David Paniagua Aguilar
Universidad de Salamanca
La arenga militar desde la perspectiva de la tradición
polemológica grecolatina
Abstract: This paper proposes an analysis of the considerations regarding
harangue in Greek and Latin military treatises. The instructions provided by
Onasander and Vegetius, in their treatises, as well as by Frontinus and
Polyaenus, in their collections of strategemata,
display some particular and very useful features to better define the space of
harangue in Greco-roman written doctrine de
re militari: the harangue right moment, the execution, the conventions and
conditions, its particular aim in every situation, the eventual practical
limitations
Keywords: Harangue, Military Treatises, Rhetoric, Onasander,
Vegetius, Frontinus, Polyaenus.
Fecha de Recepción: 2 Marzo de 2007.
Fecha de Aceptación: 15 de Octubre de 2007.
1. Arenga
y tradición polemológica
Arenga,
como tantas otras voces del ámbito de la guerra, ha desembarcado en las lenguas
romances desde las lenguas germánicas y ha dejado testimonio perenne e
indeleble de la belicosidad que acompañó en sus desplazamientos migratorios a
los pueblos germánicos llegados hasta Occidente[1]. Esto
no quiere decir, desde luego, que la arenga sea un fenómeno germánico sin
precedentes fuera de este ámbito. Todo lo contrario, la arenga es una realidad
perfectamente documentada en el mundo grecolatino a través de su literatura,
fundamentalmente en la producción historiográfica ligada a la narración y
descripción —a menudo pasadas por el tamiz de la recreación artística— de
momentos determinados de los procesos bélicos. Por otra parte, en cuanto
producción oral de un discurso formalizado y concebido para una situación
comunicativa bien determinada, su relación con el ars que establece sus
parámetros definitorios también vincula de manera decisiva la arenga a la
tradición retórica clásica, a sus teóricos, a sus tratados y a sus principios
rectores. En consecuencia está justificado afirmar que la consideración crítica
de la arenga en el marco contextual del mundo clásico debe necesariamente
bascular sobre estos dos puntos de referencia: tradición historiográfica y
preceptiva retórica.
Con
todo, existe un tercer eje que puede resultar valioso en una consideración de
la arenga en este mismo contexto, aun a pesar de encontrarse algo alejado de
los dos recién señalados. Tomándolo como punto de referencia será posible
ofrecer algunas valoraciones que contribuyan a complementar de manera —creo—
oportuna este análisis de la arenga con un mayor grado de perspectiva. Se
trata, como se lee en el título de este trabajo, de la arenga contemplada desde
el punto de vista de la tradición polemológica clásica.
Es
preciso comenzar apuntando que dentro de esta tradición literaria técnica la
arenga no recibe atención en todos los tratados conservados, ni siquiera en la
mayor parte de ellos, pues el protagonismo de la arenga como elemento integrado
en la exposición preceptiva se limita exclusivamente a los tratados de
Onasandro y Vegecio, con algunas excepciones de menor entidad que se verifican
en los casos de Frontino y Polieno, como habrá ocasión de referir más adelante
y con mayor detalle.
Esta
relativa desatención hacia la arenga tiene una buena razón de ser. Hay que
tener presente que la literatura polemológica se articulaba en una serie de
subgéneros que conformaban su propia esencia. De este modo es posible
establecer una clasificación de los subgéneros de la literatura de re militari clásica en los términos
siguientes:
1) La
Poliorcética, representada por la obra de Eneas el Táctico (Πολιορκητικά),
(355-346 a.C.) que se ocupaba de la explicación de las maniobras y
procedimientos militares relativos a los asedios a ciudades y emplazamientos
protegidos, tanto desde la perspectiva del bando que ejecuta el asedio como
desde el punto de vista del bando que lo sufre.
2) La
Ingeniería militar, que fue cultivada por Filón de Bizancio aproximadamente
entre mediados del siglo III y principios del II a.C. en su tratado Μηχανική
σύνταξις, por
Bitón en sus Κατασκευαὶ
πολεμικῶν
ὀργάνων καὶ
καταπαλτικῶν,
compuestos
según algunos hacia el 240-230 a.C.[2]
y según otros hacia el 155 a.C.[3],
por Ateneo el Mecánico en su tratado Περὶ
μηχανημάτων,
escrito probablemente hacia mediados del siglo I d.C., por Herón de Alejandría
en cronología similar en sus Βελοποιικά
y
en su otro tratado Χειροβάλλιστρας
κατασκευὴ καὶ
συμμετρία, y por
Apolodoro de Damasco con su Πολιορκητικά,
conservada parcialmente en el corpus polemológico bizantino y que tenía como
objeto de consideración, estudio y exposición sistemática la correcta
construcción de diversos ingenios mecánicos y aparatos de guerra de utilidad
práctica durante el combate.
3) La
Táctica, cultivada por Asclepiódoto en su Τέχνη
τακτική
(I a.C.), por Eliano en su Τακτική
ϑεωρία, escrita
entre el 106 y el 113 d.C., y por Arriano tanto en su Ἔκταξις
κατ̉ Ἀλανῶν,
fechable hacia el 132, como en su Τέχνη
τακτική, del año 136.
4) Las
Colecciones de estratagemas, es decir, los tratados de Strategemata,
como son el de Frontino, redactado entre el año 84 y el 96 d.C., y los Στρατηγικά de Polieno, compuestos en el año
162 y dedicados a Marco Aurelio y Lucio Vero. Su finalidad no era otra que la
de recoger y poner a disposición del lector prontuarios de estratagemas ideadas
fundamentalmente por personajes históricos, no sólo para servir como
demostración de ingenium sino también como repertorio de posibles
maniobras que le son propuestas al general para resolver situaciones de combate
de todo signo y naturaleza. Ello sin perder nunca una notable tonalidad
literaria de artificiosidad que en ocasiones las acerca a lo que podríamos
denominar un cierto tipo de “literatura de salón”.
5)
Finalmente, hay un último subgénero, al que podemos denominar Paraskeuastiká
o Logística, si preferimos utilizar una terminología mucho más moderna, es
decir, aquella parcela de la preceptiva polemológica que se ocupaba de reflejar
y tratar convenientemente todos los aspectos preparatorios y de intendencia del
ejército. A este subgénero se pueden adscribir positivamente el Στρατηγικός de
Onasandro y también parcialmente la Epitoma rei militaris de Vegecio,
junto a otras obras como el Ἱππαρχικός de Jenofonte, el libro VII de
los Κεστοί de Julio Africano, el
tratado De metatione castrorum[4] del
pseudo-Higino sobre el campamento militar y el tratado anónimo De rebus
bellicis. Esto sin olvidar que quizás también sería oportuno incluir en
este subgrupo el apartado dedicado a la preceptiva militar por Catón en sus Libri
ad filium, del que apenas se conservan restos aunque parecen amoldarse a
este tipo de orientación preceptiva, y la sección de re militari de las pluridisciplinares Artes de Cornelio Celso, completamente perdida pero utilizada por
Vegecio para fundamentar parte de su Epitoma.
Así
pues, sobre el plano teórico todo parecería apuntar a que la consideración
especializada y específica de la arenga debería quedar circunscrita al ámbito
de pertinencia de este último subgénero de la literatura polemológica, la paraskeuastiká o Logística. Y la lectura de estos
textos así lo confirma efectivamente. Existen, con todo, algunos vestigios que
conciernen colateralmente a la arenga militar, y de modo más general a la
funcionalidad de la palabra en el ámbito militar, que se pueden localizar en
las colecciones de estratagemas de Frontino y Polieno, como ya hemos apuntado.
Veamos qué espacio, qué atención y qué tipo de interés suscita la arenga en los
tratados en los que, en efecto, se comprueba que forma parte de las
instrucciones relativas a la preceptiva militar y en aquellas otras en las que
aparece como elemento adicional en la narración de estratagemas y acciones
militares memorables.
2. Onasandro y el óptimo general
Onasandro
resulta un personaje prácticamente desconocido para el estudioso moderno[5].
De él sabemos gracias a la Suda (s.
u. Ὀνόσανδρος) que
fue filósofo de orientación doctrinal platónica y que en el curso de esta
actividad redactó un comentario de la República de Platón, que no se ha
conservado. Además de ese comentario, Onasandro escribió un tratado titulado Στρατηγικός en el
que describía las cualidades que debía reunir el perfecto general según la
tradición griega. Este tratado, su única obra conservada, fue escrito bajo el
reinado de Claudio y le fue dedicado a Quinto Veranio, cónsul en el 49 d.C. y
gobernador de Britania, donde murió en el año 58. Por tanto, esta última fecha
representa el terminus ante quem para datar la redacción de la obra. La
inclusión de Onasandro en el canon de scriptores rei militaris es
bastante temprana y podría remontar al menos al siglo VI, época en que Juan
Lido (De magistr. 1, 47) lo menciona en un catálogo de escritores
griegos y latinos que cultivaron el ars
militaris. Poco más se puede añadir sobre este escritor[6].
El
tratado comienza con la declaración del autor de cuáles son las virtudes que
deberían caracterizar al general óptimo. [7]
En este sentido asegura estar convencido de que los generales deben ser
escogidos no por su linaje noble, como sucede con los sacerdotes, ni por su
riqueza como sucede con los gimnasiarcas —los supervisores encargados de la
gestión de un gymnasium— sino por otras cualidades bien diferentes:
prudencia, (auto)disciplina, sobriedad, austeridad, entrega (entendida como
capacidad de sufrimiento), inteligencia, desprecio del dinero, mediana edad
(“ni joven ni viejo” dice el autor), si es posible que sea padre, con
cualidades para hablar en público[8],
y persona honorable.
De todas
estas virtudes evidentemente la que nos interesa en esta sede es la penúltima,
esto es, las cualidades para hablar en público (λέγειν
δ̉ ἱκανὸν)[9].
De esta cualidad, a la que dedica los parágrafos 13-16 del capítulo inicial,
asegura que sólo se puede desprender el mayor de los beneficios.
Onasandro
enmarca primeramente la pertinencia de la arenga en los prolegómenos del
combate, cuando el general dispone su ejército para entrar en batalla. En ese
momento la arenga (ἡ τοῦ
λόγου
παρακέλευσις) logra
el efecto de que los soldados menosprecien los peligros (τῶν
δεινῶν
καταφρονεῖν) y al
mismo tiempo ansíen todo lo positivo —sobre todo en sentido moral— que se
derivará de la victoria (τῶν
καλῶν ἐπιϑυμεῖν).
Seguidamente Onasandro compara la arenga del general con otro elemento sonoro
característico del paisaje militar prebélico cuya finalidad es despertar el
ardor guerrero de los soldados para entrar en combate, a saber, el sonido
estentóreo de la trompeta (ἐνηχοῦσα
σάλπιγξ). El resultado de la
comparación privilegia por encima del propio resonar de la trompeta, la
capacidad de la arenga para infundir en los soldados el valor marcial que los
empujará a arrostrar los peligros inminentes del combate.
Después
de esto, Onasandro pasa a referirse a lo oportuno de la arenga en una situación
en la que el ejército ha recibido un revés (πταῖσμα). Se
trata del segundo momento característico de la arenga. Afirma que en esa
situación la arenga (ἡ τοῦ
λόγου
παρηγορία) eleva
el ánimo de los soldados y puede ser de mayor utilidad y provecho para el
ejército que los propios médicos, pues mientras éstos con sus medicinas asisten
y sanan solamente a los enfermos, el general por su parte restaura la buena
disposición anímica de los enfermos a la vez que recupera la moral de los
derrotados que no han sufrido daño físico. Y la comparación con la medicina,
que —nótese— también se salda con rédito favorable para la arenga, se mantiene
presente aún un poco más, pues Onasandro añade que tratar un daño de síntomas
visibles con medicinas es sencillo, pero la tarea que logra con una arenga
reparadora el general, esto es, liberar la ψυχή de la ἀϑυμία, —del
desánimo y la desazón— es mucho más compleja. El discurso de Onasandro por
momentos parece estar atribuyendo al general la función de psicólogo que debe
ocuparse de sanar la mente de los soldados vencidos como complemento de la terapéutica
física que se ocupará de sanar las heridas que han afectado al cuerpo de los
soldados. Y el medicamento, el útil de sanación de que dispone el general, no
es otro que la arenga. De este modo el general por mediación de la arenga se
revela como médico del ánimo y del alma de los soldados, de todo lo que
trasciende el plano puramente físico.
Esta
parte concluye con una memorable sentencia del autor que recapitula y refuerza
el planteamiento general de Onasandro a este respecto: al igual que ninguna pólis manda al campo de batalla a su
ejército sin un general, tampoco escoge como general a nadie que carezca de la
capacidad de forjar y de pronunciar una arenga.
En el
capítulo 4 Onasandro expresa la conveniencia de que el general aduzca siempre
la guerra bajo la condición, después devenida en tópico, del bellum iustum[10],
pues de este modo los dioses combaten del lado de los soldados y éstos se
muestran mejor predispuestos para afrontar la injusticia que encarna el enemigo[11].
Con este fin debe anunciar sus objetivos por dos procedimientos, las arengas
dirigidas a los soldados y las embajadas; actuará de modo que parezca que son
los enemigos quienes no se pliegan a unas demandas razonables y por tanto son
ellos los que rompen el equilibrio de la paz. Onasandro añade algunos elementos
de contenido que deberán estar presentes en la arenga del general y esto es
interesante porque concierne a la inuentio de este tipo de producción
retórica: por una parte deberá poner a los dioses por testigos de que no entra
en guerra καταφρονῶν, de
manera irresponsable y sin ponderar los peligros que implica la guerra para sus
soldados, y por otro lado que su intención no es causar daño al enemigo
deliberadamente de cualquier modo posible. Así es como deberá suscitar en sus
soldados la impresión de que realmente es un general óptimo; encarnará el
tópico del bellum iustum, hará responsable del enfrentamiento al bando
contrario, apelará con justicia a las instancias divinas y dará muestra de
valorar por encima de todo la vida de los hombres, no sólo de los propios sino
incluso de los enemigos.
Más
adelante, en el capítulo 13, apartado encomendado a explicar la conveniencia de
que el general demuestre buen ánimo en las situaciones adversas, Onasandro
ofrece una clave más en la caracterización de la capacidad del general para
ejercer una intensa influencia psicológica sobre sus tropas. El principio
rector de este planteamiento es que cuando se ha sufrido algún revés en combate
el general tiene la responsabilidad de mostrarse alegre, pleno de confianza y
nada en absoluto intimidado. Esta actitud encontrará correspondencia inmediata
en sus hombres, mientras que una apariencia contraria arrastraría al pesimismo
a todos sus soldados. La pertinencia de esta indicación se manifiesta cuando
asegura que el general debe hacer ver su confianza más que por sus palabras por
su propia expresión, pues la mayoría desconfía de arengas diseñadas para la
ocasión[12]
(λόγοις
πεπλασμένοις
τοῦ καιροῦ), pero
la apariencia, la gestualidad en sí misma, acaba por convencerlos de que
realmente el general está confiado. Se trata, por tanto, de la necesidad de
fundir en uno solo la arenga y la actitud del general, porque solamente de la
coherencia de ambas se desprenderán las consecuencias positivas que el general
desea lograr. Onasandro reclama la necesidad de una determinada actio,
porque al fin y al cabo el general debe representar un papel haciendo ver su
buen estado de ánimo en una situación adversa. La pronuntiatio acompañaba
el discurso elaborado retóricamente de la correcta cadencia de la voz y de unos
movimientos corporales acordes a las posiciones asumidas en el propio discurso[13].
Esta representación va un paso más allá con la incorporación de la actio,
porque, si un orador quería transmitir la impresión de que una circunstancia
revestía gravedad, no podía limitarse a manifestarlo en el acto de ejecución de
la alocución, en su performance, sino
que debía conllevar una actuación conforme a la imagen de la situación que
pretendía transmitir. Y si, por el contrario, quería comunicar una impresión de
tranquilidad, debía emanar relajamiento no sólo en el propio discurso sino
también en los prolegómenos y en su conclusión. De lo contrario las ideas
presentadas en el discurso pierden continuidad y se desligan de la configuración
de la realidad postulada. En suma, la persuasión pretendida fracasa en su
propósito porque la actitud del orador-general traiciona a sus propias
palabras.
De este
modo la elocuencia del general deberá ser tanto oral como gestual, en
conformidad con la preceptiva retórica, para hacer que el mensaje que recibe el
soldado tanto de las palabras como de las actitudes no sea contradictorio y, en
consecuencia, fallido.
En 14, 2
también encomienda a la combinación de palabra y gesto, a esta elocuencia
total, la función de persuadir a los soldados de que el ejército enemigo es más
temible de lo que creen cuando las tropas han caído en la pereza y en la
autocomplacencia y, en sentido opuesto, convencerlos de que el enemigo es más
débil cuando ha cundido el desánimo. Nuevamente Onasandro deja ver con sus
palabras que el general poseía una poderosa arma en su arenga porque ésta le
confería la capacidad de manejar —de manipular diríamos, más bien— la
percepción del enemigo que llegaba a sus propios hombres en las diferentes
situaciones posibles del enfrentamiento.
El
último punto de interés del Στρατηγικός
se
concentra en el capítulo 23 donde Onasandro introducirá algunas ideas sobre la
funcionalidad de la palabra durante el combate como elemento de persuasión con
efectos directos sobre su desarrollo. El autor aconseja dar buenas noticias
relativas al propio devenir del combate en el curso de la batalla de manera que
éstas resulten perfectamente audibles para el enemigo; aun cuando en realidad
sean mentira. Así, propone anunciar que el ala izquierda ha aplastado el ala
derecha del enemigo o viceversa, o incluso si el general enemigo se encuentra
en una posición alejada anunciar que éste ha sido abatido; de este modo, añade,
el ejército redobla su ánimo sabiendo que los compañeros están venciendo y, por
el contrario, el enemigo pierde esperanzas al saber que los camaradas están
cayendo masacrados en otros puntos del campo de batalla. Ciertamente esto no
atañe de modo directo a la arenga pero enlaza con la función de la palabra como
instrumento eficaz en el contexto bélico[14]. Hasta
aquí Onasandro.
3. Los exempla militares de Julio Frontino
La
presencia de la arenga militar en los Strategemata de Frontino es de
naturaleza bien distinta a la que se encuentra en los tratados de Onasandro y
Vegecio. Esta obra[15],
en consonancia con la convención del subgénero al que pertenece, tiene como
objetivo la recopilación de estratagemas y maniobras militares dignas de ser
recordadas por algún motivo que las hace paradigmáticas o particularmente
significativas. En ella la arenga militar aparece efectivamente mencionada por
Frontino. Sin embargo, el elemento diferenciador radica en la funcionalidad de
esta mención, pues mientras en Onasandro y Vegecio la consideración de la
arenga viene cargada de una finalidad explicativa y preceptiva, en la obra de
Frontino las menciones de la arenga están siempre insertas en la narración de
una estratagema y su función es meramente descriptiva o exornativa, nunca
preceptiva. Por este motivo Frontino nunca introduce reflexiones sobre las
arengas sino que alude a ellas como ingrediente “costumbrista” o tradicional de
una secuencia narrativa bélica o prebélica, como un tópico característico de
este tipo de escenas.
Así
sucede, en efecto, cuando Frontino representa a Temístocles lanzando una arenga
a sus soldados para que emprendan un trabajo urgente de reparación de una
muralla (1, 1, 10). La arenga tiene lugar también en situaciones en las que un
ejército o parte de él ha sido derrotado por el enemigo; el general se sirve de
la arenga para recuperar a los soldados supervivientes y hacer que formen parte
activa de su propio ejército, como en 1, 5, 15[16], donde
Calpurnio Flama[17]
es presentado recogiendo trescientos soldados del ejército vencido y, tras
dirigirles una arenga para que mantuvieran vivas con su valor las fuerzas del
contingente militar (ut uirtute sua exercitum seruarent), logra con su
apoyo evitar que la batalla termine en derrota. Lo mismo sucede en 2, 7, 9,
donde Frontino presenta a Datames, general de los ejércitos persas, dirigiendo
una arenga a su ejército después de que una parte de su caballería hubiera
huido y de que algunos soldados hubieran regresado amnistiados tras haber
acudido ante las tropas enemigas como tránsfugas. De este modo Datames
restauraba su ejército con la parte restante de la caballería y con los
tránsfugas exonerados de su falta y les exhortaba a hacer frente al enemigo. Y
aún de nuevo en 2, 10, 2, encontramos a Tito Marcio, qui reliquiis exercitus
praefuit, esto es, que fue colocado al mando de los restos de un ejército.
Marcio, a pesar de comandar un ejército disminuido y diezmado, pronuncia una
arenga ante sus soldados que despierta en ellos los arrestos necesarios para
expugnar dos campamentos púnicos en un ataque nocturno lanzado por sorpresa.
Estos tres episodios históricos reflejan la utilización de la arenga militar
como instrumento de restauración de un ejército que ha sufrido una derrota y
que logrará a continuación infligir un daño singular a las tropas enemigas.
En otro
episodio diferente la arenga es mencionada sirviendo a un objetivo distinto. En
1, 12, 1 encontramos a Escipión desembarcando con sus ejércitos en la costa
africana. Cuando el general advierte el temor de los attoniti milites
les dirige una arenga con ayuda de su propia constantia et magnitudo animi,
gracias a la cual logra disolver ese temor de los soldados (trepidatio).
El episodio presenta en estilo directo una frase atribuida al general, que
viene a resumir el espíritu de la intervención: gaudete, milites, Africam
oppressi. La arenga sirve a los mismos intereses en 1, 12, 3, donde
Frontino cuenta que en cierta ocasión Tito Sempronio Graco comandaba un
ejército contra los Picenos cuando repentinamente se produjo un terremoto que
sembró el desconcierto en ambos ejércitos. Sempronio Graco les dirigió entonces
una arenga que logró despertar la confianza de sus hombres (confirmauit)
y a la vez consiguió que cundiera la consternación entre el enemigo, lo que le
ayudó a lograr la victoria sobre ellos sin dificultad.
También
a medio camino entre la explotación de la superstición y las creencias
religiosas, por una parte, y los miedos y anhelos de los soldados, por otra, se
encuentra la estratagema relatada en 1, 11, 10, atribuida a Pericles. Dice
Frontino que Pericles, divisando un campo consagrado al dios Hades (lucus
... Diti patri sacrum), que estaba a la vista de ambos ejércitos, envió
a un hombre de enorme estatura y aspecto venerable calzando altísimos coturnos,
con vestimenta púrpura, luciendo larga melena y montado sobre un carro de
caballos blancos con la misión de que, en cuanto se diera la señal de combate,
se hiciera visible y, haciéndose pasar por Hades, llamara a Pericles por su
nombre y le dirigiera una arenga en la que les anunciara de forma manifiesta a
él y a sus soldados que los dioses estaban del lado de las tropas atenienses.
En otras
ocasiones la arenga no tiene ninguna función característica y solamente
representa un estadio previo al inicio de las hostilidades entre los dos
ejércitos enfrentados. Este es el caso de 3, 1, 1, donde el cónsul Tito Quincio
dirige una arenga a sus soldados en la que les exponía la necesidad de tomar la
ciudad de Antium. El propio entusiasmo (impetus) suscitado con su exhortatio llevó en volandas al
ejército a expugnar esta ciudad. Asimismo en 3, 9, 3, Mario dirige arengas constantius
a sus soldados y comienza a hostigar a los moradores de un castellum. La
plaza fuerte será tomada no gracias al arrojo suscitado en los soldados sino a
una estratagema urdida por Mario, pero de cualquier modo la arenga ha
desempeñado la función tópica descriptiva de la fase inicial del combate.
En todos
los casos, como se ha podido ver, se trata de ejemplos particulares en los que
la arenga ha tomado parte de la exposición general del acontecimiento bélico.
En algunas ocasiones el propio relato del episodio permite deducir posibles
aplicaciones de la arenga a diferentes situaciones en el escenario militar,
pero en ningún momento son explicaciones explícitas que partan de Frontino.
Este escritor se limita a la acumulación de episodios y el nulo protagonismo de
la arenga per se como elemento militar se refleja perfectamente en el
hecho de que no haya dedicado ningún capítulo ni ninguna sección temática a la
arenga como expediente de interés en el desarrollo de la actividad bélica.
Todos los ejemplos anteriormente presentados han sido espigados de su obra,
donde aparecen desperdigados, pues todos estos episodios en los que aparece la
arenga están dispuestos en el tejido del decurso expositivo respondiendo a una
ordenación que privilegia en ellos otros contenidos o elementos formales que
para el autor siempre resultan de mayor importancia que la propia arenga. Con
todo, no deja de tener valor el hecho de que la arenga aparezca mencionada en
1, 11, cuyo título general es quemadmodum
inciditandus sit ad proelium exercitus y en 1, 12, de dissoluendo metu quem milites ex aduersis conceperit ominibus,
porque esto sirve para confirmar, al menos en la parte concernida, la
conciencia de Frontino de que la utilidad de la arenga podía resolver
situaciones en las que hay enardecer al ejército o en las que hay sosegar las
tropas ante un estado de opinión adverso fundado en creencias religiosas o en
supersticiones.
4. La colección de estratagemas de Polieno
Probablemente
menos importancia que en los Strategemata de Frontino tiene la arenga
militar en los Στρατηγικά
de
Polieno[18].
Quizás por la poca altura de los conocimientos de técnica militar que se le
atribuyen a este escritor macedonio, o más plausiblemente por la propia
naturaleza literaria de las colecciones de estratagemas —puede incluso que por
la combinación de ambos motivos a la vez—, lo cierto es que en los ocho libros
que conforman su amplia obra la arenga militar apenas recibe atención, ni tan
siquiera como mero elemento narrativo.
Lo más
parecido a un contexto de arenga que encontramos en los Στρατηγικά
aparece
en un episodio en el que Polieno narra un enfrentamiento entre Agesilao y
Tisafernes (2, 1, 8). Allí el escritor macedonio cuenta cómo en medio de las
hostilidades Agesilao y su enemigo Tisafernes firmaron un armisticio de tres
meses. Éste aprovechó la situación para reforzar sus ejércitos y para atacar a
los griegos de manera tan inesperada como contundente sembrando el terror entre
sus filas. A continuación de este suceso Agesilao es presentado por Polieno
dirigiéndose a sus tropas con la intención, por una parte, de reconfortar a sus
hombres tras la sacudida enemiga y, por otra, de elevar su moral con una nueva
esperanza. En estilo directo el autor pone en boca de Agesilao la proclama de
que Tisafernes con su quebrantamiento del juramento se había enemistado a los
dioses, que a partir de ese momento pasaban a ser aliados de los griegos y
serían una garantía segura de la victoria sobre las tropas del sátrapa persa.
Y, en efecto, con los soldados encorajinados por esta arenga, la victoria sobre
los ejércitos de Tisafernes se produjo de inmediato. Aquí la arenga cumple
fundamentalmente la función de restaurar la disposición anímica de los soldados
tras haber sufrido un revés; se trata de lo que antes denominamos el segundo
momento o contexto natural de la arenga en el ámbito del proceso bélico.
Además, la arenga que pronuncia Agesilao tal y como aparece reconstruida o
dramatizada por Polieno aprovecha, como prescribía Onasandro, las creencias y
las supersticiones de los soldados haciendo propicios signos y acontecimientos
acaecidos durante el desarrollo del combate. La arenga atribuida aquí a
Agesilao presenta, además, el recurso al tópico del bellum iustum,
aunque no aparezca manifiestamente en el tratamiento de Polieno, pues con su
ataque Tisafernes obliga a los griegos a defenderse de la acción deshonrosa: es
Tisafernes el que desencadena el enfrentamiento con su acto injusto.
Sin
embargo, no habrá más recreaciones de arengas ni mención a otras situaciones
similares en toda la obra de Polieno. Sí que aparecerá el motivo de la palabra
como instrumento válido del general en situaciones particulares del proceso
bélico, en línea con algunos de los preceptos de Onasandro. Polieno recoge un
episodio en el que las palabras del general aplacan el miedo provocado entre
los soldados por la precipitación de un rayo en tierras muy cercanas (2, 3, 4),
si bien en el texto de Polieno el acto comunicativo del general no es
presentado explícitamente como arenga.
En otro
pasaje (8, 9, 2) presenta a Sila en Orcómeno abandonado a su suerte por sus
hombres; para reaccionar a tal adversidad toma una de las enseñas militares y
se lanza contra los enemigos gritando a sus soldados que cuando les pregunten
dónde traicionaron a Sila recuerden que fue en Orcómeno. Estas palabras,
sumadas a la acción heroica del protagonista, despiertan el sentido de la
vergüenza y de la honorabilidad en los soldados, que regresan para apoyar a su
general con el resultado final de la victoria. También están en consonancia con
la preceptiva de Onasandro relativa al poder de la palabra (cap. 23) algunos
episodios sobre la utilidad de difundir falsos rumores[19], ya
sea durante el combate (1, 35, 1) o en otros ámbitos (3, 9, 23; 5, 2, 16; 5,
44, 2). El gusto de Polieno por las estratagemas deshonestas no se limita al
recurso frecuente a la mentira, pues el perjurio también es protagonista en
episodios en los que los generales no mantienen sus promesas (1, 45, 1; 2, 2,
2; 2, 19, 1), lo que desemboca en la victoria sobre un bando enemigo que ha confiado
en la palabra dada. Pero, como ya hemos señalado, estos episodios no tienen que
ver directamente con la consideración polemológica de la arenga militar, que es
la que aquí nos ocupa.
5. El compendio de técnica militar de Vegecio
La
arenga recupera una posición destacada en el tratado de Vegecio, escrito a
finales del siglo IV. Además, en la Epitoma rei militaris[20]
la arenga es objeto de diferentes aproximaciones preceptivas, lo que hace que
su consideración en esta obra sea mucho más fructífera. La primera vez que la
arenga militar se hace protagonista en el compendio vegeciano es en el último
capítulo del libro primero. Este libro primero en origen fue concebido por su
autor como una obra orgánica y singular, y solamente más tarde, a partir de la
buena acogida con que fue recibida por el Emperador, le añadió los otros tres
libros que la integran en su estado actual; pero la estructura parece haberse
mantenido inalterada. Así pues, este último capítulo (el 28) constituía
originariamente el epílogo de la obra cuando aún era liber singularis. Y
como epílogo para ella, posición de privilegio en la arquitectura de la obra,
Vegecio eligió la forma de la arenga militar; no en vano lleva por título de
adhortatione rei militaris Romanaeque uirtutis. Se trata de una pieza
retórica de gusto delicado, bien urdida, que efectivamente recurre a algunos
elementos de contenido muy valioso en la determinación tópica de la uirtus
romana. Así sucede con el motivo de Roma como Imperio que aglutina a todas
las antiguas potencias militares del pasado y con el de la experiencia del
vencedor que, otrora vencido por la excesiva relajación en tiempos de paz que
se tradujo en descuidos, vicios y negligencias—aquellos longae pacis mala que
mencionaba Juvenal en su sátira (6, 292)—, ha aprendido de los errores del
pasado y mantiene vivo el interés y la adecuada formación militar de sus
tropas.
También
es apreciable el capítulo 24 del libro 2, encomendado a proporcionar exempla
adhortationum exercitii militaris de aliis artibus tracta. Aquí estamos
ante un tipo de arenga diferente, más cotidiana y familiar..., menos épica. Es
la que se dirige a los soldados en tiempos de paz con el fin de que se
ejerciten con la tensión necesaria para mantenerse en forma y bien entrenados.
En él, como promete en el título del capítulo, regala a su lector —el Emperador
y, de manera más general, el dux— cuatro topica que pueden ser
utilizados para estimular a los soldados en su ejercitación cotidiana. Las
actividades que entran a formar parte de la argumentación de la arenga son la
del atleta, el gladiador (uenator), el auriga y el actor; se trata de
ejemplos muy cercanos a la gente y a sus vivencias cotidianas. Dice Vegecio que
estos cuatro profesionales se ejercitan a diario en sus respectivas artes
con un intenso afán de superación y ello a pesar de que únicamente obtendrán a
cambio una pequeña contrapartida económica o, acaso, el favor del público. Con
cuánta más razón, se cuestiona Vegecio, no deberá ejercitarse el soldado romano
en cuyas manos ha sido depositada la esperanza de su pueblo. Y si el compromiso
adquirido por los soldados es mayor no lo es menos la recompensa que recibirán,
la gloria de la victoria —incomparablemente más excelsa que la gloria
que se logra con el fauor plebis o la laus uulgi— y una amplior
praeda que les será concedida por el propio Emperador como remuneración en
forma de opes ac dignitates.
Desde
una perspectiva más estrictamente preceptiva la arenga aparece en la
consideración de Vegecio ya en el libro tercero. Primeramente en el capítulo
noveno[21]
Vegecio enumera los procedimientos aconsejables para reducir el pesimismo de
las tropas[22]:
la arenga del general, la adopción por su parte de una apariencia que no
transmita temor sino todo lo contrario, la consecución de alguna operación
militar en asechanza, la verificación de algún revés en el ejército enemigo y
la victoria militar aunque sea contra tropas inferiores o peor pertrechadas.
Todos estos expedientes deben ser tenidos en cuenta por el general cuando
quiera elevar la moral de sus soldados; y de todos ellos la arenga militar es
el primero y principal. Es notable también aquí la prescripción del escritor
romano de conjugar una actitud coherente con los argumentos esgrimidos en la
arenga, de mostrar una actio congruente con el mensaje transmitido.
De nuevo
en el capítulo 12 Vegecio menciona la eficacia de la arenga del general para
enardecer la disposición moral del ejército[23]. En
este caso, además, propone una orientación para los contenidos que integran
dicha arenga, pues asegura que si el general les presenta una situación del
enfrentamiento venidero en la que se ven victoriosos sobre el enemigo se
elevará la uirtus y el animus de los soldados. Esta
representación de un enfrentamiento con visos de no presentar dificultad se
logra si en la arenga el general deja patente la ignauia uel error
inimicorum y si recuerda (commemorare) alguna victoria sobre el
enemigo en el caso de que ya en el pasado se haya conseguido superarlo (si
ante a nobis superati sunt). A estas indicaciones Vegecio añade una última
adicional, siempre relativa al tipo de contenido que debe tocar la arenga. El
autor afirma que deben mencionarse detalles que provoquen en los soldados el
odio hacia el adversario tanto si se consigue por medio de la ira, como si es por
medio de la indignación[24]
(dicenda etiam quibus militum mentes in odium aduersariorum ira et
indignatione moueantur).
La
arenga puede llegar a ser un elemento tan importante en la consideración
teórica del ars militaris como para
llegar a determinar la posición del general durante el combate. En el capítulo
18 de este libro tercero, en el que Vegecio explica la posición que deben
ocupar durante el enfrentamiento el general y sus dos lugartenientes, nuestro
epitomador asegura que el general deberá mantenerse en la parte derecha del
ejército, entre la caballería y la infantería. Tres son las razones que
justifican esta disposición: desde aquí se controla toda la formación, es una
posición que le garantiza un paso franco, lo que faculta su libertad de movimientos,
y por último permite que con su consilium y su auctoritas pueda
exhortar al combate tanto a la infantería como a la caballería (tam equites
quam pedites ad pugnam possit hortari).
Finalmente,
en 3, 25, 10, capítulo dedicado a la explicación de las medidas que deben
adoptarse cuando una parte del ejército o todo él se ha batido en fuga, Vegecio
prescribe que sea cual sea el desenlace del combate, si hay supervivientes
siempre deben ser rescatados del campo de batalla (sed quocumque euentu
colligendi sunt superstites). Después deberán ser recuperados como
efectivos útiles para el ejército y esto solamente se logrará mediante una
arenga militar pertinente y destinada específicamente a esta finalidad bello
erigendi adhortationibus congruis, —obsérvese de nuevo la noción de καιρός
aplicada a la arenga— y sólo a continuación restituyéndolos en el uso de las
armas et armorum instauratione refouendi. De este modo la arenga vuelve
a ser considerada instrumento de sanación y recuperación psicológica del
soldado y por tanto desempeña una función pareja a la de la medicina castrense.
6. Hacia una caracterización integral de la
arenga en los tratados polemológicos grecolatinos
A partir
de todo lo anteriormente presentado es posible extraer algunas características
generales de la arenga, según su tipificación en los tratados de preceptiva
militar clásica: sus situaciones naturales, sus condicionantes, sus funciones y
algunos elementos distintivos.
En
primer lugar la arenga es una producción oral circunscrita estrictamente al
ámbito del general. Es el general como líder del ejército quien tiene la
capacidad de dirigirse a sus soldados en una situación comunicativa similar a
la que se produce en la esfera civil cuando un orador o un político se dirigen
a los ciudadanos con una finalidad concreta. El discurso o arenga, en el caso
militar, tiene como objeto la creación o consolidación de estados de opinión
que se traducen en estados de ánimo. Por este motivo es requisito del buen
general disponer de aptitudes retóricas que le permitan articular
satisfactoriamente una arenga adecuada a cada situación. Del mismo modo que el
buen político debe tener cualidades oratorias para tener éxito con sus
conciudadanos en el gobierno del Estado, el general deberá ser un buen orador
para tener éxito en la dirección del ejército.
Según
los testimonios recogidos, en particular aquellos procedentes de Onasandro y
Vegecio, la arenga militar encuentra dos momentos fundamentales para su entrada
en escena: antes del combate y después de una derrota.
La
arenga antes del combate cumple una función enardecedora y estimuladora. De
este modo entra en juego en combinación con otros protocolos militares con
similar objetivo, como lo es por ejemplo el sonido estrepitoso de las trompetas
que preludia el inicio del combate. Vegecio (3, 12) también recuerda como
expediente destinado a este mismo fin el conducir a los soldados a una posición
desde la que puedan observar al enemigo y acostumbrarse a su presencia y a su
aspecto. Dentro de las convenciones que se contemplan para formalización de la
arenga que el general debe pronunciar ante sus soldados antes del combate es
también habitual hacer constar el tópico argumentativo del bellum iustum;
y esto por dos razones fundamentalmente, porque legitima la acción militar y
refuerza el sentido del deber de los soldados en su ejecución, dado que subyace
una defensa de la justicia, y porque acrecienta la credibilidad del general
ante sus soldados haciendo que esto se traduzca en un incremento de la
confianza en él, pues el general actúa siempre con motivaciones fundadas y en
defensa de una causa en todo caso justificada y lícita.
La
arenga que se pronuncia ante los soldados que han sido derrotados en combate
tiene una función distinta de la anterior: ya no es estimuladora y enardecedora
sino reparadora. Se trata, en efecto, de una medicina que deberá sanar la
psique herida de los soldados vencidos. Este será el único modo de recuperar a
los soldados para que, libres de los temores que de otro modo los atenazarán
sin remedio, puedan volver a combatir en la siguiente contienda. Así pues, el
general deberá alentar a sus soldados a retomar las armas convenciéndoles de
sus posibilidades de triunfo sobre las tropas enemigas. La metáfora sigue
siendo válida: igual que el herido en una pierna deberá curarse con el remedio
de la medicina para volver a poder usarla, el general deberá curar los
fantasmas que oprimen la mente de los soldados que han sido derrotados a manos
del enemigo, porque éste es el único remedio para que puedan volver a combatir
con confianza. Y para ello el general deberá manifestar su propia esperanza de
victoria demostrándolo no sólo de palabra en su arenga sino también con sus
actos de forma congruente, porque como afirma Vegecio (3, 22, 4) los soldados
que advierten que su general no alberga esperanzas se aprestan a la huida (ad fugam parati sunt qui ducem suum sentiunt
desperare).
En
realidad, la capacidad que los teóricos de la disciplina militar clásica
atribuyen a la arenga como instrumento que sirve para canalizar y reconducir
los estados de ánimo de los soldados tiene aplicación a cualquier circunstancia
del combate, sea en sus prolegómenos o en su propio desarrollo. El discurso que
el general dirige a sus hombres puede inclinar la balanza en una situación de
desconcierto o desazón e incluso en un escenario en el que la congoja se
apodera por igual de ambos ejércitos, como ante fenómenos naturales
sobrecogedores en forma de terremotos o tormentas, una arenga oportuna puede
ser clave para suscitar en los soldados la creencia de que tales
acontecimientos son presagios de la victoria. Ya hemos visto que los tratados
polemológicos ofrecen ejemplos de situaciones de este tipo.
Por
último pero no menos importante, en el compendio de Vegecio encontramos el
apreciable testimonio de un tercer tipo de arenga militar (2, 24), una arenga
que aparece despojada de los ropajes épicos y grandilocuentes del
enfrentamiento militar, pues es la que el general debe pronunciar ante sus
soldados en tiempos de paz. Su función consiste en garantizar que las tropas
mantengan la intensidad necesaria en las ejercitaciones militares mediante la
exhortación; la manifestación en palabras del general de la responsabilidad del
ejército como salvaguardia del pueblo romano y del compromiso adquirido por los
soldados con su juramento militar debería ser suficiente para que los soldados
mantengan en los ejercicios cotidianos la máxima concentración aun en época de
paz. La recompensa que recibirán como contrapartida no se limitará a la gloria
de la victoria sino que en forma de amplior praeda se traducirá en
beneficios y galardones de manos del propio Emperador. Esta constante
perseverancia en los ejercicios militares logra dotar al ejército de milites eruditi, esto es, de soldados
expertos en su disciplina, y como afirma Vegecio (1, 13, 5) “no hay cosa más
sólida, más encomiable ni más afortunada que un Estado en el que hay abundancia
de soldados expertos” (nihil enim neque firmius
neque felicius neque laudabilius est republica, in qua abundant milites eruditi).
Así
pues, la arenga no es solamente característica del marco bélico en momentos de
guerra sino que también en época de paz deberá estar presente en la actividad
castrense. Se trata en definitiva del modo en que el general se dirige a la
colectividad de los soldados con la intención de fomentar en ellos un
determinado sentimiento o actitud, y por tanto se debe actualizar cada vez que
tal proceso de comunicación es considerado necesario o pertinente.
De esta
consideración global de la presencia de la arenga en la tradición polemológica
grecolatina se deriva un cuadro que permite perfilar mejor la recreación
crítica del espacio natural de la arenga en el mundo antiguo. Algunas de las
pautas que delatan los tratados militares no se encuentran bien representadas
ni en la tradición historiográfica ni en la tradición retórica. Es más, en
ocasiones, los testimonios que proporciona la historiografía entran en
conflicto directo con algunas de las prescripciones de los tratados militares[25],
por ello parece preciso añadir en todo caso los testimonios espigados de la
tradición polemológica a cualquier futura descripción de los parámetros
definitorios del discurso militar y sus condicionantes en la antigüedad
grecolatina.
David
Paniagua Aguilar
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[1] Tanto para la voz castellana “arenga”, como
para la italiana “arringa”, la francesa “harangue” y, derivada de ella, la
inglesa “harangue”, la hipótesis etimológica más plausible es la que la hace
derivar del gótico *harihrĭngs; cf.
Corominas-Pascual (1980: s. u. arenga); Onions (1966: s. u.
harangue); Hatzfeld- Darmesteter (1932: s. u. harangue); Du Cange
(1954 [1678]: s. u. (h)arenga); Niermeyer-van de Keift (2002 [1971]: s. u. arenga, arengare); Blaise
(1975: s. u. arenga).
[2] Fleury (1993: 17).
[3] Lewis (1999: 159-168).
[4] Tradicionalmente conocido por el título De
munitionibus castrorum. Sobre la cuestión de la duplicidad de títulos para
esta obra me permito, por comodidad, remitir al capítulo dedicado a ella en Paniagua Aguilar (2006a), donde la
cuestión es tratada en detalle con todos los datos relevantes.
[5] El
nombre de Onasandro se ha conservado testimoniado con las variantes gráficas
Onosandro y Onesandro, aunque la adopción de la variante Onasandro es la más
extendida entre los estudiosos. Cf. Ambaglio (1981: 353 n. 1).
[6] Existe una hipótesis que le atribuye origen
chipriota. Se fundamenta en la propuesta de identificación del autor con cierto
Onesandro mencionado en dos inscripciones halladas en Chipre en las que aparece
mencionado también cierto Servio Sulpicio Pancles Veraniano. El hecho de que el
tratado de Onasandro estuviera dedicado a Quinto Veranio es puesto en relación
con la concurrencia en estos epígrafes del tal Veraniano, personaje cuyo cognomen
podría ser el resultado de una relación con Veranio por vía de adopción o
de parentesco por una rama femenina de la familia de los Veranios. Cf.
Gordon (1952), Honigmann (1955), Ambaglio (1981: 353 n. 5), Eck (2003).
[7] La
edición crítica de referencia para el manejo del tratado de Onasandro sigue
siendo la preparada por el Illinois Greek Club, con Oldfather y Pease como
figuras más representativas, para la Loeb Classical Library; cf. Aa Vv (1986).
[8] También Jenofonte y Julio Africano mencionan la
elocuencia entre las virtudes del general. Respecto a Jenofonte, cf. nota siguiente. En cuanto a Julio
Africano, la capacidad oratoria es mencionada en sus Κεστοί (frag.
1, 6, 3 Vieillefond), donde se refiere a la cualidad de que un general sea λόγιος. Sin
embargo, este motivo no aparece desarrollado en el texto del erudito
judío más allá de su simple mención entre una serie de virtudes del general y,
dado que no reaparece en la porción conservada de su obra, su aportación a este
estudio se debe limitar a una contribución puramente testimonial.
[9] Jenofonte, en su Hipárquico (8, 22), enumera algunas características que debe
atesorar el comandante de caballería y utiliza precisamente la misma expresión
que emplea Onasandro: δεῖ
γὰρ καὶ λέγειν
αὐτὸν ἱκανὸν
εἶναι καὶ
ποιεῖν
τοιαῦτα ἀφ᾽ ὧν οἱ
ἀρχόμενοι
γνώσονται ἀγαϑὸν
εἶναι τό τε πείϑεσϑαι καὶ
τὸ ἕπεσϑαι καὶ τὸ
ὁμόσε
ἐλαύνειν τοῖς
πολεμίοις καὶ
ἐπιϑυμήσουσι
τοῦ καλόν τι
ἀκούειν καὶ
δυνήσονται ἃ ἄν
γνῶσιν
ἐγκαρτερεῖν (“El general debe ser capaz de transmitir con sus palabras o
sus actos argumentos por los cuales los subordinados se den cuenta de que es
correcto obedecerle, seguirle y lanzarse todos a una contra los enemigos, que
ansíen escuchar palabras de elogio y que los capacite a perseverar en sus determinaciones”). Es muy
probable que Onasandro conociera bien este pasaje de Jenofonte y posiblemente pueda
incluso haberle servido de fuente documental.
[10] Sobre la noción de bellum iustum la bibliografía es amplia: Drexler (1959), Albert
(1980), Clavadetscher-Thürlemann (1985),
Bacot (1989), Mantovani (1990). Y en aplicación a contextos más delimitados son también de
gran interés Siebenborn (1990), Marino
(1996), Ramage (2001).
[11] Esto se corresponde con el tipo de discurso
que en la Rhetorica ad Herennium es
denominado cohortatio, pues suscita en el oyente (los soldados en este
caso) la cólera ante la injusticia encarnada o protagonizada por el rival (2,
24): cohortatio est oratio, quae aliquod peccatum amplificans auditorem ad
iracundiam adducit.
[12] Sobre el concepto retórico de καιρός, cf. Pernot (1993: 265-267).
[13] Cf. por ejemplo Rhet. ad Her. 2,
26.
[14] Sobre las posibilidades funcionales del rumor
en la preceptiva retórica clásica, cf.
por ejemplo Rhet. ad Her. 2, 12.
[15] La
edición de referencia de los Strategemata
frontinianos es Ireland (1990).
[16] El
ejemplo aparece repetido al pie de la letra en 4, 5, 10.
[17] Aunque Frontino informa a su lector de que hay
quien atribuye el episodio a Laberio y también quien se lo atribuye a Quinto
Cedicio.
[18] Para el texto de Polieno seguimos dependiendo
de la antigua edición teubneriana de
Melber-Woelfflin (1970) [1887].
[19] A
la funcionalidad del rumor en la elaboración de un discurso para manipular los
estados de opinión ya nos hemos referido antes en la nota 14.
[20] Disponemos de una excelente edición crítica de
esta obra publicada muy recientemente, Reeve
(2004). Para los detalles que rodean al autor y a la obra me permito reenviar a
la introducción de Paniagua Aguilar (2006b).
[21] Que
lleva por título: Quae et quanta consideranda sint ut intellegatur utrum
superuentibus et insidiis aut publico debeat Marte confligi.
[22] Epit. 3, 9, 13: desperantibus autem
crescit audacia adhortatione ducis et, si nihil ipse timere uideatur, crescit
animus, si ex insidiis uel occasione aliquid fortiter feceris, si hostibus
aduersae res coeperint euenire, si uel infirmiores aut minus armatos ex
inimicis potueris superare.
[23] Epit 3, 12, 3: monitis tamen et
adhortatione ducis exercitui uirtus adcrescit et animus, praecipue si futuri
certaminis talem acceperint rationem, qua sperent se ad uictoriam peruenturos.
[24] Cf. n. 11.
[25] Por
ejemplo, esto sucede con la posición que Vegecio prescribe que debe ocupar el
general durante el combate. Por citar un solo caso recordaré el relato de Tito
Livio del enfrentamiento de Romanos y Cartagineses en Canusio, (27, 13-14),
donde la posición atribuida por el historiador a M. Claudio Marcelo es media acie, lo que entra en conflicto
con la prescripción vegeciana de que el general debía posicionarse en la
derecha del ejército. Pero los ejemplos se pueden multiplicar fácilmente.