David Paniagua Aguilar

Universidad de Salamanca

 

La arenga militar desde la perspectiva de la tradición polemológica grecolatina

 

Abstract: This paper proposes an analysis of the considerations regarding harangue in Greek and Latin military treatises. The instructions provided by Onasander and Vegetius, in their treatises, as well as by Frontinus and Polyaenus, in their collections of strategemata, display some particular and very useful features to better define the space of harangue in Greco-roman written doctrine de re militari: the harangue right moment, the execution, the conventions and conditions, its particular aim in every situation, the eventual practical limitations

Keywords: Harangue, Military Treatises, Rhetoric, Onasander, Vegetius, Frontinus, Polyaenus.

 

Fecha de Recepción: 2 Marzo de 2007.

Fecha de Aceptación: 15 de Octubre de 2007.

 

1. Arenga y tradición polemológica

Arenga, como tantas otras voces del ámbito de la guerra, ha desembarcado en las lenguas romances desde las lenguas germánicas y ha dejado testimonio perenne e indeleble de la belicosidad que acompañó en sus desplazamientos migratorios a los pueblos germánicos llegados hasta Occidente[1]. Esto no quiere decir, desde luego, que la arenga sea un fenómeno germánico sin precedentes fuera de este ámbito. Todo lo contrario, la arenga es una realidad perfectamente documentada en el mundo grecolatino a través de su literatura, fundamentalmente en la producción historiográfica ligada a la narración y descripción —a menudo pasadas por el tamiz de la recreación artística— de momentos determinados de los procesos bélicos. Por otra parte, en cuanto producción oral de un discurso formalizado y concebido para una situación comunicativa bien determinada, su relación con el ars que establece sus parámetros definitorios también vincula de manera decisiva la arenga a la tradición retórica clásica, a sus teóricos, a sus tratados y a sus principios rectores. En consecuencia está justificado afirmar que la consideración crítica de la arenga en el marco contextual del mundo clásico debe necesariamente bascular sobre estos dos puntos de referencia: tradición historiográfica y preceptiva retórica.

Con todo, existe un tercer eje que puede resultar valioso en una consideración de la arenga en este mismo contexto, aun a pesar de encontrarse algo alejado de los dos recién señalados. Tomándolo como punto de referencia será posible ofrecer algunas valoraciones que contribuyan a complementar de manera —creo— oportuna este análisis de la arenga con un mayor grado de perspectiva. Se trata, como se lee en el título de este trabajo, de la arenga contemplada desde el punto de vista de la tradición polemológica clásica.

 

Es preciso comenzar apuntando que dentro de esta tradición literaria técnica la arenga no recibe atención en todos los tratados conservados, ni siquiera en la mayor parte de ellos, pues el protagonismo de la arenga como elemento integrado en la exposición preceptiva se limita exclusivamente a los tratados de Onasandro y Vegecio, con algunas excepciones de menor entidad que se verifican en los casos de Frontino y Polieno, como habrá ocasión de referir más adelante y con mayor detalle.

Esta relativa desatención hacia la arenga tiene una buena razón de ser. Hay que tener presente que la literatura polemológica se articulaba en una serie de subgéneros que conformaban su propia esencia. De este modo es posible establecer una clasificación de los subgéneros de la literatura de re militari clásica en los términos siguientes:

1) La Poliorcética, representada por la obra de Eneas el Táctico (Πολιορκητικά), (355-346 a.C.) que se ocupaba de la explicación de las maniobras y procedimientos militares relativos a los asedios a ciudades y emplazamientos protegidos, tanto desde la perspectiva del bando que ejecuta el asedio como desde el punto de vista del bando que lo sufre.

 

2) La Ingeniería militar, que fue cultivada por Filón de Bizancio aproximadamente entre mediados del siglo III y principios del II a.C. en su tratado Μηχανική σύνταξις, por Bitón en sus Κατασκευαὶ πολεμικῶν ὀργάνων καὶ καταπαλτικῶν, compuestos según algunos hacia el 240-230 a.C.[2] y según otros hacia el 155 a.C.[3], por Ateneo el Mecánico en su tratado Περὶ μηχανημάτων, escrito probablemente hacia mediados del siglo I d.C., por Herón de Alejandría en cronología similar en sus Βελοποιικά y en su otro tratado Χειροβάλλιστρας κατασκευὴ καὶ συμμετρία, y por Apolodoro de Damasco con su Πολιορκητικά, conservada parcialmente en el corpus polemológico bizantino y que tenía como objeto de consideración, estudio y exposición sistemática la correcta construcción de diversos ingenios mecánicos y aparatos de guerra de utilidad práctica durante el combate.

3) La Táctica, cultivada por Asclepiódoto en su Τέχνη τακτική (I a.C.), por Eliano en su Τακτική ϑεωρία, escrita entre el 106 y el 113 d.C., y por Arriano tanto en su Ἔκταξις κατ̉ Ἀλανῶν, fechable hacia el 132, como en su Τέχνη τακτική, del año 136.

4) Las Colecciones de estratagemas, es decir, los tratados de Strategemata, como son el de Frontino, redactado entre el año 84 y el 96 d.C., y los Στρατηγικά de Polieno, compuestos en el año 162 y dedicados a Marco Aurelio y Lucio Vero. Su finalidad no era otra que la de recoger y poner a disposición del lector prontuarios de estratagemas ideadas fundamentalmente por personajes históricos, no sólo para servir como demostración de ingenium sino también como repertorio de posibles maniobras que le son propuestas al general para resolver situaciones de combate de todo signo y naturaleza. Ello sin perder nunca una notable tonalidad literaria de artificiosidad que en ocasiones las acerca a lo que podríamos denominar un cierto tipo de “literatura de salón”.

5) Finalmente, hay un último subgénero, al que podemos denominar Paraskeuastiká o Logística, si preferimos utilizar una terminología mucho más moderna, es decir, aquella parcela de la preceptiva polemológica que se ocupaba de reflejar y tratar convenientemente todos los aspectos preparatorios y de intendencia del ejército. A este subgénero se pueden adscribir positivamente el Στρατηγικός de Onasandro y también parcialmente la Epitoma rei militaris de Vegecio, junto a otras obras como el Ἱππαρχικός de Jenofonte, el libro VII de los Κεστοί de Julio Africano, el tratado De metatione castrorum[4] del pseudo-Higino sobre el campamento militar y el tratado anónimo De rebus bellicis. Esto sin olvidar que quizás también sería oportuno incluir en este subgrupo el apartado dedicado a la preceptiva militar por Catón en sus Libri ad filium, del que apenas se conservan restos aunque parecen amoldarse a este tipo de orientación preceptiva, y la sección de re militari de las pluridisciplinares Artes de Cornelio Celso, completamente perdida pero utilizada por Vegecio para fundamentar parte de su Epitoma.

 

Así pues, sobre el plano teórico todo parecería apuntar a que la consideración especializada y específica de la arenga debería quedar circunscrita al ámbito de pertinencia de este último subgénero de la literatura polemológica, la paraskeuastiká o Logística. Y la lectura de estos textos así lo confirma efectivamente. Existen, con todo, algunos vestigios que conciernen colateralmente a la arenga militar, y de modo más general a la funcionalidad de la palabra en el ámbito militar, que se pueden localizar en las colecciones de estratagemas de Frontino y Polieno, como ya hemos apuntado. Veamos qué espacio, qué atención y qué tipo de interés suscita la arenga en los tratados en los que, en efecto, se comprueba que forma parte de las instrucciones relativas a la preceptiva militar y en aquellas otras en las que aparece como elemento adicional en la narración de estratagemas y acciones militares memorables.

 

2. Onasandro y el óptimo general

Onasandro resulta un personaje prácticamente desconocido para el estudioso moderno[5]. De él sabemos gracias a la Suda (s. u. Ὀνόσανδρος) que fue filósofo de orientación doctrinal platónica y que en el curso de esta actividad redactó un comentario de la República de Platón, que no se ha conservado. Además de ese comentario, Onasandro escribió un tratado titulado Στρατηγικός en el que describía las cualidades que debía reunir el perfecto general según la tradición griega. Este tratado, su única obra conservada, fue escrito bajo el reinado de Claudio y le fue dedicado a Quinto Veranio, cónsul en el 49 d.C. y gobernador de Britania, donde murió en el año 58. Por tanto, esta última fecha representa el terminus ante quem para datar la redacción de la obra. La inclusión de Onasandro en el canon de scriptores rei militaris es bastante temprana y podría remontar al menos al siglo VI, época en que Juan Lido (De magistr. 1, 47) lo menciona en un catálogo de escritores griegos y latinos que cultivaron el ars militaris. Poco más se puede añadir sobre este escritor[6].

El tratado comienza con la declaración del autor de cuáles son las virtudes que deberían caracterizar al general óptimo. [7] En este sentido asegura estar convencido de que los generales deben ser escogidos no por su linaje noble, como sucede con los sacerdotes, ni por su riqueza como sucede con los gimnasiarcas —los supervisores encargados de la gestión de un gymnasium— sino por otras cualidades bien diferentes: prudencia, (auto)disciplina, sobriedad, austeridad, entrega (entendida como capacidad de sufrimiento), inteligencia, desprecio del dinero, mediana edad (“ni joven ni viejo” dice el autor), si es posible que sea padre, con cualidades para hablar en público[8], y persona honorable.

De todas estas virtudes evidentemente la que nos interesa en esta sede es la penúltima, esto es, las cualidades para hablar en público (λέγειν δ̉ ἱκανὸν)[9]. De esta cualidad, a la que dedica los parágrafos 13-16 del capítulo inicial, asegura que sólo se puede desprender el mayor de los beneficios.

Onasandro enmarca primeramente la pertinencia de la arenga en los prolegómenos del combate, cuando el general dispone su ejército para entrar en batalla. En ese momento la arenga (ἡ τοῦ λόγου παρακέλευσις) logra el efecto de que los soldados menosprecien los peligros (τῶν δεινῶν καταφρονεῖν) y al mismo tiempo ansíen todo lo positivo —sobre todo en sentido moral— que se derivará de la victoria (τῶν καλῶν ἐπιϑυμεῖν). Seguidamente Onasandro compara la arenga del general con otro elemento sonoro característico del paisaje militar prebélico cuya finalidad es despertar el ardor guerrero de los soldados para entrar en combate, a saber, el sonido estentóreo de la trompeta (ἐνηχοῦσα σάλπιγξ). El resultado de la comparación privilegia por encima del propio resonar de la trompeta, la capacidad de la arenga para infundir en los soldados el valor marcial que los empujará a arrostrar los peligros inminentes del combate.

Después de esto, Onasandro pasa a referirse a lo oportuno de la arenga en una situación en la que el ejército ha recibido un revés (πταῖσμα). Se trata del segundo momento característico de la arenga. Afirma que en esa situación la arenga (ἡ τοῦ λόγου παρηγορία) eleva el ánimo de los soldados y puede ser de mayor utilidad y provecho para el ejército que los propios médicos, pues mientras éstos con sus medicinas asisten y sanan solamente a los enfermos, el general por su parte restaura la buena disposición anímica de los enfermos a la vez que recupera la moral de los derrotados que no han sufrido daño físico. Y la comparación con la medicina, que —nótese— también se salda con rédito favorable para la arenga, se mantiene presente aún un poco más, pues Onasandro añade que tratar un daño de síntomas visibles con medicinas es sencillo, pero la tarea que logra con una arenga reparadora el general, esto es, liberar la ψυχή de la ϑυμία, —del desánimo y la desazón— es mucho más compleja. El discurso de Onasandro por momentos parece estar atribuyendo al general la función de psicólogo que debe ocuparse de sanar la mente de los soldados vencidos como complemento de la terapéutica física que se ocupará de sanar las heridas que han afectado al cuerpo de los soldados. Y el medicamento, el útil de sanación de que dispone el general, no es otro que la arenga. De este modo el general por mediación de la arenga se revela como médico del ánimo y del alma de los soldados, de todo lo que trasciende el plano puramente físico.

Esta parte concluye con una memorable sentencia del autor que recapitula y refuerza el planteamiento general de Onasandro a este respecto: al igual que ninguna pólis manda al campo de batalla a su ejército sin un general, tampoco escoge como general a nadie que carezca de la capacidad de forjar y de pronunciar una arenga.

En el capítulo 4 Onasandro expresa la conveniencia de que el general aduzca siempre la guerra bajo la condición, después devenida en tópico, del bellum iustum[10], pues de este modo los dioses combaten del lado de los soldados y éstos se muestran mejor predispuestos para afrontar la injusticia que encarna el enemigo[11]. Con este fin debe anunciar sus objetivos por dos procedimientos, las arengas dirigidas a los soldados y las embajadas; actuará de modo que parezca que son los enemigos quienes no se pliegan a unas demandas razonables y por tanto son ellos los que rompen el equilibrio de la paz. Onasandro añade algunos elementos de contenido que deberán estar presentes en la arenga del general y esto es interesante porque concierne a la inuentio de este tipo de producción retórica: por una parte deberá poner a los dioses por testigos de que no entra en guerra καταφρονῶν, de manera irresponsable y sin ponderar los peligros que implica la guerra para sus soldados, y por otro lado que su intención no es causar daño al enemigo deliberadamente de cualquier modo posible. Así es como deberá suscitar en sus soldados la impresión de que realmente es un general óptimo; encarnará el tópico del bellum iustum, hará responsable del enfrentamiento al bando contrario, apelará con justicia a las instancias divinas y dará muestra de valorar por encima de todo la vida de los hombres, no sólo de los propios sino incluso de los enemigos.

Más adelante, en el capítulo 13, apartado encomendado a explicar la conveniencia de que el general demuestre buen ánimo en las situaciones adversas, Onasandro ofrece una clave más en la caracterización de la capacidad del general para ejercer una intensa influencia psicológica sobre sus tropas. El principio rector de este planteamiento es que cuando se ha sufrido algún revés en combate el general tiene la responsabilidad de mostrarse alegre, pleno de confianza y nada en absoluto intimidado. Esta actitud encontrará correspondencia inmediata en sus hombres, mientras que una apariencia contraria arrastraría al pesimismo a todos sus soldados. La pertinencia de esta indicación se manifiesta cuando asegura que el general debe hacer ver su confianza más que por sus palabras por su propia expresión, pues la mayoría desconfía de arengas diseñadas para la ocasión[12] (λόγοις πεπλασμένοις τοῦ καιροῦ), pero la apariencia, la gestualidad en sí misma, acaba por convencerlos de que realmente el general está confiado. Se trata, por tanto, de la necesidad de fundir en uno solo la arenga y la actitud del general, porque solamente de la coherencia de ambas se desprenderán las consecuencias positivas que el general desea lograr. Onasandro reclama la necesidad de una determinada actio, porque al fin y al cabo el general debe representar un papel haciendo ver su buen estado de ánimo en una situación adversa. La pronuntiatio acompañaba el discurso elaborado retóricamente de la correcta cadencia de la voz y de unos movimientos corporales acordes a las posiciones asumidas en el propio discurso[13]. Esta representación va un paso más allá con la incorporación de la actio, porque, si un orador quería transmitir la impresión de que una circunstancia revestía gravedad, no podía limitarse a manifestarlo en el acto de ejecución de la alocución, en su performance, sino que debía conllevar una actuación conforme a la imagen de la situación que pretendía transmitir. Y si, por el contrario, quería comunicar una impresión de tranquilidad, debía emanar relajamiento no sólo en el propio discurso sino también en los prolegómenos y en su conclusión. De lo contrario las ideas presentadas en el discurso pierden continuidad y se desligan de la configuración de la realidad postulada. En suma, la persuasión pretendida fracasa en su propósito porque la actitud del orador-general traiciona a sus propias palabras.

De este modo la elocuencia del general deberá ser tanto oral como gestual, en conformidad con la preceptiva retórica, para hacer que el mensaje que recibe el soldado tanto de las palabras como de las actitudes no sea contradictorio y, en consecuencia, fallido.

En 14, 2 también encomienda a la combinación de palabra y gesto, a esta elocuencia total, la función de persuadir a los soldados de que el ejército enemigo es más temible de lo que creen cuando las tropas han caído en la pereza y en la autocomplacencia y, en sentido opuesto, convencerlos de que el enemigo es más débil cuando ha cundido el desánimo. Nuevamente Onasandro deja ver con sus palabras que el general poseía una poderosa arma en su arenga porque ésta le confería la capacidad de manejar —de manipular diríamos, más bien— la percepción del enemigo que llegaba a sus propios hombres en las diferentes situaciones posibles del enfrentamiento.

El último punto de interés del Στρατηγικός se concentra en el capítulo 23 donde Onasandro introducirá algunas ideas sobre la funcionalidad de la palabra durante el combate como elemento de persuasión con efectos directos sobre su desarrollo. El autor aconseja dar buenas noticias relativas al propio devenir del combate en el curso de la batalla de manera que éstas resulten perfectamente audibles para el enemigo; aun cuando en realidad sean mentira. Así, propone anunciar que el ala izquierda ha aplastado el ala derecha del enemigo o viceversa, o incluso si el general enemigo se encuentra en una posición alejada anunciar que éste ha sido abatido; de este modo, añade, el ejército redobla su ánimo sabiendo que los compañeros están venciendo y, por el contrario, el enemigo pierde esperanzas al saber que los camaradas están cayendo masacrados en otros puntos del campo de batalla. Ciertamente esto no atañe de modo directo a la arenga pero enlaza con la función de la palabra como instrumento eficaz en el contexto bélico[14]. Hasta aquí Onasandro.

 

3. Los exempla militares de Julio Frontino

La presencia de la arenga militar en los Strategemata de Frontino es de naturaleza bien distinta a la que se encuentra en los tratados de Onasandro y Vegecio. Esta obra[15], en consonancia con la convención del subgénero al que pertenece, tiene como objetivo la recopilación de estratagemas y maniobras militares dignas de ser recordadas por algún motivo que las hace paradigmáticas o particularmente significativas. En ella la arenga militar aparece efectivamente mencionada por Frontino. Sin embargo, el elemento diferenciador radica en la funcionalidad de esta mención, pues mientras en Onasandro y Vegecio la consideración de la arenga viene cargada de una finalidad explicativa y preceptiva, en la obra de Frontino las menciones de la arenga están siempre insertas en la narración de una estratagema y su función es meramente descriptiva o exornativa, nunca preceptiva. Por este motivo Frontino nunca introduce reflexiones sobre las arengas sino que alude a ellas como ingrediente “costumbrista” o tradicional de una secuencia narrativa bélica o prebélica, como un tópico característico de este tipo de escenas.

Así sucede, en efecto, cuando Frontino representa a Temístocles lanzando una arenga a sus soldados para que emprendan un trabajo urgente de reparación de una muralla (1, 1, 10). La arenga tiene lugar también en situaciones en las que un ejército o parte de él ha sido derrotado por el enemigo; el general se sirve de la arenga para recuperar a los soldados supervivientes y hacer que formen parte activa de su propio ejército, como en 1, 5, 15[16], donde Calpurnio Flama[17] es presentado recogiendo trescientos soldados del ejército vencido y, tras dirigirles una arenga para que mantuvieran vivas con su valor las fuerzas del contingente militar (ut uirtute sua exercitum seruarent), logra con su apoyo evitar que la batalla termine en derrota. Lo mismo sucede en 2, 7, 9, donde Frontino presenta a Datames, general de los ejércitos persas, dirigiendo una arenga a su ejército después de que una parte de su caballería hubiera huido y de que algunos soldados hubieran regresado amnistiados tras haber acudido ante las tropas enemigas como tránsfugas. De este modo Datames restauraba su ejército con la parte restante de la caballería y con los tránsfugas exonerados de su falta y les exhortaba a hacer frente al enemigo. Y aún de nuevo en 2, 10, 2, encontramos a Tito Marcio, qui reliquiis exercitus praefuit, esto es, que fue colocado al mando de los restos de un ejército. Marcio, a pesar de comandar un ejército disminuido y diezmado, pronuncia una arenga ante sus soldados que despierta en ellos los arrestos necesarios para expugnar dos campamentos púnicos en un ataque nocturno lanzado por sorpresa. Estos tres episodios históricos reflejan la utilización de la arenga militar como instrumento de restauración de un ejército que ha sufrido una derrota y que logrará a continuación infligir un daño singular a las tropas enemigas.

En otro episodio diferente la arenga es mencionada sirviendo a un objetivo distinto. En 1, 12, 1 encontramos a Escipión desembarcando con sus ejércitos en la costa africana. Cuando el general advierte el temor de los attoniti milites les dirige una arenga con ayuda de su propia constantia et magnitudo animi, gracias a la cual logra disolver ese temor de los soldados (trepidatio). El episodio presenta en estilo directo una frase atribuida al general, que viene a resumir el espíritu de la intervención: gaudete, milites, Africam oppressi. La arenga sirve a los mismos intereses en 1, 12, 3, donde Frontino cuenta que en cierta ocasión Tito Sempronio Graco comandaba un ejército contra los Picenos cuando repentinamente se produjo un terremoto que sembró el desconcierto en ambos ejércitos. Sempronio Graco les dirigió entonces una arenga que logró despertar la confianza de sus hombres (confirmauit) y a la vez consiguió que cundiera la consternación entre el enemigo, lo que le ayudó a lograr la victoria sobre ellos sin dificultad.

También a medio camino entre la explotación de la superstición y las creencias religiosas, por una parte, y los miedos y anhelos de los soldados, por otra, se encuentra la estratagema relatada en 1, 11, 10, atribuida a Pericles. Dice Frontino que Pericles, divisando un campo consagrado al dios Hades (lucus ... Diti patri sacrum), que estaba a la vista de ambos ejércitos, envió a un hombre de enorme estatura y aspecto venerable calzando altísimos coturnos, con vestimenta púrpura, luciendo larga melena y montado sobre un carro de caballos blancos con la misión de que, en cuanto se diera la señal de combate, se hiciera visible y, haciéndose pasar por Hades, llamara a Pericles por su nombre y le dirigiera una arenga en la que les anunciara de forma manifiesta a él y a sus soldados que los dioses estaban del lado de las tropas atenienses.

En otras ocasiones la arenga no tiene ninguna función característica y solamente representa un estadio previo al inicio de las hostilidades entre los dos ejércitos enfrentados. Este es el caso de 3, 1, 1, donde el cónsul Tito Quincio dirige una arenga a sus soldados en la que les exponía la necesidad de tomar la ciudad de Antium. El propio entusiasmo (impetus) suscitado con su exhortatio llevó en volandas al ejército a expugnar esta ciudad. Asimismo en 3, 9, 3, Mario dirige arengas constantius a sus soldados y comienza a hostigar a los moradores de un castellum. La plaza fuerte será tomada no gracias al arrojo suscitado en los soldados sino a una estratagema urdida por Mario, pero de cualquier modo la arenga ha desempeñado la función tópica descriptiva de la fase inicial del combate.

En todos los casos, como se ha podido ver, se trata de ejemplos particulares en los que la arenga ha tomado parte de la exposición general del acontecimiento bélico. En algunas ocasiones el propio relato del episodio permite deducir posibles aplicaciones de la arenga a diferentes situaciones en el escenario militar, pero en ningún momento son explicaciones explícitas que partan de Frontino. Este escritor se limita a la acumulación de episodios y el nulo protagonismo de la arenga per se como elemento militar se refleja perfectamente en el hecho de que no haya dedicado ningún capítulo ni ninguna sección temática a la arenga como expediente de interés en el desarrollo de la actividad bélica. Todos los ejemplos anteriormente presentados han sido espigados de su obra, donde aparecen desperdigados, pues todos estos episodios en los que aparece la arenga están dispuestos en el tejido del decurso expositivo respondiendo a una ordenación que privilegia en ellos otros contenidos o elementos formales que para el autor siempre resultan de mayor importancia que la propia arenga. Con todo, no deja de tener valor el hecho de que la arenga aparezca mencionada en 1, 11, cuyo título general es quemadmodum inciditandus sit ad proelium exercitus y en 1, 12, de dissoluendo metu quem milites ex aduersis conceperit ominibus, porque esto sirve para confirmar, al menos en la parte concernida, la conciencia de Frontino de que la utilidad de la arenga podía resolver situaciones en las que hay enardecer al ejército o en las que hay sosegar las tropas ante un estado de opinión adverso fundado en creencias religiosas o en supersticiones.

 

4. La colección de estratagemas de Polieno

Probablemente menos importancia que en los Strategemata de Frontino tiene la arenga militar en los Στρατηγικά de Polieno[18]. Quizás por la poca altura de los conocimientos de técnica militar que se le atribuyen a este escritor macedonio, o más plausiblemente por la propia naturaleza literaria de las colecciones de estratagemas —puede incluso que por la combinación de ambos motivos a la vez—, lo cierto es que en los ocho libros que conforman su amplia obra la arenga militar apenas recibe atención, ni tan siquiera como mero elemento narrativo.

Lo más parecido a un contexto de arenga que encontramos en los Στρατηγικά aparece en un episodio en el que Polieno narra un enfrentamiento entre Agesilao y Tisafernes (2, 1, 8). Allí el escritor macedonio cuenta cómo en medio de las hostilidades Agesilao y su enemigo Tisafernes firmaron un armisticio de tres meses. Éste aprovechó la situación para reforzar sus ejércitos y para atacar a los griegos de manera tan inesperada como contundente sembrando el terror entre sus filas. A continuación de este suceso Agesilao es presentado por Polieno dirigiéndose a sus tropas con la intención, por una parte, de reconfortar a sus hombres tras la sacudida enemiga y, por otra, de elevar su moral con una nueva esperanza. En estilo directo el autor pone en boca de Agesilao la proclama de que Tisafernes con su quebrantamiento del juramento se había enemistado a los dioses, que a partir de ese momento pasaban a ser aliados de los griegos y serían una garantía segura de la victoria sobre las tropas del sátrapa persa. Y, en efecto, con los soldados encorajinados por esta arenga, la victoria sobre los ejércitos de Tisafernes se produjo de inmediato. Aquí la arenga cumple fundamentalmente la función de restaurar la disposición anímica de los soldados tras haber sufrido un revés; se trata de lo que antes denominamos el segundo momento o contexto natural de la arenga en el ámbito del proceso bélico. Además, la arenga que pronuncia Agesilao tal y como aparece reconstruida o dramatizada por Polieno aprovecha, como prescribía Onasandro, las creencias y las supersticiones de los soldados haciendo propicios signos y acontecimientos acaecidos durante el desarrollo del combate. La arenga atribuida aquí a Agesilao presenta, además, el recurso al tópico del bellum iustum, aunque no aparezca manifiestamente en el tratamiento de Polieno, pues con su ataque Tisafernes obliga a los griegos a defenderse de la acción deshonrosa: es Tisafernes el que desencadena el enfrentamiento con su acto injusto.

Sin embargo, no habrá más recreaciones de arengas ni mención a otras situaciones similares en toda la obra de Polieno. Sí que aparecerá el motivo de la palabra como instrumento válido del general en situaciones particulares del proceso bélico, en línea con algunos de los preceptos de Onasandro. Polieno recoge un episodio en el que las palabras del general aplacan el miedo provocado entre los soldados por la precipitación de un rayo en tierras muy cercanas (2, 3, 4), si bien en el texto de Polieno el acto comunicativo del general no es presentado explícitamente como arenga.

En otro pasaje (8, 9, 2) presenta a Sila en Orcómeno abandonado a su suerte por sus hombres; para reaccionar a tal adversidad toma una de las enseñas militares y se lanza contra los enemigos gritando a sus soldados que cuando les pregunten dónde traicionaron a Sila recuerden que fue en Orcómeno. Estas palabras, sumadas a la acción heroica del protagonista, despiertan el sentido de la vergüenza y de la honorabilidad en los soldados, que regresan para apoyar a su general con el resultado final de la victoria. También están en consonancia con la preceptiva de Onasandro relativa al poder de la palabra (cap. 23) algunos episodios sobre la utilidad de difundir falsos rumores[19], ya sea durante el combate (1, 35, 1) o en otros ámbitos (3, 9, 23; 5, 2, 16; 5, 44, 2). El gusto de Polieno por las estratagemas deshonestas no se limita al recurso frecuente a la mentira, pues el perjurio también es protagonista en episodios en los que los generales no mantienen sus promesas (1, 45, 1; 2, 2, 2; 2, 19, 1), lo que desemboca en la victoria sobre un bando enemigo que ha confiado en la palabra dada. Pero, como ya hemos señalado, estos episodios no tienen que ver directamente con la consideración polemológica de la arenga militar, que es la que aquí nos ocupa.

 

5. El compendio de técnica militar de Vegecio

La arenga recupera una posición destacada en el tratado de Vegecio, escrito a finales del siglo IV. Además, en la Epitoma rei militaris[20] la arenga es objeto de diferentes aproximaciones preceptivas, lo que hace que su consideración en esta obra sea mucho más fructífera. La primera vez que la arenga militar se hace protagonista en el compendio vegeciano es en el último capítulo del libro primero. Este libro primero en origen fue concebido por su autor como una obra orgánica y singular, y solamente más tarde, a partir de la buena acogida con que fue recibida por el Emperador, le añadió los otros tres libros que la integran en su estado actual; pero la estructura parece haberse mantenido inalterada. Así pues, este último capítulo (el 28) constituía originariamente el epílogo de la obra cuando aún era liber singularis. Y como epílogo para ella, posición de privilegio en la arquitectura de la obra, Vegecio eligió la forma de la arenga militar; no en vano lleva por título de adhortatione rei militaris Romanaeque uirtutis. Se trata de una pieza retórica de gusto delicado, bien urdida, que efectivamente recurre a algunos elementos de contenido muy valioso en la determinación tópica de la uirtus romana. Así sucede con el motivo de Roma como Imperio que aglutina a todas las antiguas potencias militares del pasado y con el de la experiencia del vencedor que, otrora vencido por la excesiva relajación en tiempos de paz que se tradujo en descuidos, vicios y negligencias—aquellos longae pacis mala que mencionaba Juvenal en su sátira (6, 292)—, ha aprendido de los errores del pasado y mantiene vivo el interés y la adecuada formación militar de sus tropas.

También es apreciable el capítulo 24 del libro 2, encomendado a proporcionar exempla adhortationum exercitii militaris de aliis artibus tracta. Aquí estamos ante un tipo de arenga diferente, más cotidiana y familiar..., menos épica. Es la que se dirige a los soldados en tiempos de paz con el fin de que se ejerciten con la tensión necesaria para mantenerse en forma y bien entrenados. En él, como promete en el título del capítulo, regala a su lector —el Emperador y, de manera más general, el dux— cuatro topica que pueden ser utilizados para estimular a los soldados en su ejercitación cotidiana. Las actividades que entran a formar parte de la argumentación de la arenga son la del atleta, el gladiador (uenator), el auriga y el actor; se trata de ejemplos muy cercanos a la gente y a sus vivencias cotidianas. Dice Vegecio que estos cuatro profesionales se ejercitan a diario en sus respectivas artes con un intenso afán de superación y ello a pesar de que únicamente obtendrán a cambio una pequeña contrapartida económica o, acaso, el favor del público. Con cuánta más razón, se cuestiona Vegecio, no deberá ejercitarse el soldado romano en cuyas manos ha sido depositada la esperanza de su pueblo. Y si el compromiso adquirido por los soldados es mayor no lo es menos la recompensa que recibirán, la gloria de la victoria —incomparablemente más excelsa que la gloria que se logra con el fauor plebis o la laus uulgi— y una amplior praeda que les será concedida por el propio Emperador como remuneración en forma de opes ac dignitates.

Desde una perspectiva más estrictamente preceptiva la arenga aparece en la consideración de Vegecio ya en el libro tercero. Primeramente en el capítulo noveno[21] Vegecio enumera los procedimientos aconsejables para reducir el pesimismo de las tropas[22]: la arenga del general, la adopción por su parte de una apariencia que no transmita temor sino todo lo contrario, la consecución de alguna operación militar en asechanza, la verificación de algún revés en el ejército enemigo y la victoria militar aunque sea contra tropas inferiores o peor pertrechadas. Todos estos expedientes deben ser tenidos en cuenta por el general cuando quiera elevar la moral de sus soldados; y de todos ellos la arenga militar es el primero y principal. Es notable también aquí la prescripción del escritor romano de conjugar una actitud coherente con los argumentos esgrimidos en la arenga, de mostrar una actio congruente con el mensaje transmitido.

De nuevo en el capítulo 12 Vegecio menciona la eficacia de la arenga del general para enardecer la disposición moral del ejército[23]. En este caso, además, propone una orientación para los contenidos que integran dicha arenga, pues asegura que si el general les presenta una situación del enfrentamiento venidero en la que se ven victoriosos sobre el enemigo se elevará la uirtus y el animus de los soldados. Esta representación de un enfrentamiento con visos de no presentar dificultad se logra si en la arenga el general deja patente la ignauia uel error inimicorum y si recuerda (commemorare) alguna victoria sobre el enemigo en el caso de que ya en el pasado se haya conseguido superarlo (si ante a nobis superati sunt). A estas indicaciones Vegecio añade una última adicional, siempre relativa al tipo de contenido que debe tocar la arenga. El autor afirma que deben mencionarse detalles que provoquen en los soldados el odio hacia el adversario tanto si se consigue por medio de la ira, como si es por medio de la indignación[24] (dicenda etiam quibus militum mentes in odium aduersariorum ira et indignatione moueantur).

La arenga puede llegar a ser un elemento tan importante en la consideración teórica del ars militaris como para llegar a determinar la posición del general durante el combate. En el capítulo 18 de este libro tercero, en el que Vegecio explica la posición que deben ocupar durante el enfrentamiento el general y sus dos lugartenientes, nuestro epitomador asegura que el general deberá mantenerse en la parte derecha del ejército, entre la caballería y la infantería. Tres son las razones que justifican esta disposición: desde aquí se controla toda la formación, es una posición que le garantiza un paso franco, lo que faculta su libertad de movimientos, y por último permite que con su consilium y su auctoritas pueda exhortar al combate tanto a la infantería como a la caballería (tam equites quam pedites ad pugnam possit hortari).

Finalmente, en 3, 25, 10, capítulo dedicado a la explicación de las medidas que deben adoptarse cuando una parte del ejército o todo él se ha batido en fuga, Vegecio prescribe que sea cual sea el desenlace del combate, si hay supervivientes siempre deben ser rescatados del campo de batalla (sed quocumque euentu colligendi sunt superstites). Después deberán ser recuperados como efectivos útiles para el ejército y esto solamente se logrará mediante una arenga militar pertinente y destinada específicamente a esta finalidad bello erigendi adhortationibus congruis, —obsérvese de nuevo la noción de καιρός aplicada a la arenga— y sólo a continuación restituyéndolos en el uso de las armas et armorum instauratione refouendi. De este modo la arenga vuelve a ser considerada instrumento de sanación y recuperación psicológica del soldado y por tanto desempeña una función pareja a la de la medicina castrense.

 

 

6. Hacia una caracterización integral de la arenga en los tratados polemológicos grecolatinos

A partir de todo lo anteriormente presentado es posible extraer algunas características generales de la arenga, según su tipificación en los tratados de preceptiva militar clásica: sus situaciones naturales, sus condicionantes, sus funciones y algunos elementos distintivos.

En primer lugar la arenga es una producción oral circunscrita estrictamente al ámbito del general. Es el general como líder del ejército quien tiene la capacidad de dirigirse a sus soldados en una situación comunicativa similar a la que se produce en la esfera civil cuando un orador o un político se dirigen a los ciudadanos con una finalidad concreta. El discurso o arenga, en el caso militar, tiene como objeto la creación o consolidación de estados de opinión que se traducen en estados de ánimo. Por este motivo es requisito del buen general disponer de aptitudes retóricas que le permitan articular satisfactoriamente una arenga adecuada a cada situación. Del mismo modo que el buen político debe tener cualidades oratorias para tener éxito con sus conciudadanos en el gobierno del Estado, el general deberá ser un buen orador para tener éxito en la dirección del ejército.

Según los testimonios recogidos, en particular aquellos procedentes de Onasandro y Vegecio, la arenga militar encuentra dos momentos fundamentales para su entrada en escena: antes del combate y después de una derrota.

La arenga antes del combate cumple una función enardecedora y estimuladora. De este modo entra en juego en combinación con otros protocolos militares con similar objetivo, como lo es por ejemplo el sonido estrepitoso de las trompetas que preludia el inicio del combate. Vegecio (3, 12) también recuerda como expediente destinado a este mismo fin el conducir a los soldados a una posición desde la que puedan observar al enemigo y acostumbrarse a su presencia y a su aspecto. Dentro de las convenciones que se contemplan para formalización de la arenga que el general debe pronunciar ante sus soldados antes del combate es también habitual hacer constar el tópico argumentativo del bellum iustum; y esto por dos razones fundamentalmente, porque legitima la acción militar y refuerza el sentido del deber de los soldados en su ejecución, dado que subyace una defensa de la justicia, y porque acrecienta la credibilidad del general ante sus soldados haciendo que esto se traduzca en un incremento de la confianza en él, pues el general actúa siempre con motivaciones fundadas y en defensa de una causa en todo caso justificada y lícita.

La arenga que se pronuncia ante los soldados que han sido derrotados en combate tiene una función distinta de la anterior: ya no es estimuladora y enardecedora sino reparadora. Se trata, en efecto, de una medicina que deberá sanar la psique herida de los soldados vencidos. Este será el único modo de recuperar a los soldados para que, libres de los temores que de otro modo los atenazarán sin remedio, puedan volver a combatir en la siguiente contienda. Así pues, el general deberá alentar a sus soldados a retomar las armas convenciéndoles de sus posibilidades de triunfo sobre las tropas enemigas. La metáfora sigue siendo válida: igual que el herido en una pierna deberá curarse con el remedio de la medicina para volver a poder usarla, el general deberá curar los fantasmas que oprimen la mente de los soldados que han sido derrotados a manos del enemigo, porque éste es el único remedio para que puedan volver a combatir con confianza. Y para ello el general deberá manifestar su propia esperanza de victoria demostrándolo no sólo de palabra en su arenga sino también con sus actos de forma congruente, porque como afirma Vegecio (3, 22, 4) los soldados que advierten que su general no alberga esperanzas se aprestan a la huida (ad fugam parati sunt qui ducem suum sentiunt desperare).

En realidad, la capacidad que los teóricos de la disciplina militar clásica atribuyen a la arenga como instrumento que sirve para canalizar y reconducir los estados de ánimo de los soldados tiene aplicación a cualquier circunstancia del combate, sea en sus prolegómenos o en su propio desarrollo. El discurso que el general dirige a sus hombres puede inclinar la balanza en una situación de desconcierto o desazón e incluso en un escenario en el que la congoja se apodera por igual de ambos ejércitos, como ante fenómenos naturales sobrecogedores en forma de terremotos o tormentas, una arenga oportuna puede ser clave para suscitar en los soldados la creencia de que tales acontecimientos son presagios de la victoria. Ya hemos visto que los tratados polemológicos ofrecen ejemplos de situaciones de este tipo.

Por último pero no menos importante, en el compendio de Vegecio encontramos el apreciable testimonio de un tercer tipo de arenga militar (2, 24), una arenga que aparece despojada de los ropajes épicos y grandilocuentes del enfrentamiento militar, pues es la que el general debe pronunciar ante sus soldados en tiempos de paz. Su función consiste en garantizar que las tropas mantengan la intensidad necesaria en las ejercitaciones militares mediante la exhortación; la manifestación en palabras del general de la responsabilidad del ejército como salvaguardia del pueblo romano y del compromiso adquirido por los soldados con su juramento militar debería ser suficiente para que los soldados mantengan en los ejercicios cotidianos la máxima concentración aun en época de paz. La recompensa que recibirán como contrapartida no se limitará a la gloria de la victoria sino que en forma de amplior praeda se traducirá en beneficios y galardones de manos del propio Emperador. Esta constante perseverancia en los ejercicios militares logra dotar al ejército de milites eruditi, esto es, de soldados expertos en su disciplina, y como afirma Vegecio (1, 13, 5) “no hay cosa más sólida, más encomiable ni más afortunada que un Estado en el que hay abundancia de soldados expertos” (nihil enim neque firmius neque felicius neque laudabilius est republica, in qua abundant milites eruditi).

Así pues, la arenga no es solamente característica del marco bélico en momentos de guerra sino que también en época de paz deberá estar presente en la actividad castrense. Se trata en definitiva del modo en que el general se dirige a la colectividad de los soldados con la intención de fomentar en ellos un determinado sentimiento o actitud, y por tanto se debe actualizar cada vez que tal proceso de comunicación es considerado necesario o pertinente.

De esta consideración global de la presencia de la arenga en la tradición polemológica grecolatina se deriva un cuadro que permite perfilar mejor la recreación crítica del espacio natural de la arenga en el mundo antiguo. Algunas de las pautas que delatan los tratados militares no se encuentran bien representadas ni en la tradición historiográfica ni en la tradición retórica. Es más, en ocasiones, los testimonios que proporciona la historiografía entran en conflicto directo con algunas de las prescripciones de los tratados militares[25], por ello parece preciso añadir en todo caso los testimonios espigados de la tradición polemológica a cualquier futura descripción de los parámetros definitorios del discurso militar y sus condicionantes en la antigüedad grecolatina.

 

David Paniagua Aguilar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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[1] Tanto para la voz castellana “arenga”, como para la italiana “arringa”, la francesa “harangue” y, derivada de ella, la inglesa “harangue”, la hipótesis etimológica más plausible es la que la hace derivar del gótico *harihrĭngs; cf. Corominas-Pascual (1980: s. u. arenga); Onions (1966: s. u. harangue); Hatzfeld- Darmesteter (1932: s. u. harangue); Du Cange (1954 [1678]: s. u. (h)arenga); Niermeyer-van de Keift (2002 [1971]: s. u. arenga, arengare); Blaise (1975: s. u. arenga).

[2] Fleury (1993: 17).

[3] Lewis (1999: 159-168).

[4] Tradicionalmente conocido por el título De munitionibus castrorum. Sobre la cuestión de la duplicidad de títulos para esta obra me permito, por comodidad, remitir al capítulo dedicado a ella en Paniagua Aguilar (2006a), donde la cuestión es tratada en detalle con todos los datos relevantes.

[5] El nombre de Onasandro se ha conservado testimoniado con las variantes gráficas Onosandro y Onesandro, aunque la adopción de la variante Onasandro es la más extendida entre los estudiosos. Cf. Ambaglio (1981: 353 n. 1).

[6] Existe una hipótesis que le atribuye origen chipriota. Se fundamenta en la propuesta de identificación del autor con cierto Onesandro mencionado en dos inscripciones halladas en Chipre en las que aparece mencionado también cierto Servio Sulpicio Pancles Veraniano. El hecho de que el tratado de Onasandro estuviera dedicado a Quinto Veranio es puesto en relación con la concurrencia en estos epígrafes del tal Veraniano, personaje cuyo cognomen podría ser el resultado de una relación con Veranio por vía de adopción o de parentesco por una rama femenina de la familia de los Veranios. Cf. Gordon (1952), Honigmann (1955), Ambaglio (1981: 353 n. 5), Eck (2003).

[7] La edición crítica de referencia para el manejo del tratado de Onasandro sigue siendo la preparada por el Illinois Greek Club, con Oldfather y Pease como figuras más representativas, para la Loeb Classical Library; cf. Aa Vv (1986).

[8] También Jenofonte y Julio Africano mencionan la elocuencia entre las virtudes del general. Respecto a Jenofonte, cf. nota siguiente. En cuanto a Julio Africano, la capacidad oratoria es mencionada en sus Κεστοί (frag. 1, 6, 3 Vieillefond), donde se refiere a la cualidad de que un general sea λόγιος. Sin embargo, este motivo no aparece desarrollado en el texto del erudito judío más allá de su simple mención entre una serie de virtudes del general y, dado que no reaparece en la porción conservada de su obra, su aportación a este estudio se debe limitar a una contribución puramente testimonial.

[9] Jenofonte, en su Hipárquico (8, 22), enumera algunas características que debe atesorar el comandante de caballería y utiliza precisamente la misma expresión que emplea Onasandro: δεῖ γὰρ καὶ λέγειν αὐτὸν ἱκανὸν εἶναι καὶ ποιεῖν τοιαῦτα ἀφ ὧν οἱ ἀρχόμενοι γνώσονται ἀγαϑὸν εἶναι τό τε πείϑεσϑαι καὶ τὸ ἕπεσϑαι καὶ τὸ ὁμόσε ἐλαύνειν τοῖς πολεμίοις καὶ ἐπιϑυμήσουσι τοῦ καλόν τι ἀκούειν καὶ δυνήσονται ἃ ἄν γνῶσιν ἐγκαρτερεῖν (“El general debe ser capaz de transmitir con sus palabras o sus actos argumentos por los cuales los subordinados se den cuenta de que es correcto obedecerle, seguirle y lanzarse todos a una contra los enemigos, que ansíen escuchar palabras de elogio y que los capacite a perseverar en sus determinaciones”). Es muy probable que Onasandro conociera bien este pasaje de Jenofonte y posiblemente pueda incluso haberle servido de fuente documental.

[10] Sobre la noción de bellum iustum la bibliografía es amplia: Drexler (1959), Albert (1980), Clavadetscher-Thürlemann (1985), Bacot (1989), Mantovani (1990). Y en aplicación a contextos más delimitados son también de gran interés Siebenborn (1990), Marino (1996), Ramage (2001).

[11] Esto se corresponde con el tipo de discurso que en la Rhetorica ad Herennium es denominado cohortatio, pues suscita en el oyente (los soldados en este caso) la cólera ante la injusticia encarnada o protagonizada por el rival (2, 24): cohortatio est oratio, quae aliquod peccatum amplificans auditorem ad iracundiam adducit.

[12] Sobre el concepto retórico de καιρός, cf. Pernot (1993: 265-267).

[13] Cf. por ejemplo Rhet. ad Her. 2, 26.

[14] Sobre las posibilidades funcionales del rumor en la preceptiva retórica clásica, cf. por ejemplo Rhet. ad Her. 2, 12.

[15] La edición de referencia de los Strategemata frontinianos es Ireland (1990).

[16] El ejemplo aparece repetido al pie de la letra en 4, 5, 10.

[17] Aunque Frontino informa a su lector de que hay quien atribuye el episodio a Laberio y también quien se lo atribuye a Quinto Cedicio.

[18] Para el texto de Polieno seguimos dependiendo de la antigua edición teubneriana de Melber-Woelfflin (1970) [1887].

[19] A la funcionalidad del rumor en la elaboración de un discurso para manipular los estados de opinión ya nos hemos referido antes en la nota 14.

[20] Disponemos de una excelente edición crítica de esta obra publicada muy recientemente, Reeve (2004). Para los detalles que rodean al autor y a la obra me permito reenviar a la introducción de Paniagua Aguilar (2006b).

[21] Que lleva por título: Quae et quanta consideranda sint ut intellegatur utrum superuentibus et insidiis aut publico debeat Marte confligi.

[22] Epit. 3, 9, 13: desperantibus autem crescit audacia adhortatione ducis et, si nihil ipse timere uideatur, crescit animus, si ex insidiis uel occasione aliquid fortiter feceris, si hostibus aduersae res coeperint euenire, si uel infirmiores aut minus armatos ex inimicis potueris superare.

[23] Epit 3, 12, 3: monitis tamen et adhortatione ducis exercitui uirtus adcrescit et animus, praecipue si futuri certaminis talem acceperint rationem, qua sperent se ad uictoriam peruenturos.

[24] Cf. n. 11.

[25] Por ejemplo, esto sucede con la posición que Vegecio prescribe que debe ocupar el general durante el combate. Por citar un solo caso recordaré el relato de Tito Livio del enfrentamiento de Romanos y Cartagineses en Canusio, (27, 13-14), donde la posición atribuida por el historiador a M. Claudio Marcelo es media acie, lo que entra en conflicto con la prescripción vegeciana de que el general debía posicionarse en la derecha del ejército. Pero los ejemplos se pueden multiplicar fácilmente.