Guadalupe Morcillo Expósito Talia
dixit 1 (2006), 121-128
(Universidad de Extremadura) ISSN-000-000-0
Pedro Martín Baños, El arte epistolar en el Renacimiento europeo, 1400-1600, Bilbao:
Univ. de Deusto, 2005. 736 pp. ISBN: 84-7485-965-4
El trabajo de Martín Baños es el primero
que ofrece una visión de conjunto de la preceptiva epistolar desde su origen
hasta el Renacimiento. El principal objetivo del trabajo es “describir de la
forma más completa y detallada posible la evolución conjunta de las teorías
epistolares europeas a lo largo de los siglos XV y XVI” (p.14). Aunque en el
título de la obra se advierte que el autor analiza la preceptiva epistolar comprendida
entre 1400 y 1600, lo cierto es que se remonta hasta la Grecia clásica y
Bizancio, para analizar rigurosamente la evolución del género epistolar desde
sus orígenes. Así, el trabajo está organizado en dos partes bien diferenciadas.
La primera se centra en el estudio de la preceptiva epistolar en la Antigüedad
y en la Edad Media y la segunda lo hace en la renacentista.
Martín Baños comienza su recorrido en
Grecia y Bizancio en donde la teoría epistolar ya aparece vinculada a la
retórica en obras como el De elocutione
de Demetrio. En las escuelas de retórica, los alumnos helenos aprendían a
redactar cartas, imbuidos de conocimientos gramaticales, retóricos y
estilísticos. Igualmente, en Roma, en donde se toma como modelo de imitación a
Cicerón, el sistema retórico y la preceptiva epistolar van de la mano.
Tras este primer apartado, y después de
dejar clara la confluencia entre preceptiva epistolar y doctrina retórica,
Martín Baños propone un análisis sistemático de la teoría epistolar clásica
planteada desde tres perspectivas: definición, materia y partes. En cuanto a la
definición, el autor parte de la que Ps.-Libanio ofrece para afirmar que la
carta hace de vínculo de unión entre el destinatario y el remitente y surge,
como si de una conversación se tratara –pero por escrito-, cuando existe un
mensaje que transmitir y una necesidad de informar.
Partiendo de la dificultad existente para
sistematizar la materia epistolar, el autor se centra en dos aspectos: los
asuntos y los tipos. En líneas generales, encontramos dos grupos temáticos, que
giran en torno a dos asuntos que se mantendrán a lo largo de los años: aquellos
que tratan temas sencillos, acordes con el estilo simple de tono amistoso, y
cuyo principal representante sería Demetrio; y los de contenido y estilo más
elevado, abanderado por Julio Víctor.
En cuanto a los tipos epistolares, las
clasificaciones han sido múltiples y variadas, como también lo son los géneros
retóricos que pueden recogerlos. Martín Baños recoge la clasificación
tipológica de dos de los más antiguos y más importantes formularios griegos y bizantinos,
Ps.-Demetrio y Ps-Libanio, y concluye ratificando la estrecha relación entre la
doctrina epistolar y la retórica. Hasta tal punto están relacionadas, afirma,
“que podríamos decir que los tipos epistolares que desarrollan los formularios
son al arte epistolar lo que los géneros a la retórica” (p.53).
Para concluir con el apartado dedicado a
la materia epistolar, el autor examina una de las más famosas cartas de
Cicerón, la Epistola ad Curionem
(fam. 2.4), carta que en la tradición
posterior se convertirá en referente indiscutible y que contiene una serie de
juicios teóricos sobre la multiplicidad de géneros de epístolas (epistularum genera multa).
Siguiendo con el esquema de la doctrina
retórica, Martín Baños se centra en las partes de la epístola clásica, y más
concretamente en la inventio, dispositio y elocutio. De la inventio, a pesar de las parcas
referencias sobre las partes de la carta clásica, los estudios modernos (entre
los que destacan los realizados por Mª Nieves Muñoz Martín) aseguran que la
estructura era tripartita: se iniciaba con una salutatio, con sus correspondientes fórmulas de contacto;
continuaba con el ‘cuerpo’ central de la propia carta, que exponía los motivos
de la misma; y concluía con expresiones típicas de ‘cierre’ o despedida.
Los preceptos epistolares sobre la dispositio son, si cabe, más escasos que
los de la inventio. Martín Baños
subraya que el orden que deben ocupar los contenidos de la carta debe responder
al grado de importancia que tengan.
A la elocutio
sí que le dedica nuestro autor buena parte del capítulo, pues la preceptiva
epistolar exige unos rasgos de estilo determinados, que deben entenderse desde
la teoría retórica. Desde este punto, Martín Baños analizará la doctrina de las
virtudes del estilo, por un lado, y de los genera
dicendi, por otro. Respecto a las
virtudes, y tras citar como fuente previa la Retórica de Aristóteles, fueron las virtudes recogidas por
Teofrasto las que se difundieron en Roma: pureza o corrección, claridad,
adecuación y ornato. La preceptiva epistolar recomienda para las cartas,
además, la brevedad y el carácter o ethos.
Brevedad entendida no en sentido lacónico, sino como expresión de pensamientos
con las palabras justas y necesarias. Y carácter, entendiendo la carta como
fiel reflejo del alma del remitente. Nada nuevo inventa la preceptiva epistolar
al respecto, sino que aprovecha, una vez más, conceptos puramente retóricos.
Sobre los genera dicendi, y
partiendo de la preceptiva griega, no hay acuerdo, aunque es posible que en las
etapas iniciales, entre los siglos V y IV a.C., hubiera sólo dos estilos: el
alto o elevado y el bajo o tenue. Posteriormente, el tratado de Demetrio sobre
el estilo, De elocutione, manifiesta
la vinculación de la elocutio
epistolar al estilo sencillo, aunque concede la posibilidad de una mayor
elevación estilística si el destinatario así lo requiriera.
Para concluir, Martín Baños dedica un
apartado a la compositio epistolar, o
criterios de organización estilística de la frase, que incluye el análisis del ordo, iunctura y numerus. Si
bien estos tres elementos no son estudiados de forma independiente en la
preceptiva epistolar clásica, sí requieren especial atención las distintas
estructuras y estilos oracionales. Tras detenerse, someramente, en la doctrina
de Demetrio, Quintiliano y Aquila
Romanus, Martín Baños defiende un estilo claro, solemne, nítido a la vez que
elegante, en donde no falten el decoro y la coherencia interna y externa.
El tercer capítulo está dedicado a la
preceptiva epistolar medieval, a la evolución del género hasta los albores del
Humanismo y a la relación entre retórica y gramática. Hasta el siglo XI el
género epistolográfico no gozará de su mayor esplendor. Es entonces cuando la
retórica comienza a resurgir junto a la gramática y dialéctica (trivium) y cuando nacen, en las escuelas
francesas e italianas, el ars dictaminis (s. XI), el ars poetriae
(s. XII) y el ars praedicandi o arengandi (s. XIII). Martín Baños concluye el capítulo con una
revisión sobre la relación entre la gramática y la retórica medievales, ambas
centradas en las artes dictaminis. A pesar de las diferencias
existentes entre ambas disciplinas, Martín Baños sostiene que en la Edad Media
mantendrán algunos puntos en común (Polymatheia
y elocutio), aunque será la
retórica la que desaparecerá como entidad para pasar a integrarse en la
gramática.
Una vez analizada la preceptiva epistolar
medieval, y siguiendo el mismo esquema que en la Antigüedad, Martín Baños
realiza ahora un análisis sistemático de la teoría epistolar medieval,
centrándose en la definición, en la materia y en las partes de la epístola
medieval. No podemos pasar por alto el amplio repertorio bibliográfico que el
autor ofrece sobre las obras consultadas (en torno a ochenta) y la dificultad
que ello conlleva. No obstante, Martín Baños sale airoso de tal situación y
comienza su análisis con la definición de dictamen,
para pasar, a continuación, a la definición que los tratados medievales ofrecen
sobre la epístola. Así, tomando como punto de partida el Catholicon de Giovanni Balbis de Génova (c.1286) “la epístola es un
mensaje escrito que expresa de forma plena la voluntad del remitente a una o
varias personas” (p.133). Para Martín Baños lo que realmente es importante en
la epístola medieval, además de la función comunicativa de la misma, es la
relación entre remitente y destinatario, que dependerá del status de cada uno
de ellos. El autor ofrece también algunas diferencias entre la epístola
medieval y a la clásica en cuanto a la finalidad y a los aspectos formales de
una y otra.
Sobre los asuntos epistolares, la doctrina
medieval no hace ninguna aportación significativa puesto que se admite
cualquier materia. Al igual que ocurría con la epístola clásica, no hay una
teoría de tipos epistolares, si bien es cierto que se puede hacer una
clasificación dependiendo del objetivo final de la epístola (petitio).
En el siguiente apartado, y tal como hizo
con la teoría epistolar clásica, Martín Baños se ocupa de las partes de la
carta, atendiendo a la inventio, dispositio y elocutio, aunque será la inventio
la parte que el autor trata con más detenimiento. Siguiendo el esquema de las
partes del discurso clásico y partiendo de la Rhetorica ad Herennium y del De inventione de Cicerón,
Baños asegura que la epístola medieval es una sucesión de salutatio, exordio, narratio, petitio y, finalmente, conclusio.
De las tres últimas es muy escasa la aportación que los tratados medievales
ofrecen, si bien es cierto que deben mantener cierta coherencia. No ocurre lo
mismo con la salutatio, a la que
cualquier ars dictaminis puede dedicarle más de la mitad. Tales artes se cuestionan la consideración o
no de la salutatio como parte
constitutiva de la epístola y ofrecen los elementos y las funciones de la
misma.
Sobre la dispositio Martín Baños pasa de puntillas para adentrarse en la elocutio, en donde toma como hilo
conductor el libro IV de la Rhetorica
ad Herennium y los preceptos estilísticos que contiene. Así, como
principales virtudes elocutivas sobresalen la elegantia, la compositio,
la dignitas, la brevitas, el ethos y el decorum. Los dictatores deben comenzar con una clara disposición sintáctica y
ortográfica y, posteriormente, buscar la belleza de la frase mediante
alteración de orden de palabras, ritmo adecuado, evitar sonidos desagradables,
y mediante el empleo de figuras retóricas (colores
rhetorici). Frente a la teoría
epistolar clásica, Martín Baños sostiene que la carta medieval no está ligada
al estilo sencillo y humilde, sino al elaborado, dependiendo del emisor y del
receptor y que conduce a los distintos genera
dicendi.
Este capítulo, y con él la primera parte
del trabajo, concluye con un aspecto ligado al sistema estilístico de las artes dictaminis. Se trata de la variatio,
entendida como conocimientos estilísticos que el dictator debe poseer o dominar y que le capaciten para variar cualquier expresión común. Es en
este sentido, dice Martín Baños, “en el que resulta pertinente hablar, para las
artes dictaminis medievales, con todas las reservas precisas, de copia verborum” (p.191), lo que nos indica la proximidad del término variatio con la copia erasmiana.
A partir de aquí comienza el estudio de lo
que sería el objetivo inicial de Martín Baños, la preceptiva epistolar en el
Renacimiento, apartado que hubiera resultado complejo entender sin el magnífico
y detallado estudio que el autor ha hecho de la misma en la Antigüedad y en la
Edad Media. En el primer capítulo, el autor hace una introducción sobre el arte
epistolar renacentista, en donde recoge la enorme difusión que las colecciones
de cartas grecolatinas tuvieron entre los humanistas, acostumbrados a reflejar
todas sus inquietudes en forma de carta. El segundo aspecto que Martín Baños
trata en este capítulo está relacionado con la retórica, la gramática y los
manuales epistolares renacentistas. Éstos manuales se ubican entre la herencia
medieval, la tradición grecolatina y la denominada ‘modernidad’ y devuelven a
la retórica la integridad que durante la Edad Media había perdido. Respecto a
la gramática, formará parte del contexto epistolar como disciplina utilizada
para adquirir destrezas lingüísticas.
A continuación, y agrupado en tres
capítulos, Martín Baños se centra en la tradición teórica latina. En primer
lugar, analiza la evolución del género desde el ars dictaminis hasta
Erasmo (cap. 6); a continuación, revisa el género epistolar en Erasmo (cap. 7)
y concluye con la recuperación de la doctrina clásica en autores y tratados
posteriores a Erasmo (cap. 8). En un primer momento, en donde aún perviven las artes dictaminis, Martín Baños manifiesta el carácter híbrido de la
retórica, que mezcla clasicismo y medievalismo. El principal interés retórico
de los primeros humanistas será la recuperación de textos retóricos clásicos,
como el manual por excelencia, la Rhetorica
ad Herennium, y el De oratore, de Cicerón, además de las Institutiones oratoriae de Quintiliano.
Igualmente, se va a producir una gramaticalización de la retórica en donde la
restauración del latín clásico será también una de las preocupaciones más
acuciantes de estos primeros humanistas. Martín Baños destaca el papel de
Gasparino Barzizza y su teoría sobre la compositio
basada en los preceptos clásicos. En esta gramaticalización de la retórica
entra en juego la elegantia, que
abandonará el terreno gramatical para adentrarse en el de la retórica, y cuyo
principal abanderado será Lorenzo Valla. Frente a él, otros autores, como
Agostini Dati y Francesco Nigro, harán uso de la elegantia, pero desde una perspectiva distinta, al equiparar elegantia y elocuencia.
En este punto, Martín Baños analiza, en
primer lugar, las artes epistolares de esta primera etapa humanista, en la que
aún perviven las artes dictaminis. Junto a ellas, y en un
segundo lugar, conviven una serie de manuales que conservan parte de la
preceptiva anterior y en los que se conjuga la teoría epistolar y la retórica
elocutiva. Destacan Gasparino Barzizza, Setfao Fieschi, Alberto de Eyb o
Niccolò Perotti, entre otros. Además de la pervivencia de las artes dictaminis y de la existencia de
manuales con claros tintes medievales, Martín Baños muestra el interés que
numerosos autores muestran por recuperar las doctrinas epistolares clásicas.
Entre ellos, dedica un apartado a Petrarca y otros humanistas, un solo apartado
a la recepción de la teoría epistolar griega y un último al análisis de la
epístola 1.1. de Poliziano. Tras el hallazgo que Petrarca hace en Verona de
algunas cartas de Cicerón, el interés por la difusión de los epistolarios
clásicos y la imitación de los mismos es palpable. Para terminar, Martín Baños
sostiene que la difusión a finales del XV y principios del XVI de los tratados
epistolares griegos, -como el De epistolis dicendi genere de Nicolás
Saguntino, el De elocutione de Demetrio y los formularios del ps.-Demetrio y
ps.-Libanio-, que aglutinaban toda la preceptiva epistolar clásica, hizo que
las artes dictaminis fueran perdiendo consistencia. Por ello, el autor decide
finalizar con un repaso a la carta 1.1. de Poliziano, que recoge la mayoría de
los epistolarios grecolatinos y que contiene una crítica al ars dictaminis
medieval.
El capítulo séptimo está dedicado, en su
totalidad, a la retórica y arte epistolar en Erasmo. En un primer apartado,
Martín Baños analiza el De duplici copia (1512) y el Ciceronianus
(1528) como obras que supusieron un cambio en el sistema retórico
cuatrocentista. En cuanto a la primera (1512), ya existió un precedente de copia medieval que utilizaba recursos
como la amplificatio, la abreviatio y la variatio. El humanista heredará estos procedimientos, pero
subordinados a la imitación de los textos clásicos. Así, surge el De duplici copia como estudio sobre la
variación estilística, que cuida minuciosamente las palabras pero sin el exceso
retórico cuatrocentista. Por eso, la noción inicial de Erasmo de copia verborum se transforma también en copia rerum, buscando la adecuación
entre contenido y la forma de expresar ese contenido, lo que hará que el
concepto de variatio de Erasmo sea
distinto al utilizado en la Edad Media.
El Ciceronianus
es “una mordaz sátira sobre la imitación servil y enfermiza de Cicerón”
(p.316), imitación lingüística y literaria. Martín Baños sostiene que debe
existir un equilibrio entre res y verba, entre contenido y forma.
La obra culmen de Erasmo sobre este tema,
cuya influencia va más allá del XVII, es el Opus
de conscribendi epistolis (1522), que sintetiza la doctrina de las artes dictaminis medievales que aún sobrevivían, los textos retóricos y
los epistolarios grecolatinos descubiertos, para hacer su propia aportación
epistolar. Erasmo, que hace una defensa a ultranza de un nuevo ars epistolaris, aboga por la
heterogeneidad y el decoro. En cuanto a la relación entre carta/oratio, Erasmo opta por una posición
intermedia: es cierto que la carta es un género distinto de la oratio, pero no puede prescindir del
sistema retórico para su composición. De ahí, esa nueva concepción de ars epistolaris
que adapte la doctrina retórica a la escritura de las cartas.
Martín Baños termina este capítulo con una
crítica a la teoría de Judith Rice Henderson, que no duda en ver reflejado en
el Opus tintes anticiceronianos de Erasmo. Y es que, en su opinión, la obra de
Erasmo rechaza la utilización de cualquier tipo de preceptos, “por muy clásicos
o autorizados que sean” (p.359).
El recorrido por la tradición teórica
latina concluye (cap. 8) con un análisis de la retórica, gramática y manuales
epistolares posteriores a Erasmo. Abolidas, definitivamente, las artes dictaminis, el Opus de conscribendi
epistolis gozará de una magnífica acogida entre las materias de estudio en
la primera mitad del XVI, hasta que la Inquisición logra poner fin a la
influencia del holandés. Humanistas posteriores, protestantes -como Rodolfo
Agrícola, Melanchthon, Jacobus Omplhalius o el propio Petrus Ramus- o católicos
–Horacio Toscanella o Ludovico Carbone-, conjugando retórica y dialéctica, ofrecen
comentarios metódicos en los que caben todo tipo de comunicación.
Frente a la corriente epistolar erasmiana,
Martín Baños ofrece un análisis detallado de la carta entendida como sermo familiaris, en donde destacan
tratados como el De conscribendis epistolis de Luis Vives, tratados de autores que mantienen vivo el
De elocutione de Demetrio y la Epistolica
institutio de Justo Lipsio. Vives
pretende demostrar en su obra “la naturaleza propia de la carta que se corresponde
con la sencillez” (p.414). Pero si el tema y el destinatario lo exigen, la
carta puede adquirir un tomo más elevado, alejándose en este caso de su propia
naturaleza. Igualmente, hay autores, como Joachim Camerarius y Manuzio, que
mantienen viva en sus tratados la doctrina epistolar del De elocutione y que
apuestan por un tipo de carta sencilla, amistosa y familiar. Partidario,
también, de este sermo familiaris es Justo Lipsio y su Epistolica institutio con la que Martín Baños concluye el análisis de
tradición teórica latina.
Pero no podía terminar este complejo
análisis del arte epistolar sin un apartado dedicado a la tradición vernácula.
Y esto es, precisamente, lo que Martín Baños realiza en el penúltimo capítulo
(9), primero relacionando la tradición vernácula con la latina y segundo desde
la propia especificidad de la lengua vernácula. A finales del XVI se va a
producir una revitalización de las lenguas vernáculas, que convivirán con la
tradición de las artes latinas. Esta reconciliación se ve reflejada en las
artes latinas renacentistas compuestas en alemán, italiano o francés del XV, y
ya en el XVI, las artes epistolares vernáculas comenzarán, en opinión de Martín
Baños, a conformar una tradición nueva en la que sigue vigente la dicotomía retorizante-familiar.
Así, en el XVI, los principales tratados
epistolares vulgares que podemos encontrar son básicamente manuales prácticos,
dirigidos a la formación de negociantes y mercaderes. Este pragmatismo de los
tratados vernáculos, afirma Martín Baños, propicia el reencuentro de la carta
con los textos notariales, de los que se había separado en la Edad Media. Uno
de los corpora más homogéneos que
florecen a partir de la segunda mitad del XVI son los manuales de secretario,
que “ofrecen una valiosa información sobre cómo los humanistas y hombres de
letras reclaman su lugar en la esfera de las cortes de las monarquías europeas
y sobre cómo y qué tipo de relaciones establecen con las clases dominantes y el
poder” (p. 481). Describe al perfecto secretario, dotado de una sólida formación
humanística, próximo a la figura del orador grecolatino.
Por último, y tal como hizo en capítulos
anteriores, Martín Baños realiza un análisis sistemático de la teoría epistolar
renacentista, siguiendo el esquema retórico de definición, materia y partes. En
cuanto a la definición, el autor expone la recuperación en el Renacimiento del
equilibrio entre el carácter oral y el escrito que la carta poseía en la
Antigüedad y que había estado eclipsado en el medievo. Así, Martín Baños hace
hincapié en la revitalización del carácter amistoso y conversacional de la
misma, que permanecerá a lo largo del Renacimiento. Sobre la finalidad de la
epístola renacentista, el autor remite a la definición que ya Cicerón ofreciera
en su momento, afirmando Martín Baños que “los hombres renacentistas consideran
la carta ... como un vehículo expresivo que trasciende los límites de la
comunicación cotidiana”.
En el apartado de la materia, el autor
afirma que son numerosos los asuntos que se pueden tratar en una carta, como
también es muy variada la clasificación tipológica. El autor pone como ejemplo
a Erasmo, fiel reflejo de la síntesis entre la carta amistosa y conversacional
y aquella que puede abordar cualquier asunto. Esta diversidad tipológica, una
vez asentada la doctrina de los géneros retóricos, hace que la carta pueda ser
clasificada atendiendo a los géneros retóricos. Aun siendo numerosas y variadas
las clasificaciones que se han hecho, la teoría que ha predominado ha sido la
aristotélica (según el género deliberativo, demostrativo y judicial).
En cuanto a las partes, en el arte
epistolar renacentista persiste el hábito medieval de adecuar las partes del
discurso a la carta. En el XVI la cuestión de las partes epistolae depende
de la postura que se adopte ante la carta. Hay dos: los partidarios de una
epístola esencialmente retórica y los que abogan por un género epistolar
sencillo. Pero hay que añadir una tercera postura, presente en las artes del
Norte de Europa, que establece dos partes: accidentales o extrinsecae (salutatio, valedictio y data) y las substanciales o intrinsecae
(causa, intentio y effectus). Sea
cual sea la postura adecuada, hay unanimidad al considerar la salutatio como la parte epistolar por
excelencia. Entre la sencillez del saludo clásico y la excesiva pompa del
medieval, los humanistas optan por el modelo de las cartas típicamente
ciceronianas, de las cuales imitarán el orden. Igualmente, reprobarán el uso
excesivo que los tratados medievales hacen de epítetos dirigidos al
destinatario, dependiendo de su condición social. Sin embargo, Martín Baños
sostiene que los tratados epistolares en lengua vernácula tienden, salvando las
distancias, a una salutatio más
cercana a la medieval que a la propiamente renacentista.
En cuanto a la dispositio, los preceptos que los manuales ofrecen son más bien
escasos. Sin embargo, la elocutio es
la parte más importante de la teoría epistolar. Al igual que hizo en capítulos
anteriores, Martín Baños analiza las virtudes de estilo y los genera dicendi. Así las virtudes epistolares tratadas son: la pureza o
corrección (uso de la lengua latina, pero la de Cicerón, no la medieval. De ahí
que surja nuevamente el enfrentamiento entre ‘ciceronianos’ y
‘anticiceronianos’), la claridad (que se consigue con un lenguaje usual y con
una sintaxis lógica y coherente, entre otras cosas), la brevedad (la virtud más
genuinamente epistolar, en cuanto a estilo y en cuanto a extensión. Pero
algunas epístolas, cuando las circunstancias lo requieren, se exceden de la extensión
esperada), elegancia y encanto (unión de lo simple y lo elegante), carácter (la
carta debe ser el espejo del alma y para ello nada como un lenguaje que exprese
los pensamientos, los deseos, las voluntades del hombre), y, por último, decoro.
Sobre los genera dicendi, y al
igual que ocurría con la epístola clásica, en el Renacimiento, las cartas se
adaptan al estilo humilde o sencillo. Pero no conviene encasillar la epístola
en un único estilo, pues puede abandonar la sencillez en función del destinatario
y del tema en cuestión.
Martín Baños pone fin al capítulo con un
análisis de la compositio, en donde
recoge la sustitución del cursus por
el numerus y admite una reforma
completa de los modelos estilísticos. “La teoría renacentista” concluye el
autor “establece que la oratio soluta es el estilo epistolar por
excelencia, a no ser que la materia o el destinatario de la carta requieran una
mayor elevación” (p.603). El trabajo concluye con una serie de apéndices y con
una extensa bibliografía empleada por el autor.
Nos encontramos ante un extraordinario
trabajo, fruto de una precisión y de un rigor asombrosos. Martín Baños examina
la evolución de la epístola, desde la Antigüedad hasta el Renacimiento, como
género que se desarrolla reforzado por la normativa retórica. La claridad
expositiva y la aportación de fuentes, directas e indirectas, facilitan el
seguimiento de una obra madura, fruto de intensas horas de trabajo, que
constituye todo un hito en la historia de la preceptiva epistolar.