Talia dixit 1 (2006), 29-55

ISSN-1886-9440

Eustaquio Sánchez Salor

(Universidad de Extremadura)

 

 

El género de los de viris illustribus de Jerónimo a Ildefonso de Toledo: su finalidad.

 

 

Abstract: From Jerome to Ildephonse, the purpose and intention of the biographies about illustrious men have changed according to the interests of the respective moments in which these biographies are written: in de fourth century, when the contrast between the Christian culture and the pagan culture is ardent, Jerome insists chiefly on writers; he lets the literary criterion prevail. In the fifth century, when monastic life flourishes and heresies centring the christologic problems arise, Gennadius insists particularly on monks who write monastic texts and authors of heresiological writings. In the beginning of the seventh century, when, on the one hand, the memory of Arianism is still vivid in Visigothic Hispania and, on the other hand, the consciousness of an Hispania that is important for the concordance of the Roman and Latin Western world, already emerges, Isidore still insists on authors of heresiological writings, but he already adds the theme of the bishops and authors of Visigothic Spain. And in the middle of the seventh century, finally, when the power of the Visigothic monarchy in Spain has been consolidated, with seat in Toledo, Ildephonse is only interested in the bishops with seat in Spain and especially in Toledo.

Keywords: De viris illustribus, Jerome, Ildephonse of Toledo.

 

 

 

Sabido es que en el mundo clásico la historia terminó por tener sobre todo una finalidad pragmática desde que Tucídides escribió su obra sobre la guerra del Peloponeso con la finalidad de mostrar a los griegos las enseñanzas que el pasado de los hombres puede dar a los que vengan después; desde entonces la historia se convierte en una forma de enseñanza, sobre todo para los políticos, idea que recogió Cicerón en su conocida sentencia: historia est magistra vitae. En el mundo cristiano la obra historiográfica tiene también una finalidad pragmática, pero no en el sentido profano de maestra de políticos y maestra de los hombres en general; no pretende enseñar a los hombres a comportarse en función de lo que sucedió en el pasado; su finalidad pragmática se explica desde una perspectiva cristiana: la historia se convierte en un medio para edificar y enseñar a los fieles con el ejemplo de los santos; en un medio para ensalzar a los propios héroes; en un medio para dar testimonio de la acción de Dios en el mundo, ya que es Dios el que, en su providencia, dirige los caminos de la historia; en un medio, también, para defender las ideas cristianas: en efecto, la historia, con frecuencia, aparte de historia, se convierte también en apología de la doctrina cristiana. Edificación, testimonio, apología son las finalidades pragmáticas de la obra historiográfica cristiana.

En las letras cristianas de los primeros siglos juega un papel fundamental la apología. Los cristianos tienen que defenderse contra las acusaciones que lanzan contra ellos los paganos[1]. La apología ocupa el espacio no sólo de las obras específicamente apologéticas, como pueden ser las de Tertuliano, Arnobio Lactancio y otros, sino que invade el terreno de otros géneros literarios cristianos; entre ellos, el terreno de la historiografía. Eran tres las acusaciones fundamentales que se hacían al cristianismo por parte de filósofos paganos, como Celso o Porfirio:

 

-Que, entre los seguidores de Cristo, hay un momento en que son tantas las sectas y grupos heréticos que hay, que es difícil saber cuál de ellos es el continuador auténtico de la doctrina.

-Que el cristianismo es el culpable de los males del imperio.

-Que la doctrina cristiana era reciente y que no podía por tanto pretender compararse con la antiquísima religión romana, cuyos dioses se pierden en el tiempo, ni compararse tampoco con la sabiduría de los paganos.

 

Pues bien, contra cada una de estas acusaciones responden distintos subgéneros historiográficos cristianos; los autores cristianos responden, en efecto, a estas acusaciones en diferentes obras historiográficas:

 

-A la acusación de que entre los cristianos hay tantas sectas y grupos que se hace difícil saber cuál es el verdadero continuador del creador de la doctrina responde otro subgénero historiográfico cristiano: las Historias Eclesiásticas. Efectivamente, en principio las Historias eclesiásticas no son nada más que una relación continuada, con la reseña de sus hechos más importantes, de los obispos que sucedieron a Pedro en las sedes más importantes: Roma, Alejandría, Antioquía, Atenas, Laodicea, Cesarea de Palestina y Jerusalén. De esta forma se trata de demostrar la continuidad entre Pedro y los obispos de esas sedes. Ellos son los auténticos continuadores de la doctrina que impartió Cristo en Palestina.

-Contra la acusación de que el cristianismo es el culpable de los males del imperio también aparece un género historiográfico. A esa acusación responde, en parte, La ciudad de Dios de Agustín y responde, sobre todo, ya que esta es la finalidad primera de su obra, Orosio en sus Historias contra los paganos. La obsesión de Orosio en esta obra es, en efecto, demostrar que los tiempos anteriores a Cristo fueron peores que los tempora christiana. Podrían aducirse multitud de textos en los que esto es evidente.

-Contra la acusación de que el cristianismo es una doctrina reciente, los cristianos tratan de demostrar que no es así: que su doctrina es tan antigua y de tanta entidad histórica como cualquiera otra religión respetada de la antigüedad. Para ello, es necesario demostrar la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; efectivamente si se demuestra que existe esa continuidad, se demuestra que la doctrina cristiana tiene tanta solera o más que la religión romana oficial, ya que los hechos y personajes del Antiguo Testamento se remontan a los tiempos de otros pueblos importantes de la antigüedad. Si se demuestra que Moisés, Abrahán y demás padres del Antiguo Testamento tienen la misma entidad como héroes antiguos que la que tienen los míticos reyes de Babilonia o Egipto, quedará demostrada la antigüedad y solera de la nueva doctrina. Pues bien, esta es la finalidad fundamental del subgénero historiográfico cristiano que conocemos como Crónica; esto es, en efecto, lo que se pretende fundamentalmente en los Chronica de Eusebio y de Jerónimo: de ahí el remontarse a los padres del Antiguo Testamento; de ahí el constante recurso a isocronismos entre esos padres y los reyes de los asirios, babilonios, egipcios, etc., ya que, al dejar sentado ese isocronismo y dando por supuesto que los reyes de Babilonia o Egipto tienen entidad histórica, queda también sentada la entidad histórica de los padres del Antiguo Testamento. En los Chronica parece clara, pues, esta finalidad apologética contra la acusación de que el cristianismo era una doctrina reciente y sin entidad histórica.

Una variante de esta acusación es aquella en virtud de la cual los detractores cristianos dicen que el cristianismo es una religión de indoctos e ignorantes.

 

Pero la historiografía cristiana tiene, aparte de finalidad apologética, otras finalidades. Suele estar también en relación con los ideales de vida cristianos de cada momento: en la época primitiva, el ideal es el mártir, y es el momento en que la historiografía cristiana produce sobre todo relatos de martirios; en el siglo IV el ideal es la vida monástica, y la historiografía cristiana produce vidas de monjes y ascetas; y a partir del siglo V, el ideal de vida es el obispo o pastor, y la historiografía cristiana produce vidas de obispos.

 

Vamos a analizar en este trabajo la finalidad de los primeros tratados De viris illustribus para comprobar cuál es su finalidad: Analizamos, a este respecto, los tratados de Jerónimo, Genadio, Isidoro de Sevilla e Ildefonso de Toledo.

 

Pues bien, da toda la impresión de que, en un primer momento, la finalidad y orientación de estos tratados corren paralelas con los intereses historiográficos de los cristianos en el momento en que se escribe el tratado: en la segunda mitad del siglo IV, cuando se mantiene todavía el debate entre paganismo y cristianismo, prima la orientación apologética, como sucede en el tratado de Jerónimo. En el siglo V, cuando ya no existe el citado debate entre paganismo y cristianismo, sino que el debate es más bien interno entre las diferentes corrientes de pensamiento dentro de la Iglesia, y cuando se produce un auge de formas de vida monástica, la orientación de los De viris illustribus va más bien hacia personajes que se han distinguido en su enfrentamiento intelectual contra las herejías y hacia personajes que han llevado vida monástica; es lo que sucede con Genadio; Isidoro seguirá a este respecto más bien la línea de Genadio que la de Jerónimo. Y cuando en la España del siglo VII, ya no hay debate entre paganos y cristianos, cuando ya se ha consolidado y jerarquizado la vida de la Iglesia, y cuando el ideal es la nueva nación que tiene sus cimientos en las sedes episcopales más importantes de la península ibérica, el De viris illustribus de Ildefonso de Toledo se limita prácticamente a los obispos más importantes de sedes hispanas, sobre todo de Toledo, de la España de finales del VI y del VII.

 

La orientación, pues, de los De viris illustribus corre paralela a las preocupaciones historiográfica de cada momento.

 

Jerónimo.

 

Escribe su De viris illustribus en el 392. Es la época, segunda mitad del siglo IV, en la que está muy vivo el debate entre cultura profana y cultura cristiana; ambas luchan por imponerse; en ese ambiente la obra de Jerónimo tiene como finalidad fundamental la apologética. Que la finalidad del De viris illustribus de Jerónimo es apologética en el sentido de que trata de mostrar, en contra de los detractores paganos, que el cristianismo no es una religión de indoctos e ignorantes, sino que tiene también sus filósofos, sus escritores elocuentes y sus doctores, lo deja claro el propio Jerónimo en el prólogo del mismo:

 

Que sepan, pues, Celso, Porfirio y Juliano, perros rabiosos contra Cristo, que sepan también sus seguidores que piensan que la Iglesia no ha tenido filósofos ni hombres elocuentes ni doctores, cuántos y cuáles hombres la fundaron, la construyeron y la adornaron, y dejen de acusar a nuestra doctrina de ser sólo rústica simpleza y reconozcan más bien su propia ignorancia[2]

 

La acusación de rústica simpleza era una acusación que se hacía a los cristianos desde los primeros momentos, y se hacía sobre todo a las Escrituras[3]. Contra esa acusación los cristianos se habían defendido en un primer momento diciendo que su doctrina no necesitaba elocuencia[4]; el propio Jerónimo había defendido en alguna ocasión esa idea[5]. Pero en el De viris illustribus, como acabamos de comprobar, utiliza las mismas armas que el enemigo y defiende la alta y secular dignidad sapiencial y formal de las letras cristianas y proclama su legitimidad para competir con las profanas.

Pricoco[6] ha señalado que son dos las razones de este cambio ante la acusación; son razones que están en relación con los cambios pendulares que se producen en la segunda mitad del siglo IV en la relación Iglesia-Estado: una es la orgullosa conciencia de victoria que invade a los cristianos a finales del siglo IV – el De viris illustribus de Jerónimo es escrito en el 392 – como consecuencia de las leyes teodosianas contra los paganos. Otra es el deseo de autoafirmación cristiana ante la reacción pagana de la aristocracia romana de esta misma segunda mitad del siglo IV: el año en que es compuesto el De viris illustribus de Jerónimo es el año en que el rebelde Arbogasto proclama emperador de occidente a Eugenio, un “cristiano paganizante” en palabras de Mazzarino; Eugenio retoma la acción anticristiana de Juliano, hasta el punto de que Teodosio, el emperador de Oriente, interviene contra él; pero buena parte de la aristocracia romana apoya a Eugenio en su intento de restaurar y hacer florecer las viejas costumbres y cultura profanas; en ese ambiente se producen intentos de autoafirmación critiana: son muchos los escritores cristianos, desde Ambrosio hasta Orosio pasando por poemas aislados[7], los que dan respuesta a esta contraofensiva ideológica y cultural de los paganos; a ese ambiente se suma Jerónimo celebrando los letras cristianas en su De viris illustribus.

Se trata, pues, de una defensa de las letras cristianas contra la acusación de ignorancia por parte de la filosofía pagana del siglo IV. De hecho la preocupación de Jerónimo, como ha demostrado Pricoco[8], es literaria más que doctrinal; se preocupa más de hablar de autores que se distinguen por sus escritos que de autores que se distingan por su doctrina teológica, o contraherética, o de otro tipo[9]. Sigue, en efecto, un criterio literario en detrimento de consideraciones doctrinales. Éstas, las consideraciones doctrinales, están ausentes de la segunda parte del tratado, la cual es original de Jerónimo y no está tomada de la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea[10]. Incluso en esta segunda parte Jerónimo no duda en insertar autores hebreos (Filón, Flavio Josefo y Justo Tiberiense), paganos (Séneca), e incluso heréticos (Novaciano, Asterio, Lucio, Fotito, Eunomio, Prisciliano, Latroniano y Tiberiano)[11]. No le importa, pues, lo doctrinal; sólo le importa lo literario.

Ocurre incluso que, a pesar de recoger personajes que desempeñaron un papel importante en las disputas heréticas, y concretamente en la controversia arriana, papel que sin duda conocía Jerónimo sobradamente, éste no dice nada de la intervención del personaje en esas disputas; clamoroso es a este respecto el caso de los padres Capadocios (capítulos 116, 117, 118), cuya intervención en la solución de la cuestión arriana conocía bien Jerónimo y, sin embargo, no dice ni una palabra de ella; o el caso de Apolinar de Laodicea (capítulo 104), que es recordado sólo como cultivador de estudios gramaticales y exegéticos, mientras que no se dice nada de su ardiente participación en la controversia trinitaria, participación que Jerónimo conocía porque escuchó sus lecciones en Antioquía entre el 377 y el 379; y lo mismo sucede con Gregorio de Elvira (cap. 105), apasionado defensor de la doctrina de Nicea y, sin embargo, no se dice nada de ello. Y de la misma manera que no exalta la doctrina de los escritores ortodoxos, tampoco dice nada de la doctrina de los heterodoxos, aunque hable de ellos: nada dice de los errores de Acacio (capítulo 98), aunque en la Crónica el mismo Jerónimo le presenta varias veces como obispo arriano; ni de los errores de Eusebio de Emesa (capítulo 91), al que presenta en la Crónica como portaestandarte de la facción arriana[12]; nada de la acción antiatanasiana de Teodoro de Heraclea (capítulo 90). Si alguna vez da noticias de carácter doctrinal, se trata de noticias que juegan papel significativo en la biografía del autor reseñado y no de noticias que sirvan para ilustrar su pensamiento. Tal sucede en el caso de Atanasio (capítulo 125) y de Hilario de Poitiers (capítulo 100); del primero se recoge su victoria frente a las insidias arrianas – lo cual es un detalle biográfico más que doctrinal -, y no se dice nada de su infatigable intervención en la polémica doctrina; del segundo sólo dice, desde el punto de vista de cuestiones de doctrina, que es el autor de los Duodecim aduersus Arrianos libros.

Así pues, en el De viris illustribus de Jerónimo prima la orientación de apología de los autores cristianos como autores literarios, independientemente de su posición doctrinal. Se trata de demostrar, en contra de la acusación de que los cristianos no tienen hombres elocuentes, de si hay entre ellos autores dignos de ser objeto de reseña historiográfica.

 

 

Genadio

 

Genadio de Marsella escribe su De viris illustribus en el año 480, es decir, casi cien años después de que Jerónimo escribiera su tratado. Siguiendo un principio de la historiografía tardo-antigua y medieval, Genadio compone su catálogo de escritores cristianos como una continuación del de Jerónimo. De hecho, las dos obras circularon siempre juntas y han sido juzgadas siempre como unidas: las cita juntas Casiodoro[13]; Isidoro las lee en un solo volumen[14]; y en la tradición manuscrita han sido transmitidas juntas.

Pero, a pesar de ello, la orientación de la obra de Genadio es muy diferente de la de Jerónimo[15]; Genadio no puede ya compartir el propósito polémico y apologético de Jerónimo, porque a finales ya del siglo V, si bien el paganismo resiste, el mismo ha quedado reducido a círculos rurales; Genadio no tenía, pues, ya la necesidad de defender las letras cristianas, ya que éstas no se encontraban asediadas por detractores paganos, como sí ocurría a finales del siglo IV. De los cien capítulos de la obra y consiguientemente de los cien autores cristianos biografiados, sólo de unos cuantos se puede decir que están ahí en su condición de escritores: los poetas Prudencio (cap. 13), Paulino de Nola (cap. 48), Salviano de Marsella (cap. 67), Claudiano, al que atribuye el himno Pange lingua[16], y Pedro de Edesa del que dice que escribió salmos en verso (cap. 74); y quizás algunos historiadores, como Sulpicio Severo, del que cita la Vida de San Martín (cap. 19), Orosio, del que destaca incluso su posición de autor opuesto a los historiadores paganos[17] y cuya obra Genadio conoce porque da detalles claros de su contenido, Próspero de Aquitania, del que cita su Crónica (cap. 84) y algún otro autor de vida de santos.

Pero su interés va por otros caminos. Cuando escribe Genadio su De viris illustribus la orientación de la historiografía cristiana ha cambiado en relación con la de los siglos anteriores: en primer lugar, hay que decir, a este respecto, que desde finales del siglo IV y durante todo el siglo V han gozado de éxito extraordinario las vidas de santos, sobre todo las de monjes del desierto que se distinguen por la exaltación del ascetismo y por la acumulación de hechos milagrosos. En efecto, en la segunda mitad del siglo IV había cambiado el ideal de vida cristiana y este cambio de ideal de vida repercutió también en la hagiografía: se dejan de componer relatos de pasiones, tal como se habían compuesto en los primeros siglos, y comienza a aparecer una nueva literatura, de inspiración biográfica y hagiográfica, que se presenta bajo las formas más diversas: vidas de monjes[18], relatos de viajes que evocan el mundo monástico con pinceladas breves y pintorescas de los padres del desierto, a veces en forma de dichos o sentencias, a modo de apophthegmata (dicta seniorum). Todo ello influyó en un extraordinario éxito del monacato, en sus formas más variadas, a lo largo de todo el siglo V.

En segundo lugar, en el siglo V la comunidad cristiana está muy lejos de ser compacta: la oposición entre ortodoxos y heréticos es algo real y preocupante. Ello influye también en el ideal de vida cristiana y en los modelos historiográficos: el ideal empieza a ser el obispo pastor que lleva a sus fieles por el buen camino de la fe; de ahí que empiecen a aparecer vidas de obispos y de pastores de la Iglesia[19], en los cuales se destaca con frecuencia su ortodoxia en la doctrina y la defensa de la misma contra las herejías: si en las vidas de ascetas y monjes se insistía en la lucha del santo con los demonios, en las de obispos y pastores, como la de Agustín o Ambrosio, se insiste en los discursos doctrinales y en las disputas con gentiles y herejes.

Y, en tercer lugar, preocupación fundamental de las Iglesias es la vida del cristiano: el acceso a los sacramentos, la comprensión de los textos sagrados, la liturgia y demás elementos que puedan intervenir en la vida ordinaria del cristiano.

Este ambiente historiográfico cristiano del siglo V es el que determina la nueva orientación del De viris illustribus de Genadio. Hemos dicho que ese ambiente está dominado por el monacato, por la ortodoxia de la doctrina defendida por obispos, y por la participación de los fieles en la Iglesia. Pues bien, el De viris illustribus de Genadio se distingue por estas notas fundamentales: en primer lugar, el tratamiento del tema monástico; en segundo lugar, el interés heresiológico; y en tercer lugar, la vida del cristiano.

 

Tema monástico. Jerónimo ignoraba casi totalmente la literatura monástica; ello quizás extrañe, porque el propio Jerónimo fue autor, como ya hemos dicho, de tres vidas de monjes. Pero, si tenemos en cuenta que cuando escribe su De viris illustribus en el 392 todavía no se ha extendido el interés por la nueva forma de vida nacida en Oriente y no hay realmente todavía escritos monásticos, no es extraño que Jerónimo no se ocupe de ello.

Genadio, sin embargo, que escribe a finales el siglo V, cuando el éxito del monacato ha sido ya muy grande, trata con extensión el tema monástico, tanto el griego como el latino. De Pacomio, uno de los padres del desierto oriental, destaca que fue hombre ilustre por su doctrina y por sus hechos milagrosos[20]; del discípulo de Pacomio, Teodoro, dice que escribió cartas exhortando a seguir la vía del maestro Pacomio[21]; y así sigue con otros monjes orientales: Oresiesis, discípulos de Pacomio y de Teodoro (cap. 9), Macario, monje de Egipto (cap. 10).

Insiste tanto en la doctrina, como en los hechos milagrosos de los santos. En lo que se refiere a la doctrina, encontramos en la colección de Genadio un buen número de escritores de temas monásticos: ahí están Evagrio (cap. 11), Rufino de Aquilea, del que destaca su labor de traductor y continuador de Eusebio de Cesarea (cap. 17); Vigilio, autor de una regla monástica[22]; Juan Casiano[23]; en su afán por recoger autores de escritos monásticos, Genadio cae incluso en atribuciones erróneas: así atribuye a Petronio, obispo de Bolonia del 431 al 450, unas Vitae patrum monachorum Aegyptii[24] que no son de este autor. En lo que se refiere a hechos milagrosos, en Genadio los ascetas, tanto los orientales como los occidentales, son celebrados por el privilegio apostólico de hacer milagros; él introduce en su tratado el tipo del monje taumaturgo: ya hemos visto que de Pacomio dice que destacó no sólo por su doctrina, sino también por sus hechos milagrosos; de Macario dice que fue famoso por sus milagros y virtudes[25]. En ello ha influido sin duda la orientación que la hagiografía cristiana ha dado a las vidas de santos desde finales del siglo IV: hay muchas vidas de son santos que son realmente un largo relato de hechos milagrosos y maravillosos.

 

Interés heresiológico. En el tratado de Genadio la doctrina y la herejía se convierten, de manera preferente, en el hilo conductor de la obra y en criterio importante para agrupar biografías. De hecho sabemos que es autor de obras de contenido teológico y heresiológico; en el último capítulo del De viris, que durante mucho tiempo fue considerado como auténtico de Genadio, pero que debió de ser escrito después de su muerte, aunque en época y ambiente muy cercano a él, se le atribuye una producción heresiológica importante: una obra en ocho libros “Contra todas la herejías”, otra “Contra Nestorio” en cinco, seis libros “Contra Eutiches”, y tres “Contra Pelagio”[26]. No es extraño, pues, su interés por la doctrina y las herejías en el De viris.

Y el tema heresiológico más repetido es el más actual de la época: es el tema de la encarnación de Cristo y su doble naturaleza, la divina y la humana.

Las disputas venían desde el siglo IV. La doctrina que terminó por vencer, en resumen, es la siguiente: Jesucristo es, como persona, Dios, pero tiene una doble naturaleza: la divina y la humana; esas dos naturalezas, la divina y la humana, se unen en la persona de Cristo; el procedimiento físico es la concepción de María por obra de Dios. En lo que se refiere a la doble naturaleza de Cristo, divina y humana, en una sola persona, divina, el misterio tuvo sus detractores herejes ya en los primeros siglos. La oposición marchó por dos vías: la de negar la divinidad de Cristo, y la de negar la humanidad de Cristo. La primera, negar la divinidad de Cristo, vino, en aquellos primeros siglos, de parte del arrianismo. Contra esta herejía, el Concilio de Nicea (325) definió el dogma de la Divinidad de Cristo. La segunda, negar la humanidad de Cristo, es la posición de los gnósticos, los cuales enseñaban que la materia era por su propia naturaleza mala y que, por tanto, Cristo como Dios no ha tenido un cuerpo material, y su cuerpo era sólo aparente; contra todas las diferentes formas de esta herejía que niegan que Cristo sea verdadero hombre los padres de la Iglesia esgrimen diversos testimonios de los evangelios.

En lo que se refiere a las discusiones sobre la unión de las dos naturalezas en una sola persona, éstas enfrentaron durante el siglo V a dos escuelas rivales, la de Antioquía y la de Alejandría. Nestorio, representante de la primera escuela, defendía que en Cristo había una sola persona y también una sola naturaleza o que, si había dos naturalezas, había también dos personas. El Concilio de Éfeso (431), que se reunió para refutar la herejía de Nestorio, sancionó que en la persona de Cristo había dos naturalezas, la divina y la humana, y que por tanto María era madre de Cristo Dios y de Cristo hombre. Este Concilio estuvo dirigido por San Cirilo, quien ciertamente supo navegar con cierta ambigüedad entre dos aguas en la polémica.

Pero la cuestión no quedó zanjada y, tras Éfeso, el propio obispo de Alejandría, Dióscoro, sucesor de Cirilo, apoyándose precisamente en escritos de Cirilo, de quien acabamos de decir que no fue muy claro al respecto, se convierte en el portavoz de los que seguían defendiendo una única naturaleza en Cristo, la divina; junto a él se alinean los monofisitas, es decir, todos los defensores de una sola naturaleza en Cristo, entre los que destaca el monje Eutiches. Frente a ellos, los defensores de la ortodoxia, es decir los defensores de que en Cristo hay dos naturalezas: Teodoreto de Ciro, Eusebio de Dorilea, Domno, e Ibas de Edesa; al frente de todos ellos, el patriarca de Antioquía, Flaviano. Interviene el papa León Magno con una Epístola dogmática en la que deja sentado que en Cristo hay una sola persona y dos naturalezas. Los monofisitas Dióscoro y Eutiches, apoyados por el emperador Teodosio II, no aceptan la doctrina del papa y se rebelan claramente en un sínodo celebrado en Éfeso en el 449, que ha pasado a la historia de la Iglesia como el latrocinio de Éfeso; en este sínodo deponen al patriarca de Constantinopla, Flaviano, a Eusebio de Dorilea, a Domno de Antioquia, a Ibas de Hedeos y a Teodoreto de Ciro. Pero en el 450 muere Teodosio II y le sucede su hermana Pulqueria, que simpatizaba con los depuestos y que se casó además con el general Marciano, hombre pacifista; todos los obispos depuestos son devueltos a sus sedes; y el papa León, a instancias de los nuevos emperadores, convoca el Concilio de Calcedonia, que se celebra en el 451. En el mismo son condenados Dióscoro y sus seguidores y es sancionada la doctrina que León Magno había recogido en la Epístola dogmática.

Pues bien, buena parte de los escritores recogidos por Genadio se mueve en medio de estas discusiones. El inicio de las mismas está en la doctrina del arrianismo, que negaba la divinidad de Cristo. Pues bien, encontramos autores que escribieron contra los arrianos; ya en los dos primeros capítulos tenemos a dos de ellos: Santiago de Nísibe, del que dice que fue de los confesores que en el Concilio de Nicea se opusieron a doctrina arriana de que en Cristo hay una sola naturaleza[27], y Julio, obispo de Roma, del que cita una carta a Dionisio, en la que defendía, en Cristo, una sola persona y dos naturalezas, recordando el propio Genadio que era este un tema de mucha actualidad[28]; en este grupo hay que incluir a Faustino, que escribió libros contra los arrianos[29], Asclepio[30] y Voconio[31], de los que dice que escribieron contra los arrianos; también Cereal[32], obispo africano que escribió un libellus contra Maximinum arrianum, en el que se resuelven varias de las cuestiones planteadas por los arrianos; a este último lo encontraremos también en el De viris illustribus de Isidoro, el cual, en lo que al tema heresiológico se refiere, es un fiel continuador de Genadio.

Tras la condena del arrianismo en Nicea, la discusión cristológica se centró en torno a las dos naturalezas de Cristo. Y en esta discusión, hay, como ya hemos dicho, dos grupos: la posición ortodoxa, que defiende dos naturalezas, la divina y la humana, y la posición monofisita, que defiende una sola naturaleza, la divina. Los líderes de la posición monofisita son Nestorio, Eutiches y sus seguidores; los de la posición ortodoxa, son Cirilo y sus seguidores. Pues, una buena cantidad de los autores citados por Genadio son citados precisamente por haber escrito obras que se mueven en este debate. Así Teodoro, presbítero de Antioquía del que cita quince libros sobre la encarnación de Cristo escritos con los apolinaristas, seguidores de Apolinar el Joven, que es uno de los primeros monofisitas[33]. Isaac[34], que escribió sobre la Trinidad y sobre la encarnación, tema en el que, dice Genadio, defiende las dos naturalezas de Cristo en una sola persona[35]. De San Agustín cita precisamente sus tratados sobre la Trinidad y sobre la encarnación[36].

Una vez condenado Apolinar en el Concilio de Constantinopla del 381, las discusiones cristológicas no acabaron. La bandera de la herejía es tomada ahora por Nestorio, quien defiende dos naturalezas en Cristo, pero también dos personas, y que la virgen María sólo es madre de la naturaleza y de la persona humanas; María no es, pues, madre de Dios. Pues bien, al propio Nestorio, el más destacado en la polémica sobre la encarnación y la maternidad de María, dedica Genadio un capítulo[37]; y en conexión con Nestorio, le siguen, en los capítulos siguientes, Teodoro, del que dice que escribió contra Nestorio, pero sin apoyarse, como debía en las Escrituras[38]; Cirilo de Alejandría, el que presidió el Concilio de Éfeso, reunido precisamente contra Nestorio[39]; Isaac de Antioquía[40]; Mochimo, quien escribió contra Eutiches, el continuador de Nestorio[41]; Ciro de Alejandría[42]; Samuel de Edesa[43]; Teodoreto de Ciro, acérrimo defensor de las dos naturalezas de Cristo en las discusiones que precedieron y que se dieron en el Concilio de Calcedonia[44]; el papa Gelasio[45]; de Próspero de Aquitania ya dijimos más arriba que cita su Crónica, pero también unas cartas dirigidas al papa León contra Eutiches y los monofisitas[46].

Pero no sólo están los escritores ortodoxos. También los heretodoxos. Ya hemos visto que la lista de estos comienza precisamente con Nestorio. Tras el Concilio de Calcedonia, en el que se condena a los monofisitas, el heterodoxo Dióscoro es sustituido en Alejandría por Proterio; pero este, a su vez, es hecho desaparecer por parte de los seguidores de Dióscoro y en su lugar es colocado Timoteo; pues bien, a este Timoteo dedica un capítulo Genadio, recordando su condición de impostor[47] . Ahí está también Helvidio, contra el que arremete no sólo por el contenido de su obra, sino también por su estilo[48]; Vigilancio, presbítero de finales del siglo IV que criticaba el culto a los mártires, el celibato eclesiástico y otras prácticas cristianas, del que dice Genadio que escribió frivolidades y que es necesario tenerle entre los herejes[49].

 

Aparte de la cuestión cristológica, a cuyos protagonistas dedica Genadio, como acabamos de ver, un buen número de capítulos, hay otra herejía en torno a la cual giran otros personajes del historiador cristiano. Se trata del pelagianismo, doctrina que surge en Occidente a comienzos del siglo V y que negaba el pecado original y afirmaba la suficiencia del hombre para la salvación. Como hace en el caso del monofisismo, tema en el que dedica un capítulo a Nestorio, también en el caso del pelagianismo dedica un capítulo a Pelagio, del que cita obras anteriores a su conversión en hereje, pero sin olvidar que, una vez convertido en hereje, escribió a favor de sus ideas heréticas[50]. E inmediatamente después de hablar de Pelagio, habla del papa Inocencio, el papa que, en esta polémica, confirmó lo acordado en los Concilios de Cartago y de Mileve del año 416, en los cuales se había condenado a Pelagio y a sus seguidor Celestio, y que con su intervención dejó claros los derechos del primado de Roma[51]. Y sigue con Celestio, el citado portavoz principal de las ideas del movimiento pelagiano después de la caída de Roma en el 410 y, aunque de él recuerda lo que escribió antes de alinearse con el movimiento pelagiano, sólo se explica su inclusión aquí por ser impulsor del movimiento[52]; y con Juliano de Eclana, cuya inclusión responde al mismo motivo[53]; y un poco más adelante Leporio, seguidor en un primer momento de Pelagio y luego arrepentido[54].

Así pues, el tema heresiológico ocupa lugar preferente en la obra de Genadio.

 

Doctrina cristiana. Aparte de autores conectados con el monacato y con la herejía, encontramos por fin también autores que han escrito algo relativo a la ordenación de la vida cristiana: autores de sermones u homilías; autores de comentarios bíblicos, destinados a la enseñanza de la Biblia; autores de tratados sobre diversos aspectos de la vida cristiana. Así Severiano, erudito en las Sagradas Escrituras y buen declamador de homilías[55]; Victorino, rétor de Marsella, que hizo un comentario del Génesis con sentido cristiano y piadoso[56]; Máximo, obispo de Turín de la segunda mitad del siglo IV, autor de sermones[57]; Nicetas, obispo de Remesiana y autor de una Instructio ad competentes, es decir a los aspirantes al bautismo[58]; Paulo, autor de un libro sobre la penitencia[59]; Eutropio, del que cita dos cartas consolatorias a dos hermanas[60]; Fastidio, autor de un De vita christiana[61]; Eucherio, autor de una carta sobre el desprecio al mundo[62].

 

 

Así pues, la orientación del De viris illustribus de Genadio es diferente de la orientación del jeronimiano. En el caso de Jerónimo predominaba la orientación apologética y literaria, porque había que defender las letras cristianas, como tales letras, y en el de Genadio predomina la orientación monástica, pastoral y, sobre todo, heresiológica porque son las preocupaciones del ambiente cristiano en general y del historiográfico cristiano en particular de la época.

 

 

 

Isidoro de Sevilla

 

Escribe su De viris illustribus entre el 615 y el 618. Han pasado, pues, más de cien años desde que Genadio escribiera su tratado. De la misma forma que en el caso de Genadio y a diferencia de Jerónimo, la defensa de la literatura cristiana como tal no ocupa lugar destacado; es cierto que, de la misma forma que Genadio, también Isidoro incluye en su obra poetas épicos cristianos como Proba, con su centón sobre Cristo[63]; Sedulio, poeta cristiano del siglo V, y su Carmen Pachale[64], que es un resumen, en verso, del Antiguo y del Nuevo Testamento; Avito, poeta cristiano también del siglo V, quien escribió un poema en cinco libros[65] De spiritalis historiae gestis, que es de nuevo un resumen y paráfrasis en verso de los libros de la Biblia; Draconcio, poeta también cristiano del siglo V, autor de un poema en tres libros titulado De laudibus Dei[66], en el que canta al Dios iratus y placidus del Antiguo y del Nuevo Testamento; e incluye también algunos historiadores como Rufino de Aquilea, del cual, sin embargo, sólo cita una obra de exégesis bíblica, el De benedictionibus patriarcharum triplici intelligentia[67] liber[68]; y lo mismo sucede con Paulino de Milán, del que, junto a la Vita Ambrosii, cita una obra exegética sobre el mismo tema que la de Rufino: In benedictionibus patriarcharum triplici intelligentiae genere liber[69]; Possidio, con su Vita sancti Augustini[70]. Pero, a pesar de que aparecen estos poetas y estos historiadores, lo cierto es que los intereses de Isidoro van por otro camino.

 

De los temas que predominaban en Genadio, Isidoro mantiene el interés por el heresiológico, y abandona prácticamente el monástico y el relativo a vida y doctrina cristiana. Pero aparece un nuevo tema: el de obispos y autores hispanos.

En efecto, como autores de obras monásticas, Isidoro sólo recoge a Eugipius, con su Vita sancti monachi Seuerini y su Regula monastica[71], y a Eucherius, con su Opusculum de laude eremi, dirigido a Hilario de Poitiers[72]. Quizás en este grupo habría que incluir la entrada relativa a Hilarius, del que cita su Vita Honorati[73]. Hilario y Honorato son ambos obispos y monjes de la Galia, como también lo fue Eucherio. De hecho tanto Eucherio como Hilario está tratados uno a continuación de otro; alguna asociación le ha llevado a Isidoro a hacerlo así. Pero es lo único que hay de tema monástico.

Por lo demás, los grandes hilos conductores en la selección de personajes de Isidoro son: el tema de las herejías, que sigue siendo, como era en Genadio, casi absorbente; y, como tema nuevo que no estaba lógicamente en Jerónimo ni en Genadio, el de autores y obispos hispanos.

 

Tema de las herejías. De 48 personajes recogidos en el tratado, 20 son citados como autores de obras contra herejías. El porcentaje es significativo.

Pero es que además hay que decir que una buena parte de ellos gira en torno a las disputas doctrinales sobre la naturaleza de Cristo que llevaron al Concilio de Calcedonia y a los enfrentamientos personales que se produjeron en torno a ese mismo Concilio. Es el mismo tema que hemos visto de forma insistente en Genadio; en este sentido, Isidoro es un claro continuador del de Marsella.

De los sucesos y personajes protagonistas del Concilio de Calcedonia ya hablamos al hacerlo del De viris illustribus de Genadio, porque éste recoge a muchos de esos protagonistas. En Calcedonia se sancionó la doble naturaleza de Cristo contra la posición de los monofisitas.

Pero los monofisitas no desaparecieron y cien años después del Concilio de Calcedonia tuvo que reunirse un nuevo Concilio ecuménico, el II de Constantinopla (553), en el cual el emperador Justiniano I trata de atraerse a los monofisitas; y para ello, nada mejor que la condena de viejos maestros de la época del Concilio de Calcedonia que se habían distinguido por su dura oposición a los monofisitas y que eran particularmente odiados por éstos: son Teodoro de Mopsuestia, con todos sus escritos; Teodoreto de Ciro, acérrimo antimonofisita, encausado por sus escritos contra San Cirilo[74], del que ya dijimos que había navegado entre dos aguas en la polémica; e Ibas de Edesa, por una carta en la que defendía a Teodoro de Mopsuestia. Es la cuestión conocida en las Historias de la Iglesia como la de los tres capítulos. Justianiano I promulga un edicto en el que anatematiza los tres capítulos. El edicto es bien acogido en Oriente pero rechazado en Occidente, ya que en Occidente se veía, en la condena de Teodoreto y de Ibas, una condena del Concilio de Calcedonia; y la verdad es que poco había en Teodereto de Ciro y en Ibas de Edesa que mereciera ser condenado. Al final los tres capítulos fueron condenados en el Concilio II de Constantinopla. Serias dificultades hubo para que este Concilio fuera reconocido como ecuménico, pero a la postre así fue reconocido.

Pues bien, buena parte de los personajes recogidos por Isidoro en su De viris tienen alguna relación con estas disputas y enfrentamientos.

El punto de partida de la discusión sobre la divinidad de Cristo estaba ya en el arrianismo. Isidoro recoge autores que escribieron contra esta herejía. Philastrio, del que cita un liber de haeresibus y del que sabemos que se distinguió a finales del siglo IV por su predicación contra paganos, judíos y herejes, especialmente con los arrianos[75]. Cereal[76], que ya estaba, por su antiarrianismo, en el De viris de Genadio. Marcelino, sacerdote de la comunidad luciferiana de Roma a finales del siglo IV, del que Isidoro cita un escrito Contra episcopos qui ad destructionem homousion Arimini conuenerunt, una Expositio de Ario, y un De fine Osii[77].

Pero Isidoro se extiende sobre todo en obispos que están en relación con el problema del monofisismo discutido en los Concilios de Calcedonia y II de Constantinopla. Ahí está uno de los líderes de la ortodoxia en el Concilio de Calcedonia, Eusebio de Dorilea[78]. Ahí están Proterio, el sucesor de Dióscoro en la sede de Alejandría, y Pascasino, quienes enviaron al papa León sendas epístolas sobre la celebración de la Pascua[79]; de Proterio recuerda incluso Isidoro, como único hecho de su vida – y suele recordar nuestro autor pocos hechos de los biografiados –, que fue matado por los herejes de Dióscoro tras el Concilio de Calcedonia; y de Pascasino hemos de decir que fue uno de los delegados del papa León Magno en ese Concilio. Estos son personajes en relación con el Concilio de Calcedonia.

Y también aparecen personajes en relación con el Concilio II de Constantinopla, en el que fueron condenados, como hemos dicho, algunos de los vencedores del de Calcedonia. Ahí está una serie de obispos africanos del siglo VI, que se distinguieron por su doctrina en la cuestión de la encarnación y de la naturaleza de Cristo.

Pero antes de pasar a los obispos africanos del siglo VI, hay que recordar que Isidoro habla de otros obispos africanos anteriores que escribieron contra las herejías. Macrobio, discípulo de san Cipriano, al que atribuye unos Aduersus versutias haereticorum capitula y añade que después escribió cuestiones relativas a la disciplina religiosa[80]. Victorino obispo de Petavium en la Panonia; este Victorino había sido citado por Jerónimo junto a dos africanos, Tertuliano y Lactancio[81]; si es el mismo del que habla Jerónimo en su capítulo 74[82] - y es muy probable que así sea – sería un ejemplo claro del diferente tratamiento entre Jerónimo e Isidoro: Jerónimo, en su afán de polémica literaria, insiste sobre todo en los Comentarios de Victorino a diferentes libros de la Biblia; Isidoro, fiel a un interés por lo heresiológico, recoge sólo dos tratados, pequeños dice, contra los maniqueos y contra Marción[83]. Fulgencio de Ruspe, quien destaca por su altura literaria en el norte de Africa en la defensa de la doctrina ortodoxa sobre la encarnación de Cristo y sobre la predestinación[84].

Pero Isidoro recoge sobre todo obispos o autores que tuvieron relación con el II de Constantinopla y la cuestión de los tres capítulos. Ferrando, diácono de Cartago, quien, aunque murió en la fase inicial de la cuestión de los tres capítulos, tomó partido en favor de la posición del concilio de Calcedonia; en sus cartas 3 y 5 defiende expresamente la fórmula de Calcedonia; en la 6 se pronuncia contra la condena de Teodoro, Teodoreto e Ibas; Isidoro cita precisamente una de sus cartas.

Verecundo y Primasio; de Verecundo cita Isidoro[85] duos libellos carmine dactilico, primus de resurrectione et indicio, alter de poenitentia; pero de él sabemos también que escribió una colección de documentos históricos sobre el concilio de Calcedonia; de Primasio cita[86] los De haeresibus libri tres. Curiosamente, de la presencia de estos dos obispos en Constantinopla da fe Victor Tunnensis, quien habla de la presencia de Reparato, Firmo, Primasio y Verecundo, obispos africanos, en Constantinopla en los años 551-552, en plena discusión sobre el tema de los tres capítulos. Pues bien, otro de los personajes recogidos por Isidoro en su De viris es el citado historiador Victor Tunnensis, del que cita su Historia.

También está en el De viris Facundus Afer[87] con sus Duodecim libri pro defensione trium capitulorum, es decir con una obra de defensa de los tres capítulos en contra de la posición del emperador de Oriente, Justiniano.

Encontramos igualmente a uno de los nombres que están detrás de los tres capítulos; precisamente el más sospechoso de los tres, Teodoro de Mopsuestia; pues bien, Isidoro lo considera vir illustris: de él recuerda sus obras antiheréticas[88] y recuerda también que fue condenado post mortem junto con Ibas y Teodoreto, pero que, a pesar de ello, es, de acuerdo con el testimonio de hombres laudabiles, un doctor de la iglesia.

Y si están Verecundo, Primasio y Facundo, que se opusieron a Justiniano en la cuestión de los tres capítulos, y está uno de los autores de uno de los tres capítulos, también está el propio Justiniano, del que cita Isidoro precisamente sus Libri de incarnatione Domini, cuyo tema sería precisamente en el de la naturaleza de Cristo y su contra illyricianam synodum et aduersus africanos episcopos chalcedonensis synodi defensores peruerso Studio[89].

Recoge, pues, Isidoro las dos posturas de la polémica de los tres capítulos, aunque con toda claridad se decanta a favor de los condenados en Constantinopla.

 

Así pues, una buena parte de la materia heresiológica recogida por Isidoro en su tratado a través de sus protagonistas gira en torno a la doctrina del monofisismo, es decir en torno a la postura de aquellos que defendían una sola naturaleza en Cristo frente a los que defendían dos; esta cuestión duró desde el siglo V al VI, entre los Concilios de Calcedonia (451) y II de Constantinopla (553). Isidoro, como acabamos de ver, incluye en su obra buena parte de los que participaron en la polémica.

 

Pero también recoge otros autores de la Iglesia que escribieron contra herejías. Así el papa Sixto[90], del que cita un Liber Proverbiorum, libro del que dice que es de Sixto, pero que los herejes introdujeron en él ciertas herejías, lo que hizo dudar a Jerónimo de la autoría de Sixto. También está en el De viris el primer obispo español que denunció ante el metropolitano de Mérida la existencia del priscilianismo: Idacio, obispo de una sede de Córdoba; de él recoge Isidoro precisamente un libro en el que escribe sobre esa secta[91]. Justiniano, obispo de Valencia en torno al año 540, quien en un libro dirigido aun tal Rustico[92] plantea sobre todo cuestiones cristológicas, es decir cuestiones que estaban muy de actualidad con el problema de los tres capítulos. El papa Siricio y su Decretal sobre el bautismo de los herejes[93].

 

El primer bloque temático del De viris illustribus de Isidoro de Sevilla es, pues, el tema heresiológico. En esto está siguiendo la línea que veíamos ya en Genadio. Es una línea que preocupa sin duda a los escritores de la Iglesia de la época. Después de haber superado a los enemigos externos durante los primeros siglos, el peligro viene, a partir del siglo IV, de los enemigos internos, es decir de los que se apartan de la línea oficial de la doctrina de la Iglesia. Los debates internos sobre esa doctrina, en especial sobre cuestiones cristológicas, son muy duros durante los siglos V y VI. De manera que no es extraño que en las obras historiográficas de la época sea una preocupación fundamental la de recoger este problema; y, en el caso concreto de una obra historiográfica que trata de personajes ilustres, esa preocupación se centra en recoger a los personajes que se han distinguido en la lucha intelectual contra las herejías.

 

 

Autores y obispos hispanos

 

Y otro grupo, en fin, de personajes, es el de los hispanos. Si bien es verdad que hay algunos autores hispanos antiguos, lo cierto es que la mayoría de ellos son obispos o autores de época visigoda. Con ello introduce en los De viris un ingrediente nuevo, el de la identificación de la España visigoda con la historia de la cultura de la Iglesia católica. Es este el único ingrediente que encontraremos después en el De viris de Ildefonso de Toledo.

Entre los antiguos, encontramos a Osio, del que cita una carta sobre la virginidad a su hermana y una obra sobre las vestimentas sacerdotales[94], aunque en lo que realmente se extiende Isidoro es en el error de Osio al admitir, al final de su vida, parte de las ideas arrianas sobre la naturaleza de Cristo; no está presente, pues, Osio en el De viris de Isidoro tanto por su calidad de autor hispano, como por intervención en la polémica arriana; entre los autores hispanos anteriores a la época visigoda está también Hidacio, obispo de Chaves autor en el siglo V de una conocida Crónica[95]; y Martín de Dumio, el conocido evangelizador de los suevos[96].

Pero los que forman un grupo claro son autores hispanos de época visigoda: Justiniano, obispo de Valencia entre 527-547 durante el reinado del godo Teudis y miembro de una poderosa familia episcopal de la Tarraconense – hermanos suyos fueron Justo de Urgel, Elpidio de Huesca y Nebridio[97]-, del que dice cita un libro de respuestas[98]; Justo de Urgel, hermano del anterior, autor de un Comentario al Cantar de los Cantares[99]; Leandro de Sevilla, hermano mayor del propio Isidoro y gran promotor de la conversión del pueblo godo al catolicismo[100]; Liciniano de Cartagena, conocido autor de cartas del siglo VI[101]; Severo de Málaga, amigo del anterior, con el cual se formó quizás en el famoso monasterio visigodo conocido con el nombre de Servitano[102]; Juan, obispo de Gerona de origen godo durante el reinado de Leovigildo, más conocido como El biclarense, del que cita su Crónica y su regla monástica[103]; Eutropio de Valencia, del que dice Isidoro que se formó en el monasterio Servitano y del que cita dos cartas[104]; y Máximo, obispo de Zaragoza a comienzos del siglo VII, es decir poco antes de que Isidoro compusiera su obra[105]. Todos ellos forman con toda claridad un grupo de biografiados con un denominador común: son ilustres obispos o autores de la Hispania visigoda.

 

Este último es el ingrediente nuevo que ha añadido Isidoro en su De viris illustribus; en el otro hilo conductor de su obra, el tema heresiológico, es claramente un continuador del De viris illustribus de Genadio; y no sólo en el tema genérico de las herejías, sino en el concreto de las herejías que surgieron en torno a la naturaleza de Cristo, es decir en el del enfrentamiento entre los defensores de una sola naturaleza y los ortodoxos, que defendían la doble naturaleza, cuestiones que se dilucidaron en los Concilios de Calcedonia y I de Constantinopla. En efecto, buena parte de los personajes recogidos por Genadio y por Isidoro se mueven en esa polémica, como hemos visto.

 

 

Ildefonso de Toledo

 

En el De viris illustribus de Ildefonso, obispo de Toledo a mediados del siglo VII, ya no queda nada de los temas que vimos en Jerónimo, nada de lo que había en Genadio, y, de lo Isidoro, sólo queda el tema de los autores y obispos de la Hispania visigoda. Aunque Ildefonso se presenta en el prólogo de su obra como un continuador de Jerónimo, Genadio e Isidoro, lo cierto es que sus varones ilustres son todos obispos españoles, con la sola excepción del papa Gregorio Magno y del monje Donato venido del norte de África a España; es más, siete de los catorce recogidos en su obra son obispos de Toledo. La finalidad, pues, de su obra es prestigiar al episcopado de la Hispania visigoda y, más concretamente, al episcopado de la sede toledana, que se ha convertido en la capital de Hispania visigoda.

Incluso el hecho de escoger, como único personaje no conectado físicamente con Hispania, al Papa Gregorio Magno es significativo desde el punto de vista de ese contexto de prestigiar a la España visigoda; no debe estar sin sentido el hecho de que este Papa sea el primer biografiado; está en la cabecera de la obra, porque él es el promotor, en el siglo VI, de un movimiento del Occidente romano y latino tendente a recuperar el prestigio cultural y político de Occidente frente a predominio de Bizancio; y el papa Gregorio, en ese intento, se sirve, entre otros reinos de Occidente, de la Hispania de Leandro y de Recaredo del siglo VI; Hispania es un estandarte del Papa en ese proyecto. No debe extrañar, pues, que en una obra como el De viris illustribus de Ildefonso, en la cual se busca sobre todo el prestigio de la Hispania de los siglos VI y VII, ocupe el primer lugar, y como único personaje no hispano, el papa Gregorio.

Una prueba de que lo que realmente le importa a Ildefonso es el prestigio de los obispos hispanos, y más concretamente los toledanos, de la época es el hecho de que los biografiados se seleccionan por haber sido obispos, y no tanto por ser autores de escritos. En las obras de Jerónimo, de Genadio y de Isidoro se citaba alguna obra escrita de, prácticamente, todos los biografiados. En Ildefonso hay muchos biografiados, de los cuales no puede citar ni una sola obra escrita, porque no se conoce; incluso de algunos dice el propio Ildefonso que se distinguieron más por su ejemplo de vida que por su pluma: eso dice de Asturio, obispo de Toledo[106]; de Aurasio, obispo también de Toledo[107]; de Juan, Obispo de Zaragoza[108]. De ellos no cita, claro está, ni una sola obra. Como tampoco cita obra, porque no se conoce, de Heladio, obispo de Toledo, del que destaca su condición de ejemplo de vida monástica; ni de Nonito, de Gerona, del que resalta igualmente su formación monástica.

Ha cambiado, pues, radicalmente la orientación de la obra de Ildefonso en relación con la obras homónimas anteriores a él.

 

 

Conclusión

 

De Jerónimo a Ildefonso la finalidad y la intención de las biografías sobre varones ilustres han cambiado, pues, en función de los intereses de cada uno de los momentos en que se escriben dichas biografías: en el siglo IV, cuando está candente la oposición entre cultura cristiana y cultura pagana, Jerónimo insiste sobre todo en escritores; en él prima el criterio literario. En el siglo V, cuando hierve la vida monástica y surgen las herejías en torno a los problemas cristológicos, Genadio insiste sobre todo en monjes autores de escritos monásticos y en autores de escritos heresiológicos. A comienzos del siglo VII, cuando en la Hispania visigoda está reciente todavía el recuerdo del arrianismo y cuando, por otra parte, está surgiendo ya la conciencia de una Hispania importante en el concierto del Occidente romano y latino, Isidoro sigue insistiendo en autores de escritos heresiológicos, pero añade ya el tema de los obispos y autores de la España visigoda. Y a mediados ya del siglo VII, cuando se ha consolidado el poder de la monarquía visigoda en España, con sede en Toledo, a Ildefonso ya sólo le interesan los obispos de sedes españolas y, sobre todo, de la toledana.

 

E. Sánchez Salor

esanchez@unex.es

 


 

 

Bibliografía

 

Bedjan, P. (1903), Homiliae s. Isaaci syri Antiocheni, París.

Pricoco, S. (1979), Storia letteraria e storia eclesiástica del De viris illustribus de Girolamo a Gennadio, Universitá de Catania.

Sánchez Salor, E. (1986), La polémica entre cristianos y paganos a través de los textos, Madrid: Akal.

Sychowski, S. von (1894), Hieronymus als Litterarhistoricker, Münster.



[1] Cf. Sánchez Salor (1986).

[2] Discant igitur Celsus, Porphyrius, Iulianus, rabidi aduersum Christum canes, discant sectatores eorum qui putant ecclesiam nullos philosophos et elocuentes, nullos habuisse doctores, quanta et quales viri eam fundauerint, struxerint, adornauerint, et desinant fidem nostram rusticae tantum simplicitatis arguere, suamque potius imperitiam recognoscant (Hier., De vir. Inl., prol.)

[3] Cf. Minucio Felix, Octauius 5.4; l; Lactancio, Diuinae Instituciones 5.1; Arnobio, 1.57-59.

[4] Cf. Paulo, 1 Corintios 2.4-5; Cipriano, Ad Donatum 2.26 ss.; Arnobio 1.58; Agustín, De doctrina cristiana 4.6.10.

[5] Epist., 22.30.2.

[6] Cf. Pricoco (1979: 7-18).

[7] Así el poema Ad quendam senatorem (CSEL 23. 227-230), contra un senador convertido del cristianismo a la religión de Isis; o el Carmen contra paganos o Carmen aduersus Flauianum.

[8] Ob. cit., pp. 24-37.

[9] La lista de autores es esta: Simon Petrus, Jacobus frater Domini, Matthaeus qui et Levi, Juda frater Jacobi, Paulus qui [Al. et] ante Saulus, Barnabas qui et Joseph, Lucas evangelista, Marcus evangelista, Joannes apost. et evang, Hermas, ut ferunt Pastor, Philon Judaeus, Lucius Anneus Seneca, Josephus Matthiae filius, Justus Tiberiensis, Clemens episcopus, Ignatius episcopus., Polycarpus episcopus, Papias episcopus, Quadratus episcopus, Aristides philosophus, Agrippa qui et Castor, Hegesippus historicus, Justinus philosophus, Melito episcopus, Theophilus episcopus, Apollinaris episcopus, Dionysius episcopus, Pinitus episcopus, Tatianus haeresiarches, Philippus episcopus, Musanus, Modestus, Bardesanes haeresiarches, Victor episcopus, Irenaeus episcopus, Panthaenus philosophus, Rhodon, Tatiani discipulus, Clemens presbyter, Miltiades, Apollonius, Serapion episcopus, Apollonius alius senador, Theophilus alius episcopus Baccillus episcopus, Polycrates episcopus, Heraclitus episcopus, Maximus, Candidus, Appion, Sextus, Arabianus, Judas, Tertullianus presbyter, Origenes, qui et Adamantius, presbyter, Ammonius presbyter, Ambrosius diaconus, Tryphon Origenis discipulus, Minucius Felix, Gaius, Berillus episcopus, Hippolytus episcopus, Alexander episcopus, Julianus Africanus, Geminus presbyter, Theodorus, qui et Gregorius, episcopus, Cornelius episcopus, Cyprianus episcopus, Pontius diaconus, Dionysius episcopus, Novatianus haeresiarches, Malchion presbyter, Archelaus episcopus, Anatolius episcopus, Victorinus episcopus, Pamphilus presbyter, Pierius presbyter, Lucianus presbyter, Phileas episcopus, Arnobius rhetor, Firmianus rhetor, Eusebius episcopus, Reticius episcopus Eduorum, Methodius episcopus, Juvencus presbyter, Eustathius episcopus, Marcellus episcopus, Athanasius episcopus, Antonius monachus, Basilius episcopus, Theodorus episcopus, Eusebius alius episcopus, Triphilus episcopus, Donatus haeresiarches, Asterius philosophus, Lucifer episcopus, Eusebius alius episcopus, Fortunatianus episcopus, Acacius episcopus, Serapion episcopus, Hilarius episcopus, Victorinus rhetor Petavionensis, Titus episcopus, Damasus episcopus, Apollinaris episcopus, Gregorius episcopus, Pacianus episcopus, Photinus haeresiarches, Foebadius episcopus, Didymus, Optatus episcopus, Acilius Severus, senador, Cyrillus episcopus, Euzoius episcopus, Epiphanius episcopus, Ephrem diaconus, Basilius alter episcopus, Gregorius alius episcopus, Lucius episcopus, Diodorus episcopus, Eunomius haeresiarches, Priscillianus episcopus, Latronianus episcopus, Tiberianus episcopus, Ambrosius episcopus Mediolan, Evagrius episcopus, Ambrosius Didymi discipulus, Maximus ex philosopho episcopus, Gregorius alius episcopus, Joannes presbyter, Gelasius episcopus, Theotimus episcopus, Dexter Paciani filius, nunc praefectus praetorio, Amphilochius episcopus, Sophronius, Hieronymus.

[10] La primera parte, desde los orígenes hasta el siglo III, comprende escritores cristianos ya recopilados por Eusebio.

[11] Por la inclusión de estos autores se quejó Agustín (Epist., 40.9) y se han indignado autores modernos como von Sychowski (1894: 11).

[12] Crónica, a. 347: Eusebius Emisenus arrianae signifer factionis.

[13] De institutione divinarum litterarum, 17, PL 70, 1134BC.

[14] in uno voluminis indiculo (Origenes 6.6).

[15] Cf. Pricoco (1979).

[16] Claudianus Viennensis Ecclesiae presbyter…scripsit et alia nonnulla, inter quae et hymnum de passione Domini, cujus principium est: Pange, lingua, gloriosi (cap. 83)

[17] Orosius presbyter... adversum querulos et infamatores Christiani nominis qui dicunt defectum Romanae reipublicae Christi doctrina invectum, libros septem (cap. 39)

[18] La primera es la Vita Antonii, escrita en griego poco después de la muerte del monje por Atanasio de Alejandría; su éxito fue tal que fue traducida a varias lenguas, entre ellas el latín. Concretamente, esta Vita conoció dos versiones latinas: la más conocida es la traducción de Evagrio de Antioquia, de carácter literario, que debió de ser redactada, como más tarde, en el 375. Siguen, entre otras, la Vita Pachomii, la Vita Onufrii, la Historia Lausiaca, todas ellas escritas primero en griego. El éxito de esta biografía en griego indujo a Jerónimo a escribir tres vidas de monjes: Vita Sancti Pauli primi eremitae, Vita Sancti Hilarionis, y Vita Malchi monaci captivi

[19] Ahí están las Vita Martini de Sulpicio Severo (año 397), la Vita Augustini de Posidio, de comienzos del siglo V, y la Vita Ambrosii de Paulino de Milán (año 422); de avanzado ya el siglo V son la vidas de obispos galos como la Vita Honorati, la Vita Hilarii y la Vita Germani.

[20] Pachomius monachus, vir tam in docendo quam in signa faciendo, apostolicae gratiae et fundator Aegypti coenobiorum, scripsit Regulam utrique generi monachorum aptam, quam angelo dictante perceperat (cap. 7)

[21] Theodorus presbyter, successor gratiae et praepositurae supradicti abbatis Pachomii, scripsit ad alia monasteria epistolas, sanctarum Scripturarum sermone digestas. In quibus tamen frequenter meminit magistri et institutoris sui Pachomii, et doctrinae ejus ac vitae proponit exempla (cap. 8)

[22] Vigilius diaconus composuit ex traditione Patrum, Monachorum Regulam, quae in coenobio ad profectum fratrum in conventu legitur, breviato et aperto sermone totius monasticae professionis in se tenentem disciplinam (cap. 51)

[23] Cassianus natione Scytha Constantinopoli a Joanne Magno episcopo diaconus ordinatus, apud Massiliam presbyter condit duo monasteria, id est, virorum et mulierum, quae usque hodie exstant. Scripsit, experientia magistrante, litterato sermone, et ut apertius dicam, sensu verba inveniens, et actione linguam movens, res omnium monachorum professioni necessarias (cap. 61)

[24] Petronius, Bononiensis Ecclesiae episcopus, vir sanctae vitae et monachorum studiis ab adolescentia exercitatus, scripsisse putatur Vitas Patrum monachorum Aegypti, quas velut speculum ac normam professionis suae monachi amplectuntur. (cap. 41).

[25] Macarius monachus ille Aegyptius, signis et virtutibus clarus (cap. 10)

[26] Ego Gennadius, Massiliae presbyter, scripsi adversus omnes haereses libros octo, et Adversus Nestorium libros sex, et adversus Eutychem libros sex; adversus Pelagium libros tres (ca`p. 100)

[27] Iacobus Nisibenus seu Nisibita, urbis Nisibis episcopus, miraculis et eruditione clarus, fuit unus ex numero confessorum sub persecutione Maximini, qui in Nicaena synodo perversitatem Arii, homousii oppositione, damnarunt (cap. 1)

[28] Iulius, urbis Romanae episcopus, scripsit ad Dionysium quemdam de incarnatione Domini epistolam unam, quae illo quidem tempore utilis visa est (cap. 2)

[29] Faustinus presbyter scripsit ad personam Flaccillae Reginae adversum Arianos et Macedonianos libros septem (cap. 16)

[30] Asclepius Afer, in Baiensi territorio vici non grandis episcopus, scripsit adversum Arianos (cap. 73)

[31] Voconius, Castellani Mauritaniae oppidi episcopus, scripsit adversus Ecclesiae inimicos Judaeos et Arianos et alios haereticos (cap. 78)

[32] Cerealis episcopus Castalensis in Africa, scripsit contra Maximinum seu Maximianum librum de Fide (cap. 96).

[33] Theodorus Antiochenae Ecclesiae presbyter, vir scientia cautus, et lingua disertus scripsit Adversum Apollinaristas et Eunomianos de Incarnatione Domini libros quindecim (cap. 12)

[34] Hay una colección de homilías, cf. Bedjan (1903), que contiene obras de tres autores diferentes llamados Isaac: Isaac de Amida, de principios del siglo V; Isaac de Antioquía, monofisita; e Isaac de Edesa, seguidor de la doctrina del Concilio de Calcedonia. Por la fecha, quizás Genadio se refiera al primero.

[35] Isaac scripsit de sanctae Trinitatis tribus personis et incarnatione Domini librum (cap. 26)

[36] Edidit…de Trinitate libros 15...; de Incarnatione quoque Dei idoneam edidit pietatem. De Resurrectione etiam mortuorum simili cucurrit sinceritate; licet minus capacibus dubitationem de abortivis fecerit (cap. 38).

[37] Nestorius, haeresiarches,... apertum se hostem Ecclesiae, quem diu celarat, ostendens, scripsit librum quasi de Incarnatione Domini, sexaginta et duobus divinae Scripturae testimoniis pravo sensu suo constructum (cap. 43).

[38] Theodorus, Ancyranus Galatiae episcopus, scripsit adversum Nestorium, adhuc Ephesi positus, librum redargutionis et confutationis, dialectica quidem arte ordinatum, sed auctoritate sacrarum Scripturarum detextum (cap. 55)

[39] Cyrillus, Alexandrinae Ecclesiae episcopus,…;libri ejus sunt de Fide adversum haereticos; et peculari intentione adversum Nestorium librum composuit (cap. 57).

[40] Isaac, presbyter Antiochenae Ecclesiae, scripsit Syro sermone, longo tempore et multa; praecipua tamen cura adversum Nestorianos et Eutychianos (cap. 66).

[41] Mochimus, Mesopotamius presbyter, apud Antiochiam scripsit adversum Eutychen egregium libellum (cap. 71).

[42] Cyrus, natione Alexandrinus, arte medicus, ex philosopho monachus, vir dicendi peritus, scripsit adversus Nestorium prius eleganter et fortiter (cap. 81)

[43] Samuel, Edessenae Ecclesiae presbyter, multa adversus Ecclesiae inimicos Syro sermone construere dicitur, praecipua tamen intentione contra Nestorianos et Eutychianos et Timotheanos novellos (cap. 82)

[44] Theodoretus, Cyri civitatis episcopus dicitur scripsisse multa; ad meam tamen notitiam ista sunt, quae venerunt: de Incarnatione Domini adversus Eutychen presbyterum et Dioscorum Alexandriae episcopum (cap. 89).

[45] Gelasius, urbis Romae episcopus, scripsit adversus Eutychen et Nestorium grande et praeclarum volumen (94).

[46] Epistolae quoque papae Leonis adversus Eutychen, de vera Christi incarnatione, ad diversos datae et ab ipso dictatae dicuntur (cap. 84)

[47] Timotheus, exstincto ab Alexandrinis Proterio episcopo, tumultuante adhuc plebe aut voluit, aut passus est se ab uno episcopo in locum occisi episcopum fieri (cap. 72).

[48] Helvidius Auxentii discipulus, Symmachi imitator, scripsit quidem religionis studio, sed non secundum scientiam, librum, neque sermone, neque vera ratione nitidum: in cujus opere ita sanctarum Scripturarum sensum ad suam perversitatem flectere conatus est, ut earum testimoniis asserere voluerit S. Mariam post nativitatem Domini, quae virgo peperit, Joseph sponso suo junctam, et ex ejus consortio filios suscepisse, qui fratres Domini appellati sunt .Cujus pravitatem Hieronymus arguens libellum documentis Scripturarum sufficienter factum adversum eum edidit (cap. 32)

[49] Vigilantius presbyter…locutus est frivola, quae in catalogo haereticorum necessario ponuntur (cap. 35).

[50] Pelagius haeresiarcha, antequam proderetur haereticus, scripsit studiosis viris necessarios tres de Fide Trinitatis libros: et pro actuali conversatione Eulogiarum ex Divinis Scripturis librum unum, capitulorum indiciis, in modum S. Cypriani martyris praesignatum. Post haereticus publicatus scripsit haeresi suae faventia (cap. 42)

[51] Innocentius, urbis Romae episcopus, scripsit decretum Occidentalium Ecclesiarum et Orientalium adversus Pelagianos datum, quod postea successor ejus papa Zosimus latius promulgavit (cap. 43). A propósito de esta intervención de Inocencio, pronunció san Agustín la famosa frase: Roma locuta, causa finita.

[52] Coelestius antequam Pelagianum dogma incurreret imo adhuc adolescens, scripsit ad parentes suos de Monasterio epistolas, in modum libellorum, tres, in omnibus Deum desiderantibus necessarias (44)

[53] Julianus, episcopus Capuanus, vir acris ingenii, in divinis Scripturis doctus, Graeca et Latina lingua scholasticus, priusquam impietatem Pelagii in se aperiret, clarus in doctoribus Ecclesiae fuit. Postea vero haeresim Pelagii defendere nisus, scripsit adversus Augustinum impugnatorem illius libros quatuor et iterum libros septem (cap. 45).

[54] Leporius adhuc monachus, postea presbyter…Pelagianum dogma coeperat sequi. Sed a Gallicanis doctoribus admonitus, et in Africa per Augustinum a Deo emendatus, scripsit Emendationis suae Libellum (cap. 59)

[55] Severianus, Gabalensis Ecclesiae episcopus, in divinis Scripturis eruditus, et in homiliis declamator admirabilis fuit (cap. 21).

[56] Victorinus rhetor Massiliensis, ad filii sui Etherii personam commentatus est in Genesin, id est, a principio libri usque ad obitum patriarchae Abrahae, tres diversos edidit libros, Christiano quidem et pio sensu (cap. 60)

[57] Maximus, Taurinensis Ecclesiae episcopus, vir in divinis Scripturis satis intentus, et ad docendum ex tempore plebem sufficiens (cap. 40)

[58] Nicetas Romacianae civitatis episcopus, composuit simplici et nitido sermone competentibus ad baptismum Instructionis libellos sex (cap. 22)

[59] Paulus episcopus scripsit de poenitentia libellum, in quo dat legem poenitentibus, ita debere dolere de peccatis, ne supra mensuram tristitiae, immensitate desperationis mergantur (cap. 31)

[60] Eutropius presbyter scripsit ad duas sorores, ancillas Christi, quae ob devotionem pudicitiae, et amorem religionis exhaeredatae sunt a parentibus, epistolas duas, in modum librorum consolatorias (cap. 49)

[61] Fastidius, Britannorum episcopus, scripsit ad Fatalem quemdam de Vita Christiana librum unum, et alium de Viduitate servanda, sana et Deo digna doctrina (cap. 56)

[62] Eucherius, Lugdunensis Ecclesiae presbyter, scripsit ad Valerianum, propinquum suum, de Contemptu mundi et saecularis philosophiae, epistolam unam (cap. 63)

[63] Cento de Christo virgilianis versiculis (cap. 18)

[64] Tres libri, quorum primus signa et virtudes veteris Testamenti resonat, reliqui gestorum Christi sacramenta vel miracula intonant (cap. 20)

[65] Isidoro los llama Libelli heroico metro (cap. 36)

[66] Isidoro cita el Hexameron, que es la parte del libro primero del De laudibus dedicada a los días de la creación (cap. 37)

[67] La triple inteligencia de la Biblia es, según los exegetas cristianos, la histórica, la alegórica y la tropológica o figurativa.

[68] Cap. 6.

[69] Cap. 17.

[70] Cap. 21.

[71] Cap. 26.

[72] Cap. 28.

[73] Cap. 29.

[74] Tanto Teodoreto como Cirilo aparecían en la obra de Genadio.

[75] Cap. 3.

[76] Isidoro (cap. 13) dice que De fide sanctae Trinitatis cum Maximiano ammonitarum episcopo concertatus est, respondens propositionibus eius, aludiendo así al coloquio que el rey vándalo Unerico quiso que se celebrara en Febrero del 484 entre obispos católicos y arrianos.

[77] Posiblemente se refiera al libellus precum diatriba descarada contra Osio de Córdoba y el papa Dámaso enviada a los emperadores Valentiniano II, Teodosio y Arcadio, compuesta juntamente con otro luciferiano, Faustino, en la que se nos describe un juicio público suscitado por Osio contra Gregorio de Elvira, duro rival de Osio, y la victoria de Gregorio por una intervención del cielo que hiere de muerte a Osio.

[78] De él cita Isidoro precisamente su Contra Dioscorum haereticum liber (cap. 12)

[79] De Proterio (cap. 23) cita su Epistolae ad Leonem de festiuitate Paschali; y de Pascasino (cap. 24) su Epistola Paschalis ad Leonem.

[80] Cap. 2.

[81] Hier., De vir. Ill. 18: Tertullianus quoque in libro de Spe fidelium, et Victorinus Petabionensis, et Lactantius hac opinione ducuntur. Aquí, y en el capítulo 74 le llama Jerónimo Petabionensis, es decir, “de Petavio”; pero el cap. 101 habla de otro Victorino, del que dice que africano y que escribió libros contra Arrio; del Victorino del que habla Isidoro dice que escribió contra los maniqueos y los marcionistas. Es posible que se trate del mismo personaje, que sería de origen africano, y que luego fue obispo de Petavio.

[82] Victorinus, Petavionensis episcopus, non aeque Latine ut Graece noverat. Unde opera ejus grandia sensibus, viliora videntur compositione verborum. Sunt autem haec: Commentarii in Genesim, in Exodum, in Leviticum, in Isaiam, in Ezechiel, in Abacuc, in Ecclesiasten, in Cantica Canticorum, in Apocalypsim Joannis, adversum omnes haereses, et multa alia. Ad extremum martyrio coronatus est.

[83] Duo opuscula versibus, unum aduersus manichaeos; alium aduersus marcionista (cap. 10)

[84] De él cita Isidoro (cap. 27) obras que se mueven dentro de esas polémicas antiheréticas: así la polémica sobre la encarnación de Cristo, es decir, sobre su naturaleza (liber de sancta Trinitate ad Felicem; liber de incarnatione Domini)), o la polémica antipelagiana sobre la predestinación ( Libri responsionum septem Fausto Galliae episcopo, pelagiani paruitati consentienti;; Libri de veritate praedistinationis); y un Liber regulae verae fidei .

[85] Cap. 7.

[86] Cap. 22.

[87] Cap. 32.

[88] Mille voluminum summa in graeco aduersus omnium haeriticorum errores (cap. 4)

[89] Cap. 41.

[90] Cap. 1.

[91] Liber sub apologetici specie in quo detestanda Priscilliani dogmata et maleficiorum eius artes libidinumque eius probra demonstrat (cap. 9)

[92] Liber responsionum ad quendam Rusticum (cap. 33)

[93] Decretale ad Eumerium tarraconensem episcopum, in quo, inter alias ecclesiasticas disciplinas, constituit haereticorum baptisma nequaquam ab ecclesia rescindendum; Epistola ad diversos episcopos, in qua condemnat Iouiniamum haereticum (cap. 16)

[94] Scripsit ad sororem suam de laude virginitatis epistolam pulcro ac diserto comptam eloquio, composuitque et aliud opus de interpetatione vestium sacerdotalium (cap. 6)

[95] Itacius pruinciae Galaleciae episcopus, sequutus chronicam Eusebii caesariensis episcopi (cap. 11)

[96] De él recuerda precisamente su papel en la conversión de los suevos: in Gallaeciam venit ibique conuersis ab ariana impietate ad fidem catholicam sueuorum populis...(cap. 45)

[97] El propio Isidoro dice que fue ex quatuor fratribus episcopis (cap. 43)

[98] scripsit librum responsionum ad quemdam Rusticum (cap. 43)

[99] edidit libellum expositonis in Cantica canticorum (cap. 44)

[100] cap.57

[101] cuius multas epistola legimus (cap. 60)

[102] cap. 61; de él cita una obra Vicente de Zaragoza, que se había convertido al arrianismo, y un tratado sobre la virginidad.

[103] Scripsit regulam ipsi monasterio (Biclaro) profuturam. Addidit in libro Chronicorum...(cap. 63)

[104] scripsit ad Papam Lucinianum…et ad Petrum episcopum (cap.64)

[105] De él cita multa versu prosaque (cap. 65)

[106] plus ejemplo vivendi quam calamo scribentis (cap. 5);

[107] plus illi intentio in defensione veritatis quam in scribendi exercitio mansit (cap. 10).

[108] plus verbis intendens docere quam scriptis (cap. 11).