Juan Carlos Iglesias Zoido

Universidad de Extremadura

 

Fantasmas del pasado frente a soldados del presente: retórica e historiografía en el nuevo enfoque cultural de la historia militar grecolatina

 

Abstract: The purpose of this paper is to analyze in depth some of the implications that have the recent publication of the book of J. E.Lendon (Soldados y fantasmas. Historia de las guerras en Grecia y Roma, Barcelona: Ariel, 2006) for the study of the relations between rhetoric and historiography in the graeco-roman Antiquity.

Keywords: Ancient historiography, ancient rhetoric, ancient warfare, J. E. Lendon

 

Fecha de Recepción: 10 de Julio de 2007.

Fecha de Aceptación: 15 de Octubre de 2007.

 

Hoy en día no es frecuente encontrar libros académicos que susciten una renovada reflexión sobre temas, en apariencia, bien trillados. El campo de la historia militar es, sin duda, uno de esos ámbitos de investigación.[1] A pesar de la creciente publicación de estudios sobre diversos aspectos del mundo de la guerra en la Antigüedad, lo que pone de manifiesto que éste es uno de los campos de investigación más fértiles del momento,[2] abundan los estudios parciales o las aportaciones colectivas, que no consiguen ofrecer una visión de conjunto con la suficiente coherencia como para propiciar una nueva perspectiva desde el principio hasta el fin de sus páginas. No es éste el caso del libro de J. E. Lendon. El autor norteamericano afronta de manera muy ambiciosa un estudio de conjunto de la historia militar en Grecia y Roma, desde Homero hasta Juliano. Y lo hace de un modo arriesgado que, aunque pueda ser discutible en algunos de sus aspectos, tiene la ventaja de ofrecer una coherencia y una unidad encomiables desde su prólogo hasta su epílogo. De hecho, tras un relato bélico que tiene como protagonistas al cuerpo de marines en la Guerra del Vietnam, hay una frase clave en su prólogo que pone de manifiesto con toda claridad cuál es su visión sobre este tema (p. 17):

Por muy primitiva o moderna que sea la maquinaria bélica de guerra, las creencias íntimas de los hombres de cualquier época o lugar desempeñan su papel en el modo en que se combate.

 

Se trata de toda una declaración de intenciones que avisa al lector sobre el camino por el que seguirá la exposición: estudiar la warfare grecolatina desde la perspectiva del influjo de un cúmulo de elementos culturales, literarios y educativos. Estamos, por lo tanto, como se señala en el apéndice bibliográfico final, ante un estudio “cultural” de la guerra en la Antigüedad, “basado en la opinión de las maneras y los ideales de los combatientes, en lugar de la pura lógica militar interna, que proporciona una mejor explicación de cómo se combate en la guerra” (p. 487).[3] A lo largo del libro no se descartan otros posibles enfoques (políticos, sociales, económicos o tecnológicos) de los hechos relatados, pero es la perspectiva cultural la que proporciona unidad y coherencia a su exposición.

En este sentido, el trabajo de Lendon es un auténtico libro “de tesis”, algo también inusual hoy en día. De este modo, el autor, sin renunciar a una exposición de tipo cronológico (esquema imprescindible para una obra de este tipo), no se deja llevar por una visión histórica simplista de tipo evolutivo: el desarrollo y cambio en los métodos de combate como consecuencia de una continuada evolución de tipo tecnológico o material. Y en el desarrollo de esta perspectiva reside su aportación más importante. Lendon defiende que la historia militar de griegos y de romanos no puede explicarse, como en gran parte se ha hecho hasta ahora, atendiendo sólo a la simple influencia de los avances de tipo tecnológico o al influjo de aspectos económicos o sociales. De hecho, como destaca el autor, este tipo de enfoque no permite explicar una serie de hechos llamativos. Un ejemplo es la resurrección en el ejército romano de la disposición de tropas en falange, en un momento (finales del siglo III y principios del IV d.C.) en el que hacía ya mucho que se había abandonado un modelo griego que, para colmo, había sido derrotado al final de la República por la legión manipular romana. Para poder explicar hechos como éste, Lendon ha optado por otro camino: la tesis que recorre el libro y que proporciona consistencia al repaso de los procedimientos militares de la antigüedad se basa en el influjo del pasado histórico y cultural (incluido el resbaladizo terreno del mito) sobre diversos momentos clave del presente.

Lendon, por medio de una magnífica prosa, transforma un cúmulo de datos (arqueológicos, epigráficos, literarios), fuentes históricas y discusiones académicas en un torrente narrativo que engancha al lector, atrapando su atención desde las primeras páginas. Su prosa, la inteligente disposición del contenido, que combina una narración casi novelesca con la exposición de ejemplos tomados de la historiografía antigua, y las escuetas pero significativas alusiones eruditas conforman un texto encomiable. Un ejemplo de cómo transmitir el conocimiento del complejo mundo de la guerra en la Antigüedad de una manera divulgativa pero nada simplista. También ayuda a este objetivo una muy trabajada estructura. Lo que en otros libros se convierte en un auténtico engorro (separar las notas del texto), aquí se lleva a cabo de un modo perfectamente funcional. De este modo, el lector tiene ante sus ojos un texto que facilita una lectura continuada e ininterrumpida. Las notas proporcionan los pasajes empleados y aducidos en la exposición y, finalmente, la bibliografía empleada en cada capítulo se ofrece de manera crítica en un apéndice final, aportando una visión personal de la muy extensa literatura secundaria empleada. De este modo, el libro ofrece diversos niveles de lectura, desde la del simple profano hasta la del experto. Se ha logrado, así, un compromiso encomiable que permite entender la rápida difusión de este libro que, publicado en el año 2005, ya contaba a mediados de 2006 con una traducción al italiano y otra al español.

El libro está estructurado en dos partes: “Los griegos” (pp. 33-216) y “Los romanos” (pp. 219-411). Y cada una de ellas está guiada por una idea clave. En la primera, el influjo de la épica homérica (retomando la idea de la “enciclopedia” de Homero) y del conjunto de valores que se derivan de ella vistos como elementos decisivos para entender la evolución de los métodos de guerra desde la época arcaica hasta el helenismo. Así, se pasa revista a la formación de la falange, su evolución y adaptación, la creación de la falange macedonia, su exitoso empleo por parte de Alejandro, etc. En la segunda parte, el autor incide en el peso del pasado histórico en el desarrollo, evolución y diálogo entre dos conceptos clave: virtus, el valor agresivo de las tropas romanas, y disciplina, concepto complejo que integra ideas como la obediencia, el entrenamiento y el trabajo. Se analiza el peso ejercido por el pasado romano, pero también el influjo de un pasado griego que, a partir de finales del siglo II a.C., es adaptado y sentido en cierto modo como propio. Sobre todo, se destaca la imponente figura de Alejandro Magno como modelo ideal de comportamiento tanto para emperadores como para generales romanos.

Según Lendon, los soldados griegos y romanos combatieron bajo el hechizo del pasado. Aunque entre ambos existiría una diferencia fundamental. Para los griegos, el pasado épico se convirtió en guía e inspiración para enfrentarse al presente. Para los romanos, aunque ese pasado comenzó siendo un acicate que les llevó a dominar el mundo, acabó convirtiéndose al final de la época imperial en una recreación que, en ocasiones, acababa confrontada con la realidad del presente. Como señala Lendon en las últimas páginas del libro: “al final, la relación de los griegos con su pasado se tradujo en unos ejércitos mejores, mientras que, en los últimos siglos de Roma, la relación con su pasado militar hizo a su ejército peor” (p. 409). En esta llamativa conclusión reside una de las más importantes aportaciones de este libro: la comparación de la evolución de la guerra terrestre en el mundo antiguo con la que siguió la literatura grecorromana. El empleo del concepto de aemulatio o “imitación competitiva” de los modelos del pasado para explicar con mayor precisión y profundidad los cambios y vaivenes de la historia militar en la Antigüedad. Así, la conclusión más llamativa de la obra es que “por extraño que parezca, la aemulatio literaria ofrece un modelo más consistente que el progreso tecnológico para la comprensión del cambio en el método de combate en la Antigüedad” (p. 410). Tecnología, disciplina, entrenamiento, táctica y técnicas militares son analizados como conceptos cuyo auténtico sentido se clarifica a la luz de una idea de competitividad y emulación que, de diferente manera, abarca todo el mundo antiguo.

Desde nuestro punto de vista, las páginas más importantes de la obra son las que desarrollan y ejemplifican esta idea. Desde el mundo griego arcaico hasta el final del mundo romano, ilustrado con muy significativos ejemplos (Juliano, Valente, etc.), que, a su juicio, suponen “el triunfo de los fantasmas” sobre los soldados reales (p. 379). Así es como Lendon interpreta el momento de crisis y decadencia de finales del siglo IV, en el que el peso de la aemulatio, el peso de los exempla y, en definitiva, el asfixiante peso del pasado se impusieron sobre la realidad bélica contemporánea. La caída militar de Roma entendida como un ejemplo de aemulatio improductiva, inadecuada y estéril.

 

Pero el libro de Lendon no sólo es una obra de tesis que busca aclarar cuestiones espinosas y que ofrece una nueva perspectiva que permite comprender y ordenar el inmenso cúmulo de datos que se traslada al lector sobre el mundo de la guerra antigua, sino que también es un libro inspirador. Su lectura hace reflexionar sobre muy diversos aspectos. Y, teniendo en cuenta la revista en la que se publica esta crónica, una de las reflexiones que nos ha provocado tiene que ver con la manera en que el autor ha empleado la principal fuente sobre la que se basa la argumentación de su tesis: la historiografía antigua. De hecho, casi todo el aparato de notas (pp. 431-482) está dedicado a detallar las fuentes historiográficas grecolatinas empleadas en la extensa ejemplificación de hechos y anécdotas que jalonan la exposición de cada capítulo. Desfilan así pasajes selectos de todos los grandes historiadores antiguos, desde Heródoto hasta Amiano Marcelino. De este modo, junto con la epigrafía y las representaciones iconográficas (algunas tan importantes como las que ofrece la impresionante columna trajana), la historiografía antigua es la fuente principal de datos empleada. Anécdotas, descripción de líderes, exposiciones tácticas, descripciones de batallas, etc. Todo ello recurriendo sobre todo a los historiadores que tienen fama de haber cultivado más la exactitud (akríbeia) o que, en todo caso, tuvieron una información de primera mano de los hechos. Así, Lendon ofrece una narración selectiva en la que se destaca de manera especial que Polibio acompañase a Escipión Emiliano a Cartago en 147-6 a.C., que Flavio Josefo acompañó a Tito durante la campaña de Jerusalén o que Amiano Marcelino acompañó a Juliano en su expedición a Persia. Y, aunque no se deja de lado la existencia de relaciones de índole literaria entre sus obras (influjos metodológicos, imitación de pasajes o de maneras concretas de narración), el autor no llega a incidir de manera clara y evidente en el papel que pudo haber desempeñado la retórica en la narración historiográfica. De hecho, aunque historiadores como Tucídides, Polibio, Salustio o Josefo pretendían relatar lo realmente sucedido (tal y como ellos mismos señalan en proemios y capítulos metodológicos), para los historiadores antiguos era igual de importante componer un texto narrativo lleno de dramatismo y que deleitase y entretuviese al lector. La historia, como es bien sabido, debía informar pero también entretener. No es raro, entonces, que incluso historiadores “científicos” como éstos resaltasen sobre todo los atributos y hazañas que fueran más admirables en un jefe militar con vistas a captar la atención y agradar al público que iba a leer la obra.[4] Es cierto que hay casos en los que Lendon señala que la exposición de un dato histórico, las características y función de una anécdota, la descripción del papel jugado por la moral en los mandos y en la tropa o la exposición de las cualidades de un general beben de manera directa en las fuentes de la formación retórica. Sin embargo, en la mayor parte de los casos, Lendon, demasiado preocupado por validar su tesis, no profundiza en estas cuestiones.

Esta ausencia se hace más llamativa precisamente en el caso de los discursos de los generales, cuya existencia apenas es tratada más que en un par de ocasiones. Sin embargo, desde nuestro punto de vista, si hay un ámbito historiográfico en el que el influjo del pasado cultural juegue un papel más destacado e insistente, ése es el campo de la oratoria militar. Durante mucho tiempo se había defendido que la arenga era un tipo de discurso no tratado por la retórica y cuyo contenido consistía en la repetición de una serie de argumentos de sentido común. De este modo, se explicaría el hecho de que arengas de muy diversas épocas, por lo menos en apariencia, se pareciesen tanto entre sí. Sin embargo, como hemos demostrado en un estudio reciente, la exhortación militar sí interesó a los rétores, aunque, al igual que ocurre con otros tipos de discurso de género difuso como la consolatio, su tratamiento aparezca disperso de acuerdo con las diferentes funciones narrativas de esos discursos en el marco de la obra historiográfica.[5] Además, si tenemos en cuenta la tesis defendida por Lendon, esa misma paideia cultural (en gran medida retórica) que acabó condicionando la manera de luchar en el campo de batalla, también tuvo que afectar a un aspecto tan relevante como es el modo en que un general arenga a sus tropas. Hasta la época en la que vivieron autores como Tito Livio, Salustio o César, buenos conocedores de la tradición que les precedía, ese influjo en sus arengas y discursos se debía a un profundo conocimiento de las obras historiográficas en su conjunto.[6] Sin embargo, a partir de la Época Imperial, y como consecuencia de las nuevas funciones desempeñadas por las obras históricas en el proceso educativo, el discurso historiográfico protagonizó una nueva etapa de mayor complejidad. La evolución de los métodos de enseñanza en la escuela antigua condujo a un estudio de la historia extremadamente fragmentario, organizado en exempla, en temas éticos o en modelos de conducta.[7] Fruto de esta especialización educativa, se explica el surgimiento y difusión de selecciones de discursos y arengas, extraídas de las obras historiográficas y con finalidad retórica. El ejemplo mejor conocido por su amplia influencia posterior es el de Salustio. Así, entre las épocas de los Flavios y de los Antoninos, un rétor había elaborado y puesto en circulación una colección de discursos y de cartas extraídos de las obras del historiador romano con una finalidad retórica. Este tipo de selecciones basadas en la obra de historiadores considerados como “clásicos” debió de ser frecuente en esta época. De hecho, Suetonio nos cuenta (Domiciano 10.3) que, en la época del emperador Domiciano, el general Metio Pompusiano siempre llevaba consigo una selección de las arengas y discursos de Tito Livio. Pero es que, incluso, dando un paso más allá, los rétores no sólo se contentaron con hacer selecciones de discursos, sino que llegaron a crear discursos ficticios que sirviesen de modelos creativos más elaborados y útiles desde el punto de vista retórico, al estar desligados del contexto narrativo en el que se insertaban habitualmente los discursos historiográficos. Es así como se explica la existencia de un testimonio de gran valor como son las declamaciones de Lesbonacte, rétor griego del siglo II d.C. En concreto, nos referimos a sus suasoriae ficticias de tema exhortativo militar, que reproducen, siguiendo modelos historiográficos, el discurso pronunciado antes del comienzo de una batalla. Las composiciones de Lesbonacte sólo se entienden a partir de este nuevo modelo educativo, constituyendo una prueba del empleo e influencia de las arengas de origen historiográfico en la formación retórica.[8] Historiografía, como fuente de modelos de exhortación militar, y retórica, como arte del discurso persuasivo, tuvieron que aunar fuerzas a la hora de facilitar un tipo de aemulatio oratoria que tendría a la arenga como protagonista principal. Los generales, de este modo, tendrían modelos fiables con los que elaborar no sólo discursos cívicos sino también militares. Así, el mismo Suetonio (Augusto 84) nos informa de que el emperador Augusto nunca habló en público ni ante el Senado, ni ante el pueblo ni ante el ejército sin llevar bien compuesto y pensado el discurso que iba a pronunciar. Es evidente que en esa preparación de discursos militares, que (en la línea de la tesis de Lendon) podían tener una evidente aplicación práctica en el campo de batalla, intervendrían tanto la formación retórica como el modelo de la historiografía y que sus efectos tuvieron que ser decisivos en el marco de la historiografía de época imperial.

Sin duda, el camino de la relación entre retórica e historiografía en el mundo antiguo nos lleva en una dirección que plantea cuestiones espinosas. La más extrema: ¿hasta qué punto una descripción o el desarrollo narrativo de una batalla, arengas incluidas, están determinados por lo realmente sucedido o sólo es producto del modelo literario transmitido por la formación retórica? Pero el planteamiento y análisis de cuestiones como ésta creemos que es irrenunciable si se tiene en cuenta la tesis defendida en el libro. Ese peso del pasado, de los exempla, del modelo de la épica homérica, de la narración de las hazañas de Alejandro sobre la táctica y el comportamiento militar de diversas épocas están también presentes en la configuración literaria de la obra historiográfica. La sombra de Homero en la composición de la obra de Heródoto o el influjo de autores como Jenofonte o Tucídides sobre la generaciones posteriores de historiadores son un elemento clave para entender la obra de autores como Salustio, Arriano o Procopio.[9] No debe llamar la atención por ello que Arriano se considerase a sí mismo como un nuevo Jenofonte. O que Polibio, Salustio, Tácito o Procopio (por citar autores decisivos en varios períodos históricos) siguieran la estela de Tucídides a la hora de componer sus propias obras. En definitiva, sucede que los propios autores historiográficos son un perfecto exponente de ese concepto de aemulatio que pudo darse en la vida real. Y ello es así no sólo en elementos tan marcadamente retóricos como los discursos y arengas puestos en boca de los generales, sino también en pasajes claves de la exposición de este libro como los duelos individuales, los asedios de ciudades, los efectos del miedo sobre las tropas, las terribles consecuencias de una guerra civil o de una epidemia o el tema recurrente de la urbs capta.[10]

No obstante, si analizamos las consecuencias de la argumentación de Lendon hasta sus últimas consecuencias, nos encontramos ante el avance de lo que nos parece una brillante solución a este dilema, (que no se acaba de exponer de manera expresa las páginas de su libro, pero que inevitablemente subyace en puntos decisivos de su exposición). Consciente en gran medida de que se trata de una cuestión de difícil solución, Lendon opta en su libro por destacar y dar un considerable peso al influjo de la educación retórica, literaria e historiográfica sobre las elites instruidas que, en la antigüedad griega, se esfuerza por mantener los ideales de la épica y que, en la antigüedad romana, buscaron emular el comportamiento casi mítico de Alejandro. De este modo, Lendon evita cuestionarse la mayor o menor realidad o precisión de las fuentes historiográficas (aunque en casos como los de Flavio Josefo o Amiano Marcelino destaca su cercanía a los hechos), al incidir sobre su influencia a través de la educación retórica y literaria sobre las elites que componían los mandos del ejército. Sobre todo, en épocas como la Segunda Sofística. En cierto modo, la exposición de Lendon va más allá de planteamientos de preguntas como, por ejemplo, las que se hacía M. H. Hansen sobre la arenga militar: “The Battle Exhortation: Fact of fiction?[11] Desde esta perspectiva, se plantea una idea realmente atractiva: la vida (entendida como arte militar) es la que acabó imitando al arte (literario, retórico e historiográfico). La táctica y el comportamiento militar concebidos como actividades prácticas influidas por los valores e ideas de una historiografía que no sólo pretendía exponer los hechos del pasado, sino que también de manera consciente los recreaba retórica y literariamente.

Así, si atendemos al general griego más influyente en Roma, es evidente que el Alejandro que pretendieron imitar los generales y emperadores romanos no es el personaje histórico real que vivió, luchó y murió en la segunda mitad del siglo IV, sino el personaje historiográfico de proporciones épicas que contribuyó a crear la vulgata, y que encontró su expresión más completa en obras como la Anábasis de Arriano o la historia de Quinto Curcio. Ambas obras fueron enormemente influyentes en su momento y ambas, especialmente la segunda, están trufadas de pasajes y narraciones elaboradas según los dictados de la retórica. La imitación de las palabras y de acciones de Alejandro estaría condicionada por una historiografía que, más allá de la simple exposición de los hechos, actuaría como filtro retórico que reconvierte lo realmente sucedido en literatura que fomenta la aemulatio.

En definitiva, sirvan estas reflexiones como un ejemplo del modo admirable con el que Lendon consigue ir más allá de las dificultades que plantean espinosas cuestiones como la que hemos señalado más arriba. De hecho, aunque (como suelen hacer muchos historiadores del mundo antiguo) siempre tiende a recurrir a las fuentes más cercanas a los hechos y a resaltar el contacto directo de los autores con la realidad que describen (como ocurre en el caso de Tucídides, Polibio, Flavio Josefo o Amiano), también tiene en cuenta la naturaleza retórica de la historiografía antigua y su enorme peso e influencia.

 

Juan Carlos Iglesias Zoido

iglesias@unex.es

 


 

Bibliografía

 

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[1] Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación HUM 2006-09270 del MEC.

[2] Y, a la vista de la avalancha de publicaciones de los últimos años, uno de los mejor recibidos por el público en general. Cf. en este sentido los diferentes enfoques y ámbitos de estudio que ofrecen los trabajos publicados en los últimos siete años sobre el mundo de la guerra en la Antigüedad, como los de Hanson (1999) y (2005), van Wees (2004) y Chaniotis (2005) para el mundo griego; los de Campbell (2002), Goldsworthy (2002), (2005a) y (2005b) y Erdkamp (2007) para el mundo romano. En el año 2008 está prevista la publicación de una amplísima historia (1.900 páginas) sobre la guerra en el mundo antiguo, editada por Sabin, van Wees y Whitby (2008). Para un enfoque interdisciplinar de la guerra en las sociedades antiguas cf. el libro editado por Raaflaub (2007). Para una comparación de la guerra en diferentes épocas, cf. Parker (2000) y Hanson (2004). Mención aparte merece el enorme interés suscitado en el público por la Guerra de Troya, las Guerras Médicas o las campañas de Alejandro Magno a partir de las películas Troya, Alexander y 300. Cf., en este sentido, los trabajos divulgativos de Strauss (2006) y (2007) o Cartledge (2007).

[3] Cf. el trabajo de Lynn (2003), uno de los más importante precursores del estudio “cultural” de la guerra. En concreto, el apéndice que lleva por título: “The Discourse and the Reality of War: A Cultural Model” (pp. 331-342), donde se ofrecen importantes apreciaciones metodológicas. Como señala uno de sus reseñadores: “He tests and rejects the popular belief that wars and warfare respond only to the universal logic of combat and technology, and asserts the powerful influence of ideas and ideals in the specific ways different cultures fight”.

[4] Sobre el papel del público de la historiografía antigua, cf. Momigliano (1978) y, con respecto a la época bizantina, Pérez Martín (2002).

[5] Cf. Iglesias Zoido (2007).

[6] Cf. en este sentido Lendon (1999).

[7] Cf. Nicolai (1992) y (2007).

[8] Un análisis detallado de los discursos de Lesbonacte en Iglesias Zoido (2008).

[9] Cf. Marincola (1997).

[10] Cf. Paul (1982: 144): “A study of the motif may, therefore, illuminate the inter-relationships of different literary genres. It may serve to illustrate the roles of imitatio and aemulatio in literary creation, and how these characteristics of ancient literature were transmitted and encouraged by the rhetorical training ...”

[11] Cf. M. H. Hansen (1993).