Talia dixit 1 (2006), 29-55
ISSN-1886-9440
Eustaquio Sánchez Salor
(Universidad de Extremadura)
El género de los de viris illustribus de Jerónimo a Ildefonso de Toledo: su
finalidad.
Abstract: From
Jerome to Ildephonse, the purpose and intention of the biographies about
illustrious men have changed according to the interests of the respective
moments in which these biographies are written: in de fourth century, when the
contrast between the Christian culture and the pagan culture is ardent, Jerome
insists chiefly on writers; he lets the literary criterion prevail. In the
fifth century, when monastic life flourishes and heresies centring the
christologic problems arise, Gennadius insists particularly on monks who write
monastic texts and authors of heresiological writings. In the beginning of the
seventh century, when, on the one hand, the memory of Arianism is still vivid
in Visigothic Hispania and, on the other hand, the consciousness of an Hispania
that is important for the concordance of the Roman and Latin Western world,
already emerges, Isidore still insists on authors of heresiological writings,
but he already adds the theme of the bishops and authors of Visigothic Spain.
And in the middle of the seventh century, finally, when the power of the
Visigothic monarchy in Spain has been consolidated, with seat in Toledo,
Ildephonse is only interested in the bishops with seat in Spain and especially
in Toledo.
Keywords: De viris illustribus, Jerome, Ildephonse
of Toledo.
Sabido es que en el mundo clásico la
historia terminó por tener sobre todo una finalidad pragmática desde que
Tucídides escribió su obra sobre la guerra del Peloponeso con la finalidad de
mostrar a los griegos las enseñanzas que el pasado de los hombres puede dar a
los que vengan después; desde entonces la historia se convierte en una forma de
enseñanza, sobre todo para los políticos, idea que recogió Cicerón en su
conocida sentencia: historia est magistra
vitae. En el mundo cristiano la obra historiográfica tiene también una
finalidad pragmática, pero no en el sentido profano de maestra de políticos y
maestra de los hombres en general; no pretende enseñar a los hombres a
comportarse en función de lo que sucedió en el pasado; su finalidad pragmática
se explica desde una perspectiva cristiana: la historia se convierte en un
medio para edificar y enseñar a los fieles con el ejemplo de los santos; en un
medio para ensalzar a los propios héroes; en un medio para dar testimonio de la
acción de Dios en el mundo, ya que es Dios el que, en su providencia, dirige
los caminos de la historia; en un medio, también, para defender las ideas
cristianas: en efecto, la historia, con frecuencia, aparte de historia, se
convierte también en apología de la doctrina cristiana. Edificación,
testimonio, apología son las finalidades pragmáticas de la obra historiográfica
cristiana.
En
las letras cristianas de los primeros siglos juega un papel fundamental la
apología. Los cristianos tienen que defenderse contra las acusaciones que
lanzan contra ellos los paganos[1].
La apología ocupa el espacio no sólo de las obras específicamente apologéticas,
como pueden ser las de Tertuliano, Arnobio Lactancio y otros, sino que invade
el terreno de otros géneros literarios cristianos; entre ellos, el terreno de
la historiografía. Eran tres las acusaciones fundamentales que se hacían al
cristianismo por parte de filósofos paganos, como Celso o Porfirio:
-Que,
entre los seguidores de Cristo, hay un momento en que son tantas las sectas y
grupos heréticos que hay, que es difícil saber cuál de ellos es el continuador
auténtico de la doctrina.
-Que
el cristianismo es el culpable de los males del imperio.
-Que
la doctrina cristiana era reciente y que no podía por tanto pretender
compararse con la antiquísima religión romana, cuyos dioses se pierden en el
tiempo, ni compararse tampoco con la sabiduría de los paganos.
Pues
bien, contra cada una de estas acusaciones responden distintos subgéneros
historiográficos cristianos; los autores cristianos responden, en efecto, a
estas acusaciones en diferentes obras historiográficas:
-A
la acusación de que entre los cristianos hay tantas sectas y grupos que se hace
difícil saber cuál es el verdadero continuador del creador de la doctrina
responde otro subgénero historiográfico cristiano: las Historias
Eclesiásticas. Efectivamente, en principio las Historias eclesiásticas no
son nada más que una relación continuada, con la reseña de sus hechos más
importantes, de los obispos que sucedieron a Pedro en las sedes más
importantes: Roma, Alejandría, Antioquía, Atenas, Laodicea, Cesarea de
Palestina y Jerusalén. De esta forma se trata de demostrar la continuidad entre
Pedro y los obispos de esas sedes. Ellos son los auténticos continuadores de la
doctrina que impartió Cristo en Palestina.
-Contra
la acusación de que el cristianismo es el culpable de los males del imperio
también aparece un género historiográfico. A esa acusación responde, en parte, La
ciudad de Dios de Agustín y responde, sobre todo, ya que esta es la
finalidad primera de su obra, Orosio en sus Historias contra los paganos. La
obsesión de Orosio en esta obra es, en efecto, demostrar que los tiempos
anteriores a Cristo fueron peores que los tempora christiana. Podrían
aducirse multitud de textos en los que esto es evidente.
-Contra
la acusación de que el cristianismo es una doctrina reciente, los cristianos
tratan de demostrar que no es así: que su doctrina es tan antigua y de tanta
entidad histórica como cualquiera otra religión respetada de la antigüedad.
Para ello, es necesario demostrar la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento; efectivamente si se demuestra que existe esa continuidad, se
demuestra que la doctrina cristiana tiene tanta solera o más que la religión
romana oficial, ya que los hechos y personajes del Antiguo Testamento se
remontan a los tiempos de otros pueblos importantes de la antigüedad. Si se
demuestra que Moisés, Abrahán y demás padres del Antiguo Testamento tienen
la misma entidad como héroes antiguos que la que tienen los míticos reyes de
Babilonia o Egipto, quedará demostrada la antigüedad y solera de la nueva
doctrina. Pues bien, esta es la finalidad fundamental del subgénero
historiográfico cristiano que conocemos como Crónica; esto es, en efecto, lo
que se pretende fundamentalmente en los Chronica de Eusebio y de
Jerónimo: de ahí el remontarse a los padres del Antiguo Testamento; de ahí el
constante recurso a isocronismos entre esos padres y los reyes de los asirios,
babilonios, egipcios, etc., ya que, al dejar sentado ese isocronismo y dando
por supuesto que los reyes de Babilonia o Egipto tienen entidad histórica,
queda también sentada la entidad histórica de los padres del Antiguo
Testamento. En los Chronica parece clara, pues, esta finalidad
apologética contra la acusación de que el cristianismo era una doctrina
reciente y sin entidad histórica.
Una
variante de esta acusación es aquella en virtud de la cual los detractores
cristianos dicen que el cristianismo es una religión de indoctos e ignorantes.
Pero
la historiografía cristiana tiene, aparte de finalidad apologética, otras
finalidades. Suele estar también en relación con los ideales de vida cristianos
de cada momento: en la época primitiva, el ideal es el mártir, y es el momento
en que la historiografía cristiana produce sobre todo relatos de martirios; en
el siglo IV el ideal es la vida monástica, y la historiografía cristiana
produce vidas de monjes y ascetas; y a partir del siglo V, el ideal de vida es
el obispo o pastor, y la historiografía cristiana produce vidas de obispos.
Vamos
a analizar en este trabajo la finalidad de los primeros tratados De viris illustribus para comprobar cuál
es su finalidad: Analizamos, a este respecto, los tratados de Jerónimo,
Genadio, Isidoro de Sevilla e Ildefonso de Toledo.
Pues
bien, da toda la impresión de que, en un primer momento, la finalidad y
orientación de estos tratados corren paralelas con los intereses
historiográficos de los cristianos en el momento en que se escribe el tratado:
en la segunda mitad del siglo IV, cuando se mantiene todavía el debate entre
paganismo y cristianismo, prima la orientación apologética, como sucede en el
tratado de Jerónimo. En el siglo V, cuando ya no existe el citado debate entre
paganismo y cristianismo, sino que el debate es más bien interno entre las
diferentes corrientes de pensamiento dentro de
La
orientación, pues, de los De viris illustribus corre paralela a las
preocupaciones historiográfica de cada momento.
Jerónimo.
Escribe
su De viris illustribus en el 392. Es la época, segunda mitad del siglo
IV, en la que está muy vivo el debate entre cultura profana y cultura
cristiana; ambas luchan por imponerse; en ese ambiente la obra de Jerónimo
tiene como finalidad fundamental la apologética. Que la finalidad del De viris illustribus de Jerónimo es
apologética en el sentido de que trata de mostrar, en contra de los detractores
paganos, que el cristianismo no es una religión de indoctos e ignorantes, sino
que tiene también sus filósofos, sus escritores elocuentes y sus doctores, lo
deja claro el propio Jerónimo en el prólogo del mismo:
Que sepan, pues, Celso, Porfirio y
Juliano, perros rabiosos contra Cristo, que sepan también sus seguidores que
piensan que
La
acusación de rústica simpleza era una acusación que se hacía a los cristianos
desde los primeros momentos, y se hacía sobre todo a las Escrituras[3].
Contra esa acusación los cristianos se habían defendido en un primer momento
diciendo que su doctrina no necesitaba elocuencia[4];
el propio Jerónimo había defendido en alguna ocasión esa idea[5].
Pero en el De viris illustribus, como
acabamos de comprobar, utiliza las mismas armas que el enemigo y defiende la
alta y secular dignidad sapiencial y formal de las letras cristianas y proclama
su legitimidad para competir con las profanas.
Pricoco[6]
ha señalado que son dos las razones de este cambio ante la acusación; son
razones que están en relación con los cambios pendulares que se producen en la
segunda mitad del siglo IV en la relación Iglesia-Estado: una es la orgullosa
conciencia de victoria que invade a los cristianos a finales del siglo IV – el De viris illustribus de Jerónimo es
escrito en el 392 – como consecuencia de las leyes teodosianas contra los
paganos. Otra es el deseo de autoafirmación cristiana ante la reacción pagana
de la aristocracia romana de esta misma segunda mitad del siglo IV: el año en
que es compuesto el De viris illustribus de
Jerónimo es el año en que el rebelde Arbogasto proclama emperador de occidente
a Eugenio, un “cristiano paganizante” en palabras de Mazzarino; Eugenio retoma
la acción anticristiana de Juliano, hasta el punto de que Teodosio, el
emperador de Oriente, interviene contra él; pero buena parte de la aristocracia
romana apoya a Eugenio en su intento de restaurar y hacer florecer las viejas
costumbres y cultura profanas; en ese ambiente se producen intentos de
autoafirmación critiana: son muchos los escritores cristianos, desde Ambrosio
hasta Orosio pasando por poemas aislados[7],
los que dan respuesta a esta contraofensiva ideológica y cultural de los
paganos; a ese ambiente se suma Jerónimo celebrando los letras cristianas en su
De viris illustribus.
Se
trata, pues, de una defensa de las letras cristianas contra la acusación de
ignorancia por parte de la filosofía pagana del siglo IV. De hecho la
preocupación de Jerónimo, como ha demostrado Pricoco[8],
es literaria más que doctrinal; se preocupa más de hablar de autores que se
distinguen por sus escritos que de autores que se distingan por su doctrina
teológica, o contraherética, o de otro tipo[9].
Sigue, en efecto, un criterio literario en detrimento de consideraciones
doctrinales. Éstas, las consideraciones doctrinales, están ausentes de la
segunda parte del tratado, la cual es original de Jerónimo y no está tomada de
Ocurre
incluso que, a pesar de recoger personajes que desempeñaron un papel importante
en las disputas heréticas, y concretamente en la controversia arriana, papel
que sin duda conocía Jerónimo sobradamente, éste no dice nada de la
intervención del personaje en esas disputas; clamoroso es a este respecto el
caso de los padres Capadocios (capítulos 116, 117, 118), cuya intervención en
la solución de la cuestión arriana conocía bien Jerónimo y, sin embargo, no
dice ni una palabra de ella; o el caso de Apolinar de Laodicea (capítulo 104),
que es recordado sólo como cultivador de estudios gramaticales y exegéticos,
mientras que no se dice nada de su ardiente participación en la controversia
trinitaria, participación que Jerónimo conocía porque escuchó sus lecciones en
Antioquía entre el 377 y el 379; y lo mismo sucede con Gregorio de Elvira (cap.
105), apasionado defensor de la doctrina de Nicea y, sin embargo, no se dice
nada de ello. Y de la misma manera que no exalta la doctrina de los escritores
ortodoxos, tampoco dice nada de la doctrina de los heterodoxos, aunque hable de
ellos: nada dice de los errores de Acacio (capítulo 98), aunque en
Así
pues, en el De viris illustribus de Jerónimo prima la orientación de
apología de los autores cristianos como autores literarios, independientemente
de su posición doctrinal. Se trata de demostrar, en contra de la acusación de
que los cristianos no tienen hombres elocuentes, de si hay entre ellos autores
dignos de ser objeto de reseña historiográfica.
Genadio
Genadio
de Marsella escribe su De viris illustribus en el año 480, es decir,
casi cien años después de que Jerónimo escribiera su tratado. Siguiendo un
principio de la historiografía tardo-antigua y medieval, Genadio compone su
catálogo de escritores cristianos como una continuación del de Jerónimo. De
hecho, las dos obras circularon siempre juntas y han sido juzgadas siempre como
unidas: las cita juntas Casiodoro[13];
Isidoro las lee en un solo volumen[14];
y en la tradición manuscrita han sido transmitidas juntas.
Pero,
a pesar de ello, la orientación de la obra de Genadio es muy diferente de la de
Jerónimo[15];
Genadio no puede ya compartir el propósito polémico y apologético de Jerónimo,
porque a finales ya del siglo V, si bien el paganismo resiste, el mismo ha
quedado reducido a círculos rurales; Genadio no tenía, pues, ya la necesidad de
defender las letras cristianas, ya que éstas no se encontraban asediadas por
detractores paganos, como sí ocurría a finales del siglo IV. De los cien
capítulos de la obra y consiguientemente de los cien autores cristianos
biografiados, sólo de unos cuantos se puede decir que están ahí en su condición
de escritores: los poetas Prudencio (cap. 13), Paulino de Nola (cap. 48),
Salviano de Marsella (cap. 67), Claudiano, al que atribuye el himno Pange lingua[16],
y Pedro de Edesa del que dice que escribió salmos en verso (cap. 74); y quizás
algunos historiadores, como Sulpicio Severo, del que cita
Pero
su interés va por otros caminos. Cuando escribe Genadio su De viris illustribus
la orientación de la historiografía cristiana ha cambiado en relación con la de
los siglos anteriores: en primer lugar, hay que decir, a este respecto, que
desde finales del siglo IV y durante todo el siglo V han gozado de éxito
extraordinario las vidas de santos, sobre todo las de monjes del desierto que
se distinguen por la exaltación del ascetismo y por la acumulación de hechos
milagrosos. En efecto, en la segunda mitad del siglo IV había cambiado el ideal
de vida cristiana y este cambio de ideal de vida repercutió también en la
hagiografía: se dejan de componer relatos de pasiones, tal como se habían
compuesto en los primeros siglos, y comienza a aparecer una nueva literatura,
de inspiración biográfica y hagiográfica, que se presenta bajo las formas más
diversas: vidas de monjes[18],
relatos de viajes que evocan el mundo monástico con pinceladas breves y
pintorescas de los padres del desierto, a veces en forma de dichos o
sentencias, a modo de apophthegmata (dicta seniorum). Todo ello
influyó en un extraordinario éxito del monacato, en sus formas más variadas, a
lo largo de todo el siglo V.
En
segundo lugar, en el siglo V la comunidad cristiana está muy lejos de ser
compacta: la oposición entre ortodoxos y heréticos es algo real y preocupante.
Ello influye también en el ideal de vida cristiana y en los modelos
historiográficos: el ideal empieza a ser el obispo pastor que lleva a sus
fieles por el buen camino de la fe; de ahí que empiecen a aparecer vidas de
obispos y de pastores de la Iglesia[19],
en los cuales se destaca con frecuencia su ortodoxia en la doctrina y la
defensa de la misma contra las herejías: si en las vidas de ascetas y monjes se
insistía en la lucha del santo con los demonios, en las de obispos y pastores,
como la de Agustín o Ambrosio, se insiste en los discursos doctrinales y en las
disputas con gentiles y herejes.
Y,
en tercer lugar, preocupación fundamental de las Iglesias es la vida del cristiano:
el acceso a los sacramentos, la comprensión de los textos sagrados, la liturgia
y demás elementos que puedan intervenir en la vida ordinaria del cristiano.
Este
ambiente historiográfico cristiano del siglo V es el que determina la nueva
orientación del De viris illustribus de Genadio. Hemos dicho que ese
ambiente está dominado por el monacato, por la ortodoxia de la doctrina
defendida por obispos, y por la participación de los fieles en
Tema monástico. Jerónimo ignoraba casi
totalmente la literatura monástica; ello quizás extrañe, porque el propio
Jerónimo fue autor, como ya hemos dicho, de tres vidas de monjes. Pero, si
tenemos en cuenta que cuando escribe su De viris illustribus en el 392
todavía no se ha extendido el interés por la nueva forma de vida nacida en
Oriente y no hay realmente todavía escritos monásticos, no es extraño que
Jerónimo no se ocupe de ello.
Genadio,
sin embargo, que escribe a finales el siglo V, cuando el éxito del monacato ha
sido ya muy grande, trata con extensión el tema monástico, tanto el griego como
el latino. De Pacomio, uno de los padres del desierto oriental, destaca que fue
hombre ilustre por su doctrina y por sus hechos milagrosos[20];
del discípulo de Pacomio, Teodoro, dice que escribió cartas exhortando a seguir
la vía del maestro Pacomio[21];
y así sigue con otros monjes orientales: Oresiesis, discípulos de Pacomio y de
Teodoro (cap. 9), Macario, monje de Egipto (cap. 10).
Insiste
tanto en la doctrina, como en los hechos milagrosos de los santos. En lo que se
refiere a la doctrina, encontramos en la colección de Genadio un buen número de
escritores de temas monásticos: ahí están Evagrio (cap. 11), Rufino de Aquilea,
del que destaca su labor de traductor y continuador de Eusebio de Cesarea (cap.
17); Vigilio, autor de una regla monástica[22];
Juan Casiano[23];
en su afán por recoger autores de escritos monásticos, Genadio cae incluso en
atribuciones erróneas: así atribuye a Petronio, obispo de Bolonia del 431 al
450, unas Vitae patrum monachorum Aegyptii[24]
que no son de este autor. En lo que se refiere a hechos milagrosos,
en Genadio
los ascetas, tanto los orientales como los occidentales, son celebrados por el
privilegio apostólico de hacer milagros; él introduce en su tratado el tipo del
monje taumaturgo: ya hemos visto que de Pacomio dice
que destacó no sólo por su doctrina, sino también por sus hechos milagrosos; de
Macario dice que fue famoso por sus milagros y virtudes[25]. En ello ha influido sin
duda la orientación que la hagiografía cristiana ha dado a las vidas de santos
desde finales del siglo IV: hay muchas vidas de son santos que son realmente un
largo relato de hechos milagrosos y maravillosos.
Interés heresiológico. En el tratado de
Genadio la doctrina y la herejía se convierten, de manera preferente, en el
hilo conductor de la obra y en criterio importante para agrupar biografías. De
hecho sabemos que es autor de obras de contenido teológico y heresiológico; en
el último capítulo del De viris, que durante mucho tiempo fue
considerado como auténtico de Genadio, pero que debió de ser escrito después de
su muerte, aunque en época y ambiente muy cercano a él, se le atribuye una
producción heresiológica importante: una obra en ocho libros “Contra todas la
herejías”, otra “Contra Nestorio” en cinco, seis libros “Contra Eutiches”, y
tres “Contra Pelagio”[26].
No es extraño, pues, su interés por la doctrina y las herejías en el De viris.
Y
el tema heresiológico más repetido es el más actual de la época: es el tema de
la encarnación de Cristo y su doble naturaleza, la divina y la humana.
Las
disputas venían desde el siglo IV. La doctrina que terminó por vencer, en
resumen, es la siguiente: Jesucristo es, como persona, Dios, pero tiene una
doble naturaleza: la divina y la humana; esas dos naturalezas, la divina y la
humana, se unen en la persona de Cristo; el procedimiento físico es la
concepción de María por obra de Dios. En lo que se refiere a la doble
naturaleza de Cristo, divina y humana, en una sola persona, divina, el misterio
tuvo sus detractores herejes ya en los primeros siglos. La oposición marchó por
dos vías: la de negar la divinidad de Cristo, y la de negar la humanidad de
Cristo. La primera, negar la divinidad de Cristo, vino, en aquellos primeros
siglos, de parte del arrianismo. Contra esta herejía, el Concilio de Nicea
(325) definió el dogma de
En
lo que se refiere a las discusiones sobre la unión de las dos naturalezas en
una sola persona, éstas enfrentaron durante el siglo V a dos escuelas rivales,
la de Antioquía y la de Alejandría. Nestorio, representante de la primera
escuela, defendía que en Cristo había una sola persona y también una sola
naturaleza o que, si había dos naturalezas, había también dos personas. El
Concilio de Éfeso (431), que se reunió para refutar la herejía de Nestorio,
sancionó que en la persona de Cristo había dos naturalezas, la divina y la
humana, y que por tanto María era madre de Cristo Dios y de Cristo hombre. Este
Concilio estuvo dirigido por San Cirilo, quien ciertamente supo navegar con
cierta ambigüedad entre dos aguas en la polémica.
Pero
la cuestión no quedó zanjada y, tras Éfeso, el propio obispo de Alejandría,
Dióscoro, sucesor de Cirilo, apoyándose precisamente en escritos de Cirilo, de
quien acabamos de decir que no fue muy claro al respecto, se convierte en el
portavoz de los que seguían defendiendo una única naturaleza en Cristo, la
divina; junto a él se alinean los monofisitas, es decir, todos los defensores
de una sola naturaleza en Cristo, entre los que destaca el monje Eutiches.
Frente a ellos, los defensores de la ortodoxia, es decir los defensores de que
en Cristo hay dos naturalezas: Teodoreto de Ciro, Eusebio de Dorilea, Domno, e
Ibas de Edesa; al frente de todos ellos, el patriarca de Antioquía, Flaviano.
Interviene el papa León Magno con una Epístola dogmática en la que deja sentado
que en Cristo hay una sola persona y dos naturalezas. Los monofisitas Dióscoro
y Eutiches, apoyados por el emperador Teodosio II, no aceptan la doctrina del
papa y se rebelan claramente en un sínodo celebrado en Éfeso en el 449, que ha
pasado a la historia de
Pues
bien, buena parte de los escritores recogidos por Genadio se mueve en medio de
estas discusiones. El inicio de las mismas está en la doctrina del arrianismo,
que negaba la divinidad de Cristo. Pues bien, encontramos autores que
escribieron contra los arrianos; ya en los dos primeros capítulos tenemos a dos
de ellos: Santiago de Nísibe, del que dice que fue de los confesores que en el
Concilio de Nicea se opusieron a doctrina arriana de que en Cristo hay una sola
naturaleza[27],
y Julio, obispo de Roma, del que cita una carta a Dionisio, en la que defendía,
en Cristo, una sola persona y dos naturalezas, recordando el propio Genadio que
era este un tema de mucha actualidad[28];
en este grupo hay que incluir a Faustino, que escribió libros contra los
arrianos[29],
Asclepio[30]
y Voconio[31],
de los que dice que escribieron contra los arrianos; también Cereal[32],
obispo africano que escribió un libellus contra Maximinum arrianum, en
el que se resuelven varias de las cuestiones planteadas por los arrianos; a
este último lo encontraremos también en el De
viris illustribus de Isidoro, el cual, en lo que al tema heresiológico se
refiere, es un fiel continuador de Genadio.
Tras
la condena del arrianismo en Nicea, la discusión cristológica se centró en
torno a las dos naturalezas de Cristo. Y en esta discusión, hay, como ya hemos
dicho, dos grupos: la posición ortodoxa, que defiende dos naturalezas, la
divina y la humana, y la posición monofisita, que defiende una sola naturaleza,
la divina. Los líderes de la posición monofisita son Nestorio, Eutiches y sus
seguidores; los de la posición ortodoxa, son Cirilo y sus seguidores. Pues, una
buena cantidad de los autores citados por Genadio son citados precisamente por
haber escrito obras que se mueven en este debate. Así Teodoro, presbítero de
Antioquía del que cita quince libros sobre la encarnación de Cristo escritos
con los apolinaristas, seguidores de Apolinar el Joven, que es uno de los
primeros monofisitas[33].
Isaac[34],
que escribió sobre
Una
vez condenado Apolinar en el Concilio de Constantinopla del 381, las
discusiones cristológicas no acabaron. La bandera de la herejía es tomada ahora
por Nestorio, quien defiende dos naturalezas en Cristo, pero también dos
personas, y que la virgen María sólo es madre de la naturaleza y de la persona
humanas; María no es, pues, madre de Dios. Pues bien, al propio Nestorio, el
más destacado en la polémica sobre la encarnación y la maternidad de María,
dedica Genadio un capítulo[37];
y en conexión con Nestorio, le siguen, en los capítulos siguientes, Teodoro,
del que dice que escribió contra Nestorio, pero sin apoyarse, como debía en las
Escrituras[38];
Cirilo de Alejandría, el que presidió el Concilio de Éfeso, reunido
precisamente contra Nestorio[39];
Isaac de Antioquía[40];
Mochimo, quien escribió contra Eutiches, el continuador de Nestorio[41];
Ciro de Alejandría[42];
Samuel de Edesa[43];
Teodoreto de Ciro, acérrimo defensor de las dos naturalezas de Cristo en las
discusiones que precedieron y que se dieron en el Concilio de Calcedonia[44];
el papa Gelasio[45];
de Próspero de Aquitania ya dijimos más arriba que cita su Crónica, pero
también unas cartas dirigidas al papa León contra Eutiches y los monofisitas[46].
Pero
no sólo están los escritores ortodoxos. También los heretodoxos. Ya hemos visto
que la lista de estos comienza precisamente con Nestorio. Tras el Concilio de
Calcedonia, en el que se condena a los monofisitas, el heterodoxo Dióscoro es
sustituido en Alejandría por Proterio; pero este, a su vez, es hecho
desaparecer por parte de los seguidores de Dióscoro y en su lugar es colocado
Timoteo; pues bien, a este Timoteo dedica un capítulo Genadio, recordando su
condición de impostor[47]
. Ahí está también Helvidio, contra el que arremete no sólo por el contenido de
su obra, sino también por su estilo[48];
Vigilancio, presbítero de finales del siglo IV que criticaba el culto a los mártires,
el celibato eclesiástico y otras prácticas cristianas, del que dice Genadio que
escribió frivolidades y que es necesario tenerle entre los herejes[49].
Aparte
de la cuestión cristológica, a cuyos protagonistas dedica Genadio, como
acabamos de ver, un buen número de capítulos, hay otra herejía en torno a la
cual giran otros personajes del historiador cristiano. Se trata del
pelagianismo, doctrina que surge en Occidente a comienzos del siglo V y que
negaba el pecado original y afirmaba la suficiencia del hombre para la
salvación. Como hace en el caso del monofisismo, tema en el que dedica un
capítulo a Nestorio, también en el caso del pelagianismo dedica un capítulo a
Pelagio, del que cita obras anteriores a su conversión en hereje, pero sin
olvidar que, una vez convertido en hereje, escribió a favor de sus ideas
heréticas[50].
E inmediatamente después de hablar de Pelagio, habla del papa Inocencio, el
papa que, en esta polémica, confirmó lo acordado en los Concilios de Cartago y
de Mileve del año 416, en los cuales se había condenado a Pelagio y a sus
seguidor Celestio, y que con su intervención dejó claros los derechos del
primado de Roma[51].
Y sigue con Celestio, el citado portavoz principal de las ideas del movimiento
pelagiano después de la caída de Roma en el 410 y, aunque de él recuerda lo que
escribió antes de alinearse con el movimiento pelagiano, sólo se explica su
inclusión aquí por ser impulsor del movimiento[52];
y con Juliano de Eclana, cuya inclusión responde al mismo motivo[53];
y un poco más adelante Leporio, seguidor en un primer momento de Pelagio y
luego arrepentido[54].
Así
pues, el tema heresiológico ocupa lugar preferente en la obra de Genadio.
Doctrina cristiana. Aparte de autores
conectados con el monacato y con la herejía, encontramos por fin también
autores que han escrito algo relativo a la ordenación de la vida cristiana:
autores de sermones u homilías; autores de comentarios bíblicos, destinados a
la enseñanza de
Así
pues, la orientación del De viris illustribus de Genadio es diferente de
la orientación del jeronimiano. En el caso de Jerónimo predominaba la
orientación apologética y literaria, porque había que defender las letras
cristianas, como tales letras, y en el de Genadio predomina la orientación
monástica, pastoral y, sobre todo, heresiológica porque son las preocupaciones
del ambiente cristiano en general y del historiográfico cristiano en particular
de la época.
Isidoro
de Sevilla
Escribe su De
viris illustribus entre el 615 y el 618. Han pasado, pues, más de cien años
desde que Genadio escribiera su tratado. De la misma forma que en el caso de
Genadio y a diferencia de Jerónimo, la defensa de la literatura cristiana como
tal no ocupa lugar destacado; es cierto que, de la misma forma que Genadio,
también Isidoro incluye en su obra poetas épicos cristianos como Proba, con su
centón sobre Cristo[63];
Sedulio, poeta cristiano del siglo V, y su Carmen Pachale[64],
que es un resumen, en verso, del Antiguo y del Nuevo Testamento; Avito, poeta
cristiano también del siglo V, quien escribió un poema en cinco libros[65]
De spiritalis historiae gestis, que es de nuevo un resumen y paráfrasis
en verso de los libros de
De los
temas que predominaban en Genadio, Isidoro mantiene el interés por el
heresiológico, y abandona prácticamente el monástico y el relativo a vida y
doctrina cristiana. Pero aparece un nuevo tema: el de obispos y autores
hispanos.
En
efecto, como autores de obras monásticas, Isidoro sólo recoge a Eugipius, con
su Vita sancti monachi Seuerini y su Regula monastica[71],
y a Eucherius, con su Opusculum de laude eremi, dirigido a Hilario de
Poitiers[72].
Quizás en este grupo habría que incluir la entrada relativa a Hilarius, del
que cita su Vita Honorati[73].
Hilario y Honorato son ambos obispos y monjes de
Por lo
demás, los grandes hilos conductores en la selección de personajes de Isidoro
son: el tema de las herejías, que sigue siendo, como era en Genadio, casi
absorbente; y, como tema nuevo que no estaba lógicamente en Jerónimo ni en
Genadio, el de autores y obispos hispanos.
Tema
de las herejías.
De 48 personajes recogidos en el tratado, 20 son citados como autores de obras
contra herejías. El porcentaje es significativo.
Pero
es que además hay que decir que una buena parte de ellos gira en torno a las
disputas doctrinales sobre la naturaleza de Cristo que llevaron al Concilio de
Calcedonia y a los enfrentamientos personales que se produjeron en torno a ese
mismo Concilio. Es el mismo tema que hemos visto de forma insistente en
Genadio; en este sentido, Isidoro es un claro continuador del de Marsella.
De
los sucesos y personajes protagonistas del Concilio de Calcedonia ya hablamos
al hacerlo del De viris illustribus de Genadio, porque éste recoge a
muchos de esos protagonistas. En Calcedonia se sancionó la doble naturaleza de
Cristo contra la posición de los monofisitas.
Pero
los monofisitas no desaparecieron y cien años después del Concilio de
Calcedonia tuvo que reunirse un nuevo Concilio ecuménico, el II de
Constantinopla (553), en el cual el emperador Justiniano I trata de atraerse a
los monofisitas; y para ello, nada mejor que la condena de viejos maestros de
la época del Concilio de Calcedonia que se habían distinguido por su dura
oposición a los monofisitas y que eran particularmente odiados por éstos: son
Teodoro de Mopsuestia, con todos sus escritos; Teodoreto de Ciro, acérrimo
antimonofisita, encausado por sus escritos contra San Cirilo[74],
del que ya dijimos que había navegado entre dos aguas en la polémica; e Ibas de
Edesa, por una carta en la que defendía a Teodoro de Mopsuestia. Es la cuestión
conocida en las Historias de
Pues
bien, buena parte de los personajes recogidos por Isidoro en su De viris tienen alguna relación con
estas disputas y enfrentamientos.
El
punto de partida de la discusión sobre la divinidad de Cristo estaba ya en el
arrianismo. Isidoro recoge autores que escribieron contra esta herejía.
Philastrio, del que cita un liber de haeresibus y del que sabemos que se
distinguió a finales del siglo IV por su predicación contra paganos, judíos y
herejes, especialmente con los arrianos[75].
Cereal[76],
que ya estaba, por su antiarrianismo, en el De
viris de Genadio. Marcelino, sacerdote de
la comunidad luciferiana de Roma a finales del siglo IV, del que Isidoro cita
un escrito Contra episcopos qui ad destructionem homousion Arimini
conuenerunt, una Expositio de Ario, y un De fine Osii[77].
Pero
Isidoro se extiende sobre todo en obispos que están en relación con el problema
del monofisismo discutido en los Concilios de Calcedonia y II de
Constantinopla. Ahí está uno de los líderes de la ortodoxia en el Concilio de
Calcedonia, Eusebio de Dorilea[78].
Ahí están Proterio, el sucesor de Dióscoro en la sede de Alejandría, y
Pascasino, quienes enviaron al papa León sendas epístolas sobre la celebración
de la Pascua[79];
de Proterio recuerda incluso Isidoro, como único hecho de su vida – y suele recordar
nuestro autor pocos hechos de los biografiados –, que fue matado por los
herejes de Dióscoro tras el Concilio de Calcedonia; y de Pascasino hemos de
decir que fue uno de los delegados del papa León Magno en ese Concilio. Estos
son personajes en relación con el Concilio de Calcedonia.
Y
también aparecen personajes en relación con el Concilio II de Constantinopla,
en el que fueron condenados, como hemos dicho, algunos de los vencedores del de
Calcedonia. Ahí está una serie de obispos africanos del siglo VI, que se
distinguieron por su doctrina en la cuestión de la encarnación y de la
naturaleza de Cristo.
Pero
antes de pasar a los obispos africanos del siglo VI, hay que recordar que
Isidoro habla de otros obispos africanos anteriores que escribieron contra las
herejías. Macrobio, discípulo de san Cipriano, al que atribuye unos Aduersus
versutias haereticorum capitula y añade que después escribió cuestiones
relativas a la disciplina religiosa[80].
Victorino obispo de Petavium en
Pero
Isidoro recoge sobre todo obispos o autores que tuvieron relación con el II de
Constantinopla y la cuestión de los tres capítulos. Ferrando, diácono de
Cartago, quien, aunque murió en la fase inicial de la cuestión de los tres
capítulos, tomó partido en favor de la posición del concilio de Calcedonia; en
sus cartas 3 y 5 defiende expresamente la fórmula de Calcedonia; en la 6 se
pronuncia contra la condena de Teodoro, Teodoreto e Ibas; Isidoro cita
precisamente una de sus cartas.
Verecundo
y Primasio; de Verecundo cita Isidoro[85]
duos libellos carmine dactilico, primus de resurrectione et indicio, alter
de poenitentia; pero de él sabemos
también que escribió una colección de documentos históricos sobre el concilio
de Calcedonia; de Primasio cita[86] los De
haeresibus libri tres. Curiosamente, de la presencia de estos dos obispos
en Constantinopla da fe Victor Tunnensis, quien habla de la presencia de
Reparato, Firmo, Primasio y Verecundo, obispos africanos, en Constantinopla en
los años 551-552, en plena discusión sobre el tema de los tres capítulos. Pues
bien, otro de los personajes recogidos por Isidoro en su De viris es el citado historiador Victor Tunnensis, del que cita su Historia.
También
está en el De viris Facundus Afer[87] con
sus Duodecim libri pro defensione trium capitulorum, es decir con una obra de defensa de los
tres capítulos en contra de la posición del emperador de Oriente, Justiniano.
Encontramos igualmente a uno de los nombres que
están detrás de los tres capítulos; precisamente el más sospechoso de los tres,
Teodoro de Mopsuestia; pues bien, Isidoro lo considera vir illustris: de él recuerda sus
obras antiheréticas[88] y
recuerda también que fue condenado post mortem
junto con Ibas y Teodoreto, pero que, a pesar de ello, es, de acuerdo con el
testimonio de hombres laudabiles,
un doctor de la iglesia.
Y
si están Verecundo, Primasio y Facundo, que se opusieron a Justiniano en la
cuestión de los tres capítulos, y está uno de los autores de uno de los tres
capítulos, también está el propio Justiniano, del que cita Isidoro precisamente
sus Libri de incarnatione Domini, cuyo
tema sería precisamente en el de la naturaleza de Cristo y su contra
illyricianam synodum et aduersus africanos episcopos chalcedonensis synodi
defensores peruerso Studio[89].
Recoge, pues, Isidoro las dos posturas de la
polémica de los tres capítulos, aunque con toda claridad se decanta a favor de
los condenados en Constantinopla.
Así pues, una buena parte de la materia
heresiológica recogida por Isidoro en su tratado a través de sus protagonistas
gira en torno a la doctrina del monofisismo, es decir en torno a la postura de
aquellos que defendían una sola naturaleza en Cristo frente a los que defendían
dos; esta cuestión duró desde el siglo V al VI, entre los Concilios de
Calcedonia (451) y II de Constantinopla (553). Isidoro, como acabamos de ver,
incluye en su obra buena parte de los que participaron en la polémica.
Pero también recoge otros autores de
El
primer bloque temático del De viris illustribus de Isidoro de Sevilla
es, pues, el tema heresiológico. En esto está siguiendo la línea que veíamos ya
en Genadio. Es una línea que preocupa sin duda a los escritores de
Autores
y obispos hispanos
Y otro grupo, en fin, de personajes, es el de
los hispanos. Si bien es verdad que hay algunos autores hispanos antiguos, lo
cierto es que la mayoría de ellos son obispos o autores de época visigoda. Con
ello introduce en los De viris un ingrediente nuevo, el de la
identificación de
Entre
los antiguos, encontramos a Osio, del que cita una carta sobre la virginidad a
su hermana y una obra sobre las vestimentas sacerdotales[94],
aunque en lo que realmente se extiende Isidoro es en el error de Osio al
admitir, al final de su vida, parte de las ideas arrianas sobre la naturaleza
de Cristo; no está presente, pues, Osio en el De viris de Isidoro tanto
por su calidad de autor hispano, como por intervención en la polémica arriana;
entre los autores hispanos anteriores a la época visigoda está también Hidacio,
obispo de Chaves autor en el siglo V de una conocida Crónica[95];
y Martín de Dumio, el conocido evangelizador de los suevos[96].
Pero
los que forman un grupo claro son autores hispanos de época visigoda:
Justiniano, obispo de Valencia entre 527-547 durante el reinado del godo Teudis
y miembro de una poderosa familia episcopal de
Este
último es el ingrediente nuevo que ha añadido Isidoro en su De viris
illustribus; en el otro hilo conductor de su obra, el tema heresiológico,
es claramente un continuador del De viris illustribus de Genadio; y no
sólo en el tema genérico de las herejías, sino en el concreto de las herejías
que surgieron en torno a la naturaleza de Cristo, es decir en el del
enfrentamiento entre los defensores de una sola naturaleza y los ortodoxos, que
defendían la doble naturaleza, cuestiones que se dilucidaron en los Concilios
de Calcedonia y I de Constantinopla. En efecto, buena parte de los personajes
recogidos por Genadio y por Isidoro se mueven en esa polémica, como hemos
visto.
Ildefonso
de Toledo
En
el De viris illustribus de Ildefonso, obispo de Toledo a mediados del
siglo VII, ya no queda nada de los temas que vimos en Jerónimo, nada de lo que
había en Genadio, y, de lo Isidoro, sólo queda el tema de los autores y obispos
de
Incluso
el hecho de escoger, como único personaje no conectado físicamente con
Hispania, al Papa Gregorio Magno es significativo desde el punto de vista de
ese contexto de prestigiar a
Una
prueba de que lo que realmente le importa a Ildefonso es el prestigio de los
obispos hispanos, y más concretamente los toledanos, de la época es el hecho de
que los biografiados se seleccionan por haber sido obispos, y no tanto por ser
autores de escritos. En las obras de Jerónimo, de Genadio y de Isidoro se
citaba alguna obra escrita de, prácticamente, todos los biografiados. En
Ildefonso hay muchos biografiados, de los cuales no puede citar ni una sola
obra escrita, porque no se conoce; incluso de algunos dice el propio Ildefonso
que se distinguieron más por su ejemplo de vida que por su pluma: eso dice de
Asturio, obispo de Toledo[106];
de Aurasio, obispo también de Toledo[107];
de Juan, Obispo de Zaragoza[108].
De ellos no cita, claro está, ni una sola obra. Como tampoco cita obra, porque
no se conoce, de Heladio, obispo de Toledo, del que destaca su condición de
ejemplo de vida monástica; ni de Nonito, de Gerona, del que resalta igualmente
su formación monástica.
Ha
cambiado, pues, radicalmente la orientación de la obra de Ildefonso en relación
con la obras homónimas anteriores a él.
Conclusión
De
Jerónimo a Ildefonso la finalidad y la intención de las biografías sobre
varones ilustres han cambiado, pues, en función de los intereses de cada uno de
los momentos en que se escriben dichas biografías: en el siglo IV, cuando está
candente la oposición entre cultura cristiana y cultura pagana, Jerónimo
insiste sobre todo en escritores; en él prima el criterio literario. En el
siglo V, cuando hierve la vida monástica y surgen las herejías en torno a los
problemas cristológicos, Genadio insiste sobre todo en monjes autores de
escritos monásticos y en autores de escritos heresiológicos. A comienzos del
siglo VII, cuando en
E. Sánchez Salor
esanchez@unex.es
Bibliografía
Bedjan, P. (1903), Homiliae s. Isaaci syri
Antiocheni, París.
Pricoco, S. (1979), Storia letteraria e storia
eclesiástica del De viris illustribus de Girolamo a Gennadio,
Universitá de Catania.
Sánchez Salor,
E. (1986), La polémica entre cristianos y
paganos a través de los textos, Madrid: Akal.
Sychowski,
S. von (1894), Hieronymus als Litterarhistoricker,
Münster.
[1] Cf.
Sánchez Salor (1986).
[2] Discant
igitur Celsus, Porphyrius, Iulianus, rabidi aduersum Christum canes, discant
sectatores eorum qui putant ecclesiam nullos philosophos et elocuentes, nullos
habuisse doctores, quanta et quales viri eam fundauerint, struxerint,
adornauerint, et desinant fidem nostram rusticae tantum simplicitatis arguere,
suamque potius imperitiam recognoscant (Hier., De vir. Inl., prol.)
[3] Cf. Minucio Felix, Octauius 5.4; l; Lactancio, Diuinae
Instituciones 5.1; Arnobio, 1.57-59.
[4] Cf. Paulo, 1 Corintios 2.4-5; Cipriano, Ad
Donatum 2.26 ss.; Arnobio 1.58; Agustín, De doctrina cristiana 4.6.10.
[5] Epist.,
22.30.2.
[6] Cf. Pricoco
(1979: 7-18).
[7] Así el poema Ad quendam senatorem (CSEL 23. 227-230), contra un senador
convertido del cristianismo a la religión de Isis; o el Carmen contra paganos o Carmen
aduersus Flauianum.
[8] Ob. cit., pp. 24-37.
[9]
La lista de autores es esta: Simon Petrus, Jacobus
frater Domini, Matthaeus qui et Levi, Juda frater Jacobi, Paulus qui [Al.
et] ante Saulus, Barnabas qui et Joseph, Lucas evangelista, Marcus evangelista,
Joannes apost. et evang, Hermas, ut ferunt Pastor, Philon Judaeus, Lucius
Anneus Seneca, Josephus Matthiae filius, Justus Tiberiensis, Clemens episcopus,
Ignatius episcopus., Polycarpus episcopus, Papias episcopus, Quadratus
episcopus, Aristides philosophus, Agrippa qui et Castor, Hegesippus historicus,
Justinus philosophus, Melito episcopus, Theophilus episcopus, Apollinaris
episcopus, Dionysius episcopus, Pinitus episcopus, Tatianus haeresiarches,
Philippus episcopus, Musanus, Modestus, Bardesanes haeresiarches, Victor
episcopus, Irenaeus episcopus, Panthaenus philosophus, Rhodon, Tatiani
discipulus, Clemens presbyter, Miltiades, Apollonius, Serapion episcopus,
Apollonius alius senador, Theophilus alius episcopus Baccillus episcopus, Polycrates
episcopus, Heraclitus episcopus, Maximus, Candidus, Appion, Sextus, Arabianus,
Judas, Tertullianus presbyter, Origenes, qui et Adamantius, presbyter, Ammonius
presbyter, Ambrosius diaconus, Tryphon Origenis discipulus, Minucius Felix,
Gaius, Berillus episcopus, Hippolytus episcopus, Alexander episcopus, Julianus
Africanus, Geminus presbyter, Theodorus, qui et Gregorius, episcopus, Cornelius
episcopus, Cyprianus episcopus, Pontius diaconus, Dionysius episcopus, Novatianus
haeresiarches, Malchion presbyter, Archelaus episcopus, Anatolius episcopus,
Victorinus episcopus, Pamphilus presbyter, Pierius presbyter, Lucianus
presbyter, Phileas episcopus, Arnobius rhetor, Firmianus rhetor, Eusebius
episcopus, Reticius episcopus Eduorum, Methodius episcopus, Juvencus presbyter,
Eustathius episcopus, Marcellus episcopus, Athanasius episcopus, Antonius
monachus, Basilius episcopus, Theodorus episcopus, Eusebius alius episcopus,
Triphilus episcopus, Donatus haeresiarches, Asterius philosophus, Lucifer
episcopus, Eusebius alius episcopus, Fortunatianus episcopus, Acacius
episcopus, Serapion episcopus, Hilarius episcopus, Victorinus rhetor
Petavionensis, Titus episcopus, Damasus episcopus, Apollinaris episcopus,
Gregorius episcopus, Pacianus episcopus, Photinus haeresiarches, Foebadius episcopus,
Didymus, Optatus episcopus, Acilius Severus, senador, Cyrillus episcopus,
Euzoius episcopus, Epiphanius episcopus, Ephrem diaconus, Basilius alter
episcopus, Gregorius alius episcopus, Lucius episcopus, Diodorus episcopus,
Eunomius haeresiarches, Priscillianus episcopus, Latronianus episcopus, Tiberianus
episcopus, Ambrosius episcopus Mediolan, Evagrius episcopus, Ambrosius Didymi
discipulus, Maximus ex philosopho episcopus, Gregorius alius episcopus, Joannes
presbyter, Gelasius episcopus, Theotimus episcopus, Dexter Paciani filius, nunc
praefectus praetorio, Amphilochius episcopus, Sophronius, Hieronymus.
[10] La primera parte, desde los orígenes
hasta el siglo III, comprende escritores cristianos ya recopilados por Eusebio.
[11] Por la inclusión de estos autores se
quejó Agustín (Epist., 40.9) y se han indignado autores modernos como von Sychowski (1894: 11).
[12] Crónica, a.
347: Eusebius Emisenus arrianae signifer factionis.
[13] De
institutione divinarum litterarum, 17, PL 70,
1134BC.
[14] in uno voluminis indiculo (Origenes
6.6).
[15] Cf. Pricoco (1979).
[16] Claudianus Viennensis
Ecclesiae presbyter…scripsit et alia nonnulla, inter quae et hymnum de passione
Domini, cujus principium est: Pange, lingua, gloriosi (cap. 83)
[17] Orosius presbyter... adversum querulos et
infamatores Christiani nominis qui dicunt defectum Romanae reipublicae Christi
doctrina invectum, libros septem (cap. 39)
[18] La primera es la Vita Antonii,
escrita en griego poco después de la muerte del monje por Atanasio de
Alejandría; su éxito fue tal que fue traducida a varias lenguas, entre ellas el
latín. Concretamente, esta Vita conoció dos versiones latinas: la más
conocida es la traducción de Evagrio de Antioquia, de carácter literario, que
debió de ser redactada, como más tarde, en el 375. Siguen, entre otras,
[19] Ahí están las Vita Martini de
Sulpicio Severo (año 397),
[20] Pachomius monachus, vir tam in docendo
quam in signa faciendo, apostolicae gratiae et fundator Aegypti coenobiorum,
scripsit Regulam utrique generi monachorum aptam, quam angelo dictante
perceperat (cap. 7)
[21] Theodorus presbyter, successor gratiae et
praepositurae supradicti abbatis Pachomii, scripsit ad alia monasteria
epistolas, sanctarum Scripturarum sermone digestas. In quibus tamen frequenter
meminit magistri et institutoris sui Pachomii, et doctrinae ejus ac vitae
proponit exempla (cap. 8)
[22] Vigilius diaconus composuit ex traditione
Patrum, Monachorum Regulam, quae in coenobio ad profectum fratrum in conventu
legitur, breviato et aperto sermone totius monasticae professionis in se tenentem
disciplinam (cap. 51)
[23]
Cassianus natione Scytha Constantinopoli a Joanne Magno episcopo diaconus
ordinatus, apud Massiliam presbyter condit duo monasteria, id est, virorum et
mulierum, quae usque hodie exstant. Scripsit, experientia magistrante, litterato
sermone, et ut apertius dicam, sensu verba inveniens, et actione linguam
movens, res omnium monachorum professioni necessarias (cap. 61)
[24] Petronius, Bononiensis Ecclesiae
episcopus, vir sanctae vitae et monachorum studiis ab adolescentia exercitatus,
scripsisse putatur Vitas Patrum monachorum Aegypti, quas velut speculum ac
normam professionis suae monachi amplectuntur. (cap. 41).
[25] Macarius
monachus ille Aegyptius, signis et virtutibus clarus (cap. 10)
[26] Ego Gennadius, Massiliae presbyter, scripsi adversus
omnes haereses libros octo, et Adversus Nestorium libros sex, et adversus
Eutychem libros sex; adversus Pelagium libros tres (ca`p. 100)
[27] Iacobus
Nisibenus seu Nisibita, urbis Nisibis episcopus, miraculis et eruditione
clarus, fuit unus ex numero confessorum sub persecutione Maximini, qui in
Nicaena synodo perversitatem Arii, homousii oppositione, damnarunt (cap. 1)
[28] Iulius,
urbis Romanae episcopus, scripsit ad Dionysium quemdam de incarnatione Domini
epistolam unam, quae illo quidem tempore utilis visa est (cap. 2)
[29] Faustinus
presbyter scripsit ad personam Flaccillae Reginae adversum Arianos et
Macedonianos libros septem (cap. 16)
[30] Asclepius
Afer, in Baiensi territorio vici non grandis episcopus, scripsit adversum
Arianos (cap. 73)
[31] Voconius,
Castellani Mauritaniae oppidi episcopus, scripsit adversus Ecclesiae inimicos
Judaeos et Arianos et alios haereticos (cap. 78)
[32] Cerealis
episcopus Castalensis in Africa, scripsit contra Maximinum seu Maximianum
librum de Fide (cap. 96).
[33] Theodorus Antiochenae
Ecclesiae presbyter, vir scientia cautus, et lingua disertus scripsit Adversum
Apollinaristas et Eunomianos de Incarnatione Domini libros quindecim (cap. 12)
[34] Hay una colección de homilías, cf. Bedjan (1903), que contiene obras de
tres autores diferentes llamados Isaac: Isaac de Amida, de principios del siglo
V; Isaac de Antioquía, monofisita; e Isaac de Edesa, seguidor de la doctrina
del Concilio de Calcedonia. Por la fecha, quizás Genadio se refiera al primero.
[35] Isaac
scripsit de sanctae Trinitatis tribus personis et incarnatione Domini librum
(cap. 26)
[36] Edidit…de Trinitate libros 15...; de Incarnatione quoque
Dei idoneam edidit pietatem. De Resurrectione etiam mortuorum simili cucurrit
sinceritate; licet minus capacibus dubitationem de abortivis fecerit (cap. 38).
[37] Nestorius, haeresiarches,... apertum se hostem
Ecclesiae, quem diu celarat, ostendens, scripsit librum quasi de Incarnatione
Domini, sexaginta et duobus divinae Scripturae testimoniis pravo sensu suo
constructum (cap. 43).
[38] Theodorus,
Ancyranus Galatiae episcopus, scripsit adversum Nestorium, adhuc Ephesi
positus, librum redargutionis et confutationis, dialectica quidem arte
ordinatum, sed auctoritate sacrarum Scripturarum detextum (cap. 55)
[39] Cyrillus,
Alexandrinae Ecclesiae episcopus,…;libri ejus sunt de Fide adversum haereticos;
et peculari intentione adversum Nestorium librum composuit (cap. 57).
[40] Isaac,
presbyter Antiochenae Ecclesiae, scripsit Syro sermone, longo tempore et multa;
praecipua tamen cura adversum Nestorianos et Eutychianos (cap. 66).
[41]
Mochimus, Mesopotamius presbyter, apud Antiochiam scripsit adversum Eutychen
egregium libellum (cap. 71).
[42] Cyrus,
natione Alexandrinus, arte medicus, ex philosopho monachus, vir dicendi
peritus, scripsit adversus Nestorium prius eleganter et fortiter (cap. 81)
[43]
Samuel, Edessenae Ecclesiae presbyter, multa adversus Ecclesiae inimicos Syro
sermone construere dicitur, praecipua tamen intentione contra Nestorianos et
Eutychianos et Timotheanos novellos (cap. 82)
[44] Theodoretus, Cyri civitatis episcopus dicitur scripsisse multa; ad meam
tamen notitiam ista sunt, quae venerunt: de Incarnatione Domini adversus
Eutychen presbyterum et Dioscorum Alexandriae episcopum (cap. 89).
[45] Gelasius,
urbis Romae episcopus, scripsit adversus Eutychen et Nestorium grande et
praeclarum volumen (94).
[46] Epistolae quoque papae Leonis adversus Eutychen, de vera Christi
incarnatione, ad diversos datae et ab ipso dictatae dicuntur (cap. 84)
[47] Timotheus, exstincto ab Alexandrinis Proterio episcopo, tumultuante adhuc
plebe aut voluit, aut passus est se ab uno episcopo in locum occisi episcopum
fieri (cap. 72).
[48] Helvidius
Auxentii discipulus, Symmachi imitator, scripsit quidem religionis studio, sed
non secundum scientiam, librum, neque sermone, neque vera ratione nitidum: in
cujus opere ita sanctarum Scripturarum sensum ad suam perversitatem flectere
conatus est, ut earum testimoniis asserere voluerit S. Mariam post nativitatem
Domini, quae virgo peperit, Joseph sponso suo junctam, et ex ejus consortio filios
suscepisse, qui fratres Domini appellati sunt .Cujus pravitatem Hieronymus
arguens libellum documentis Scripturarum sufficienter factum adversum eum
edidit (cap. 32)
[49] Vigilantius
presbyter…locutus est frivola, quae in catalogo haereticorum necessario ponuntur
(cap. 35).
[50] Pelagius
haeresiarcha, antequam proderetur haereticus, scripsit studiosis viris
necessarios tres de Fide Trinitatis libros: et pro actuali conversatione Eulogiarum
ex Divinis Scripturis librum unum, capitulorum indiciis, in modum S. Cypriani
martyris praesignatum. Post haereticus publicatus scripsit haeresi suae
faventia (cap. 42)
[51] Innocentius, urbis Romae episcopus, scripsit decretum
Occidentalium Ecclesiarum et Orientalium adversus Pelagianos datum, quod postea
successor ejus papa Zosimus latius promulgavit (cap. 43). A propósito de esta intervención de
Inocencio, pronunció san Agustín la famosa frase: Roma locuta, causa finita.
[52] Coelestius antequam Pelagianum dogma
incurreret imo adhuc adolescens, scripsit ad parentes suos de Monasterio
epistolas, in modum libellorum, tres, in omnibus Deum desiderantibus
necessarias (44)
[53] Julianus, episcopus Capuanus, vir acris
ingenii, in divinis Scripturis doctus, Graeca et Latina lingua scholasticus,
priusquam impietatem Pelagii in se aperiret, clarus in doctoribus Ecclesiae
fuit. Postea vero haeresim Pelagii defendere nisus, scripsit adversus
Augustinum impugnatorem illius libros quatuor et iterum libros septem (cap.
45).
[54] Leporius adhuc monachus, postea
presbyter…Pelagianum dogma coeperat sequi. Sed a Gallicanis doctoribus
admonitus, et in Africa per Augustinum a Deo emendatus, scripsit Emendationis
suae Libellum (cap. 59)
[55]
Severianus, Gabalensis Ecclesiae episcopus, in divinis Scripturis eruditus, et
in homiliis declamator admirabilis fuit (cap. 21).
[56] Victorinus rhetor Massiliensis, ad filii
sui Etherii personam commentatus est in Genesin, id est, a principio libri
usque ad obitum patriarchae Abrahae, tres diversos edidit libros, Christiano
quidem et pio sensu (cap. 60)
[57] Maximus, Taurinensis Ecclesiae episcopus,
vir in divinis Scripturis satis intentus, et ad docendum ex tempore plebem
sufficiens (cap. 40)
[58] Nicetas Romacianae civitatis episcopus,
composuit simplici et nitido sermone competentibus ad baptismum Instructionis
libellos sex (cap. 22)
[59] Paulus episcopus scripsit de poenitentia
libellum, in quo dat legem poenitentibus, ita debere dolere de peccatis, ne
supra mensuram tristitiae, immensitate desperationis mergantur (cap. 31)
[60] Eutropius presbyter scripsit ad duas
sorores, ancillas Christi, quae ob devotionem pudicitiae, et amorem religionis
exhaeredatae sunt a parentibus, epistolas duas, in modum librorum consolatorias
(cap. 49)
[61] Fastidius, Britannorum episcopus,
scripsit ad Fatalem quemdam de Vita Christiana librum unum, et alium de
Viduitate servanda, sana et Deo digna doctrina (cap. 56)
[62] Eucherius, Lugdunensis
Ecclesiae presbyter, scripsit ad Valerianum, propinquum suum, de Contemptu
mundi et saecularis philosophiae, epistolam unam (cap. 63)
[63] Cento de Christo virgilianis
versiculis (cap. 18)
[64] Tres libri, quorum primus signa et
virtudes veteris Testamenti resonat, reliqui gestorum Christi sacramenta vel
miracula intonant (cap. 20)
[65] Isidoro los llama Libelli heroico
metro (cap. 36)
[66] Isidoro cita el Hexameron, que es
la parte del libro primero del De laudibus dedicada a los días de la
creación (cap. 37)
[67] La triple inteligencia de la Biblia es, según los exegetas
cristianos, la histórica, la alegórica y la tropológica o figurativa.
[68] Cap. 6.
[69] Cap. 17.
[70] Cap. 21.
[71] Cap. 26.
[72] Cap. 28.
[73] Cap. 29.
[74] Tanto Teodoreto como Cirilo aparecían en
la obra de Genadio.
[75] Cap. 3.
[76] Isidoro (cap. 13) dice que De
fide sanctae Trinitatis cum Maximiano ammonitarum episcopo concertatus est,
respondens propositionibus eius, aludiendo así al coloquio que el rey
vándalo Unerico quiso que se celebrara en Febrero del 484 entre obispos
católicos y arrianos.
[77] Posiblemente se refiera al libellus
precum diatriba
descarada contra Osio de Córdoba y el papa Dámaso enviada a los emperadores
Valentiniano II, Teodosio y Arcadio, compuesta juntamente con otro luciferiano,
Faustino, en la que se nos describe un juicio público suscitado por Osio contra
Gregorio de Elvira, duro rival de Osio, y la victoria de Gregorio por una
intervención del cielo que hiere de muerte a Osio.
[78] De él cita Isidoro precisamente su Contra
Dioscorum haereticum liber (cap. 12)
[79] De Proterio (cap. 23) cita su Epistolae
ad Leonem de festiuitate Paschali;
y de Pascasino (cap. 24)
su Epistola Paschalis ad Leonem.
[80] Cap. 2.
[81] Hier., De vir. Ill. 18: Tertullianus quoque in
libro de Spe fidelium, et Victorinus Petabionensis, et Lactantius hac opinione
ducuntur. Aquí, y en el
capítulo 74 le llama Jerónimo Petabionensis, es decir, “de Petavio”;
pero el cap. 101 habla de otro Victorino, del que dice que africano y que
escribió libros contra Arrio; del Victorino del que habla Isidoro dice que
escribió contra los maniqueos y los marcionistas. Es posible que se trate del
mismo personaje, que sería de origen africano, y que luego fue obispo de Petavio.
[82] Victorinus, Petavionensis
episcopus, non aeque Latine ut Graece noverat. Unde opera ejus grandia
sensibus, viliora videntur compositione verborum. Sunt autem haec: Commentarii
in Genesim, in Exodum, in Leviticum, in Isaiam, in Ezechiel, in Abacuc, in
Ecclesiasten, in Cantica Canticorum, in Apocalypsim Joannis, adversum omnes
haereses, et multa alia. Ad extremum martyrio coronatus est.
[83] Duo opuscula versibus, unum aduersus
manichaeos; alium aduersus marcionista (cap. 10)
[84] De
él cita Isidoro (cap. 27) obras que se mueven dentro de esas polémicas
antiheréticas: así la polémica sobre la encarnación de Cristo, es decir, sobre
su naturaleza (liber de sancta Trinitate ad Felicem; liber de
incarnatione Domini)), o la
polémica antipelagiana sobre la predestinación ( Libri responsionum septem
Fausto Galliae episcopo, pelagiani paruitati consentienti;; Libri de veritate
praedistinationis); y un Liber regulae verae fidei .
[85] Cap.
7.
[86] Cap.
22.
[87] Cap.
32.
[88] Mille voluminum summa in graeco aduersus omnium haeriticorum errores
(cap. 4)
[89] Cap.
41.
[90] Cap.
1.
[91] Liber sub apologetici specie in quo detestanda Priscilliani dogmata
et maleficiorum eius artes libidinumque eius probra demonstrat (cap. 9)
[92] Liber responsionum ad quendam Rusticum (cap.
33)
[93] Decretale ad Eumerium tarraconensem episcopum, in quo, inter alias
ecclesiasticas disciplinas, constituit haereticorum baptisma nequaquam ab
ecclesia rescindendum; Epistola ad diversos episcopos, in qua condemnat
Iouiniamum haereticum (cap. 16)
[94] Scripsit ad sororem suam de laude virginitatis epistolam pulcro ac
diserto comptam eloquio, composuitque et aliud opus de interpetatione vestium
sacerdotalium (cap. 6)
[95] Itacius pruinciae Galaleciae
episcopus, sequutus chronicam Eusebii caesariensis episcopi (cap. 11)
[96] De él recuerda precisamente su papel en
la conversión de los suevos: in Gallaeciam venit ibique conuersis ab ariana
impietate ad fidem catholicam sueuorum populis...(cap. 45)
[97] El propio Isidoro dice que fue ex
quatuor fratribus episcopis (cap. 43)
[98] scripsit librum responsionum ad quemdam Rusticum (cap. 43)
[99] edidit libellum expositonis in Cantica canticorum (cap. 44)
[100] cap.57
[101] cuius multas epistola legimus
(cap. 60)
[102] cap. 61; de él cita una obra Vicente de
Zaragoza, que se había convertido al arrianismo, y un tratado sobre la
virginidad.
[103] Scripsit regulam ipsi monasterio
(Biclaro) profuturam. Addidit in libro Chronicorum...(cap.
63)
[104] scripsit ad Papam Lucinianum…et ad Petrum episcopum (cap.64)
[105] De él cita multa versu prosaque
(cap. 65)
[106] plus ejemplo vivendi quam calamo
scribentis (cap. 5);
[107] plus illi intentio in defensione veritatis quam in scribendi
exercitio mansit (cap. 10).
[108] plus verbis intendens docere quam
scriptis (cap. 11).