queridos oyentes, cualquiera de nuestros discursos se desarrolla
bien sólo por medio de incisos y miembros, bien a través de un periodo que
englobe un pensamiento completo, sin interrumpir la respiración y sin pausa
alguna por parte del que habla. Y este último tipo no sólo presenta una prótasis y una apódosis, lo que es común también a los demás tipos de periodos,
sino que las tiene autē kath’autḗn, por sí misma tiene
capacidad para expresar íntegramente una frase, tanto si dicha frase se refleja
a lo largo de varios miembros como si, en fin, se extiende por medio de la
suspensión y la tortuosidad alargándose hasta el final.
Ahora bien, el significado de esa interrupción
tan frecuente a la que llaman inciso, de ese miembro que es mayor o cōlon, de ese rodeo tan bien
proporcionado y ese sentido no tan extenso sino bien determinado, así como el
significado de este “esquema periódico” [perigraphḗ periodikḗ] afín a aquél, más habitual e
indeterminado, no es este el lugar idóneo para explicarlo sino que debe
buscarse en Demetrio de Falero, el mejor “teórico” [technikós] de todos, en
Dionisio de Halicarnaso, en el propio Hermógenes y en Aristóteles, que han
estudiado esta cuestión con mayor esmero que los rétores latinos.
Todo mi discurso ha ido
encaminado a un solo propósito: demostraros lo que pienso de la lectura de los
poetas y refutar la opinión de mis adversarios. Pues no cabe duda de que si los
niños memorizan muchos pasajes de poetas sin haber desarrollado aún su
intelecto lo suficiente, no van a poder ejercitarse con la suficiente destreza
en la prosa, tal y como pretenden. Con todo, que los lean de vez en cuando,
para que vayan conformando su lengua “para las lecturas públicas” [pròs anágnōsin] y vayan corrigiendo
los defectos naturales mediante la entonación y la medida de los versos. A esto
se refería Horacio cuando dispone que la lengua de los niños debe moldearse con
ayuda de los poetas,[76]
para que aprendan las pausas e intervalos de las sílabas, y no para que se
aferren a ellos como si fueran escollos. Y si bien no debe impedirse que los
niños los conozcan en profundidad de vez en cuando, “dado que la prosa se hace
más rítmica” si los vocablos se insertan con moderación “y a decir verdad, la
expresión poética que se intercala en mitad de la prosa da cierta impresión de
solemnidad y altivez”,[77]
sin embargo este conocimiento de los poetas deben pretenderlo cuando sean
mayores, porque es mucho más prudente tratar de alcanzarlo en esa etapa que en
la niñez. Y es que el lenguaje que usan los poetas comporta unas expresiones
inusuales para los niños, que se vuelven “rastreadores de palabras” [thēroléxai],[78] un
vicio que difícilmente han podido extirpar después de mayores. Y precisamente
por esto debemos agradecer enormemente tanto a los antiguos como a los que les
siguieron en el tiempo hasta muchos de nuestros días, de quienes os he expuesto
su opinión y he mencionado su parecer sobre consagrar todo nuestro empeño a los
oradores y los poetas. A éstos, distinguido público, salvo que os hagáis una
idea de mí desde el talante y el juicio depravado de mis adversarios, los
seguiréis conmigo con total gratitud y los admiraréis para siempre.
Así pues, para ir
terminando nuestro discurso, frente a la ineptitud de algunos recordad estas
reflexiones –que no son mías sino de hombres eruditos- tal cual las veis, es
decir, en tanto que son verdaderas por ser manifiestas y estar contrastadas, y
su enorme utilidad sólo es comparable al tremendo desconocimiento de las mismas
por parte de mis adversarios; una utilidad más que extraordinaria, que debe
ansiar todo aquél que algún día quiera llegar a ser un orador elegante y
colmado de gloria.
Mis razones ya las habéis
oído de mí en pocas palabras y en la medida en que mi talento y mis fuerzas me
lo han permitido. Como esto es así y ni siquiera necesita de extensos consejos,
no toméis las opiniones de algunos como perniciosas para la escuela y
peligrosas para todos y cada uno de los alumnos. Porque si alguna vez hubo que
evitar la perdición de las letras, ciertamente hoy más que nunca debemos
temerla de aquéllos que, con la intención de echar por tierra los talentos más
brillantes y de que nadie se atreva a publicar nada, o bien disuaden a los
demás por odio o bien meten no sé qué ideas extrañas en la juventud por un amor
desmesurado hacia sí mismos. Éstos “que
hace poco han vuelto a brotar y han caído recientemente en la arrogancia”[79]
por decirlo de una manera más suave, me gustaría que tuviesen una mayor
cordura. Porque si persistiesen en su osadía o peor aún, buscasen hacer daño
adrede a los demás con sus locuras, a Ti, Dios, que tienes conocimiento de ello
y que salvaguardas a los pueblos en tanto que receptáculos de las escuelas, que
alguna vez toleras su insolencia, te rogamos que mantengas a los ponzoñosos
lejos de esta congregación escolar, de esta sacrosanta comunidad de niños, de
este brillantísimo grupo, de esta simiente de tu gloria. Y si no enmendasen lo
que se merecen por sus crímenes, fulmínalos tras someterlos a todo tipo de
suplicios.
Todo cuanto he dicho de
esta cuestión con infantil ingenuidad, espero que merezca vuestra aprobación;
aquellas otras cosas que se salen del tema, dadlas por buenas y justas para que
con vuestra paciencia me hagáis saltar más a menudo a esta palestra. Juzgad.
Discurso pronunciado en París, septiembre de 1551.
Joaquín Villalba Álvarez
(Universidad de Extremadura)
[1] Este trabajo se enmarca en el proyecto de
investigación FFI 2015-64765-P y en el Grupo LAPAR de la Universidad de
Extremadura.
[2] Puede consultarse más información sobre la
vida de Sambuco en Weinberg
(2002: 36-37), Alonso Guardo
(2008), Almási (2009) y, de
manera especial, en Almási & Kiss
(2014) y Gastgeber & Klecker
(2017).
[3] Para una detallada enumeración de las
ediciones a cargo de Sambuco, así como del resto de su producción, cf. Almási & Kiss (2014: 239-244).
[4] Emblemata cum aliquot nummis antiqui operis, Ioannis Sambuci
Tirnaviensis Pannonii, Antuerpiae, Ex officina
Christophori Plantini, MDLXIV.
[5] Ambas traducciones se publicaron en las
prensas de Plantino. En holandés: Emblemata
I. Sambvci. In nederlantsche
tale ghetrouwelick ouergheset. T'Antvverpen. Ghedruct by
Christoffel Plantyn. An. M.D.
LXVI. En francés: Les Emblemes Du Signeur
Iehan Sambucus. Traduits de Latin en François. A Anvers: De l'imprimerie de
Christophe Plantin, 1567.
[6] Cf. Almási
et alii (2014:13): “In his
time he was one of the greatest collectors of Greek and Latin manuscripts in Europe,
and through his publishing activity he vigorously contributed to the
transmission of ancient, Byzantine and Renaissance authors. The universal
profile of his intellectual activity matched the trans-national and
supra-confessional network he maintained through personal acquaintances and
literary connections”.
[7] Cf.
la entrada [24] del apéndice de antologías de discursos historiográficos, en Iglesias-Zoido & Pineda (2017:
412).
[8] Additae
sunt duae orationes contrariae, Critiae et Theramenis, ex libro secundo de
rebus gestis Graecorum. Ad haec, oratio, quod oratores ante poetas a pueris
cognoscendi sint, eodem Joanne Sambuco autore. Adiectis quoque eiusdem
Poematiis aliquot aliorum propediem edendorum velut primitiis.
[9] Para una enumeración detallada de los poemas
que incluye Sambuco como apéndice final a sus Demegoríai, cf. Almási &
Kiss (2014:16, n. 311).
[10] Existían al menos dos traducciones del texto
de Jenofonte previas a la de Filelfo. La primera, de Lorenzo Valla, data de
1438 y se limita al libro I. Para un análisis detallado de la misma, cf. Marsh (1984). La segunda, de Poggio
Bracciolini, está fechada en 1446. Para estas y otras traducciones de la Ciropedia durante los siglos XV y XVI,
cf. Marsh (1992: 116-136).
[11] Cic. Inv. 1.20.21: Igitur exordium in duas partes dividitur, in
principium et insinuationem. Principium est oratio perspicue et protinus
perficiens auditorem benivolum aut docilem aut attentum. Insinuatio est oratio
quadam dissimulatione et circumitione obscure subiens auditoris animum.
[12] Pl. Phdr. 244a-c.
[13] Qvint. Inst. 10.1.27.
[14] Cf.
la nota particularmente reveladora que Iso Echegoyen incluye en su traducción
del De oratore (Cicerón. Sobre el orador, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid,
Gredos, p. 117): “Puede parecer extraña, e incluso aberrante, tal comparación.
Pero Craso -o Cicerón- establece el paralelismo desde un plano formal: en el
ritmo, el orador se ha de ceñir a él sólo en ciertas partes del enunciado (la
cláusula del periodo, sobre todo) y con una apreciable variedad en los esquemas
rítmicos, mientras que el poeta lo sigue en cada una de sus partes y con unos
esquemas de los que no puede salirse. La menor libertad del orador con relación
al léxico se concreta en un seguir de cerca las palabras usuales, que el
público común entiende, mientras que al poeta se le permite: forjar palabras
nuevas, utilizar las ya desusadas por antiguas, recurrir a los compuestos. En
cuanto al ornatus (tropos,
paralelismo, etc.) ambos lo utilizan, aunque el orador con más mesura.
[15] Pl. Ion
533 d-e.
[16] probatione
Errata, sententia Samb.
[17] post ineptius del ore Errata.
[18] mihi add
Errata.
[19] mg. εὐρύθμως,
οὐκ ἐρῥύθμως
δὲ
(“La prosa ha de ser rítmica, pero no sometida a las leyes del ritmo”). Se
trata de la distinción entre la prosa rítmica y la poesía. Sambuco parafrasea
un pasaje del De compositione verborum
de Dionisio de Halicarnaso: σχῆμα εὔρυθμος,
ἀλλ’ οὐκ
ἔνρυθμος (D.H. Comp.
11), que en última instancia remite al Orator
ciceroniano: multum interest utrum
numerosa sit, id est, similis numerorum, an plane e numeris constet oratio (Cic. Orat. 220). Cf. también Qvint.
Inst. 9.4.56: Idque Cicero optime videt, ac testatur frequenter, se, quod numerosum
sit, quaerere; ut magis non ἄρρυθμον,
quod esset inscitum atque agreste, quam ἔνρυθμον,
quod poëticum est, esse compositionem velit.
[20] communi corr.
comuni Samb.
[21] προμαλάξει Errata, προεπιπλήξει Samb.
[22] huic Errata,
hinc Samb.
[23] oestro Errata,
aestu Samb.
[24] vobis Errata,
tibi Samb.
[25] cognitione corr., cognatione Samb.
[26] efferebatur Errata, efferebat Samb.
[27] ex add. Errata.
[28] natura Errata,
nam Samb.
[29] ἀόριτον Errata, ἀόρατον Samb.
[30] Redditionem corr., reditionem Samb.
[31] Phalaereo corr,
Phlaereo Samb.
[32] quidam
Errata, quisquam Samb.
[33] El
texto de Sambuco presenta en su comienzo diversas similitudes con el del Pro Cluencio ciceroniano.
[34] En
todo el pasaje se atisban reminiscencias de la doctrina contenida en la Retórica a Herenio, según la cual el
exordio es la parte del discurso en que debemos conseguir que el oyente
permanezca benévolo, atento y favorable: Principium
est, cum statim auditoris animum nobis idoneum reddimus ad audiendum. Id ita
sumitur, ut attentos, ut dociles, ut benivolos auditores habere possimus (Rhet. Her. 1.6.5).
[35] El
término griego ἔφοδος se corresponde con el latino insinuatio, un tipo de exordio mediante
el cual el orador trata de ganarse la voluntad del oyente disimuladamente y por
medio de rodeos. Cf. Rhet.
Her. 1.6.2: Exordiorum duo sunt genera: principium, quod Graece prohemium
appellatur, et insinuatio, quae epodos nominatur. Cf. asimismo Cic. Inv. 1.20.21.
[36] Pl.,
Alc. 2, 147b-c. Sócrates cita un
verso del poema titulado Margites,
atribuido a Homero.
[37] Pl.
Alc. 2, 147d. El ejemplo citado sirve
a Sambuco para demostrar que el poeta altera la dicción esperada en aras del
esquema métrico, dando como resultado una expresión enrevesada y en ocasiones
ambigua: en este caso, el sentido último de las palabras es que aunque Margites
sabía muchas cosas, saberlas era para él una desgracia, porque todas las sabía
mal. El personaje de Margites se convirtió en el prototipo de ignorante y
estúpido.
[38] Sobre esto trata el diálogo de Plutarco Sobre los oráculos de la Pitia (De Pythiae oraculis), cuyo título
original es Περί τοῦ μὴ
χρᾷν ἔμμετρα
νῦν τὴν Πυθίαν (“Sobre por qué la Pitia ahora no
profetiza en verso”).
[39] Pl., Phdr. 244a-c. En efecto, tanto el vocablo μανική (“delirio”, “locura”) como μαντική (“el arte de la
adivinación”) remiten a la raíz indoeuropea *men-, cuyo significado es “mente”,
“actividad espiritual”.
[40] Qvint., Inst. 10.1.27: Plurimum dicit
oratori conferre Theophrastus lectionem poetarum multique eius iudicium
secuntur (“Dice Teofrasto que al orador le viene muy bien la lectura de los
poetas, y son muchos los que siguen su opinión”). Seguramente esta afirmación
de Teofrasto procede de uno de sus tratados de retórica hoy perdidos.
[41] Monfasani (1976: 322-323) llama la
atención sobre el error de traducción cometido por Jorge de Trebisonda a
propósito del término δεινότης, un término ampliamente usado por
Hermógenes. Un error que finalmente solventaría Johann Sturm, figura señera de
la retórica en ese momento y “el más sobresaliente conocedor de Hermógenes en
el siglo XVI”, que tradujo dicho término como decorum en vez del vocablo propuesto por Trebisonda, gravitas. Dado que Sturm fue profesor de
Retórica de Sambuco en Estrasburgo allá por 1550 (cf. Visser 2005: 10), es fácil advertir que en este punto de su
discurso el alumno está plasmando las enseñanzas de su maestro. Cf. Tinsley (1989).
[42] Sambuco prosigue su argumentación
parafraseando un pasaje de Quintiliano: Meminerimus
tamen non per omnia poetas esse oratori sequendos, nec libertate verborum nec
licentia figurarum (Qvint. Inst. 10.1.28).
[43] Afirmación tomada de Cic. De orat.
1.16.70.
[44] Sin
duda Sambuco debe referirse a las cartas que sirven de introducción a cada uno
de los cinco libros de Silvas de
Papinio Estacio.
[45] Satius corr.
[46] Aquí rememora Sambuco cierto pasaje de Platón
(Ion 533d-e), en el que el filósofo,
haciéndose eco de un fragmento de la tragedia perdida de Eurípides Eneo, compara el poder de atracción del
imán con la fuerza divina que inspira y atrae al poeta. El nombre que Eurípides
da al imán en el citado pasaje (μαγνῆτις) deriva seguramente de la ciudad de
Magnesia, en Tesalia, en tanto que la denominación común de Ἡρακλεία proviene de la ciudad homónima en Asia
Menor. Cf. también Plin., Nat. 36.126 ss. Con todo, Sambuco
utiliza la comparación platónica para expresar otra cosa: el poder de atracción
que algunos elementos propios de la poesía, como la fuerza, el ritmo o el
decoro, ejercen sobre la rhetoreía
(la oratoria) para situarla al mismo nivel o incluso por encima de la misma
poesía.
[47] La
consideración de Orfeo como potencial fundador de la sociedad humana es de
raigambre clásica. Cf. Hor. Ars 391-392: Silvestris homines sacer interpresque deorum / caedibus et victu foedo
deterruit Orpheus (“El sagrado Orfeo intérprete de los dioses apartó a los
hombres salvajes de las matanzas y de los alimentos execrables”). En la época
renacentista, dicha consideración tuvo cierto éxito en géneros como la
emblemática, que el propio Sambuco cultivó de manera brillante. Cf. López-Peláez Casellas (2006) y (2008).
El primero de estos trabajos se centra en un emblema de Sambuco que tiene
precisamente a Orfeo como protagonista.
[48] Cf.
Cic. De orat. 3.34.138 o Val. Max.
8.9.extr.2, en un capítulo precisamente dedicado al poder de la elocuencia. Cf.
infra.
[49] Desconocemos de dónde procede esta cita en
griego.
[50] Según cuenta Pausanias en su Descripción de Grecia (Paus. 4.15.6), los espartanos,
obedeciendo al oráculo, pidieron a los atenienses que les enviaran un general
para luchar contra los mesenios. Atenas, como burla, les envió al maestro y
poeta Tirteo, cojo y tuerto. Pero Tirteo supo inflamar a los soldados
espartanos con sus arengas, llevándolos a la victoria.
[51] Sambuco parafrasea aquí las palabras de
Valerio Máximo: Pericles […] egit enim illam urbem et versavit arbitrio
suo, cumque adversus voluntatem populi loqueretur, iucunda nihilo minus et
popularis eius uox erat (Val. Max.
8.9.ext.2).
[52] Verg. Aen. 1.148-153.
[53] Verg. Aen. 1.154.
[54] En
realidad no se refiere al diálogo República,
sino a Las leyes, cuyo libro VII está
dedicado, precisamente, a la educación de los jóvenes. Cf. Pl. Lg.
810e-811a.
[55] Aeschin. Contra Ctesifonte 135.
[56] Esto es, en cuanto intérprete de las palabras
–ajenas- de un poeta. Cf. Pl. Ion.
[57] Cf.
Qvint. Inst. 5.12.22, donde se habla de la conveniencia de que los
estudiantes de oratoria se eduquen en la imitación de la verdad: Igitur et ille quem instituimus adulescens
quam maxime potest componat se ad imitationem veritatis.
[58] Sobre esta labor reconfortante de la poesía,
cf. Cic. Arch. 12 o Qvint. Inst.
10.1.27: ideoque in hac lectione [sc.
poetarum] Cicero requiescendum putat.
[59] Cic. De orat. 1.2.6.
[60] Arist. Rh. 1354a.
[61] Arist. Rh. 1356a.
[62] Cotéjese la similitud del texto latino de
Sambuco con el siguiente pasaje de Cic.,
Verr. 2.2.125: Nolite exspectare dum omnis obeam oratione mea civitates: hoc uno
complector omnia, neminem isto praetore senatorem fieri potuisse nisi qui isti
pecuniam dedisset.
[63] Desconocemos
de dónde procede esta cita en griego.
[64] Según puede leerse en el Libro 2 de Samuel, 23.1, el rey David fue quien cantaba los salmos
de Israel y quien introdujo el rezo entre los judíos.
[65] Dictis el Cretense es el autor ficticio que,
según una falsa creencia de la Antigüedad tardía, sirvió de fuente a Homero
para componer sus epopeyas sobre la guerra de Troya.
[66] A. Pr. 459-461: καὶ
μὴν ἀριθμόν,
ἔξοχον
σοφισμάτων, /
ἐξηῦρον αὐτοῖς,
γραμμάτον τε
συνθέσεις, /
μνήμην
ἁπάντων, μουσομήτορ’
ἐργάνην (“Descubrí para ellos los números, la más insigne de las
ciencias, y las uniones de las letras, memoria de todas las cosas, laboriosa
madre de las Musas”). En Las Ranas,
Aristófanes dice por boca de Éaco que Esquilo ocupa el trono de la tragedia y
es el mejor en su género (Ar. Ra 768-769).
[67] Museo y Orfeo aparecen en Platón (Pl. R.
364e) como hijos de la Luna y las Musas. Aristófanes, también en Las ranas (vv. 1031-1032) dice que Orfeo
nos enseñó los ritos religiosos y Museo los remedios de las enfermedades y
los oráculos.
[68] A
Femonoe, hija de Apolo y su primera profetisa en Delfos, se le atribuye la
invención del hexámetro. Cf. Paus.
10.5.7: Μεγίστη
δὲ καὶ παρὰ πλείστων
ἐς Φημονόην δόξα
ἐστίν, ὡς πρόμαντις
γένοιτο ἡ
Φημονόη τοῦ
θεοῦ πρώτη καὶ
πρώτη τὸ ἑξάμετρον
ᾖσεν (“Femonoe tuvo mucha fama, y era
de todos sabido que fue la primera a la que el Dios utilizó como profetisa, y
la primera en cantar en hexámetros”).
[69] Cf.
Pi. I. 6.67-69.
[70] D.Chr. Discurso sobre Homero, 53.6: ὁπότε
καὶ παρ’ Ἰνδοῖς
φασιν ᾄδεσθαι
τὴν Ὁμήρου ποιήσιν,
μεταβαλόντων
αὐτὴν εἰς τὴν
σφετέραν διάλεκτόν
τε καὶ φωνήν (“Se dice que la poesía de Homero se canta
incluso en la India, donde se ha traducido a su propia lengua y expresión”).
[71] Aunque Heródoto nació en Halicarnaso, algunos
autores, entre ellos Avieno en su Ora
maritima (Avien. 49) lo
vinculan a Turios, ciudad de la Magna Grecia en cuya fundación colaboró y donde
murió en 426 a.C., aproximadamente. Cicerón asegura que en época de Heródoto y
aún antes, los prosistas recurrían al ritmo, aunque de un modo esporádico,
involuntario y fortuito (quando temere ac
fortuito). Cf. Cic. Orat. 186.
[72] Para la doctrina sobre los incisos, miembros y
periodos, cf. Demetr. Eloc. 9; Cic. Orat. 221ss; D.H. Comp. 26 y Qvint. Inst. 9.4.22.
[73] Para la traducción de los conceptos léxis eiroménē y léxis katestramménē (expresión
continua y expresión estructurada) recurro a la denominación que A. Bernabé
ofrece de tales términos en su traducción del texto. Cf. Aristóteles. Retórica, intr., trad. y notas de A. Bernabé, Madrid, Alianza, 20024,
p. 266. Para todo este pasaje, cf. Arist.
Rh. 1409a-b.
[74] El
texto original ofrece la lectura reditionem,
que hemos corregido por redditionem,
término latino que aparece, entre otros, en Quintiliano (Qvint. Inst. 8.3.78-80) con el sentido de apódosis, esto es, la segunda parte del periodo que contiene la
cláusula que responde a la prótasis y cierra la frase.
[75] El
texto griego que aquí reproduce el joven humanista húngaro parece tomado de un
comentario anónimo de la Retórica
aristotélica, proveniente de un manuscrito del siglo XIV (Vaticanus gr. 1340)
donado a la Biblioteca Vaticana por el que sería gran amigo de Sambuco, Fulvio
Orsini. El texto en sí, editado por Hugo Rabe en Anonymi et Stephani In Artem rhetoricam commentaria: consilio et auctoritate Academiae Litterarum
Regiae Borussicae, vol. XXI, pars II, Berolini: Reimer, 1896, p. 195, dice
lo siguiente: ἀηδὴς
δέ ἐστιν ἡ
εἰρομένη
λέξις διὰ τὸ
μηδὲν προνοεῖν
ἢ ἀνύειν, ἤτοι
διὰ τὸ μηδὲν
δύνασθαι
νοῆσαι εὐθύς,
ἡνίκα ἄρξεται
λέγειν ὁ ῥήτωρ,
πολλῶν ῥηθέντων,
εἰ μὴ ἡ
ἀπόδοσις
ἀποδοθῇ, ἐπὶ
τῆς κατεστραμμένης
συνίησὶ τι ὁ
ἀκροατὴς διά
τὸ ἐγγὺς εἶναι
τὴν ἀπόδοσιν. En este caso concreto, el comentarista
explica el escaso placer que aporta la léxis
eiroménē, dada su indeterminación y el hecho de no conocer el oyente
cuándo termina la frase, al contrario de lo que sucede con la léxis katestramménē, dividida en
periodos –todos con un sentido completo- que avanzan hasta un final que se ve
venir. En cualquier caso, como puede verse, la cita que incluye Sambuco no está
completa, lo que dificulta enormemente su significado.
[76] Hor. Epist. 2.1.126: os tenerum
pueri balbumque poeta figurat (“El
poeta moldea la lengua tierna y balbuceante del niño).
[77] Cotéjese el texto griego con el del citado
comentario anónimo de Aristóteles, editado por Rabe (p. 164): ἡ
ποιητικὴ
λέξις
παρεμπεσοῦσα
μεταξὺ ἐπὶ τοῦ
πεζοῦ λόγου
φαίνεται
σεμνή.
[78] El
término θηρολέξης, como su equivalente λεξίθηρης, con los elementos del compuesto
intercambiados, designa a aquél que va “a la caza de palabras”, es decir, quien
está siempre al acecho por si alguien se equivoca al hablar. Cf. Pl., Grg. 489b, Hsch. s.v.
θηρολέξης, Gell.
2.9.
[79] Desconocemos
de dónde procede esta cita en griego.