Victoria Pineda

Universidad de Extremadura

 

La preceptiva historiográfica renacentista y la retórica de los discursos: antología de textos

 

Abstract: The debate over historians’ use of speeches in their narratives engaged numerous scholars and historiographers during the Early Modern period all across Europe. Some of them viewed the inclusion of speeches as a sign of the greatness of history insomuch as the speeches linked historical writing to oratory and rhetoric. On the other hand, there were others who mistrusted the speeches for they revealed how apart history and truth were. In this anthology I include chapters or passages of almost thirty artes historicae dealing with the subject. Brief commentaries on the texts are added. Texts range from the late Cinquecento to the first waves of the Enlightenment.

Keywords: Ars historica, Historiography, Speeches, Harangues, Early Modern History, Giovanni Pontano, George of Trebizond, Sperone Speroni, Francesco Robortello, Juan Páez de Castro, Sebastián Fox Morcillo, Dionigi Atanagi, Francesco Patrizi, Antonio Lulio, François Baudouin, Orazio Toscanella, Giovanni Antonio Viperano, Ugo Foglietta, Jerónimo Zurita, Antonio Agustín, Alessandro Sardi, Juan Costa, Henri Lancelot Voisin de La Popelinière, Sebastián Cabrera de Córdoba, Famiano Strada, Gerardus Joannes Vossius, Agostino Mascardi, Tommaso Campanella, Fray Jerónimo de San José, Jacob Masen, Pierre Le Moyne, Jean Le Clerc, Benito Jerónimo Feijóo.

 

Fecha de Recepción: 12 de Septiembre de 2007.

Fecha de Aceptación: 15 de Octubre de 2007.

 

Introducción

La presencia o ausencia de discursos de personajes intercalados en medio de la narración histórica es, a las alturas del Renacimiento, síntoma de concepciones historiográficas distintas que podían arrancar de la preferencia por un género dado o de la predilección por algunos modelos, y plasmarse en ciertas elecciones estilísticas.[1] Desde el punto de vista de la preceptiva, ya en la Antigüedad diferentes autores habían reflexionado sobre la conveniencia o no de insertar elementos ajenos a la narración propiamente dicha, tales como descripciones, digresiones u oraciones. El tema se enfocaba en los comienzos de la Edad Moderna desde la perspectiva de la correspondencia entre discurso histórico y verdad o, según otro criterio, desde la afinidad entre retórica e historia. Mientras más cercana se consideraba la escritura de la historia al arte retórica, mayor cabida encontraban en los tratados los discursos de personajes. Por el contrario, si lo que se primaba era la creencia de que el sustento de la historia es la verdad, entonces la inserción de dichos discursos se veía como problemática, puesto que, en la línea neopirronista, se dudaba de la posibilidad de un conocimiento histórico “exacto” en cuanto a las palabras que un capitán, un embajador o un príncipe pudieran haber pronunciado.

En uno u otro caso los preceptistas historiográficos encontraban fórmulas de razonamiento –y ejemplos concretos- de gran fuerza persuasiva para confirmar sus posiciones. La combinación de los elementos mencionados, retórica y verdad, aplicados a la escritura de la historia, encontró soluciones dispares según el mayor o menor peso que el historiógrafo concediera a una o a otra y a los elementos adicionales con que se completara el razonamiento. Así, por ejemplo, el concepto de lo verosímil –que no equivale a lo verdadero pero tampoco a lo falso- ayudó a salvar teorías presuntamente contradictorias. Asimismo, la contraposición entre lo útil y lo deleitable como fin esencial de la historia entró también a participar en la discusión, colaborando a la urdimbre de una intrincada trama de filosofías historiográficas. Si a ello unimos la existencia de diferentes orientaciones y géneros historiográficos, cada uno con una inclinación retórica de diferente grado y con unos modelos distintos, se entenderá la complejidad de la cuestión.[2]

La que acabo de trazar es una simplificación que por supuesto no pretende ni siquiera presentar a muy grandes rasgos un resumen del asunto, sino sólo apuntar al carácter problemático de la interrelación de los factores en juego. A pesar de los excelentes estudios que existen sobre la historiografía producida en los inicios de la Edad Moderna, estamos aún lejos de conocer con detalle la articulación de la preceptiva por lo que se refiere a los discursos intercalados, y de la relación entre dicha preceptiva y la práctica real de la escritura histórica. Lo que aquí se presenta es una antología de textos procedentes de diversas artes historicae que dan cuenta del devenir de las reflexiones sobre el asunto desde mediados del siglo XV y en los trescientos años siguientes. Evidentemente, no he intentado construir un elenco exhaustivo, pero sí suficientemente completo, según creo, como para que el lector interesado se forme una idea ajustada de la evolución de la preceptiva historiográfica por lo que cumple a la inserción de los discursos de los personajes. Las explicaciones del desarrollo de la investigación pueden encontrarse en otro trabajo, al que éste complementa, y cuyos resultados resumo parcial y sucintamente a continuación.[3]

La tratadística historiográfica altomoderna es, como digo, depositaria de las convenciones sobre la escritura de la historia que desde la Antigüedad la tradición le había legado, pero está sujeta al mismo tiempo –como cualquier otro género- a constantes mutaciones. Me interesa destacar esta dimensión histórica que a mi juicio no debe descuidarse en el estudio de la cultura, so pena de caer en generalizaciones empobrecedoras. Desde ese punto de vista, la lectura de los textos que aquí se presentan servirá para observar de manera paulatina (casi década por década) y directa el camino de formación de la historiografía moderna. De dicha observación es posible extraer algunas conclusiones.

Una preliminar pondría de relieve cómo el nacimiento de la tratadística historiográfica está ligado de manera muy estrecha a la preceptiva oratoria, como no podía ser de otra manera en una época en que la retórica –la “reina de las artes”, como la llamó algún humanista-, ofrecía un modelo acabado y completamente aceptado de ars. Así, a la manera de las artes rhetoricae se fueron forjando las artes historiae, y tal vez ello contribuyera a que la historia fuera considerada antes que nada un tipo más de discurso retórico, aunque con sus propias peculiaridades. La presencia de discursos en la narración histórica no viene sino a confirmar lo que el Renacimiento, con Robortello a la cabeza, se empeña en demostrar: que la historia es una ars, como la retórica, según la tradición ciceroniana y en contra de lo que habían sostenido Sexto Empírico y algunos otros neopirronistas.

Una segunda conclusión derivada de la lectura de los textos recogidos en esta antología es que la orientación retórica que acabo de mencionar va afianzándose poco a poco desde finales del siglo XV hasta casi adueñarse de las discusiones generales acerca de la historia. Es sintomático a este respecto el enfoque de los tratados del primer tercio del siglo XVII, muchos de ellos escritos por autores jesuitas, que no sólo no debaten ya la conveniencia o justificación de los discursos directos de personajes en la historia, sino que, dándolos por sentados, dedican decenas de páginas a explicar cómo deben confeccionarse. Los preceptos, que no son nada originales y de hecho se remontan a historiógrafos antiguos, como Luciano de Samósata, recogen cuestiones relacionadas sobre todo con el decoro, pero también se detienen en la distinción entre tipos de oraciones (directas, oblicuas, rectioblicuas) y, en algún caso, en la especificación de figuras adecuadas (hipotiposis, prosopopeya, etc.). Llama la atención que muchos tratadistas insertan en sus obras discursos enteros de personajes que se encuentran en los historiadores latinos o al menos la referencia a dichas oraciones. Es un elemento significativo, puesto que, además de proponer a los lectores o aprendices de historiógrafos modelos imitables, están estableciendo un canon de historiadores capaces de validar las orientaciones ideológicas de la época.

Finalmente es posible también concluir a la luz de estos textos que, si bien la corriente retórica está presente y se afianza a lo largo del tiempo hasta aproximadamente la mitad del siglo XVII, según acabo de apuntar, el hilo escéptico, cuyo mayor exponente renacentista sea tal vez Patrizi, nunca desaparece por completo. Es así que tratadistas como Speroni y más tarde Fray Jerónimo de San José, en una línea que había secundado también Diodoro de Sicilia, se detienen a tratar el asunto, bien para debatirlo seriamente bien para atacarlo como simple lugar común. Con el tiempo esta postura escéptica empujará a que los historiadores vayan cada vez más reclamando los monumenta y documenta que sustentaban el trabajo de los anticuarios como pruebas de la verdad de la historia, lo cual acabará por desembocar en la búsqueda de nuevos métodos a partir de las primeras décadas del siglo XVIII, métodos que sentarán las bases para la historiografía contemporánea.

Como coda, no puede dejar de mencionarse que junto a los tratados enmarcados en la recién descrita línea retórica, de los que provienen los fragmentos aquí recogidos, existe otra porción minoritaria de obras historiográficas que recorren caminos diferentes y, alejados de la cuestión retórica, no consideran el tema de los discursos intercalados. Evidentemente, éstos no aparecen en la antología.

Son en total 27 los autores representados aquí (28 si contamos con la doble autoría del intercambio epistolar entre Jerónimo Zurita y Antonio Agustín que aparece con el número 7 de la antología), y el arco temporal cubierto va desde los escritos de Jorge de Trebisonda y Giovanni Pontano de finales del siglo XV hasta los del Padre Feijóo, ya entrado el XVII. Son las décadas que contemplan el nacimiento, el desarrollo y la muerte del ars historica, la época que precede al historicismo contemporáneo (Grafton 2007). Las diferencias en las etapas que es posible trazar en la historiografía dentro de esos dos siglos largos revelan fronteras, sin duda artificiales, pero que nos permitirán caracterizar con cierto pormenor los pasos de dicha evolución. Así, he dividido el período que cubre la presente antología según el peso y la orientación con que los diversos autores tratan el asunto de los discursos intercalados (entre paréntesis va el número de orden del autor en la antología):

a) Los inicios de la tratadística: Jorge de Trebisonda (1), Pontano (2), Sperone (3), Robortello (4).

b) El auge de la preceptiva en la década de 1550: Páez de Castro (5), Fox Morcillo (6), Atanagi (7), Patrizi (8), Antonio Lulio (9).

c) A partir de 1560, jardín de senderos que se bifurcan: Cano, Aconcio, Bodin, Baudouin (10).

d) La vía retórica del finales del XVI: Falconetti, Toscanella (11), Viperano (11), Foglietta (13), Zurita (14), Agustín (14), Sardi (15), Costa (16), La Popelinière (17).

e) El nuevo siglo y el triunfo de la historiografía pedagógica: Cabrera de Córdoba (18), Strada (19), Vossio (20), Mascardi (21), Campanella (22), Fray Jerónimo de San José (23), Masen (24), Le Moyne (25).

f) Hacia un nuevo método: Le Clerc (26), Feijoo (27).

La gran mayoría de los textos que conforman la antología provienen de obras preceptivas historiográficas con las solas excepciones de la Retórica de Jorge de Trebisonda (que incluyo por tratarse tal vez del primer tratado retórico renacentista que trata temas historiográficos), del capítulo de Antonio Lulio sobre la escritura de la historia (que nos ofrece una útil conclusión de la época deauge de la preceptiva), y y del intercambio de cartas entre el obispo Agustín y Jerónimo Zurita (que no constituyen un tratado como tal pero que discuten interesantes cuestiones historiográficas). Las ediciones utilizadas para la transcripción son las que se indican en la lista que va en la página siguiente, con modificaciones en lo que respecta a la puntuación y, en su caso, acentuación.[4] Las citas literales de autores antiguos han sido cotejadas según ediciones standard que se reseñan en el lugar correspondiente. Cada una de las secciones va precedida de una concisa introducción en la que se destacan resumidamente los puntos notables tratados por los autores incluidos en la sección.


Procedencia de los textos transcritos

 

1. Jorge de Trebisonda, Rhetoricorum libri V, Lyon, apud Seb. Gryphium, 1547.

2. Giovanni Pontano, Actius, ed. Carmelo Previtera, I Dialoghi, vol. I, Florencia, Sansoni, [1943].

3. Sperone Speroni, Dialogo della istoria [1542], en Opere di M. Sperone Speroni, tomo II, Venecia, Domenico Occhi, 1740, pp. 210-328 [edición facsimilar publicada en Roma, Vecchiarelli Editore, 1989].

4. Francesco Robortello, De historica facultate disputatio, Florencia, apud Laurentium Torrentinum, 1548 [edición facsimilar en Eckhard Kessler, Theoretiker humanistischer Geschischtsschreibung, Munich, Wilhelm Fink Verlag, 1971].

5. Juan Páez de Castro, Memorial de las cosas necesarias para escribir historia, ed. Eustasio Esteban, Ciudad de Dios 28 (1892) 601-610 y 29 (1892) 27-37.

6. Sebastián Fox Morcillo, De historiae institutione dialogus, Amberes, apud Christophorum Plantinum, 1557.

7. Dionigi Atanagi, Ragionamento della istoria [1559-1560], en La seconda parte dell’istorie del suo tempo di Mons. Paolo Giovio […] con […] annotationi di Girolamo Ruscelli, Venecia, appresso Giovan Maria Bonelli, 1600 [edición facsimilar en Eckhard Kessler, Theoretiker humanistischer Geschischtsschreibung, Munich, Wilhelm Fink Verlag, 1971].

8. Francesco Patrizi, Della historia diece dialoghi, Venecia, appresso Andrea Arrivabene, 1560 [edición facsimilar en Eckhard Kessler, Theoretiker humanistischer Geschischtsschreibung, Munich, Wilhelm Fink Verlag, 1971].

9. Antonio Lulio, De oratione libri VII, quibus non modo Hermogenes ipse totum verumetiam quicquid fere a reliquis Graecis ac Latinis de Arte dicendi traditum est, suis locis aptissime explicatur, Basilea, Joan Oporinum, [1558].

10. François Baudouin, De institutione historiae universae, et eius cum iurisprudentia coniunctione, París, apud Andream Wechelum, 1561.

11. Orazio Toscanella, Trattato della strada che si ha da tenere in scrivere istoria, en Quadrivio, Venecia, appresso Giovanni Bariletto, 1567.

12. Giovanni Antonio Viperano, De scribenda historia liber, Amberes, ex officina Christophoro Plantini, 1569 [edición facsimilar en Eckhard Kessler, Theoretiker humanistischer Geschischtsschreibung, Munich, Wilhelm Fink Verlag, 1971].

13. Uberto Foglietta, De ratione scribendae historiae, en Opuscula, Roma, apud Vincentium Accoltum et Valentem Panitium, 1573 [edición facsimilar en Eckhard Kessler, Theoretiker humanistischer Geschischtsschreibung, Munich, Wilhelm Fink Verlag, 1971].

14. Cartas de Jerónimo Zurita y Antonio Agustín, diciembre de 1578-enero de 1579, en Juan Francisco Andrés de Uztarroz y Diego José Dormer, Progresos de la historia en Aragón y vida de sus cronistas desde que se instituyó este cargo hasta su extinción. Primera parte, que comprende la biografía de Gerónimo Zurita, Zaragoza, Herederos de Diego Dormer, 1680

 

15. Alessandro Sardi, Antimacho, dei precetti historici, en Discorsi, Venecia, appresso i Gioliti, 1586 [edición facsimilar en Eckhard Kessler, Theoretiker humanistischer Geschischtsschreibung, Munich, Wilhelm Fink Verlag, 1971].

16. Juan Costa, De conscribenda rerum historia libri duo, quibus continentur totius historiae institutionis brevissima, et absoluta praecepta, Zaragoza, ex officina Laurentii Robles, 1591.

17. Henri Lancelot Voisin de La Popelinière, L’Histoire des histoires, L’idée de l’histoire accomplie, Le Dessin de l’histoire nouvelle des françois [París, chez Marc Orry, 1599], texto revisado por Philippe Desan, vol. II, [París], Fayard, 1989.

18. Luis Cabrera de Córdoba, De historia, para entenderla y escribirla, Madrid, Luis Sánchez, 1611.

19. Famiano Strada, Moretus, sive de ratione scribendae historiae dialogi pars posterior, quae ad verba pertinet, en Prolusiones Academicae [Colonia, Joannes Kinchius, 1617], Oxford, J. Fletcher, 1745, pp. 162-187.

20. Gerardo Juan Vossio, Ars historica, sive de historiae et historices natura, historiaeque scribendae praeceptis commentatio, 2ª ed., Lyon, ex officina Joannis Maire, 1653.

21. Agostino Mascardi, Dell’arte historica trattati cinque, Roma, G. Facciotti, 1636.

22. Tommaso Campanella, Historiographia, en Philosophia rationalis [1638], ed. Luigi Firpo, Tutte le opere di Tommaso Campanella, Milán, Arnaldo Mondadori, 1954, pp. 1221-1255.

23. Fray Jerónimo de San José, Genio de la historia, Zaragoza, Diego Dormer, 1651.

24. Jacob Masen, Palaestra styli romani quae artem et praesidia latine ornateque quovis styli genere scribendi complectitur cum brevi Graecarum et Romanarum antiquitatum compendio, et praeceptis ad dialogos, epistolas, et historias scribendas legendasque necessariis, Colonia, apud Ioannem Busaeum, 1659.

25. Pierre Le Moyne, Arte de historia, escrito en lengua francesa por el Padre Pedro Moyne, de la Compañía de Jesús, y traducido en la castellana por el Padre Francisco García, de la Compañía de Jesús, Madrid, Imprenta Imperial, 1676.

26. Jean Le Clerc, [Ars critica, 1697], “Criticism upon Quintus Curtius”, introducción a Arrian’s History of Alexander’s Expedition, trad. J. Rooke, vol. I, Londres, 1814.

27. Benito Jerónimo Feijóo, “Reflexiones sobre la historia”, en Teatro crítico universal, tomo IV [1730], Madrid, Real Compañía de Impresores y Libreros, 1775, pp. 163-246.

 

 


Antología de textos

 

a)                                                                                                                                                                           Los inicios de la tratadística

La historiografía renacentista, en lo que cumple a la teoría de los discursos intercalados, se abre con dos nombres ilustres, el de Jorge de Trebisonda y el de su discípulo Giovanni Pontano, que van a sentar algunas de las bases de las elaboraciones posteriores. Al primero le cabe la distinción de haber sido el primer tratadista de retórica que aborda la cuestión en el marco del relato histórico. Al segundo, la de haber abierto la discusión con una profundidad hasta entonces desconocida y la de haber dejado una impronta indiscutible en sucesivas generaciones de tratadistas.

La Retórica de Jorge de Trebisonda no dedica demasiadas páginas a las oraciones intercaladas, pero los breves párrafos que se ocupan de ellas son inequívocos.[5] Sus elogios a Tucídides, a quien Trebisonda considera preclaro no ya entre los historiadores, sino entre los oradores, no dejan lugar a dudas de la plena aceptación de los discursos directos en la historia y de la relación inseparable entre historia y oratoria. Se presta una atención especial al decoro y se dan una serie de recomendaciones estilísticas basadas en las ideas de Hermógenes.

A Pontano, por su parte, le interesa la equiparación entre historia y poesía y entre historia y oratoria y las páginas que dedica al tema se centran casi exclusivamente en cuestiones estilísticas.[6] Con respecto a las relaciones entre historia y poesía encuentra un elemento común en el uso que ambas hacen del género demostrativo y del deliberativo y en el hecho de que ambas presentan como tema la narración de cosas del pasado, así como descripciones de gentes, lugares, pueblos y naciones, referencias a leyes y costumbres, alabanzas de las virtudes y oraciones intercaladas. Las conciones se presentan en un plano diferente –e inferior- al de la narración propiamente dicha; mientras que ésta reclama sobre todo la virtud de la brevitas, aquéllas se pueden permitir un estilo más alto y magnífico. De hecho, las oraciones vienen a constituir parte del ornato del discurso, al decorar y casi vivificar la historia. Como Trebisonda, Pontano subraya la importancia del decoro según el hablante y según el afecto que se desee mover.

A los nombres de Trebisonda y Pontano hay que unir los de Sperone Speroni y Francesco Robortello, puesto que, aunque publicaron sus obras en el cuarto decenio del siglo XVI, en términos de la vida de la historiografía moderna, consituyen aún sus “inicios” y por ello deben tratarse en este apartado. El largo silencio por el que pasa el género (entre Pontano y Speroni no se publican tratados historiográficos propiamente dichos), aún no suficientemente explicado, se rompió con la aparición en 1542 del Dialogo della istoria de Speroni y supuso la reactivación y el comienzo de la consolidación del género. La circulación del texto de la Poética de Aristóteles puede haber influido en la manera en que ambos tratadistas explican la posición de la historia con respecto a la poesía y también a la retórica y a los annales. Speroni se muestra contrario a los ornamentos retóricos de la historia y, por tanto, desaconseja vivamente que el historiador use discursos directos. Robortello, en cambio, encuentra en el empleo de oraciones una de las características específicas de la historia –que, mediante ellos, se distinguiría de la exposición desnuda de los hecho que presentan los anales- y una prueba inequívoca de que la historia es un arte cercana a la retórica.

 

1.                                                                                                                                                                           Jorge de Trebisonda, Rhetoricorum libri V, Lyon, apud Seb. Gryphium, 1547.

Quare mihi recte, ut puto, haec iudicanti non Herodoto solum ut multis, sed et Thucydidi simillimus videtur, grandem ab hoc, suavem ab illo mutuatus orationem. Hunc virum, si quis bene orationis suae vim intellexerit, non magis inter historicos, quam inter praeclaros oratores enumerabit. (p. 37)

Moratae orationis plurimum interponendum arbitror. Nam quum responsa et dicta quorundam enarret, sic dicere necesse est, ut quicquid graviter, demisse, timide, sapienter, vafre, caute, temerarie dictum aut responsum sit, ipsa compositione orationis eniteat, et affectus mites movere, non incitatos oportet, quod non amplificatione, neque mora in affectus loco, verum ipsa rerum explicatione, et plerunque nullo affectus loco, solo genere orationis conficiet. Itaque appareat oportet, si quid moleste, si quid libens, si quid admiratione, stupore, negligentia, probando, vel vituperando conscribit. His omnibus formis unum genus conficiet, eaque omnium compositione utetur, ut quum omnes simul erudito lectori interluceant, illa tamen vincat, quae rebus convenior est, neque idcirco a plenissima oratione unquam discedendum. (p. 513).

 

2.                                                                                                                                                                           Giovanni Pontano, Actius, ed. Carmelo Previtera, I Dialoghi, vol. I, Florencia, Sansoni, [1943].

Eam [historiam] maiores nostri quandam quasi solutam poeticam putavere, recteque ipsi quidem; pleraque enim habent inter se communia: ut rerum vetustarum ac remotarum repetitiones, ut locorum, populorum, nationum, gentium, descriptiones, quin etiam illorum situs, mores, leges, consuetudines, ut vitiorum insectationes, virtutum ac benefactorum laudes; utraque enim demostrativo versatur in genere, nec minus etiam in deliberativo, quod ipsum conciones indicant ac consilia, quibus tum poetica tum historia maxime ornatur gloriaturque ex iis locupletiorem sese bonis ab auctoribus redditam (p. 193).

In brevi autem hoc et apposito dicendi genere, in repetendis antiquitatibus, in revocandis memoriis, in describendis locis, in referendis consiliis, in enarrandis casibus, in proeliis, victoriis, cladibus memorandis, extollendis praeclaris facinoribus, accusandis ac deprimendis ignavis et perditis, iudicio vetustatis magnus et clarus existit Sallustius, nam celeritate facile est princeps. In contionibus vero habendisque orationibus non idem video esse omnium iudicium, quasi parum habita ratione personarum, hoc est militum, populi, senatus, ad quos orationes ipsae habentur; ad haec et scabrosior in illis iudicatur et concisior in sententiis et contractus ac nimium acutus apud quos minime deceat. Quibus autem (quod de eloquente ait Cicero, quod mirabilius et magnificentius quam disertius augebit atque ornabit quae volet) quibus, inquam, mirabilior ac magnificentior magis placet oratio, iis vitandum est dicendi genus insolens, affectatum, tumidum; quibus scatet vitiis Marcellinus, quo in genere scribendi Livius profecto regnat (pp. 210-211).

Ipsis autem causis suscipiendi sive negocii sive belli coniuncta sunt consilia et hominum qui agendum quippiam decernunt sententiae ac voluntates; quae quod saepenumero sunt diversae, exponendae eae sunt a rerum scriptore in partem utranque (p. 218).

Iam vero cum sit homini data a natura oratio magna cum excellentia animalium coeterorum ipsorumque hominum inter ipsos, sitque orationis propria vis movere animos et quo velit flectere, nuncque, pro re ac loco, a metu trahat ad fiduciam, a dolore ad laetitiam, ab ocio ac mollitie ad laborem, eademque fugientes retineat, irruentes impellat, dubitantes confirmet, huius esse memor rerum gestarum scriptor cum primis debet. Itaque quotiens res tulerit, imperatores ipsos inducet nunc confirmantes suos in periculis nunc excitantes illos ad ea obeunda, alias exhortantes alias obiurgantes, et modo praemia proponentes modo admonentes infamiae, turpitudinis, servitutis, mortis. Videntur enim eiusmodi allocutiones, quae nunc ad multos nunc ad singulos habentur, decorare historiam et quasi animare eam. In quibus, quotiens res ipsa tulerit, nervos orationis atque ingenii sui ostendit rerum scriptor. Nec solum quae dicta fuisse referentur ab imperatoribus, verum etiam ea afferet quae verisimilia quaeque dicenda tempus, periculum, reique ipsius natura postulare videatur; uteturque in increpando acrimonia, in excitando vehementia, in sedando lenitate, in impellendo contentione, in extollendis rebus propriis, adversarii deprimendis, magnitudine ac linguae suae acie, rerum ipsarum qualitates ac ducum maxime personas secutus. Magnificant autem historiam conciones potissimum rectae illae quidem, ubi imperatores ipsi et loqui et agere introducuntur, ut quasi geri res videatur. Adhiberi tamen debent suo et loco et tempore suumque ubique decorum retinendum.

Illa vero trita sunt, ante pugnam instruere aciem, indicare animorum habitum, nunc victoriae nunc cladis praesagum; militum vel strenue in acie vel ignaviter facta referre; ducum solertiam, adhortationes, consilia et si quid strenue manu ediderint memorare; hic fortitudinis prudentisque, illic fortunae casusque mentionem facere; a quo primum cornu aut fuga coeperit aut victoria declarare; post pugnam ac victoriam caedes, captivorum numerum, vexilla capta, praedam, spolia, direptiones recensere praemia referre, commendare fortitudinem, accusare ignaviam, miserari humanos casus, varietatem ludumque fortunae mirari, aut deorum vel iras vel favorem, quaeque alia vel eventus natura vel ratio ipsa rerum laudanda aut vituperanda, iucunde aut agre accipienda, miseranda aut accusanda docuerit, per ea evagari (pp. 221-222).

 

3.                                                                                                                                                                           Sperone Speroni, Dialogo della istoria [1542], en Opere di M. Sperone Speroni, tomo II, Venecia, Domenico Occhi, 1740, pp. 210-328 [edición facsimilar publicada en Roma, Vecchiarelli Editore, 1989].

Manuzio. Pure da un tempo in qua voi arate con buoi più vecchi che non solete, e forse da alcuno amico prestativi, però è bene che si riposino. Intanto che rispondete alla mia domanda? Non siete forse del mio parere ancor voi, che la eloquenzia dell’oratore, così civile come campale, sia, se non sola, la prima almeno tra tutte quante le condizioni che debba aversi colui che scrive la vostra istoria? Distinguo il nome della eloquenzia, considerando che nella istoria molte fiate parla allo esercito il capitano, nel qual modo di ragionare quel Marcantonio da Cleopatra fu già tenuto eloquente, or consigliando alcun senatore di pace o guerra la sua repubblica, ed ora al principe o nel senato lo imbasciadore delli inimici e de’ sudditi, delle quai guise di orazione pieno è Tucidide, sicchè, al giudicio di Dionisio, trabocca il sacco della eloquenzia, pieno è Livio, pieno è Sallustio, nè Senofonte non è digiuno (pp. 311-312).

Jeronimo. A veder chiaramente se la perizia oratoria con la imitazion del poeta può nella historia adagiarsi, ripeterò che l’historia ha sue tre parti e non più. Parla la prima delle cagioni del guerreggiare, le quali molte esser possono, e men famosa la più verace; del valor delle quai cagioni se consigliando tra’ senatori o da’ legati dell’una parte incontra l’altra si disputasse, o da’ legati delle due parti ad un terzo principe per farlo amico si ricorresse, forza essendo che se l’un d’essi ha ragione, l’altro abbia il torto dal canto suo. Negar non oso che così come il nemico con militar stratagemma non senza gloria del vincitore si può ingannar combattendo, così parlando il togato non possa farlo con finzione, o col tacer della verità; e che Demostene molte volte contra Filippo non lo facesse per trar la patria di servitù. Lecito è dunque in sì fatti casi all’istorico che senta alquanto dell’oratore; e farà bene che tegna ancor del poeta, non narrando egli di propria bocca da sé, come affermasse la verità, ma introducendo l’altrui persona a parlare, perchè si veda ciò essere anzi ornamento, e fiori e foglie così disposte per dilettare, che membra o frutti, nè parte certa di verità.

Silvio. Voi al presente con due parole tolto m’avete da un forte dubbio, che lungo tempo tra il sì e il no m’ha sempre in forse tenuto, pendendo io per ver dire, un poco più ver Polibio, che inver Tucidide non facea; riputando gran vizio l’usarsi in prosa le concioni dallo istorico, che nel poema l’altrui persone imitando a quello e a quello lo attribuisce. Ma or mi avveggo che richiedendosi al buono istorico il dire il vero ad ognora, perciocchè il vero è vita ed anima dell’historia, e concedendosi a quello istesso per dilettate i lettori l’ornare il vero d’alcuna aggiunta, non altrimenti che nelle fabbriche de’ palagi verso la strada si adorni il marmoro con intagli e quel di dentro con dipinture, le quali due opre non sono lavoro di lui che mura, ma di pittore e di statuario. Abbia cura l’istorico, il quale è solo al suo magistero, che per vaghezza di dilettare no si tramuti dal suo sembiante, prendendo forma quando oratoria e quando poetica, che a tanto il rechino con le frasche, che non sia uomo vivente che poi li creda la verità. Parli adunque sempre da sé e in propria forma quando egli narra la verità; ma giunto il tempo e l’occasione di dovere anche in sul vero poter dipingere ed isculpire per ricreare il lettore, non se ne astegna l’istorico, volendo egli perfetta far la sua historia, ma ponga altrui in persona sua, che dica cosa la qual se in fatto non fu così, ragion non niega che così fusse, e faccia dono del proprio ingegno cortesemente al consigliero, al legato o al capitano che nella historia si nominasse. Darò uno esemplo materiale, nel quale appaia sensibilmente la mente vostra e la mia, se non si intende nelle parole. Mai non fu guerra o congiura, nè pace o tregua senza consiglio che se ne avesse, e per araldi o legati dell’una almeno delle tre parti non fusse data ed annunziata; e rare pugne reali ove non parlino a’ lor soldati li capitani a bene oprare incorandoli. Può dunque dirlo l’istorico arditamente, senza esser vano perciò tenuto, ma non contento di così pura semplicità, quasi senta ella più dello annale che dell’historia, voler ripetere ogni parola che detta fusse da chi si sia intorno a questa materia, può egli errar grandemente. Che se egli il fa in nome suo con una obliqua narrazione, par che egli affermi per cosa esperta, siccome parte d’istoria, quel che non sa, non sendo stato presente, e li presenti in quel punto avendo avuto a fare altro che infilzar parolette per riferirle a chi le scrivesse. Ma se l’istorico al modo istesso che suol tenersi nelle epopee, dirittamente fa ragionare nè ambasciadore, nè consigliero, nè capitano, chiaro appare che far non pensi tetto o parete della sua fabbrica, ma intagliar solo e dipinger per l’altrui mani le mura e i marmi che fatti son nella istoria; acciocchè volentieri si veda e legga dalle persone giungendo all’utile, che ella porta, la dilettanza delle parole, con ciò sia che l’istorico in tale specie di concione possa esser tanto eloquente, se il vostro Livio ci dice il vero, che vada a paro con Cicerone. Io così intendo la opinione che voi avete delle concion dell’historia, la qual mi è cara per esser vera e novella, il che avvien rare volte, o rari credono che egli avvegna, avendo il mondo per fermo, che la dottrina ed autorità delli antichi abbia già preso sì fattamente ogni posta delle scienzie e dell’arti umane, che più saperne di quel che sanno non se ne possa. Onde a chi voglia dotto parere basti lo imprender primieramente la lingua Greca e Latina, poi metter mano nelli lor scritti, e tradurli o riferirli come essi stanno, in maniera che si conosca che letti sono e tenui a mente, senza il cercarne il perché, e tutto ciò sia l’onore che aver ne sperino li moderni. Altro non dico. Date mo’ fine, se egli vi piace, al ragionamenteo delle condizion dell’historico, ma sia per grazia sì tosto che dello stil della istoria tempo non manchi di ragionare, materia certo so che ne arete abbondevolmente, senza fuggirvi la occasione di rinovare in ciò anche di que’ precetti che danno i vecchi de’ stili, onde scriveano le loro istorie.

Jeronimo. Dello stil della historia ho bene a dir non so che, ma delle sue concioni, oltre a quel tanto che ne diceste per cortesia, quasi esponendo le mie parole, non so che dirmi, se non concluder che se allo istorico come tale tocca il fermar la sua verità e farla stabile in sempiterno, e l’adornarla sia del poeta o dell’oratore, quando l’istorico il chiamarà, guardi esso istorico molto bene che sopra il bianco dello alabastro nè sopra il verde o vermiglio del serpentino e del porfido, non sia chi bagni pennello alcuno per colorarli con artificio sendo perfetti naturalmente, nè ponga mano al martello per variar di figure la terra cotta delle muraglie, che non reggendo a’ suoi colpi, minuzzarla malamente trarrebbe seco in ruina non pur la forma e il contegno, ma la materia dello edificio, che quasi tutta si disfarebbe. (pp. 319-321).

 

4.                                                                                                                                                                           Francesco Robortello, De historica facultate disputatio, Florencia, apud Laurentium Torrentinum, 1548 [edición facsimilar en Eckhard Kessler, Theoretiker humanistischer Geschischtsschreibung, Munich, Wilhelm Fink Verlag, 1971].

Atque ii Annales maximi nominabuntur; sed si copiose, distincteque et ornate scribatur, si mores alicuius, et oratio effingantur (quod in concionibus fieri solet, et primum a Thucydide factum fuit, ex eo, quod verisimile est, et decens; unde est a Luciano polite dictum licere historico in concionibus ῥητορεῦσαι, id est, rhetorico more loqui) plane est affirmandum, ex rhetorice enasci historicam hanc facultatem (p. 21).

 

b)                                                                                                                                                                           El auge de la preceptiva en la década de 1550

En los años que siguieron a la publicación de los tratados de Speroni y Robortello se vivió un acelerado crecimiento de la tratadística historiográfica, en lo que podríamos considerar la década dorada del género, especialmente en la segunda mitad del decenio. Las obras de Fox Morcillo, Dionigi Atanagi y Francesco Patrizi (sobre todo las del primero y el último) aportan novedades relevantes para la configuración de la preceptiva: puntos de vista cercanos a la filosofía, discusiones sobre la verdad histórica, exposición de cuestiones estilísticas concretas y por lo tanto aplicables, etc. Junto a estos tres libros la antología ofrece otros tantos textos que servirán para corroborar hasta qué punto han calado las orientaciones recién mencionadas en ámbitos ligeramente distintos a los de las preceptivas historiográficas: los de Juan Páez de Castro, Zurita-Agustín y Antonio Lulio. De hecho, esta sección se abrirá con un fragmento procedente de un memorial que Juan Páez de Castro envió a Carlos V sobre su proyecto de escribir una historia de España y del Emperador, en el que toca la cuestión de las oraciones intercaladas. El carteo entre Jerónimo Agustín y su amigo el obispo de Lérida ofrece una oportunidad preciosa para comprobar la importancia que le daban al asunto dos serios eruditos. Por fin, el capítulo de Antonio Lulio muestra cómo las preocupaciones historiográficas siguen ocupando, en la línea de Trebisonda, también a los autores de tratados retóricas.

El memorial de Páez de Castro, escrito probablemente durante los últimos tiempos del reinado del Emperador antes de su abdicación en 1557, combina consideraciones sobre la necesidad del historiador de acudir a las fuentes directas con recomendaciones acerca del estilo de la historia, que no debe ser desnudo y desabrido, sino lleno de elocuencia, para así poder cumplir uno de los objetivos fundamentales de la escritura histórica: la persuasión por medio de exempla. Al revisar la lista de artes que debe dominar el historiador, Páez no duda en colocar al frente de ella a la elocuencia, que se mostrará especialmente en los discursos o “razonamientos”, que deben estar presididos por el acatamiento a las leyes del decoro.

Opiniones similares en cuanto al decoro, pero distintas en cuanto a la relación entre historia y poesía encontramos en Fox Morcillo, cuyo tratado De historiae institutione liber se publicó por primera vez en 1557. Las novedades que aporta el tratado para la renovación de las ideas historiográficas tienen que ver con la consideración de cuestiones filosóficas antes descuidadas o poco tratadas por los autores. La historia, según Fox, no sólo no es poesía, sino que supera a la elocuencia y se acerca a la filosofía. Su fin último es la utilitas y aunque Fox afirma que hay que desterrar de ella todo lo que no sea estrictamente cierto, no duda en incluir un apartado sobre los discursos intercalados, que es el que se incluye en la antología. Las oraciones deben observar siempre el decoro y han de colocarse cuando así lo exija la narración, al igual que las cartas u otros materiales. Son consejos sucintos que se ven complementados con la transcripción completa del discurso de Catón contra la abrogación de la Ley Opia, sacado textualmente de la Década IV de Tito Livio. Importa señalar este hecho porque hasta ahora no ha sido frecuente el que un historiógrafo proponga modelos imitables en su texto, aunque no será la última vez que lo veamos. La elección del texto, traído para ejemplificar el manejo del decoro, no es, por supuesto, inocente, y revela la preferencia por unos determinados modelos estilísticos y, en general, historiográficos.

El Ragionamento della eccellentia et perfettion de la historia de Dionigi Atanagi fue publicado por primera vez de manera exenta en Venecia (por Domenico e Cornelio Nicolini da Sabbio) en 1559.[7] Los modelos de Atanagi son Robortello y, para lo que toca a las oraciones intercaladas, Pontano. Sobre la diferencia entre historia y anales, que concierne específicamente al argumento de las oraciones intercaladas, puesto que en la segunda modalidad éstas quedan totalmente descartadas, Atanagi se muestra decidido partidario de la historia, pues los anales o los comentarios privan a los autores de la posibilidad del ornato y la utilitas derivados de un estilo oratorio cumplido. Las conciones dan la oportunidad de introducir una cierta forma de fingimiento, pues, aunque lo que la historia pretende es únicamente la verdad, los autores podrán hacer hablar a hombres diversos de manera, más que verdadera, verosímil, e incluso podrán presentar personajes diciendo no lo que dijeron sino lo que debieran haber dicho. La aparente contradicción entre la presentación d ela verdad y la inclusión de discursos verosímiles se salda con la afirmación tajante de que casi toda la maestría de la historia consiste en el forman los razonamientos y las oraciones. Por supuesto, insiste en la necesidad de atenerse al decoro de las personas, al lugar y al tiempo, y se detiene en el tipo de palabras más convenientes al discurso histórico.

De 1560 es la obra que habría de ser reconocida con el tiempo como una de las cumbres de la historiografía renacentista italiana, los diez diálogos Della historia del discípulo de Robortello Francesco Patrizi. Es un tratado inesperado y, a la vista de sus antecesores, desconcertante. Patrizi niega la validez de Cicerón, de Luciano y de Pontano por lo que se refiere a la cercanía entre historia y elocuencia, y propone considerar la historia desde dentro de ella misma. En su diversión tripartita de la finalidad de la historia (lo honesto, lo útil, lo placentero) Patrizi observa que las descripciones y los parlamentos de los personajes se suelen usar para cumplir con el tercero de esos objetivos, pero más adelante, hacia el final del tratado, reconoce que la historia y la retórica no guardan relación alguna, puesto que la historia se ocupa de la verdad y la retórica no. De ahí que todo material ajeno a la narración propiamente dicha (oraciones, alabanzas y vituperios, acusaciones y defensas) debe desterrarse por entero. El historiador está sujeto a la verdad de lo que cuenta, y por ello no podrá excederse en excesos oratorios, ya que todo exceso o amplificación supondrá elementos espúreos añadidos o por amor o por odio, afectos inadmisibles en el historiador. Vistas desde hoy, las propuestas de Patrizi nos parecen enormemente modernas y, de hecho, no fueron tenidas en cuenta hasta mucho tiempo después.

Se cierra esta sección con la transcripción de un breve fragmento del capítulo IV del libro IV del De oratione de Antonio Lulio (1558), que nos introduce una nueva perspectiva del asunto no mencionada hasta ahora. Bajo la rúbrica “Del decoro de la historia”, Lulio argumenta que puesto que son frecuentes las desgracias en el ejército, bien por temeridad, bien por insidias, será necesario que el jefe anime y excite con su palabra a los soldados. La novedad estriba, como habrá entendido el lector, en la dimensión ética que se asocia ahora a la habilidad de los jefes para, mediante sus oraciones, influir en el estado de ánimo de sus hombres. Las conciones, entones, serían la manifestación de esa forma de virtud del capitán que es la elocuencia.

 

5.                                                                                                                                                                           Juan Páez de Castro, Memorial de las cosas necesarias para escribir historia, ed. Eustasio Esteban, Ciudad de Dios 28 (1892) 601-610 y 29 (1892) 27-37.

No hay dónde tan necesaria sea la elocuencia [como en la historia], para encarecer y alabar lo bien hecho y exhortar a otra tal, y para abatir y afear lo malo, para que no se haga cosa semejante, porque de la historia salen los ejemplos que tienen gran fuerza en los negocios. Es necesaria la elocuencia también para pintar no sólo las facciones y disposición del cuerpo, sino también las condiciones, inclinaciones y pasiones del ánimo y para dar los razonamientos convenientes a quien los hace, lo cual tiene la historia común con la poesía, como otras muchas cosas, y es parte muy dificultosa en estas dos profesiones guardar aquella discreción que suelen llamar decoro, de manera que un rey no hable como hombre particular, ni el noble como villano, ni el valiente como fanfarrón, y así en otras personas. No conviene menos la elocuencia para escribir el asiento del real, la ordenanza del ejército, los rompimientos de unos escuadrones con otros, los asaltos de lugares que se defienden, de manera que a los lectores parezca que lo ven, con todo aquel polvo y humo y sonido de trompetas y ruido de atambores y estruendo de artillería, con los gritos y la sangre y crueza que suele pasar (p. 28).

 

6.                                                                                                                                                                           Sebastián Fox Morcillo, De historiae institutione dialogus, Amberes, apud Christophorum Plantinum, 1557.

Concionum et decori in iis servandi exemplum.

Conciones praeterea ac sermones sive ad populum sive ad milites habiti, ad cohortationem, dehortationem, consultationem, sententiam dicendam, tum epistolae ad alios missae, verbaque foederis icti inter aliquos, aliaque huius generis non pauca incidunt, saepe in ipso narrationis cursu, dum alicuius personae loquentis, incitantis suos, vel loci in quo illa necesse sit recitari, occurrit mentio. Ea, vero, cum locus fieri postulet, ita dicenda sunt, ut decorum personae loquentis maxime observeretur. Nam si milites ad virtutem hortantis oratio ducis interponatur, ea prudens, gravis, animosaque esse debet; si dehortantis timida, pericula proponens, animos adimens; si quid in consilium referatur, prudenter id graviterque dicendum est; omnino autem mores, ingenium, naturaque illius qui habeat orationem, perspicere, similemque illi sermonem tribuere decet, ut personae sermo congruat. Aliter enim gregarius miles, aliter dux, aliter hostis loquitur; ergo aliis humilis tribuatur oratio, aliis superba, irarum aliis minarumque plena. Afferam huc ex Livio quarto libro Decadis quartae, Catonis orationem tuentis legem Oppiam, de prohibendo matronis Romanis ornatu nimio gravissimam, eiusque dignitate et severitate dignissimam, ne cohortationes diversas, concionesque ducum, ac varios sermones colloquiaque proponam, quibus historiae sunt plenae. Ea igitur Catonis oratio vel ideo saltem, quod huius aetatis matronis apte congruat, ut afferatur in medium, si habet:

Si in sua quisque nostrum matre familias[8], Quirites, ius et maiestatem viri retiner instituisset, minus cum universis foeminis negotii haberemus; nunc domi victa libertas nostra impotentia muliebri, hic quoque in foro obteritur et calcatur, et quia singulas sustinere non potuimus[9] universas horremus. Equidem fabulam et fictam rem ducebam esse, virorum omne genus in aliqua insula coniuratione muliebri a stirpe sublatum esse; ab nullo genere non summum periculum est, si coetus et concilia et secretas consultationes esse sinas. Atque ego vix statuere apud animum meum possum, utrum peior ipsa res, an peiore exemplo agatur; quorum alterum ad nos consules reliquosque magistratus, alterum ad vos, Quirites, magis pertinet. Nam utrum e re publica sit necne id quod ad nos refertur[10], vestra existimatio est qui in suffragium ituri estis; haec consternatio muliebris, sive sua sponte sive auctoribus[11], M. Fundani et L. Valerii, facta est, haud dubie ad culpam magistratuum pertinens, nescio vobis, tribuni, an consulibus magis sit deformis: vobis, si feminas ad concitandas tribunitias seditiones iam adduxistis; nobis, si ut plebis quondam, si[12] nunc mulierum secessione leges accipiendae sint[13]. Equidem non sine rubore quodam, paulo ante per medium agmen mulierum in forum perveni. Quod nisi me verecundia singularum magis maiestatis et pudoris, quam universarum tenuisset, ne compellatae a consule viderentur, dixissem: “Quid[14] hic mos est in publicum procurrendi et obsidendi vias et viros alienos appellandi? Istud ipsum suos quaeque domi rogare non potuistis? An blandiores in publico quam in privato, et alienis quam vestris estis? Quanquam ne domi quidem vos[15] sui iuris finibus matronas contineret pudor, quae leges hic rogarentur abrogarenturve curare decuit”. Maiores nostri[16] ne privatam quidem rem, agere foeminas sine autore[17] voluerunt, in manu esse parentum[18], fratrum, virorum nos, si diis placet, iam etiam rem publicam capessere eas patimur, et foro prope[19] et concionibus et comitiis immisceri. Quid enim nunc aliud per vias et compita faciunt, quam quod aliae rogationes[20] tribunorum plebi suadent, aliae[21] legem abrogandam censent? Date frenos impotenti naturae et indomito animali et sperate ipsas modum licentiae facturas, nisi vos faciatis[22]. Minimum hoc eorum est, quae iniquo animo foeminae sibi aut moribus, aut legibus iniunctum[23] patiuntur. Omnium rerum libertatem, imo licentiam, si vera[24] dicere volumus, desiderant.

Quid enim si hoc expugnaverint non tentabunt? Recensete omnia muliebria iura, quibus licentiam eorum[25] alligaverint maiores nostri[26], per quaeque[27] subiecerint viris; quibus omnibus constrictas, vix tamen continere potestis. Quid? Si carpere singula et extorquere et exaequare[28] ad extremum viris patiemini, tolerabiles vobis eas forte creditis? Extemplo simul pares esse coeperint, superiores erunt. At hercle[29] ne quid novum in eas rogetur, recusent[30], non ius sed iniuriam deprecantur, imo, ut quam accepistis iniistis[31] suffragiis vestris legem, quam usu tot annorum et experiendo comprobastis, hanc ut abrogetis, id est, ut una[32] tollendo legem, caeteras infirmetis. Nulla lex satis commoda omnibus est; id modo quaeritur si maiori parti et in summam prodest. Si, quod cuique privatim officiet ius, id destruet ac demolietur, quid attinebit universos rogare leges, quas mox abrogare, in quos latae sunt possint? Volo tamen audire quid sit, propter quod matronae consternatae procurrant[33] in publicum, ac vix foro se et concione abstineant. Ut captivi ab Hannibale redimantur parentes, viri, liberi, fratres earum? Procul abest absitque semper alis fortuna rei publicae; sed tamen, cum fuit, negastis hoc piis precibus earum. At non pietas nec sollicitudo pro suis, sed religio congregavit eas: matrem Idaeam[34] Pesinunte ex Phrygia venientem accepturae sunt. Quid honestum dictum saltem seditioni praetenditur muliebri? “Ut auro et purpura fulgeamus[35]”, inquiunt[36], “ut carpentis profestis quoque[37] diebus, velut triumphantes de lege victa et abrogata et captis et ereptis suffragiis vestris per urbem vectemur, ne ullus modus sumptibus luxuriaeve[38] sit”.

Saepe me quaerentem de foeminarum, saepe de virorum, nec de privatorum modo, sed etiam magistratuum sumptibus audivistis[39], diversisque duobus vitiis, avaritia et luxuria, civitatem laborare, quae pestes omnia magna imperia everterunt. Haec ergo[40], quo melior laetiorque in dies fortuna rei publicae est, quo magis[41] imperium crescit –et iam in Graeciam Asiamque transcendimus omnibus libidinibus[42], illecebris repletas et regias etiam attrectamus gazas- eo plus horreo, ne illae magis res nos coeperint quam nos illas. Infesta, mihi credite, signa ab Syracusis illata sunt huic urbi. Iam nimis multos audio Corinthi et Athenarum ornamenta laudantes mirantesque et antefixa fictilia deorum Romanorum ridentes. Ego hos malo propitios deos et ita spero futuros, si in suis manere sedibus patiemur. Patrum nostrorum memoria per legatum Cyneam Pyrrhus non virorum modo sed etiam mulierum animos donis tentavit. Nondum lex Oppia ad cohibendam[43] luxuriam muliebrem lata erat; tamen nulla accepit. Quam causam fuisse censetis? Eadem fuit quae maioribus nostris nihil de hac re lege sanciendi[44] ; nulla aerat[45] luxuria quae coerceretur. Sicut ante morbos necesse est cognitos esse, quam remedia eorum, sic cupiditates prius natae sunt quam leges quae iis modum facerent. Quid legem Liciniam excitavit, de quingentis iugeribus nisi ingens cupido agros continuandi? Quid legem Cinciam de donis et muneribus, nisi quia vectigalis iam et stipendiaria plebs esse senatui coeperat? Itaque minime mirum est nec Oppiam nec aliam ullam tum legem desideratam esse, quae modum sumptibus mulierum faceret, cum aurum et purpuram data et oblata ultro accipebant[46]. Si nunc cum illis donis Cyneas urbem circumiret, stantes in publico invenisset qui[47] acciperent. Atque ego nonnullarum cupiditatum[48] ne causam quidem aut rationem inire possum. Nam ut, quod aliit liceat, tibi non licere aliquid fortasse nolis[49] aut pudoris aut indignationis habeat, sic aequato omnium cultu quid unaquaeque vestrum veretur in se conspiciatur? Pessimus quidem pudor est vel parsimoniae vel paupertatis; sed utrunque lex vobis demit, cum id quod habere non licet non habetis. “Hanc”, inquit, “ipsam exaequationem non fero”, illa locuplex. “Cur non insignis purpura et auro[50] conspicior? Cur paupertas aliarum sub hac lege[51] latet, ut quod habere non possunt habiturae, si liceret, fuisse videantur? Vultis hoc certamen uxoribus vestris iniicere[52], Quirites, ut divites id habere velint quod nulla alia possit; pauperes, ne ob hoc ipsum contemnantur, supra vires se extendant? Nae[53] simul pudore[54], quod non oportet coeperit, quod oportet non pudebit. Quae de suo poterit, non parabit[55]; quae non poterit, virum rogavit[56]. Nunc vulgo alienos viros rogant et, quod maius est, legem et suffragia rogant et a quibusdam impetrant. Adversus te et rem tuam et liberos tuos inexorabiles[57]; simul lex modum sumptibus uxoris tuae facere desierit, tu nunquam facies. Nolite eodem loco existimare[58] futuram rem, quo fuit antequam lex de hoc ferretur. Et hominem improbum non accusari tutius est quam absolvi, et luxuria, non mora[59] tolerabilior esset quam erit nunc, ipsis vinculis, sicut fera bestia[60] irritata, deinde emissa. Ego nullo modo abrogandam legem Oppiam censeo; vos quid[61] faxistis, deos omnes fortunare velim.

Quid hac oratione gravius?, quid prudentior?, quid utilius?, quid aptius Catoni illi censorio, qui autore Fabio Quintiliano, idem orator, idem historiae conditor, idem iuris, idem rerum rusticarum peritissimus fuerit, quique inter tot operas militiae, tantas domi contentiones rudi saeculo literas Graecas, aetate iam declinate didicerit. Quod si vero decorum loquentium personarum expressius videre voles, extant Socratis eius qui apud Graecos dici alter Cato posset, apud Platonem ac Xenophontem permulta, tum apud poetas, in quibus hoc ipsum decorum maxime spectatur, caeterosque demum bonos autores (ff. 60v-66r).

 

7.                                                                                                                                                                           Dionigi Atanagi, Ragionamento della istoria [1559-1560], en La seconda parte dell’istorie del suo tempo di Mons. Paolo Giovio […] con […] annotationi di Girolamo Ruscelli, Venecia, appresso Giovan Maria Bonelli, 1600 [edición facsimilar en Eckhard Kessler, Theoretiker humanistischer Geschischtsschreibung, Munich, Wilhelm Fink Verlag, 1971].

Ad imitation di questi [gli Annali del Pontefice Massimo] molti scrissero loro annali, come M. Catone, Fabio Pittore, Lucio Pisone et altri. Il medesimo stile tennero gli antichi Greci. Ferecide, Ellanico, Acusilao et più altri, scrivendo le loro istorie, o più tosto i loro commentarii, senza alcun’ ornamento o culto oratorio, et perciò privi in tutto di quella dilettatione et utilità che nasce dal render delle ragioni, dal giuditio dello scrittore, dalle piacevoli descrittioni, dalle concioni, dalla gravità delle sentenze et dalla varietà del ragionare eloquentemente. Ma la istoria, che da Celio Antipatro prima fu cominciata ad alzare e da Sallustio et da Cesare condotta al sommo, con copia et con frequenza di concetti et di cose, con belle et scelte parole, con leggiadre et esquisite elocutioni, con libere et quasi poetiche figure, et in somma con un continuo, dolce et equabil corso di dire et, come dice Fabio, quasi con un verso sciolto, procede alla narratione delle cose fatte. Et questo è quanto c’è occorso di dire sopra la differenza ch’è tra la istoria et gli annali (p. 67).

L’istorico per opposito [al poeta], havendo suoi termini et suoi confini dentro da termini et confini della materia che egli ha preso a scrivere, non può di quelli uscire; et perciò niuna cosa muta, niuna aggiugne, niuna ne toglie, ma narra la verità del fatto, benché con ornamento et leggiadria, come ella è appunto, et non altrimenti. Et perciò la vita di Ciro, scritta da Senofonte non quale ella fu, ma quale esser doveva, o poteva, benché bella et leggiadra, non vogliono che si possa veramente chiamare istoria, percioché questo, secondo Aristotile, è proprio et solo del poeta. È ben vero che introducendo l’istorico a parlare huomini di diverse nationi et maniere di vivere, egli ha la facoltà di fingergli a piacer suo, secondo che più è conveniente et simile al vero, facendoli parlare non come parlarono ma come parlar dovevano. Là onde assai appar manifesto che la quasi tutta maestria della istoria consiste nel formare i ragionamenti et le concioni sì come in tutti gl’istorici migliori Latini et Greci si può vedere. Cesare forse, perché non toccò se non obliquamente questa parte, disse che scrivea commentarii, i quali tuttavia per giuditio di M. Tullio sono sì copiosi et sì d’ogni parte perfetti che non hanno lasciato luogo ad alcuno che, traponendovi all’usanza istorica le concioni, havesse peraventura voluto amplificargli et ornargli et d’essi comporre historia (p. 69).

A vivere [ci insegna], perché la istoria non solamente l’ordine delle cose et de’ tempi ci descrive, non solamente i paesi, i luoghi, le città, i fiumi, i monti et le degne cose che vi sono ci dipigne; non solamente le legationi, l’ambascierie, i parlamenti, i maneggi e i trattati delle republiche et de’ gran principi ci dimostra; non solamente i viaggi, gli alloggiamenti, l’ordinanze, gli stratagemi, l’arti, l’insidie, le speranze, i timori, l’allegrezze, le noie, gli ardimenti, le viltadi, i casi, le battaglie et le cose che doppo le battaglie avvengono, ci racconta… (p. 76).

[Dovrà l’istorico] salir talora con le sentenze a qualche grado d’altezza di poesia, specialmente nelle battaglie così di terra come di mare, percioché allora, come dice Luciano, egli è vopo d’alcun vento poetico, che con secondo fiato spirando empia le vele et la nave istorica in alto, levando per la sommità dell’onde ne la porti et sospinga.

Se peraventura in alcun luogo s’appresenterà alcuna favola da raccontare, dirla, non affermandola per vera, ma lasciandola a ciascuno giudicare a modo suo.

Quanto alle parole, usar le proprie, le atte di buon suono, le usitate, prose non solamente de gli altri buoni autori, ma talora anco da poeti, con iscelta però et con buon giuditio.

Ne’ ragionamenti et nelle concioni (perché le funebri orationi sono da lasciare in tutto) haver riguardo alla persona de’ parlatori et de gli ascoltanti, et non meno alla cosa et al luogo et al tempo; et brevemente servare et nelle parole et nelle cose tutto quello che da prima s’è ragionato sopra le differenze et la conformità che la historia ha con la poesia; e di più ricordarse di quel bellissimo detto di Tucidide, che la historia si debba adornare quasi come una perpetua possessione et perciò sforzarsi con la bellezza non più dello stile che della verità di farla tale che sia per piacere a quelli che verranno; quasi a loro si scriva et non ai presenti, che poco sono per durare (p. 83).

Fa luogo adunque al futuro istorico haver’ ottima cognitione prima dell’arte della grammatica, specialmente di quella lingua nella quale di scriver la istoria si propone, e poi ancora et assai più dell’arte oratoria, accioché egli possa le cose che a narrar prende spiegar non pur propriamente et regolatamente, ma insieme copiosamente, distintamente et ornatamente in ciascuna parte, et massimamente nelle concioni, là dove secondo Luciano è lecito di parlare ad uso di retorico, et secondo noi non solamente lecito, ma ancora sommamente necessario, bisognando spesse volte, oltre a gli altri effetti, ora ne’ pericoli far’ animo a’ soldati, ora infiammargli al combattere, ora lodargli, ora riprendergli, et del disonore et della morte avvertirgli, et in ogni caso volgergli et tirarli con la forza del ragionare, dovunque la cosa e’l luogo et il tempo richiede. Il ché certo con semplici parole non par che agevolemente si possa fare.

Poi, perché et nelle sopradette concioni et in altre occasioni può all’istorico accadere d’haver a dividere et argomentare, sarà anco breve, che egli non sia del tutto ignorante di quell’arte, alla quale di far ciò s’appartiene, che è la dialettica (pp. 85-86).

 

8.                                                                                                                                                                           Francesco Patrizi, Della historia diece dialoghi, Venecia, appresso Andrea Arrivabene, 1560 [edición facsimilar en Eckhard Kessler, Theoretiker humanistischer Geschischtsschreibung, Munich, Wilhelm Fink Verlag, 1971].

[Il Gigante, overo della historia, dialogo primo. Alfonso Bidernuccio, Giovanni Gigante et Francesco Patritio]

Bidernuccio. Volle il Pontano che l’historia si dovesse fare di cose et di parole. Le cose ricercano ordine, et però la narratione dee essere ordinata, et di più che in historia si deone raccontare le cagioni di alcun fatto, i consigli et le volontà de prencipi et de capitani, le forze di una republica, i costumi di una città, l’apparecchio de una guerra, et maritimo et terrestre. Et in raccontar la guerra si deono discriver i luoghi et i siti loro, i monti, le valli, gli alloggiamenti degli esserciti, i marciamenti, le ordinanze, le origini delle genti et delle città, le fortune dell’aria et del mare, le concioni et le riprensioni che si fanno a soldati et l’altre cose così fatte. Le quali spiegate con questo modo arrecano quell’utile medesimo a gli huomini, che l’arrecano le leggi. Però che elle danno i precetti del ben vivere et l’historia da gli essempi. Et questo è quello che il Pontano tiene che l’historia sia. Il che vi dee molto contentare, poscia che ve lo diamo con così bella et grande giunta, quanto è utile che se ne trahe. Gigante. Molte cose ci havete voi messer Alfonso raccontate, et belle molto. Et anchor che cio non sia l’historia, ne resterei io però soddisfatto quando io credessi che il Patritio se ne achetasse. Patritio. [...] Vi prego a perdonarmi s’io non m’acqueto alle cose dette da voi et dal Pontano, i quali ambidue io stimo oltre misura, percioché io conosco il vostro alto valore et so di quanta scienza fosse quel buono et venerando vecchio. Ma io non posso più (f. 5v).

[Il Sanuto overo del fine dell’historia, dialogo quarto. Daniele Sanuto, Francesco Patritio et Scolare]

[Patritio]. Essendo l’historia non altra cosa che una memoria delle cose humane, et le cose humane a tre capi riducendosi, possono anco le cose nell’historia contenute in tre capi condursi, et questi sono l’honesto, l’utile et il giocondo. Così che l’honesto prenda tutte le leggi delle città, i sacrifici, le cerimonie, la religione, le buone creanze de cittadini, i costumi buoni, le lettere, le discipline, gli studii, le operatione giuste, le temperate, le forti, le prudenti, le magnanime, le magnifiche, le liberali, le modeste, le clementi et l’altre tutte dalla schiera della virtù. Et le contrarie loro, sotto al contrario capo dell’honesto. L’utile poi tirerà sotto di se tutte le cose da questo gentil’huomo raccontate et di più quell’altre che sono interne alla città. Il giocondo poi conterrà tutte le belle descrittioni di luoghi, di città, di paesi, de’ monti, delle valli, delle campagne, de’ fonti, de’ porti del mare, degli scogli, dell’armate, dell’armi, de’ cavalli, delle cavallerie, delle fanterie, degli stormenti bellici, delle ordinanze, degli alloggiamenti, delle fosse, delle mura, delle fortezze et d’ogni altra simigliante cosa che sotto a descrittion venisse. Et di più, i bei parlari de’ prencipi, le oratione degli ambasciatori et de’ capitani, i motti arguti, le savie sentenze et l’altre cose di questa guisa. Le quali altri può raccorre per se stesso (f. 23v).

[Lo Strozza overo della degnità dell’historia, dialogo decimo. Camillo Strozzi, Clemente Politi sardo, Francesco Patritio et P. Battista cataneo]

[Strozza]. Bisognava che lo Alicarnasseo giudicasse gli historici in differente foggia dagli oratori. […] Si vede in fatti che gli historici più famosi, Livio, Tucidide, Sallustio et gli altri, hanno ripiene le loro historie di orationi, le quali sono pur opra di oratore. Et medesimamente vi sono per entro le loro historie laudi et biasimi infiniti. Vi sono anco delle acuse et delle diffese et altre cotali cose da oratori. Et medesimamente vi sono per entro le loro historie laudi et biasimi infiniti. [...] [Patritio]. È bisogna che voi primamente mi diciate se voi dubitate che l’historico per proprio obligo habbia a dire il vero,o no, di quella cosa che egli racconta. Dissero tutti che questo era, senza fallo. Adunque soggiunsi io [Patrizi], egli non dirà né più del vero né meno. Così è, dissero essi. Et dir il vero è dire il fatto solo some esta. Et questo anchora è vero. Adunque soggiunsi io, egli non sara oratore per niun modo, né farà oratione né altro tale. O, questo, disse il Cataneo, come è oltre il vero? Così risposi io: Non diceste voi che il far oratione era cosa dell’oratore? Sì, dissi. Et l’oratore, soggiunsi io, non fa con parole di meno più? Sì. Eccovi adunque come sono l’oratorie cose, oltre il vero dell’historico. Questo sembra essere qualche cosa, disse alhora il Polito. Ma io vorrei che voi ce’l faceste vedere anco per altro. Et io sono contento, ripresi io, et mirate ciò che mi detta hora et Polimnia et Clio. Esse dicono che chiunque dice più del vero di alcuna cosa, che egli il fa con due modi: o ingrandendo ciò di che si parla o aggiungendogli altre cose. Et queste, o false o finte o cose le quali anchor che sieno vere non sieno però parti di lei né a lei pertinenti. Et perché voi prendiate a pieno questa ispiratione, della prima maniera sono tutti quegli inalzamenti che gli historici fanno oltre il vero della cosa. Et questi sono inseriti nell’historia da due potentissimi dei del nostro cuore, odio et amore. L’un de quali inalza et l’altro abbassa oltre il merito le cose. Della seconda sono tutte quelle che essi raccontano, et non sia vero che elle sieno o che sieno avvenute, et ciò son le false. Le finte sono molte, et fra queste le orationi. Et di ciò è argomento chiaro il sapere che non così parlarono gli antichissimi Romani, come gli fa parlare alcuno historico de gli ultimi. Et i Lacedemoni non favellarono mai della maniera che gli fa alcuno Atheniense ragionare (ff. 58r-58v).

 

9.                                                                                                                                                                           Antonio Lulio, De oratione libri VII, quibus non modo Hermogenes ipse totum verumetiam quicquid fere a reliquis Graecis ac Latinis de Arte dicendi traditum est, suis locis aptissime explicatur, Basilea, Joan Oporinum, [1558].

Multa enim ex temeritati incommoda, multa ab insidiis contingunt. Propter haec opus eloquentia ducis, et consilio: ut oratione confirmet, excitet, increpet, laudet, obiurget pro rei necessitate. Ante conflictum instruitur acies, militum animi varie afficiuntur: et dux omnia magno constantique animo obit munia, hortando, imperando, discurrendo, pugnando. Iam illa quae sequuntur, nimis nota sunt: caedes, fuga, victoria, praeda, direptiones, servitutes, et reliqua, quae hic ira, libidineque victoris, perpetrantur (p. 511).

 

c)                                                                                                                                                                            A partir de 1560, jardín de senderos que se bifurcan

He titulado así este apartado porque a partir de 1560 se produce en Europa una desviación parcial de la corriente predominantemente retórica o retórico-filosófica que hemos encontrado hasta ahora. Textos como los Loci Theologici de Melchor Cano (1562, con una sección titulada “De historiae humanae auctoritate”), el tratado Delle osservationi et avvertimenti che haver si debbono nel legger delle historie de Giacomo Aconcio (1564), o la Methodus ad facilem historiarum cognitionem de Jean Bodin (1566), enfocan el tema de la historia desde distintos puntos de vista (Cano indaga en la cuestión de la auctoritas o autenticidad de los documentos para afrontar el problema de la verdad histórica en campo teológico; Aconcio intenta presentar el mejor método para leer historia, fijándose entre otras cosas en cómo interpretar los acontecimientos, si de la causa a los efectos o viceversa, o también en cómo usar los ejemplos; Bodin busca conjugar la historia con la ley y la política), pero no desde el de su relación con la retórica. De ahí que no se ocupen del tema de las oraciones intercaladas.

Pero simultáneamente, existen otros tratados que, aun yendo más allá de formulaciones estilísticas y, en general retóricas, no abandonan del todo este enfoque. Ejemplo de ello es la obra de François Baudouin De institutione historiae universae, et eius cum iurisprudentia coniunctione (1561), que pretende acoplar la institutio de la historia universal con la jurisprudencia, en un intento de demostrar que el tema de la historia no son las guerras sino los ordenamientos jurídicos que rigen los estados. Es en esa discusión donde se inserta el fragmento elegido, en el que el autor subraya la distinción tajante entre historia y retórica. Puesto que lo que se reclama es una historia sincera y simple, Baudouin aconseja leer a los antiguos desechando las “interpolaciones”, los materiales ajenos a la narración propiamente dicha, y entre ellos, se entiende, los discursos de personajes.

 

10. François Baudouin, De institutione historiae universae, et eius cum iurisprudentia coniunctione, París, apud Andream Wechelum, 1561.

Sed historiam veram, non rhetoricam fabulam aut scholasticam declamationem expeto. Quam alii verborum continuam concinnitatem ac semper similem perpetuae politaeque dictionis aequabilitatem hic requirant, ipsi viderint. Ego rerum et constantem et sinceram et simplicem et castam veritatem in historia imprimis requiro (pp. 56-57).

Nam et incorrupta veterum testimonia sine ulla interpolatione potius legi debere existimo […] Et res ipsa loquitur, ecquid accidat, cum rerum olim gestarum narratio, nunc pro cuiusque vel fingitur vel interpolatur vel componitur. Redeo ad veritatis in historia observationem (p. 59).

 

 

d)                                                                                                                                                                           La vía retórica de finales del XVI

Para el final del siglo son pocos, sin embargo, los historiógrafos que se desvían de la ruta retórica. La repetición de teorías y propuestas se va haciendo, de hecho, cada vez más cansina a medida que crece también el número de tratados, no todos con la misma profundidad que los de Fox Morcillo o Patrizi. El fenómeno que hay que destacar en esta época es precisamente ése: el deslizamiento de los autores hacia posturas cada vez más retorizantes y preceptivas, lo cual da lugar a un desarrollo formidable de aquellas primeras recomendaciones más bien genéricas que veíamos en obras anteriores. Es un aumento cuantitativo y cualitativo: crece el número de preceptivas, crece la orientación retórica, crecen los detalles técnicos sobre la inclusión de discursos en la narración histórica. El estudio de esta preceptiva de los discursos en la historia, preceptiva más y más detallada y minuciosa, puede resultar, como es evidente, sumamente útil en un análisis de las obras de los historiadores del período, y lo será más en la confrontación entre obras históricas y obras historiográficas del periodo siguiente, cuando está definitivamente consolidada la orientación retórica y pedagógica. En el presente apartado encontraremos desde los poco interesantes lugares comunes que sobre el decoro que Orazio Toscanella (1567), hasta las elegantes propuestas del Padre Viperano (1569), pasando por el interesantísimo carteo entre Jerónimo Zurita y Antonio Agustín (1578-1579).

El De scribenda historia del jesuita Giovanni Antonio Viperano, que conoció cuatro ediciones en diez años, incluye todo un capítulo completo dedicado a las digresiones, las descripciones y las oraciones, y sus propuestas son un modelo de equilibrio entre la teoría general y el consejo práctico. Livio y Salustio le sirven como auctoritates en cuanto a los materiales intercalados, justificación más que sobrada que anula toda otra disquisición sobre la conveniencia o no de interrumpir la narración para incluir una descripción o una arenga. Su modelo para las conciones es Tucídides, cuya mesura en la interpolación de digresiones alaba. El ejemplo de los clásicos, el decoro, la distinción entre oratio recta y oratio obliqua, la consecución de la utilitas a la par que del ornatus, son todos elementos que Viperano va insertando de manera muy convincente en su discurso.[62]

La obra del humanista genovés Uberto Foglietta De ratione scribendae historiae (1574) dedica ya casi la mitad de sus páginas a la cuestión de las oraciones intercaladas y a rebatir a los que las desaconsejan. Las conciones, sea en forma recta u oblicua, no sólo contribuyen al ornato de la narración, sino que la hacen más ajustada a la verdad. La autoridad de Livio, dos de cuyas oraciones transcribe por entero, garantiza la legitimidad de los discursos. Foglietta hace hincapié en el ornamento retórico que las palabras de las oraciones confieren a la narración, sin restarles un ápice de verosimilitud. Las conciones son la luz que da esplendor a la majestad que pide la historia. Un tercer fragmento de Livio le sirve para ejemplificar la fuerza de la prosopopeya en la escritura histórica. La inserción de las conciones, en todo caso, debe llevarse a cabo de manera necesaria y verosímil.

Las cartas que entre diciembre de 1578 y enero de 1579 se cruzaron Jerónimo Zurita, que durante más de veinte años había sido cronista del Reino de Aragón, y su amigo el Obispo de Lérida, Antonio Agustín, a propósito de la “historia” (los Progresos de la historia en el Reino de Aragón publicados tras los Anales de la Corona de Aragón, escritos a lo largo de tres largas décadas) salida de la mano de Zurita, nos proporcionan un valioso documento sobre la consideración que los discursos directos merecían a los estudiosos y los historiadores, sobre su oportunidad y su estilo. El obispo le reprende al cronista el no haber incluido oraciones directas u oblicuas en su historia, a la manera de los grandes como Tucídides, Livio y Salustio, e incluso César y Tácito entre los antiguos, o de Guicciardini y Paolo Giovio entre los modernos. Zurita le responde que, lejos de rechazar las oraciones, él las usa en su Historia del rey don Fernando el Católico, cuando sí está seguro de que se habían pronunciado “en realidad de verdad”. Agustín tercia con un comentario sobre el decoro que hay guardar en las oraciones y el fastidio que da leer en ellas el lenguaje “zafio” de la época medieval, a lo que Zurita replica que si ha usado de este modo de decir, ha sido siempre o bien en las oraciones rectas, que deben ajustarse a su original, o a veces, a la manera de Tito Livio, en las oblicuas para conseguir el sabor del lenguaje del pasado.

De 1586 es el discurso Antimacho, dei precetti historici, del humanista e historiador ferrarense Alessandro Sardi, en el que no quedan ya rastros de preocupaciones filosóficas o éticas. La explicación de la historia se encierra en unos cuantos preceptos sobre la materia de la historia y sobre su exornatione. De las oraciones se habla en este segundo apartado, y lo que más llama la atención, junto con otras opiniones más descontadas, son dos elementos que indican que el camino retórico sigue afianzándose: por una parte, la lista de topoi que convienen a las arengas de los capitanes y, por otra, los consejos sobre la compositio más adecuada a las oraciones. Su modelo es César, cuyas oraciones ni interrumpen el curso de la narración ni fatigan al lector ni parecen fingidas, como otras dignas de vituperio por contrariar la ley de la verdad que preside la historia.

Parecida orientación retórica presenta el De conscribenda rerum historia (1591) del profesor de retórica y luego cronista de la Corona de Aragón Juan Costa, tratado que, sin embargo, incluye también novedades interesantes. La sección dedicada a los discursos intercalados sigue los dictados de Fox Morcillo, aunque con un énfasis mayor en la parte elocutiva. Igual que Fox, Costa diserta sobre la conveniencia de insertar oraciones y sobre el decoro que éstas deben guardar, y, como él, también ofrece ejemplos concretos: en su caso, de oraciones de un rey, de un dictador, de un legado y hasta de una matrona, sacadas todas –hasta siete- de distintos lugares de Tito Livio. Interesantísima es la sección sobre el modo de despertar los afectos a través de las conciones, sobre todo por los consejos concretos que prescribe en cuanto a las figuras más apropiadas para suscitar emociones.

El final de siglo nos proporciona un testimonio final de la imbricación que para esa época existía sin lugar a dudas entre arte histórica y arte retórica. L’Histoire des histoires o L’Idée de l’histoire accomplie es el título del tratado que en 1599 publica La Popelinière, cuyo primer libro, dedicado a definir la “sustancia” de la historia se incluye capítulos titulados “Lo narrado”, “Arengas y oraciones”, “Orden y disposición de la historia” o “La elocuencia, sus especies y la que debe usar el historiador”. El tratado va más allá del aspecto retórico, en la línea de Bodin o Baudouin, e incluso la discusión del capítulo “Arengas y oraciones” no se lleva a cabo en la sección elocutiva, sino en relación con las disquisiciones sobre la verdad y la grandeza de la historia. De hecho la solución que ofrece al problema de cómo conjugar la inclusión de discursos directos con la verdad histórica, se basa en el carácter ontológicamente distinto entre las palabras y las cosas: las arengas pertenecen al mundo de las palabras y de ahí que no contradigan la verdad de las cosas, sino que incluso la expliquen mejor.

 

11. Orazio Toscanella, Trattato della strada che si ha da tenere in scrivere istoria, en Quadrivio, Venecia, appresso Giovanni Bariletto, 1567.

Nelle dicerie publiche et nell’altre orationi bisogna haver riguardo a chi parla et far parlare el dotto facondamente; l’ignorante, men cultamente; non s’ha da dare parlamento languido ad un forte et strenuo; né parlamento generoso ad un codardo et morbido. In somma, il parlare istorico s’ha de regolare con decoro dell’età et delli state delle persone et delle cose (f. 8r).

 

12. Giovanni Antonio Viperano, De scribenda historia liber, Amberes, ex officina Christophoro Plantini, 1569 [edición facsimilar en Eckhard Kessler, Theoretiker humanistischer Geschischtsschreibung, Munich, Wilhelm Fink Verlag, 1971].

Cap. IX. De digressionibus, descriptionibus, concionibusque interponendis. Ac porro descriptiones populorum et illustrium personarum, ut Iugurthae apud Salustium, et apud Livium Annibalis hominum ingenia, moresque declarant; regionum quoque et oppidorum, montium, nemorum, portuum, fluviorumque descriptiones plurimum ad rerum ornatum, et perspicuitatem conferunt, quae rem ita suis ornant insignibus et ante oculos ponunt, ut cerni, no audiri videatur. Nec locorum modo, verum etiam temporum descriptiones atque aliarum rerum, ut munitionum, obsidionis, machinarum, pugnae, triumphorum, alicuius apparatus et pompae spectant eodem, quibus et apte utendum est, ne tanquam alterius generis pannus, mele assutae dicantur, et modice sine fuco et affectato nimium apparatu, ut omnis ingenii et doctrina ostentatio ostentationisque suspicio evitetur. Nihil enim aeque hominem homini odiosum reddit atque arrogantia. Porro in describendis locis ne quid a vero absimus, locum ipsum oculis spectasse tutius erit, quam auribus ab aliis percepisse, ut Salustium ferunt quo maiore fide bellum Iugurthinum scriberet, Africam pervagatum esse.

Neque solum descriptionibus, sed quibusvis etiam aliis digressionibus adsit modus et temperantia, ne licet a re declinent, non tamen cum re apte cohaereant, longioresve sint, quam deceat. Voco autem digressionem cum a re proposita in aliam declinamus, sicuti Livius in transitum Alexandri in Italiam et Salustius in mores Caesaris et Catonis digressus est. Et apud oratores praesertim in genere demonstrativo, et apud poetas, qui se totos ad delectandum compararunt, frequentiores sunt et longiores digressiones, apud historicos vero rariores et breviores; qui in vitio essent si qua digressione delectationis solum, non etiam evidentiae gratia uterentur. Est autem cur digredi liceat, si lectorem inspicias, ut aliqua varietate recreetur; si rerum naturam contempleris ut dilucidiores siant, et cultiores, ipsaque historia dilatetur et ornetur, alioquin sterilis et ieiuna. At vero quidam levioris ingenii homines, quasi rem ipsam fastidentes, nullam non captant digrediendi occasionem ad eloquentiam et eruditionem alicuius rei venditandam, neque ad digrediendum vocari se prius ab ipsa se, quod prudentiores faciunt, patiuntur, faciuntque, ut infantes et ineruditi habeantur, quod neque modum neque locum observent.

Videre enim quid deceat, hoc est caput bene scribendi. Thucydides autem magnae prudentiae et gravitatis scriptor his digressionibus apte et moderate utitur, neque nimium vagatur sed digressus statim revertitur, ut illum veluti fugientem hinc inde res omnes apprehendant. Ita breviter rem omnem explicat et ornate. Verumtamen ad amplificandum et rerum varietate distinguendum, ornandumque opus, atque ad prudentiam et mores vim habent magnam conciones et cohortationes. Nec personam tamen ullam historicus effinget sed loquentem modo interponet, ut credibile est illam fuisse locutam, cum eadem verba referri non possint. Id quod ingenium solers et acre iudicium, et multarum rerum cognitionem quaerit, ut loquentium moribus et natura conveniant qua dicuntur. Quid enim magis arduum est quam aliorum mores, animos, orationem induere? Et in illorum sese conformare voluntatem atque naturam? Qua quidem re nihil est in poesi difficilius; nullusque locus mihi videtur historico relictus, in quo magis vim dicendi ostendere, rerum causas et consilia melius explicare, laudare et reprehendere liberius possit quam ubi alios dicentes imitatur.

Primum igitur non quaecunque persona, sed illustres, praestantes et dignae pro historiae gravitate inducentur non quacunque de re, sed de gravibus, maximisque rebus concionantes sapienter et prudenter servato persorarum decoro. Dicet graviter et severe Cato ad populi gratiam Caesar, Marius agrestis homo et solum ad arma natus bonarum artium studia doctrinasque contemnet, nec expavescet vir fortis et audebit imbellis, et de suis quisque studiis non de aliena facultate disputabit. Neque solum personae, verum etiam rei, loci ac temporis habenda ratio semper est. Nam brevi hortatione, tanquam stimulis opus est, cum instat urgetque, necessitas; longior vero desideratur oratio, cum rerum conditio postulat licetque etiam per tempus, quando animi languescunt et torpent, atque aut monendi sunt, aut inflammandi, tum in exercitu classicum dicere oportet, in senatu de administratione reipublicae deque his, quae ad civilem prudentiam et felicitatem pertinent.

Quis illam Marii apud Salustium orationem in qua negligit studia literarum si ante pugnam habeatur non merito reprehendat ut pote a re et loco alienam atque etiam pro tempore longiorem? Cum apud populum Romanum habita in comitiis cuipiam videri longior fortasse possit? Non dicam quod haud scio qua ratione aliqui orationes funebres ab historia removendas esse censeant, quando pulcherrimum earum exemplum apud Thucydidem legamus. Sane Trogus (ut refert Iustinus) reprehendit in Livio et Salustio quod directas orationes operibus suis interserendo historiae modum excesserint, idem in Thucydide carpere potuisset. Vocant (ni fallor) directas orationes eas quae per primam personam pronuntiantur; obliquas, quae per tertiam, ut illa Mithridatis est apud eundem Iustinum. Profecto mihi ut pro re, loco et tempore breves et apta conciones placent, sic nimium frequentes et prolixae, ac quacunque de re susceptae orationes non admodum placent, nam rerum gestarum cursum retardant et multa praeter rem saepius amplectuntur. In quarum artificio multis mirus est Livius, nihilque mihi videtur eo inferior esse Thucydides. Contra sunt, qui eruditionis expertes, nec magni iudicii homines dialogismos quosdam, et sermones intexunt, et hortationes loquacissimas et frigidissimas; insulsa omnia sine condimento, sine eruditione, sine acumine, sine iudicio, sine eloquentia et ornatu orationis. Enimvero qui rerum, personarum, temporum, locorumque decorum non videt, is in omni re graviter peccat. Quod decorum contineri arte non potest, prudentia et iudicio tenetur. Ergo digressionibus, descriptionibus, concionibus, hortationibus mirum in modum locupletatur et illustratur vehementer historia; quae, nisi moras quasdam, et respirationes haberet, nimis animum lectoris intenderet et satietatem afferret, si non aliqua varietate rerum condiretur (pp. 37-41).

 

13. Uberto Foglietta, De ratione scribendae historiae, en Opuscula, Roma, apud Vincentium Accoltum et Valentem Panitium, 1573 [edición facsimilar en Eckhard Kessler, Theoretiker humanistischer Geschischtsschreibung, Munich, Wilhelm Fink Verlag, 1971].

Denique veritatem ita esse propriam historiae, ut pars eius essentiae sit, qua veritate carentem narrationen non pravam modo ac malam historiam esse, sed ne historiam quidem esse neque historiae nomen omnino posse obtinere. Itaque quamvis apta, ornata, copiosa, elegans sit narratio, quaeque omnia locis, temporibus, personis, convenientia, plane servet, consilia apte et luculenter explicet, egregiis descriptionibus situs locorum, formas urbium ac munimentorum, instructiones acierum, ordines praeliorum, discrimina et casus ante oculos ponat, ac veluti in rem praesentem legentium animos inducat, ac pro auditoribus spectatores faciat; omnibus denique eloquentiae et artis numeris expleta sit, si veritas in illa desideretur, decoram quidem et aptam for narrationem, at historiam non dico falsam et pravam, sed nullam omnino futuram. Contra si rudi et incompto scribeni genere litteris sit mandata narratio, neque ullas partes ex iis habeat, quas rhetorum praecepta praescribunt, omnibusque ornamentis plane sit orbata, ad hoc consilia et caussas inepte explicet, res gestas confusa narratione obscuret, ac pro eo ut lucem afferat, tenebras rebus offundat, vertias tamen adsit, vilem quidem et ineptam, ac despiciendam rem fore, historiae tamen vim et nomen retenturam.

Magnopere igitur normae similitudinem a Polybio commentam veluti rei mirifice aptam probant. Ut enim, inquit, norma ex auro et ex quamvis praetiosa materia facta, si recta non sit, res quidem praetiosa est, at norma nullo modo esse potest, cum enim norma caussa dirigendi operis inventa sit, munus suum praesare non potest, nisi recta ipsa sit, quare ne norma quidem erit. Contra si recta sit ex quamvis vili materia fabricata, nullius quidem pretii erit sed norma tamen erit; ita cum idem sit verbum in historia, quod rectum in norma efficitur id quod diximus, ut falsa narratio neque sit neque appellanda sit historia, quamvis omnibus verborum et sententiarum luminibus illustrata ac politissimo genere conscripta, contra vera quamvis sordida et inops atque inepta re et nomine sit historia. Qua re proba fixa et stabilita ita disputant ad veritatem rerum, quae explicandae sunt, perveniri nullo modo posse, nisi ab iis viris, filiis interfuerunt, ac veras et certas, non autem commentitias ac vulgo et forensibus sermonibus iactatas caussas cognoverunt.

Ii autem sunt, qui ad interiora principum consilia adhibiti sunt, qui in liberarum civitatum senatu fuerunt, qui legationes obierunt, quorum opera in foederibus faciendis, in conditionibus pacis componendis, in belli consillis explicandis multum diuque sit versata, quique exercitus duxerint, praeliis interfuerint, discrimina subierint, belli subita et improvisa subinde exorientia cognoverint, quae vulgo ignota duces saepe coegerint suscepta rerum gerendarum ratione omissa ad novos casus nova consilia accommodare. Quaerunt igitur qua ratione me ad abditas rerum caussas penetraturum somniarim, qui nullam gerendae reipublice partem umquam attigerim. In quibus enim principum consiliis, aut in quo senatu me tandem fuisse? Quas legationes obiisse? Quibus deliberationibus de bello, de pace deque ceteris publicis ac magis rebus umquam adhibitum fuisse? Quibus praeliis interfuisse? Quae bella tractasse? Quam denique reipublicae partem mihi umquam commissam? Et tamen me hominem omnium publicorum negotiorum expertem historiam et eam quidem universam de rebus gestis nostrorum temporum perscripturum profiteri ausum, illudque munus suscipere non veritum esse, quod viri in omnibus iis, quas diximus, rebus diu, multumque versati, diuturnoque reipublicae gerendae usu contriti, vix se implere posse sperent. Qua oratione in speciem non spernenda fidem et auctoritatem historiae meae nituntur derogare.

Extrema est reprehensio quae non tam in me quam in omnium gentium omniumque saeculorum auctoritatem invadat, perpetuumque atque ab omnibus aetatibus, omnibusque scriptoribus usurpatum et approbatum morem damnare non dubitet, adeo nullus est audaciae et confidentiae modus. Negant enim conciones rectas in historia ullo modo ferendas esse. Nam cum prima historiae professio et commendatio veritas sit, atque adeo ut diximus, ipsius historiae essentiae pars et forma, qua detracta historia vim et nomen suus retinere non possit, quem non pudeat eiusmodi concionibus, quas res commentitias esse, et a se confictas, ne ipsi quidem qui eas confixerunt, inficias eunt, in historia tam frequentem locum dare? Se se igitur priorum saeculorum, ac tot clarorum virorum omnibus ceteroque naturae et industriae praesidiis cumulatorum vicem pudere, quos ambitio et gloriae cupiditas ita transversos egerit, ut impotenti ingenii et eloquentiae ostentandae cupiditate elati professionis susceptae plane sint obliti, legemque historiae perspicue perfregerint, quam dum minime neccessariis ornamentis illustrare nimium student, eius naturam corrumpere non sint veriti (pp. 16-19).

Extremo loco in conciones invadunt, quas viri ex omni saeculorum memoria acutissimi in historia rectas ferendas esse negant, cum obliquas non reiiciant rectas vocat prosopopoeias; obliquas, non cur persona ipsa loquens inducitur, sed cum quae dixit aliquis, nos ipsi tamquam nostris verbis nostraque persona narramus. Veritati enim, cui rei studere in primis historia debet, prosopopoeiam perspicue adversari affirmant. Eiusmodi enim orationes a se confictas, ne ipsos quidem scriptores negare. Proinde ingens flagitium ab iis fieri, qui ingenii et eloquentiae ostentandae studio a veritate palam deflectant, quae opinio si vera est, vanitatis et mendacii omnes omnium saeculorum omniumque gentium, ut superior diximus, scriptores coarguit. Quod novum istud tantum veritatis studium nostram aetatem tenet? Quod veteribus ita ignotum fuit, ut Lucianus, is, cuius aculeos nulla non modo professio, ac nemo omnino mortalium, sed ne deorum quidem ullus ex commentitiis illis effugit, conciones historicorum intactas reliquerit, quin etiam illas laudarit, licereque in illis ῥητορεύειν affirmarit. Quam vereor ne eiusmodi homines dum in veritate retienda supra ceteras aetates religiosi volunt videri, ad superstitionem incubuerint.

Nam cum historia non res tantum quae manu geruntur narret, sed consilia quoque et caussas necessario cum illis connectat, neque enim alia res ab alia separari potest, consilia autem et caussae loquendo explicentur; non video quomodo magis a veritate recedat is, qui auctorem consiliorum ipsum sua persona loquentem inducit, prosopopoeiamque in historia inserit, quam is, qui senatorem aut ducem non loquentem ipsum, sed haec illum dixisse ipsa sua persona refert. Quod hoc exemplo planum facio: “Tuum est Servi, si vir es, regnum, non eorum qui alienis manibus pessimum facinus fecere. Erige te, deosque duces sequere, qui clarum hoc fore caput divino quondam circumfuso igne portenderunt. Nunc te illa caelestis excitet flamma, nunc expergiscere vere. Et nos peregrini regnavimus, qui sis, non unde natus sis, reputa. Si tua re subita consilia torpent, at tu mea consilia sequere”.[63] Qui magis quaeso a veritate recessit Livius, hac inducta prosopopoeia, quam si ipse, quae dixit Tanaquil, suis verbis suaque persona ita rettulisset. Ipsius esset, “si vir esset, regnum, non eorum, qui alienis manibus pessimum facinus fecerunt, erigeret se deosque duces sequerentur, qui clarum illud fore caput divino quondam circumfuso igne portenderunt, nunc ipsum illa caelestis excitaret flamma, nunc expergisceretur vere. Et se peregrinos regnasse, qui esset non unde natus esset reputaret, si illius re subita consilia torperent at sua consilia sequeretur”. Doceant igitur religiosi isti veritatis patroni, quid tandem intersit, hoc an illo modo verba concipiantur, nam ego differentiam excogitare nullam possum.

Deinde quaero in verbis ne, ac forma verborum, an in re veritas sit, at omnem dubitationem tollit defintio ipsa, quae docet, veritatem esse rem intelligendi facultati aequatam, quod si ita est, quid tandem refert, his ne an illis verbis, hac an illa verborum forma recta ne an obliqua concione rem pronuntiemus, modo a sententia ne discedamus? Tum autem illud quaero, quamobrem a rectis concionibus tantopere isti abhorreant, quod in illis, inquiunt, multa ponantur, quae ii, qui conciones habuerunt, ne somniarunt quidem. Ut hoc verum sit, idem vitium est in obliquis concionibus, quas si ipsas quoque tollere volunt, eadem opera et historiam tollant licet. Scribi enim sine illis prosus non potest. Ex rebus enim, quae manu geruntur, et quae sermone pronuntiantur, narratio historica constat. Omnino nugatorium est verba aucupari, atque ad ea velle rem et veritatem deflectere, quod si suscipitur iam ne quotidianae quidem rarrationes inter nos cohaerebunt, nemo enim est tanta memoria praeditus, qui quae de altero audivit, ea ipse iisdem totidemque verbis expressa reddere memoriter possit. Sententia igitur inspicienda est, in qua veritas posita est, nam si verba sequimur ad incertum fides revocabitur, neque ullus sermo verus erit. At enim historiae scriptores dum famam ingenii, et eloquentiae nimium captant, non modo verba immutant, variisque elocutionum formis res exornant, sed rem dilatant, multosque ambitus faciunt, ac multa addunt, quamplurimasque sententias de suo inserunt, atque eas interdum e media philosophia sumptas, gravioresque et sapientiores quam ut illae ipsis concionum auctoribus umquam in mentem venire potuerint, ut hac in re historici cum poetis in fingendo certare videantur. Primum, ut haec vera sint, idem tamen vitium esse potest, et vero est in concionibus obliquis, neque enim minus a scriptoribus minoreve arte elaborantur, quam rectae, quas tamen obliquas conciones in invidiam ipsi non vocant. Deinde non negabo, scriptores multa in concionibus saepe addere de suo, et nunc obtrectatores aliquid dicere concedam.

Verum illud monitos omnes volo, me non de quocumque historiae scriptore, sed de egregio scriptore loqui, quique quae sint scriptoris partes et scientia teneat et facultate valeat explicare. Quod opus magnum est manique ingenii ac magnae eloquentiae. Ut Cicero, is, qui summum oratorem ceteris artibus ac facultatibus anterrere, ac pene cum divina laude coniungere non dubitet, haud se scire dicat, an historia sit omnium oratoris munerum maximum. Sed nescio quo humani ingenii vitio fiat ut cum ceteras artes humildes ac sordidas quaeque in perdiscendo non multi sint laboris ac temporis quaeque sint mediocri ingenio contentae, nemo tamen ad illas tractandas nisi gnarus accedat. Quique illa a magistro non perdidicerit, is se se illarum inscium ac rudem neque ad opus artis illius faciendum aptrum fateri non erubescat. At eas facultates, quae in rebus humanis maxime excellunt, quaeque non nisi diuturno usu ac labore percipi possunt, et quae tarda atque hebetia ingenia magnitudine ac difficultate sua a se repellunt, nemo attingere expavescat nemoque non se se magnum aliquod in illis praestare posse confidat. Nemo enim est qui non se se ad rempublicam consilio et sapientia regendam in primis idoneum putet, qui non se satis virium ad eius gravissimas partes sustinendas habere confidat, qui non se se dignum existimet, qui summum auctoritais locum in consiliis principum obtineat, atque in deliberationibus de maximis rebus ac de summa republica princeps sententiam rogetur, cui non summi magistratus ac gravissimae procurationes mandentur, qui non moribus regendis ac legibus ferendis praeficiatur; quin etiam quosdam novi, quos tanta sui ignoratio teneat, quique eo temeritais et arrogantiae provehi se sinant, ut cum numquam aciem viderint, confidant tamen, si exercitibus praeficiantur, se se praestantissimos belli duces illico evasuros. Quod vitii est in rebus civilibus atque in iis facultatibus quae sunt ad actones et ad reipublicae procurationem dispositae, idem videmus in litterarum et doctrinae studiis usu venire, in quibus, cum a ceteris facultatibus quibus non studuerunt, homines abstineatnt, nemo tamen est, qui non se ad poemata conficienda et ad historiam conscribendam aptum putet.

Quare sit ut aetate nostra plures fere rerum script0res quam actores habeamus, qui cum infeliciter inmultis suscepti muneris partibus versentur, tum in concionibus, quae gravissima et omnium maxima pars est, quaeque veluti oculus totum historiae corpus illuminat, ac proinde ingenio et eloquentia quam maxime opus habet, in primis peccant, idque dupliciter, nam alii ita ieiuni sunt, et exiles, ita nulla inventione, nulla amplificandi et exornandi vi, ut imbecillitate sua rem enervent ac deprimant, atque adeo obruant ac iugulent. Qui homines recte faciant si a concionibus abstineant rectius si historiam omnino non attingant: alii contrario vitio laborant, qui nimia ostentandi ingenii cupiditate provecti legis historiae obliviscuntur, easque orationes, easque sententias loquentibus affingunt, quae neque loquentibus ullo modo conveniant, neque non modo verae non sint, sed ne verisimiles quidem. Qui homines mihi non intelligere videntur quantum inter philosophum in scholis, atque in coetu doctorum et ingeniosorum virorum disputantem, praeceptaque vivendi tradentem, et civilem virum in concione, et in imperitorum turba verba facientem intersit, neque meminisse quantum utriusque munera inter se discrepent. Est enim philosophi de proposita quaestione prolixe et copiose disserere, eamque omni argumentorum genere tractare ac rem disputandi subtilitate enucleare et veritatem ad tenue limare easque rationes et sententias saepe afferre, quae ab imperitorum sensu et intelligentia sint disiunctae.

At longe diversa dicendi via in foro concionanti aut etiam in senatu verba facienti ingredienda est; nam neque infinitam illam argumentorum copiam persequi necesse habet, quam multitudinis aures aliis negotiis distentae ferre non possunt, rationibusque in disserendo iis uti debet, quae in medio positae et in usu atque in hominum more et sermone versantur, quaeque non a vulgari genere orationis, neque a consuetudine communis vitae abhorreant, in quibus denique nihil sit reconditi aut longe petiti ut demum rationes quas afferat a re ipsa subiici, non a concionantis ingenio fingi et excogitari videantur, in primis ne scholam redoleant, sed omnis oratio ad aures et sensus audientium accommodetur.

Aliter enim fidem et auctoritatem amittet auditoresque ita concionantem non ad suadenda quae in rem iudicat, sed ad ipsos decipiendos processisse existimabunt a quibus vitiis quemadmodum ii, qui vel ad multitudinem vel ad exercitum vel in senatu vel in consiliis regum verba faciunt solent abstinere, neque oratione nimis in speciem elaborata utuntur, neque sententias ac rationes nimis reconditis e locis erutas aut nimis longe accersitas consueverunt usurpare, ita bonus quoque historicus in prosopopoeia virorum prudentia et ingenio praestantium inducenda ab illis ipse quoque abstinebit, neque quae dici possint, studiose undique conquisita sine ullo delectu in concionibus inculcabit, sed quae rationes ac sententiae hominibus in foro ac curia diu multumque versatis venire in mentem solent, eas illos dicentes inducet cumque verisimile sit illos ita locutos, quis tandem falsi historicum praesertim diligentem arguere possit? Aut pugnare, non ita concionantem locutum? Cum praesertim historiae scriptor neque gregariis militibus, neque de infima plebe hominibus in quorum oratione propter humilitatem ac propter rerum inscitiam nulla sit auctoritas ac pondus neque rursus hominibus qui in scholis atque in otio litterarum totam aetatem egerint civilium usuum expertibus conciones assignet, sed eos viros loquentes faciat, quos verum est locutos esse, hoc est, quorum consilium et prudentia multis locis spectata sit, quique magnum usum in rerum administratione ac proinde magnam auctoritatem consecuti sint, vel aliquam neque eam infimam reipublicae partem gerant. Qui haec non servant historiae scriptores neque hunc hominum et rerum dlectum habent, sed quaecumque passim inculcant atque in exquisitis et abditis rationibus et a communi usu et sensu remotis quaeque vulgarem captum superent, inveniendis et excogitandis, ,ac confingendis ingeniosi videri volunt ii neque eam quam nimis avide consectantur, gloriam assequentur et mendacii se ipsos arguunt, quod crimen cum omni professioni turpe est, tum vero in historia abominandum.

At qui ad clarorum scriptorum imitationem se se conformant, illorumque insistunt vestigiis, ea dicunt in concionibus, quae homines communi, et usitata ac forensi prudentia praediti solent pronuntiare, argumentaque et rationes e schola petitas, quaeque reconditam illam sapientiam praeseferunt, ut ab auribus multitudinis et forensium virorum respuuntur, ita ipsi quoque reiiciunt, cumque eadem, quae quivis e numero prudentium et civilium virorum dicturus fuerat, ipsi dixerint, eo tamen modo dicent, quo nemo dicturus fuerat, mirasque sui admirationes excitabunt, quippe qui eloquentiae et ingenii vi facultateque dicendi et copia consecuti sint, ut res eaedem longe diversae videantur ab ipsis pronuntiatae resque per se humiles et exiles amplae ac magnae videanutur rhetoricis coloribus illustratae, verborumque splendore atque orationis vi auctae et ornatae, quam rem duobus Livii locis demonstrare sat habeo, cum innumeris possim.

A consilio manus cum Annibale conserendae Aemilium ad exercitum proficiscentem revocare aggreditur Fabius, cuius rei flagrantem cupiditatem collega Varro praeseferebat. Quis Fabium in hanc sententiam abnuat locutum? Non ideo se colloquium illius collegae petisse, quod animus pugnandi cupiditate insaniens, nihil sani consilii capere posset, quare omnem sibi cum ipso uno Aemilio esse orationem, monere se igitur illum magnopere ut stultissimo collegae et furentis multitudinis praelium deposcentis insanis vocibus constanter resistat; neque cum Annibale hoste tot victoriis feroce ullo modo manum conferat, quem cunctando et extrahendo haud dubie Romani sint superaturi, cum omnia illum deficiant, omniaque inimica et infesta unique circumstent in alieno et hostili solo omnium necessariarum rerum inopem et egentem, ut haud dubie onere, quod diu sustinere iam non possit, ipsis sedentibus, sineque ullo ipsorum, aut reipublicae discrimine sit opprimendus, contra ipsis omnia ad ducendum bellum abunde suppeditare, qui in sua terra tot civium et sociorum auxiliis circumsepti bellum gerant; proinde a fortuna praelii tentanda etiam atque etiem abstineat, neque rempublicam temere in tam praecipitem casum det, suumque ipsius Fabii exemplum et proximorum consulum sapientiam, potius quam Flaminii temeritatem sibi imitandam ducat. Quis igitur Fabium talem virum neget dixisse, quae res ipsa vel mediocriter sapienti fugessisset, quaeque ciuvis vel tardo ingenio, modo idem cum Fabio sentiret, venissent in mentem. Age videamus, quemadmodum illa ipsa a Fabio pronuntiata Livius nihil de suo ad sententiam addens, nullasque reconditas rationes conquirens admirabili eloquentia sua explicet atque exornet, ut cum nihil a Fabii sententia recedat eademque dicat, longe tamen plura et praeclariora dicere videatur, qua in re neque a veritate deflectitur et maior ingenii et eloquentiae vis exprimitur, quam innumero exquisitarum rationum et confictorum argumentorum agmine veritatem obruendo; oratio a Livio ita composita est:

Si aut collegam, id quod mallem, tui similem, L. Aemili haberes aut tu collegae similis esses[64], supervacanea esset oratio mea; nam et duo boni consules, etiam me tacente[65], omnia e republica fide vestra faceretis, et mali nec mea verba auribus vestris nec consilia animis acciperetis. Nunc et collegam tuum et te talem virum intuenti mihi tecum omnis oratio est, quem video nequidquam et virum bonum et civem fore, si altera parte claudicet respublica[66] malis consiliis idem ac obis iuris et potestatis erit. Erras enim, Luci Paulle, si tibi minus certaminis cum C. Terentio quam cum Annibale futurum censes; nescio an infestior hic adversarius quam ille hostis maneat; et[67] cum illo in acie tantum, cum hoc omnibus locis ac temporibus certaturus es; adversus Annibalem, legionesque eius tuis equitibus ac peditibus pugnandum tibi est, Varro dux tuis militibus te est oppugnaturus. Ominis etiam tibi causssa absit C. Flaminii memoria. Tamen ille consul demum et in provincia et ad exercitum coepit furere: hic, priusquam peteret consulatum, nunc[68] quoque consul, priusquam castra viderit[69] aut hostem, insanit. Et qui tantas iam nunc procellas proelia atque acies iactando inter togatos ciet, quid inter armatam iuventutem censes facturum? Et ubi extemplo verba res[70] sequitur? Atqui si hic, quod facturum se denuntiat, extemplo pugnaverit, aut ego rem militarem, belli hoc genus, hostem hunc ignoro, aut nobilior alius Trasymeno[71] locus nostris cladibus erit. Nec gloriandi tempus adversus unum est, et ego contemnendo potius quam appetendo gloriam modum excesserim; sed ita res habet[72]: una ratio belli gerendi adversus Annibalem est qua ego gessi. Nec eventus modo hoc docet, stultorum iste magister est, sed eadem ratio, quae fuit futuraque donec res eaedem manebunt, immutabilis est. In Italia bellum gerimus, in sede ac solo nostro; omnia circa plena civium ac sociorum sunt; armis, viris, equis, commeatibus iuvant, iuvabuntque, id iam fidei documentum in adversis nostris rebus[73] dederunt; meliores prudentiores, constantiores nos tempus diesque facit. Annibal contra in aliena, in hostili est terra inter omnia inimica infestaque, procul a domo, procul a[74] patria; neque illi terra neque mari est pax; nullae eum urbes recipiunt[75], nulla moenia; nihil usquam sui videt, in diem rapto vivit; partem vix tertiam exercitus eius habet quem Iberum amnem traiecit; plures fames quam ferrum absumpsit[76]; nec his paucis iam victus suppeditat. Dubitas ergo quin eum sedendo superaturi simus[77] qui senescat in dies? Non commeatus, non supplementum, non pecunias habeat? Quandiu pro Geryonis[78], castelli Apuliae inopis, tamquam pro Carthaginis moenibus pugnaturum est, sed[79] ne adversus te quidem gloriabor[80]: Gneus Servilius[81] atque Attilius, proximi consules, vide quemadmodum eum ludificati sint. Haec una salutis est via, L. Paulle, quam difficilem infestamque cives tibi magis quam hostes facient. Idem enim tui quod hostium milites volent; idem Varro consul Romanus quod Annibal Poenus imperator cupiet. Duobus ducibus unus resistas oportet. Resistes autem, adversus famam rumoresque hominum si satis firmus steteris, si te neque collegae vana gloria neque tua falsa infamia moverit. A veritate[82] laborare nimis ius saepe aiunt, extingui numquam. Gloriam qui spreverit, veram habebit. Sine timidum pro cauto, tardum pro considerato imbellem pro perito belli vocent. Malo te sapiens hostis metuat quam stulti cives laudent. Omnia audentem contemnet Annibal, nil temere agentem metuet. Nec ego ut nihil agatur[83] sed ut agentem te ratio ducat, non fortuna moneo[84]; tuae potestatis semper tuaque[85] omnia sint; armatus intentusque sis; neque occasioni tuae desis neque suam occasionem hosti des. Omnia on properanti certa claraque[86] erunt; festinatio improvida est et caeca.

Haec Livius.[87] Age alterum locum subiungamus, non minore verborum splendore illustratum neque minoribus ornamentis variatum et amplificatum, ne verbo quidem ad sententiam addito. Cum legati captivorum qui e Cannensi clade superfuerant et in potestatem hostium venerant permissu Annibalis Romam venissent, iureiurando dato, se se legatione obita reversuros, miserabilique oratione calamitates suas senatui exposuissent petissentque, ut tot civium suorum misericordia patres caperet, eosque e durissima servitute redimere in animum inducerent; ac multi ex senatoribus lugentium fletu et supplicium imagine flecterentur. L. Manlius Torquatus vir priscae severitatis ac gentilitiae duritatis acerba et vehementi oratione in eorum ingnaviam invectus illos nullo modo redimendos censuit; qui cum silentio noctis omnibusque apud hostem solutis et neglectis acri eruptione n tutum evadere potuerint, id tentare ausi non sint, neque prae timore fortissimam illam sexcentorum manum, quae duce Sempronio per summam virtutem et audaciam per medios hostes incolumis erupit, secuti, sed subita ac turpi deditione se se, et castra hosti prodiderint. Oratio Livii talis est:

Si tantummodo postulassent legati pro iis qui in hostium potestate sunt ut redimerentur, sine ullius insectatione eorum brevi sententiam peregissem; quid enim aliud quam admonendi essetis ut morem traditum a patribus necessario ad rem militarem exmplo servaretis? Nunc autem, cum prope gloriati sint quod se hostibus dederint[88], praeferrique non captis modo in acie ab hostibus sed etiam iis qui Venusiam Canusiumque pervenerunt atque ipsi C. Terrentio consuli aequum censuerint, nihil vos eorum, patres conscripti, quae illic acta sunt ignorare patiar. Atque utinam haec, quae apud vos acturus sum, Canusii apud ipsum exercitum agerem, optimum testem ignaviae cuiusque et virtutis, aut unus[89] saltem adesset P. Sempronius, quem si isti ducem secuti essent, milites hodie in castris Romanis non captivi in hostium potestate essent. Et[90] cum fessis pugnando hostibus, tum victoria laetis et ipsis plerisque regressis in castra sua, noctem ad erumpendum liberam habuissent, neque[91] per se ipsi id facere conati sunt neque alium sequi voluerunt. Nocte prope tota P. Sempronius Tuditanus non destitit admonere adhortarique[92] eos, dum paucitas hostium circa castra, dum quies ac silentium esset, dum nox incoeptum tegeret[93], se ducem sequerentur: ante lucem pervenire in tuta loca, in sociorum urbes posse. Sicut[94] avorum memoria P. Decius tribunus militum in Samnio, sicut[95] nobis adolescentibus priori[96] Punico bello Calpurnius Flamma trecentis voluntariis, cum ad tumulum eos capiendum situm inter medios hostes duceret[97], dixit: “moriamur, milites, et morte nostra eripiamus ex obsidione circumventas legiones”, si hoc P. Sempronius diceret, nec viros quidem nec Romanos vos duceret, si nemo tantae virtutis existeret[98] comes. Viam non ad gloriam magis quam ad salutem ferentem demonstrat; ducem se[99] in patriam ad parentes, ad coniuges ac liberos facit. Ut servemini, deest vobis animus: quid, si moriendum pro patria esset, faceretis? Quinquaginta millia civium sociorumque circa vos eo ipso die caesa iacent. Si tot exempla virtutis non moverunt[100], nihil umquam movebit; si tanta clades vobis[101] vilem vitam non fecit, nulla faciet. Liberi atque incolumes desiderate patriam; imo desiderate, dum patria est, dum cives eius estis. Sero nunc desideratis, diminuti capite, abalienati iure civium servi Carthaginensium facti. Pretio redituri estis eo unde ignavia ac nequitia abestis[102]? P. Sempronium civem vestrum non audistis arma capere ac se iubentem sequi[103]; Annibalem paullo post[104] audistis castra prodi et arma trandi iubentem. Quam[105] ego ignaviam istorum accuso, cum scelus possim accusare? Non enim modo sequi recusarunt bene monentem sed obsistere ac retinere conati sunt, ni strictis gladiis viri fortissimi inertes summovissent. Prius, inquam P. Sempronio per civium agmen quam per hostium fuit erumpendum. Hos cives patria desideret, quorum si ceteri similes fuissent, neminem hodie ex iis qui ad Cannas pugnaverunt, civem haberet? E millibus septem armatorum sexcenti extiterunt qui erumpere auderent, qui in patriam liberi atque armati redirent, neque iis quadraginta millia hostium[106] obstitere: quam tutum inter duarum prope legionum agmini futurum censetis fuisse? Haberetis hodie viginti millia armatorum Canusii fortia, fidelia, patres conscripti. Nunc autem quemadmodum hi boni fidelesque (nam “fortes” ne ipsi quidem dixerint) cives esse possunt? Nisi quis credere potest fuisse[107] qui erumpentibus, quin[108] erumperent, obsistere conati sunt, aut non invidere eos cum incolumitati, tum gloriae illorum per virtutem partae, cum sibi timorem ingaviamque servitutis ignominiosae caussam[109] sciant. Maluerunt in tentoriis latentes simul lucem atque hostem expectare, cum silentio noctis erumpendi occasio esset.

At enim ad erumpendum e castris defuit animus, ad tutanda fortiter castra animum habuerunt; dies noctesque aliquot obsessi armati[110], se ipsi tutati vallo sunt; tandem ultima ausi passique, cum omnia subsidia vitae deessent affectisque fame viribus arma iam sustinere nequirent, necessitatibus magis humanis quam armis victi sunt. Orto sole hostis ad vallum accessit[111]; ante secundam horam, nullam fortunam certaminis experti, tradiderunt arma ac se ipsos. Haec vobis ipsorum[112] per biduum militia fuit. Cum in acie stare ac pugnare decuerat, tum[113] in castra refugerunt; cum pro vallo pugnandum erat, castra tradiderunt, neque in acie neque in castris utiles. Vos[114] redimam? Cum erumpere castris[115] oportet, cunctamini ac manetis; cum manere et castra tutari[116] necesse est, et castra et arma et vos ipsos traditis hosti. Ego non magis istos redimendos, patres conscripti, censeo quam illos dedendos Annibali qui per medios hostes e castris eruperunt ac per summam virtutem se patriae restituerunt.

Hactenus Livius.[117] Nihil amplius sententia complectitur quam ea quae superius proposui, quaeque minus decima verborum parte perstrinxi, nec quidquam praeterea rationum aut conquisitorum argumentorum inculcat oratio a Livio composita, si quis singula verba acri attentione perpendat. Qui autem paucioribus quivis quamvis infans, qui non redimendos captivos censeret, agere potuisset? Ut nemo inficiari possit omnia haec non modo verisimiliter, sed necessario a Manlio pronunciata, nihilque propterea a veritate declinare Livium, neque quidquam de suo affingere nisi ornamenta et rhetorum pompam quae dictionem illustrant, veritatem non corrumpunt.

Quid est igitur quod isti vociferentur? Caelum ac terras misceant? Clament pro historiis poemata nos habere? Ecquid intelligunt quam magno conatu, magnas nugas dicant? Atenim non omnes Livii similes sunt, sed saepe historiam scribentes senatorem ac civilem virum in omni litterarum et studiorum genere rudem, aut virum militarem omnis elegantis eruditionis plane expertem, quique scholas vix umquam nominari audierit, in re improvisa ac subita orationem habentem inducunt ita omnibus coloribus artis pictam, ut rhetorum officinas omnes pene compilasse videantur, eamque acutissimorum argumentorum et conquisitissimarum rationum vim infarciunt, quae otiosus philosophus annua meditatione perfectumque civilem virum informare intendens vix inveniat. Ut hoc illis dem quid tum postea? An unius error omnibus invidiosus esse debet paucorumque inscienter facultate scribendi abutentium invidia omnem historicorum coetum premi aequum est? Pravum usum concionum damnent, conciones ipsas ne tollant, nam eadem opera omnia artificia tollant licebit, si nonnullorum artificum inscitiam qui opus imperitia sua corrumpunt ad artificia ipsa transferant. Dicet aliquis quid? Non haec saltem rhetorum ornamenta, quae passim in orationibus inculcantur atque adeo multo maximam partem illarum occupant, ficta ese concedis atque a concionantibus ne cogitata quidem? Quaeque hominum videlicet nulla eleganti eruditione perpolitorum facultatem et captum superantia ne somniari quidem ab illis potuerint? Quomodo igitur non fallant qui ea homines loquentes faciant quaecumque tandem et cuiuscumque generis sint quae numquam illi locuti sint? Quomodo igitur ex hoc laqueo te evolves? Nullus est facilior exitus. Plurimum inter se differre dico, alia dicere atque alio modo dicere, is enim qui alia dicit mentitur profecto at non is qui alio modo dicit.

Ut recte Diogenes dialecticam et rhetoricam eandem facultatem esse dixerit, nec quidquam referre quod alio modo res explicet: dialectica nimirum arcte et compresse, rhetorica ample ad diffuse, ut non alia est manus pugno compresso ac palma extenta, quam rem perspicuo exemplo planam facio. Si quis dixerit regem Hispaniarum omnium opulentissimum decem eximios equos nec quidquam praeterea Pontifici Maximo dono misisse, vel decem psitacos humanam vocem mirifice imitantes nec quidquam praeterea mentitus is profecto fuerit qui nihil praeterea dixerit si rex una cum equis decem quoque mulos miserit aut una cum psitacis decem Indicas simias. At si rex equos tantummodo verum illos textili aureo aut purpura egregio aureo opere picta instratos ad hoc aureis frenis aureisque ephippiis ornatos vel psitacos tantummodo, verum aureis caveis inclusos miserit, si quie hunc mentitum dicat quod nihil praeterea misisse dixerit regem, ineptam scilicet superstitionem ita disputantis ridebimus, atqui longe maioris pretii sunt stragula et ephippia, eureae item caveae quam mulae aut simiae, quid ita igitur virum stolide cautum ridebimus? Quia mulae et simiae aliae prorsus sunt res suumque proprium usum habent, at stragula et caveae quamvis pretisiores multo non tamen res sunt quae per se comparentur, aut ullum habeant per se usum, sed quae veluti partes sint rerum quibus adduntur ac tamquam illarum appendices et ornamenta ut conspectius et magnificentius ac tanto rege munus dignum faciant. Ita rhetorum flores ac pigmenta verborumque insigna non tamquam res concionibus adduntur, sed quae lumine suo splendore concionibus addant, ut historiae maiestas postulat.

Atque ego nescio cur tantopere isti a prosopopoeia abhorreant, cum iidem obliquas conciones non tollant, quasi vero minus sint hae quam illae elaboratae minoribusque verborum et sententiarum luminibus, hae quam illae soleant insigniri? Ac quasi non eadem in his quae in illis valeat veritatis consideratio, quam si addita ornamenta vitiant, utrumque concionis genus aeque explodendum est, aeque enim utrumque iisdem figuris et oratorum pigmentis illustrari. Hoc unum Livii exemplum quod subiiciam liquido demonstrabit[118]:

Audiebantur itaque propalam voces exprobrantium multitudini, quod defensores suos in precipitem semper[119] locum favore tollat, deinde in ipso discrimine periculi destituat: sic Sp. Cassium in agros plebem vocantem, sic Sp. Melium ab ore civium famem suis impensis propulsantem oppressos, sic M. Manlium mersam et obrutam foenore partem civitatis in libertatem ac lucem extrahentem proditum inimicis; saginare plebem populares suos ut iugulentur. Hoccine patiendum fuisse, si ad nutum dictatoris non responderit vir consularis? Fingerent mentitum ante atque adeo non habuisse quod tum responderet; cui servo umquam mendacii poenam vincula fuisse? Non obversatam esse memoriam noctis illius quae pene ultima atque aeterna nomini Romano fuerit? Non speciem agminis Gallorum per Tarpeiam rupem scandentis? Non ipsius M. Manlii, qualem eum armatum, plenum sudoris ac sanguinis ipso pene Iove erpto ex hostium manibus vidissent? Selibrisne farris gratiam servatori patriae relatam? Et quem prope caelestem, cognomine certe Capitolino Iovi parem fecerint eum pati vinctum in carcere, in tenebris obnoxiam carnificis arbitrio ducere animam? Adeo in uno omnibus satis auxilii fuisse, nullam opem in tam multis uni esse?

Quod tandem exornationis genus quod quidem subiecta res capere possit, hoc in loco omissum est? Atque ego non intelligo qualem isti historicam narrationem esse oportere existiment. Equidem eam optimam esse statuo quae naturam ducem sequatur, ad quam bonus historicus scriptionem suam dirigere debet, quotidianus autem loquendi usus docet, ita naturam ferre ut in referendis hominum sermonibus quos aut privatim aut pulice habuerint, eos modo in prima persona, modo in tertia referamus, idque re non cogitata sed natura ipsa rei ita monente, neque quenquam discrimen hoc animadvertere ut reprehendere, quin etiam si aliter fiat absurdam et ineptam videri narrationem ac naturae repugnantem illaque aures audientium vehementer offendi; quae nonnullis in locis personam ipsam loquentem requirunt in nonnullis omissa prosopopoeia sermonem a narrante in tertia persona pronuntiatum. Ita in historia alia sunt loca quae prosopopoeiam alia quae obliquam orationem postulant, quae loca facilius eruditorum auribus diuturnaque bonorum scriptorum lectione a peritis possunt discerni quam oratione cuiusquam indicari (pp. 31-47).

 

14. Cartas de Jerónimo Zurita y Antonio Agustín, diciembre de 1578-enero de 1579, en Juan Francisco Andrés de Uztarroz y Diego José Dormer, Progresos de la historia en Aragón y vida de sus cronistas desde que se instituyó este cargo hasta su extinción. Primera parte, que comprende la biografía de Gerónimo Zurita, Zaragoza, Herederos de Diego Dormer, 1680.

Carta 32, de A. Agustín a J. Zurita, de 5 de diciembre de 1578: La historia de v.m. comparada con los historiadores españoles que hasta agora han salido a luz es muy buena y aventajada, pero no tiene todas las partes que tienen los griegos y latinos buenos, y lo que más se echa de ver es la falta de oraciones diretas y oblicuas que en Tucídides y Livio y Salustio dan gran ornamento a su historia. En los comentarios de César están más disimuladas, pero haylas, y Cornelio Tácito, el ídolo de v.m., aunque es duro y bajo de lengua, tiene buenas oraciones y breves. Las del Guichardino tengo yo en mucho, y algunas de Paulo Jovio; de las de Hernando del Pulgar no me acuerdo, oféndeme tanto el acabar las cláusulas con el verbo a la postre y otras cosas dél, que aunque se levanta más que otros, lo tengo por bárbaro, como a Garibay y a Fray Gauberto (p. 414b).

Carta 33, de J. Zurita a A. Agustín, de 12 de diciembre de 1578: ¿Pues quién no verá que ésta [su historia] va desnuda de todo lo bueno que aquéllas [las de los autores antiguos] tienen, y que le falta todo el atavío y buena composición, y que los capítulos es cosa muy lega y vulgar, aunque admitida por los griegos, y que debía ser una continuación perpetua? Conforme a esto, yo veo bien lo de las oraciones oblicuas y rectas, y no me parece bien del todo la opinión de Trogo que las condena, pues los más excelentes griegos y latinos las usaron tan acordadamente. A mí me pareció faltarme mucho caudal para esto, y cuando le tuviera, si había de procurar que fuese con aquella imitación, se habían de dejar infinitas cosas, que es menos inconveniente que no se hayan perdido que andar retoricando y perdiendo el crédito en lo principal. Mayormente que en la Historia del Rey Católico van algunas que están ordenadas muchos años antes que yo tuviese el aviso y parecer de V.S. y aquéllas no se pusieran sino con fundamento de haber pasado en realidad de verdad, si no todo, mucha parte dello, pues sobre lo cierto y sabido se puede poner alguna joya en lugar que no pareciese falta (pp. 415b-416a).

Carta 34, de A. Agustín a J. Zurita, de 22 de diciembre de 1578: En lo de la falta de oraciones, no es conforme a los comentarios de César ni a los anales de Tácito, donde hay oraciones. Otra cosa me ofende mucho, el hacer las embajadas o respuestas en lenguaje zafio de aquel tiempo, el cual yo por cortesía llamo dórico; lo demás verá v.m. en esos papeles (p. 419b).

Carta 35, de J. Zurita a A. Agustín, de 13 de enero de 1579: En lo de la falta de oraciones, modo de disponer de mi historia, y autoridad con que entré en este oficio, quiero dar cuenta a V.S. como a tan gran señor mío de lo que pasa, porque espero que me dará V.S. en esto crédito, “praesertim cum historiam scribam”, como dice Cicerón de aquél que estaba en la compañía de su hermano en la provincia. Cuando se ordenó por aucto de corte que se encargase esto a alguna persona […] Finalmente dice V.S. en su carta que otra cosa le ofende mucho, el hacer las embajadas o respuestas en lenguaje zafio de aquel tiempo, al cual V.S. por cortesía llama dórico. Yo no sé que tal cosa como ésta haya en mi libro, fuera de lo que pongo a la letra que se dice por oración recta, aunque es así que en algunas pláticas oblicuas pongo alguna palabra de las antiguas para que se entienda que es verdadera y cierta respuesta, y no fingida, y creo que desto hay algo en Livio, como lo del Asiagtones, tratando de la censura de Catón, lo que ni Sigonio ni otro, que yo sepa, lo ha advertido y si esto ofende a V.S. agradará a otros, que tienen tan buen gusto de la lengua castellana como V.S. (pp. 423b-424b).

 

15. Alessandro Sardi, Antimacho, dei precetti historici, en Discorsi, Venecia, appresso i Gioliti, 1586 [edición facsimilar en Eckhard Kessler, Theoretiker humanistischer Geschischtsschreibung, Munich, Wilhelm Fink Verlag, 1971].

Laudate sono le concioni cesariane, brevemente ristrette per relatione dei capi, le quali né interrompono il corso della narratione né indarno affaticano il lettore, né appaiono finte come fanno e come sono le altre concioni, da alcuni vituperate per la fittione contraria sempre alle leggi della historia. Pur ancora tali concioni sono permesse in lei fatte da capitani, da consiglieri et da ambasciatori, et non troppo frequentemente. Perché così lo historico sotto coperta di altra persona può discoprire cause, consigli, attioni preterite, successi, giuditio et essempli che non può fare per se stesso. I capitani parlino ai soldati più breve o più difusamente secondo la occasione, essortandoli alla vittoria o per il numero o per il valore loro, per il sito del luogo, per la giustitia, per il premio, per la gloria. Vaghino più i consiglieri in urgente causa, in risolutione difficile, et similmente gli ambasciatori proponendo et rispondendo. I precetti rhetorici insegneranno di formare queste concioni; io ben dirò che esse verisimilmente rappresentino la persona indotta a parlare, non facendo che il capitano philosophiche, il principe theologizi, che il prelato dica militarmente. Esse sieno de compositura facile et fluente, no difficile né torta; di parole tanto significanti che quasi adequino i sensi; et sensi non superflui, non oscuri per brevità o accutezza loro, ma necessarii et chiari, presi da luoghi noti, non dagli intimi recessi di philosophia, et delle leggi; et tali che altri in loro riconosca l’ardire, la cautezza, la prudentia, la gravità, il timore, la temerità, l’astutia, la bassezza di chi parla, il danno et l’utile publico o privato et tutto il resto attorno che elle si volgono (pp. 155-156).

 

16. Juan Costa, De conscribenda rerum historia libri duo, quibus continentur totius historiae institutionis brevissima, et absoluta praecepta, Zaragoza, ex officina Laurentii Robles, 1591.

Quomodo et qualis diversis personis oratio tribuenda sit in historiae narratione.

In narrandis autem rebus curandum est sedulo ne aliqueo modo ab ordine discedamus quem in eis gerendis bellorum auctores secuti fuerunt, ita ut suum cuique concedamus exponamusque quid cum laude dixerint aut fecerint ipsi reges, duces, milites et aliae personae. Expediet etiam aliquando arbitratu nostro ratiocinari, si de re gravi instituendo sit sermo, qualis esse debeat cuiusque personae oratio, ne quid forte indecenter, aut quod minus, ad rem ipsam pertineat, in historia dicatur. In quo sane excessus vituperandus esset, sic enim oportet cuique personae orationem aptare, ut cum omnes dilucide distincteque loquantur, alium regibus sermonem tribuamus, alium legationibus atque mandatis, alium ducibus in excitandis ad proelium militum animis, diversum denique militibus, vel quando regem, vel quando exercitus principes, vel quando inter se familiariter, aut domestice allocuntur. Quod ab historicis mutuatum Oratius caecinit his carminibus:[120]

Intererit multum davusne[121] loquatur an heros

Maturusne senex an adhuc florente iuventa

Fervidus, an[122] matrona potens an sedula nutrix,

Mercatorne vagus cultorne virentis agelli,

Colchus an Assyrius, Thebis nutritus an Argis.

Loquentis igitur persona decorum maxime observare oportet; huc pertinent conciones, quae ad suadendum, vel dissuadendum in consultationibus proponuntur, vel ad sententiam dicendam; litterae quae ad alios mittuntur, quae incidunt saepe in ipso narrationum progressu. Nam si duces suos milites ad virtutes cohortentur, gravi oratione opus est, si dehortentur timida, pericula explicante, et animos adimente. Iuvabit ad hanc rem nosse loquentium naturam, mores, ingenium, ne eis diversum, quam ista postulent, sermonem tribuamus; sed regibus magnificam et imperantem; ducibus prudentem et gravem; militibus humilem et tenuem orationem impartiamur. Caeterum cum nihil in historiis neque urbanius, neque frequentius videamus, quam in ipso narrationis cursu a personis saepe auctoritate gravibus uberes ac congruentes conciones et orationes haberi, quae sane historiae plerunque dignitatem, non raro ornatum, saepe venustatem impartiuntur.

Afferam hoc loco ex varia Livii historia selectarum aliquot orationum exempla, cum magistratum, tum aliarum personarum, quae cum gravissimae absolutissimaeque extiterint, sibi futuri historici ad imitandum tanquam potiora exempla proponant. Est enim in concionibus orationibusque referendis Livius iucundus, dulcis, grandilocus, candidus, effussus et supra quam dici possit, eloquentissimus; quo nullus melius commendavit mitiores affectus omniaque cum rebus, tum personis melius accommodavit, cuius lactea ubertas lectorem detinet, recreat, pascit omnibusque affectibus commovet, ita ut qui eius facundiae aliquid addat, aud medat, id omne non magis ab ea quam ab ipsamete elegantia detraxisse videatur. Is igitur regiae orationis exemplum tale proponit Philippi Macedoniae Regis, qui filio Perseo patricida exheredato, libere Antigono regi macedonicum suum regnum offert, eumque hoc modo alloquitur:[123]

“Quando in eam fortunam veni”, inquit, “Antigone, ut orbitas mihi, quam alii detestantur parentes, optabilis esse debeat, regnum quod a patruo tuo forti, non solum fideli tutela eius custoditum et auctum etiam accepi, id tibi tradere in animo est. Te unum habeo quem dignum iudicem; si neminem haberem, perire et extingui id mallem quam Perseo scelestae fraudis praemium esse. Demetrium excitatum ab inferis restitutumque credam mihi, si te, qui morti innocentis, qui meo infelici errori unus inlachrimasti, in locum eius substitutum relinquam”.

 

Idem Tullum hostilium Romanorum regem de proditione Metii Albanorum ducis cum Romanis et Albanis ita loquentem intoducit:[124]

Tum ita Tullus inquit[125]: “Romani, si unquam ante alias ullo in bello fuit quod primum diis immortalibus gratias ageretis, deinde vestrae ipsorum virtuti, hesternum id proelium fuit. Dimicatum est enim non magis cum hostibus quam (quae dimicatio maior ac periculosior est) cum proditione ac perfidia sociorum. Nam, ne vos falsa opinio teneat, iniussu meo Albani subiere ad montes, nec imperium illud meum sed consilium et imperii simulatio fuit, ut nec nobis ignorantibus deseri vos averteretur a certamine animus et hostibus circumveniri se a tergo ratis terror ac fuga iniiceretur. Nec ea culpa quam arguo omnium Albanorum est: ducem secuti sunt, ut et vos, si quo ego inde agmen declinare voluissem, fecissetis. Metius ille est ductor itineris huius, Metius idem huius machinator belli, Metius foederis Romani Albanique ruptor. Audeat deinde talia alius, nisi in hunc insigne iam documentum mortalibus dedero”.

 

Centuriones armati Metium circunsistunt; rex caetera ut orsus erat, peragit: “Quod bonum faustum felixque sit populo Romano ac mihi vobisque, Albani, populum omnem Albanum Romam traducere in animo est, civitatem dare plebi, primores in patres legere, unam urbem, unam rem publicam facere. Ut ex uno quondam in duos populos Albana divisa[126] res est, sic nunc in unum redeat”. Ad haec Albana pubes inermis ab armatis septa in variis voluntatibus communi tamen metu cogente silentium tenet. Tum Tullus “Meti Suffeti”[127], inquit, “si ipse discere posses fidem ac foedera servare, vivo tibi ea disciplina a me adhibita esset; nunc, quoniam tuum insanabile ingenium est, tu[128] tuo suplicio doce humanum genus ea sancta credere quae a te violata sunt. Ut igitur paulo ante animum inter Fidenatem Romanamque rem ancipitem gessisti, ita iam corpus passim distrahendum dabis”.

 

Est etiam apud eundem elegans Quin. Fabii dictatoris exemplum, qui brevi oratione adirumpendum in hostes et ulciscendam civium Romanorum necem, ac recuperandam a Samnitibus coloniam milites Romanos hoc modo hortatus est:[129]

“Locis” inquit “angustis, milites, deprehensi, nisi quam victoria patefecerimus viam nullam habemus. Stativa nostra munimenta[130] satis tuta sunt sed inopia eadem infesta; nam et circa omnia defecerunt unde subvehi commentus[131] poterant et, si homines iuvare velint, iniqua loca sunt. Itaque non frustrabor ego vos castra hic relinquendo, in quae infecta victoria sicut pristino die vos recipiatis. Armis munimenta, non munimentis arma tuta esse debent. Castra habeant repetantque quibus operae extrahere[132] bellum: nos omnium rerum respectum praeterquam victoriae nobis abscindamus[133]. Ferte signa in hostem; ubi extra vallum agmen excesserit, castra quibus imperatum est incendant; mala[134] vestra, milites, omnium circa qui defecerunt populorum praeda sarcientur”. Ea[135] oratione dictatoris, quae necessitatis ultimae index erat, milites accensi vadunt in hostem, et respectus ipse ardentium castrorum, quamquam proximis tantum (ita enim iusserat dictator) ignis est subditus, haud parvum fuit irritamentum.

 

Quibus quidem verbis, cum iam nulla esset spes salutis relicta tantopere ad vindictam animos militum imflammavit, ut incredibili Martis furore incensi Samnites aggrederentur, eosque et vicerint, et eorum castra prorsus diripuerint. Legatus Tusculanorum a patribus conscriptis apud eundem huiusmodi in senato habita oratione pacem et civitatem simul impetravit:[136]

“Quibus” inquit “bellum indixistis intulistisque, patres conscripti, sicut nunc videtis nos stantes in vestibulo curiae vestrae, ita armati paratique obviam imperatoribus legionibusque vestris processimus. Hic noster, hic plebis nostrae habitus fuit eritque semper, nisi si quando a vobis proque vobis arma acceperimus. Gratias agimus et ducibus vestris et exercitibus, quod oculis magis quam auribus crediderunt, et ubi nihil hostile erat ne ipsi quidem fecerunt. Pacem, quam nos praestitimus, eam a vobis petimus; bellum eo, sicubi est, avertatis precamur; in nos quid arma polleant vestra, si patiendo experiundum est, inter nos[137] experiemur. Haec mens nostra est, dii immortales faciant, tam felix quam pia. Quod ad crimina attinet quibus moti bella[138] indixistis, etsi revicta rebus verbis comfutare nihil attinet, tamen, etiam si vera sint, vel fateri nobis ea, cum tam evidenter paenituerit, tutum censemus. Peccetur in vos, dum digni sitis, quibus ita satisfiat”.

 

Apud eundem eleganter exculta oratione legati Locrensium in senatu de Quin. Pleminio praefecto militum Romanorum (commemoratis atrocissimis cladibus, quas sibi suisque militibus intulisset) ad hunc modum coram P. C. conqueruntur:[139]

Omnes deinde (inquit Livius) alias curas una occupavit postquam Locrensium clades, quae ignotae[140] ad eam diem fuerant, legatorum adventu vulgatae[141] sunt; nec tam Q. Pleminii[142] scelus quam Scipionis in eo aut ambitio aut negligentia iras hominum irritavit. Decem legati Locrensium obsiti squalore et sordibus in comitio sedentibus consulibus velamenta supplicum, ramos oleae (ut Graecis mos est), porrigentes[143] ante tribunal cum flebili vociferatione humi procubuerunt. Quaerentibus consulibus Locrenses se dixerunt esse, ea passos a Q. Pleminio legato Romanisque militibus quae pati ne Carthaginenses[144] quidem vellit populus Romanus; orare ut[145] sibi patres adeundi deplorandique aerumnas suas potestatem facerent.

 

Senatu dato, maior[146] natus ex iis: “Scio”, inquit[147], “quanti aestimentur nostrae apud vos querelae, patres conscripti, plurimum in eo momenti esse si prope[148] sciatis et quomodo proditi Locri Annibali sint et quomodo pulso Annibalis praesidio restituti in dicionem vestram; quippe si et culpa defectionis procul a publico consilio absit, et reditum in vestram ditionem appareat non voluntate solum sed ope etiam ac virtute nostra, magis indignemini bonis ac fidelibus sociis tam atroces atque indignas[149] iniurias ab legato vestro militibusque fieri. Sed ego causam utriusque defectionis nostrae in aliud tempus differendam arbitror esse duarum rerum gratia; unius ut coram P. Scipione, qui Locros recepit, quique omnibus[150] nobis recte perperamque factorum est testis, agatur; alterius quod qualescumque sumus tamen haec quae passi sumus pati non debuimus. Non possumus dissimulare, patres conscripti, nos cum praesidium Punicum in arce nostra haberemus, multa foeda indigna[151] et a praefecto praesidii Amilcare et ab Numidis Afrisque passos esse; sed quid illa sunt, collata cum his quae hodie patimur? Cum bona venia, quaeso, audiatis, patres conscripti, id quod invitus eloquar. In discrimine est nunc humanum omne genus, utrum vos an Carthaginenses[152] principes orbis terrarum videat. Sed[153] si ex his[154] quae Locrenses aut ab illis passi sumus aut a vestro praesidio nunc cum maxime patimur aestimandum Romanorum[155] ac Punicum imperium sit, nemo non illos sibi quam vos dominos praeoptet. Et tamen videte quemadmodum Locrenses in vos[156] animati sint. Cum a Carthaginensibus multo minores iniurias acceperimus[157], ad vestrum imperatorem confugimus: cum a vestro praesidio plus quam hostilia patiamur, nusquam alio quam ad vos quaerelas detulimus. Aut vos respicietis perditas res nostras, patres conscripti, aut ne ab diis quidem immortalibus, quod precemur quicquam superest.

 

”Q. Pleminius legatus missus est cum praesidio ad recuperandos[158] a Carthaginensibus[159] Locros et cum eodem ibi relictus est praesidio. In hoc legato vestro (dant enim animum ad loquendum libere ultimae miseriae) nec hominis quicquam est, patres conscripti, praeter figuram et speciem neque Romani civis praeter habitum[160] et sonum Latinae linguae; pestis ac bellua immanis, qualem[161] fretum quondam quo ab Sicilia dividimur ad perniciem navigantium circumsedisse fabulae ferunt. Ac si scelus, libidinem[162], avaritiam solus ipse exercere in socios vestros satis haberet, unam profundam quidem voraginem tamen patientia nostra expleremus: nunc omnes centuriones militesque vestros (adeo in promiscuo licentiam atque improbitatem esse voluit) Pleminios fecit; omnes rapiunt, spoliant, verberant, vulnerant[163], occidunt; construpant matronas, virgines, ingenuos raptos ex complexu parentum. Quotidie capitur urbs nostra, quotidie diripitur; dies noctesque omnia passim mulierum puerorumque qui rapiuntur atque asportantur ploratibus sonant. Miretur qui nesciat[164], quomodo aut nos ad patiendum sufficiamus aut alios[165] qui faciunt nondum tantarum iniuriarum satietas ceperit. Neque ego exequi possum neque vos[166] operae est audire singula quae passi sumus; communiter omnia complectar[167]. Nego domum ullam Locris, nego quemquam hominem iniuriae expertem[168] esse, nego ullum genus sceleris, libidinis, avaritiae superesse quod in ullo qui pati potuerit praetermissum sit. Vix ratio iniri potest uter casus civitatis[169] sit detestabilior, cum hostes bello urbem cepere an cum exitiabilis tyrannus vi atque armis oppressit. Omnia quae captae urbes patiuntur passi sumus et nunc[170] cum maxime patimur, patres conscripti; omnia quae crudelissimi atque importunissimi tyranni scelera in oppressos cives aedunt Pleminius in nos liberosque nostros et coniuges aedidit.

 

”Unum est de quo nominatim et nos queri religio infixa animis cogat et vos audire et exolvere rem publicam vestram religione, si ita vobis videbitur, velimus, patres conscripti; vidimus enim[171] quanta cerimonia non vestros solum colatis deos sed etiam externos accipiatis. Fanum est apud nos Proserpinae, de cuius sanctitate templi credo aliquam famam ad vos pervenisse Pyrrhi bello, qui cum ex Sicilia rediens Locros classe praeterveheretur, inter alia foedera[172] quae propter fidem nostram[173] erga vos in civitatem nostram facinora aedidit, thesauros quoque Proserpinae intactos ad eam diem spoliavit atque ita pecunia in navibus[174] imposita ipse terra est profectus. Quid ergo evenit[175]? Classis postero die foedissima tempestate lacerata omnesque naves quae sacram pecuniam habebant in littora nostra eiectae sunt; qua tanta clade edoctus deos esse, superbissimus rex pecuniam omnem inquisitam[176] in thesauros Proserpinae referri iussit. Nec tamen illi unquam postea prospere[177] quicquam evenit, pulsusque Italia ignobili atque inhonesta morte temere nocte ingressus Argos occubuit. Haec cum audisset legatus vester tribunique militum et mille alia quae non augendae religionis causa sed praesentis[178] deae numine saepe comperta nobis maioribusque nostris referebantur, ausi sunt nihilominus sacrilegas admovere manus intactis illis thesauris et nefanda praeda se ipsos ac domos contaminare suas.[179]

 

”Sed et nunc et saepe[180] alias dea suam sedem suumque templum aut tutata est aut a violatoribus gravia piacula exegit: nostras iniurias nec potest nec possit alius ulcisci quam vos, patres conscripti. Ad vos vestramque fidem supplices confugimus. Nihil nostra interest utrum sub illo legato sub illo praesidio Locros esse sinatis an irato Annibali et Poenis ad supplicium dedatis. Non postulamus ut extemplo nobis, ut de absente, ut indicta caussa credatis: veniat, coram ipse audiat, ipse diluat. Si quicquam sceleris quod homo in homines aedere potest in nos praetermisit, non recusamus quin et nos omnia eadem iterum si pati possumus patiamur et ille omni divino humanoque liberetur scelere”.

 

Scipionem autem electum contra Annibalem ducem, iam bellum Annibali illaturum gravi oratione, ut erat ipse Romanorum gravissimus, milites ad praesens bellum strenueque dimicandum exhortantem, Livius hoc modo introduxit:[181]

“Si eum exercitum, milites, educerem in aciem quem in Gallia mecum habui, supersedissem loqui apud vos; quid enim adhortari referret aut eos equites qui equitatum hostium ad Rhodanum flumen egregie vicissent, aut eas legiones cum quibus fugientem hunc ipsum hostem secutus confessionem cedentis ac detrectantis certamen pro victoria habui? Nunc quia ille exercitus, Hispaniae provinciae scriptus, ibi cum fratre Cn. Scipione meis auspiciis rem gerit ubi eum gerere senatus populusque Romanus voluit, ego, ut consulem ducem adversus Annibalem ac Poenos haberetis, ipse me huic voluntario certamini obtuli, novo imperatori apud novos milites pauca verba facienda sunt. Ne genus belli neve hostem ignoretis, cum his[182] est vobis, milites, pugnandum quos terra marique priori bello vicistis, a quibus stipendium per viginti annos exegistis, a quibus capta belli praemia Siciliam ac Sardiniam habetis. Erit igitur in hoc certamine vobis[183] illisque animus qui victoribus et victis esse solet. Nec nunc illi quia audent sed quia necesse est pugnaturi sunt, nisi[184] creditis, qui exercitu incolumi pugnam detrectavere[185], eos duabus partibus peditum aequitumque in transitu Alpium amissis qui plures pene perierint quam supersint plus[186] spei nactos esse. At enim pauci quidem sunt sed vigentes animis corporibusque, quorum robora ac vires vix sustinere vis ulla potest[187]. Effigies imo, umbrae hominum, fame, frigore, illuvie, squalore enecti, contusi ac debilitati inter saxa rupesque; ad haec perusti[188] artus, nive rigentes nervi, membra torrida gelu, quassata confractaque[189] arma, claudi ac debiles equi. Cum hoc equite, cum hoc pedite pugnaturi estis; reliquas extremas hostium[190], non hostes[191] habebetis[192], ac nihil magis vereor quam ne ante quam cum hoste[193] pugnaveritis, Alpes vicisse Annibalem videantur. Sed ita forsitan decuit, cum foederum ruptore duce ac populo deos ipsos sine ulla humana ope committere ac profligare bellum, nos autem[194], qui secundum deos violati sumus, commissum ac profligatum conficere.

 

”Non vereor ne quis me hoc vestri adhortandi causa magnifice loqui existimet, ipsum aliter animo affectum esse. Licuit mihi in Hispaniam, provintiam meam, ire[195] quo iam profectus eram, cum exercitu[196] meo, ubi et fratrem consilii participem ac periculi socium haberem et Asdrubalem potius quam Annibalem hostem et minorem haud dubie molem belli; tamen, cum praeterveherer navibus Galliae oram, ad famam huius hostis in terram egressus, praemisso equitatu ad Rhodanum movi castra. Equestri praelio, qua parte copiarum conserendi manu[197] fortuna data est, hostem fudi; peditum agmen, quod in modum fugientium raptim agebatur, quia assequi terra non poteram, neque regressus ad naves erat quanta maxime celeritate potui[198] tanto maris terrarumque circuitu, in radicibus Alpium obvius fuit huic timendo hosti[199]. Utrum, cum declinarem certamen, improvissus videor incidisse[200] an occurrere in vestigiis eius, lacessere ac trahere ad decernendum? Experiri iuvat utrum alios certe[201] repente Carthaginenses[202] per viginti annos terra ediderit an iidem sint qui Aegates pugnaverunt insulas et quos ab Eryce duodevicenis denariis aestimatos emisistis, et utrum Annibali hic sit aemulus itinerum Herculis, ut ipse refert, an vectigalis stipendiariusque servus[203] populi Romani a patre relictus. Quem nisi Saguntinum scelus agitaret, respiceret profecto, si non patriam victam, domum certe pacemque[204] et foedera Amilcaris scripta manu, qui iussus a consule nostro praesidium deduxit ab Eryce, qui graves impositas victis Carthaginensibus[205] leges fremens maerensque accepit, qui decedere[206] Sicilia qui[207] stipendium populo Romano dare pactus est.

 

“Itaque vos ego, milites, non eo solum animo quo adversus alios hostes soletis, pugnare velim, sed cum indignatione quadam atque ira, velut si servos videatis vestros arma repente contra vos ferentes. Licuit, si voluissemus[208], ad Erycem clausos ultimo supplicio humanorum, fame interficere; licuit classem victricem[209] in Africam traicere atque intra paucos dies sino ullo certamine Carthaginem delere; veniam dedimus praecantibus, emissimus ex obsidione, pacem cum victis fecimus, tutelae nostrae deinde[210] duximus, cum Africo bello urgerentur. Pro his impertitis furiosum iuvenem sequentes oppugnatum patriam nostram veniunt. Atque utinam pro decore nobis hoc tantum[211] et non pro salute esset certamen! Non de possessione Siciliae ac Sardiniae, de quibus quondam agebatur, sed pro Italia nobis[212] est pugnandum. Nec est alius ab tergo exercitus qui, nisi nos vincimus, hosti obsistat, nec Alpes aliae sunt, quas dum superant, comparari nova possint praesidia; hic est obstandum, milites, veluti si ante Romana moenia pugnemus. Unusquisque se non corpus suum sed coniugem ac liberos parvos armis protegere putet; nec domesticas solum agitet curas sed identidem hoc animo reputet nostras nunc intueri manus senatum populumque Romanum: qualis nostra vis virtusque fuerit, talem deinde fortunam illius urbis ac Romani imperii fore”.

 

Addere his maxime licet Lucretiae, matronae Romana (omnium quas veterum celebrarunt historiae pudicissimae), graviter coram viro, patre et amicis Tarquinii vi de perditam violatamque pudicitiam deplorantis, anxieque contendentis, ut illatam honori iniuriam ulciscerentur, brevissimae non minus quam prudentis orationis exemplum, quod hoc nobis modo ipse idem Livius proposuit:[213]

Lucretia maesta tanto malo nuntium Romam eundem ad patrem Ardeamque ad virum mittit, ut cum singulis fidelibus amicis veniant; ita facto maturatoque opus esse; rem atrocem incidisse. Spurius Lucretius cum P. Valerio Volesi filio, Collatinus cum L. Iunio Bruto venit, cum quo forte Romam veniens[214] ab nuntio uxoris erat conventus. Lucretiam sedentem maestam in cubiculo inveniunt. Adventu suorum lacrymae obortae, quaerentique viro “Satim salvae?” “Maxime”[215], inquit, “quid enim est salvi mulieri amissa pudicitia? Vestigia viri alieni, Colatione[216], in lecto sunt tuo; caeterum corpus est tantum violatum, animus insons; mors testis erit. Sed date dextras[217] idemque haud impune adultero fore. Sextus est Tarquinius, qui hostis pro hospite priori nocte vi armatus mihi sibique, si vos viri estis, pestiferum hinc abstulit gaudium”. Dant ordine omnes fidem; consolantur aegram animi avertendo noxam ab coacta in auctorem delicti: mentem peccare, non corpus, et unde consilium abfuerit culpam abesse. “Vos” inquit “videritis ego[218] me etsi peccato absolvo, supplicio non libero, nec ulla deinde impudica Lucretiae exemplo vivet”. Cultrum, quem sub veste abditum habebat, eum in corde defixit[219], prolapsaque in vulnus[220] moribunda cecidit.

 

De affectibus et quomodo in concionibus excitari debeant.

His autem concionibus, quae perturbationum sunt sedes, affectus in animis audientium varie concitantur, nam qui ad sedandos animos dicunt, ex periculorum difficultatibus timorem iniiciunt, quod dubii sint fortunae exitus, rerum casus commutabiles, tam certum amittere propria, quam alienis dominari; qui ad acerrime dimicandum vi orationis hortantur, spem aut explendae cupiditatis, aut irae ulciscendae certam, nullo modo dubiam exprimunt; qui laudant, ad admirationem, voluptatem, amorem; qui vituperant, contra ad contemptum, odium, et iracundiam orationem referunt; qui suadent, ad spem; qui dissuadent, ad metum; qui accusant, ad indignationem et saevitiam; qui defendunt, ad misericordiam et clementiam audientium animos excitant.

Continet vero quaevis concio universam propositionem, quae generalem rei tractationem comprehendit. Harum autem propositionum, quaedam vitiorum acrem animadversionem, aut quaerelam complectuntur, ut in avarum, in crudelem, in tyrannum, in seditiosum, quaedam theses, id est universas et generales quaestiones et argumenta exornant, ac in utramquem partem probabiliter disputanda suscipiunt; ut de virtute, contra virtutem; de voluptate, contra voluptatem; quaedam denique miserationem aut deprecationem contintent. Movendis vero augendisque affectibus aptissima sunt verba gravia, sublimia, sonantia, grandia, verborum congeries, incrementum, hipotiposis immutatio fortunae accurate expressa, amissa, vel amittenda dignitas, pronunciatio ac gestus concionantis, brachiorum iactatio, oculorum in caelum sublatio, imploratio divini numinis, infantium productio, lachrimae profusae, sed tamen paucae; animique solicitudo, quibus efficitur, ut pro vario rerum dicentis statu, hi qui audiunt, modo mitigentur, modo irascantur, modo invideant, modo fateantur, modo contemnant, modo admirentur, modo satietate afficiantur, modo sperent, modo metuant, modo laetentur, modo denique doleant. Quippe nihil aliud est concio, quam quaedam pro rei natura amplificatio ad conciliandos nobis audientium animos, vel in adversarios concitando accomodata. Motus vero quaedam est aut ad misericordia, aut ad invidiam, aut ad iram, aut ad amorem, aut ad odium animi incitatio. Misericordia ex probitate vite, morum innocentia, calamitatibus gravibusque casibus elicitur; invidia ex gratia, dignitate et facultatum copia concipitur, ira ex lesione offensionibusque iniustis concitatur; amor ex bono nomine, virtutibus et rebus praeclare gestis conciliatur; quae omnia animos acriter permovebunt, si oratione eloquentis, accommodata ac concitata decorentur.

Praeterea affectibus etiam subserviunt acerrimae quaedam figurae, ut hypothiposis, exclamatio, anaphora et vehementissima omnium prosopopeia. Hypothiposis est personae, rei, temporis, loci cum scribendo tum dicendo descriptio, id est, qua rem non simpliciter propositam, sed coloribus expressam mirificeque depictam quasi in arce, tanquam illam Phidiae Minervam spectandam praebemus, ita ut geri, non narrari, spectari, non audiri, res ipsa videatur. In qua illud observandum est, quod passim animadvertimus ab historicis custodiri ut non solum ea, quae praecesserunt vel consecuta sunt, aut adiuncta et copulata, sed etiam quae fieri potuissent exprimantur et explicentur. Adhibetur autem in concionibus hypothiposis vel movendi vel amplificandi vel exornandi vel delectandi causa, de qua memini me paulo superius disputasse.

Exclamatio est orationis elatio cum doloris aut indignationis affectus reperta et ad rei magnitudinem augendam, admirabilius extollendam ad vehementius turpitudinem exprobrandam maxime necessaria, quae si ubi iam animos auditorum flexerimus adhibeatur, aut post magnarum rerum persuasionem collocetur, acriores affectus permovebit. Valet enim plurimum ad miserationem excitandam, ad animos legentium commovendos, avertendos et cum invehimur acrius inflammandos. Festiva certe orationis figura, si tamen non fuerit frequens neque diuturna, nam quemadmodum si opportunis locis inseratur, concionem ornat, venustatem habet et mire auget sermonis splendorem; ita si non fuerit opportuna et indecore ponatur, ineptissimam efficiet concionem. Quod plane periculum fugiet prudenter historicus, si non ad levem ostentationem, inanni eloquentia efferatur, sed frenum sibi ipse iniecerit et ubi rerum natura permisserit, arte et imitatione retenta tantummodo exclamaverit.

Anaphora seu relatio seu repetitio est quando unum aut plura verba in principiis aut incisorum aut membrorum aut periodum cum venustate repetuntur. Quae quidem frequentissima est historicis, cim nullus sit orationis color qui magis ad ornatum conferat quo crebrius liceat uti, qui tam variis dicendi generibus congruat; reddit enim orationem concinniorem habetque leporis et dignitatis non parum, gravitatis et acrimoniae plurimum.

Prosopopoeia est qua alienae personae orationem cum gestu et voce referimus, aut rebus inanimatis sermonem tribuimus ad acrius hominum animos commovendos; fit enim ea ut auditis his personis aut rebus quae loquentes inducuntur, auditores toto animo tremant, horreant, contremiscant. Est autem hoc orationis ornamentum non modo historico, sed omni scriptorum generi utilissimum quo passim legentium animos partim excitant partim reficiunt et recreant, reladat siquidem spiritum iucunda et grata prosopopoeiae varietas confertque non parum et ad exornationem et ad gravitatem concionis, si tamen fictionem personarum rerumque dignitas atque natura patiatur. Exempla vero horum praeceptorum suppeditabunt Livii, Salustii et aliorum crebrae conciones, quibus hoc loco propositis possem, et rei huius artificium latius aperire atque illustrare et institutam disputationem augere nisi certae me causae a suscepta propositaque sententia dimoverent, quibus egomet mihi huius operis componendi brevissimum tempus ab initio perspripsi; quod deum testor et intra mensem scripsisse et typographo excudendum tradidisse, ita ut a primis suis lituris mutandi demendique aliquid, temposis angustia omnem prorsus potestatem ademerit (Libro II, pp. 39-63).

 

17. Henri Lancelot Voisin de La Popelinière, L’Histoire des histoires, L’idée de l’histoire accomplie, Le Dessin de l’histoire nouvelle des françois [París, chez Marc Orry, 1599], texto revisado por Philippe Desan, vol. II, [París], Fayard, 1989.

Des harangues et concions de l’histoire.

Pource qu’és harangues, on peut suyvre ou laisser la verité de l’histoire, le doute ancien, si l’historien doit haranguer, sera plus fascheux à resoudre. Car comme les plus aigres censeurs, l’obligeans au simple et nud narré qu’il s’est proposé, prennent toutes concions pour autant de digressions de l’histoire; les plus favorables hayent les droictes qu’ils appellent prosopopées, et ne luy permettent que les gauches qu’il faict soubs la personne d’un tiers; la plupart en somme, ne veulent en l’histoire que le simple narré sans estravaguer. Ce qu’on faict par oraisons, esquelles on dit beaucoup de choses qui ne concernent le sujet. Car puis que la premiere protestation de l’historien, voire la principale recommandation, est la verité, qui faict partie de son essence et sa forme naturelle, laquelle ostée, ne luy reste ny la force ni le nom d’histoire. Qui n’aura honte d’user de cer feintes et controuvées disgressions? Joint l’autre faute qui seconde la premiere. Que l’historien, n’ayant esgard au lieu, au temps, affaires, ny aux personnes, y represente les choses tout autrement par cer oraisons, qu’elles ne son advenues. Car il est certain que tant les premiers que seconds Grecs et Romains ne parlerent jamais comme les historiens Grecs et Latins qui les ont suivy les font parler. Ny les façons des moeurs, des temps et affaires, estoient telles qu’il les leur font raconter. Car ils les representent las plus part telles qu’elles estoient, non selon le temps et moeurs anciennes: mais selon le siecle de celuy qui les recite. Faute ancienne, et qui a tousjours esté continuée jusques icy. Occasion d’un milion de pauvretez et d’ignorance des affaires des anciens. Et sur tout de nos François, qui para ceste faute jugent tous nos Estats, Royal, Noble, Ecclestiastic, Justicier, Financier, et autres, avoir esté tels à leur commencement qu’ils les voient aujourd’huy. Ils disent ainsi, qu’il ne faut recevoir de harangues en l’Histoire: poruce qu’on y feint beaucoup de choses. Et que l’Histoire est toute vraye, et n’a rien de controuvé.

Les feintes, les fleurs et ornements de rhetorique, et mille inventions ausquelles les parlans ne songerent, et n’y sçauroient jamais songer, sont, disent-ils, autant d’esloignement de l’histoire, par lesquels il semble poëtiser plus qu’historier. Mais la condition des paroles est tout autre, que celle des choses et accidens. Car ceux-cy se peuvent exprimer comme ils sont avenus; les paroles non comme elles ont esté rapportées. Et s’il est loisible par fois de suyvre le vray-semblable és choses obscures, pourquoy ne sera-il ez paroles? Si les choses y estoient changées es par les termes, ils auroient quelque raison. Mais quand on exprime mieux et plus disertement, la choses par telle harangue, et que cela a tousjours esté practiqué par nos devanciers les pluz signalez de leur temps, de quel front et avec quelle apparence de justice nous condamneront-ils? L’historien au reste, ne se dit porteur de paroles, mais des accidens advenus. Lesquels il exprimera au vray quand il n’y meslera rien de faux: ny adjoustera, ny diminuera. Ains ayant ouvert les causes, moyens et evenemens, representera avec le temps et les lieux, le bien et le mal qui s’en ensuyvra. Et ores qu’il n’aye mis toutes les circonstances de chacun faict: suffira qu’il en aye recité le principal et plus necessaire. D’où vient la varieté et grande difference qu’on void entre les Historiens, de ce qu’ils ne deduisent tous d’un mesme fil, les accidens ny les choses qui les concernent et accompagnent.

D’ailleurs, il y a bien difference de dire autre chose et de narrer la mesme chose autrement. Qui dit autre chose ment, non celuy qui la rapporte d’une autre façpn. Comme Diogenes disoit, la Dialectique et Rhetorique estre meseme Faculté et ne differer en s’expliquant, d’autre chose, sinon que la Dialectique usoit d’une forme de parler court et pressé. La Rhetorique d’une ample et diffuse. Non plus que la main est autre ouverte que fermée. C’est pourquoy Pu. Nigid. Figulus, le plus docte des Romains avec Varro, dit en un livre des Grammariens, qu’il y a grande difference entre dire mensonge et mentir. Qui ment ne se trompe, mais tasche à tromper un autre. Qui dit mensonge, se trompe. Et celuy qui ment trompe entant qu’en luy est. Mais qui dit mensonge, ne trompe tant qu’il peut. Si que l’homme de bien doit faire qu’il ne trompe aucun et ne mente point. Mais l’homme advisé, faire qu’il ne die mensonge. Somme l’un est au pouvoir de l’homme, l’autre non. Ainsi les fleurs de Rhetorique et autres artificieuses formes de bien dire, ne se practiquent és harangues comme choses principales et coessentielles: mais comme accessoires, afin d’esclairer par une lumiere de bien dire, à la Majesté de l’Histoire.

Un seul des Grecs n’a deffendu les harangues, non pas mesme les plus envieux de tous beaux labeurs; le gosseur Luciain, les piquant dards et aigres reprehensions, duquel aucune vacation, ny mesme aucun des mortels, voire des Dieux Payens, ne peut eviter: a laissé les harangues droictes, à l’Historien. Les a loué jusques à dire qu’il estoit permis à l’historien de rhetoriser. De faict, veu que l’Histoire ne raconte seulement les choses faictes: ains aussi les conseils, et mesmes y joint les causes et motifs d’icelles: car de plusieurs choses dependantes, l’une ne se peut separer de l’autre; et que les conseils et les causes s’expriment par le discours; Je ne voy qui se recule plus de la Verité; celuy qui introduit l’Autheur du conseil prins sur quelque beau faict, parlant: en personne: ou l’Historien qui le dit, seulement avoir tenu en substance tel propos. Suyvons la nature pour guide, à laquelle le bon Historien doit dressen son discours. Or la forme ordinaire de parler, veut selon Nature, qu’en rapportant les propos d’autruy, publics ou particuliers qu’ils soient, qu’on les refere ores en la premiere, ores en la seconde, ores en la tierce personne. Et cela mesme sans y penser, ains par un seul et secret mouvement de la Nature. Ainsi l’Histoire porte des endroits, esquels il est besoin d’introduire une prosopopée, d’autres où il faut parler en termes seconds ou troisiesmes, et qu’on peut mieux juger par le sens de l’ouye neantmoins, que par leçon qu’on y pourroit donner.

D’ailleurs la verité d’une chose est elle aux termes et en la forme de les proferer ou en la chose mesme? Mais la definition qu’on donne à la verité leve ce doute. Qui est la cognoissance d’une chose exprimée par la parole. Si ainsi est, qu’importe comme nous l’exprimons par tels ou tels termes?, de telle ou telle forme de parler?, par droictes ou gauches harangues, pourveu que nous ne perdions le sens et substance d’icelle? Et bien que l’Autheur y adjouste des choses ausquelles ne penseren oncques ceux qu’il introduit parlans: s’il y a faute, le mesme vice est és Gauches qui le permettent. Que s’ils les condamnent, ils condamnent l’Histoire d’une mesme desmarche. Car on ne peut escrire, sans ces gauches oraisons. Pource que le narré Historien, est tiré des choses qui se font par main d’homme, et d’autres qui se prononcent par bouche d’iceluy. Somme c’est une ouverte bestise, d’espier ou ensorceler les mots, et y vouloir destourner les choses et la Verité d’icelles. Si cela est permis, il faudra oster tous les discours et entre-propos dont ceste vie est maintenuë. Car il n’y a acucun de si heureuse momoire, qui puisse rapporter les choses qu’il aura entendu, par les propres paroles et mesmes formes de parler. Il faut donc avoir esgard au sens et but d’un chacun, duquel la Verité et intention depend. Car si l’on arreste aux termes, la foy restera incertaine, et n’y aura aucun discours veritable ny asseuré.

D’ailleurs, et pour satisfaire en un mot à tout ce qu’ils disent, que ces harangueurs falsifient l’Histoire, adjoustans para diverses feintes et nouvelles inventions beaucoup du leur, que les introduits parlans rejectroient pour faux et controuvé: l’on respond qu’on n’entend donner ceste auctorité à tous Historiens. Ains à ceux de la premiere marque seulement, qui soient doctes, practics et judicieux. Qualitez qui se rencontrent à la Verité si rarement, que Ciceron qui surhausse son excellent et parfaict Orateur par dessus tous les arts et facultez des hommes: et l’approche au plus pres qu’il peut de la divinité: dit ne sçavoir, si l’Histoire n’est point le plus haut et digne Chef-d’oeuvre de l’orateur. Y en a pourtant, qui ne permettent seulement toutes sortes des harangues, mais aussi maintiennent, que l’historien n’y doit avoir moins de liberté que l’Orateur. Qui seroit renverser avec le but de l’Histoire le vray devoir de l’Historien. Et n’y an gens qui conseillent cela, que les Orateurs ou leurs disciples, lesquels curieux d’historier les affaires de leur temps, ou pour autres occasions amis de l’Histoire, en ont semé tels advis par escrit. Entre autres Theopompe, Ephore, Calisth. et Denys d’Halicarnasse entre les Grecs. Ciceron et autres des Latins, qui ne nous veut seulement persuader que l’Histoire est le subject de l’Orateur: ains aussi qu’ils marchent d’un mesme pied, et sont dignes d’un mesme honneur. Mais sur tous Denys d’Halic. faict tant de parades des traicts de Rhetorique dont il a voulu blasmer Thucidide, qu’il en faict soupçonner plus que recommander son Histoire. Et Theopompe de Chio disciple d’Isocrate (si bien disant entre les Grecs au temps de l’Olymp. 93) faisant la principale profession de l’oratoire et plaidoirie ordinaire, enrichit l’Histoire de tous le plus beaux traicts de la Rhetorique qu’Isocrate luy avoit appris. Si qu’il s’est plus employé à l’embellissement d’icelle qu’à la recherche ny esclarcissement de la Verité Historiale (pp. 63-67).

 

e)                                                                                                                                                                            El nuevo siglo y el triunfo de la historiografía pedagógica

Con el nuevo siglo las orientaciones retóricas de la historiografía van afianzándose y, en su mayoría, tomando un sesgo decididamente pedagógico. La Compañía de Jesús, el sistema implantado por la Ratio studiorum y los desarrollos doctrinales de los diversos autores jesuitas, desempeñan un papel fundamental en los escritos historiográficos de la época, si bien las inclinaciones retóricas y pedagógicas se extienden igualmente a autores ajenos a la Compañía, como se verá en la selección de textos recogidos en esta sección. Las preocupaciones p0r la esencia o la finalidad de la historia se hacen plenamente compatibles con la sistematización de una serie de normas prácticas sobre su escritura y la inclusión de oraciones en estilo directo o indirecto se da por descontada. El tema por lo general es merecedor de capítulos completos dentro de los respectivos tratados.

El historiógrafo e historiador Luis Cabrera de Córdoba es el autor del primer texto de esta sección, procedente de la obra De historia, para entenderla y escribirla (1611). Cabrera declara desde el comienzo que el fin de la historia, enseñar a bien vivir, se consigue con los ejemplos y con las oraciones, siempre que éstas guarden el decoro. Su examen de los historiadores antiguos le sirve para clasificar las oraciones en rectas y oblicuas. Hasta tal punto son importantes las oraciones que sin ellas no puede hablarse propiamente de historia. El lugar que les corresponde es el de la amplificación. Sin llegar a considerarlas únicamente como piezas del ornato, las oraciones no son equiparables tampoco a la narración. La explicación está en el complejo sistema que propone Cabrera: la historia consta de partes “esenciales” (la verdad, la explanación y el juicio) y partes “integrantes” (exordios, descripciones, digresiones, oraciones, elogios, discursos, juicios, pronósticos y sentencias). Las partes integrantes, sin ser absolutamente imprescindibles, son necesarias para conseguir una historia “perfecta”. La verosimilitud y el decoro son partes inexcusables en la discusión sobre las oraciones. El discurso décimo del libro segundo se dedica exclusivamente a ellas. Allí se habla del estilo propio de las conciones así como de la ocasión más apropiada para pronunciarlas. Para refutar las teorías que niegan la compatibilidad entre discursos directos y verdad histórica, acude a las autoridades, aunque, en lugar de transcribir oraciones enteras, ofrece una lista de posibles modelos, todos sacados de Tito Livio.

Famiano Strada, jesuita, profesor de retórica en el Colegio Romano, historiador (escribió una conocida Historia de Flandes, de orientación pro-española) y decidido abanderado del movimiento tacitista impulsado por Justo Lipsio, publicó unas Prolusiones academicae, destinadas a demostrar la inferioridad de Tácito frente a Cicerón. Las prolusiones segunda y tercera del libro segundo se dedican a la escritura de la historia, y respectivamente a las res y a las verba, mientras que la cuarta examina la “forma legendae scribendaeque historiae ex Tito Livio petita”. Es la prolusio tercera, escrita en forma de diálogo, la que recoge las teorías sobre la escritura histórica en general y sobre las oraciones en particular, cuyo estilo Strada se detiene a comentar. Citando a Luciano, habla –sin nombrarla- de la evidentia, el “sub oculos ponere”, como virtud del discurso histórico. Para la justificación de las conciones y su estilo acude al pasaje del Orator ciceroniano en que se describe la escritura de la historia: “In qua [historia] et narratur ornate et regio saepe aut pugna describitur; interponuntur etiam contiones et hortationes. Sed in his tracta quaedam et fluens expetitur, non haec contorta et acris oratio” (20.66).

El Ars historica (1623) del teólogo, filólogo e historiador Gerardo Juan Vossio se puede contar entre las más influyentes del siglo XVII. Trata la materia histórica dividida en cuatro secciones: narratio, iudicium, conciones y digressiones. Es decir: las oraciones y las digresiones se consideran ya parte integrante del discurso histórico, junto con la narración y el comentario. En el capítulo dedicado a las conciones se rebaten las teorías que niegan la legitimidad de los discursos. Vossio explica que el historiador está en la obligación de dar cuenta de todo lo sucedido y así también de las palabras pronunciadas por alguien en un momento determinado, pero puesto que, al cambiar de estilo en las oraciones para reproducir el presuntamente original se produciría un estilo híbrido, lo mejor es que cada historiador las reproduzca siguiendo el suyo propio. El capítulo se completa con una completa revisión de autores griegos y latinos y de una gran variedad de oraciones, tanto en estilo directo como oblicuo.

El sucesor de Strada en la cátedra de retórica del Colegio Romano jesuita fue Agostino Mascardi, quien publicó en 1636 el enciclopédico tratado Dell’Arte Istorica, quizá el más influyente de la época. Su finalidad pedagógica es patente, como se observa por la minucia de las explicaciones, la exhaustividad en el recorrido histórico de autoridades antiguas, la solidez de sus consejos prácticos y la selección de modelos imitables. Encontramos a lo largo de la obra dos momentos dedicados a las oraciones intercaladas: el tratado II, capítulo IV, donde se debate el uso de discursos en la historia “y si puede decirse que ofendan la verdad”, y el tratado V, capítulo II, que discute el modo de formar las arengas. El conjunto de teorías sobre los discursos de Mascardi es tan rico que merecería un estudio detallado en sí mismo. El lector comprobará la limpieza con que el autor es capaz de refutar posturas contrarias al uso de los discursos en la historia. Sus razonamientos son persuasivos: a) las Sagradas Escrituras, sobre cuya autoridad nadie duda, introducen frecuentes discursos; b) los traductores de la Biblia, y entre ellos San Jerónimo, necesariamente han hecho hablar a ciertas personas en lenguas ajenas a ellas; c) sería erróneo dar por descontado que la narración histórica sea absolutamente exacta, como prueba el que unos mismos hechos pueden relatarse con mayor o menor elegancia, con maneras más recatadas o más ampulosas, con el ornamento de las figuras o con el fluir del habla cotidiana, sin que nada de ello toque la sustancia de la verdad; d) la Iglesia Católica acepta que en la Biblia hay alegorías y misterios, que no destruyen la verdad, sino que la adornan; e) los autores antiguos, tanto griegos como latinos –incluso aquéllos traídos por “los adversarios”, como Polibio o César- usaron los discursos directos en sus escritos históricos y muchos de ellos se recogen por separado en antologías; f) contra la opinión de Trogo Pompeyo, no existe diferencia sustancial entre las oraciones rectas y las oblicuas; g) dos son los tipos de verosimilitud posibles, el falso, que tiene que ver con la materia falsa (como el suicidio de Dido por el amor de Eneas), y el verdadero, que tiene que ver con la verdadera (como la renuncia de Escipión a la doncella de Cartago, anteponiendo el deseo de gloria a un apetito licencioso), pero mientras que el poeta puede servirse de ambos, el historiador recurre sólo al verosímil verdadero; h) incluso cuando no se conoce la verdad, es posible llevar a cabo conjeturas acertadas basándose en las pruebas; i) la verdad de la historia reside en “la sustancia y el concepto” y no en la “relación de las palabras”, como muestran los embajadores o los secretarios, que no transmiten las palabras exactas de su príncipe, sino su voluntad, y adaptan el discurso a las circunstancias concretas. Por lo que respecta a la reglamentación del empleo de discursos, Mascardi aporta tres grandes razones. La primera es que el tema sea proporcionado a la persona que habla y regulado por el decoro. La segunda es que la oración sea diligente y exacta, sin artificios que dependan de la recitación, sin la pompa de ornamentos indignos, sin figuras delicadas o ingeniosas, sin exordio, sin amplificaciones innecesarias y con el fin en su justo punto. Y la tercera es que puede tener el estilo elevado de la Grandeza, sobre todo manifestada en Vigor (según el sistema de Hermógenes), pero enriquecido con razones adaptadas a las circunstancias y con atención, si ello es necesario, a los pequeños detalles.

La inclusión del breve texto de Tommaso Campanella en la antología sirve para documentar tanto del interés que el estilo de la historia despertaba a las alturas del primer tercio del siglo XVII como de los síntomas de agotamiento que empezaba a presentar, en su continuada repetición de ideas. El opúsculo Historiographia está incluido en la sistematización de saberes que Campanella agrupó en la Philosophia rationalis, publicada en 1638. A las oraciones intercaladas Campanella les dedica un par de líneas en las que advierte que la brevitas y la oportunidad son sus condiciones indispensables, tal como muestra Tácito.

El testimonio de mediados de siglo es el del carmelita y cronista de la orden fray Jerónimo de San José.[221] Su Genio de la historia (1651) incluye, como ya se había hecho habitual para esa época, un capítulo dedicado a las conciones y razonamientos. Los síntomas de agotamiento del asunto recién mencionados son ostensibles en el tratado. Las únicas novedades digna de atención son, por una parte, la noción de discurso “rectioblicuo”, que equivaldría a una especie de estilo mixto o libre indirecto, y, por otra, la distinción entre lectores “sencillos”, que se escandalizan con los discursos directos, y lectores “advertidos”, que saben entenderlos con “cauta prevención”. Como Campanella, fray Jerónimo aconseja alejarse de la prolijidad y elegir muy bien la ocasión de las oraciones. Éstas y otras prevenciones revelan una cierta desconfianza latente del autor hacia el uso de las conciones, dejando casi aflorar actitudes neopirronistas que, al parecer, nunca habrían desaparecido del todo.

Los dos últimos autores de esta sección son de nuevo jesuitas autores de sendos manuales pedagógicos. En primer lugar, Jacob Masen, importante teórico de la retórica, la historia y la historiografía, es el autor de una monumental y compleja Palaestra styli romani (1659), cuyo quinto libro se dedica a la presentación de los métodos para escribir diálogos, epístolas e historia. Allí leemos que el lugar que le corresponde a las oraciones y a los razonamientos, juicios, descripciones y sentencias contribuyen a la pulchritudo del estilo histórico, y a su vez la pulchritudo junto con la mensura y la veritas son los tres componentes del ornato de la historia. Nótese el papel a que ha quedada reducida la verdad.

Por último, el Padre Pierre Le Moyne, además de poeta, es el autor de un tratado, que compendia en parte el de Mascardi, De l’histoire (1671), menos ambicioso y complejo que el de Masen, pero también más claro y asequible para las escuelas (y no sólo por estar escrito en romance), y de considerable circulación, a juzgar por las traducciones de la obra al español (1676) y al inglés (1695). La séptima “disertación” está dedicada a las arengas y digresiones. Ambas muestran cómo un verdadero historiador no puede ser otra cosa que un orador. Las observaciones sobre el decoro, la oportunidad de la ocasión, el cuidado en el exceso retórico, o la brevedad de las oraciones son nociones trilladas para entonces. Menos comunes son los consejos sobre los tipos de arengas y la respectiva ocasión de cada uno, y la reprensión a Tucídides y Salustio por haber empleado arengas extemporáneas. El tratado de Le Moyne constituye un ejemplo acabado de la línea retórica expuesta en esta sección, y también de los pasos que poco a poco va llevando a la historiografía a su agotamiento.

 

18. Luis Cabrera de Córdoba, De historia, para entenderla y escribirla, Madrid, Luis Sánchez, 1611.

Libro I, Discurso IV, De las partes y difinición de la historia.

[…] También el historiador [como el poeta] desta manera mira a lo universal, pues todo su fin es enseñar universalmente a bien vivir con los ejemplos, con las oraciones acomodadas a las personas, tiempos, cosas y casos: enseña a decir y hacer, contando la naturaleza de las personas, sus alabanzas, vituperios y otras partes llenas de doctrina útil, con más prudencia que dan los preceptos de los filósofos, pues de la historia sacaron los que dieron (f. 12r).

El histórico […] introduce personas hablando de diversas naciones y modos de vivir, de que son ejemplo los griegos y latinos, con sus oraciones rectas. César, porque las usó oblicuas, dijo que escribía comentarios, tan capaces, por juicio de Cicerón, y tan bien acabados y perfetos por todas las partes de la historia, que no les falta lugar que toque a ella sino las oraciones para su amplificación (ff. 12v-13r).

Discurso X, Ánima de la historia es la verdad.

[…] Advirtiendo que hay verdadero y verisímil, y más verdadero que verisímil y más verisímil que verdadero. Qué sea lo verdadero y lo verisímil es notorio, pues lo verdadero es confirmación de lo cierto, negativa de lo incierto, que muestra las cosas como pasaron; verisímil es lo que con apariencia de verdad no niega ni afirma. Más verdadero que verisímil son los hechos de los españoles en Flandres, en el Esguazo de Zierkizee y en las Indias orientales y occidentales, que son tan prodigiosos que en los venideros tiempos parecerán fabulosos, porque son más verdaderos que verisímiles de poderse hacer. Más verisímil que verdadero es lo que se escribe de lo que se trata en un consejo o gabinete en lo que el rey propuso y las palabras, lo que dijeron los que votaron, los argumentos, las réplicas, cosa difícil de saberse. Y así se escribe lo verisímil, que se saca de los efectos y de algunas circunstancias y manera de hacer los negocios y ejecutar las jornadas (ff. 24r-24v).

Libro II, Discurso I, “De las partes potenciales o esenciales de la historia”.

[…] Dicho de la materia, venía en consideración el decir de la figura o cuerpo de la historia, mas conviene antes advertir que tiene partes potenciales o esenciales, que son la verdad, la explanación y el juicio. Hay también otras llamadas integrantes, por similitud, así como son integrantes del cuerpo las partes sin las cuales no sería perfeto, aunque será cuerpo (f. 47v).

Discurso VI, De las partes integrantes de la historia.

Las partes que se llaman integrantes de la historia son nueve: exordios, descripciones, digresiones, oraciones, elogios, discursos, juicios, pronósticos, sentencias (f. 62v).

Discurso X, De las oraciones.

Trabaje las oraciones bien con estilo liso, grave, más lleno de buenas razones y sentencias que de colores ni figuras de retórico, no tan sin ellas que parezca más plática que oración. En los ejércitos y palacios clásicamente se ha de hablar. Por la mayor parte tocan a los embajadores, reyes, capitanes, para animar y esforzar los soldados para pelear, reprehenderlos y reducirlos de algún furor a quietud saludable cuando se apartan de la obediencia o hay sospecha de traición; y a los ministros para tratar con algún príncipe o república o capitán general, de alguna amistad, liga, paz, tregua, confederación, protección o negocio grande; entonces que [sic] ha menester oración sentenciosa, hermoseada con palabras, quiera que no le falte.

No han de ser tan largas como las de Livio y Tucídides, que por ellas no satisfacen, como dice Justino a Trogo Pompeo. Breve y cauta es la mejor: como tiene cerca la conclusión de la proposición, se percibe y conserva mejor en la memoria. Habiendo oído el Rey Clomenes, griego, una oración larga de los legados de los Samios para que hiciese la guerra a Polieraco tirano, respondió: “De lo primero que me habéis dicho no me acuerdo, lo segundo no lo entiendo, lo último no lo apruebo”. Armado el pueblo romano, expelidos los reyes, con gran libertad se había apartado de la obediencia de los padres conscriptos; división, revuelta, sedición dañosa, estado miserable de la república. La breve y prudente oración de Publio Valerio lo redujo todo a la antigua quietud: con las palabras facundas, ira, obstinación y las armas cesaron.

Mire mucho a lo verdadero en ellas en las rectas; a lo verisímil no sé si es tan bueno el mirar. Es difícil lo verdadero, pues ha de saber las mismas palabras que dijo el que oró en su consejo de estado, en su ejército o lo que dijo un capitán bárbaro, el tiempo en que oró, el lugar, delante de quién se oró, el cómo, el orden de la oración para hacerla recta. Por esto es gran prudencia poner la oblicua.

Lo verisímil es dudoso, pues habiendo Catón querido matarse en Útica, y quitádoles las armas para ello los suyos, se subió a lo alto de palacio y se cerró para que no le impidiesen el darse muerte con el veneno que secretamente llevaba, que tomó aquella noche, con que a la mañana refieren los escritores que le hallaron muerto sin verle nadie. Por esto es difícil de saberse que hizo la oración, etopeya o exclamación que escriben a la letra, pues, ¿quién la pudo oír y percibir si inesperadamente dicen que le hallaron muerto?

Nunca represente persona de otro hablando en su nombre, sino como él hablara, según su grado, decoro, naturaleza, vicios, virtudes, vida, revistiéndose los ánimos, costumbres y manera de decir, que es lo más difícil de la poesía. Catón dirá gravemente; César, para ganar la gracia del pueblo; Mario, como agreste nacido para las armas, menospreciador de los estudios, buenas artes y dotrina; sin que se turbe el fuerte ni deje de temer el cobarde, y que trate de sus propias cosas: de honra el ambicioso, de riqueza el avaro, de arrogancia el soberbio, el justo de equidad, el sabio de prudencia, el estudioso de virtud, entereza, pureza. Ningún lugar le queda al histórico en que pueda mostrar más la fuerza del decir, las causas de las cosas, los consejos para loar, reprehender más libremente como donde imitar a otros. Por esto la introducción de personas, cuando ha de reprehender, le conviene mucho para decir sin odio, como he escrito. Antes loe que vitupere; el género demostrativo desto tuvo nombre, y no se llama vituperativo.

Bueno es que, por mostrarse un historiador en una oración que un bárbaro rey hace en su consejo y junta de pueblo, se alargue y estienda por todos los vicios de su propia nación de quien escribe, siendo imposible el poderse saber que aquellas cosas todas y las mismas palabras dijese para inducir a sus pueblos a expeler los estranjeros. Vives, lib. 2 De causis communis: “Stulti non inteligunt hoc non esse historiam scribere, sed causam illius gentis agere, quod patroni est, non historici”. Idem Cicero, epist. 8 ad Atticum. Tenga en las oraciones con el decir, según las cosas, lugares y tiempos, lo que toca a cada uno, acomodando según esto la oración: larga o corta. ¿Quién no reprehenderá la que hace Mario en Salustio, en que condena los estudios de las letras, si se pone antes de dar la batalla como de la cosa y del lugar ajena, y para el tiempo más larga que pudiera para el pueblo romano o el senado? Las oraciones de Paulo Iovio valen poco; las funestas no han de apartarse de la historia, pues las hallamos en Tucídides. Trogo Pompeo condenó a Livio y a Salustio porque pusieron oraciones rectas y las oblicuas en su persona, como la de Mitrídates en juicio. Diga lo que quisiere, que Livio y Tucídides en el artificio de las oraciones son admirables.

Otros niegan las oraciones, diciendo que las fingen, y que ninguna cosa fingida recibe la historia, porque si apenas se pueden decir las cosas según fueron hechas, ¿cómo las palabras dichas? Y no les conviene lo verisímil a las cosas sin mudar la razón dellas. Tócales sin duda, pues los muy gallardos lo aprueban y lo hacen, cuya autoridad habemos de seguir. No la pronunciación de las palabras, sino de las cosas profesa el histórico, que verdaderamente explica, si nada finge, dice lo que pasó, y por su gusto nada dice. En mi Felipe II o el perfeto Rey, algunas oraciones rectas pongo, imitando a los griegos y latinos, padres al fin y maestros, y a los italianos, a cuya instancia las convertí de oblicuas en rectas.

Algunos, ni eruditos ni bien entendidos, meten dialogismos y amonestaciones locuacísimas y friísimas, sin gracia, sin sal, sin erudición, sin ingenio, sin juicio, sin elocuencia y ornamento, sin atender el decoro del tiempo, lugar, personas. Con la prudencia y juicio se enriquece e ilustra la historia.

El ejemplo de la oración de un rey se tome de Livio, libro IV, cuando ofrece a los romanos su reino, y cuanto Tulo Hostilio en el libro I habla a los romanos y albanos de la traición de Mezio Sufecio. De un dictador, libro V, cuando Fabio persuade brevemente el acometer a los Sannites, para vengar la muerte de sus romanos y recuperar la Colonia. La oración de un legado vea en el libro VI de los Tusculanos al senado, y en el libro XIX de los embajadores locrenses al mismo senado. De un capitán general para animar sus soldados para pelear, lea la oración de Cipión en el libro XXIII, y cuando exhorta a su ejército para pelear con Aníbal. De un particular, lea la oración de Lucrecia en el libro I, en que refiere su afrenta y esfuerza a la venganza. De un senador al pueblo, lea la oración que hizo Menemo Agripa al pueblo que se había retirado, mal satisfecho del senado al monte sacro, cuando trujo el símil del cuerpo y de sus miembros, conjurados contra el vientre (ff. 68v-71v).

 

19. Famiano Strada, Moretus, sive de ratione scribendae historiae dialogi pars posterior, quae ad verba pertinet, en Prolusiones Academicae [Colonia, Joannes Kinchius, 1617], Oxford, J. Fletcher, 1745, pp. 162-187.

Prolusio tertia, Moretus sive De ratione scribendae historiae dialogi pars posterior, quae ad verba pertinet.

An historici cum poetis oratoribusque stylo conveniant; plerisque historicorum ob id examinatis; exemploque composito ad conciones pugnasque narrandas; ac demum una eademque re historice, oratoriae, ac poetice discriminis ergo descripta (p. 162).

Oratori propositum est (ut interim hosce fines qualicunque ratione separemus) quod est persuasibile, poetae admirabile, historico verum. Exploret igitur ac separet unusquisque sibi ea praesidia verborum, quae persuasionem admirationemve aut veritatem in loco iuvent. Iuvat persuasionem (quod ad dictionem quidem pertinet) acris et pugnax oratio, exaggerata, magnifica, incitata, quaeque non sine palaestra ac nitore plagam faciat. Admirationem ac plausum excitat pulchritudo quaedam et laetitia dictionis, granditas et pompa verborum, peregrinitas vocum, modulatio numerorum, nihil non oblitum pigmento maiora. At veritatem simplex aequabilisque decet oratio, nihilque magis commendat vera dicentem, quam sinceritas elocutionis. Quare condonet historicus exaggerata orationi verba atque flexanima, poetae peregrina et numerosa, sincera vero atque dilucida eximat sibi. Atque hinc est quod Lucianus in libello de praeceptis historiae, cum ei finem statuisset utilitatem, quae ex sola veritate conciliatur, addidit: “Verbis quidem historicis unum esse propositum, ut plane ac simpliciter enarrent et quam clarissime rem, uti est, ob oculos ponant” (pp. 166-167).

Locorum interdum situs, saepius ardor dimicantium copiarum, saepissime vero ducum adhortationes, quippe quae poetarum e schola plerumque transferuntur, canorum aliquid in historia poscunt ac tubam; in caeteris autem partibus eodem tenore, hoc est, temperate casteque, nec sine elegantia (quae tamen rebus tacite inserviat, non contumaciter officiat), narrandum ego quidem sentio, nec dissentire Tullium aut quenquam dicendi magistrum puto. Hic Antonianus ad Muretum conversus, “Bene habet”, inquit, “liberasti me magno metu, dum ad extremum confecisti, non esse ab re historiae, conciones et pugnas complecti grandiore stylo” (p. 171).

 

20. Gerardo Juan Vossio, Ars historica, sive de historiae et historices natura, historiaeque scribendae praeceptis commentatio, 2ª ed., Lyon, ex officina Joannis Maire, 1653.

Cap. XX. De concionibus, contra Francisci Patricii, et Paulli Benii opinionem ostenditur, habere eas in historia locum; nec ratione id solum evincitur, sed etiam Herodoti, Thucydidis, Xenophontis et aliorum Graecorum auctoritate. Cratippum in historia conciones damnasse. Unde sit quod in solo octavo Thucydidae libro nonnullae sint conciones. Dionysium cum in Rhetoricis damnat eos qui historiae conciones inserunt, vel non quasvis conciones intelligere, vel opus illus scripsisse ante Antiquitates Romanas, ubi ipse eas frequentat. Diodorus Siculus adversus Bodinum defenditur. Diodori illustris locus de recto concionum stylo.

Nunc veniamus ad conciones. Ubi primum excutienda nobis πολυθρύλλητος quaestio, an eae in historia habeant locum. Nam neque olim defuere qui id negarent ut postea dicemus; et multi hos seculo pedibus in eam sententiam eunt; eosque inter Franciscus Patricius lib. X de historia; Paullus Benius itidem in suis de historia libros; et Barthius Adversariorum lib. XL, ubi commentatur in B. Augustini lib. I de Civ. Dei, cap. V; nec alias admittit orationes in historia quam exceptas a notariis, caeteras ad ostentationem eloquentiae inseri non dubitat dicere. Quare plane veniam mihi dari postulo si paullo fusius hac de re agere videar, quam instituti ratio requirere alioqui videatur. Et tamen non dicam omnia quae dici possunt. Nam ubertim hac de re egit Ubertus Folieta, uti et Sebastianus Maccius. Ego illa imprimis persequar quae illi vel praeterierunt vel tantum attigere.

Qui in contraria sententia sunt, isti aiunt, orationes, quas historicus fingit, repugnare veritati; quam is potissimum sibi propositam habet. Et hoc ita esse, eo ostendunt, quod, seu verba seu rem spectes, non eadem dixerint illi, qui ista dixisse dicuntur. Livius enim, non Scipionem modo, ac Fabium, sed ipsum Romulum, Sabinas mulieres, Horatii patrem, Brutum, Camillum, et alios, eo modo loquentes inducit, quo Augusti aevo sermones suos caedebant. Atqui veteres illos non candido et terso adeo sermone, sed horridiore omnino, usos esse, extra omnem controversiam est.

Praeterea historici, ne sententiam quidem si spectes, cum eandem concionem referunt, pero omnia conveniunt. Quod nemo negaverit qui orationem Veturiae sive ut aliis vocatur Volumniae ad Coriolanum filium, quae apud Dionysium Halicarn. exstat,[222] contulerit cum ea quae est apud Livium,[223] et utramque cum illa quae est apud Plutarchum.[224] Cuius varietatis non alia est caussa quam quia more poetarum considerarint τὸ καθόλου sive universum genus; quomodo dissimili modo Ulyssem in Philoctete suo describunt Aeschylus, Sophocles, Euripides. Nempe quia non eodem modo conceperunt animo naturam atque indolem hominis callidi ac prudentis. At quemadmodum Aristoteles ait in libro de re poetica, eo differunt historicus et poeta, quod hic magis singula, ille magis universum genus considerat. Quippe qui non tam attendat, quid dictum factumve sit quam quid fieri vel dice convenerit ab tali homine, qualis erat, quem describit.

Adhaec, aiunt, orationes facere, ut “historia hiet atque divellatur”, quod Raimundi Lulli[225] iudicium est lib. V de oratione, cap. IV, ubi et in Livio hoc “poeticum et fictum” appellat.

Sed facile istis occurritur. Nec enim historicus iurat in aliena verba; sed ei satis est si rem fideliter referat. Quare etsi historicus res gestas aut aliter narrare debeat, quam acciderunt; sermones tamen hominum non necesse habet, narrare, quemadmodum habiti fuere; nam hoc quidem plurimum fieri nequit; verum sat est, ut referat eo modo quo si rem spectes, loqui debere, quoque eos locutos esse, verisimile est. Imo si vel historicus nactus sit orationes, prout eas notarii exceperunt, ne dictio sit hybrida, ac dissimilis sui. Nec hiat historia orationibus insertis, quia pars et ipsa historiae sunt. Nec poetica sunt figmenta, quia orationes vere habitae et in eam mentem.

Ostendum haec, quam infirmis nitantur argumentis qui conciones putant historiae repugnare. Nunc illud addamus, tantum abesse, ut historia ab iis abhorreat, ut eas omnino requirat. Siquidem ex illis, quae superius diximus, satis liquet in historiis vel imprimis requieri rerum caussas. Atque conciones inter eas non infimum tenent locum. Unde Dionysus Halicarnassensis lib. VII, cum egisset de seditione plebis adversus senatum, ait, mirari se, multos tantopere occupari in praelio aliquo describendo, aut loci natura, aut genere armaturae et aliis, quae alterutris victoriae caussa fuerunt; at non item orationes memoriae prodere, per quas praeter opinionem res maximae contigerunt, planeque admirandae.

Nec ratione solum haes sententia nixa est, sed etiam autoritate totius pene antiquitatis. Nom iam dicam, Lucianum scribere, licere historico in concionibus ῥητορεύειν. Tullium item in secundo de Oratore propterea imprimis velle, maxime esse oratoris, historiam scribere. Ipsos potius historicos, testes maxime locupletes, adducam. Et unde potius ordiar quam ab Herodoto, historiae patre, scriptore omnium eorum, quorum opera soluta oratione exstant antiquissimo? Apud eum lib. I habemus orationem Sandanidis Lydi, qua Croeso bellum dissuadet adversus Cappadocas; Cyri, qua Persas ad defectionem sollicitat; Massagetarum legati, cum Cyrus in eorum terras exercitum ducere vellet; Croesi suadentis ut Cyrus potius in Massagetarum solum copias duceret, quam eos in suo exspectaret. Item lib. III orationem, quam Periandri, Corinthum rediret; praeterea orationem Cambysis, interemtum a se fratrem Smerdim confitentis et amicos incitantis ad ulciscendum magnum Smerdim, hominem Medum, qui imperium occuparat; item orationem Darii, qui sex proceres Persicos accendebat ad maturandam Smerdis caedem; adhaec Otanis pro imperio populari, Megabyzi pro optimatum statu, Darii pro unius dominatu; item Maeandrii post obitum Polycratis, Samiorum tyranni, libertatem populo restituentis. Variae etiam sunt orationes libri quarti, ut Cois Mitylenaei, legati Scythici, Scytharum, Indathyrsi Scytrarum regis. Libro quinto item Aristagorae Milesiorum tyranni, Lacedaemoniorum, Soficlis Corinthii, Histiaei. Lib. VI Persarum, Dionysii ducis Phocaei, Leutychidis, Miltiadis. Lib. VII Xerxis ad proceres cum de bello Graecis inferendo cogitaret; mardonii, expeditionem adversus Graecos suadentis; Arrabani eam dissuadentis; item plures aliae, tum Xerxis, tum Artabani; duae item Demarati et aliae aliorum. Lib. VIII cum aliae tum illa Alexandri Macedonis, Xerxis legati, qua suadebant Atheniensibus ut cum Persis societatem ac foedus inirent; item Lacedaemoniorum, qua eosdem monebant ut ne a communi societate ac defensione Graeciae deficerent; insuper Atheniensium una, qua Alexandro legato Persico; altera , qua Lacedaemoniis respondent. Ac denique lib. IX, cum aliae aliquot, tum illa Tegeatarum de honoratiori loco in bello cum Atheniensibus contendentium; et Atheniensium, qua Tegeatis respondent.

Caeterum Herodotus quidem conciones (ut Marcellinus in Thucydidae vita ait: δι΄ ὀλίγων γὰρ ἐποίησε λόγων ὡς προσωποποιίας μᾶλλον ἤπερ δημηγορίας).[226] At accuratas conciones ac perfectas primus quemadmodum ab eodem Marcellino refertur, Thucydides scripsit. Ac libro quidem primo apud eum habemus contrarias Corcyrensium et Corinthiorum orationes, quibus utrique societatem atque auxilium Atheniensium poscunt. Item Peloponnesensium ad Athenienses qua postulant ut aut Corcyrenses adversus Corinthios bello iuvare desistant, aut se hostes adversus Peloponnesenses profiteantur; item Atheniensium qua respondent Peloponnesensibus. Adhaec Corinthiorum, qua adhortati Lacedaemonios ut Atheniensibus quamprimum bellum inferrent; Atheniensium, qui Corcyrensibus respondent; Archidami, Spartanorum regis, Lacedaemoniis suis suadentis ut ne propter Megarensium, Corinthiorum et aliorum querelas, statim Atheniensibus bellum inferrent, sed prius cumm iis per legatos agere vellent; item Sthenelaidae, Ephororum unius, qua Atheniensibus suadet ut potius bellum eligant quam duras adeo conditiones sibi ab imperiosis Lacedaemoniis praescribi patiantur. Similiter sex sequentibus libris variorum conciones refert. Solus octavus earum est expers. Atque hinc patrocinium suae olim quaesiere sententiae Cratippus ac Dionysius,[227] quorum sententia erat orationes in historiis οὐ μόνον ταῖς πράξεσιν ἐμποδὼν γεγενῆσθαι, ἀλλὰ καὶ τοῖς ἀκούουσιν:[228] atque addebant Thucydidem propterea ἐν τοῖς τελευταίοις τῆς ἱστορίας φησὶ μηδεμίαν τάξαι ῥητορείαν͵ πολλῶν μὲν κατὰ τὴν Ἰωνίαν γενομένων͵ πολλῶν δ΄ ἐν ταῖς Ἀθήναις͵ ὅσα διὰ διαλόγων καὶ δημηγοριῶν ἐπράχθη.[229] Sed in isto quidem Cratippo et Dionysio facile assentio orationes crebras, longas, intempestivas, rebus impedimentum adferre, ac praeterea auditori creare molestiam, sed de quibusvis orationibus id verum non est; quemadmodum in eo etiam ratio illos fugit, quod Thucydidem putant extremo libro conciones neglexisse, quia aliter hac de re tum iudicaret quam fecisse cum priora scriberet. Neque enim hoc iudicio fecit, sed imbecillitate ac morbo coactus; quippe qui dum in scribendo octavo est vivendi fecerit finem; eoque extremam operis partem imperfectam reliquerit; quemadmodum superius ex Marcellino dicebamus.[230]

Itaque iure optimo qui postea consecuti sunt non actavum Thucydidis de quo multi an Thucydidae esset dubitarunt, sed priores libros imitari voluerunt. Fecit hoc Xenophon, qui in opere de Cyripaedia varias conciones habet, ut illas Chrysantae, Pheraulae, Assyriorum regis, Cyaxaris, Cambysis; et multo plurimas ipsius Cyti; atque inter alias illam quam[231] ad proceres habuit de ratione conservandi augendique imperii, quod pepererat; item[232] quam morti vicinus habuit ad Cambysen et Tanaoxarem filios quo eos ad fraternam concordiam hortaretur. Nec in ficto solum argumento id fecit, sed etiam in libris de expeditione Cyri; ubi orationes recenset Clearchi, Tissaphernis, Hecatonymi ac suas imprimis. Uti illam,[233] qua belli ducibus a Tissapherne perfide interemtis, consolatur milites et ad animi magnitudinem excitat; item qua[234] poscit a Seuthe, ut stipendia promissa militibus persolvat; atque alias huius generis. Similiter egit in libris de rebus gestis Graecorum. Ut cum[235] Critias Theramenem perfidiae ac proditionis accusat; ac Theramenes ad ea respondet; item[236] cum civis Sicyonius defendit se quod Euphronem occidisset; ut nihil dicam de orationibus Callicratidae, Euryptolemi, Thrasybuli, Cleocriti et multorum aliorum.

Qui vero Polibium a concionibus abstinuisse existimant, sane ostendunt se plane hospites esse in gravissimo illo scriptore. Sunt enim apud eum non paucae; aliae quidem obliquae, aliae vero directae aut mixtae. Obliqua est illa Hannibalis, qua[237] postquam Alpes superasset, milite suos, exemplo prius animatos, vehementius accendit. Obliqua etiam est illa P. Cornelii ad militer hortatio, quae Hannibalis orationem excipit. Obliqua item Agelai[238] Naupactii adhortatio ad regem Philippum. Sed directa est quam Annibal habuit ante Cannensem pugnam.[239] Item oratio Chlaeneai Aetoli, gentis suae nomine ad Lacedaemonios legati, qua Philippum ac reges Macedonas adversus Chlaeneam defendit ac Spartanos hortatur ad concordiam et societatem cum Graecis caeteris, ob periculum imminens a Romanis. Directa quoque est illa universae Graeciae nomine habita ad Aetolos,[240] qua eos hortatur orator ut bellum cum Philippo rege gerere desinant ac sibi caveant a Romanorum consiliis, nisi et Graecis reliquis libertatem et sibi salutem inviderent. Item Prusiae,[241] qua Ptolomaei Philopatoris filium, post patris excessum, populo commendavit. Similiter T. Quinctii,[242] milites hortantis ad fortiter pugnandum adversus Philippum. Mixta vero est L. Aemilii,[243] qua suos ad strenue dimicandum animat; et Annibalis,[244] quam habuit ante praelium Cannense; et Scipionis[245] ad seditiosos milites; item altera Annibalis[246] in Africam revocati habita ad Scipionem; et Scipionis, qua Annibali respondit; et Eumenis[247] regis de urbibus Asiaticis libertate donandis. Quae omnes oblique incipiunt, sed directe postea procedunt.

Sed enim, dicet aliquis, refugit conciones Dionysus Halicarnass. Minime vero modo ex libris Antiquitatum Romanorum iudicium ferre lubet. Nam centenas in iis orationes lego; imo lib. VII disertim ait, inseri orationes eas historiis debere, quae in controversiis habitae sunt. Nec interim diffiteor eum epistola ad Tuberonem improbare conciones, idque praeunte Cratino ut antea diximus. Unde Sebastianus Maccius scribere non dubitat: “Dionysium propriis suis armis convinci; damnare orationes in alium; ipsum tamen tam obliquas et mixtas quam etiam directas passim frequentare”.[248] Verum qui hoc in Dionysio reprehendunt minime cogitant eum prius ac fortasse iuvenem etiamnum, libros rhetoricos edidisse; postea aetate et iudicio grandiorem historias scripsisse. Nam cui verisimile fiat quo tempore in historia Thucydidem imitaretur, eodem in Rhetoricis reprehendisse scriptorem florentissimum? Quare vel hoc dicendum quod diximus; vel statuere oportet non quamvis reprehendisse conciones, sed eas duntaxtat, quae frequentes nimis essent, aut iustam excederent magnitudinem, aut non suo loco adhiberentur.

Sane haec Diodori Siculi mens fuit; quem cum Bodinus in methodo historiae suae reprehendit, quasi in leges suas peccet ipse conciones historiae inserendo, plane assecutus non est mentem Diodori. Nam solum eos damnare se ait, qui[249] εἰς τὰς ἱστορίας ὑπερμήκεις δημηγορίας παρεμβάλλουσιν ,[250] quique utuntur πυκναῖς ῥητορείαις.[251] Ac rationem geminam addit, quia tales et narrationis cursum interrumpant et lectorem in historia cognitione morentur. Venuste etiam ait, eos προσθήκην ἐποιήσαντο τὴν ὅλην ἱστορίαν τῆς δημηγορίας.[252] Quasi eos dicat τὸ ἔργον πάρεργον, καὶ τὸ πάρεργον ἔργον facere. Quae cum dixisset mox ubi conciones habeant locum et quem in iis modum servare conveniat ostendit. Locus paullo prolixior est, sed tamen mire illustris quem iccirco integrum, sed Latine duntaxat ne longiores simus apponemus.

 

Qui, inquit, prolixas nimis conciones historiis inferciunt, aut crebris declamationibus utuntur, eos non iniuria quis reprehendat. Praeterquam enim quod continuam narrationis seriem intempestiva orationum introductione interrumpunt; etiam illos qui cupide ac studios expetunt rerum cognitionem remorantur. At enimvero quos suam dicendo facultatem ostentare iuvat, iis seorsum conciones publicas et sermones a legatis habitos, laudationes item ac vituperationes, atque id genus alia componere licet. Nam qui styli moderatione adhibita separatim utrumque argumentum elaborarint, non praeter rationem utroque tractationis genere laudem promerentur. Iam vero occurrunt qui in rhetoricis ornamentis nimii totam historiam velut appendicem concionum fecere. Atqui non mala duntaxat scriptio molesta est, sed hoc etiam quod licet in caeteris scopus attingi videatur, a conveniente tamen locorum et temporum ordine aberretur. Propterea qui id genus scripta legunt, partim artificosas illas orationes etiamsi maxime appositae videantur transiliunt, partim prolixitate et intempestiva scriptoris diligentia lassati prorsum a lectione dessistunt. Nam historiae natura simplex est, et inter se cohaerens, adeoque corpori animato simili, cuius pars avulsa gratiam illam animalem deperdit. Contra quod debitam habet compositionem suo commode loco observatur et totius descriptionis cohaerentia iucundam et perspicuam exhibet lectionem. Nec tamen artificium rhetoricum usquequaque repudiatum omnino ex historia profligamus. Nam quia varietate historia exornari debet; quibusdam in locis huiusmodi orationes adoptari necessum est. Et hac opportunitate ne me quidem privatum velim. Itaque si circumstantiae legati aut consiliarii aut id genus aliorum orationem expetunt; qui tum ad certamen non animose descenderit etiam ipsie culpandus fuerit. Rationes enim non paucas quis invenerit quare saepenumero rhetoricus ornatus sit adhibendus. Nam de multis dextre ac praeclare dictis per negligentiam hautquaquam praetereunda sunt memoratu digna et quae coniunctam cum historia utilitatem habent. Aut ubi res magnificae fuerint atque splendidae, concedendum minime ut a magnitudine argumenti oratio superari videatur. Est etiam ubi praeter exspectationem aliquid evenit, ut ad dissolvendum intricatae rationis nodum accoddmodatis instituto verbis uti cogantur. Verum de hisce nobis dicta hactenus sufficiant.

Haec satis ostendunt Diodorum neutiquam omne concionum genus improbare, sed intempestivas, prolixas, crebras.

A Diodoro ad alios accedamus. Sane Philo libro de legatione sua ad Caium, qui totus fere historia est, inserit orationem, quam honoratissimi Judaeorum ad praesidem Petronium habuere supplices, cum is Caligulae statuam templo vellet inferre. Uti et longam Agrippae epistolam ad Caium pro gente Judaica.

Apud Josephum quoque complures conciones habemus. Ut lib. II de bello Judaico est oratio Agrippae ad Judaeos qua eos dehortatur a bello adversus Romanos. Lib. III est oratio Josephi qua socios dehortatur ne manus sibi ipsis adferrent. Lib. VII est oratio Titi ad Judaeos qua eorum pertinaciam accusat. Nec expers earum est Judaicarum antiquitatum opus. Nam ut caeteras mittam lib. XVI Alexander, Herodis filius, de insidiis se purgat, quarum accusatus erat a fratre Antipatro.

Arrianus quoque ut in aliis Xenophontem imitatur (unde et altter Xenophon dictus fuit) ita hac quoque in parte eius sequitur exemplum. Itaque lib. II recenset orationem Alexandri ad milites, cum apud Issum esset pugnandum; quamquam haec quidem obliqua est tota. Sed directa est illa qua docet quanti intersit Tyrum capi, priusquam aliis bellum inferant. Item lib. III obliqua est quam habuit ad Arbelam pugnaturus. At directa illa lib. IV, qua Calisthenes Anaxarcho adversatur de oratione Alexandri. Est et directa lib. V quam Acaphis, Nyssaeorum rex, habuit ad Alexandrum. Item oratio Alexandri M. ad exercitum Macedonicum, cum hic minaretur se militiam deserturum, si rex minus idoneos dimitteret; item oratio Coeni, Polemocratis filii, veterani ducis, qua Alexandrum rogat ut hona cum eius venia exercitui domum liceat reverti. Item lib. VII est oratio Alexandri ad Macedonas tumultuantes ac a sacramento postulantes absolvi. Item Callinis oratiuncula quam ad Alexandrum pro Macedonibus habuit.

Nec praeterundus nobis Appianus Alexandrinus, alienorum ille quidem laborum fucus ut merito a magno viro appellatur,[253] sed scriptor utilis tamen, praesertim post deperditos non paucos corum quos exscribere solet. In eius Punicis habemus orationem legatorum Carthaginensium ad consules Romanos, qua de pace tractant. Item Hannonis Gillae, qua impetrare conatur a Romanis ut ne Carthaginem exscindere velint. Adhaec eam qua Censorinus ad Gillae verba respondet. Similiter lib. II de bello civili est oratio Bruti ad populum, qua caedem Caesaris defendit. Praeterea lib. III est oratio Octavii ad Antonium consulem, qua de Caesaris nece conqueritur et actis eam secutis. Item quam Cicero in senatu habuit cum Salvius tribunus pl. intercessiones sua impediisset, quo minus Antonius hostis iudicaretur.

Veniamus ad Dionem Cassium. Apud quem, lib. XLIV historia Romanae, legitur oratio Ciceronis in senatu qua suasit ut perpetua oblivione iniuriae omnes quibus partes se mutuo affecerant abolerentur. Item M. Antonii funebris, qua Julium Caesarem laudavit. Item lib. XLV oratio Ciceronis in senatu contra Antonium. Insuper lib. XLVI maledica illa Q. Fusii Caleni, qua Ciceroni respondet pro Antonio. Lib. L est Antonii ad milites suos oratio; item Octavii Caesaris ad suos. Lib. LII oratio Agrippae ad Caesarem, qua eum hortatur ut principatum deponat ac populo Roamno arma, provincias ac potestatem omnem restituat; adhaec oratio Maecenatis, qua suadet ut retineat imperium. Lib. LIII oratio Augusti, qua se imperium deponere velle significat. Lib. LVI oratio eiusdem qua laudat coniuges ac coniugium; item altera eius, qua caelibes ac caelibatum exagitat. Item oratio Tiberii in funere Augusti.

Nec concionibus adstinuit Herodianus. Siquidem lib. I legere est orationem M. Antonini imperatoris ad amicos, qua filium iis commendat; orationem Commodi ad milites, qua hoc agit ut imperator ab iis salutetur; Pompeiani ad Commodum dissuadentis ne, relicta Istri ripa, Romam se conferret; Fadillae ad Commodum fratrem de seditione a Cleandro excitata. Lib. II orationem Laeti, praefecti praetorio, qua militibus, mortuo Commodo, Pertinacem commendat; Pertinacis gratias agentis ob imperium sibi delatum; alteram Pertinacis ad praetorianos, cum nudis gladiis accurrissent ut imperatorem suum interimerant; et Juliano imperium addixerant. Sequentibus quoque libris habemus orationes Severi, Caracallae, Macrini, Alexandri mammeae filii, Maximini et Maximi, imperatorum.

Idem de Procopio dicere possum; qui Romanorum et barbarorum orationes plurimas habet. Ac eo maioris a nobis fieri debet quia non tantum eas mira elegantia tractavit, sed etiam sententiam eorum, quae dicta essent, optima fide exprimere potuit, cum individuus fuerit Bellisarii comes, ut multis interfuisse concionibus verisimile sit. Sed de Graecis historicis finem faciamus.

Cap. XXI. Etiam Latini historicis usurpatissimas esse conciones, multis comprobatur exemplis. De Caesari falli, qui eas refugisse tradiderunt. Sallustius Liviusque defensi adversus Trogum Pompeium. Quando concionibus locus sit ostensum. Jovium in his modum non tenere, nec tamen adeo in culpa esse, quam multis vidatur. Viro docto responsum de oratione Habraymi Bassae apud Jovium. Nec conciones solum, sed epistolas etiam inseri historiis. Non requiri in iis ut verba scriptoris reserventur. Scipionis gentilis et Christophori Colleri sententia refellitur.

Venio ad Latinos. Quorum agmen ducet Crispus Sallustius, Romanae historiae princeps. In cuius Catilinaria est oratio Catilinae, qua in abdita aedium parte, eos quos consilii sui participes habuit, hortatur ut sese quemadmodum loquitur ipse in libertatem vindicare vellent; item legatorum C. Manlii ad Q. Martium regem; item Caesaris, qua suasit ut ne Catilinae socii afficerentur morte sed bona eorum publicarentur; ipsi in vinculis per municipia haberentur quae maxime opibus valerent; item M. Porcii Catonis, qua auctor fuit, ut de confessis sicut de manifestis rerum capitalium supplicium sumerentur; adhaec alia Catilinae ad milites cum statuisset cum Antonio confligere.

In Jugurthina itidem habemus orationem Micipsae ad Jugurtham, Adherbalis ad senatum Romanum, C. Memmii ad Quirites, Marii ad eosdem, Syllae ad Bocchum regem et Bocchi ad Syllam.

Etiam ex deperditis historiarum libris supersunt oratio Lepidi cons. ad pop. Rom. quamque Philippus habuit in senatu et C. Cottae consulis ad populum et Marci, tribuni plebis, ad eundem.

Sed litem nobis intendunt de Caio Julio Ceasare, quem refugisse conciones aiunt. Sane verum si dicerent parum tamen efficerent; neque enim ille historiam iustam, sed commentarios duntaxat scripsit. Nunc autem tantum abest ut verum dicant ut nihil a vero sit magis alienum. Pleraeque tamen conciones eius sunt obliquae, ut lib. I de bello Gallico illa legatorum Helveticorum apud Caesarem; item Diviconis, qui legationis princeps erat. Lib. II, Divitiaci pro Aeduis. Itidem lib. IV oblique orant legati Germanorum apud Caes. Lib. V Ambiorix similiter orat. Lib. VII Vercingetorix item Aeduorum legati et Caesar ipse apud milites. Item lib. I de bello civili Caesar apud milites oblique concionatur. Lib. III Vibullius Rufus apud Pompeium.

Sed apud eundem Caesarem etiam conciones sunt directae. Ut qua lib. VI de bello Gallico sese purgat Vercingetorix Aeduus, proditionis insimulatus apud suos; item Litavici apud milites suos et Critognati apud Arvernos. Item lib. II de bello civili, Curionis apud milites suos; et lib. III oratio Pompeii ad milites et Labieni apud Pompeium et milites.

Idem de Hirtio sive Oppio dictum velim. Nam lib. de bello Alexandrino concionatur ad milites Caesar, sed oblique; mixte quoque orat. idem lib. de bello Hispaniensi; at eodem libro directe orat Tullius legatus cum Catone Lusitano apud Caesarem; directe item libro de bello Africano Getuli orant apud eundem.

Ad Livium deventum, qui copia concionum caeteros facile exsuperat; eas omnes enumerare longum esset, nec opus praesertim quia sunt qui seorsim eas ediderint; aliquas vero e tanta multitudine excerpere necesse non est; imo hac parte quod de Karthagine olim Sallustius, tacere de Livio satius puto quam pauca dicere.

Sed enim, dixerit aliquis, aliter sapiebat Trogus, qui eo nomine, uti Sallustium, ita Livium quoque culpavit. Nam, ut apud Justinum est, “Pompeius Trogus in Livio et Sallustio reprehendit quo conciones directas et orationes operi suo inserendo historiae suae modum excesserint”.[254]

Sed facile Trogo occurritur. Nec enim quasvis orationes damnat, sed directas. Obliquas vero non refugisse vel liquet ex illa Zopyri apud Babylonios, quae apud eum extremo lib. I extitit. Nunc ἐπιτομὴν eius ex Justino habemus libro quoque XI exstat oratio obliqua Darii Codomanni ultimi Persarum regis, qua tum Alexandro gratias agit, tum poscit ut sui caedem ulciscatur. Etiam lib. XXXI habes egregiam licet obliquam Hannibalis ad Antiochum regem, qua auctor est regi ut Italiam statuat sedem belli. Et quam luculenta illa Mithridatis ad milites? qua suadet bellum Romanorum seu Asiaticum. At si obliquas admittit, cur directas damnet, caussa satis gravis non est. Quid enim refert, utrum hoc, an illo modo dicatur, si idem dicatur? Exempli gratia, dicamne, Germanicum Caesarem, cum finis vitae adesset, amicis dixisse: “Si fato concederet, iustum sibi dolorem fore”, et ita deinceps; an vero ut apud Tacitum est, dicam: “Adsistentes amicos in hunc modum alloquitur. Si fato concederem, iustus mihi dolor esset”, etc.[255] Sed nec directas penitus refugit, si ex Justino iudicare de Trogo licet. Nam is lib. XIV Eumenis catnis constricti duas adfert orationes directas. Et licebitne libere coniecturam nostram de Trogo promere? Plane metuo ne invidia compulsus dissenserit a Livio. Aequales enim fuere Livioque res Romanas edente, exponebat Trogus res externas, uti Assyriorum, Medorum, Persarum, Graecorum; res vero Romanas attingere contentus fuit. Quid mirum? Non erat quod in Romanis ad Liviana adderet, nec illa viro facundia fuit ut aliquid medius se dicere posse speraret. Ac ne externis quidem quae scriberet conciones illas adhibuit, sive quia non unum ut Livius, sed tam multa imperia tractanti concionibus supersedendum videtur. Sed certius omnino aliquid hac de re diceremus, si Trogi ipsius libri hodie exstarent.

Verum quid multis opus? Num historici illi, qui post Trogum vixere, Trogi potius quam Livii ac Sallustii iudicio accessere? Minime vero.

Ostendit hoc Q. Curtius, Latinorum historicorum, qui exstant post Trogum (unum si Velleium Paterculum excipias, qui sub Tiberio vixit) antiquissimus. Floruit enim Curtius sub Caesare Vespasiano, quemadmodum in Variis suis ostendit Vir Cl. et Amplissimus Janus Rutgersius.[256] Est autem apud Curtium lib. III oratio Charidemi de Persico et Macedonico exercitu iudicium ferentis; legatorum Darii ad Alexandrum qua de pace ineunda tractant; Parmenionis, suadentis Alexandro ut pacem bello anteferret; Alexandri ad Darii legatos, oblatas pacis conditiones repudiantis. Lib. IV est oratio Darii ad milites cum tertium esset pugnandum adversus Darium. Lib. V est oratio Euctemonis Cynaei, suadentis Graecis captivis, ut ne senecta aetate qua viae molestias perferre non possent et corpore lacero ac deformato, quales nec suis grati forent, in patriam velint reverti. Item obliqua Theati Atheniensis oratio qua contrarium suadet. Adhaec Darii tentantis animos suorum an quartum cum Alexandro decertare sint parati; et Nabarzanis, qui auctor fuit, ut potius Besso, Bactrorum satrapae, imperii summa deferretur. Etiam libris sequentibus habemus orationes Crateri, Philotae, Amyntae, Cobaris, Scythici legati, Callisthenis, Hermolai, Coeni, Perdiccae, Meleagri et multas imprimis Alexandri regis.

Nec tacere fas Tacitum puto. Cuius lib. I Annalium est seditiosa oratio Percennii, sed obliqua; nec multo post sequitur directa Vibuleni. Eam excipit obliqua Drusi; hanc directa Clementis centurionis. Inde Germanici Caesaris et Segestis; postea obliquae Arminii et Caecinae et Tiberii. Item lib. II obliquae Germanici, Arminii, Galli Asinii, Tiberii. Directa item Hortali et Tiberii ad eam responsio. Mox obliqua Arminii et Marobodui. Hinc iterum directa Germanici iam morituri. Exinde obliqua Domitii Celeris. Similiter in caeteris Annalium libris nunc obliquas, nunc directas orationes usurpat. Quas inter illae Cremutii et M. Terentii et Senecae et Paeti Thraseae. Atque idem in historiarum libris facit. Imo in vita etiam Julii Agricolae primum obliquam legimus Britannorum orationem; hinc directam Galgaci et alteram Julii Agricolae.

Nec aliter fecere historiae Augustae scriptores. Nam apud Julium Capitolinum est oratio Clodii Albini, cum imperium recusaret. Item Maximini et Mauricii Afri et senatoris cuiusdam et Vectii Sabini.

Apud Lampridium est oratio Macrini, filium commendantis et donativum promittentis. Item Alexandri Severi gratias agentis pro honore ac titulis oblatis. Et altera ad milites qua eorum intemperantiam reprehendit. Et tertia, quae congratulationem continet de parta victoria contra Persas.

Apud Trebellium Pollionem est oratio Decii consulis, qua ei gratulatur, quod consor esset electus. Item Valeriani ad Decium responsio. Et Balistae ad Macrianum oratio, qua suadet ut imperium capessat; et qua Macrianus ad eam respondet.

Apud Vopiscum est oratio A. Taciti, primae sententiae senatoris, laudantis Imperatorem Aurelianum, postquam is servi fraude erat interfectus. Item Manlii Statiani ad Senatum Rom. laudantis Probum Imper. electum. Item Metii Falconii Nicomachi, gratulantis populo Romano de novo imper. Tacito.

Apud Ammianum Marcellinum quoque habemus varias orationes Constantii et Juliani et Valentiniani, uti et Procopii illam qua militibus auctor fuit ut a Valentino desciscerent.

Possem alios addere, atque inter eos Hegesippum de excidio Hierosolymae, apud quem habemus orationem Herodis ad Varum; item Antipatri responsionem cum parricidii esse accussatos. Sed non hunc tantum scriptorem ὑποβολιμαῖον[257] verum et quosdam alios γνησίους plane praeterire visum. Nam cui haec, quae diximus non sufficiunt et nihil sufficere posse arbitror.

Quia igitur et ratione et Graecorum Latinorumque auctoritate, satis est commonstratum, conciones etiam in historia locum habere; accedamus nunc ad quaestionem eam, quando concionibus fit utendum. Sed istoc certis circumscribere limitibus perdifficile est. Usque adeo variat haec res pro negotiorum natura ac personis, locis et temporibus diversis. Imprimis vero locum habent conciones quando gravis est consultatio de novo principe eligendo, aut cum popularis seditio compesci debet, aut cum deliberatur de bello inferendo, aut cum inflammandus est miles ad fortiter pugnandum. Verbo ut omnia dicam, veteres nobis hac in re erunt exemplo, imprimis Thucydides et Sallustius. Juniorum autem quidam in eo modum non tenent, nequis nos putet ubique probare Paulum Jovium, qui nimium sibi hac parte indulsit. Et tamen ne is quidem tantopere reprehensionem meretur, quam visum quibusdam fuit. Culpant prolixam concionem Habramy Bassae, qua Solimanno, Turcarum imperatori, suadebat ut Persas potius quam Christianos bello persequeretur.[258] Quam multae vero apud Dionem ad magnitudinem eam accedunt imo excedunt? At quaerit vir eruditus, cum ea secretis colloquiis acta sint, ut Jovius ipse agnoscit: “cuius avis indicio” (verba eius retineo) “concionem eam acceperit et collegerit”.[259] Equidem censeo si non verba ad sententiam concionis accepisse ab Aloysio Gritto, Andreae Veneti principis filio. Nam eum Habraymo ex quotidiana consuetudine intimum fuisse atque inde sensim Solymanno mirifice commendatum eodem libro a Jovio proditum est.

Uti vero conciones, ita etiam epistolas, historiis inserere licet. Quomodo Mithridatis epistolam habemus apud Sallustium in Historiam reliquiis; Tiberii apud Tacitum in primo Annalium; drusi item lib. III; Alexandri ad Darium apud Arrianum lib. II, et sexcentas alias apud historicos. Imo de epistolis minus mirum quam de orationibus. Epistolae enim, quia scriptae ab aliis mittuntur, multos in annos durare possunt, cum orationes sint ἔπεα πτερόεντα[260]. Quare nec magnopere ab veritate abhorret eorum opinio qui epistolas dicunt modo haberi possent historiis ad verbum inseri solere; orationes non item, quod earum non exstaret exemplum. Magis tamen verisimile fit ne in epistolis quidem verba scriptoris ab historico reservati. Argumento est quod eodem stylo epistolae scriptae sunt quo reliqua historia; quod minime esset nisi alienam sententiam exprimeret historicus verbis suis. Juvat etiam quod aliis verbis epistolam Lentuli referat Cicero invectiva III in Catilinam;[261] aliis vero Sallustius in Coniuratione. Scio, Scipionis Gentilis,[262] Christophori Coleri[263] et aliorum quorundam sententiam esse, Sallustium Lentuli verba reservasse quod scriberet; Ciceronem non item quod diceret. Sed mihi contra videtur Ciceronem epistolam ipsam legisse, nequid affingere Lentulo videretur; Sallustium sententiam expressisse quod in historico id satis esset. Amplius dicam, ea historicorum veterum opinio fuisse videtur, ne debere quidem vel orationes vel epistolas alienas ad verbum adscribi; ne stylus varietate istac, chimaerae instar, fieret multiformis (pp. 97-112).

 

21. Agostino Mascardi, Dell’arte historica trattati cinque, Roma, G. Facciotti, 1636.

Trattato Secondo, Cap. IV. Dell’uso delle dicerie nell’historia, e se possa dirsi ch’offendano la verità. Concioni da alcuni vietate all’historico, e loro ragioni; stimate contrarie alla verità, ma verisimili. Si ribatte questa opinione. Uso delle concioni nell’historia sagra e profana. S’esamina una doppia sorte di verisimile, uno de’ quali si consente all’historico, e perché. Historico nel racconto de’ fatti puntualissimo, nel riferire le parole è più libero, como sono gli ambasciatori e segretari. Si rifuta la ragione fondata su la diversità de’ lenguaggi. Scaligero il vecchio rapportato e rifiutato.

Non vorrei già che qualche giovane studiante lasciasse dalle mie parole generarsi nell’animo una sinistra opinione intorno alla verità dell’historia, che fu già d’huomini valorosi, ma per quel ch’io stimo, in questa parte poco avveduti.[264] Si diero a credere che le dicerie, o per usar il nome più conosciuto, le concioni, in una ben regolata historia non fossero da soffrirsi, perché stimarono che la verità distruggessero. Onde fa di mestiere ch’in questo luogo le loro ragioni s’odano e si ribattano, accioché vinto per avventura alcuno dell’autorità di quei grand’huomini, non s’arrendesse, credendo che l’uso delle dicerie al primo divieto da Tullio prescritto all’historico contravenisse “Ne quid falsi dicere audeat”. Nè per hora diviseremo dell’arte e del riguardo che dee haversi per introdurle con lode, poiché ciò si riserba ad altro trattato, ma richiameremo solo ad esamina se nella ben composta historia habbian luogo.

Con due sorti d’armi coloro che le dicerie combattono s’accingono ad espugnarle, una è l’autorità degli antichi, l’altra la forza delle ragioni. Diodoro Siciliano[265] par che quegli scrittori riprenda che l’introducono “praeterquam enim quod continuam narrationis seriem intempestiva orationum introductione interrumpunt, et illos qui cupide ac studiose expetunt rerum cognitionem remorantur”, il che va meglio dichiarando col discorso che segue, e ch’io tralascio alla diligenza di chi vorrà vederlo nel proprio autore. Cratippo e Dionigi Alicarnasseo,[266] veggendo che nell’ottavo libro Tucidide, come pentito dell’orrore negli antecedenti da sé commesso, tralascia in tutto le concioni, ancorché molte cose, e nell’Ionia e in Atene fossero succedute che non senza concioni s’eran trattate, dicono unitamente “illas non solum rebus ipsis esse impedimento, sed et auditoribus esse permolestas”. E finalmente Pompeo Trogo presso Giustino, “in Livio et Salustio reprehendit quod conciones directas et orationes operi suo inserendo historiae suae modum excesserint”.[267] Aggiungono di più l’autorità, diremo negativa, d’un Greco ed un Latino, cioè a dire di Polibio, e di Cesare, l’uno e l’altro de’ quali, com’essi dicono, le concioni dalle sue scritture sbandì. Questi autori, che al sicuro sono de’ più autorevoli di tutta l’antiquità, alla sola molestia de’ lettori, e all’interrompimento del racconto i loro motivi ristringono, senza dar pur’ un cenno di riputar le concioni per ripugnanti alla verità. Sì che quanto si dice in biasimo delle dicerie come nemiche del vero, tutto si rapporta al sentimento di tre moderni scrittori, gli argomenti de’ quali io proporrò brevemente, ma con sincerità, e con accrescer più tosto che diminuir la lor forza, se n’hanno alcuna.

L’ufficio dell’historico, dicono gli avversari, è di raccontare schiettamente la verità, facendo che le cose accadute si ravvisino per l’appunto nelle memorie, senza ch’in esse si scorga divario; ma le concioni introdotte dagli scrittori non sono altro che un parto del loro ingegno, per ostentation di facondia, né si confanno con le cose accadute; dunque non debbono dal buon historico, in adempimento dell’ufficio suo, essere adoprate già mai. Che la manifestatione della verità, per via di racconto, sia proprio ufficio di chi compone l’historie è cosa sì manifesta, che non solamente la falsità, ma la somiglianza del vero toglie l’essenza dell’historia, onde Aristotele,[268] autor (s’io non erro) di qualche credito, disse che sì come la narratione delle cose vere non era poetica, così il racconto delle verisimili non era historico. Quindi il Buonamico, filosofo fra’ moderni di gran sapere, con l’autorità di Cornelio Nipote,[269] niega a Cornelio Tacito, o con ragi0ne o a torto, il luogo fra gli scritti d’historie che son veraci, per esser quell’autore troppo seguace del verisimile. Che poi le concione sien false e più esposte all’ombra del verisimile che al sole della verità, con molte ragioni si prova. Primieramente s’introducono a parlar persone, che mai non usarono il linguaggio attribuito dall’historico. Tanti Africani, per cagion d’esempio, tanti Greci, Spagnuoli, Tedeschi, Inglesi, presso Livio e Tacito parlan latino. Tanti Latini presso Dionigi, Polibio, Appiano, Plutarco, Dione favellano in greco. Di più s’ascrivono ad huomini di costumi, di complessione, e di studi molto diversi le concioni d’uno stile medesimo, e di pari eleganza, da che si trae che sono anzi dell’historico che le finge che degli autori di cui portano il nome. Quegli antichi, o Sabini o Toscani, huomini rozi e di costumi lontani da certe dilicatezze; quelle Sofonisbe e quegli Annibali, persone nell’eloquenza non introdotte, van del pari coi Fabi Massimi, coi Catoni, con gli Scipioni nodriti nel Senato Romano, ch’era scuola fioritissima di politica e di facondia. E poi, come riseppero gli scrittori che quelle parle fossero dette da un tale che visse molte centinaia d’anni prima di lui? Trovossi forse Livio al tempo di Tito Quintio e di Furio Camillo, non che di Romulo e di Numa, onde potesse udirgli paranti? E se non gli fu conceduto d’udirgli, chi per gratia particolare a lui i loro ragionamenti rivela? O se fu, per avventura, presente al combattimento per le rapite Sabine (che potette essere per anacronismo poetico), dicami in cortesia se tutte insieme parlarono nella mischia all’improviso, impaurite all’armi amiche e nemiche, tanto che di tutte loro si possa ugualmente dire “hinc patres, hinc viros orantes, ne se sanguine nefando soceri, generique respergerent, ne parricidio macularent partus suos, nepotum illi, liberum hi progeniem, si affinatis inter vos, si connubii piget, in nos vertite iras; nos causa belli, nos vulnerum ac caedium viris, ac parentibus sumus; melius peribimus, quam sine alteris vestrum viduae, aut orbae vivemus”.[270] Hor chi non vede che l’uso delle dicerie è stato un ritrovamento della vanità de’ mortali, per non lasciar sepolto il talento de’ declamatori in un semplice racconto di cose avvenute? Non si sa che fra gli esercitii de’ retori antichi si ponevano queste prosopopeie, fondate sul verisimile come da Libanio, da Teone, da Aftonio, sofisti celebri, e delle suasorie di Seneca si raccoglie? Che se Cicerone lodò l’uso delle concioni, si lasciò in questa parte ingannare dall’autorità di Teopompo, il quale essendo di professione oratore, trapportò nell’historia gli ornamenti del dire, c’haveva del suo maestro Isocrate appresi. Questi sono gli argomenti di coloro che l’historiche dicerie costantemente riprendono, ed io alcuna cosa ho loro aggiunta del mio, per rendergli e più copiosi di numero e più valevoli d’efficacia. Non per tanto, considerata la materia con diligenza, stabilisco per conchiusione che le dicerie dell’historie sono introdotte, non solo senza nota di falsità, ma con lode d’eleganza, e di forza, quando per altro sieno ben regolate coi precetti dell’arte.

Né stimo d’avvenirmi in impresa malagevole e dura, procurando di stabilir con le prove quel che nella semplice affermatione vacilla; anzi, per non partir dall’ordine tenuto dagli avversari, huomini tanto eruditi, verrò primamente con l’autorità, seguirò poscia con le ragioni, senza ravvilupparmi in sottilità metafisiche, della natura del vero e del verisimile.

Ne’ libri della divina scrittura (se in cosa alcuna fuori di Dio) ha il suo proprio seggio la verità, né può trovarsi persona di sentimento christiano che richiami in forse il mio detto. Ma pur ne’ libri dell’uno e dell’altro testamento (parlo degli storiali, lasciando da un lato i ceremoniali ed i profetici) s’introducono frequentemente le dicerie, né si può dire che sien piuttosto ritrovamento dello scrittore, con qualche somiglianza del vero, che verace racconto di ciò che veramente fu detto. Dunque o non s’hanno le dicerie dagli storici riferite a riprovar come false, o falsità s’ammetterebbe nella scrittura divina, con horrenda bestemmia. Nè giova il dire che quelle historie, come inspirate da Dio, non ammettevano falsità, neanche nelle dicerie, e che però si possono quelle ricever per veramente dette da coloro a’ quali s’attribuiscono con ogni puntualità. Perché quando Tolomeo Filadelfo,[271] ottenuto da Eleazaro Pontefice de’ Giudei i libri della legge divina, volle che da settanta due dottori, mandati per questo affare, si trapportassero in Greco per servigio dell’altre nationi, si vede che non pretesero quei dotti interpreti di corromper la verità, s’adoprando ogn’un secondo il proprio sentimento, la cognitione con lungo studio acquistata, alcune cose ponessero nella tradutione greca che nell’originale ebreo non si trovava, e altre ne tralasciassero, come testifica S. Girolamo, il quale afferma di se medesimo, d’haver tradotto dall’ebreo la divina scrittura “sensuum potius veritatem, quam verborum interdum ordinem conservantes”.[272] Perché non nasce bene spesso dalla varietà delle parole con cui si narra la varietà degli accidenti narrati, potendosi gli avvenimenti medesimi raccontare con maggiore o con minore eleganza, con maniere più ristrette o più ampie, con l’ornamento delle figure o con la schiettezza del parlar naturale, senza mutatione alcuna che tocchi et alteri la sostanza del vero. Se dunque la Chiesa Cattolica riceve per buone e per vere (oltre la vulgata di cui si vale) che con la varietà delle parole e delle frasi dànno occasione agli ingegnosi di rinvenire allegorie e misteri ch’adornano, ma non distruggono, la verità, manifestamente si vede che non ci propone per indubitato e per articolo di fede che le dicerie introdotte sieno state dallo Spirito Santo dettate a parola a parola a’ sagri historici in modo che non habbiano coloro fatt’altro che copiare le parole precise, come se havessero udite da chi le proferiva.

Che se veniamo all’esempio de’ profani scrittori, opporremo agli avversari una tanto densa nuvola di testimoni, che dovran piangere di vedersi involsi in così solta caligine. Nè debbo in questa parte lungamente suagare per le storie o Greche o Latine, già che, molti anni sono, fu, con ben ordinata raccolta, preoccupato il luogo alla mia diligenza, onde vanno hoggi per le mani de’ letterati le dicerie ridotte in giusto volume, dall’historie dell’una e dell’altra lingua trascelte. Pieni ne sono Erodoto, e di lui più accurato Tucidide ne’ sette primi libri, Xenofonte nell’historia non meno favolosa che nella vera, Filone nel libro della sua ambasceria a Caligola, Giuseppe nelle guerre de’ Giudei, Appiano Alessandrino, Dione, Erodiano e Procopio fra’ Greci. Fra’ Latini Sallustio, Livio, Curtio, Tacito, Ammiano, gli scrittori dell’historia augusta, il Giovio, il Guicciardino, il Maffeo, Paolo Emilio, il Cardinal Bentivoglio, e tutti gli altri c’hebbero qualche nome. Che se Diodoro e l’Alicarnasseo, come importune e satievoli le riprovarono, hebbero più tosto riguardo a correggerne gli errori ch’à condannarne l’usanza, poiché l’uno e l’altro di loro ne lasciò, come a suo luogo si farà chiaro, l’arte di ben comporle e l’esemplio d’opportunamente adoprarle. Nè vale il dire che nell’ottavo Tucidide le tralasciasse, poiché quel libro fu da lui scritto in tempo d’infirmità così grave che nella languidezza del parto la mala dispositione del padre si riconosce,[273] ond’altri si fece a credere come che falsamente, che non di Tucidide, ma o della figliuola o di Teopompo fosse l’ottavo. Se Polibio poi, e Cesare, valuti si sieno delle dicerie, come tutti i più celebri historici, alla diligente lettura delle loro opere me ne rapporto, maravigliandomi forte c’huomini di tanta dottrina si lascino dall’animosità sì fattamente rapire che le cose manifeste a tutt’huomo presumano di negare. Veggansi in Polibio[274] la diceria d’Annibale prima della battaglia di Canne, di Clenea ambasciatore degli Etoli a quei di Sparta, contro Filippo padre di Perseo, re de’ Macedoni, di Licisco, che a Clenea in difesa del rè di Macedonia risponde, e cento altre. Veggansi in Cesare[275] ne’ soli libri della guerra civile la diceria di Curione, e di Pompeo a’ soldati loro, e di Labieno a Pompeo, e a’ compagni. In somma, l’uso di tutti i buoni e specialmente di coloro la cui autorità fu dagli avversari abusata, manifestamente convince le dicerie nell’histoire, prudentemente composte, haver buon luogo, né doversi come que’ valent’huomini si facevano a credere, rifiutar quasi disutili e false. Rimarrebbe solamente il detto di Trogo, di cui s’havessimo le storie intere, non quel solo compendio riserbatoci da Giustino, potressimo forse con la chiarezza degli esempi da lui lasciati recar luce all’oscurità del precetto, come nell’Alicarnasseo, e in Diodoro habiam fatto. Ne voglio in tanto accagionarlo d’invidia contro di Livio, di cui se bene era coetane e emule nel mestiere (scrivendo l’uno nel medesimo tempo l’historia Romana, l’altro la fastiera degli Assiri, de’ Medici, de’ Persiani, e de’ Greci) non credo agevolemente ch’egli per astio si ponesse a biasimarlo, perché questo vitio d’animo abietto e servile, per mia opinione, negli huomini veramente dotti e virtuosi non cade. Dirò più tosto che finalmente Trogo le dicerie nomaterette, o sia le prosopopeie riprende, quando vengano usate con tanto eccesso che facciano uscir da’ loro confini l’opere nelle quali s’ammettono. Così suonano le parole di quell’autore, “Quod conciones directas et orationes operi suo inserendo, historiae suae modum excesserint”. Che se a Trogo più proprie, per avventura, dell’historia sembrassero le dicerie nomate oblique (secondo ch’alcuni da lui raccolgono) io non veggo ragion bastevole che mi faccia soscrivere all’opinione che reputo mal fondata. Perché essendo e l’une e l’altre dicerie in sostanza l’istesse (già che tutte riferiscono quel ch’altri disse) e solo differenti nel modo, non mi cape nell’animo per qual cagione si debba permetter l’una e vietar l’altra. Di ché havendo acconciamente favellato alcuni moderni,[276] conchiudo questa parte della prova presa dall’autorità e fo passaggio alle ragioni.

Ma perché nel riprovar gli argomenti addotti dagli avversari vengono di necessità parimente considerati i fondamenti della conchiusione da noi pur dianzi formata, meriterà forse il pregio che le materie non si dividano, per fuggir anche una soverchia lughezza che potrebbe di leggieri stancare tanto chi legge quanto chi scrive.

Alla ragione dunque del verisimile, unico Achille degli avversari, primieramente rispondo. Due sorti di verisimile, per quanto a questo luogo appartiene, si possono considerare, una che riguarda il falso, l’altra c’ha per oggetto il vero, e mi dichiaro. Finge Virgilio, per cagion d’esempio, Didone reina di Cartagine innamorata d’Enea, ch’abbandonata e tradita furiosamente s’uccide. Il fatto è tutto falso, perché Didone fu castissima donna, né mai d’Enea s’invaghì, ne mai lo vide: rattiene con tuttociò la somiglianza del vero, perché molte donne veramente per amore disperatamente s’uccisero, e poteva Didone per avventura uccidersi se dishonorata sotto la fede del maritaggio, dall’amico e dall’hospite, in quelle congiunture di luogo e di tempo finte dal poeta avvenuta si fosse. Questo verisimile, che intorno a materia falsa s’aggira, falso anch’egli parimente s’appella. All’incontro Scipione, debellata Cartagine di Spagna, vede una bellissima donzella fra la turba de’ prigionieri e poteva lusingato dalla vaghezza usar del frutto del [sic] vittoria recandola a’ suoi piaceri. Egli non per tanto, domata la contumacia del senso con le leggi della ragione, conserva inviolata la donzella spagnuola e ne fa dono al padre, come vuol Polibio, o allo sposo, per sentimento di Livio. Il fatto è vero ma parimente è verisimile, perché par molto convenevole ch’un giovane di sangue nobile, tutto rivolto ad acquistare con la fama della virtù la buona opinione del Senato di Roma e la benevolenza de’ popoli, antiponga all’adempimento d’un appetito licentioso la gloria. Hor questo verisimile, che si conforma col fatto, s’appella vero. Il poeta si vale del verisimile, o vero o falso che sia, perché (come in questo luogo suppongo e altrove apertamente si prova) egli fabrica le sue poesie tanto sul fondamento della verità quanto della menzogna, come che, secondo la proprietà del suo mestiere, al falso più volentieri s’appoggi, onde facitore per vero nome si dice. Anzi se pur talhora favoleggia sul vero, ciò contra l’intention sua gli incontra, e come si dice, per accidente, e in casi tali più sollecito è sempre di rattener la somiglianza del vero che’l vero stesso. Si che il verisimile nomato vero è dal poeta più tosto tollerato che chiesto, e di lui per accidente si vale, e maneggiandolo come una semplice imitatione e somiglianza del vero, poco si cura che realmente sia vero. L’historico, all’incontro, in ogni tempo il verisimile falso rifiuta e’l vero adopra, non come verisimile ma come vero. In questo sentimento per avventura spiegar si possono le parole di Plutarco, dove parlando, per sentenza di Platone, della poetica, tutta rivolta alla testura delle favole dice “est autem fabula narratio falsa verae similis, longe itaque abest a rebus. Narratio -questa è l’historia- enim, rei simulacrum est, fabula narrationis”.[277] Il secondo corollario è che il verisimil vero, nel modo che dall’historico si pone in uso, equivocamente verisimile s’addimanda, poiché non esce fuori di quei termini della verità che nelle cose civili l’humana diligenza prescrive, onde vero semplicemente può dirsi. Il che mi studierò hor di provare, facendomi da lontano.

Tutti i negotii humani, la cui manifesta notitia sotto la conoscenza de’ sentimenti non cade, han di mestiere che la loro occulta verità con studiosa esamina si rinvenga. Strumenti di ciò molto efficaci sono le congetture, le quali se giudiciosamente alle circostanze del negotio d’addattano o di rado o non mai ingannano chi discorre. Anzi, formando prima un verisimile universale, con la scorta di lui a ritrovar il vero particolare infallibilmente conducono. Chiedesi per esempio se Clodio ucciso da Milone fosse assalitore o assalito, perché dalla cognitione di questa verità la liberatione o la pena del reo giustamente dipende. Il fatto dell’homicidio non pure è chiaro in se stesso, ma vien confessato dal reo, onde rimane solo sotto l’esamina se Milone a bello studio, o pur’a cagione di necessaria difesa l’uccidesse. Adopra M.Tullio le congetture e, considerando le circostanze del commesso homicidio, si forma nella mente un verisimile universale, e in questa maniera divisa. Un che con animo d’assalire il suo nemico in campagna parte dalla città è somigliantissimo al vero, che s’incamini a quella volta tanto opportunamente che non possa il nemico sottrarsi e vada ben armato, senza impedimenti di carrozze e di femine. Questo verisimile in cotal guisa proposto s’adatta poscia al caso particolare, e si dice, ma Milone andò fuor di Roma assai tardi, disarmato, in carrozza, e in compagnia delle sue donne, e da queste due propositioni scoppia la conchiusione, e si trova la verità: dunque Milone non partì con animo d’assalire, ma fu dall’inimico assalito. Chiunque per tanto valendosi delle congetture ben applicate alle circostanze del negotio che si maneggia forma senza fallacia di discorso le conchiusioni non può dirsi rinvenir solo il verisimile, ma il vero, che nelle cose humane sottoposte alla varietà di mille accidenti si può trovare. Se dunque l’historico, bene informato dell’avveniment0 che scrive e della natura del genio, dell’inchinatione, degli affetti, degli interessi, e de’ costumi degli operanti, sapendo di più che nel condur quel maneggio si caminò con diversità di parere in un consiglio di stato o in un senato, va con l’applicatione della sua congettura figurandosi nella mente la diceria di coloro, io per me stimo che niente meno s’apponga nel ritrovamento delle parole in sostanza di quel ch’altri farebbe nel penetrar per quelle vie medesime l’intima verità del negotio.

Aggiungasi che l’historico, sì come nel racconto de’ fatti deve essere osservator religioso del vero, senza aggiugnervi o scemarne cosa che sia d’essenza, così nella relatione delle parole può con maggior libertà lasciar trascorrer la penna, purché della sostanza e dal concetto non s’allontani. Così fanno anche gli ambasciatori, e i segretari de’ principi nell’essercitio delle loro importantissime cariche. Imperoché un ambasciatore che nelle instruttioni e negli ordini havuti in voce vede espressa l’imagine dell’animo del suo principe, esporrà l’ambasciata non con le parole che gli furon dette a lui (che forse erano mal composte, brevi e senz’ordine), ma ridotta a forma dicevole e accommodata alla persona, al luogo e al tempo, accompagnandola con le maniere di complimento più convenevoli, senza ristrignersi alla seccaggine d’Omero, che replica talhora ben venti e più versi interi per aggiustar l’esecutione dell’ambasciata con l’ordine. Che se a guisa de’ fanciulli nelle scuole dovesse con vana ostentation di memoria riferir puntualmente le parole del suo signore, poco senno sarebbe ad un ambasciatore bisognevole. Non nego io però che talhora non si commettano dell’ambasciate precise nell’espression, delle quali non ha luogo l’arbitrio ma la puntualità dell’ambasciatore, perché si vogliono in certi casi adoprar tante parole e non più, quelle e non altre, potendo agevolmente avvenire che la variatione pregiudicasse o nell’interesse o nel punto. E così furono lodati quegli ambasciatori Romani spediti a Tarentini, i quali “legationem quibus acceperant verbis peregerunt”.[278] Ma per lo più, l’avveduto ambasciatore rappresenta la volontà del suo principe con le forme di dire proportionate forse al luogo, che richiede eleganza e facondia, ma senza forse al negotio, alla dichiaratione di cui fa di mestiere il buon ordine, la chiarezza, l’efficacia, e’l sapere. Ne vien però creduto che l’ambasciata sia più tosto verisimile che vera, perché quel principe non favellerebbe in quel linguaggio né così bene. L’istesso de dirsi de’ segretari, a’ quali talhora si danno gli ordini delle lettere in due parole, e talhora si rimettono in tutto alla prudenza e alla fede sperimentata del buon ministro, senza ch’el principe in altro s’adopri che in sottoscriver il suo nome. E pur colui forma le lettere con tutta l’eccellenza che gli consente l’ingegno aiutato dall’arte e perfettionato della sperienza negli affari più rilevanti. Ne trovo però che verisimili e non vere s’appellino quelle lettere, per essere dettate in linguaggio differente dal materno del principe, e con eleganza maggiore della capacità di colui di cui portano il nome. Schernisce Luciano un tal componitor d’historie perché molte voci Romane nella sua Greca scrittura havea trapportate, nomando alcuni strumenti con parole alla sua lingua straniere. E soffrirebbe le fredde accuse di coloro che riprendono Livio, perché non fe’ parlar Annibale in linguaggio Affricano? È forse tenuto un servitor Venetiano a portar l’ambasciata del suo patron Fiorentino nell’idioma alla sua lingua e alla sua pronuntia straniero, sotto pena di falsità? Forse saranno un genovese od un Bergamasco obligati a dettar le lor lettere in modo che corrispondano alla favella nativa per far che vere e non al vero somiglianti si credano? Oh così fa il Boccaccio nella novella di Chicchibio e della Ciciliana, e fa dire a Lisetta in lingua Venetiana “Mo vedì vù”. Così fa Plauto nel Penulo, e fa parlar Annone in linguaggio Affricano, ma queste sono appunto novelle per provocare alle brigate le risa. Conchiudo dunque che, potendosi dall’historico tanto per via di notitie riserbate da chi v’haveva rivolto il pensiero quanto per la traditione invariabile e tramandata per mano, e molto più con la scorta delle congetture, prudentemente applicate alle circostanze de’ negotii che scrive, rinvenir la sostanza di quel ch’altri disse (come per esempio, che deliberandosi di mandare in Affrica il consolo Scipione a portar la guerra nel paese nemico, Fabio Massimo contradisse, e Scipione a Fabio Massimo efficacemente rispose), e non essendo dall’altro lato tenuto a risapere e riferire le parole precise di coloro, può senza nota di falsità introdurre nella sua historia le dicerie, onde rimarrà per lui nel suo vigore il divieto di Tullio “Ne quid falsi dicere audeat”. Da tutto questo discorso può altri leggermente comprendere quando s’inganni lo Scaligero il vecchio, dove volendo sciorre una quistione mossa da valent’huomini (che egli, secondo il suo costume di prezzar poco gli autori grandi, appella superbamente grammatici) se sia poeta Lucano, conchiude “quin equidem Livium potius poetae nomen meruisse, quam Lucanum amisisse censeo. Nam quemadmodum tragici rem ipsam dum narrant verba, personis, actiones, ac dicta accomodant: sic Livius, et Thucidides interserunt conciones, quae numquam ab iis, quibus sunt attributae cognitae fuerunt”.[279]

Ma quando le mie ragione non havessero forza bastevole per opporsi al detto di quegli huomini valorosi (il ché può di leggieri accadere per la fiacchezza dell’ingegno e per la mediocrità dello studio mio) prego nondimeno l’honorate memorie de’ miei dotti avversari a non sdegnarsi, che partendo io dal sentimento loro, che singolar si può dire, segua l’esempio di tutta l’antiquità, c’hoggimai è passato in luogo di legge. Perché sì come la loro dottrina riguardevoli gli ha resi sopra’l vulto de’ letterati moderni, così la loro modestia rispettosi dee rendergli verso il senato degli historici antichi (pp. 142-158).

Trattato Quinto, Cap. II. Del modo di formar le concioni, o vogliam dire le dicerie nell’historie, ecc. Diviso in tre particelle.

Particella I. Domitiano fe’ morir Pompusiano perché leggeva le concioni. Non s’intrometta l’historico in comporle senza esaminar prima se stesso e l’occasione d’introdurle: che sia nobile e degna, contro a quel che fecero Tucidide e Sallustio, tali sono le negotiationi de’ senati, le consulte di stato e tutti gli affari che si terminan con parole, o quando la materia così comanda. Introduca persone grandi nel proprio genere, secondo le occasioni, anche un liberto e una donna, in negotii scelerati un malvagio. Sia el soggeto proportionato a chi parla e regolato dal decoro.

Chi considera la vita di Domitiano Cesare, rimane da’ suoi pensieri lasciato in forse qual fosse in quel mostro malvagità più detestabile: o la libidine, o l’ambitione, o la perfidia, o la crudeltà. In tutte fece prove per l’enormità maravigliose, ma nella sete del sangue humano fu infatigabile, in guisa che quando a lui mancava l’occasione di spargerlo, il suo capriccio valeva in luogo degli altrui delitti, e a cagione del suo barbaro gusto l’occisione degli innocenti recava. Fra questi fu Pompusiano huomo non solamente dal Vesperiano honorato, ma stimato dagli auguri meritevole dell’impero, il quale primamente dal tiranno in Corsica rilegado fu finalmente ucciso, “quod haberet orbem terrae pictum in parietibus cubiculi, quodque conciones regum, et caeterorum principum quae sunt apud Livium scriptae evolveret, et studiose legeret”.[280] Se sotto il principato di quel malvagio havessimo intrapresa la fatica di scrivere, delitto degno di morte sarebbe l’argomento del presente capitolo, dove non di leggere, ma di comporre le concioni gli insegnamenti si cercano. Ma poiché la felicità del nostro secolo, se non ha del tutto esterminate le sceleratezze de’ grandi, almeno gli esempi di così detestata fierezza non teme, e l’animo e la penna rassicurando, seguo francamente l’impresa. E perché provammo altrove, s’io non erro, bastevolmente che le concioni, o si chiamino le dicerie, dall’historia sbandire non si dovevano, come nemiche del vero, secondo che alcuni dotti e valenti scrittori imaginavano, resta hora di prescriver le regole di ben comporle, e l’opportunità d’introdurle con lode. Ma prima d’avanzarme più oltre nella materia è necessario ch’io rivolga la penna al buon componitor dell’historia e dell’importanza della sua carica l’ammonisca. Se parte alcuna di così nobile mestiere vuol essere maneggiata con giudicio e con arte, la testura delle dicerie singolar diligenza richiede. Perché sì come aprono allo scrittore l’arringo d’una felice eloquenza e gli somministrano il modo di mostrar quant’ei vaglia fuor del racconto, così a manifesto pericolo l’espongono d’esser tenuto non pur debole e freddo nella facondia, ma nelle materie pellegrine poco introdotto e poco ben guernito di giudicio e di senno. Trattansi nelle dicerie materie da huomo grande, si consultan le guerre, le paci, le confederationi, gli ordini, le risolutioni in cause di stato, e bene spesso con discordia de’ consiglieri; s’espongono ambasciarie, e può talhora adivenire che s’entri in materie giuridiche per le devolutioni degli stati, alla successione de’ quali con, diversità di motivi, diversi principi aspirano, e per la giurisdittione (la cui gelosia è nel cuor de’ grandi stimolo potentissimo a qualunque precipitoso consiglio), anzi, per la multiplicità delle sette e per le discordie della religione, non di rado s’introducono soggetti teologici che richieggono la dottrina con una peritia più che ordinaria dell’antichità, de’ riti e dell’historie ecclesiastiche. E se in casi tali non si trova l’historico ben fondato, in quanti errori può di leggieri cadere, e quando pregiudicio può cagionare alla causa migliore?

Il primo pensiero dunque d’un sensato scrittore sia l’esaminar se medesimo, e veder veramente se nella materia proposta tanto ben’instrutto si sente, che con la diceria affrontandola non habbia poscia a cader sotto il peso con suo rossore, e con danno del negotio e di chi legge. Né farà malagevole rinvenir in ciò puntualmente la verità, s’egli non vorrà lusingar se stesso e riputarsi vanamente da più di quello che gli consentono l’esperienza e l’ingegno. E se per difetto di notitie bastevoli nel fatto, o per poca intelligenza del negotio e de’ motivi delle parti, o per mancamento d’arte in rappresentar degnamente quel che bisogna, vacilla ne’ suoi discorsi, schivi cautamente l’impresa, né faccia pompa della sua povertà, né tragga in scena le sue vergogne. Per difetto di questa cautela osservano alcuni moderni que Dione, benché fosse più di Polibio nelle concioni eloquente, è nondimeno molte volte ridicolo, perché non intendendo le materie militari, fanciullescamente n’introduce i discorsi, dove, all’incontro, Polibio, soldato di professione, divisa del mestier della guerra come maestro tutto che manchi nelle sue dicerie d’ornamento rettorico. Insomma, misuri ognuno la sua capacità, le sue forze, il sapere, l’ingegno, e che so io, ma non s’aduli, perché tralasciando d’introdurre la diceria in qualche luogo, in cui sarebbe stata dicevole, da pochissimi sarà considerato l’errore, e si dirà solamente, “poteva commodamente in questo luogo l’historico introdurre una concione”. Ma se verrà fuori con una diceria satievole e mal fabbricata, debole nelle prove, fallace negli argomenti, nella persuasione inefficace, confusa nell’ordine, ignorante o falsa nel fatto, non è biasimo che non provochi, non è rimprovero che non meriti, e dirò anche non è maledittione che non gli giunga. All’incontro, se pesate senza animosità le circostanze, crederà di poterne riuscir con franchezza, alhora generosamente s’accinga all’opera con le considerationi seguenti.

Primieramente vegga se l’occasione è si nobile che meriti l’honor della diceria, perché di lei non è ogni avvenimento capace. Peccò in più modi contro questo avvertimento Tucidide, a parer dell’Alicarnasseo,[281] poiché sì come d’adoprar le concioni quando l’occasione lo richiedeva s’astenne, così, all’incontro, alhora volle introdurle che convenienti e opportune non erano. E lasciando da un de’ lati altri esempi da lui dall’historia di Tucidide addotti, per confermar il suo detto, mi ristringo a quella sola oratione funerale che fece fare a Pericle nell’anniversario costumato dalla republica Ateniese de’ cittadini per difesa della patria morti in battaglia.[282] Fu quell’anno di niun momento l’impresa, ne più di quindici cavalieri vi morirono, i quali né gloria né potenza di sorte alcuna accrebbero alla republica. Dove per lo contrario nelle guerre degli Ateniesi contro de’ Lacedemoni,[283] sotto il commando militar di Demostene, fattioni molto segnalate seguirono, e delle battaglie tanto marittime quanto campali gli Atheniesi, ancorché molto inferiori di numero, rimasero vincitori, onde furono gli assalitori condotti a gettarsi supplichevoli a’ piedi degli assaliti. Nelle battaglie poi sanguinosissime della Sicilia, sotto la condotta di Nicia e di Demostene,[284] qual fior di cittadini e di confederati non rimase valorosamente combattendo reciso, se né pure i sovrani condottieri dell’hoste, prima prigionieri de’ Siracusani, e poi barbaramente uccisi, contro la fede data lor da Gilippo, alla strage universale sopravanzarono? Fatti per mille prove di valore si memorabili e chiari che l’istesso Tucidide, per ben descrivergli, tutte le forze dell’ingegno raccolse, onde quei luoghi dell’historico furono poscia da Plutarco, per esempio nobilissimo dell’enargia considerati e lodati.[285] E pur allora, che non solamente opportuna, ma necessaria pareva la diceria in honore degli estinti guerrieri, seccamente se la passa Tucidide, e a quaranta milla soldati generosamente insieme co’ generali, in difesa della patria caduti, non apparecchia le solite pompe funerali, che tanto largamente a quindici cavalieri comparte, adoprando il miracolo della greca eloquenza, per honorargli d’encomio. La ragion del disordine è rapportata dall’Alicarnasseo alla vanità dell’historico, il qual volendo per ostentation di facondia valersi di Pericle, che fu detto folgorare e tuonare, e che morto l’anno secondo di quelle guerre, ad altre calamità della republica non sopravisse “idcirco videtur Thucidides in res tam minutas quaeque vix tanti essent, ut in illis explicandis opera sumi debuisset tantas praeter illarum dignitatem, laudes contulisse”.[286] Né Sallustio, in ogni altra cosa imitator di Tucidide, in questo fatto, ancorché men buono, deviò punto dal proposto esemplare, perché tutto che non fosse necessario ad uno scrittore, che la sua lode principalmente trasse dallo scriver ristretto (onde a Tucidide fu in questa parte superiore, come sente Quintiliano), in una brevissima historia multiplicar tanto le dicerie, non hebbe in suo potere sì fattamente l’ingegno che non si lasciasse rapire dietro alla fama di Caio Memmio, dicitor di que’ tempi famoso, e no’l facesse parlare, “sed quoniam ea tempestate Roma Memmii facundia clara, pollensque fuit, decere existimavis unam ex tam multis oratinem eius praescribere, etc.”.[287] Ma questi autori non l’opportunità dell’historia, ma l’occasione della propria lode seguirono, la quale, se presso alcuni dal titolo dell’eloquenza ricolsero, presso i migliori per difetto di prudenza perdettero.

Deve dunque il savio e giudicioso scrittore incontrar l’occasioni che sien degne di concione, le quali secondo il parer di Diodoro,[288] sono: le negotiationi che passano ne’ senati o ne’ consigli di stato e di guerra, consultando l’occorrenze del buon governo o militare o politico; l’ambascierie; l’accuse diremo noi de’ colpevoli con le difese degli innocenti; e certi avvenimenti fuori dell’uso splendidi e di gran momento. L’Alicarnasseo poi, havendo nella sola causa di Coriolano consumato un libro intero,[289] tutto intessuto di concioni, e temendo d’esserne peravventura (come quello che i suoi propri insegnamente dell’uso delle dicerie trasandava), ripreso, porta con la privata discolpa una dottrina generale, che in tutte le gravi attioni, le quali si maneggiano e si conchiudono con parole, nelle seditioni cittadinesche, nelle sollevationi della plebe, insomma, in tutti quei trattati ne’ quali il negotio ha tolta di mezo la materia de’ disturbi senza che all’armi venuto si sia, le concioni debbono esser fedelmente portate. Aggiungniamo noi che quando l’historico si trova condotto in luogo lubrico, onde ritrarre il pie senza pregiudicio della verità non potrebbe, e passar più oltre alle sue conditioni si disdice e da qualche grande e ragionevole riguardo gli vien negato, può le materie pericolose rappresentar con la diceria in persona di tale a cui il favellar di quel soggetto non disconvenga. Il Cardenal Bentivoglio riferisce le oppositioni che da’ popoli troppo liberi de’ Paesi Bassi al tribunal dell’Inquisition si facevano,[290] e perché essendo egli nell’ordine ecclesiastico personaggio si principale e membro di quella sovrana congregatione la cui autorità gli heretici si combatteva, non era forse dicevole ch’in propria persona trattasse un argomento calunnioso. Il qual però per altre circonstanze non voleva esser dissimulato da lui, introdusse a parlarne Enrico di Brederode, e sodisfece in un tempo medesimo al decoro della sua persona e alla sincerità dovuta all’historia.

Habbia secondariamente riguardo alla scelta delle persone ch’introduce a parlare, perché non ammette la gravità dell’historia che alla rinfusa sostenga ogn’uno le parti di ragionare. Ricordasi che nel senato Romano non eran chiamati a favellar in ringhiera se non gli huomini consolari, o coloro che l’età o la dignità faceva più riguardevoli, onde in giovani s’alzavano “non ut aliquid dicerent (id enim adhuc pudori erat apud Romanos, nec ullus iuvenis sene sapientiorem se ducebat) sed ut discederent in consularium sententiam”.[291] Non si dimentichi come nel senato de’ Lacedemoni, havendo un tale per l’eloquenza assai noto, ma di una vita contaminata, esposto un consiglio eccellente, fu ordinato che ’l medesimo consiglio da un huomo da bene, benché rozo nel dire, fosse proposto di nuovo e abbracciato, perché si recava a vergogna quel popolo di costume incorrotti di seguir consiglieri di mala fama.[292] Veggasi in questo proposito Plutarco,[293] che molto acconciamente divisa. Si ché circonstanze poco meno che necessarie sono, l’età grave, il grado, il credito, il valore e l’autorità, che per diverse e non tutte buone vie agli huomini si concilia. Idea di colui che descrivo è l’eroe virgiliano, che sopravenendo all’incomposte risse della plebe agitata, con la sola presenza ogni tumulto raccheta, e poscia le radici delle seditioni con l’eloquenza divelle:[294]

Ac veluti magno in populo cum saepe coorta est

Seditio, saevitque animis ignobile vulgus,

Iamque faces et saxa volant, furor arma ministrat,

Tum pietate gravem, et meritis, si forte virum quem

Conspexere, silent, arrectisque auribus adstant,

Ille regit dictis animos, et pectora mulcet.

 

Tal è Filopomene presso Polibio,[295] il consolo Quintio presso Dionigi Alicarnasseo,[296] Tucidide Farsalico presso Tucidide,[297] Apollonide presso Livio.[298] Ma non vorrei che le mie parole agli incauti materia d’equivoco somministrassero. So bene che spesso di soggetto tal si ragiona che a personaggio di bontà e di merito sarebbe oltraggioso l’ascriver la diceria; so che non tutti, benché per altro valorosi, possono in tutte le materie dar buon consiglio. Onde quando io dissi doversi sceglier dall’historico le persone più riputate e autorevoli, intesi che tali fossero in genere loro. Perché sì come nelle gare cittadinesche, le quali a maraviglia afflissero, e finalmente sconvolsero, la republica di Roma, parlano in Livio, in Dionigi Alicarnasseo, e in Dione gravissimi senatori e consoli d’animo intero, così non mancano tribuni sediciosi ed insolenti che contradicono gli uni e gli altri, però erano personaggi qualificati e d’autorità, i primi nell’ordine patricio, gli altri fra le immondezze della ciurma plebea. Si ché in un trattato di tradimento e di congiura non intendo che parli un cittadino modesto e di temperati pensieri, perché non ha egli luogo in quella scelerata assemblea, ma uno fra quei malvagi di maggior credito e habilità, che farà bene spesso il più malvagio di tutti; in un consiglio di guerra i gran capitani o quei veterani, che molte cose han vedute, non un semplice soldato od un novitio ragionino. Un liberto favorito è sovente strumento habilissimo a condurre col suo padrone un negotio, per grande che sia, e mal non fa quell’historico ch’a favellar, secondo la sua condition, l’introduce. All’orecchio del principe pongasi tall’hora una donna s’ella è scaltrita, e se nell’animo di colui con maggioranza di genio signoreggia, perché conseguirà bene spesso con le lusinghe ciò che l’altrui sagace negotiare non otterrebbe. O pur s’ella è savia e di maschi pensieri, farà che arrivi alla notitia del principe svelata la verità, la quale non entra mai nelle gran corti senza la mascara. Così Livia, presso Dione, consigliando Augusto, suo marito, a stabilir l’impero ed a cellar l’insidie delle congiure con la clemenza.[299] In somma, ristringo in duo parole il mio sentimento. Elegga l’historico persona idonea alla carica che pretende d’importe, e quella faccia favellar da sua pari, osservando il costume secondo le conditioni, o naturali o d’habito o di fortuna.

Nel terzo luogo consideri che la materia della diceria con la dignità, col costume, con la professione, o almen con la peritia del dicitor si confaccia, riducendosi alla memoria che Annibale schernì come pazzo e insensato Formione peripatetico, il quale, non havendo mai veduto alcun campo di battaglia ed essendo di mestier sofista, per mero prurito di lingua intemperante, ardiva di ragionar di guerra alla presenza di un capitano di tanta esperienza.[300] Trasandò questa regola Xenofonte, se crediamo all’Alicarnasseo, “qui nec decorum personarum saepe servavit, attribuens interdum hominibus indoctis, ac barbaris sermones e media philosophia depromptos”.[301] Di lei non punto calse a Tucidide, se prestiam fede al medessimo Alicarnasseo, e non più tosto a Marcellino sofista, perché fece favellar Pericle non come huomo ben costumato, né come isperimentato politico, né come incomparabile oratore ch’egli era, insomma non da suoi parti.[302]

Ma forse m’aggiro indarno con lughezza di ravviluppato discorso mentre una legge sola ben osservata è bastevole a regolar ogni cosa, ed è la legge del decoro. Questo sia l’arbitro del componimento, a’ divieti di lui si renda divota ed ubbidiente la penna, da lui riceva la sua norma il giudicio, a lui presenti i suoi bollori l’ingegno, egli n’additi l’occasioni, egli le persone n’insegni, egli ne prescriva il soggetto ed egli finalmente ne detti il modo con cui comporre le concioni si debbono. Tutto ciò par che brevemente Luciano in quell’insegnamento comprenda, “curandum est ut maxime personae decora, et rei convenientia, et propria dicat”.[303] Perché come in questo proposito ben dice Marcellino sofista nella vita di Tucidide “est eius qui artis suae intelligens sit, servare personae cuiusque dignitatem, ac rebus omnibus convenientem tribuere ornatum”.[304]

Particella II. L’oratione diligente sia ed esatta, senza artifici che dipendano dalla recitatione, senza pompa d’ornamenti indegni d’huomo grave, senza figure dilicate e spiritose, senza giro d’esordio, senza multiplicare fuor del bisogno e finendola a tempo. Dottrine ed esempli intorno a ciò.

Hor al modo da tenersi per ben comporle, facciam passaggio. Presuppongo per indubitato che sì come le dicerie nell’historia sono in un certo modo prese in prestanza, quasi propri arredi dagli oratori, così per la loro compositione da’ retori derivano gli insegnamenti e le regole, e perché non han materia determinata, ma intorna a quella s’aggirano che dagli avvenimenti del mondo dall’historico descritti è lor porta, quindi anche necessariamente avviene che in un modo solo ed invariabile non si compongono. Abbracciano dunque i tre notissimi generi della rettorica, il giudiciale, il deliberativo, e ’l demostrativo, secondo l’occasioni, e ciò dall’esperienza e dall’esempio de’ più famosi apprendiamo, le dicerie de’ quali in prova di quel c’ho detto, non porto, perché da coloro che nel secolo passato e nel nostro n’hanno fatto scelta, sono sotto a’ tre già mentovati generi diligentemente ridotte. E perché Luciano confessa che “permittitur tunc rhetoricari quoque et ostentare verborum, et orationis gravitatem”,[305] ragionevolmente conchiudersi che con’ medesimi precetti formar si dee la concion dall’historico con che l’orator compone le sue, pigliando da i generi propri la materia e le prove, che copiosamente da Aristotele e da tutti gli altri insegnatori della rettorica son dichiarate. Da questo scoppia una propositione poco da coloro avvertita che temerariamente a compor l’historie s’accingono, cioè, che il buon historico, se brama di sostener le sue parti come conviene, dee perfettamente saper la rettorica, per conoscer bene i generi, l’uno separato dall’altro, e poi come l’uno all’altro si riduca; la fede degli argomenti proportionata a ciascuno; gli stati delle quistioni; il modo di maneggiar gli entimemi per acquistar la credenza degli uditori; la maniera d’amplificar le sue ragioni e di diminuir quelle degli avversari; i fonti della lode e del biasimo, del giusto e dell’ingiusto, dell’honesto e del turpe; le nature ed i costumi delle genti; l’inchinationi varie, secondo la varietà degli anni, delle fortune e d’altri accidenti; l’arte d’insinuarsi negli animi per reggergli a suo talento; in somma, non è in tutta la rettorica insegnamento si proprio che con l’historico non sia in questa parte commune. Con tal riguardo per mio sentire ad un sommo e perfetto oratore, con l’esempio specialmente de Greci, dissero Catulo ed Antonio appartener l’ufficio di comporre un’historia.[306]

Ma perché vorrei pure con qualche maggior distintione veder raccolti i precetti della concione historiale, e non habbiamo fin’hora chi n’habbia scritto (forse perché dipendendo si strettamente dalla rettorica, han creduto che bastevoli sieno gli insegnamenti de’ retori come accenna Cicerone[307]) ardirò di proporre alcune considerationi con quel rispetto che dal mio debile ingegno al sapere et al giudicio de’ leggenti è dovuto.

Due sorti d’orationi vengono da Aristotele considerate, l’una che non esce dalla scrittura, ma solamente per esser letta è composta, l’altra destinata alla recitatione o ne’ giudicii in argomento contentioso o nelle raunanze per le deliberationi. La prima sorte, per diffinitione del filosofo, vuol esser con ogni più esatto studio formata ἔστι δὲ λέξις γραφικὴ μὲν ἀκριβεστάτη, è la dicitura che rimane negli scritti accuratissima, e ne soggiugne non molto dopo la ragione e l’esempio, perché dic’egli i componimenti da leggersi si portano in mano, onde più consideratamente il lor valor si bilancia, como l’orationi di Cheremonte e di Licimnio, scrittore de’ ditirambi. Ma per vero dire a me cotal divisione adeguata non pare, perché fra le orationi che si reserbano al lettore, altre al genere giudiciale, altre al deliberativo, ed altre al dimostrativo, appartengono niente meno di ciò che appartengano quelle di cui a recitar ci vagliamo. Ond’era forse meglio constituire i due membri più generali, e dire: “delle orationi alcune si compongono per leggere, alcune per recitare”, e poi soggiungnere “la minor divisione a’ due membri principali commune, di quelle che si fanno a cagione di leggere, altre sono scritte nel genere deliberativo, altre, ecc.” Ma perché io non sono d’ingegno così sfrenato o d’animo tanto insolente ch’ardisca, come alcuni fanno, di vilipender gli autori antichi e dal commune consentimento di tanti secoli canonizati per grandi, lascio la divisione d’Aristotele co’l discordo che l’accompagna, e della dottrina a mia sodisfattione mi vaglio.

L’orationi solite a spargersi per l’historia tra quelle piacemi d’annoverare che servono alla lettura, perché quantunque dall’historico quasi recitate si riferiscano; sa nondimeno il componitore che recitate giustamente, almeno in quella guisa non furono, ed i leggenti son persuasi che agli occhi loro, non agli orecchi, si scrivono, onde la dottrina d’Aristotele ad esse applicando, dico che molto esattamente compor si vogliono per sodisfare al giudicio di chi di passaggio non l’ode dalla voce dell’oratore, ma leggendole adagio, dalla penna dello scrittor la riceve. E sì come le figure, che in parte lontana debbono collocarsi, non sono dal dipintore con minuta diligenza finite, perché la lontananza o consola o nasconde la volontaria negligenza dell’arte, così le orationi che si dicono al popolo (ed è somiglianza d’Aristotele benché a mio proposito, come ho promesso, rivolta) non hanno mestiere d’un’ansiosa e sollecita maestria, poiché passano di repente, non lascian luogo o tempo alla consideratione dell’artificio. All’incontro, le dicerie historiali sono in guisa delle miniature, che pigliandosi in mano e contemplandosi per minuto, non possono qualunque, benché picciolo, diffeto nascondere.

Non s’inganni però con pigliar a ritroso il mio sentimento l’historico, e vanamente sudando nell’ornamento alle dicerie men convenevole, trascuri quel che più importa intorno alla forza delle ragioni e delle prove, perché tutto l’opposto pretendo, e dalla dottrina d’Aristotele non m’allontano. Due sono gli strumenti conche d’espugnar gli animi degli uditori l’oratore s’ingegna: la recitatione, che da’ maestri attione o pronuntiatione si nomina, e la diceria. La prima è tanto per la stessa valevole ed efficace che per tre volte Demostene le diede sopra tutti gli artificii rettorici il principato; M. Tullio perciò favella ed eloquenza del corpo la chiama,[308] e Quintiliano tanto vigor e forza l’attribuisce, che i concetti, le prove, gli affetti e ogn’altra cosa reputa inutile nell’oratore, se l’attione non l’avvalora.[309] Di questa è priva la diceria historiale, onde per non rimaner languida e fredda fa di mestiere che la mancanza di quella con altrui aiuti, ugualmente fruttuosi, ristori.

Lascierà dunque da un lato tutti que’ colori ed artifici che riceve la forza dell’attione. Aristotele insegna non solamente perché giovevoli a’ suoi fini non gli haverebbe, ma perché presupponendo la rappresentatione e ’l gesto del dicitore, oscura senz’essi rimarrebbe, e fuor di modo pendente la concione.[310]

Tronchi parimente tutti gli ornamenti da pompa e di quelli soli guernisca la diceria, che ad honorata matrona convengono, onde più tosto nobilmente vestita che ornata pomposamente la concione si dica, il ché farà temperandosi nell’uso di certe figure di sentenza c’hanno del borioso ed empiono il favellare, como sono l’allegorie, le prosopopeie, le apostrofe, l’ironie e somiglianti. Ne gli dia noia, che smunta e secca parer in cotal modo potesse la concione, quando altri argomentasse di recitarla, perché questo più tosto si de’ stimar argomento di bontà, giusta l’opinione d’Aristotele, perché secondo lui, “et istorum si orationes cum illorum inter se comparentur, equidem quae domi scriptae placebant, in contentionibus angustae et ieiunae apparent. Quae vero rhetorum in foro bene habitae, in manibus plane humiles et vulgares”.[311] Ciò haver osservato nella sua historia Tucidide, non per difetto di sapere, ma per finezza di giudicio difende Marcellino sofista,[312] perché poco dicevole riputava che un Pericle, un Archidamo, un Nicia, un Brasida ed altri personaggi di grand’animo e di grande affare andassero scherzando con le figure rettoriche, mentre l’autorità delle lor persone faceva che potessero e riprendere e dolersi e persuadere apertamente, senza consolar con le figure il parlare. “Ipsum etiam eloquentiae genus alios aliud decet. Nam neque tam plenum, et erectum, et audax, et praecultum senibus convenerit, quam pressum, et mite, et limatum, etc.”, dice Quintiliano.[313]

Consideri che le consulte di stato, le persuasioni ad imprese non meno pericolose che grandi, l’esortationi ad un popolo o ad uno esercito ribellante per rachetarlo, la promulgation delle leggi, e cose tali, non han bisogno di concetti gentili che acconciamente i moderni chiamano spiriti, perché non hanno né osso né polpa, ma sono pure fantasime, o lampi momentanei e palpitanti d’imaginatione infiammata che incontinente svaniscono, né si compiaccia di quella ventosa ed enorme loquacità de’ sofisti, che fin ne’ fanciulli biasimava Petronio,[314] né di figure dilicate c’habbiano le corrispondenze a misura, le contrapositioni tirate a filo, le cadenze limate, le quali cose in Eforo, in Teopompo, ed in Anassimene da Plutarco si chiamano balordaggini e scempietà, “est quod principes deceat, aliis non concesseris. Imperatorum ac triumphalium separata est aliqua ex parte ratio eloquentia”.[315]

Allontanisi dagli esordi girevoli e lunghi, ne’ quali il sollecito rettoricante non è ben pago se non rende docili, attenti e benevoli gli uditori, stimando di trasandar, con delitto di lesa oratoria maestà, un divieto molto importante, se manca pur un puntino agli insegnamenti di Cornificio. Legga pur quanto sa le dicerie di Livio (il qual nomino fra tutti gli altri, come quello che Quintiliano stimava “in concionibus supra quam enarrari possit eloquentem”[316]) e troverà che non si perde in lunghezza d’esordio, ma vien subito al punto. Anzi bene spesso lo tralascia del tutto, non solamente in certi casi repentini c’han bisogno di vehemenza e di fretta, ma in altri ancora, cominciando con la concione, come suol dirsi, ex abrupto, benché senza vehemenza, come in quella di Pontio, general de’ Sanniti, “Nec ego istam deditinem accipiam, nec Samnites ratam habebunt”, ecc.,[317] ed in quella d’Annone contro d’Annibale, “Iuvenem flagrantem cupidine”, ecc.[318]

Non si lasci dal prurito d’ostentar l’eloquenza si fattamente rapire che multiplichi a dismisura le concioni, perché, si come in tal caso l’historia tutta sarebbe la giunta e derrata appellar si potrebbero le concioni (dice Diodoro), così porterebbe gran risico, che satio o stanco il lettore ricusasse di leggerle, e di salto dall’uno all’altro racconto facesse passaggio: “Hanc ob causam talium scriptorum lectores (parla degli intemperanti nell’uso delle dicerie) partim stili genus etiam si elegantissimum videatur praetereunt, partim prolixitate, et authoris importunitate deterriti, in universum, et quidem merido ab eorum lectione abstinent”.[319] Che se pure non può resistere al pizzicore ch’all’esercitio dell’eloquenza il sollecita, componga fuor dell’historia libri d’orationi (replica Diodoro), ed in esse lodevolmente si sfoghi, senza interrompere importunamente il filo dell’ordinato racconto, e frastornar il lettore dell’historia con dicerie non necessarie.

E finalmente contentisi di finir una volta. So che prescriver certa misura alle dicerie dell’historia malagevolemente potrei, perché la diversità della materia più o meno importante, più ravvilupata o più chiara, più o meno contrasta dalle parti, diversamente si tratta. Ma si ricordi, almeno l’historico, di non tener a bada chi legge, e chi è disideroso d’intender l’ultimo fine degli avvenimenti, de’ quali ha già letto il principio. Prolisso fuor di misura è talhora Dionigi Alicarnasseo, né senza riprensione la passa Livio talvolta, ma la seccagione di Dione non può soffrirsi. Molte altre cose in quell’autor mi dispiacciono, perché (oltre lo scoprirsi partiale e maligno e nemico per lo più de’ migliori) o pongasi a farci il politico addosso, quanto è da Tacito e da Polibio superato d’avvedimento e di giudicio, tanto è di loro più satievole e verboso, o voglia descrivere un’accidente di sua natura patetico e pieno di circonstanze degne di memoria, consuma di molta carta in un odioso cicaleccio, senza evidenza, sensa forza, puerilmente. Servaci di prova la descrittione del terrore portato a Roma dalla venuta di Cesare, disubbidiente al senato et armato. Congiugne Dione in uno lo spettacolo d’una città da’ nemici abbattuta e manomessa, con l’altro d’un luogo da’ suoi medeesimi abbandonato per forza: “poterat ea res haud iniuria, si quis eam coram inspexisset, comparari duobus populis, duabusque civitatibus, quae ex uno populo, unaque civitate existerent, quarum altera in exilium abiret, altera deserta capereretur”,[320] confessa egli medesimo. Hor ché cosa non poteva apportar d’affettuoro e di tenero se Livio e se Giustino in una parte sola tanto dissero e tanto fecero come osservammo di sopra? E pur sì freddamente maneggia quell’accidente Dione, che con infinito tedio appena da un lettore patientissimo si può leggere. Ma nelle concioni vince ogni tolleranza. Ancor m’aggravano il capo le due immense dicerie d’Agrippa e di Mecenate nella consulta d’Augusto, quando gli venne voglia, o s’infinse, di ripor la republica in libertà. E tutto che dell’una e dell’altra se n’habbia il tempo per scemarne la noia, logorata una parte, tanto nondimeno è quello che sopravanza al nostro rincrescimento, che il leggere più d’una volta può darsi in pena agli sfaccendati, e nondimeno il valent’huomo, non gli parendo d’haver anche cinguettato a bastanza, fa dire verso la fine a Mecenate “multa praetereo, quod simul ea omnia dici non possunt”.[321] E pur è certo che quelle due concione sole adeguano bella ed intera la guerra giugurtina da Sallustio descritta.

Particella III. Può innalzar in esse lo stile, ma deve arricchirle di ragioni adattate alle circostanze, col commovimento breve ma efficace. Vigorose in ribatter l’avversario. Che non trascurino le cose minute, s’importano. Dicerie di Fabio Massimo e di Scipione esaminate. In esse han luogo gli insegnamenti e le sentenze. Cautele nelle concioni militari.

Queste poche considerationi accennano alcune cose che nel compor le dicerie schiviar si debbono dall’historico, nelle quali stati siamo assai scarsi d’esempi, perché negli insegnamenti che negativi s’appellano, non si possono addurre, essendo che gli autori buoni non sarebbono tali se non fuggissero il male, ed i men buoni a noi ne’ lor’ errori servir di guida non debbono. In luogo nondimeno degli esempi habbiam recate le dottrine de’ grandi, le quali presso di noi saranno sempre autorevoli ed efficaci. Resta hora a noi di soggiugner alcune altre avvertenze per ben formar le concioni, il ché faremo con ogni possibile brevità.

Sappia l’historico che se ben la dicitura di tutta l’historia al maggior carattere s’appartiene (como suppongo per hora et altrove a bello studio si prova[322]), tuttavia può lo scrittore nelle dicerie alzar lo spirito sopra il tenore del continuato racconto, secondo la dottrina da noi spiegata di sopra, e che nelle concioni non solamente s’avvera la dottrina di Luciano e di Diodoro[323] permettente all’historico di trascorrer ne’ confini della rettorica, ma la licenza del Pontano[324] può stimarsi ragionevole, in cui l’amplificatione e ’l commovimento degli affetti liberamente e senza eccettione permette.

L’autorità però de’ grandi historici ristrigne in questa parte ancora l’uso dell’eloquenza, e togliendo la vastità dell’amplificatione ch’a vele piene solca, per così dire, il mar dell’oratione, si contenta di conservar il vigore e la forza nella maniera del favellar più ristretta. Onde l’amplificatione tenda più tosto all’imitation di Demostene che di Tullio, il primo de’ quali haveva gran cura delle ragioni, degli argomenti e delle prove; il secondo abbondava nell’eleganza, nella varietà e nella dilatatione delle parole. Questa differenza commenda Plinio, il più giovane, nelle scritture di Pompeo Saturnino, il quale tutto che fosse oratore di molto nome avanzava nondimeno se stesso scrivendo l’historie per molte cagioni, ma specialmente da questo capo lo loda, perché “in concionibus eadem quae in orationibus vis est, pressior tamen, et circumscriptior, ed adductior”.[325]

Dovrà dunque far buona scelta di ragioni e di prove, le quali, portate ad huomini d’intendimento e di senno, vogliono non solamente esser molte di numero, ma gravi di peso, rivolte sempre all’honorevole e al giusto, sode più tosto che sottili, lontane dalla violenza e dalla temerità, savie, circospette e sicure, proposte poi alla moltitudine o militare o civile. Debbono esser agevoli, plausibili e popolari, a che talvolta basterà l’apparenza, non mai lontane dall’honestà, ma però chiaramente fondate nell’utile, di cui la moltitudine è più bramosa, non sofistiche e studiate, ma tolte dalla presente materia senza molto artificio.[326]

Il commovimento degli animi vuol esser anzi vehemente che lungo, e cagionato più dall’empito che dal discorso. Onde certe punture, che da vicino feriscono, sono maravigliosamente efficaci. Qui han luogo gli incisi, l’interrogationi, l’esclamationi, come ben si vede nell’orationi de’ due principi fratelli Macedoni presso Livio, ch’al tribunal del Re Padre nemicamente e s’accusarono e si difesero, le quali piene sono d’interrogatione ed incisi e d’altre forme vehementi e patetiche. Ne l’apostrofe gagliarda ma breve si debe escludere, come quella di Germanico in Tacito: “tua Dive Auguste coelo recepta mens, tua Pater Druse imago, tui memoria iisdem istis cum militibus, quos iam pudor, et gloria intrat, eluant han maculam, etc.”[327] O quella di Filota in Curtio, il quale, accusato per complice della congiura contro Alessandro nel corso della difesa, giunto ad un passo forte in cui non poteva negare d’havere scritto alcune parole che sentivano di fellonia, invece di portar la discolpa proruppe in una apostrofe affettuosa: “Fides amicitiae, veri consilii periculosa libertas me decepistis, vos quae sentiebam ne reticerem impulistis”.[328] E nella medesima concione, rivoltosi al padre suo Parmenione, il quale come partecipe o consapevole del suo delitto, doveva alla medesima pena di morte, insieme con lui, soggiacere: “ergo charissimae pater et propter me morieris et mecum; ego tibi vitam adimo, ego senectutem tuam extinguo. Quid enim me procreabas infelicem adversantibus diis? An ut hos ex me fructus perciperes, qui te manent? Nescio adolescentia mea miserior sit, an senectus tua, etc.” Né quel c’hora si dice ciò che di sopra habbiam prescritto distrugge, come ad alcuno parere a prima vista potrebbe. Perché non vietammo colà del tutto l’uso dell’apostrofe, ma il temperato, tanto nella frequenza quanto nella lunghezza, lodammo. E quest’ultima di Curtio è forse una delle più lunghe che negli storici Latini si legga. Generosa è quella ma piena di pietà del Capuano giovinetto Perolla in Livio, il quale disegnando di lavar col sangue d’Annibale la macchia dalla patria e dal padre (in seguir la fortuna de’ Cartaginesi) contratta, vinto della riverenza del padre, che supplichevole e lagrimoso il pregò per la vita d’Annibale, rivoltosi alla patria le dice: “O patria ferrum, quo pro te armatus hanc arcem defendere volebam, hosti minime parcens, quando parens extorquet, recipe”.[329]

Nelle deliberationi e nelle accuse, stimo soverchio il ricordare che coloro a’ quali nel secondo luogo tocca di ragionare (o siasi in difesa lor propria o in proporre un parere, se non contrario, almen diverso dagli altri), si studino quanto più sanno di ribattere a dirittura, non di schivare i colpi, riprovando come false le accuse altrui, non estenuando come deboli i propri errori, se far si può, ed alle ragioni degli avversari opponendo con maggior forza le nostre. Nel che, come in ogn’altra cosa, bisognevole è la prudenza all’historico, con l’ammaestramento di cui vada fortificando di prove e d’argomenti la diceria destinata finalmente a cadere tanto discretamente che non la renda contro la sua intentione, invincibile a chi dovrà contradire. Onde bilanciata la materia prima di stenderla, non ammetta nella prima diceria cosa veruna a cui non riserbi nella seconda risposta valevole e adeguata. Né s’ingegni ch’al punto principale altri solamente risponda, trascurando le circostanze in quanto alla materia di cui si tratta, dall’historico non intese ma di lor natura però da non essere dissimulate dagli animi resentiti, e c’hanno qualche stilla di sangue ingenuo, ma d’ogni cosa che’l meriti faccia capitale, quanto conviene, e nulla per inavvertenza dissimuli. Tutte le parti di questo avvertimento composto di molte membra sono meravigliosamente espresse da Livio nelle due dicerie di Fabio Massimo e di Scipione. Deliberavasi nel senato se il nuovo consolo Scipione dovesse passarsene con l’esercito in Affrica per divertire Annibale, che già tant’anni nelle viscere dell’Italia manteneva il mal della guerra, e questo è il punto intorno a cui le sentenze de’ senatori s’udivano. Chiamato Fabio in ringhiera si studia di persuadere che il consolo dall’Italia non s’allontani, ma con le forze della republica discacci Annibale da’ paesi non suoi, e liberi Roma dalla paura in cui giustamente viveva per la vicinanza di nemico tanto possente e feroce. Quali fossero le ragioni e gli argomenti di Fabio Massimo altri se’l veda in Livio, che non debbo io con tanta perdita di tempo copiarle. Risponde alla diceria di Fabio il consolo, ed opponendo ragioni a ragioni, prove a prove, argomenti ad argomenti, con molta sodezza sbatte il consiglio di Fabio e vince il partito. Ma perché il buon vecchio, contrariando alle imprese d’un giovane valoroso, sospicò forte d’esserne tenuto maligno e forse invidioso all’altrui gloria crescente, ne die’ sul cominciamento del favellare discolpa tale che Scipione più si tenne offeso dalla sodisfattione che dall’inguria. Onde benché questo alla deliberatione non s’appartenga, il consolo con tutto ciò non lo lascia senza risposta, anzi, rimproverando al vecchio la lividezza e l’ambitione che nell’estenuar falsamente le altrui prodezze e nell’aggradir vanamente le sue haveva sparse per la diceria tutta, nel fine quasi nulla detto havesse contro di Fabio, agramente conchiude: “quae ad rem pertinent, et bellum quod instat, et provincias de quibus agitur, dixisse satis est. Illa longa oratio nec ad vos pertinens sit, si quemadmodum Q. Fabius res gestas in Hispania elevavit, sic et ego contra gloriam eius eludere, et meam verbis extollere velim. Neutrum faciam P. C. et si nulla alia re, modestia certe, et temperamento linguae adolescens senem vicero”.

Quel che nel corso del continuato racconto da’ valent’huomini si richiamava in dubbio se possa o debba l’historico ammaestrar con gli insegmenti chi legge, nelle dicerie, per opinion di tutti, è certissimo. Poiché in esse liberamente si dan precetti e con la frequenza e con la gravità delle sentenze s’instilla negli animi de’ leggenti la dottrina o militare o morale o politica o d’altra sorte, secondo la varietà della materia di cui si tratta. Perché si come all’historico in propria persona parlante conviene in questa parte la sobrietà, per esser l’arte dell’insegnar col precetto nel suo mestier pellegrina e propria del filosofo, secondo che altrove habbiamo accennato, così quando introducendo alcuno a ragionare egli ad un certo modo s’asconde, dee sostener le parti del personaggio che parla col decoro dovuto a lui, alla materia, al luogo, all’occasione ed agli ascoltanti. Vedesi ciò ben osservato dagli scrittori più chiari et in specialità nell’uso delle sentenze, e singolarmente da Tacito, e forse con maggior abbondanza da Quinto Curtio, il quale tante ne porta, e tanto acute, che neanche l’ambascieria de’ barbari della Scitia si vede senza l’aculeo delle sentenze.[330] Anzi, ho io alcuna volta disiderato in ciò il giudicio di quello elegantissimo autore, perché bellissime veramente sono ed ingegnose le sentenze ch’ei porta per ammaestrare, ma bene spesso per l’acutezza riescono sproportionate alle persone a cui si fan dire. Ma dell’uso delle sentenze in cui sono fuor di modo intemperanti e lascivi molti ingegni moderni, per altro maravigliosi, diviseremo in questo trattato a suo luogo.

Le considerationi fin’hora recate in mezzo sono a tutti i generi della rettorica indifferentemente communi, resta il dir due parole delle concioni che si fanno a’ soldati, e delle lodi.

Chi rapportasse in uno tutte le dicerie che si leggono negli historici, o io m’inganno, o per le due terze parti almeno, militari le troverebbe, e fatte in tempo di strettezza e di pericolo. Onde maturamente considerate non so quanto habbiano di somiglianza del vero e di decoro. Perché o nell’ardor della zuffa, o nel mettersi in battaglia l’esercito che si vede a fronte il nemico, o nel rimetter una parte della gente gia posta in piega, o nel dar coraggio a color c’hormai si veggono la vittoria in mano, temo forte ch’un capitano, se fosse anche Demostene in Sicilia, o non saprà o non giudicherà conveniente tessere una diceria che non può essere udita se non dagli otiosi e da coloro c’habbian l’animo sereno e fuori di spine. Oltre che non lo permette il tempo, non lo tollera il pericolo, non lo consente l’occasione. Ne sono io sì temerario che per propria opinione, senza ’l parer de maggiori, osassi di riprovar un’usanza invecchiata e dall’autorità de’ più nobili historici posta fuor di litigio, ma seguo in ciò il parer di Plutarco, il quale espressamente parla di questa materia: “sed de Ephori Teopompi, et Anaximenis oratiunculis, et comprehensionibus sententiarum, quibus utuntur in armandis, et in aciem educendis exercitbus licet effari. Quis inter arma locus sit his ineptiis?”[331] Per non traviar dunque dal sentiero caminato da’ grandi, e per ubbidir insieme al consiglio di Plutarco, è da regolarsi l’ingegno in questa sorte di concioni con molto riguardo. E sì come quando al generale ne sia l’opportunità conceduta potrà più largamente ragionare a’ soldati e somministrar loro gli avvertimenti necessari per conseguir la vittoria, così nell’angustie del luogo e del tempo e del pericolo, poche devono esser le parole, ma vehementi e gagliarde, le quali s’indirizzino più tosto a commover l’animo ed infiammarlo che a persuader l’inteletto con argomenti e con ragioni. Catilina presso Salustio,[332] ancorché chiuso dall’esercito di Antonio e di Quinto Metello Celere, c’havevano persi i passi ond’egli era addosso il nemico ed haveva tempo di consigliarsi, parlò lungamente a’ soldati, con ammonirgli della necessità che l’astringeva ad attaccar’ Antonio, e delle cagioni che dovevano a lor medesimi somministrar un valor necessario nella giornata, da cui o lo stabilimento delle lor fortune o l’ultimo esterminio pendeva. Ma Valerio consolo presso Livio, volendo spigner la sua cavalleria sopra i Volci e gli Equi, che già dalla fanteria erano maltrattati, non perde tempo inutilmente parlando: “Agite iuvenes, praestate virtute peditem, ut honore atque ordine praesatis. Primo concursu pedes movit hostem, pulsum vos immissis equis exigite e campo. Non sustinebum impetum, et nunc cunctantur magis quam resistunt”.[333] E qui per lo più si richieggono le dicerie senza esordio, che rottamente cominciano, le quali si possono veder negli historici frequentissime. Suggella tutta la dottrina di questo capitolo un bellissimo avvertimento di Plutarco, il quale dovrà essere diligentemente nelle sue parti considerato da chi disidera di far parlar gli huomini grandi col decoro che lor conviene, di che quantunque Quintiliano ancora habbia lasciati gli insegnamenti che poco innanzi secondo l’occasione portammo, il luogo nondimeno di Plutarco molte cose in un solo fascio ristringe, che più commodamente si possono haver sotto l’occhio: “Sit autem versantis in republica viri oratio non iuvenilis, aut ad theatrum conformata, veluti corollam ex delicatis ac floridis vocabulis undequaque colligentis; neque rursum qualem Demostheneis dicebat Pytheas lucernam redolere, et sophisticam diligentiae abundatiam argumentis constantem acribus, et circuitionibus ad normam. Ac circinum accuratissime exactis, sed quemadmodum musici nervos pulsari volunt leniter, non impetu quodam concuti; ita oratio rempublicam gerentis praeseferre non debet vim dicendi, aut calliditatem; neque laudi sibi ducat si existimetur dixisse ex habitu secundum artem, et scientiam dividendi, sed plena esse debet ingenuitatis, et verae animi magnitudinis, et paternae libertatis, ac providentiae, et sapientiae suorum curam gerentis, in bono proposito gratiosam adhibens, et ad persuadendum aptam rationem ex verborum maiestate, et sententiarum preprietate, ac probabilitate, etc.”[334]

Intorno alle lodi porterò due parole di Luciano, già nel rimanente communi sono le regole a questo genere che convengono agli altri due: “nam laudes quidem, et reprehensiones omino purae, et circumspectae, et calumniis minime obnoxiae, praeterea et cum demonstratione quadam, et breves, et non intempestive texende sunt”.[335] E passo a considerar con diligenza un altro genere di lode e di biasimo assai più pericoloso, il quale non in persona d’altri per modo di concione, ma dall’historico svelatamente, non però senza contradittione di molti valent’huomini, si costuma (pp. 435-465).

Trattato Quinto, Cap. VIII. Del carattere del dire proportionato all’historia e della maniera spezzata. Diviso in quattro particelle. Particella I. Avviso notabile di Dionigi Longino agli scrittori nobile. Carattere maggiore proprio dell’historia e perché. Cautela necessaria nell’uso del carattere maggiore. Forma aspra, strumento della grandezza del dire ed in che modo. Si dichiarano Demetrio ed Ermogene. Censura di Tucidide.

Quell’amorevole consiglio che nel tempo in cui la femina concepisce suol darsi alle madri di tener l’imaginatione raccolta intorno ad oggetti gratiosi e gentili, onde riesca il parto quale sperar si può per la forza delle concepute sembianze, quel medesimo vien somministrato agli scrittori da Dionigi Longino, gran maestro dell’arte di ben comporre. Comanda il buon artefice che chiunque di scriver nobilmente si studia, nodrisca a tutto suo potere pensieri magnifici e sublimi, alla grandezza de’ quali, assuefatto l’animo, non sappia poscia scrivendo dar in luce i suoi parti che grandi e generosi non sieno.[336] Impercioché non s’offriranno ad una mente educata in altezza metafore plebeie, lumi caliginosi, ed ornamenti mendichi. Senza che l’attenta consideratione degli accidenti più nobili, come delle presure della città, delle battaglie, o marinaresche o campali, delle tempeste, e somiglianti, fan così vehemente impressione ch’in descriverle, quando lo richiede il bisogno, non può mancare al buon componitore l’evidenza, o vogliam dir l’enargia, tanto convenevole ad ogni giudiciosa e ben considerata scrittura. L’insegnamento per se stesso generalmente verissimo, quanto sia allo scrittor dell’historia necessario, apparirà dal presente capitolo, in cui nel primo luogo si cerca in quale de’ tre caratteri da noi spiegati a suo luogo si voglia scriver lodevolmente l’historia.

Non rimane presso di me dubbio di sorte alcuna che il carattere più conveniente all’historia non sia il sublime, da noi chiamato maggiore nella digressione intorno allo stile.[337] E questa conchiusione scoppia da quel ch’altrove s’è divisato. Impercioché se non solamente la locutione, ma le forme ed il carattere historiale, come dalla dottrina d’Ermogene si raccoglie,[338] sono le medesime con quelle della maniera panegirica, anzi platonica, la quale si compone con le forme del dire, “quae reddunt orationem magnam et grandem”, come afferme il medesimo Ermogene. Ben si vede che il carattere conveniente all’historia sarà quel che risulta dall’accozzamento delle forme indirizzate alla grandezza del dire, e da noi maggiore viene appellato. E se Luciano vuol che l’historico rassomigli forte il poeta per la sublimità e per l’altezza de’ sentimenti (“ac sententia sit particeps, et affinis etiam poetices, quatenus grandiloqua est illa, et in sublime elata”, secondo la traduttion del Vossio[339]), Demetrio parimente confessa che la dicitura poetica nella prosa o per trapportamento o per incitatione, giova maravigliosamente alla grandezza del dire.[340] E dell’uno apporta in comprovatione l’esempio d’Erodoto, e dell’altro cita Tucidide per testimonio, ambidue storici de’ più famosi. Onde formando lo scrittor dell’historia il suo dire all’idea poetica nel modo che dichemmo pur dianzi, non può se non magnificamente parlare. Aggiungasi che le materie intorno alle quali la penna dell’historico va faticando sono di lor natura sublimi, come in negotii di stato, le deliberationi della pace e della guerra, il buon’ordine del reggimento politico, le battaglie così di mare come di terra, gli assedii e gli assalti delle città, le confederationi tra’ principi, e cose di questa sorte. Onde non è dovere che sieno tradite da chi le prende a descrivere, come al sicuro sarebbono quando altri la lor nativa nobiltà, con viltà di carattere contaminasse. Nel quale errore essere caduto Teopompo concordemente affermano Demetrio[341] e Longino,[342] tutto che M. Tullio con opinione ripugnante s’opponga dicendo che Teopompo non solamente a Filipo, ma parimente a Tucidide “officit elatione, atque altitudine orationis suae”.[343] E questo punto dee maturamente considerarsi da chi s’ingegna di sostener lodevolmente la persona di buon historico. Perché quantunque io habbia detto altrove, ciò che di nuovo in questo luogo raffermo, dalla qualità della materia non originarsi la qualità del carattere, è però vero che senz’errar contro le regole del decoro non potrà mai chi scrive usar carattere che alla qualità della materia degnamente non corrisponda, come apertamente insegna Aristotele nella Rettorica.[344] Intese ciò prudentemente Sallustio,[345] il quale ricogliendo in uno le difficultà ch’al componitor d’historia s’oppongono, per malegevolargli l’impresa, ripone questa nel primo luogo “primum quod facta dictis exaequenda sunt”, nella dichiaratione delle quali parole cicala al solito il Beni, e non s’avvede con quando giudicio dice Sallustio “exaequanda”, per distinguer l’historico dall’oratore.[346] Conciosiaché l’oratore con l’amplificatione non d’uguagliar le cose, ma o d’innalzarle sopra quel che conviene o d’avvilirle più di quel che bisogna si studia, come dopo Isocrate confessa Giuliano Cesare nell’oratione encomiastica di Costanzo, dove, all’incontro, l’historico cercando ne’ suoi racconti la verità, stima alhora d’adempier le parti sue, che le cose narrate con la narratione s’uguagliano, come da noi è stato altro e più chiaramente osservato.[347] Nobile in questa parte è l’elogio di Dione composto da Fotio, che in quell’historico la magnificenza dello scrivere, adattata alla materia dell’argomento, ravisa: “grandis eius sermo, et clarus, eo quod rerum ingentium sensa afferat. Veteris item ipsi constructionis sermo plenus, verborumque quae rerum magnitudini respondeant”.[348] Maché? L’huomo eloquente, che degnamente voglia sostener questo nome, o sia oratore o historico, alhora potrà vantarsi d’esser quel che pretende quando riconoscerà nella sua dicitura una perfetta uguaglianza con le cose di cui ragiona. “Is erit ergo eloquens (dice M. Tullio) qui ad id quodcunque decebit, poterit accommodare orationem. Quod cum statuerit tum ut quicquid erit dicendum, ita dicet, nec satura ieiune, nec grandia minute, nec item contra, sed erit rebus ipsis PAR, ET AEQUALIS oratio”.[349] E certo, si come è da prendersi gran pietà di quegli huomini valorosi, o principi o privati che sieno, le cui nobilissime imprese cadono sotto il lavoro d’una penna vulgare, così, all’incontro, degna di castigo è la temerità di quei ciabattieri che, mal guerniti d’eloquenza e d’ingegno, affrontano un mestiere, per testimonio di Catulo e d’Antonio presso Cicerone, riserbato agli oratori di conoscitua o di sovrana facondia.[350] E meriterebbe forse il pregio che, si come Alessandro il Macedone non a tutti gli scultori né a tutti i dipintori, ma solamente agli eccellenti maestri fe’ copia del volto suo, così gli huomini prodi non lasciassero impoverir il prezzo de’ suoi incliti fatti nella mendicità d’un’historico di sentimento vile e di compositione plebea. Diceva il Cardinale di Trento per modo di piacevolezza che né il leuto voleva esser suonato da’ barbieri, né mangiato il mellone da’ facchini, né letto Virgilio da’ pedanti, e poteva aggiungner nel quarto luogo, né scritta l’historia da penna bassa ed ignobile, perché verissima è la conchiusione da noi sopraposta, che sublime vuol essere il carattere in cui si scrive l’historia.

Ma perché non corre la dicitura historiale con tenor tanto costante ed immutabile che talhora di necessità non si cangi, è da veder più oltre un importante motivo che potrebbe alla dottrina spiegata fin’hora muover qualche contrasto. Indubitato è presso tutti gli autori buoni che le concioni e le descrittioni vogliono sopra la narratione innalzarsi com’habbiamo con l’autorità de’ grandi al proprio luogo provato. Dunque non potrà il corpo della storia, che per le narrationi si stende con carattere sublime formarsi, se non vogliamo che sopra di lui innalzate le descrittioni e le concioni dieno nel gonfio, nell’eccessivo e nel freddo, che sono i vitii confinanti con la virtù della sublimità, per sentimento de’ retori.[351] Hor qui fa di mestiere haver ricorso alla nostra digressione intorno allo stile con ridursi a memoria che la divisione de’ tre caratteri, maggiore, mezano e minore, ricevuta dagli autori tanto Greci quanto Latini, fu da noi in altre parti sottodivisa.[352] Perché nell’ampiezza d’ogni particolar carattere considerammo quasi tre gradi tra di loro distinti, il sublime, il temperato ed il tenue, ma con questo riguardo: che il sublime del minore riusciva temperato nel mezano, e tenue nel maggiore, ecc. Il che supposto per hora, senza replicare le prove, dichiamo dover il savio historico sì fattamente contenersi nell’uso del carattere maggiore che nel continuato racconto lasci luogo alle descrittioni ed alle dicerie, da sollevarsi con maggioranza di favellare senza uscir da’ circoscritti confini della virtuosa sublimità. Onde potrà (se tanto gli consente l’eloquenza e l’ingegno) narrar con la maniera temperata del carattere maggiore, ed avanzarsi poscia al sublime descrivendo o formando le concioni, o pure, quando non habbia spiriti che tanto generosamente gli empian la vena, gli sarà lecito tesser le continuate narrationi con trama sottile, o vogliam dir tenue, del carattere sovrano, riserbando alle descrittioni ed alle dicerie un’empitura, a tutto suo potere, nobile e ben condotta. Da questa consideratione si trae la risposta a chiunque dicesse molti de’ più valenti componitori d’historia non haver nelle loro scritture serbato il carattere maggiore, come di Erodoto e di Xenofonte n’insegna nella vita di Tucidide Marcellino, perché quantunque non habbiamo il primo luogo della grandezza occupato, si sono posti almeno nel secondo o nel terzo, come manifestamente in Xenofonte si vede, il quale per quanto semplice lo nomi Ermogene,[353] tenue Marcellino,[354] molle M. Tullio, [355]non per tanto molto notabilmente sopra la schiettezza delle lettere e de’ dialoghi si solleva. Né parrà nuovo ad alcuno che, prudentemente divisi, la mischianza de’ caratteri in un componimento medesimo (della quale favellano tutti i maestri, e noi, dietro le loro vestigia incaminati, alcuna cosa habbiam detta), perché sanamente adoprata non travisa, com’altri crede, con la sproportione il componimento, ma con la varietà l’abbellisce.

Ma odo chi mi rampogna con la dottrina di Demetrio, il quale con l’esempio, prima d’Omero e poscia di Tucidide, insegna l’asprezza essere strumento efficacissimo per introdur nelle scritture la grandezza del dire, ma questa s’oppone alla soavità derivante della numerosa collocatione, che nell’historia habbiamo stabilito richidersi. Dunque o non deve il carattere dell’historia esser sublime o non ammetterà soavità di numero e di struttura. Fallacissimo è l’argomento né contro la regola da noi formata in alcuna parte valevole. Perché quantunque sia vero che l’asprezza è forma conveniente alla sublimità del carattere, è però ugualmente vero che né sempre né sola a ben formarlo concorre. Onde cautamente Demetrio: “ποιεῖ δὲ καὶ δυσφωνία συνθέσεως ἐν πολλοῖς μέγεθος”, cioè, “forma ancora l’asprezza della struttura molte volte la sublimità”,[356] dove voglionsi ponderar quelle parole “ἐν πολλοῖς”, per ben intender l’intentione dell’autore. Comprese ciò benissimo Ermogene, il qual volendo che il carattere panegirico, cioè a dire quel ch’adopra l’historico, havesse con la grandezza aggiunta la soavità, “omne genus panegyricum praeclarum debere magnitudinem cum suavitate habere”; accortamente havea insegnato pur dinanzi: “elegantissima igitur forma panegyrica, vel ut diximus platonica efficitur per omnes formas, quae reddunt orationem magnam, et grandem, excepta asperitate, et vehementia”.[357] E questo è appunto il carattere dell’historia. Agli esempi poi portati da Demetrio, per quanto tocca ad Omero, io non ragiono, poiché la dicitura d’Omero, semplicemente parlando, non è quella da cui prenda invariabili le sue regole il favellar dell’historico. Dirò ben due parole, per quello ch’a Tucidide s’appartiene. Fu questo autore, per commune opinione de’ grandi huomini, d’alto spirito e pieno di maestà, con le cui sembianze, come con carattere dell’animo, impresse maravigliosamente le sue scritture, ma perché non è la medesima in tutti l’armonia dell’orecchio, egli si fece a credere di giugnere con l’asprezza all’ambita generosità dell’historia, alla quale altri pervengono con la soavità. Onde di lui disse Ermogene: “At videtur hoc excedere, praesertim in dictione, magis vergens ad asperitatem, et duritiem, quam ob causam vergit etiam ad obscuritatem, ita etiam in structura dictionum”,[358] difetto l’uno e l’altro in lui ravvisato parimente e ripreso dall’Alicarnasseo; e Fotio per questo capo, antipone a Tucidide Dione, Dexippo et Agatarchide, ciascuno de’ quali emulandolo nella grandezza, ogn’un di loro nella chiarezza lo vinse.[359] Non è dunque da far gran capitale dell’autorità di Tucidide, in quella parte che di noi si prenda giuoco Cicerone, come fè di coloro i quali “quum mutila quaedam, et hiantia locuti sunt, etc. germanos se putant esse Thucididis”.[360] E con queste parole di Tullio, che mi fan sovvenire della favella rotta e spezzata, passo alla seconda parte del presente capitolo.

Particella II. Querele di Seneca, di Quintiliano e di Tacito intorno a’ vitii dell’eloquenza. Proportionate a’ nostri tempi e perché. Della dicitura historiale parere di Tullio. Adriano Turnebo confutato nella dichiaratione d’un testo d’Aristotele. Il vero senso del quale si dichiara con la dottrina di Cicerone. Favella historica mezana tra la dialettica e l’oratoria. Dottrina de’ maestri intorno a ciò. Consideratione della maniera spezzata d’alcuni moderni. Spirito fra gli oratori che cosa sia. Favella spezzata paragonata alla palpitatione. Al scintillar de’ pianeti. Al moto della trepidatione. Al movimento de’ bambini. Censura di Pier Mattei.

Molti sono gli autori che favellando dell’eloquenza de’ tempi loro, amaramente si dolgono di vederla degenerata dalla sua antica generosità, e per colpa degli scrittori condotta a termine tanto stremo che non riserbi vestigio alcuno delle primiere sembianze. Del secolo in cui visse Sallustio dice Seneca che “amputatae sententiae, verba ante expectatum cadentia, et obscura brevitas fuere pro cultu”, e la scempiaggine in ciò d’un tale Aruntio, huomo per altro di frugalissimi costumi, giustamente schernisce.[361] Quintiliano, all’incontro, al medesimo Seneca non la perdona, e recando le sue discolpe presso coloro che per animoso contro di Seneca il publicavano, confessa che non odia quell’eminente filosofo, ma che si studia “corruptum, et omnibus vitiis fractum dicendi genus revocare ad severiora iudicia”.[362] Cornelio Tacito (o chiunque si sia l’autor del dialogo in cui degli oratori antichi in paragon de’ moderni si divisa, ed all’opere di Tacito vulgarmente s’aggiugne) non può soffrire ch’i dicitori dell’età sua “in paucissimos sensus et angustas sententias detrudant eloquentiam”; che la reina di tutte le arti solita a riempier con la sua bellissima compagnia il petto de’ suoi seguaci, “nunc circumcisa, et amputata, sine apparatu, sine honore, pene dixerim sine ingenuitate” mostri nella mendicità degli ingegni le sue proprie vergogne.[363] Quanto da costoro si dice in detestation dell’ingiuria fatta dagli scrittori men degni all’eloquenza, tutto per nostra disvventura, in questi tempi miseramente ricade, poiché od in latino od in italiano si scriva, lasciate le bellezze ch’adornavano virilmente una sensata favella, hoggi si rivolgon le penne degli ingegnosi alle acutezze, e con minuzzoli di sentenze e di sensi s’impoverisce la maestà dell’antica eloquenza. Onde ella tutta la forza, tutto il vigore, anzi tutto il succo e ’l sangue dal suo bellissimo corpo geme infruttuosamente sottratto. Esce alla publica luce l’infelice signora non più con clamide maestosa riccamente addobbata, ma con un centone di pezzuole diverse, più tosto mal cucito che ben tessuto, indegnamente coperta. Non più con passo magnifico e fermo passeggia per le carte degli scrittori, ma tutta mobile ed ondeggiante a capriole saltella. Non ha respiro ne’ suoi viaggi entro a camere agiate di ben disposto periodo, sconcertata per mancamento di numero, folca per la spezzatura della favella, rotta, anhelante, strepitosa, nemica dell’orecchio erudito, e più dell’animo disciplinato. Ma io non debbo in questo luogo prender la difesa dell’eloquenza tradita. Lascisi questa cura a coloro che di proposito gli studi dell’eloquenza coltivano, ed’io vengo più da vicino a cercar qual sia la dicitura conveniente all’historia.

Risponde al nostro quisito Cicerone, maestro (se non s’ingagna il publico giuditio di tanti secoli) alla cui autorità non s’oppone chi ha fior d’ingegno o sentimento d’huomo discreto, “verborum ratio, et genus orationis fusum, atque tractum, et cum lenitate quadam aequabili profluens, sine hac iudiciali asperitate, et sine sententiarum forensium aculeis persequendum est”.[364] Et altrove più brevemente “sed in his (nelle descrittioni, nelle dicerie, et in altre parti dell’historia) tracta quaedam, et fluens expetitur, non haec contorta, et acris oratio”. Ma qual sorte di favellare con le parole “tracta, fusa, fluens oratio” il grande artefice accenni, non è per anco bene fra gli huomini letterati deciso. Adriano Turnebo[365] si fece a credere, con quella di Cicerone, la medesima esser presso Aristotele la dicitura ch’egli nomina “λέξιν εἰρημένην”,[366] e viene dal Maioragio rapportata in latino “tractam, et pendentem”; dal Gulstonio e dal Riccobono “fusam et vinculo unam”; da Pier Vettori “aptam inter se, et quasi vinctam”; dal Barbaro “pendentem, et continenter uno complexu tantum, atque cursu coiunctam”. Ma io non so se il valent’huomo s’apponga. Perché qualunque si sia la locutione significata dal gran filosofo (ch’io non entro a piatirne con gli esponitori della rettorica), certo è che non è fra le forme lodevoli da lui medesimo annoverata, poiché non molto dopo la riconosce per anticaglia del tutto dagli scrittori più colti abbandonata, e la noma satievole e molesta. Ma Cicerone, che la maniera del favellare all’historico dicevole nel suo insegnamento prescrive, non poteva recar in mezo una forma rancida, rifiutata ed odiosa. Onde s’io volessi trovare in Cicerone un riscontro di cotal vitiosa favella, dal filosofo intesa in quel luogo, direi esser da lui espresso in quelle parole: “Nam si rudis, et indocta putanda este illa sine intervallis loquacitas perennis, et profluens, etc.”, come potrà manifestamente conoscere chi leggerà tutto il luogo del sovrano Oratore, in cui della licenza de’ ditirambi non meno che in Aristotele si ragiona.[367] Senza che per commune sentenza de’ commentatori, oppone Aristotele “λέξιν εἰρημένην” alla favella, con l’aggiramento del periodo regolata, il ché apparisce manifestamente nel testo. Onde ne verrebbe di necessità in conseguenza che se cotal dicitura fosse la medesima con la descritta da Tullio, non si consentirebbe alla favella historiale il periodo, contro la dottrina del medesimo Cicerone, il quale così ragiona del genere epidittico insieme, e della dicitura historiale: “Ergo in aliis idest in historia, et in eo quod appellamus ἐπιδεικτικὸν placet omnia dici Isocrateo, Theopompeoque mor, ille circumscriptione, ambituque ut tanquam in orbem inclusa currat oratio, quoad insistat in singulis, perfectis, absolutisque sententiis”. O direm dunque non esser vera la consideratione del dottissimo Turnebo, o sarà di mestier confessar, con ingiuria di Cicerone, che egli fosse da se medesimo nelle sue regole discordante. Ma comunque ciò sia, poco o nulla può rilevare alla dichiaratione della dottrina di Tullio in proposito dell’historia il luogo d’Aristotele che generalmente favella. Onde stimo più profittevole che trovar nel medesimo autore la vera spositione di quei termini sopraposti, “genus orationis fusum, atque tractum, et tracta quaedam, et fluens oratio”. Per quanto dunque ho potuto osservare, parmi affermar senz’ingano che M. Tullio ripone la dicitura historiale in un termine che né s’accosti alle strettezze del parlar dialettico, né cerchi l’acrimonia e la vehemenza dell’oratorio, ma soavemente copiosa, unisca all’abbondanza per cui dal dialettico s’allontana, la piacevolezza, o vogliam dirla con la parola più latina, ma più significante, la lenità, che la disgiugne dall’asprezza e dalla vehemenza dell’oratore. Così veggiamo che quelle parole, “fusum, tractum, fluens”, da lui talhora all’aspro ed al vehemente s’oppongono, talhora al povero ed al ristretto. In prova di che cercherò tre soli esempi intorno al favellar dialettico. Ragiona Bruto nel libro degli illustri oratori, e gli storici, trattone Caton solo, accagiona di seccaggine nel dire, tutto che dovitiosi fossero in disputare. Il confessa di buona voglia Cicerone, e come savio le cagioni dell’errore tostamente soggiugne: “Et ego non inquam Brute sine caussa: propterea quod istorum in dialecticis omnis cura consumitur, vagum illud orationis, et FUSUM, et multiplex non adhibetur genus”. E di Diogene principalissimo in quella setta, e tutto rivolto alle dialettiche sottigliezze così ragiona: “genus sermonis affert non liquidum, non FUSUM, ac PROFLUENS, sed exile, aridum, concisum, ac minutum”. Nel perfetto oratore prende di proposito Cicerone a separar la maniera dialettica dall’oratoria, in modo che con la dottrina d’Aristotele[368] consentendo l’una all’altra, per molte ragioni costituisce ad un certo modo confinante e vicina, ed in questa guisa discorre: “Esse igitur perfecte eloquentis puto, non eam solum facultatem habere, quae sit eius propria FUSE LATEQUE dicendi, sed etiam vicinam eius, atque finitimam dialecticorum scientiam assumere”.[369] Determinato dunque che la dicitura diffusa, commune all’oratore ed all’historico, sia quella ch’al parlar secco de’ dialettici si contrapone, la ristringe Cicerone all’historico propriamente ne’ luoghi da noi pur dianzi citati, e vuole che la favella storiale sia “tracta, fluens, fusa”, ma però “sine hac iudiciali asperitate, et sine sententiarum forensium aculeis”, e nell’altro luogo, “non haec contorta, et acris oratio”. Quanto dunque con la discreta abbondanza si rende dal carattere dialettico dissomigliante, tanto con la piacevole moderatione dall’empito degli oratori dipartesi. Questo medesimo insegnamento in sostanza, benché con parole in parte differenti, espressero due gran maestri di ben parlare, Quintiliano e Demetrio. Il primo dice: “Historia non tam finitos numeros, quam orbem quemdam, contextumque desiderat. Namque omnia eius membra connexa sunt, quoniam lubrica est, ac fluit, ut homines qui manibus invicem apprehensis gradum firmant, continent, et continentur”,[370] nelle quali parole si vede che essendo lubrica e fluida la dicitura historiale, dirittamente riguarda alla maniera che “fusa, tracta, profluens” vien detta da Cicerone, come più innazi l’haveva espressamente insegnato, dicendo che l’historia “currere debet, ac ferri”, ed in ciò dal dialettico si disgiugne. Ma perché questo corso esser non dee di precipitoso torrente che superbamente innondi le campagne, come fanno con ampiezza di raggirato periodo gli oratori, ma di fiume piacevole, che amicamente morda le sponde, perciò gli vengono dentro al suo giro, come dentro al proprio letto, prescritti da Quintiliano i confini, “orbem quemdam contextumque desiderat”. Sì che per sentimento di quel grand’huomo vorrà la dicitura historiale esser corrente e copiosa, ma dentro alla misura di moderato periodo. Insegnò tutto questo parimente Demetrio,[371] il quale, formando tre distinte sorti di buon periodo, in cotal guisa diffinisce quel ch’è dovuto all’historia, secondo la traduttione di Pier Vettori: “Historica quidem, quae neque circumacta, neque remissa vehementer, sed in medio ambarum, ut neque oratoria videri possit, etc.”, ed era forse quello che nell’età più matura fu posto in uso, benché nelle orationi da Crasso, di cui dice M. Tullio: “Quin etiam comprehensio, et ambitus ille verborum (si sic periodum appellari placet) erat apud illum contractus, et brevis”.[372] E forse l’istesso intese di spiegar Quintiliano, con diverse parole, che sentono forte dell’ingegnoso, dicendo che il dir narrativo, o vogliam nominarlo historiale, consta “longioribus membris, brevioribus periodis”,[373] perché veramente longhe sono per clausule, e non incise; brevi per periodi, e non aggirati. Stabilito dunque con l’autorità de’ grandi che la dicitura conveniente all’historia sia corrente, numerosa e compresa dentro al giro di temperato periodo, chieggo in gratia a chi legge di poter fare come un passaggio intorno alla maniera di scrivere nuovamente introdotta, la quale abbagliando gli occhi de’ giovani, col lampo fuggitivo di certe vivacità che son bollori o fumi d’ingegno, impone alla vera eloquenza una macola che non merita, con offesa degli huomini gravi e di sentito giudicio. Si leggono da qualche tempo in qua certi libri, e s’odono certe dicerie nelle quali si veggono impresse le sembianze dell’ingegno che gli ha prodotti, tutto sottile e pieno di bizzarria. Ma per vero dire hanno dicitura si saltellante e minuta che non può mai l’orecchio assicurarsi di non esser da loro nel più bello del suo viaggio abbandonato e tradito.[374] Ad ogni terza o quarta parola s’urta incautamente un punto, ed invece d’un periodo od un spirito, altri s’avviene in un corto moto d’impresa od in una interrotta minaccia, che minacciante è veramente cotal modo di favellare, per sentimento de’ retori. Né a caso ho nominato uno spirito, perché la divisione delle clausule nel ragionare “anime interclusio, atque angustia spiritus attulerunt”, dice M. Tullio.[375] Onde è rimasto il nome di spirito, presso i maestri del dire, a quella clausula che si può proferire commodamente in un fiato, ed è lunghissima se tutto il fiato consuma.[376] Quindi sì come chi prende a favellare con maniera sì raggirata e senza respiro, che prima si sente venir meno il fiato che giugnere al suo fine la clausula, opera da Gratiano o da Ciccobimbo, su le scene nostrali, così, all’incontro, chi spezzatamente ed a minuto favellando, con brevissime parole e replicate respira, si può reputar asmatico, il quale singhiozzi, non parli; anheli, non ragioni; con pena intolerabile di chi legge od ascolta. Che però Quintiliano a’ recitatori prescrive “spiritus quoque nec crebro receptus concidad sententiam, nec eo usque trahatur, donec deficiat”.[377] E Cicerone: “Modo ne circuitus ipse verborum sit aut brevior, quam aures expectent, aut longior quam vires atque anima patiatur”.[378] E poiché habbiamo dal corpo humano presa la somiglianza, io considero la sistole e la diastole movimenti contrari, ma ordinari e naturali, del cuore, e per cacciarne gli haliti fuliginosi e novici hanno questi col polso, di cui son parte, il movimento e ’l riposo misurato e conforme, se non se quanto qualche accidente o bisogno altera per un poco l’ordinato lor corso. La palpitatione del cuore è movimento anch’essa, ma rotto, violento, senza respiro, perché troppo frequentemente respira, ed è fra le malattie una delle più gravi. Il corpo della dicitura, che Petronio suol chiamar sana,[379] si compone col movimento del favellare nomato da Cicerone diffuso e corrente (come veduto habbiamo), e col riposo che dalle clausule e da’ periodi opportunamente riceve. I quali ben ordinati per altro, secondo le occasioni più o meno s’accorciano, perché nel commovimento degli affetti, nella celerità, nelle minaccie, si rompe a bello studio il continuato corso del dire con pause multiplicate, ma se talvolta da questo uniforme tenore, composto di movimento, di riposo, si sminuzza la locutione in guisa che non aspetta per terminarsi i misurati respiri, questa è una mera palpitatione di scrittura irregolare e malsana. Lucidi sono gli ingegni, io no’l niego, che in cotal maniera di favella s’esercitano, ma come pianeti inferiori scintillano, e non lampeggiano, come il sole, e l’orbe loro altro moto non sente che quello della trepidatione. Veggonsi talhora i bambini, che non reggendo a lungo movimento per difetto di forze, non s’arrestano a lunga quiete, per instabilità di natura. Onde a pena han caminato tre passi che seggono, a pena han seduto un momento, che nuovamente caminano. Questo è l’uso della scrittura che vorrei nomare inquieta, se fosse lecito, la quale non havendo forse lena bastante per seguir il periodo nel suo viaggio, tostamente si getta in terra, e risorge, per tornare a cadere. Ma questo è caminare come le cavallette, anzi, pur come i dei della stolta gentilità, che sempre si movevano a salti. Alcuni ascrivono cotal mostrosità di scrittura a Pier Mattei, compilator Franzese, da cui pretendono che come per contagio si sia poscia trasfusa negli altri. Se questo è vero, compatisco di cuore alla nostra disavventura, veggendi ingegni senza paragone, di lui più generosi e più dotti, farsi volontariamente seguaci d’uno scrittore dalla sua medesima natione per più titoli vilipeso. In altri tempi ad introdur novità, benché rea, di favellare, non bastava ogni scrittore che in qualunque modo schicherasse le carte, ma richiedevasi persona d’autorità nel mestiere, e degna di ricoglier numero d’imitatori. “Haec vitia unus aliquis inducit (dice Seneca determinatamente nel nostro proposito) sub quo tunc eloquentia est, caeteri imitantur, et alter alteri tradunt”. Ma che Pier Mattei, scrittore si dozinale e colmo di vitii, habbia a farsi guida di tanti nobili ingegni, che di lunga mano l’avanzano di sapere, è una temerità di fortuna, la quale nelle cose di lettere, come nell’altre, s’usurpa l’arbitrio che ragionevolmente non le perviene. Onde accioché tanti giovani studianti, di grande e ben giustificata speranza, non si lascino dalle lusinghe di Pier Mattei contaminare, e non tradiscano i doni della natura con un arte contraria a tutti i buoni insegnamenti dell’arte, richiameremo a disamina le male qualità di quella sorte di favellare, e non tralascieremo di contar le nuone, se buona alcuna ve n’ha, ch’io no’l credo (pp. 595-614).

 

22. Tommaso Campanella, Historiographia, en Philosophia rationalis [1638], ed. Luigi Firpo, Tutte le opere di Tommaso Campanella, Milán, Arnaldo Mondadori, 1954, pp. 1221-1255.

Observabunt hi [auctores] exordia et progressus secundum tempora et locos et occasiones et causas rerum dicendarum; subticebunt quae possunt intelligi per se et quae ad instructionem non faciunt; omittent minima, et inscriptiones singulas trophaeroum, et verba amantium, et similia ludicra, quae Marcus Guazzus immiscet. Episodia non facient, nisi qui historias nationum omnium scribit et in eodem tempore alia alibi eventa magna, quae simul narrari oportet. Non recitet poemata nec orationes eorum quam memorat, sed sensum brevem ubi oportet, sicut Tacitus facet (p.1278).

 

23. Fray Jerónimo de San José, Genio de la historia, Zaragoza, Diego Dormer, 1651.

Primera parte. Capítulo IX. Conciones o razonamientos

Qué cosa son conciones en la historia y de cuántas maneras

1. Las que el latino llama conciones, en la historia son unos razonamientos o pláticas que los personajes de quien se habla en ella hacen en ocasiones muy notables, ora sean hechas a toda muchedumbre de pueblo o comunidad, como las que hace un capitán a un ejército, un gobernador o prelado a su república y súbditos, ora a un particular, como la amonestación de un padre a un hijo, el consejo de un amigo a otro. Unas y otras pueden ser en una de dos maneras, porque o son rectas o son oblicuas o son compuestas de rectitud y oblicuidad, que podríamos llamarlas rectioblicuas. Llámanse rectas cuando la persona introducida habla en su propio nombre derechamente, y oblicuas, cuando habla la persona del historiador, refiriendo lo que el otro dijo en aquella ocasión, y rectioblicuas, cuando en el razonamiento ya habla el personaje introducido, ya lo prosigue relatando el historiador.

Conciones rectas, cuáles y cómo han de ser

2. Comenzando por las rectas, se debe en ellas acomodar todo el razonamiento al decoro de la persona que habla, de tal manera que no sólo parezca suya la sentencia, sino el modo y estilo de hablar y razonar, aunque siempre se ha de disponer con tal arte y modo, que sin desdecir de la verosimilitud y circunstancias particulares de la persona, sea bien ordenado y corriente lo que se dice. Es esta parte una de las que más atención piden al historiador, así por el decoro de las personas introducidas, que en el estilo y en las cosas requiere suma decencia y conveniencia, como por la observancia de la verdad, en cuya relación, si no hay mucha destreza, es adonde peligra más el crédito del autor y de toda su historia. Aquí principalmente es adonde o se engañan o se escandalizan luego los letores sencillos, porque o creen ser todas aquellas palabras salidas tan puntualmente de la boca del personaje que se introduce como de la pluma del que las escribe, o, entendiendo lo contrario, desprecian dellas hasta los sentimientos y sustancia, y de aquí se les hace sospechoso todo lo demás. Pero no por esto se debe omitir un tan importante y recebido adorno de la historia. En el cual los advertidos leen estos razonamientos con una respectiva y cauta prevención. Bien que para guardar puntualidad más religiosa y dejar la verdad (sacrosanta siempre en la historia) libre de toda sospecha, fuera conveniente distinguir con alguna señal cierta las palabras y razones formales que se pudieron observar de las tales personas, no afirmando con aquella aseveración las demás, cuya fe queda entonces a la ley común de las oraciones comunes, imitadas de la versimilitud en modo y en sustancia, cuales las vemos en los más célebres autores antiguos y modernos, cuyas pisadas será justo seguir.

Decoro que se ha de guardar en las conciones rectas

3. Para ocurrir a la sospecha y recelo del letor y así acreditar más la verdad destas conciones rectas, es importantísimo el guardar en ellas el decoro en la manera que se ha dicho, punto en que se descuidan muchos escritores, los cuales,olvidándose de lo que pide la autoridad y circunstancias del personaje introducido, disponen su razonamiento con todo aquel artificio y elocuencia que a ellos es posible, atendiendo más a la ostentación de su ingenio y estilo propio que a lo que pertenecía a la persona en cuyo nombre hablan. De aquí se sigue que en todos estos razonamientos es uno mismo el estilo y modo de discurrir y ponderar, porque como no se acomoda a las personas introducidas, todas hablan de una manera, con un mismo estilo y modo, que es el propio de la persona del historiador. Yerro que el predicador también en sus sermones y el poeta en sus comedias muchas veces cometen, sin acordarse de que hay diferencia de hablar el criado o su amo, el vasallo o el rey, el mozo o el viejo, el español o el alemán, el iracundo o el pacífico, el rústico o el cortesano, la mujer sin letras o el varón muy estudioso y erudito. Cada estado, condición y sexo pide su estilo, modo y discurso diferente, y así a cada uno ha de corresponder el razonamiento y disfrazarse el escritor en varios trajes, según la variedad de los sujetos que imita o representa, como el secretario de un señor debe, cuando en nombre del señor escribe o responde, revestirse del puesto y autoridad de su amo para con la persona a quien escribe, en que también vemos descuidarse los que tienen este oficio y envilecer tal vez la autoridad suprema con estilo en cartas y decretos menos digno.

Las conciones oblicuas cuáles han de ser

4. En las conciones y razonamientos oblicuos hay menos dificultad por este lado, pues hablando en su propio nombre y persona el historiador, aunque refiriendo lo que un tercero dijo, puede en su nativo y propio estilo disponerlo. Pero entonces debe observar dos cosas, a que obliga la fidelidad de su oficio. La una, que no se desvía jamás de la verdad, y la otra, que tal vez, si es posible, engiera trozos o palabras formales, aunque oblicuamente referidas, con que siempre guarde el decoro a la persona. Y por este lado tiene su dificultad no pequeña esta manera de razonar en la historia. La cual se acrecienta con la obligación de encadenar el discurso con periodos tan dependientes unos de otros que, pareciendo muchos, vengan a ser uno solo, que difusamente va rodando y suspendidno el principal sentido y el ánimo, desde el principio hasta el fin, sin concluir cláusula que no pida la siguiente para su final inteligencia, hasta la postrera, en que no es menester poca destreza para sazonar lo que se dice, de suerte que el lector deseoso, como el que tiene mucha sed, pueda de un aliento beber todo un gran vaso.

Conveniencia y distinción de las conciones rectas y oblicuas

5. Convienen, pues, ambas maneras de conciones rectas y oblicuas en algunas cosas, y en otras se distinguen. Piden las unas y las otras gran atención para conservar el decoro y la verdad en la sustancia y el estilo; es a saber, que no sean con esceso prolijas, que sean hechas en ocasiones y por personas muy notables, que no sean muy frecuentes y otras algunas circunstancias que habemos señalado. Pero se distinguen también en otras muchas cosas, porque las rectas deben con toda particularidad e individuación posible representar el ánimo, el semblante, el lenguaje, las sentencias y palabras de la persona que habla, bien que ordenada y sazonadamente y en tal forma que imite lo más verisímil del caso y la persona. Pero en las oblicuas tiene más licencia el historiador para ordenar las cosas y decirlas con la propiedad y cultura de su propio estilo, por donde se sigue que cuanto son más hermosas las rectas son menos peligrosas las oblicuas, así por el decoro como por la fidelidad, porque, como habemos dicho, en aquéllas habla el personaje, en éstas el autor, y a la dificultad que hay en representar uno la persona y acción ajena o la suya propia, ésa hay en el hablar en su propio nombre o en el de un tercero. Quien considera lo que pide la persona de un capitán, de un rey, de un santo, de un ángel, la del mismo Dios, que a veces se introduce hablando, no le parecerá fácil hallar razones y palabras que ajusten con tan gran decoro. En lo cual inconsidera[da]mente, como ya dijimos, yerran algunos, haciendo hablar a todos con una misma lengua y estilo, que es el del autor, y aun a veces trastocarlo, dando al rey palabras de un plebeyo y al rústico las de un docto, a Dios las de un mortal.

Más convenientes las conciones oblicuas que las rectas y cómo se ha de usar de ambas

6. Por estas dificultades me inclinaría yo a que fuesen raras y breves las oraciones o conciones rectas, más frecuentes y largas las oblicuas, y de cuando en cuando se usase de las compuestas, que llamamos rectioblicuas, en que a trozos se varía el razonamiento, hablando ya la persona introducida, ya el escritor, que lo prosigue relatando sus razones, y por lo que tiene esto de variedad cansa menos, aunque requiere muy particular atención y destreza para la variación de los modos, sin que el tránsito de uno a otro cause desabrimiento ni aun lo advierta el lector. Pero en unas y otras conciones (porque de ordinario suelen ser de personajes grandes) se puede y debe enoblecer con alguna mayor generosidad el estilo, especialmente en las primeras, según la grandeza y majestad de la persona introducida, sin esceder la elegancia narrativa ni pasarla de elocución histórica a furor poético o fervor retórico (pp. 77-85).

 

24. Jacob Masen, Palaestra styli romani quae artem et praesidia latine ornateque quovis styli genere scribendi complectitur cum brevi Graecarum et Romanarum antiquitatum compendio, et praeceptis ad dialogos, epistolas, et historias scribendas legendasque necessariis, Colonia, apud Ioannem Busaeum, 1659.

Tria ipse ad historiam ornamenta requirit: pulchritudinem, mensuram, veritatem. Pulchritudinem spectare asserit, quidquid primo in rationibus, mox in iudicio, in descriptionibus, in concionibus, in gravitate sententiatum, in eloquentiae varietate cernitur. Mensuram, sive legem historicam requirere, et materiae nobilitatem, et rerum memorandarum delectum, et notitiam consiliorum, et iudicii sui, ad docendos impellendosque legentium animos expositionem et nonnumquam opportunam reprehensionem nonnumquam laudem. Quibus adsit et iudicium acre, et reip. administranda peritia, et memoria tenax, et apta divisio; argumenta denique solida, et moralium politicarumque rerum idonea, cum fert usus, pertractatio, munitionum locorumque oportuna descriptio. Haec cuncta ad maiestatem dignitatemque historiae conciliandam iure facere existimat, ac postremo ad veritatem postulat, ut integre (quamvis minutiis rerum submotis) quaecumque acciderunt, narratione digna prosequatur (p. 2276).

 

25. Pierre Le Moyne, Arte de historia, escrito en lengua francesa por el Padre Pedro Moyne, de la Compañía de Jesús, y traducido en la castellana por el Padre Francisco García, de la Compañía de Jesús, Madrid, Imprenta Imperial, 1676.

Disertación VII. De las arengas y digresiones

Artículo primero. Si las arengas son ajenas a la historia o superfluas a ella o contrarias a la regla de la verdad.

Las arengas tienen el tercer lugar en la composición de la historia, y si solamente toca al orador ser historiador, como lo quieren todos los maestros de la historia, después del maestro de los oradores, aquí es principalmente donde el orador historiador debe desplegar las velas de su retórica. Bien sé que no son todos del parecer de Cicerón, mas, ¿qué es Raymundo Lullo y qué son todos los otros que tienen el parecer contrario, sino Mirmidones opuestos a este togado Achilles? Diodoro Sículo, alegando contra las arengas, no condena sino aquéllas que embarazan y desmembran la narración y sacan las cosas fuera de su lugar o por su importuna longitud o por su multitud aún más importuna. Y así como este griego, que debía de gustar del vino, como gustan todos los griegos, no quisiera que por desembarazar la tierra de malas cepas hubieran pegado fuego a todas las viñas, así no pretendió jamás que por limpiar la historia de algunas malas arengas le quitasen todas las arengas.

Oponen a esto que la ley de la verdad, que no permite alguna falsedad a la historia, es violada por estas arengas, que todas son falsas y fabricadas por el historiador y que la verisimilitud que alegan para mantenerlas es usurpación del historiador contra el derecho del poeta, y que ésta también aquí es violada sin ningún empacho. Y si no, ¿qué tiene de scita y bárbaro o, por mejor decir, qué no tiene de aliñado y culto la arenga que hacen los embajadores de los scitas a Alejandro Magno, por gracia de Quinto Curcio? ¿Y quién creerá que Galgaco, a quien Tácito pone a la frente de un pueblo separado de los otros pueblos, habló con la firmeza y energía, con las figuras y espresiones que le da este historiador? Lo mismo se puede decir de su Arminio y de su Civil, que hace hablar con tanta elocuencia como si hubieran sido discípulos de Longinos y de Hermógenes. Lo mismo de los primeros romanos, que estando aún llenos del polvo de sus chozas y oliendo a los ajos, como dice un autor moderno, los propone Tito Livio con tanta delicadeza de ingenio y gracia de lenguaje como el que tuvieron largo tiempo después los más cultos de la corte de Augusto.

Artículo II. Las arengas son necesarias a la historia, y ni son contra la verdad ni contra la verisimilitud. Los historiadores y los poetas, justificados en este punto.

Todas estas razones no concluyen nada contra las arengas. Porque la ley de la verdad se debe entender solamente de aquellas cosas que, recibiendo alguna consistencia por la tradición o por la escritura, pueden venir indemnes y sin alteración al conocimiento del historiador, el cual está obligado a recibirlas tales cuales le vienen por estos dos caminos, y la ley de la verdad le obliga a que sin mudar nada en su materia ni en su figura, las ponga en su obra como las ha recibido. Pero no es lo mismo de las palabras, que, según el poetra griego, tienen alas, y, según los árabes, son aves pasajeras. No hay hilos donde se enreden ni lazos que las puedan prender. Y no bastara que el historiador fuese adivino, era necesario también que fuese profeta, si hubiera de referir hasta la última sílaba (como hacen los mensajeros de Homero) todo lo que dijeron las personas que él introduce en la historia. Hay ocasiones en que es necesario que estas personas hablen, porque un negociante mudo, un consejero que no hablara palabra y un embajador que callara siempre, fueran extrañas figuras en una historia. Por lo cual conviene que el historiador los haga hablar y los preste sus palabras, si no es que tienen por mejor que haga hablar a cada uno en su propia lengua y que la confusión de Babel se renueve en cada historia.

En lo que toca la verisimilitud de las arengas, no es usurpación de los historiadores contra el derecho de los poetas. Los unos y los otros tienen su propia verisimilitud, con esta diferencia: que la verisimilitud histórica lleva al historiador por lo verdadero a la exclusión de lo falso, y la verisimilitud poética lleva al poeta por lo falso a la exclusión de lo verdadero, porque lo falso disfrazado y coloreado da toda la estimación a la poesía.

Dos ejemplos célebres en la historia y la poesía ilustrarán esta doctrina, que merece ser notada. El primero es el del cuarto libro de los Eneidos, donde Dido, agitada del amor, del despecho, de la desesperación y del furor, hace las acciones y dice las palabras con una verisimilitud tan bien compuesta y tan natural, que no la pueden ver sin amar y sin aborrecer, sin enojarse y sin llorar con ella. Con todo eso, esa verisimilitud está fundada sobre la mayor falsedad que hubo jamás, y no le bastó levantar los vientos, alborotar los mares y emplear los dioses que presiden las tempestades, para conducir su Eneas a Cartago en el tiempo que vivía Dido; forzó también a la cronología y la obligó a hacer una violencia de más de dos siglos.

El otro ejemplo es el primer libro de Tito Livio, donde la bella y prudente Lucrecia, desesperada por el ultraje hecho a su honor, se explica de una manera tan decorosa y con términos tan verisímiles que no hay quien no crea que es propio lo que es prestado, y esto nace de que la verdad del suceso, atrayendo a sí la verisimilitud de las palabras, que se funda sobre ella, les da parte de sus colores y las hace pasar por verdaderas. ¿Quién acusa de falsedad a un embajador porque se explica con más elocuencia de la que lleva su instrucción? ¿Y las cartas escritas por un secretario de estado dejan de ser verdaderas y cartas de su príncipe porque estén en mejores términos que el membrete que le dieron?

Es, pues, calumnia decir que la verdad de la historia es violada por la verisimilitud de las arengas. Pero síguese otra consecuencia más remota que la dicha, y es que si le quitan a la historia la verisimilitud de la parte de las arengas, será necesario también quitársela de la parte de los juicios, las reflexiones y conjeturas, que le son partes tan esenciales a la historia que dejará de ser historia si le fueran quitadas.

En lo que oponen a Tito Livio, Tácito y Quinto Curcio de haber violado no solamente la verdad, mas también la verisimilitud, por haber dado más ingenio, policía y elocuencia a los que hicieron hablar, de lo que llevaba su país y la rudeza de su siglo, se ha de responder que el buen ingenio y el buen espíritu son naturales de todas las naciones y viven en todos los siglos: que la Scitia ha tenido sus filósofos como la Grecia, y que el día de hoy los Canados, no obstante la barbaridad y esterilidad de su cielo, nacen todos elocuentes y oradores, y tienen una retórica natural tan figurada y sentenciosa como la que se aprende en nuestras escuelas y libros.

Fuera desto, aunque los poetas son tan observadores de la propiedad y verisimilitud en todas las cosas, no han cuidado de variar el estilo siempre que variaban personas. Solamente Plauto quiso hacer el charlatán (si se puede decir así) afectando locuciones bizarras y de todos colores; pero Plauto, si se ha de creer a Horacio, era en tiempo de Augusto lo que ahora Cropinelo entre nosotros. Todos los demás poetas son siempre iguales y uniformes. Sobre el teatro de Terencio hablan tan buen latín los criados como los señores. Los pastores y pastoras de Teócrito se explican agradablemente y con ingenio; hasta su Polifemo, siendo todo monstruoso, tiene algo de pulido; y si los críticos del tiempo de Virgilio motejaron a su Coridón una palabra que sabía a lo villano, ¿qué hubieran dicho se diera a su Dido, a su Ana o a su Jarbas los pensamientos bárbaros y las palabras africanas? He dicho esto no solamente para justificar la elocuencia de Quinto Curcio y de los ingleses de Tácito,[380] mas aun la policía de los pastores de Virgilio, de Sannazaro, del Tasso, de Guarín y del Marqués de Urfe; y también para dar razón de los hermosos sentimientos, tiernas y generosas pasiones que yo atribuí a los sarracenos y sarracenas que hacen las principales figuras de mi San Luis.

Mas, ¿para qué es tan largo discurso? El ejemplo de todos los historiadores no deja nada que hacer a las razones. En griego y en latín tenemos las recopilaciones de sus arengas, sacadas del cuerpo de sus historias, como la más pura y fina parte de su ingenio, y tomar parecer de Raymundo Lullo y de otros semejantes sobre la práctica destos grandes hombres, es como si tomáramos parecer de los moledores de colores sobre las pinturas de las galerías de Fontainebleau o las de la bóveda de Val de Graze. Queden, pues, las arengas en la historia, pero queden en su lugar y en la forma que deben estar, para no dar enojo, ni ser embarazo ni carga.

Artículo III. A qué personas conviene hacer arengas. Cuáles deben ser las ocasiones y las medidas de las arengas. Tucídides y Salustio, reprehendidos de haber faltado contra este artículo.

El historiador que desea observar la proporción y regularidad de sus arengas, ante todas cosas debe mirar a la edad, calidad, crédito y dignidad de las personas que hace hablar en su historia. No es la historia como una comedia, donde tiene su papel el criado como el amo. No es poco que los príncipes, capitanes y embajadores tengan derecho de hacerse oír. La razón es porque en las arengas se resumen ordinariamente los más sutiles puntos de la política, y si un guardarropa, un soldado de a caballo, un escribiente de palacio, hicieran del estadista, fuera en la historia una incongruidad tan fea como se pudiera hacer en la gramática.

Lo segundo, se guardará de gastar su retórica a todo propósito y no la empleará sino en ocasiones y sobre materias que puedan sustentar su dignidad. Los días de batalla eran antiguamente días de arengas, ya esta costumbre está casi olvidada, y de la manera que se dan hoy las batallas, el ardor de los soldados deja poco que hacer a la elocuencia de los capitanes.

Las deliberaciones donde se trata de una paz o de una guerra, de una alianza o de una liga, de la elección de un príncipe o de la exclusión de otro, de un ejemplo de justicia o de clemencia y de semejantes negocios de grande consecuencia y peso, son los propios lugares de las arengas. Porque hacer arenga sobre el aparatdo de una fiesta, sobre una caza, sobre el ataque de una granja y sobre la muerte de un capitán de infantería, sería abusar de la retórica y dar de balde bellas palabras. Semejantes arengas se parecieran a las que se hicieron en el Senado en presencia del Emperador sobre matar un rodaballo de extraordinaria grandeza, si Juvenal merece ser creído.

Tucídides y Salustio, aunque tan grandes varones, y ambos cabezas de sus órdenes, son reprehendidos de haber faltado a estas reglas. Tucídides, en una larga arenga fúnebre que hizo hacer a Pericles en los funerales de quince caballeros que habían muerto en servicio de la república. Esto era hacer vulgar y cotidiano al segundo Júpiter de los atenienses, así llamaban a Pericles. Y era abusar de sus relámpagos y truenos, emplearlos en cosa tan poca. Mas el historiador, dando sus palabras al orador, pretendía mostrar que no era él menos Pericles que Pericles, y que su elocuencia podía hacer tanto ruido por escrito como la de Pericles había hecho con la voz. Aunque esto sea así, los funerales de quince soldados se podrían haber hecho con menos costa de frases, y la oración fúnebre se hubiera empleado mejor en las exequias de aquellos soldados que los atenienses perdieron en Sicilia en mayor número y con mayor gloria. Pero Pericles era muerto en ese tiempo y no había otro orador digno de que el Historiador le prestase su elocuencia.

El latino no ha sido más regular en esto que le griego. Salustio hace en todas las ocasiones del orador, y casi siembre sin necesidad. En la Conjuración de Catilina las prolijas arengas ofuscan la narración y no la dejan toda la extensión que era menester. Y en su Guerra Yugurtina, el largo discurso que hace hacer a un Memmio, tribuno del pueblo, sin otra razón que la reputación deste hombre, que era uno de los grandes habladores de su tiempo, muestra bastantemente que logra con derecho y sin él todas las ocasones que se le ofrecen de restaurar por su elocuencia histórica el mal suceso de su elocuencia oratoria.

Sea, pues, la tercera regla del historiador en la composición de las arengas, que escuse la multitud y longitud, con las cuales se interrumpe y embaraza la narración, y el lector es retardado y aun echado fuera del camino, como si se le llenaran de vallas y de barrancos a un pasajero que se da priesa por encontrar posada. No hay trabajo peor agradecido ni palabras más mal empleadas que éstas de las cuales huyen los lectores como de los lugares infectos. Y como antiguamente un excelente varón quiso más ir a la cárcel y padecer las prisiones que aprobar un mal poema, se hallará hoy quien tenga por más tolerable la galera que la letura de semejantes arengas. Lo que refiere Bocalino en su Gaceta del Parnaso no es de mal gusto, y da bien a entender lo que se atormenta el espíritu en este género de leyenda. Dice que, habiendo hallado a un viejo debajo de un laurel, puestos sus antojos, leyendo un madrigal, fue acusado delante del senado, el cual juzgó que este delito era escandaloso y necesitaba de un ejemplar castigo para escarmiento de los demás, por lo cual fue condenado de todos a una voz a leer una arenga de Guichardino. Después se han hecho en Francia arengas más cortas que, no menos que las de Guichardino, serán ruedas del espíritu y horcas de la razón para quien quisiere tomar el trabajo de leerlas.

Sea la cuarta regla del historiador la que da Aristóteles cuando enseña que las arengas que se hacen para ser leídas deben ser compuestas con más estudio y artificio que las que se hacen para ser pronunciadas. Pero no ha de ser este estudio como el de un sofista, que sólo cuida de tornear y limar sus períodos. No ha de consistir el artificio en afectación de sutilezas, antíteses y semejantes figuras, que no son más, si se puede decir así, que los cacareos de la retórica. Todo debe ser grave, serio y acomodado a la condición de las personas y calidad de los negocios, y si la decencia y propiedad tan recomendada de los maestros del arte pide en todo lo demás aplicación y cuidado, en estos lugares ha de pasar el cuidado a ser religión y escrúpulo. Porque un rey que hablara como un sofista, un capitán que hiciera el orador y un embajador que propusiera su embajada en sutilezas, parecieran sin duda bellas figuras, como si el rey fuese al consejo, el capitán a la guerra y el embajador a la audiencia en traje de danzarines.

El carácter patético y los afectos vehementes tienen también su lugar en las arengas, pero es necesario que vengan a ellas naturalmente y sin violencia, y que la materia y la ocasión los pida. También debe atender a que no entren con todo ruido y tumulto, como en las acciones oratorias, donde son lo que los relámpagos y truenos en una nube preñada de tempestades. La elocuencia histórica, que no habla sino con la pluma y no tiene voz ni acción, debe ser más tranquila y más recogida que la oratoria, que tiene manos y lengua. Ni se espera ver en el gabineto ni sobre el papel rayos y tempestades semejantes a las que hacía en las juntas de su pueblo aquel orador que mereció ser llamado el segundo Júpiter de Atenas. No me detendré en las otras reglas que pertenecen a la composición de las arengas porque esto sería volverme a las escuelas y usurpar la profesión de Cicerón y de Quintiliano, que han dejado largas liciones desta materia (pp. 188-195).

 

f)                                                                                                                                                                             Hacia un nuevo método

Los textos anteriores reflejan el estado de cristalización a que habían llegado las reflexiones sobre la escritura de la historia mediado el siglo XVII: nadie duda de que se pueden –y se deben– insertar oraciones en la narración histórica, y a la vez, paradójicamente, todavía quedan restos escépticos en los pensadores, como ilustra el texto de fray Jerónimo de San José. Y será esta postura cercana al neopirronismo, o derivada de él, la que a la larga acabará imponiéndose y la que servirá de trasfondo a la desaparición de las artes historicae tal como las hemos conocido, y al nacimiento de una nueva conciencia histórica. El lugar preponderante de la retórica será sustituido por la búsqueda de pruebas, de documenta y monumenta, que avalen la verdad de la historia. Los dos últimos textos de esta antología serán testigos del nuevo estado de cosas evidente ya hacia el final del siglo. Jean Le Clerc, autor de la célebre Ars critica (1697), incluye en el libro III de la obra una crítica acerada de Quinto Curcio, en cuyos escritos denuncia precisamente una obediencia a la retórica más que a la historia y, por lo tanto, una notable negligencia en la presentación de la verdad. La crítica de Le Clerc es impecable e implacable a la vez y anuncia con toda claridad nuevos tiempos para la historiografía.

Feijóo, por último, ya entrado el siglo XVIII, nos servirá para comprobar el afianzamiento de esos vientos nuevos. Sus “Reflexiones sobre la historia”, incluidas en el Teatro crítico universal (1730), elaboran las críticas de Le Clerc y otros. Más de la mitad de la disertación, de la que ha desaparecido toda alusión a la disciplina retórica, se dedica a denunciar pasajes históricos de dudosa veracidad. Estamos a las puertas de la historiografía moderna.

 

26 Jean Le Clerc, [Ars critica, 1697], “Criticism upon Quintus Curtius”, introducción a Arrian’s History of Alexander’s Expedition, trad. J. Rooke, vol. I, Londres, 1814.

4. He [Quintus Curtius] has not gone about to describe the acts of the great conqueror of Asia in the manner which a curious observer of all particulars should have done, but rather as he imagined they ought to be described by a rhetorician. On this account he has every where taken the occasion to interlard his history with speeches; and those, not in such a style as suited the Macedonian soldiers, who were most of them unlettered, and better skilled in arms than arts, but in the style and manner of a lazy rhetorician, who had spent all his days in a school, and lived the life of a recluse (p. iii).

13. I shall not trouble my reader with examples of this [speeches, direct and oblique], they are every where to be met with, and distinguished by having their first word printed in capitals, in some of the finest editions of his work, that they may be known to school-boys. I shall only add, that lest the too frequent number of direct ones should disgust the reader, he has sometimes brought them in in a negative manner, though thereby, for the sake of variety, he has almost ruined the sense. Thus, for example, speaking concerning those who had slain Parmenio, and who were also accused of other crimes before Alexander, he says:[381] “Many of Alexander’s friends rejoiced, that vengeance was fallen upon those ministers of vengeance; neither can any power acquired by unjust means remain long in possession”. The direct meaning is, “No power acquired by unjust means can remain long in possession”, and thus the sense is fully and clearly expressed. But in order to introduce it in a negative manner, and fit the whole sentence to one event, the general works therein contained (to speak logically), ought either to be changed to particular ones, or omitted. He ought therefore to have said, “They rejoiced, that vengeance was returned upon those ministers of vengeance; and that a power thus acquired by unjust means was not lasting”, for otherwise, when it is wrested into a negative form, it still stands aloof off from the body of the sentece, and seems quite of another piece (p. lx).

15. I now come to his speeches, and dare aver, no author of the same bulk has such a number of direct ones as Curtius; but before I enter upon this task, I must assure my readers, that I am entirely of the opinion of those gentlemen who would have all speeches, as well direct ones as others, omitted in a grave history, unless they were really spoke word for word, or at least be the unfeigned sentiments of him who spoke them. I am not to be told what learned men have wrote upon this subject,[382] to persuade us that an historian may lawfully put speeches into the mouths of those concerning whom he writes, not such as they really spoke, but such as they might have spoke, or such as the historian judges they ought to have spoke, as fittest for the matter in hand; though at the same time they own that most of those supposed to make speeches are far inferior to the writer in eloquence. I am also sensible that many of the ancients have interspersed such speeches throughout their stories; but if we have a value for truth, the elegancy of the speeches we read there (even by their own way of arguing, who approve of them in history), is enough to prove their illegitimacy: for I can see no reason why a man who requires wich strict truth in all other parts of history should be willing to allow of lies in set speeches; and I can never be brought to think it any less lie to make a man speak what he never spoke, because he ought to have spoke it, as to describe him doing what he never did, merely because he ought to have done it. Were it probable that the persons whose lives or actions they write made use of the same reasons or the same motives which the historians ascribe to them in the speeches they make for them; yet, at least those historians ought to speak themselves and give their readers a caution that these, or the like, were the reasons wherewith those (whose lives or actions they write) were induced to do what then they did. If they acted in this manner, none could complain or being misled by them, notwithstanding their judgment or penetration might sometimes fall short of what it ought. The reasons above-mentioned will obscure no light which can be afforded to history, neither will any less advantage accrue to the readers; for nothing can be said in direct speeches, which may not be expressed as fully and commodiously in some plain narrative way, by a due chain of reasoning.

16. Such fictitious speeches are so far from advancing truth, which ought to be regarded by an historian as the chief end of his work, that they come not up even to probability: for what can be imagined more absurd than to introduce idiots and barbarians expressing their minds in terms full as elegant, as if they had studied rhetoric all their lives? What can be more stupid or ridiculous than to hear all whom an historian introduces as speech-makers haranguing with the same force of eloquence? And this not only the readers of Curtius, but of all historians of that stamp, may take notice of. If custom would argue for these things, sure reason, and even the observation of decorum, plead strongly against them, and complain that truth is so far from being illustrated by such ornaments of falsehood, that she is thereby evidently corrupted.

17. From the same cause it happens that judicious historians offend against the rules of probability another way: wherefore Callisthenes, who is cited by Athenaeus in his discourse of Machines, advised him “who proposes to treat upon a subject, by no means to wander from it; but to frame his discourses suitable, as well to the person, as to the circumstances of time and action”. But when historians bestow their own eloquence on all, they not only make the learned and ignorant talk alike, but as their wit and disposition is turned chiefly one way, and they do not easily assume those of others of various sorts, all into whose mouths those speeches are put, speak not their own sentiments, but the writer’s. In Curtius all are declaimers, and speak the writer’s sense of things, and not their own: Darius declaims, Alexander declaims, the soldiers declaim, even the Scythians,[383] the rudest and most illiterate of all mankind, fall upon us with rhetorical flourishes. This brings to my mind the story of a family who were all singers: those who washed the feet of the guests, struck up an air, and were answered by those who pared their nails, and cut their corns: if a boy had a request to make to his father, it was done in a musical strain, and some other immediately joined the chorus, insomuch that you would have taken it for a nursery of pantomimes, rather than an ordinary family. Thus, in Curtius, all are eloquent men and rhetoricians, all pour forth whole volleys of wise sayings upon every occasion, and oft-times without any visible occasion at all [nota: Curtius, lib. VII, cap. 8.].

18. This is not all, for as soon as historians have once accustomed themselves into this liberty, they insensibly fall into greater. They who are wont to accommodate their own wit and their manner of speaking to the speakers, by degrees begin to bestow their own prudence and caution upon the actors, and contrive the circumstances of history to suit their own inclinations, whenever they find them otherwise in ancient authors, and by this means, history is in a great measure changed to romance. And if a writer of this sort happens at any time to be deficient in his knowledge of the things, times, or places, he not only intrudes lies upon the public, but sometimes stories inconsistent with the nature of things (pp. lxi-lxiii).

20. These remarks we have thought necessary to make upon the style of Curtius; and we could have illustrated them with more examples, or have prosecuted the matter much further, had not his History been in every body’s hands, and what we have said so apparent, that whoever understands Latin, has no occasion to be told that our observations are just. However, we have not here gone about to detract, either from the elegancy of his style or the roundness of his sentences, or endeavoured to deter boys from reading him; only let them read him as a rhetorician, where the style is chiefly to be considered; and let them also, if they please, collect from him as many wise sayings as they can; they are much too frequent throughout the work, and generally injudiciously placed. However, I would not have them to look upon him as an historian studious of truth, whom they may confide in, nor by any means propose him as a pattern for their imitation throughout, if they design to make a figure in that sort of knowledge (p. lxv).

 

27. Benito Jerónimo Feijóo, “Reflexiones sobre la historia”, en Teatro crítico universal, tomo IV [1730], Madrid, Real Compañía de Impresores y Libreros, 1775, pp. 163-246.

2. De hecho los críticos no han sido tan difíciles de contentar de parte de la poesía como de parte de la historia. Exceptuando uno u otro exquisitamente melindroso, todos convienen en que fueron excelentísimos poetas, y sin defecto alguno, por lo menos notable, un Homero, un Virgilio, un Horacio; y a Ovidio, Catulo, y Propercio concederían la misma gloria, si la lasciva impureza de sus expresiones no empañara el tersísimo lustre de sus versos. Pero en los historiadores, ¡oh qué difícil y severa se muestra la crítica, aún cuando examina los más sobresalientes! El mismo prelado que acabamos de citar [el Arzobispo de Cambray, Señor de Salignac], nota la falta de unidad y orden en Heródoto; juzga a Jenofonte más novelista que historiador; y es dictamen común que en su historia de Ciro, no tanto miró a referir los verdaderos hechos de este príncipe, como a dibujar con colores mentidos un príncipe perfecto. Concede a Polibio el razonar admirablemente en lo político y militar; pero dice que razona demasiado. Celebra las bellas arengas de Tucídides y Tito Livio, pero las culpa por muchas y por obras de su invención, no de aquéllos en cuyas cabezas las ponen. Culpa a Salustio que en dos historias muy cortas introdujese tanta pintura de personas y costumbres. En Tácito reprehende la brevedad afectada y la audacia de discurrir las causas políticas de todos los sucesos, defecto que asimismo reconoce en Enrico Caterino.

3. En estos mismos grandes historiadores encuentran otros críticos otras faltas. Plutarco notó a Heródoto de ínvido y maligno contra la Grecia. El que mezcló muchas fábulas es dictamen común: en tanto grado, que hay quien en vez del magnífico atributo de Padre de la Historia, le da el de padre de la fábula. Dionisio Halicarnaseo niega esplendor y majestad al estilo de Jenofonte, añadiendo que si tal vez quiere elevar la elocución, al punto, no pudiendo sostenerse, desmaya. Vosio nota la incuria del estilo en Polibio; y el Padre Rapin, el que frecuentemente rompe con reflexiones morales el hilo de la narración. El mismo Vosio acusa de duro y lleno de hipérbatos el estilo de Tucídides. Erasmo halló algunas contradicciones en Tito Livio. Asinio Polión notó el genio de la locución patavina en su estilo romano. Muchos, y con razón, le culpan tanto amontonar de prodigios. A Salustio llamó Aulo Gelio “innovador de voces”. Y el ilustrísimo Cano le reprende de que dejó torcer algo la pluma hacia donde la llevaban sus propios afectos, como se ve en haber callado algunas cosas gloriosas de Cicerón, porque no estaba Tácito, y el Padre Gausino vino a decir lo mismo con otras voces. Pedro Baile convenció de contrarias a la verdad tal cual narración de Enrico Caterino.

4. ¿Quién, a vista de esto, tomará la pluma sin temblarle la mano para escribir una Historia? ¿Quién, viendo censurados estos supremos historiadores, se juzgará exento de censura?

5. Pero aún es más digno de consideración lo que sucedió a Quinto Curcio. Pareció la Historia de Alejandro de este autor poco más ha de tres siglos, hallándose su manuscrito en la Biblioteca de San Víctor. Aún no se sabe con certeza quién fue este Quinto Curcio, ni en qué tiempo vivió. Unos le creen contemporáneo de Augusto, otros de Claudio, otros de Vespasiano, otros de Trajano, según aprenden su estilo más o menos conforme a la antigua pureza latina. Y no faltan quienes juzguen que no hubo tal Quinto Curcio, sino que éste es nombre supuesto algún autor moderno, por conciliar mayor estimación a su Historia con el nombre antiguo romano, adelantándose algunos a apropiar esta obra a Petrarca. Uno de los fundamentos, y el más fuerte para esta conjetura, es no hallarse citado Quinto Curcio por algún autor de cuantos hubo por espacio de mil y cuatrocientos años, contados desde Augusto. Sin embargo, a otros hace más fuerza la pureza de estilo, pareciéndoles que ha más de mil y quinientos años que no hubo autor que escribiese tan bien el idioma latino; y así están firmes en que el escritor de esta Historia es coetáneo a alguno de los primeros Césares. Sea lo que fuere en orden a esto, la Historia que anda con el nombre de Quinto Curcio, estuvo recibiendo continuos elogios por espacio de tres siglos, sin que nadie hiciese memoria de ella sino para aplaudirla, hasta que poco ha cayó en las manos de un crítico moderno, que aplicándose a examinarla con especial cuidado, la halló llena de defectos substanciales.

6. Éste fue el famoso Juan Clerico, que ingiriendo al fin del segundo tomo de su Arte Crítica una dilatada censura de Quinto Curcio, le acusó, y probó la acusación sobre los capítulos siguientes: Que fue muy ignorante de la Astronomía y Geografía; Que por acumular en su historia cosas admirables; escribió muchas fábulas; Que describió mal algunas cosas; Que cayó en contradicciones manifiestas; Que escribió algunas cosas inútiles, omitiendo otras necesarias; Que por ostentar su elocuencia cayó en la impropiedad de poner excelentísimas arengas en la boca de hombres nada retóricos; Que dio nombres griegos a los ríos remotísimos de la Asia; Que omitió la circunstancia del tiempo en la relación de los sucesos; Que tomó un género de estilo más propio de un declamador u orador que historiador; Que fue, en fin, más panegirista que historiador de Alejandro, celebrando su damnable ambición como si fuese heroica virtud.

7. Verdaderamente son muchos defectos éstos, no sólo para un historiador de los supremos créditos de Curcio, mas aún para un escritor de mediana clase. ¿Mas qué hemos de inferir de aquí? O que la crítica se propasó en la censura o que es sumamente arduo escribir exenta de muchos defectos una historia. Pero pareciéndome a mí que la acusación de aquel crítico está bien probada en todas sus partes, me aplico a sentir que el genio más elevado, si se aplica al ejercicio de historiador, no está libre de caer en considerables defectos, para cuyo intento he traído el ejemplo de Quinto Curcio (pp. 163-165).

40. La gran batalla en que Carlos Martel y el Duque de Aquitania derrotaron el numerosísimo ejército de sarracenos que debajo de la conducta de Abderramán había hecho irrupción en Francia, se halla escrita muy sumariamente y de paso por los autores de aquel tiempo y de los inmediatos. Sin embargo, algunos de los modernos la circunstancian con tanta prolijidad como si hubiesen asistido a ella personalmente. Es advertencia de Cordemoi en su Historia de Francia, cuyas palabras pondré aquí porque son notables:

Es dignísima (dice) de ser notada esta batalla, y en igual grado son reprensibles los antiguos analistas por no haber referido circunstancia alguna de una acción tan memorable. Pero también, si hay algún amor a la verdad, son inexcusables algunos autores modernos cuyo mérito por otra parte es grande, los cuales relacionaron esta batalla como si hubiesen asistido a todos los consejos de guerra que hubo para ella, y visto todos los movimientos de los dos ejércitos; pues no sólo describieron cómo iban armados los franceses y los sarracenos, mas también como se ordenaron unas y otras tropas, qué arengas les hicieron los jefes, las estratagemas de que usó Abderramán, cómo los desvaneció Carlos Martel: llegando finalmente a individuar las diferentes posturas que tenían los cadáveres en el campo, las quejas de los moribundos, y las norabuenas que después de la victoria se dieron los dos jefes franceses.

Los modernos que reprende aquí Cordemoi son Paulo Emilio y Fauchet, porque los señala a la margen (pp. 182-183).

 



[1] El presente trabajo se encuadra dentro del proyecto de investigación HUM 2006-09270 “El discurso militar en la Historiografía desde la Antigüedad hasta el Renacimiento II” del Ministerio de Educación y Ciencia de España.

[2] Las visibles semejanzas entre los tratadistas (ver al respecto, por ejemplo, Anthony Grafton, What Was History? The Art of History in Early Modern Europe, Cambridge, Cambridge University Press, 2007) no deben, sin embargo, hacernos perder de vista sus a veces considerables diferencias.

[3] Victoria Pineda, “La arenga en los tratados historiográficos de la alta Edad Moderna”, en Juan Carlos Iglesias Zoido, ed., Retórica e historiografía. El discurso militar en la historiografía desde la Antigüedad hasta el Renacimiento, Madrid, Ediciones Clásicas, 2007, pp. 199-228. Allí se encontrará el desarrollo de lo que esta brevísima introducción resume, así como la bibliografía pertinente (que no repito ahora). Para el desarrollo de las relaciones entre retórica e historiografía debe consultarse también Eckard Kessler, “Das retorische Modell der Historiographie”, en Reinhart Koselleck et al., eds., Formen der Geschichtsschreibung, Munich, Deutscher Taschenbuch Verlag, 1982, pp. 37-85.

[4] Deseo expresar mi agradecimiento, por su ayuda en la revisión de los textos transcritos en la antología, a Luigi Giuliani, Juan Carlos Iglesias Zoido y Joaquín Villalba.

[5] Ver Luis Merino Jerez, “Retórica e historiografía en el Renacimiento: los Rhetoricorum libri quinque de Jorge de Trebisonda”, en Juan Carlos Iglesias Zoido, ed., Retórica e historiografía. El discurso militar en la historiografía desde la Antigüedad hasta el Renacimiento, Madrid, Ediciones Clásicas, 2007, pp. 175-198, así como la traducción castellana del propio Merino Jerez del capítulo correspondiente de Trebisonda en este número de Talia dixit. Sobre Trebisonda y otros autores de opúsculos historiográficos de mediados del siglo XV (Guarino Veronese, Lapo da Castiglionchio y Benedetto Accolti), ver Robert Black, “Benedetto Accolti and the Beginnings of Humanist Historiography”, English Historical Review 96 (1981) 36-58.

[6] Además de la citada aquí, existe otra edición moderna de los diálogos de Pontano con traducción al alemán: Dialoge, a cargo de Ernesto Grassi, Hermann Kiefer, Hanna-Barbara Gerl y Klaus Thieme, Munich, Wilhelm Fink, 1984.

[7] El texto había sido publicado poco antes en la edición de Ruscelli de las Historiae de Paolo Giovio.

[8] familias : familiae, según la edición de E.T. Sage en Loeb Classical Library (abreviada como S en adelante); la referencia del discurso es Ab Urbe condita 34.2-4.

[9] sustinere non potuimus : non continuimus S.

[10] refertur : vos fertur S.

[11] auctoribus : auctoribus vobis S.

[12] si : sic S.

[13] sint : sunt S.

[14] Quid : Qui S.

[15] vos : vos si S.

[16] nostri : nostri nullam S.

[17] autore : tutore auctore S.

[18] parentum : parentium S.

[19] prope : quoque S.

[20] rogationes : quam rogationes S.

[21] aliae : quam S.

[22] faciatis : faceritis S.

[23] iniunctum : iniuncta S.

[24] vera : vere S.

[25] eorum : earum S.

[26] nostri : vestri S.

[27] quaeque : quaeque eas S.

[28] exaequare : exaequari S.

[29] hercle : hercule S.

[30] recusent : recusant S.

[31] iniistis : iussistis S.

[32] una : unam S.

[33] procurrant : procucurrerint S.

[34] Idaeam : Idaeam a S.

[35] fulgeamus : fulgamus S.

[36] inquiunt : inquit S.

[37] carpentis profestis quoque : carpentis festis profetisque S.

[38] luxuriaeve : ne luxuriae S.

[39] audivistis : audistis S.

[40] ergo : ego S.

[41] magis : magis publicae est S.

[42] libidinibus : libidinum S.

[43] cohibendam : coercendam S.

[44] sanciendi : sanciundi S.

[45] aerat : erat S.

[46] accipiebant : non accipiebant S.

[47] qui : quae S.

[48] cupiditatum : cupiditatium S.

[49] nolis : naturalis S.

[50] purpura et auro : auro et purpura S.

[51] lege : legis specie S

[52] iniicere : inicere S.

[53] Nae : Ne eas S.

[54] pudore : pudere S.

[55] non parabit : parabit S.

[56] rogavit : rogavit. Miserum illum virum et qui exoratus et qui non exoratus erit, cum quod ipse non dederit datum ab alio videbit S.

[57] inexorabiles : inexorabilis es S.

[58] existimare : existimare, Quirites S.

[59] mora: mota S.

[60] fera bestia : ferae bestiae S.

[61] quid : quod S.

[62] Ver la tesis de Sonia Cardona Cabanillas El De Scribenda Historia liber de Juan Antonio Viperano : edición y estudio (Universidad de Córdoba, 2005).

[63] Ab Urbe condita 1.41.3

[64] similis esses : tui esses similis, según la edición de C.F. Walters y R.S. Conway, Oxford, Clarendon Press, 1967 (en adelante WC).

[65] tacente: indicente WC.

[66] claudicet respublica : claudente re publica WC.

[67] et : om WC.

[68] consulatum, nunc : consulatum, deinde in petendo consulatu, nunc WC.

[69] viderit : videat WC.

[70] verba res : res verba WC.

[71] Trasymeno : Trasumenno WC.

[72] habet : se habet WC.

[73] nostris rebus : rebus nostris WC.

[74] a domo, procul a : ab domo, ab WC.

[75] recipiunt : accipiunt WC.

[76] fames quam ferrum absumpsit : fame quam ferro absumpti WC.

[77] eum sedendo superaturi simus : sedendo superaturi simus eum WC.

[78] Geryonis : Gereoni WC.

[79] pugnaturum est, sed : sedet? WC.

[80] gloriabor : de me gloriabor WC.

[81] Gneus Servilius : Servilius WC.

[82] A veritate : Veritatem WC.

[83] agatur : agatur [hortor] WC.

[84] moneo : om WC.

[85] tuaque : tu tuaque WC.

[86] certa claraque : clara certaque WC.

[87] Ab Urbe condita 22.39.

[88] dederint : dediderint WC.

[89] unus : unus hic WC.

[90] Et : Sed WC.

[91] habuissent, neque : habuissent et septem milia armatorum hominum erumpere etiam [per] confertos hostes possent, neque WC.

[92] admonere adhortarique : monere, adhortari WC.

[93] tegeret : tegere posset WC.

[94] Sicut : Si ut WC.

[95] sicut : si ut WC.

[96] priori : priore WC.

[97] hostes duceret : duceret hostes WC.

[98] existeret : exsistisset WC.

[99] ducem se : reduces WC.

[100] moverunt : movent WC.

[101] clades vobis : clades WC.

[102] abestis : abistis WC.

[103] se iubentem sequi : sequi se iubentem WC.

[104] paullo post : post paulo WC.

[105] Quam : Quam[quam quid] WC.

[106] iis quadraginta millia hostium : his sescentis hostes WC.

[107] fuise : aut adfuisse WC.

[108] quin : qui ne WC.

[109] caussam : causam esse WC.

[110] armati : vallum armis WC.

[111] hostis ad vallum accessit : ab hostibus ad vallum accessum WC.

[112] ipsorum : istorum WC.

[113] tum : [cum] WC.

[114] Vos : Et vos WC.

[115] castris : e castris WC.

[116] tutari : tutari armis WC.

[117] Ab Urbe condita 22.60.

[118] Ab Urbe condita 6.17.

[119] in precipitem semper : semper in praecipitem WC.

[120] Al margen: “In art. Poet.”

[121] davusne : divusne, según la edición de E.C. Wickam, Oxford, Clarendon Press, 1967 (abreviada en adelante como W). El fragmento corresponde a Ars Poetica 114-118.

[122] an : et W

[123] Al margen: “Livi. lib. 40. Regiae orationis exempla”. Ab Urbe condita 40.56.

[124] Al margen: “libr. 1”. Ab Urbe condita 1.28.

[125] inquit : infit WC.

[126] Albana divisa : divisa Albana WC.

[127] Meti Suffeti : Metti Fufeti WC.

[128] tu : at tu WC.

[129] Al margen: “Exemplum orationis dictatoris, libr. 9”. Ab Urbe condita 9.23.

[130] munimenta : munimento WC.

[131] commentus : commeatus WC.

[132] extraere : est trahere WC.

[133] abscindamus : abscidamus WC.

[134] mala : damna WC.

[135] ea : et WC.

[136] Al margen: “Exemplum orationis legati, lib. 6”. Ab Urbe condita 6.26.

[137] inter nos : inermes WC.

[138] bella : bellum WC.

[139] Al margen: “Exemplum orationis legatorum Locrensium, libr. 29”. Ab Urbe condita 29.16-18.

[140] ignotae : ignoratae WC.

[141] vulgatae : volgatae WC.

[142] Q. Pleminii : Plemini WC.

[143] porrigentes : porgentes WC.

[144] Carthaginenses : Carthaginienses WC.

[145] ut : uti WC.

[146] maior : maximus WC.

[147] inquit : om WC.

[148] prope : probe WC.

[149] indignas : atroces WC.

[150] omnibus : [et] omnium WC.

[151] indigna : et indigna WC.

[152] Carthaginenses multo minores iniurias acceperimus : Carthaginienses iniurias tanto minores acciperimus WC.

[153] Sed : om WC.

[154] his : iis WC.

[155] Romanorum : Romanum WC.

[156] Locrenses in vos : in vos Locrenses WC.

[157] Carthaginensibus : Carthaginiensibus WC.

[158] recuperandos : recipiendos WC.

[159] Carthaginensibus : Carthaginiensibus WC.

[160] habitum : habitum vestitumque WC.

[161] qualem : quales WC.

[162] libidinem : libidinumque et WC.

[163] vulnerant : voluerant WC.

[164] nesciat : sciat WC.

[165] alios : illos WC.

[166] neque vos : nec vobis WC.

[167] complectar : amplectar WC.

[168] iniuriae expertem : expertem iniuriae WC.

[169] civitatis : citivati WC.

[170] nunc : om WC.

[171] enim : cum WC.

[172] foedera : foeda WC.

[173] nostram : om WC.

[174] navibus : naves WC.

[175] evenit : evenit, patres conscripti WC.

[176] inquisitam : conquisitam WC.

[177] prospere : prosperi WC.

[178] praesentis : praesenti WC.

[179] Omite desde 29.18.9 hasta 29.18.17.

[180] saepe : tunc et saepe WC.

[181] Al margen: “Lib. 21, exemplum orationis Scipionis Romanorum ducis suos contra Annibalem exortantis”. Ab Urbe condita 21.40-41.

[182] his : iis WC.

[183] vobis : is vobis WC.

[184] sunt, nisi : qui plures paene perierint quam supersint WC.

[185] detrectavere : detractavere WC.

[186] plus : amissis plus WC.

[187] potest : possit WC.

[188] haec perusti : hoc praeusti WC.

[189] Confractaque : fractaque WC.

[190] hostium : hostis WC.

[191] hostes : hostem WC.

[192] habebetis : habetis WC.

[193] ante quam cum hoste: ne cui, vos cum WC.

[194] autem : om WC.

[195] ire : om WC.

[196] exercitu : exercitu ire WC.

[197] manu : manum WC.

[198] celeritate potui : potui celeritate WC.

[199] hosti : hosti obvius fui WC.

[200] improvissus videor incidisse : improvidus incidisse videor WC.

[201] certe : om WC.

[202] Carthaginenses : Carthaginienses WC.

[203] servus : et servus WC.

[204] pacemque : patremque WC.

[205] Carthaginensibus : Carthaginiensibus WC.

[206] decedere : decedens WC.

[207] qui : om WC.

[208] si voluissemus : om WC.

[209] classem victricem : victricem classem WC.

[210] nostrae deinde : deinde nostra WC.

[211] nobis hoc tantum : tantum hoc vobis WC.

[212] nobis : vobis WC.

[213] Al margen: “matronae Romanae Lucretiae prudentis orationis exemplum, lib. 1”, Ab Urbe condita 1.58.

[214] veniens : rediens WC.

[215] Maxime : Minime WC.

[216] Colatione : Colatine WC.

[217] dextras : dexteras WC.

[218] ego : videritis quid ille debeatur: ego WC.

[219] defixit : defigit WC.

[220] vulnus : volnus WC.

[221] Ver Gonzalo Fontana Elboj, “El Genio de la Historia de fray Jerónimo de San José en el marco de la tratadística histórica del Humanismo”, Alazet: Revista de filología 14 (2002) 139-156.

[222] Al margen: “Lib. 8 Antiquit. Rom., pag. 521”.

[223] Al margen: “Lib. 2”.

[224] Al margen: “in Coriolano”.

[225] Evidentemente se está refiriendo a Antonio Lulio; este error pasará a varios historiógrafos posteriores.

[226] Al margen: “Paucorum fecit verborum et personarum fictionibus quam concionibus similiores”.

[227] Al margen: “Iudicio de historia Thucidid. ad AEl. Tuberonem”.

[228] Al margen: “Non solum rebus ipsis esse impedimento, sed etiam auditoribus esse permolestas”. El autor está citando, adaptándolo a la frase latina, un conocido pasaje de Dionisio de Halicarnaso, De Thucydide 16.6-11 en donde comenta un texto de Cratipo: ὧν προνοούμενος ἔοικεν ἀτελῆ τὴν ἱστορίαν καταλιπεῖν͵ ὡς καὶ Κράτιππος ὁ συνακμάσας αὐτῷ καὶ τὰ παραλειφθέντα ὑπ΄ αὐτοῦ συναγαγὼν γέγραφεν͵ οὐ μόνον ταῖς πράξεσιν αὐτὰς ἐμποδὼν γεγενῆσθαι λέγων͵ ἀλλὰ καὶ τοῖς ἀκούουσιν ὀχληρὰς εἶναι…).

[229] Al margen: “Nullas in ultima historiae parte orationes addidisse etsi multa tum in Ionia, tum Athenis contigissent, qua orationum concioumque interventu acta sint”.

[230] Al margen. “Cap. 9”.

[231] Al margen: “Extremo lib. 7.”.

[232] Al margen: “Lib. 8”.

[233] Al margen: “Lib. 3 de Cyri exped.”.

[234] Al margen: “Lib. 7”.

[235] Al margen: “lib. 2 de rebus gest. Graec.”

[236] Al margen: “Lib. 7”.

[237] Al margen: “Lib. 3”.

[238] Al margen: “Lib. 5”.

[239] Al margen: “Lib. 3”.

[240] Al margen: “Lib. 11”.

[241] Al margen: “Lib. 15”.

[242] Al margen: “Lib. 17”.

[243] Al margen: “Lib. 3”.

[244] Al margen: Ibid.”.

[245] Al margen: “Lib. 11”.

[246] Al margen: Ibid.

[247] Al margen: “In excerptu legationum”.

[248] Al margen: “Lib. 2 de histor. cap. 28”.

[249] Al margen: “Initio lib. 20”.

[250] Al margen: “Prolixas nimis conciones historium inferciunt”, Diodoro de Sicilia, Bibliotheca historica 20.1.1-2.

[251] Al margen: “Crebris declamationibus”.

[252] Al margen: “Appendicem concionum facere totam historiam”.

[253] Al margen: “Joseph. Scal. animad. Euseb. pag. 163 edit. 1”.

[254] Al margen: “Lib. 38”.

[255] Al margen: “Lib. 2. Annalium”.

[256] Al margen: “Lib. 1. cap. 19”.

[257] “Brought in by stealth, supposititious” cf. Liddel-Scott-Jones.

[258] Al margen: “Lib. 33. historiarum sui temporis”.

[259] Al margen: “Barth. Keckerm. lib. de histor.”

[260] Al margen: “Verba alata”, “Aladas palabras”, frase muy común en Homero, en la segunda parte del héxámetro, cf. Il 1.201 καί μιν φωνήσας ἔπεα πτερόεντα προσηύδα·.

[261] Al margen: “Ita monuit nos Cl. Tob. Andreae”.

[262] Al margen: “Notis in Appuleii apol. imem. 552”.

[263] Al margen: “In ταρόργ.”.

[264] Al margen: “Patri. dial. x. de hist., Benius l. I. c. 6 de histor., Castelvetr. in Poe. Aris. p. I. princ. partic. 8. & p. 3. princ. partic. 7.

[265] Al margen: “Lib. 20. c. 1 & 2”.

[266] Al margen: “Alicarn. de Tucid. histor.”

[267] Al margen: “Iustin. histor. lib. 38”.

[268] Al margen: “Arist. in Poet.”

[269] Al margen:” Sermon. poet. serm. 5, ubi de verisim.”

[270] Al margen: “Livius lib. I”.

[271] Al margen: “Vide hac super re l’agninum in Isagog. ad sacr. literas c. 9. 10. & 11”.

[272] Al margen: “S. Hiero. prolog. in Genes.”

[273] Al margen: “Marcellino. in vita Tucid.”

[274] Al margen: “Lib. 3 & lib. 9 histor. Polyb.”

[275] Al margen: “Caesar. de bell. civil. lib. 2 & 3.”

[276] Al margen: “Ubert. Foliet. opusc. de histor.”

[277] Al margen: “Plutharc. de gloria Athen. pag. 349”.

[278] Al margen: “Valer. Max. lib. 2. c. 2”.

[279] Al margen: “Iul. Scaliger. Poet. l. 1. c. 2”.

[280] Al margen: “Xiphilin. in Epit. Dio. in Domit.”

[281] Al margen: “De hist. Tuci.”

[282] Al margen: “Tucid. l. 2”.

[283] Al margen: “Tucid. l. 4”.

[284] Al margen: “Tucid. l. 7”.

[285] Al margen: “De gloria Athen.”

[286] Al margen: “De hist. Tuci.”

[287] Al margen: “In Iugurth.”

[288] Al margen: “Lib. 20. Bibliot.”

[289] Al margen: “Lib. 7. Antiq. Roman.”

[290] Al margen: “Lib. 2. de his. Belg.”

[291] Al margen: “Dionys. lib. 7. Antiq. Roman.”

[292] Al margen: “Aeschin. orat. contra Timar. Gell. Noct Att. lib. 8. c. 3. Pluth. in Reip. gerendae praecept.”

[293] Al margen: “ibidem”.

[294] Al margen: “Virgil. 1. Aeneid.”

[295] Al margen: “Lib. 11”.

[296] Al margen: “Lib. 9”.

[297] Al margen: “Lib. 8”.

[298] Al margen: “Lib. 24”.

[299] Al margen: “Liv. 55”.

[300] Al margen: “Cic. 2. de ora.”

[301] Al margen: “In censur. veterum”.

[302] Al margen: “In Iudic. Tucidid.”

[303] Al margen: “De hist. scrib.”

[304] Al margen: “In vita Tucidid.”

[305] Al margen: “De hist. scrib. prop. finem”.

[306] Al margen: “2. de orato.”

[307] Al margen: “Ibid.”

[308] Al margen: “Cic. 3. de ora.”

[309] Al margen: “Quintil. l. 11. c. 3. Instit.”

[310] Al margen: “Vide Tull. 2. de orator.”

[311] Al margen: “Lib. 3. Rhet. c. 12”.

[312] Al margen: “In vita Tuc.”

[313] Al margen: “Lib. 11. cap. 1. Instit. Vide totum caput”.

[314] Al margen: “In Satirico.”

[315] Al margen: “In praecept. Reip. gerenda”.

[316] Al margen: “Lib. 10. c. 2. Ins.”

[317] Al margen: “Livius l. 9”

[318] Al margen: “Id. lib. 21”

[319] Al margen: “Lib. 20. Biblioth.”

[320] Al margen: “Lib. 41”.

[321] Al margen: “Lib. 52”.

[322] Al margen: “Tractatu 5. c. 8. particula 1”.

[323] Al margen: “Lib. 2. Biblio.”

[324] Al margen: “in Actio”.

[325] Al margen: “Lib. 1. epis. 16”.

[326] Al margen: “Vide Cic. 2. de inventione, etc.”

[327] Al margen: “1 Annal.”

[328] Al margen: “Lib. 6”.

[329] Al margen: “Lib. 23”.

[330] Al margen: “Lib. 6”.

[331] Al margen: “In praecept. Reip. gerend.”

[332] Al margen: “In Coniurat.”

[333] Al margen: “Lib. 3”.

[334] Al margen: “In praecept. Reip. gerenda”.

[335] Al margen: “De hist. scrib.”

[336] Al margen: “Lib. de sublimi dicendi charactere”.

[337] Al margen: “Tract. 4. c. 7”.

[338] Al margen: “L. de Ideis. c. 10”

[339] Al margen: “De hist. scrib.”

[340] Al margen: “In arte histo. c. 30. Demetr. de elocut.”

[341] Al margen: “De elocut.”

[342] Al margen: “De sublimi dicen. charact.”

[343] Al margen: “In oratore”.

[344] Al margen: “Lib. 3. c. 7”.

[345] Al margen: “In coniurat.”

[346] Al margen: “In Salust. coniurat.; vide Quint. l. 8.6.3. Instit.”

[347] Al margen: “Sup. c. 2”.

[348] Al margen: “In Dione sive c. 71”.

[349] Al margen: “In orat. perfecto”.

[350] Al margen: “2. de orat.”

[351] Al margen: “Demetr. Cornif. Gell. Procl. etc.”

[352] Al margen: “Tractat. 4. partic. 4”.

[353] Al margen: “L. 2. de Ideis, c. 11”.

[354] Al margen: “in vita Tucidid.”

[355] Al margen: “in oratore”.

[356] Al margen: “De elocut.”

[357] Al margen: “Lib. 2. c. 12. de Idaeis”.

[358] Al margen: “Lib. 2. c. 10. de Idaeis”.

[359] Al margen: “In epistol. ad Tuber. c. 71. et 82. et 113”. Se refiere al Myriobiblon o Bibliotheca de Focio.

[360] Al margen: “In oratore”.

[361] Al margen: “Epist. 114”.

[362] Al margen: “Lib. 10. c. 1. Instit.”

[363] Al margen: “Dial. de caus. sit corr. eloq.”

[364] Al margen: “2. de oratore

[365] Al margen: “Comment. in l. 1. de leg. Cic.”

[366] Al margen: “L. 3. Rhet. c. 9”.

[367] Al margen: “3. de orat.”

[368] Al margen: “Lib. 1. Rhet. c. 1. init.”

[369] Al margen: “2. de orat. Quanto vehementior fluminum cursus est prono alveo ac nullas moras obiiciente, quam inter obstantia saxa fractis aquis, ac reluctantibus, tanto quae connexa est, et totis viribus fluit, fragosa atque interrumpa melior oratio. Quint. l. 9. c. 4.”

[370] Al margen: “L. 9. c. 4. Inst.”

[371] Al margen: “De elocut.”

[372] Al margen: “De clar. orat.”

[373] Al margen: “L. 9. c. 4. Inst.”

[374] Al margen: “Nihil intrare potest in affectum, quod in aure velut quodam vestibulo statim offendit. Quintil. l. 9. c. 4”

[375] Al margen: “Lib. 3. de ora.”

[376] Al margen: “Hermog. l. 4. c. 4. de inventione”.

[377] Al margen: “L. 1. c. 3. Instit.”

[378] Al margen: “Lib. 3. de ora.”

[379] Al margen: “In Satirico.”

[380] En la traducción inglesa, sin embargo: “Let this be said not only to justify the eloquence of the Scythians in Quintus Curtius”, sin mención de Tácito (Of the Art both of Writing and Judging of History, Londres, 1694, p. 174).

[381] En nota: “Curtius, lib. X. cap. 1, 6”.

[382] En nota: “See Johan Gerr. Vossius, in Arte Historica, cap. 20, 21”.

[383] En nota: “Athen., p. 2, edit. Paris”.