Carmen
Saen de Casas
Lehman
College, CUNY
El arte del retrato en
los Annales del Emperador Carlos V
de Francisco López de
Gómara
Abstract: The purpose of this paper is to study in depth the
magnificent collection of biographical portraits included by Francisco López de
Gómara in his Annales
Keywords: López de Gómara, Annales del
Emperador Carlos V, biographical portrait.
Fecha de Recepción: 2 de Agosto de 2007.
Fecha de Aceptación: 15 de Octubre de 2007.
Uno de
los aspectos que más llaman la atención a cualquier lector curioso que se
acerque por primera vez a los Annales del
Emperador Carlos V,[1] de Francisco López de
Gómara, es la calidad de los numerosos retratos literarios de personajes de la
época que salpican el texto.[2] Calidad que contrasta,
por otro lado, con el carácter esquemático de la obra en su conjunto. Concebida
como una historia universal del periodo comprendido entre 1500, año del
nacimiento de Carlos V, y 1556, año de su abdicación, Gómara la organizó en
forma de anales, y la hace girar en torno a los principales hechos del reinado
del Emperador.[3] El problema que ya
planteara Merriman en el estudio introductorio de su edición es que no es fácil
saber si los Annales, tal y como han
llegado a nosotros, son una obra acabada o si son únicamente unos apuntes que
el autor esperaba poder desarrollar con posterioridad. A pesar de que Gómara
llega a cubrir la totalidad del reinado de Carlos V, no todas las secciones
están escritas con igual cuidado. Son muchos los acontecimientos importantes
que Gómara sólo menciona de pasada, y el lector tiene la impresión de que el
historiador se limitó a hacer breves anotaciones sobre estos hechos en los años
correspondientes con la intención de volver más tarde sobre el tema para darle
un desarrollo adecuado.[4] Y este laconismo
sorprende, sobre todo, si se contrasta con la brillantez literaria de los
retratos de los principales protagonistas de la historia de la primera mitad
del XVI (Merriman 1912: XXV).
Se trate o no de una obra inacabada, la maestría de don
Francisco como retratista literario es innegable. En total, hemos contabilizado
37 semblanzas de extensión variable dispersas por toda la obra, que
constituyen, como ya señalara Ramón Iglesia, una “espléndida galerías de
retratos” de los personajes más influyentes de la época (Iglesia 1972: 159).[5] Estas semblanzas,
particularmente las más extensas, participan a la vez del género del retrato y
de la biografía, en el sentido de que López de Gómara elabora ágiles bosquejos
biográficos de los personajes en cuestión, seleccionando los hechos mencionados
en función de la explicación del carácter y personalidad de los mismos. Es
nuestro propósito analizar en detalle esta interesante colección de retratos
biográficos o vidas breves atendiendo tanto a su clasificación genérica como a
la función que desempeñan en el conjunto de la obra. Intentaremos desentrañar
también las particularidades de la retratística de Gómara, los principios
retóricos e historiográficos sobre los que construyó sus semblanzas, y la
finalidad última con que las concibió. Dicho análisis nos permitirá, a su vez,
dilucidar en qué medida se inspira en los modelos disponibles en su época y de
qué modo los reelabora para adecuarlos a sus propias necesidades. Además,
podremos tener una visión más completa de la concepción que del género
biográfico se tenía en la España de mediados del XVI.
Por lo que se refiere al género, las semblanzas contenidas en
los Annales, en particular las más
extensas participan, por las razones anteriormente expuestas, tanto del género
del retrato como de la biografía.[6] Por fortuna, López de
Gómara dejó expresada su concepción del género biográfico en la dedicatoria de
la Crónica de los Barbarrojas al
Marqués de Astorga. El problema es cómo se ha difundido esa dedicatoria. Hasta
ahora, el texto más citado y reproducido ha sido el que fijara don José
Rodríguez al publicar por primera vez la Crónica
de los Barbarrojas en el Memorial Histórico Español, en 1853.[7] Lamentablemente, la
información que proporcionó el propio don José Rodríguez sobre los criterios
filológicos que siguió para fijar el texto es un tanto confusa, limitándose a explicar
lo siguiente:
Hállase
en la Biblioteca Nacional en un tomo en 4º menor de 54 hojas, señalado con la
letra R 179, y escrito a mediados del siglo XVI. Otra copia más moderna, aunque
fiel, se conserva entre los manuscritos de esta Real Academia, de la cual nos
hemos servido para esta impresión, cotejándola con la más antigua, siempre que
ha parecido conveniente (329).
Las preguntas que surgen al leer esta suscinta explicación
son las siguientes: ¿Por qué se optó por editar el manuscrito de la Real Academia
de la Historia, que es el más tardío? ¿Qué criterios se siguieron en el cotejo
y cuáles son los cambios resultantes del mismo? Ante la ausencia de una edición
crítica responsable, y a todas luces necesaria, y dado que sin ella me es
imposible saber a ciencia cierta qué manuscrito es más cercano al texto que
redactó López de Gómara, he optado por reproducir las dos versiones manuscritas
del primer párrafo de la dedicatoria, en el que López de Gómara expone su
concepción del género biográfico para, a continuación, sintetizar los puntos
que ambas versiones tienen en común. Empezaré por lo recogido en el manuscrito
que don José Rodríguez considera más antiguo, el 6339 de la Biblioteca Nacional
de Madrid:[8]
Dos
maneras ay, muy illustre Señor, de escrivir historia; la una es quando se dize
la vida y costumbres juntamente con los hechos de un emperador, prínçipe,
capitán o philósopho, la otra es quando se qüentan solamente los hechos y
dichos. En la primera no se puede callar viçio ni virtud; en la segunda abasta
relatar las guerras y hazañas, no se sufre escrevir la vida del que aún no es
muerto; las guerras y grandes hechos, muy bien, aunque esté vivo. Yo no escrivo al presente vidas sino
guerras, no cuento costumbres sino vitorias. Las cosas de los exçelentíssimos
capitanes de nuestro tiempo he emprendido de escribir. Si mi yngenio no llegare
a su valor ni mi pluma donde su lança, la grandeza dellas suplirán mis pocas
fuerças. Podría ser que andando el tiempo escriva también las vidas (fol. 2).[9]
A continuación, transcribimos la versión del mismo párrafo
contenida en el manuscrito 9/1080 [Colección Salazar nº 75] de la Real Academia
de la Historia:
Dos
maneras ay, muy Illustre señor, de escrevir las historias. La una es quando se
escribe la vida, la otra quando se quentan los hechos de un emperador o
valiente capitán. De la primera usaron Suetonio Tranquillo, Plutarcho, Sanct
Hierónimo y otros muchos. De aquélla otra es el común uso que todos tienen de
escrevir, de la qual, para satisfazer al oyente bastará relatar solamente las
hazañas, guerras, victorias y desastres del capitán. En la primera hanse de
dezir todos los viçios de la persona de quien se escribe; verdadera y
descubiertamente ha de hablar el que escribe vida. No se puede escrevir la vida
del que aún no es muerto. Las guerras y grandes hechos muy bien, aunque esté
bivo. Las cosas de los demás exçellentíssimos capitanes que agora ay, hablando
sin periuizio de nadie, he emprendido de escrevir. No sé si mi yngenio llegará
a su valor ni si mi pluma alcançará donde su lança. Ponré a lo menos [añadido entre líneas: todas mis] fuerças
en contar sus guerras. Ninguno me reprehenda al presente si dixere algo o
hechare de menos alguna cosa en esta mi scriptura. Pues no escrivo Vida sino Historia, aunque pienso si los alcançare
[añadido entre líneas: de días (¿de
Dios?)], de escrevir assimesmo sus vidas (fol. 283).[10]
Ambas versiones, a pesar de las diferencias que las separan,
reflejan, por un lado, la familiaridad de Gómara con los principales modelos
del mundo antiguo imitados por los autores renacentistas para escribir vidas.
Dejando a un lado la mención concreta que hace de Suetonio, Plutarco y San
Jerónimo en el segundo manuscrito, en los dos parafrasea, con variantes, la
famosa introducción que escribió Plutarco a las Vidas de Alejandro Magno y de César:[11]
Al
escribir en este libro la vida del rey Alejandro y la de César, por quien fue
derrotado Pompeyo, a causa de la abundancia de acciones que forman parte del
tema, no haremos ningún otro prólogo más que pedir disculpas a los lectores
para que no se querellen con nosotros si en vez de relatar exhaustivamente
todas y cada una de sus célebres hazañas, resumimos la mayoría. La causa de
ello es que no escribimos historias, sino
biografías, y que la manifestación de la virtud o la maldad no siempre se
encuentra en las obras más preclaras; por el contrario, con frecuencia una
acción insignificante, una palabra o una broma dan mejor prueba del carácter
que batallas en las que se producen millares de muertos, los más enormes
despliegues de tropas y asedios de ciudades. Pues igual que los pintores tratan
de obtener las semejanzas a partir del rostro y la expresión de los ojos, que
son los que revelan el carácter, y se despreocupan por completo de las
restantes partes del cuerpo, del mismo modo se nos debe conceder que penetremos
con preferencia en los signos que muestran el alma y que mediante ellos
representemos la vida de cada uno, dejando para otros los sucesos grandiosos y
las batallas.[12]
A pesar de la obvia intertextualidad, cabe señalar una
diferencia fundamental entre el texto de Plutarco y el de Gómara. Mientras la
voluntad de Plutarco parece ser establecer una distinción genérica entre
historia y biografía, como era normal en el mundo antiguo, López de Gómara, aunque
parafrasea a Plutarco al final, deja muy claro en las primeras líneas del texto
que considera la narración de vidas como un tipo de los discursos históricos
posibles, como era usual entre los tratadistas del Renacimiento.[13] Y es que en los Siglos
de Oro la distinción que se hacía en la Antigüedad entre historia y biografía
había quedado superada.[14]
El otro aspecto importante de las apreciaciones de Gómara es
la diferencia que establece entre las historias que pretenden transmitir sólo
los hechos memorables de individuo y la escritura de vidas, en las que hay que
reflejar el carácter de la persona con sus virtudes y sus vicios. Es decir,
coincide con Plutarco en hacer del análisis del carácter el elemento distintivo
del género biográfico. Si las historias que narran las grandes hazañas pueden
escribirse mientras la persona esté viva, para narrar la vida de un personaje
relevante es preciso esperar a que se produzca su muerte. Sólo entonces el
historiador se encuentra con libertad suficiente para emitir sus juicios
negativos sobre el individuo en cuestión sin temor a represalias.[15] Sin duda, esta
necesidad de enjuiciar libre y honestamente la trayectoria vital de los
contemporáneos de Carlos V es el motivo por el que Gómara inserta las
semblanzas de las principales personalidades de su época al reseñar la noticia
de su muerte.[16] Esto explica también
por qué no redactó la semblanza biográfica del principal protagonista de sus Annales, el Emperador Carlos V, o de su
hijo, Felipe II, pues ambos vivían en el momento en el que Gómara redactara la
obra. Y sabemos por comentarios bastante críticos que aparecen en sus otras
obras que Gómara no aplaudía sin reservas la actuación de su soberano (Iglesia 1972: 192-200).
Naturalmente, cuando Gómara reflexiona sobre la escritura de
vidas en la dedicatoria al Marqués de Astorga parece referirse a una de las
modalidades del género biográfico que mayor difusión alcanzó en el
Renacimiento, y que él cultivó con éxito en su Historia de la Conquista de México: la narración de la vida y
hechos de un gran personaje. En esta variante del género biográfico se pone un
gran énfasis en la narración cronológica y pormenorizada de los hechos
históricos en los que participó dicho personaje como medio para entender su
carácter, por lo que la frontera entre el género “vida” y el género “historia”
viene a quedar un tanto desdibujada. Los pequeños apuntes biográficos de los Annales, en cambio, están más en
consonancia con los bosquejos reunidos en las colecciones de biografías cortas
que también proliferaron en el Renacimiento. En esta modalidad del género
biográfico el análisis de los principales rasgos de carácter tiene prioridad
sobre la narración de los hechos, que se utilizan de forma selectiva junto a
ciertas anécdotas jugosas para ilustrar los principales vicios y virtudes del
biografiado.
La presencia de todas estas semblanzas en los Annales obedece a la aplicación de un
precepto historiográfico que ya enunció Cicerón en el famoso pasaje que sobre
la historia escribió en De Oratore,
en el que señalaba que es preciso que el historiador no se limite a relatar en
sus escritos los hechos y gestas de los hombres, “sino también, al menos para
aquellos cuyos nombres gozan de una reputación particular, que pinte su vida y
carácter” (II, 64). De estos preceptos ciceronianos se harán eco, además, los
principales tratadistas del ars historica
del Renacimiento. Juan Luis Vives en el apartado que dedica a la historia en De ratione dicendi (1532), cita
específicamente este texto de Cicerón.[17] Y Fox Morcillo, en De historiae institutione dialogus
(1557) recuerda también este precepto historiográfico: “Se tiene que describir
en la historia las personas que hicieron algo digno de ser recordado cuantas
veces lo merezca su prudencia, fortaleza, moderación, justicia o los vicios
contrarios, o lo pida la condición y manera de sus hechos” (Cortijo 2000: 243).[18]
En cuanto a la finalidad del género biográfico en el
Renacimiento, sea cual sea su modalidad, aparece siempre vinculada al carácter
ejemplar de la historia. El propio Gómara enuncia esta dimensión ética en uno
de los textos preliminares que acompañan a la Historia de la Conquista de México, la dedicatoria a don Martín
Cortés, marqués del Valle, a quien le explica que le ofrece su obra “para que,
así como heredó el mayorazgo, herede también la historia. En lo uno consiste la
riqueza, y en lo otro la fama” (3). Porque, aunque es verdad que los reinos y
señoríos pertenecen a Dios, que los da y los y quita a su antojo, el mismo Dios
quiere “que se escriban las guerras, hechos y vidas de reyes y capitanes, para
memoria, aviso y ejemplo de los otros mortales” (4). Aquí Gómara, además de
presentar una visión providencialista no sólo de la historia, sino también de
la labor del historiador, explica cuál sería la función de la narración de la
vida y hechos de los grandes personajes históricos: guardar su memoria y
perpetuar su fama para que pudieran servir como modelos de comportamiento para
la posteridad. Este carácter ejemplar de la historia es una de las
características fundamentales del pensamiento historiográfico del Renacimiento.[19] Juan Luis Vives (1532)
subrayaba la utilidad de la historia, pues de ella pude sacarse “experiencia de
las cosas, prudencia, formación de costumbres a partir de ejemplos ajenos, de
manera que sigamos lo mejor que se ha de hacer, como dice Livio, y evitemos lo
perverso.” (237). También Fox Morcillo (1557) pondera la eficacia de los
ejemplos para mover el ánimo de los hombres y vincula la utilidad de la
historia a la posibilidad de extraer de ella ejemplos de conducta (274).
Evidentemente, la construcción de un discurso que tenía como
objetivo principal presentar modelos de comportamiento que seguir o evitar se
cimentaba en los preceptos de la retórica epidíctica, y es uno de los motivos
por el que la descripción es uno de los aspectos del quehacer historiográfico
que más deuda tiene con la tradición retórica. Ya Juan Páez de Castro (1555)
apuntaba la necesidad que tiene el historiador de elocuencia “para encarecer y
alabar lo bien hecho y exhortar á otra tal, y para abatir y afear lo malo para
que no se haga cosa semejante, porque de la historia salen los ejemplos que
tienen gran fuerza en los negocios.” Elocuencia que también será necesaria
“para pintar no sólo las facciones y disposición del cuerpo, sino también las
condiciones, inclinaciones, y pasiones de ánimo…” (Páez 1892: 28).
Elena Artaza señala que son tres las retóricas españolas del
XVI que se ocupan con especial atención de la narración epidíctica de personas
de carácter digresorio: la de Miguel de Salinas, la de Andrea Sempere y la de
A. García de Matamoros. Estos tres autores españoles utilizan los mismos loci para describir a las personas, que
no son otros que las once circunstancias propuestas por Cicerón en De Inventione, las mismas que viene a
repetir el autor desconocido de la Rhetorica
ad Herennium y que Quintiliano amplió a 15 (Artaza 1989: 85-86). De estas once o quince circunstancias se
sacaban los argumentos de persona, que se podían presentar de forma estática o
dinámica, dando lugar, en este último caso, a la narración epidíctica de
persona, porque lo que termina por mostrarse al destinatario es la vida o
carácter del personaje (López Grigera
1995: 22).
Las once circunstancias propuestas por Cicerón en De Inventione fueron nomen, natura, uictus, fortuna, habitus,
affectio, studia, concilia, facta, casus, orationes (I, 34). Aclaraba
Cicerón que, para trabajar de forma más metódica, es posible dividir estos
atributos en tres categorías: circunstancias externas, bienes del cuerpo y
bienes del ánimo. Las circunstancias externas serían el linaje, la patria, la
fortuna, los amigos, el cargo que ocupe el personaje… Los bienes del cuerpo
tienen que ver con la belleza, la salud, la fuerza, la velocidad… Mientras que
por bienes del ánimo entendemos las virtudes o los vicios de la persona. Y
añadía que, para elaborar la alabanza o vituperio de un individuo, era
necesario resaltar no tanto los bienes del cuerpo o las circunstancias
externas, ya que el ser humano los posee sólo por casualidad, sino más bien el
uso que el individuo hace de ellos (De
Inventione, II, 177-78). Esta misma opinión la recoge también Quintiliano (Institutio, III, 7, 12-14), y la
ejemplifica magistralmente el autor de la Rhetorica
ad Herennium (III, 7, 13-14). En este último texto se indica, por ejemplo,
que al alabar a partir del linaje, se resaltará si la persona ha estado a la
altura de sus ilustres antepasados, o incluso si los ha superado; caso de
tratarse de un linaje humilde, se mencionará que el individuo que se alaba se
ha apoyado en sus virtudes y no en la de sus ascendientes (II, 7, 13).
Del mismo modo, ya en el siglo XVI García de Matamoros,[20] volvía a hacerse eco
de estos preceptos estableciendo una gradación de los argumentos en los que se basa
la alabanza o vituperio de una persona según su mayor o menor relevancia. De
todas las excelencias que puedan atribuirse a un ser humano, las principales
serían las del alma, fundamentalmente las “que tienen que ver con nuestro buen
juicio y pensamiento”, y no tanto aquellas que no son más que un “don de la
naturaleza”, y cuya posesión no requiere ningún esfuerzo. A los bienes del
ánimo los siguen en importancia los bienes del cuerpo, porque un buen físico es
siempre “signo de virtud”, mientras que los vicios tienden a reflejarse en un
aspecto físico desagradable. En último lugar habría que situar los bienes
externos, porque “son ciertamente efímeros y totalmente caducos”. Por lo tanto
“cuanto tienen de laudable procede de su uso honesto”, y deben utilizarse para
alabar sólo “en la medida en la que vayan vinculados a la virtud del alma”. Del
mismo modo se usarán en la alabanza los bienes del cuerpo y los bienes del alma
dados por natura (121).
Por consiguiente, el principal objeto de la narración
epidíctica debe ser los bienes del ánimo adquiridos a base de esfuerzo. Y
Quintiliano aclaraba que, para ocuparse de los mismos, el discurso puede
organizarse de dos maneras diferentes: dividirlo según las distintas virtudes o
vicios del personaje y los hechos que los especifican, o seguir las sucesivas
etapas de la vida de un hombre y el orden de sus acciones (Institutio, III, 7, 15). También García de Matamoros distinguía
entre ambas posibilidades (117).[21]
Pasemos ahora a analizar cómo aplica Gómara estos principios
retóricos e historiográficos en la galería de retratos que estamos estudiando.
Como apuntábamos en un principio, hemos llegado a contabilizar un total de 37
semblanzas de extensión variable, ya que oscilan entre la brevedad extrema de
la que dedica, por ejemplo, a Fernando el Católico, de apenas un par de líneas,[22] y las muy extensas,
como aquella en la que plasma la figura de Francisco I, de tres páginas
(251-54).[23] De acuerdo con lo
postulado en la dedicatoria a don Martín Cortés de la Historia de la Conquista de
México, López de Gómara escribe la mayor parte de estos esbozos biográficos
con una finalidad ejemplar,[24] y así lo enuncia en
algunos casos como el de Martín Lutero. Una vez reseña su fallecimiento en el
año 1546, aclara que, “por ser el peor hombre de nuestros años, es bien poner
su uida, para que se guarden de sus heregías” (247). En realidad, no son tantos
los personajes representados como ejemplos netamente negativos o positivos.
Entre los primeros podemos mencionar, además de a Lutero, a María Pacheco, “mujer
de Juan de Padilla, más comunera que su marido” (206), a Selim, el Gran Turco,
del que se amplifica, sobre todo, su crueldad (202-03) o César Borgia, “cuyos
vicios ygualauan y cubrían sus letras, su liberalidad, su ánimo y delegencia”
(177). Entre los segundos, a Maximiliano de Austria, “el más liberal príncipe
de su tiempo” (201), el cardenal Cisneros, “varón de grandísimo valor” (196) o
Isabel la Católica, mujer “muy casta, muy justiciera y muy religiosa.” Ella y
su marido fueron “el mejor par de casados y de reyes de su tiempo” (171). No
escatima elogios para Abrahim, consejero y hombre de confianza de Solimán, a
quien considera “ejemplo de priuados” (231), y son claras sus simpatías por el
Conde de Buren “gentil capitán, y gobernador prudente” (259) o Fernando de
Alarcón, a quien alaba porque “vivió virtuosamente, que no es poco entre
soldados” (237). Pero, por regla general, López de Gómara se esfuerza por
describir el carácter de sus personajes como una combinación de virtudes y de
vicios, y de insertar en sus descripciones sus propios comentarios de índole
moral. Por ejemplo, del Papa Julio II comenta que fue “mal Papa y buen hombre”
(185), de Juan de Urbina que era “virtuoso si no jugara demasiado” (220) y del
Papa Alejandro VI, que fue “docto, liberal y manífico, mas profano, y assí puso
grande fausto en la Iglesia” (169). Y, después de ensalzar las virtudes
militares de don Antonio de Leiva, apostilla: “Fue ciertamente Antonio de Leyua
de comparar con los grandes capitanes antiguos, si carecía de vicios, ca fue
áspero, cruel, codizioso y agorero, como lo deue contar Jacobo de Valgrana que,
según entiendo, escriuió su vida; empero la rosa de las espinas sale, y por
milagro ay gran virtud sin vicio” (233). Porque, como ya había especificado
Paolo Giovio en su famosa carta a Girolamo Scannapeco, la obligación de
representar a un sujeto con sus virtudes y sus vicios es el elemento clave que
distingue a la historia y, por lo tanto a la biografía, que es uno de los
géneros historiográficos, del encomio.[25]
Para ilustrar las virtudes y los vicios de estas
personalidades, López de Gómara se ajusta a lo preceptuado por Plutarco en la
introducción a las Vidas de Alejandro
y César y, además de incluir sabrosas anécdotas, selecciona de la vida de cada
individuo aquellos hechos que mejor ilustran los principales rasgos de su
carácter. Fernando de Alarcón era “templado de manos”, de manera “que no quiso
tomar del rey Francisco una baxilla de plata en Françia, ni del Papa dos
capellos y treynta mil ecudos” (237); Juan de Tavera, Cardenal y Arzobispo de
Toledo, “era tan honesto que no se dexaua ver los pies quando lo descalçauan
los pajes…” (244), y el llamado “Alguazil” era “tan valiente que nunca los
jenízaros, según ellos confesauan toparon su par, ca en la batalla de Matera
cortó de vn reués la mano por la muñeca, que fue tiro despañol, a Sinan Bassa,
que acauaua de haçer saltar los ojos a Setelín Mameluco, de vn golpe de masa,
alçándola para darle, y luego le mató” (198).
Otro de los procedimientos empleados por López de Gómara para
retratar el carácter de sus biografiados era vincular, según reglamentaban los
retóricos antiguos y los de su tiempo, el uso que la persona hiciera de los
bienes externos y de aquellos dados por natura al cuerpo y al alma a sus
virtudes y defectos. Por lo que toca a los bienes del cuerpo, lo primero que
hay que comentar es que López de Gómara no describe nunca físicamente a sus
personajes pasando revista a todos sus rasgos corporales como se hacía en la
Edad Media y prescribía todavía Miguel de Salinas en el siglo XVI,[26] sino que se limita a
hacer unos breves comentarios impresionistas sobre las características físicas
más sobresalientes de la persona en cuestión. Así, de Juan de Urbina nos dice
que era “grande, membrudo, grosero” (220), Francisco de los Cobos “gordo, de
buen rostro” (255), Felipe el Hermoso “gentil hombre, aunque un poco gordo”
(173) y García de Paredes “alto, de gran cara, de más huesos que carne” (228).
En ocasiones, como preceptuaba Matamoros, presenta determinados defectos
físicos como expresión externa de los vicios del personaje o, por el contrario,
la hermosura física como manifestación visible de las virtudes del alma. César
Borgia “tenía tantos barros en la cara y tan malos ojos, que huía de andar de
día, y mostraua bien con el rostro su cruel corazón” (177). Ismael Sofí nació
con “los puños cerrados y sangrientos, señal de crueldad” (165). Por el
contrario, Francisco I de Francia era “agraçiado en muchas cosas, y assí
representaua bien la dignidad real” (251). El caso más claro en el que comenta
el físico de una persona para alabarla a partir del uso que de su cuerpo
hiciera aparece en la biografía de Antonio de Leiva, de quien explica que “por
ser gafo de piernas y manos” no podía montar a caballo, por lo cual se maravillaban
“todos por donde iua, oyendo que assí tollido fuese tan baliente
excellentíssimo capitán” (232).
De las circunstancias externas, Gómara fundamenta con
frecuencia comentarios laudatorios en el linaje o a la extracción social de la
persona, bien porque lo honra o incluso lo acrecienta con su comportamiento,
bien porque llega a remontar un origen humilde gracias a su valía personal:
Francisco de los Cobos, de “escribiente de Lope Conchillos, pasó a ser
comendador mayor de León, Señor de Sabiote, y riquísimo, y a casar vna hija con
el Duque de Sessa y Conde de Cabra” (255); Pedro de Toledo, virrey de Nápoles,
“fue por su muger marqués de Villafranca, y por su valor Comendador de Azuaya y
virrey de Nápoles” (264); y Clemente VII “ennobleció grandemente su linaje de
Medices, ya de suyo magnífico, aciendo vn sobrino duque de Florencia, y vna
sobrina reyna de Francia” (229). Lo mismo ocurre con los bienes de fortuna,
fundamentalmente las riquezas, comentando tanto su buen o mal uso como el modo
de obtenerlas: Granvela, escribe, “enriqueziose mucho, no sé si bien…” (261) y
Abrahim, privado de Solimán, “causose tanto la mucha riqueza quanto la mucha
priuança” (231). Por su parte, don Juan Tavera, Presidente del Consejo Real y
Cardenal Arzobispo de Toledo, dejó “vn gentil hospital y rico en Toledo, y
hazienda muy grande a su sobrino Anaspardo y otros parientes, que por ser de la
Iglesia sonó mal; y siendo tan rico murió sin tener cuchara de plata con que
tomar vna granada al tiempo que penaua, ejemplo de vituperio para los clérigos”
(244).
También es normal que incluya observaciones sobre la forma en
que emplearon los bienes del ánimo dados por la naturaleza, como en un
sustancioso párrafo en que expone la clave del éxito político de Francisco de
los Cobos. El secretario de Carlos V era, según Gómara, “alegre, regocijado, y
assí tenía dulce conuersaçión; era diligente y secreto, por donde alcançó la
gracia del Emperador asás complidamente, ca muchos años pasaron por su mano
todos los negocios assí de Italia como de Indias y España, y con eso uuo el
adelantamiento de Caçorla para su hijo” (255).
Una vez demostrado cómo Gómara hace del análisis del carácter
de sus personajes el centro de sus biografías ajustándose a las múltiples
posibilidades que ofrecían los cánones del género y la normativa retórica
vigente en su época, pasaremos a estudiar la estructura de sus semblanzas,
particularmente de aquellas que, por ser más extensas, presentan una mayor
complejidad. En las más breves se limita, por regla general, a enumerar
someramente los principales hechos de la vida del personaje, enumeración que va
acompañada a veces por comentarios sobre su aspecto físico o sus bienes
externos, vinculados a las virtudes y defectos del individuo en cuestión, que
se exponen generalmente siguiendo el método analítico, es decir, enumerándolas
junto con los hechos y anécdotas que los ejemplifican. Reproducimos para
ilustrar nuestros comentarios la de Granvela, muerto en 1550:
Muere
Nicolás Perenot, Sr. de Granuela, que tuuo muy grande amistad con el Emperador,
cuyo embaxador y secretario y consejero fue mucho tiempo en todos sus negocios,
especial con franceses y alemanes. Era hombre callado y negociador, y graue
para no ser de linaje. Enriquezióse mucho, no sé si bien, vengósse disimuladamente
de sus enemigos que llamaua insidiosos, como fueron el confesor fray Pedro de
Sota y el Licenciado Juan de Figueroa. Dexó muchos hijos, y todos bien puestos,
mayormente al Secretario Antonio Perenot, obispo de Arrás, que sin duda es
principal persona en negocios, consejo, lenguas y aun letras (261).
Por lo que se refiere a las semblanzas biográficas más
extensas, encontramos entre ellas una mayor variedad en lo tocante a su
estructura. La primera observación que nos gustaría anotar es que, a pesar de parafrasear
a Plutarco en la dedicatoria de la Crónica
de los Barbarrojas antes
comentada, a la hora de estructurar sus semblanzas Gómara se inspira con más
frecuencia en el modelo creado por Suetonio en la Vida de los doce césares que en el que articula las biografías de
las Vidas paralelas. La diferencia
fundamental entre las biografías de Suetonio y las de Plutarco es que, aunque
los dos inician la narración de la vida de un individuo cronológicamente, dando
noticia en un principio de su familia, de su nacimiento, de los prodigios que
lo acompañaran o precedieran, de sus primeros años de infancia y juventud y del
proceso educativo, Suetonio, al llegar al momento en el que el emperador accede
al poder, abandona la narración diacrónica para elaborar una descripción
analítico-descriptiva de las cualidades y actividades públicas y privadas del
Emperador. Es entonces cuando se pasa revista a sus campañas militares, se
expone el cursus honorum, y se
enumeran las leyes promulgadas y las obras públicas que auspició. También suele
describirse su aspecto físico, sus costumbres, sus intereses, sus aficiones y
estudios, su vida familiar y matrimonial. Este material se organiza de forma
que se resalten sus virtudes y vicios. Al final, se retoma el hilo cronológico
para dar cuenta de las circunstancias de la muerte del personaje (Scaramuzza 1989: 199).
Y es precisamente esta sección analítico-descriptiva de las Vidas de Suetonio la que Gómara utiliza
como base de la mayor parte de sus apuntes biográficos. Tomemos, por ejemplo,
el caso de los cuatro militares destacados de las guerras de Italia, García de
Paredes (m. 1533), Antonio de Leiva (m. 1536), Fernando de Alarcón (m. 1540) y
Juan de Urbina (m. 1549). En las cuatro biografías se exponen cronológicamente
los principales hitos de la carrera militar del personaje. A este repaso de la
trayectoria profesional de los soldados se le antepone o pospone una semblanza
en la que se comentan su apariencia física, sus costumbres, algunos aspectos de
su vida privada y una evaluación ética de su carácter. Y se termina
describiendo las circunstancias de su muerte. Repasemos para ilustrar lo dicho
lo escrito sobre el capitán Fernando de Alarcón. Empieza Gómara a enumerar las
campañas militares en las que participó y se destacó: toma de Granada, Nápoles,
Sicilia, Pavía, donde rompió la pared “por do los nuestros entraron”. Estuvo a
cargo de Francisco I mientras permaneció preso en Madrid, vigiló a Clemente VII
tras el Saco de Roma, y fue llamado por Carlos V para que luchara con él en La
Goleta. Remata esta sección la siguiente semblanza: “Era callado, mas tenía
buenos dichos y agudos, templado de manos, que no quiso tomar del rey Francisco
una baxilla de plata en Françia, ni del Papa dos capellos y treinta mil
escudos. Viuió, en fin, virtuosamente, que no es poco entre soldados. Murió muy
viejo y en gran estima, de dolor de costado, teniendo muchos nietos de vna sola
hija, que casó con Don P˚ González de Mendoza” (236-37). Este mismo tipo
de estructura se repite también en los retratos biográficos de Ismael Sofí (m.
1500) y Lutero (m. 1546), de quien se narra su carrera eclesiástica y su
alejamiento progresivo de la Iglesia hasta convertirse en hereje, para
fulminarlo en una dura semblanza final. En el caso de César Borgia (m. 1507),
la semblanza se divide entre el principio y el final de la narración de los
hechos de su vida pública.
Un segundo grupo de biografías son aquellas en las que se
elimina la prolija enumeración cronológica de las actuaciones del personaje en
la vida pública para desarrollar mucho más la semblanza, en la que predomina
una exposición analítica de las principales virtudes y defectos que lo
caracterizaron en lo público y en lo privado, ilustrándolos con determinados
hechos y anécdotas relevantes. Son las de Isabel la Católica (m. 1504),
Bayaceto II (m. 1512), Selim, el Gran Turco (m. 1520) y Francisco de los Cobos
(m. 1547). Reproducimos para mostrar lo expuesto la parte central del retrato
de Selim, de quien es obvio se quiere subrayar su crueldad, hasta el punto que
podría hablarse de una notatio:
Era
Selim alto de cuerpo y corto de piernas, gesto redondo, color amarillo, ojos
gruesos; era seuero, corajudo, atrevido; era constante, ambicioso, mas no
apocado, y diligente, diziendo que con la dilación se perdían las buenas
ocasiones en los grandes propósitos. Cruel
sobremanera, aunque justiciero,[27] y assí mató a su padre y a dos hermanos y a
muchos sobrinos y 62 hombres de su linaje, diziendo no aver cosa más dulce que
reinar sin parientes, palabra indina odiada. Dexó una camisa tinta en ponzoña,
quando fue contra el Sophí, para que Pirro Bassan la vestiese a Solimán, su
hijo, si tratase de alçarse con el reyno en su ausencia, aunque otros dicen que
porque le afeauan sus crueldades. Mató a Mustafá Basa porque auisó los hijos de
Amad para que huyesen, y Schandes Basa porque ponía dificultades en la guerra
del Sofí en pasar el río Eufrates, y a Bustán Basa cuñado suyo, porque tomaua
prezentes y cohechos, y a Xunos Basa, porque amotinó los janisarios contra
Cayer, y a Cuemdeno Basa, porque le aconsejaua libremente, y al médico judío
con su propia çimetera, porque no consentía que le cortasen los cirujanos la
carne del cánser, diziendo que cundía más; enterró en Alcayro su caballo
muriendo, porque lo librara de la batalla que dio en Churul a su mismo padre,
en que confirmó su bestialidad, pues dexó sin sepulturas a sus propios
hermanos, sobrinos, parientes y criados favorecidos. Fue gran batallador, y
solía decir que las vitorias no eran cumplidas si el señor no las ganaua. Fue
templado en mugeres y aun en comer. Comía una sola vianda, y aquella no
delicada, que lo sostuvo sano. Fue gran caçador por exerçiçio y grandeza. El
año que morió… (202-03).[28]
Especialmente compleja es la estructura de las vidas de los
dos grandes reyes cristianos contemporáneos de Carlos V, Enrique VIII y
Francisco I. La del monarca inglés comienza con una brevísima aunque
sustanciosa semblanza: “…fue muy dotado de los bienes de la fortuna y del
cuerpo y del alma, si los empleara bien, ca era muy hermoso, rico y sabio”
(250). Después ordena los hechos más significativos de su reinado dividiéndolos
en dos partes separadas por el divorcio de Catalina de Aragón. La evaluación
general de su figura como gobernante durante la primera parte es altamente
positiva, y Gómara alaba sus principales logros agrupándolos por rúbricas:
victorias militares, directrices de su política internacional, relación con el
Papado, posicionamiento ante la herejía luterana… La transición a una segunda
fase de su vida queda marcada por esta contundente frase, que prepara al lector
para la más absoluta condena del iniciador de la herejía anglicana: “Hasta aquí
fue muy excelente Rey, aunque mudó amistades, empero que después mudó muger y
religión fue maluado” (250). De hecho, en la segunda parte se limita a dar
cuenta de sus sucesivos divorcios y de su progresivo apartamiento de Roma para
presentarlo como hereje y enemigo de la Iglesia Católica, sin mostrar ningún
interés por el resto de su labor como gobernante. Esta estructura recuerda a la
utilizada por Suetonio en las Vidas
de Calígula y de Nerón, en las que también se concentran en dos secciones
diferentes las acciones positivas y negativas de cada uno de los emperadores.
Así, en la Vida de Calígula escribía:
“Hasta aquí he narrado su vida como príncipe, ahora narraré lo que aún queda de
ella como monstruo” (Cal. 22), y en la de Nerón: “He unido todas estas acciones
en un bloque, unas exentas de todo reproche y otras incluso dignas de elogio,
para separarlas de sus ignominias y crímenes, de los cuales hablaré adelante” (Nerón 19.2).[29]
Quizás la biografía más elaborada y compleja sea la de
Francisco I, cuya estructura puede dividirse en las siguientes secciones: en
primer lugar, una extensa semblanza basada en una descripción amable y positiva
de los bienes del cuerpo, del ánimo y de sus costumbres y aficiones. A
continuación, para enjuiciar su desempeño como ocupante del trono, inicia una
digresión en la que lo compara con Carlos V para demostrar que son falsas las
apreciaciones de los historiadores franceses e italianos que buscan equiparar a
los dos monarcas, siendo el Emperador, sin duda, muy superior. En dicha
digresión, al tiempo que ataca a Francisco I por no cumplir la palabra dada a
Carlos V cuando lo dejó en libertad, aprovecha para rebatir las tesis expuestas
por Maquiavelo en el capítlo dieciocho de El
Príncipe, que justificarían la
actuación del monarca francés (Merriman
1912: XXXVII-XXXVIII). Finalmente, resume cronológicamente su actuación como
ocupante del trono de Francia, vertebrándola en torno a su lucha por la
supremacía con el Emperador.
Por último, comentaremos el único ejemplo en el que se
reproduce la estructura característica de las Vidas de Plutarco. Nos referimos a la biografía del llamado
“Alguazil.” Vale la pena recordar que el esquema formal de cada una de las Vidas de Plutarco se basa en la
narración cronológica de la vida del personaje, narración que facilitaba el ir
revelando la formación de los principales rasgos de carácter en su infancia y
juventud, y el posterior desarrollo de los mismos en los años de madurez a
través de sus acciones. Plutarco empieza, claro está, dando noticias del
nacimiento del individuo, de los prodigios que lo acompañaron o precedieron, de
su familia y linaje, de su trayectoria educativa en los años de formación, las
circunstancias en que accedió al poder y los hechos más notables de su carrera.
Pero, a pesar de este aparente respeto a la cronología, la exposición de cada
biografía está también ordenada temáticamente, pues los episodios históricos seleccionados
son aquellos que proporcionan las anécdotas que mejor dibujan los principales
rasgos del carácter del protagonista, relatándose a su vez otras anécdotas que
sirven para ilustrar los mismos rasgos aunque no estén relacionadas con los
hechos históricos reseñados. Y éste es el esquema que sigue López de Gómara en
la biografía de “El Alguazil.”
Este personaje parece estar basado en la figura del emir
Ŷānberdi Gazalī, quien que estuvo al frente de los ejércitos de
los dos últimos sultanes de la dinastía mameluca de Egipto, Qārisawh
al-Gawri y Tūmānbāi II, en la enconada lucha que ambos
mantuvieron contra el Imperio Turco, que terminó derrotándolos. De este emir
nos hablan también otros historiadores de la época, como es el caso de Vicente
Rocca, Paulo Giovio, Vasco Dias Tanco y Alfonso de Ulloa. Sin embargo, dos son
las diferencias fundamentales del relato de Gómara y el que repiten todas las
otras fuentes conocidas. En primer lugar, Gómara lo presenta como renegado de
origen español, nacido en Sevilla, cuando para las otras historias es un eslavo
de origen austriaco. Además, mientras los otros historiadores coinciden en
narrar su apoyo final a la causa turca, López de Gómara destaca y amplifica su
lealtad a la dinastía mameluca hasta el final.[30] Por lo que se refiere
a la estructura de su biografía, que es el tema que nos ocupa, Gómara, al igual
que Plutarco, narra su vida cronológicamente a partir del momento de su
nacimiento, dando cuenta de su patria, nación, linaje, crianza, inicio y
desarrollo de su carrera pública… Así nos enteramos de que era cristiano, de
Sevilla, que su madre se llamaba Juana, que lo llevó en peregrinación a
Jerusalén cuando tenía diez años, donde fue raptado, llevado al Cairo y hecho
mameluco. A pesar de los intentos de su madre por recuperarlo, el sultán lo
retuvo y terminó renegando de su religión. Puesto al frente de los ejércitos
que intentaron sin éxito derrotar al turco Selim, rechazó las ofertas de éste
último para que pasara a su servicio, y terminó escapándose de la prisión y
huyendo a Persia, donde trabajaría para Ismael el Sofí. Como Plutarco, en vez
de exponer los rasgos principales de su carácter en una semblanza que encabece
o cierre la biografía, López de Gómara prefiere mostrarlos a través de sus
acciones, reflejando cómo empiezan a configurarse durante sus años formativos
hasta definirse con nitidez en el adulto. Entre esos rasgos, Gómara destaca,
sobre todo, su valentía como soldado, que hizo que el sultán lo pusiera al
frente de sus tropas y que quedó ampliamente demostrada en la batalla de Matera
frente a los turcos, y su lealtad, que le llevó a rechazar las ofertas del
turco Selim. Para amplificar esta última cualidad, Gómara introduce en su
biografía el único ejemplo de discurso directo que encontramos en toda la obra,
reproduciendo las supuestas palabras con las que se negó a ponerse al servicio
de Selim, por considerarlo “trayción grandíssima” (198).
Pero la maestría de López de Gómara como autor de biografías
breves no puede entenderse tan sólo a partir de su conocimiento de los dos
grandes clásicos de la Antigüedad, Plutarco y Suetonio, sino que hay que situarlo
en el contexto del enorme auge que este género tuvo entre sus contemporáneos.
En España, los antecedentes más inmediatos se encuentran en las Generaciones y semblanzas de Pérez de
Guzmán, los Claros varones de Castilla
de Hernando del Pulgar, la Década de
césares de fray Antonio de Guevara o la Historia
imperial y cesárea de Pedro Mexía. Todas estas obras pertenecen al género
del compendio o el epítome, es decir, son historias escritas a base de
medallones biográficos en los que se describe física y moralmente a una serie
de personajes famosos según los preceptos de la retórica epidíctica para
presentarlos como modelos de comportamiento (Scaramuzza
1989: 187). El antecedente más remoto hay que situarlo en la segunda mitad del
siglo XIII, cuando Juan Gil de Zamora, preceptor de Sancho IV, escribe una
colección de biografías que tituló Liber
illustrium personarum o Historia
canonica et ciuilis. Tampoco hay que olvidar la importancia que tuvieron
para el desarrollo del género biográfico en Castilla las crónicas reales del
López de Ayala o las de los últimos reyes Trastámara, biografías individuales
en las que, además, solía insertarse una semblanza del monarca. Dentro de este
mismo ámbito de las biografías individuales, también hay que recordar las que en
el siglo XV tuvieron como protagonistas a caballeros particulares de renombre.
Nos referimos, claro está, a la Crónica
de don Pedro Niño o El victorial
de Díez de Games, a la Crónica de don
Álvaro de Luna, de Gonzalo Chacón y a
la Crónica del Condestable D. Miguel
Lucas de Iranzo, de Pedro de Escavias.[31]
Sin duda, este vigor de la biografía en España explica que
Ramón Iglesia situara los breves apuntes biográficos de Gómara “dentro de una
línea castiza española” (Iglesia
1972: 57). Sin embargo, teniendo en cuenta las prolongadas estancias de Gómara
en centros tan relevantes para la vida intelectual del XVI italiano como fueron
la Curia Papal, el Colegio de San Clemente de los Españoles de Bolonia o la
casa de don Diego Hurtado de Mendoza en Venecia,[32] es indudable que su
gusto por la narración breve de la vida de los grandes personajes también se
vería favorecido por el desarrollo de este género en la Italia del
Renacimiento. De modo que es muy probable que conociera colecciones de
biografías cortas tales como De viris
illustribus de Petrarca, De
mulieribus claris de Boccaccio, De
viris aetate sua claris de Enea Silvio Piccolomini o De viris illustribus de Bartolomeo Facio. De lo que no nos cabe
ninguna duda es de que manejó y se inspiró en la obra del polémico Paolo
Giovio, concretamente en las semblanzas biográficas que incluyera en la Historia sui temporis y,
fundamentalmente, en sus Elogia. Esta
seguridad proviene, en primer lugar, del hecho de que Giovio es el historiador
italiano que más veces aparece citado en los Annales. Ya Merriman señalaba en su estudio introductorio que
Gómara se refiere a él en tres ocasiones, y que utiliza como fuentes dos de sus
obras, Comentario de le cose de’Turchi
y Historia sui temporis, publicadas
en 1541 y 1550-52 respectivamente. Para Merriman en ocasiones puede incluso
hablarse de plagio como, por ejemplo, en el relato de la muerte de George Dozsa
(1514), en el que aparecen cláusulas casi idénticas a las empleadas por Giovio
en la Historia sui temporis, o en la
descripción de las campañas de Selim, muy parecida a la que desarrolla el
obispo de Nocera en su Comentario de le
cose de’ Turchi. Otras veces lo corrige o contradice con información
procedente de otras fuentes, como cuando narra el levantamiento de Ismael el
Sofí (1500), en el que dice no seguir a Giovio porque prefiere la versión que
un tal Hernando Ruy trajo de Constantinopla. Y ya dijimos que la vida de “El
Alguazil” difiere sustancialmente de la contada por el historiador italiano (Merriman 1912: XXXIV-XXXV).
También Nora Edith Jiménez ha comentado la importancia de la
impronta de Giovio en la historiografía de López de Gómara. Como la Historia sui temporis, los Annales son una historia contemporánea
en la que los conflictos que enfrentaron a las grandes potencias europeas y
mediterráneas durante la primera mitad del XVI juegan un papel fundamental.
Además, ambos insertan en su estructura inteligentes semblanzas biográficas de
los grandes protagonistas de la escena política del período. Por otro lado, los
dos conceden una importancia esencial al mundo musulmán en general y al imperio
turco en particular para entender las directrices políticas de las grandes
potencias europeas.[33] (Jiménez 2001: 166).
En el marco de estos puntos de contacto de carácter general,
no puede extrañarnos que Gómara también coincidiera con el obispo de Nocera en
muchas de las técnicas empleadas en sus esbozos biográficos y que incluso
llegara a reelaborar algunos. Uno y otro historiadores ponen el acento en sus
biografías breves en el análisis del carácter más que en la exposición de los
hechos del personaje, y revelan sin tapujos vicios y virtudes, porque el fin
que persiguen es enseñar presentando ejemplos de buena y mala conducta. Siguen
a Plutarco en la utilización de anécdotas y episodios de aparente poca
importancia para ilustrar el carácter de sus biografiados, y a Suetonio en la
estructura que vertebra la mayor parte de sus retratos.[34] Aunque, como señalaba
Merriman, Gómara no copia servilmente a Giovio, sí hemos encontrado algunas
réplicas más o menos literales de algunos de sus bocetos biográficos. Por
ejemplo, López de Gómara reproduce la estructura y gran parte del contenido de
uno de los Elogia de Giovio, el que
acompañaba al retrato de Enrique VIII, y también la semblanza biográfica de
Selim que incluyó al reseñar su muerte en la Historia sui temporis.
Este análisis de los retratos biográficos de los Annales demuestra, por un lado, el
profundo conocimiento que Francisco López de Gómara tenía de los principios
retóricos e historiográficos que regulaban la escritura de vidas breves a
mediados del XVI y su familiaridad con los grandes modelos clásicos y
contemporáneos en los que se inspiró para reinterpretarlos. Pero atestigua,
además, la solidez y madurez alcanzadas por el género biográfico en la España
de aquel entonces, en consonancia con lo que ocurría en tierras italianas. Como
ya vimos, en la dedicatoria al Marqués de Astorga que precede a la Crónica de los Barbarrojas Gómara formula su concepción de cuáles debían ser los
presupuestos sobre los que se fundamentara la narración de vidas, participando
así activamente en el proceso de codificación teórica del género. Para ello
parte de las reflexiones de Plutarco para rebatirlas. Si en la introducción a
la vida de Alejandro Magno Plutarco separaba la biografía de la historia,
Gómara presenta la narración de vidas como uno de los discursos históricos
posibles. Y es que si en la Antigüedad la biografía se consideraba un género
menor ajeno al ámbito de lo histórico, las semblanzas de Gómara demuestran que
en el Renacimiento la utilización de la narración de vidas como parte integral
del discurso histórico es total. En parte porque al presentar a los agentes de
la historia como modelos de comportamiento que seguir o evitar se refuerza el
carácter ejemplar de la historia, piedra angular de las teorías
historiográficas renacentistas. Pero también porque se intenta reflexionar
sobre el impacto que tenía en la vida pública el carácter de sus protagonistas
con sus virtudes y sus vicios. Probablemente hay que entender ese interés de
historiadores como Gómara o Giovio por caracterizar a las grandes
personalidades de la historia como expresión de una visión del hombre como
motor decisivo del acontecer histórico, muy en consonancia con la mentalidad
renacentista de la época.
Carmen Saen de Casas
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[1] Citaremos por la única edición existente, es
decir, la de Merriman (1912). Al citar, hemos modernizado tanto la
puntuación como la acentuación.
[2] Son
muchos los críticos que han alabado esta maestría del Gómara retratista que se
manifiesta también en sus otras obras históricas. Destacan, por ejemplo, la
semblanza de Pedro Navarro en las Guerras
del mar (cf. Jiménez 2001:
215-16) o la de Moctezuma en la Historia
de la Conquista de México (cf. Rose
1998).
[3] Al
principio de la obra, después de anunciar el nacimiento de Carlos V en Gante el
25 de febrero de 1500, el mismo Gómara expone cuál será el plan general que se
dispone a seguir: “Las cosas de cuyo tiempo acontecidas en diversas partes del
Mundo, especial en España, desde su nacimiento hasta que renunció todos sus
Reinos y señoríos en su hijo Don Felipe nuestro Señor, escribo aquí en suma por
años” (161).
[4] Por
ejemplo, al llegar al año 1535, la única alusión que encontramos a un triunfo
del Emperador de la importancia de la expedición a Túnez es este escueto
comentario: “la Guerra de turcos que hiço el Emperador” (230).
[5] Entre los reyes cristianos que retrata están
Felipe el Hermoso (173), Luis XII de Francia (189), Fernando el Católico (191),
Maximiliano de Austria (201), don Manuel de Portugal (205), Catalina de Aragón
(230), la Emperatriz Isabel (234-35), Segismundo de Polonia (258-57), Isabel la
Católica (170-71), Enrique VIII (250-51) y Francisco I (251-54). Por lo que se
refiere a miembros de la jerarquía eclesiástica, tenemos a los Papas Alejandro
VI (169), Julio II (185), Adriano VI (207), Clemente VII (229), al Cardenal
Cisneros (95), a los obispos y arzobispos fray Diego de Deza (202), Juan Tavera
(244), Juan Martínez Silíceo (245) y
Jerónimo Suárez (244-45). Tampoco se olvida del gran hereje, Martín
Lutero (247-48), del conflictivo César Borgia (176-77) o de soldados y
capitanes que triunfaron en Italia al servicio del Emperador, como Juan de
Urbina (220-21), García de Paredes (225-28), Antonio de Leiva (232-33) y
Fernando de Alarcón. De los civiles dedicados a la política, incluye a María
Pacheco (206), viuda del comunero Juan de Padilla al secretario del Emperador,
Francisco de los Cobos (255-56), a Maximiliano, conde de Buren (259), al
todopoderoso Granvela (261), y a don Pedro de Toledo, virrey de Nápoles
(264-65). Finalmente, no debe extrañarnos que el autor de la Crónica de los Barbarrojas desarrolle
vívidos retratos de algunos de los grandes personajes del mundo musulmán de la
época: Ismael Sofí (164-66), Bayaceto II (184), del Gran Turco Selim (202-03) y
de Abraham, privado de Solimán (231). Quizás una de las vidas más interesantes
de las que escribiera Gómara para estos Annales
fue la de un misterioso personaje al que el llama “El Alguazil” (197-98) de la
que nos ocuparemos más adelante.
[6] Utilizaremos el término biografía para
referirnos a las composiciones de Gómara de forma anacrónica. Somos conscientes
de que, a pesar de la existencia del término bios desde época helenística, la palabra biografía no empieza a utilizarse en Europa hasta mediados del
siglo XVII. Cf. Mayer y Woolf
(1995: 7). Sin embargo, sí existía el término “Vida” como género
historiográfico.
[7] Cf.
Rodríguez (1853: 331). Es el
texto que reproducen las otras dos ediciones de la Crónica, tanto la de la editorial Polifemo de Madrid (1989) como la
de la editorial Algazara de Málaga (2002), a pesar de que los editores de esta
última, cuyos nombres no figuran, afirmen que editan el Ms. 6339 de la
Biblioteca Nacional de Madrid.
[8] Agradezco a Victoria Pineda, mi colega en la
Universidad de Extremadura, que transcribiera y me enviara desde Madrid las dos
versiones manuscritas de la dedicatoria al Marqués de Astorga de la Crónica de los Barbarrojas.
[9] El
énfasis es añadido.
[10] La
bastardilla es mía.
[11] A
nuestro entender, la variante del
manuscrito de la Biblioteca Nacional (“no escrivo al presente vidas,
sino guerras”) guarda una mayor coherencia con la primera oración de la
dedicatoria, en la que se implica que se considera a la biografía como uno de
los géneros historiográficos posibles. La variante del manuscrito de la Real
Academia de la Historia (“pues no escrivo Vida, sino Historia”), aunque
reproduce literalmente la célebre frase de Plutarco, parece contraponer lo biográfico a lo histórico, contradiciendo, por
tanto, lo afirmado al inicio del párrafo.
[12] Citamos
por la traducción de Crespo
(1999). El subrayado es nuestro.
[13] A
modo de ejemplo, recordemos que Juan Luis Vives, cuando repasa las posibles
materias sobre las que puede versar la historia, incluye las vidas de Plutarco
y Suetonio (Vives 1998: 237). Y
el italiano Paolo Giovio, en la famosa carta que enviara a Girolamo Scannapeco,
al explicar las diferencias que existían entre la historia y el encomio, se
refiere a la biografía como rama de la historia: “ora l’Istoria ha una parte,
la quale è lo scrivere le vite de gli eccelenti uomini …” (Giovio 1956: 174).
[14]
Sobre la distinción greco-romana entre biografía e historia, cf. Momigliano (1971: 2), Breisach
(1994: 71-72) y Schwartz (2005:
90 y 94), quien también explica como esta distinción queda superada en el Renacimiento. Sobre la biografía
renacentista, cf. Cochrane (1981:
52-58).
[15] Ya
Fernán Pérez de Guzmán, al prologar las Generaciones
y semblanzas, señalaba como una de las tres condiciones indispensables para
garantizar que las historias fueran fiables el que no se publicaran “viviendo
el rey o prínçipe en cuyo tienpo e señorío se hordena[n], porque’l estoriador
sea libre para escrivir la verdad sin temor” (Pérez
1998: 64). López de Gómara aplica este precepto tan sólo a la escritura de
vidas, y no a otros géneros históricos. Por su parte, Juan Luis Vives expone la
obligación del historiador de tener un “juicio íntegro” para poder criticar
ecuánimemente tanto los hechos mismos que narra como a sus agentes: “Es grave
hablar contra quienes viven aún, o contra aquellos cuyo recuerdo es reciente o
está en los espíritus o entre sus hijos, pues todavía bullen los sentimientos
que no permiten al juicio cumplir con su deber” (Vives 1998: 246-47). Citaremos siempre a Vives por la
traducción de Ana Isabel Camacho.
[16] Hemos encontrado tres excepciones: María
Pacheco (206), Ismael el Sofí (164-66) y “El Alguacil” (197-98).
[17] Cf.
Vives (1998: 245).
[18] Citamos siempre a Fox Morcillo según la
traducción de Cortijo Ocaña.
[19] Sobre el uso retórico del exemplum cf. Lyons
(1990) y Hampton (1990). Para el
caso concreto de la historiografía española de los Siglos de Oro, cf. Pineda (2005).
[20] Citaremos a partir de la traducción publicada
por Elena Artaza en su Antología de
textos retóricos españoles del siglo XVI.
[21] Como aclara Artaza
(1997: 119) la narración cronológica sigue el método propuesto por Cicerón,
mientras que la que prefiere enumerar virtudes y vicios con una selección de
hechos que los evidencien procede de Aristóteles (Retórica, III, 16, 1416b, 21-26).
[22] “Murió en Madrigalejo el cathólico Rey Don
Fernando que de tal nombre fue V en Castilla y II en Aragón, cuyas virtudes
fueron muchas aunque no sin vicios” (191).
[23] También alcanzan una extensión considerable
las semblanzas de Isabel la Católica (170-71), Enrique VIII (250-51), Ismael
Sofí (164-66), Bayaceto II (184), el misterioso personaje al que Gómara
denomina “El Alguazil” (197-98), Selim, el Gran Turco (202-03), César Borgia
(176-77), Martín Lutero (247-48), Francisco de los Cobos (255-56), Juan de
Urbina (220), García de Paredes (225-28), Antonio de Leiva (232-33) y Fernando
de Alarcón (236-37). En realidad, son estas semblanzas de mayor longitud las
que con más claridad participan del género biográfico.
[24] Algunos, por su brevedad, presentan un
carácter meramente informativo. Léase, por ejemplo, lo escrito sobre fray Diego
de Deza: “Muere fray Diego de Deça, Arzobispo de Sevilla, siendo electo para
Toledo, que fue maestre del Príncipe Don Juan y que hiço el colegio de Santo
Thomás en Seuilla; era buen theólogo y compuso algo, y en ello vna declaración
del Pater Noster en Romance” (202).
[25] “E
prima dovete sapere che l’Istoria ha la luce della verità, e per questo è la
maestra della vita dell’uomo. L’Encomio ha i luoghi di retorica, e loda l’uomo
a bandiere spiegate, senza timore alcuno di cascare nel fango delle bugie; e
tace tutti i vici, i quali spesso accompagnano le chiarissime virtù…”. Cf. Giovio (1956: 174).
[26] Sobre este aspecto concreto, cf. Artaza (1989: 191).
[27] Las
bastardillas son mías.
[28] Cf.
Gómara (1912: 202-03)
[29] Citamos por la traducción de Picón (2006).
[30] Una
discusión más amplia de las discrepancias existentes entre la versión de Gómara
y la de los otros historiadores puede encontrarse en Merriman (1912: XXXV) y González
(1998). Este último da noticia de la existencia de un manuscrito en la
Biblioteca Nacional de Madrid (nº 5763)
que repite la versión de Gómara.
[31] Para una mejor comprensión de los orígenes de
la biografía en España, cf. Nichols
(1934), Romero (1944) y López
Estrada (1946).
[32] Hay
que felicitar a Nora Edith Jiménez por su excelente puesta al día de la
biografía de López de Gómara. Sobre su periplo italiano, cf. Jiménez (2001: 43-98).
[33] Giovio escribió su Commentarium rerum turcicarum, y Gómara la Crónica de los corsarios Barbarrojas y las Guerras del mar. Una excelente introducción a la vida y obra de
Giovio, cf. Chabod (1967).
[34] Sobre las biografías de Giovio, cf. Zimmerman (1995).