ORATIO IN ADVENTV FRANCISCI III
LOTHARINGIAE, BARRI ET MAGNI ETRVRIAE DVCIS AD FLORENTINOS
(FLORENCIA, 1739) DE GIROLAMO LAGOMARSINI (S. J.). INTRODUCCIÓN, EDICIÓN Y
TRADUCCIÓN
Girolamo Lagomarsini’s Oratio in Adventu
Francisci III Lotharingiae, Barri et Magni Etruriae Ducis ad Florentinos (Florence, 1739). Introduction, edition and translation
Juan María Gómez Gómez
Resumen: El discurso del jesuita Girolamo
Lagomarsini (1698-1773) In adventu Francisci
III Lotharingiae, Barri
et Magni Etruriae Ducis ad florentinos (Florencia, 1739) constituye un
excelente ejemplo de la oratoria epidíctica de su época. Se trata de una
alocución centrada concretamente en la figura de quien más tarde se convirtió
en Francisco I, Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico. En este trabajo
se ofrece una edición crítica del discurso, una traducción al español y una
contextualización general en su marco histórico y retórico teniendo en cuenta
la producción oratoria del autor Abstract: The speech In adventu Francisci
III Lotharingiae, Barri
et Magni Etruriae Ducis ad florentinos (Florence, 1739), by the Jesuit Girolamo
Lagomarsini (1698-1773), constitutes an excellent
example of the epideictic oratory of his time. It is an address focused
specifically on the figure of the man who later became Francis I, Holy Roman
Emperor. This article offers a critical edition of the speech, a translation
into Spanish and a general contextualization in its historical and rhetorical
framework, taking into account the oratorical production of the author. |
Palabras
clave: Girolamo Lagomarsini; Oratoria
epidíctica; Francisco Esteban III Duque de Lorena, Gran Duque de la Toscana.
Keywords: Girolamo Lagomarsini, Epideictic oratory,
Francis Stephen III Duke of Lorraine, Grand Duke of Tuscany.
Fecha de recepción: 02 de diciembre de 2022
Fecha de aceptación: 22 de diciembre de 2022
1. Introducción.[*]
C |
on motivo de la visita de Francisco III, Duque de Lorena, de Bar y Gran
Duque de la Toscana,[2] a
Florencia, en el año 1739, el jesuita hispano-italiano Girolamo
Lagomarsini (1698-1773),[3]
en el marco de las celebraciones habituales por la llegada de un gobernante a
sus dominios (Francisco había sido investido VIII Gran Duque de la Toscana dos
años antes), pronunció un elogioso discurso de bienvenida en el colegio jesuita
de San Juan Evangelista de Florencia. A lo largo de esta intervención se alude
a diferentes circunstancias que precedieron a la llegada de Francisco a la
Toscana de forma más explícita o velada según los casos. Supone, pues, una
muestra de las manifestaciones de celebración ante la visita de un gobernante o
de cualquier personalidad importante que gozaron de gran tradición entre los
siglos XVy XVIII.[4]
Este discurso conoció una primera edición independiente en Florencia, en el
mismo año de su supuesta fecha de pronunciación (23 de febrero de 1739), para,
a partir del año siguiente, integrarse en las ediciones de los discursos del
jesuita Lagomarsini publicadas en Austria e Italia.
A continuación, el presente trabajo
ofrece un panorama general que ayude a enmarcar y entender el contenido general
del discurso desde el punto de vista sociopolítico, sus aspectos
temático-compositivos más relevantes en cuanto a la tradición de la retórica
epidíctica y su alcance en el marco de la colección de los discursos del autor.
Para un trabajo futuro queda el análisis exhaustivo de muchos de los tópicos
recurrentes de la oratoria epidíctica que confluyen en este discurso, así como
un estudio más profundo de otros aspectos relacionados con la elocutio: los
abundantes y perceptibles ecos, sobre todo ciceronianos, que ponen de
manifiesto la erudición propia del Neoclasicismo y que revelan el gusto y casi
obsesión de Lagomarsini por las obras de Cicerón; la
abundancia de figuras retóricas, tales como comparaciones, interrogaciones y
exclamaciones retóricas, apóstrofes, anáforas, acumulación de sinónimos,
polisíndeton y asíndeton, etc., que contribuyen a dotar al discurso del tono
elevado propio de la oratoria demostrativa; o el propio análisis más detenido
de la estructura del discurso y de los subtipos de género epidíctico que en él
conviven.
2.
Situación sociopolítica de la Toscana en la época del discurso[5]
En la primera
mitad del Settecento italiano, más concretamente en la
década de 1730, la Toscana arrastraba una profunda decadencia económica y
sociocultural heredada del siglo anterior y de la que se culpaba, en buena
medida, a los últimos Médici: Cosme III y su hijo y
sucesor Juan Gastón, VII Gran Duque de la Toscana (1723-1737).[6]
Estos líderes eran criticados fundamentalmente por su indolencia y
despreocupación política, hasta el punto de que llegarían a ser habituales las
sátiras contra ellos. Algunas fuentes hablan incluso de que la población no
lamentaría mucho las desgracias que pudieran suceder a la familia,[7] a
lo cual se alude en el propio discurso (§ 7).[8]
En efecto, si bien Juan Gastón habría realizado algunas reformas que pudieron
remediar en parte el mal gobierno de su padre y que habrían servido de base
para reformas posteriores, no tuvo fama de buen gobernante, llegándosele a
achacar poco aprecio por el gobierno. Tampoco fue buena su relación con el
clero. Abogó por una política laica, reduciendo el poder e influencia de la
Iglesia en la administración y en la educación. Además, seducido por el
espíritu científico y racionalista propio de la época, el último Gran Duque de
la dinastía Médici abrió la Toscana a las modernas
corrientes de pensamiento europeas atrayendo a filósofos y pedagogos
racionalistas ilustrados,[9]
entre los que se introdujeron jansenistas y masones. Todo ello no sería bien
visto por los jesuitas, quienes monopolizaban las enseñanzas medias, así como
los seminarios de nobles.[10]
De hecho, chocó frontalmente contra la Compañía de Jesús, al considerar
demasiado anticuados su cultura y sus métodos. Así pues, no resulta
extraño que la opinión de los jesuitas sobre él no fuera la mejor, ni que, en
sus pompas fúnebres, los miembros de la Compañía de Jesús no desempeñaran un
papel destacado, si bien acompañaron al cortejo fúnebre, tal y como se alude en
el inicio del discurso.[11]
Por otro lado,
en el aspecto puramente político –difícil de deslindar del intelectual y del
religioso en la época– a mediados de la década de los treinta ya se veía
peligrar la continuidad de la dinastía Médici al
frente del Gran Ducado de la Toscana, ya que Juan Gastón no tenía descendencia,
ni visos de tenerla, por lo que diferentes potencias europeas –Francia, España
o Austria, entre otras– habían comenzado a disputarse el Gran Ducado desde la
muerte de su padre, siendo el beneficiado, finalmente, Francisco III de Lorena.
Así pues, en
respuesta a la penetración de ideas y costumbres foráneas en la cultura y a la
intromisión cada vez más clara de gobernantes extranjeros en la política, hacia
la década de 1730 surgió en los estados italianos una conciencia de estar
cayendo en manos extranjeras.[12]
Este sentimiento, junto con el hecho de convertirse la Toscana –y Florencia en
particular– en uno de los focos más importantes de la masonería, provocó una
violenta reacción de repulsa contra los extranjeros. La Toscana no acababa de
decantarse entre la estabilidad que aportaba el mantenimiento de la misma
dinastía –aunque sus últimos representantes no hubieran estado a la altura– y
la incertidumbre de caer en manos de un gobernante extranjero.[13]
El jesuita Lagomarsini se referirá en varias
ocasiones a esta incertidumbre ante la llegada de un nuevo gobernante foráneo
desde el comienzo de su discurso hasta el duodécimo párrafo.
Finalmente, Juan
Gastón va a morir sin heredero en julio de 1737 y el Gran ducado de la Toscana
pasará a Francisco Esteban de Lorena, quien previamente se había visto obligado
a renunciar al ducado de Lorena, asumido desde 1726; ello le habría supuesto un
gran sacrificio,[14]
detalle este ponderado en el discurso (§ 23 y 24). El nuevo Gran Duque de la
Toscana, consorte de la archiduquesa María Teresa de Austria desde 1736, hija
de Carlos VI de Habsburgo, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico,
participó activamente, en el frente de Hungría, en la Guerra austro-turca
(1737-1739), como se destaca en el discurso (§ 25 y 26); esto le impedirá
visitar la Toscana hasta enero de 1739, con su hermano Carlos de Lorena y con
su esposa (§ 31). Sería en el marco de esta visita cuando se habría pronunciado
este discurso de bienvenida. En Florencia permanecerían apenas tres meses,
dejando como regente plenipotenciario del Gran Ducado de la Toscana a su
preceptor, Marc de Beauvau, Príncipe de Craon, quien ya se había ocupado de asuntos referidos a
Francisco de Lorena, tales como su matrimonio con María Teresa de Austria o,
con relación al Gran Ducado, la organización de las exequias de Juan Gastón[15] o
la propia investidura del nuevo Gran Duque.[16]
3. El discurso en la tradición de la oratoria
epidíctica
Según se ha
adelantado, el discurso supone una muestra de las manifestaciones de
celebración por la visita de un gobernante –nuevo o no– o de cualquier
personalidad importante, política o religiosa, a su lugar de destino; unas
manifestaciones que –en verso y en prosa– abundaron entre los siglos XV y XVIII.
Estos discursos actualizan las estructuras heredadas de la tradición
grecolatina, fundamentalmente de subgéneros epidícticos como el basilikòs lógos (discurso laudatorio del emperador), u otros
complementarios a este, como el epibatérios (discurso
de bienvenida) o el prosphonetikós (discurso de salutación),[17]
cuyos tópicos se combinan en la tradición, como sucede en el discurso objeto de
edición y traducción.
Así, resulta frecuente la manifestación del
aprecio al nuevo gobernante y la alegría que suscita su llegada (§ 1-3),[18]
que previsiblemente aportará paz y prosperidad (§ 3, 5 y 6); en ocasiones, se
manifestarán más o menos abiertamente las esperanzas en él depositadas, en
clara oposición a la actitud del gobernante anterior, a quien no se duda en
criticar de forma más o menos velada, según los casos (§ 7 y 11); la propia
llegada al poder es fruto de la Providencia divina (§ 6 y 7); se trata de un
gobernante del mejor linaje posible, que compite con sus antepasados en
grandeza (§ 13 y 14), experto en las artes de la paz y de la guerra (§ 26 y 34)
y dotado de virtudes como la templanza, la prudencia, la fortaleza (física y de
ánimo) o la justicia (§ 14); el relato o alusión a empresas anteriores, el
sorteo de peligros (§ 26); y, por último, la felicitación final y el deseo de
perpetuación de la dinastía para seguridad y prosperidad de los súbditos (§
34).
Estos son algunos de los lugares recurrentes en
estos subgéneros epidícticos, que, en muchos casos, sobre todo a partir de
época imperial, cuando adquieren su mayor desarrollo,[19]
están destinados a atraerse el favor del nuevo gobernante. Podremos comprobar
que todos estos lugares comunes concurren en nuestro discurso.
4. Estructura y contenido del discurso
Como se ha
comentado, se trata de un discurso del género demostrativo o epidíctico; un
discurso de bienvenida (epibatérios) con ocasión de la llegada de un nuevo
gobernante a sus dominios, en el que se incluye el elogio del propio
gobernante. Si bien puede detectarse un componente consolatorio ante la
incertidumbre que el cambio de dinastía había suscitado en la Toscana, este se
usa de mera justificación para ponderar la figura de Francisco III de Lorena.
Así, en el discurso pueden distinguirse las partes habituales del discurso
demostrativo: exordio y propositio en este caso fundidas (§ 1-4), confirmatio o argumentación, con las habituales
amplificaciones (§ 5-32) y epílogo o conclusión (§ 33 y 34).
En el exordio - propositio, Lagomarsini
contrapone en primer lugar el papel activo de la Compañía de Jesús en el clima
de felicidad que se respira ante la llegada del nuevo gobernante frente al
pasivo adoptado en momentos de tristeza por la muerte del anterior Gran Duque,
Juan Gastón (§ 1 y 2). Al mismo tiempo, asume como misión encomendada
pronunciar el discurso de bienvenida, tópico habitual en los exordios de
discursos demostrativos. A continuación, adelanta los contenidos generales para
hacer ver a los florentinos que la alegría por ellos experimentada ante la
llegada del nuevo Gran Duque está plenamente justificada por la valía de este
(§ 3). Finalmente, pide la atención y benevolencia de su público, otro tópico
habitual del exordio en los discursos demostrativos, deliberativos o judiciales
(§ 4).
A continuación, inicia la confirmatio o argumentación repasando los motivos por los que deben alegrarse
del cambio de gobierno en que se han visto inmersos, atajando así la situación
de incertidumbre que acuciaba a la Toscana, para después proceder al elogio
propiamente dicho del nuevo Gran Duque. Para comenzar, les recuerda que la
transición ha sido pacífica, les llama la atención sobre el rápido cambio de
gobernante gracias a la Providencia divina; les menciona que el nuevo Gran
Duque llega para traerles felicidad y les hace dudar de que los miembros de la
misma dinastía vayan a ser, con seguridad, tan buenos como sus antecesores, y
ratifica que el nuevo príncipe está totalmente preparado para el gobierno. En
definitiva, les ha correspondido un príncipe del mejor linaje posible, dotado
de las mayores virtudes y que siente gran amor por los loreneses (§ 5-12).
Estos tres últimos aspectos van a ser los que Lagomarsini desarrolle en el elogio propiamente dicho del
príncipe, atendiendo mínimamente a las circunstancias externas, entre las que
destaca el linaje, y centrándose en las cualidades morales,[20]
para cuya exposición pide de nuevo atención y promete brevedad, una muestra
evidente de la importancia otorgada a las mismas. Así, de los puntos que
anunciaba anteriormente al final del párrafo doce, encontramos desarrollada la
ponderación de su linaje, como miembro de la ilustre dinastía de Lorena (§ 13),
así como el relato de sus magníficas virtudes morales (valentía, fortaleza,
templanza y amor a sus gobernados), que se desarrolla a lo largo del resto del
discurso hasta la conclusión. Destaca la referencia a las muestras de profundo
cariño y preocupación por sus nuevos súbditos, que ocupa la mayor parte (§
19-32), recreándose en la premura con que dispone el viaje en un cese de
hostilidades de la Guerra austro-turca, en la que participa activamente, en las
inclemencias y calamidades del trayecto y finalmente en la feliz llegada a su
nueva patria.
Así se llega al
epílogo o conclusión del discurso, en el que la evocación del momento de la
llegada, la recopilación de las razones de alegría, la congratulación a los
florentinos por disfrutar de tan magnífico gobernante y el deseo de la
perpetuación ininterrumpida de la nueva dinastía ponen el broche final al
discurso.
Se actualizan, pues, los tópicos de la oratoria
epidíctica centrados en la circunstancia sociopolítica de la Toscana; entre
otros, la satisfacción por la llegada y el elogio del nuevo Gran Duque, que
viene a suplir el vacío de poder dejado por Juan Gastón, contrario al poder del
clero y en particular a la Compañía de Jesús. Además, cobran sentido las
críticas que aparecen en el discurso –más o menos veladas– al gobernante
anterior, así como el deseo de perpetuación de una nueva dinastía, que se
supone o se desea que sea mejor. Con todo ello, parece evidente que el discurso
estaría destinado principalmente a atraer el favor del nuevo gobernante a la
causa jesuita; por eso mismo, esta muestra de la oratoria epidíctica cobra
perfecto sentido en una edición de discursos deliberativos en defensa del
sistema pedagógico de la Compañía de Jesús.
5. La oratio de bienvenida a Francisco III en la colección de discursos
Como ya se ha
dicho, el discurso fue editado de forma independiente, en Florencia, el mismo
año de su supuesta fecha de pronunciación (23 de febrero de 1739), y al año
siguiente pasó a formar parte de una colección de discursos de Lagomarsini que se publicará desde 1740, en Augsburgo (Augusta
Vindelicorum) e Innsbruck (Oeniponti) en varias ocasiones durante la vida del
autor, y en Roma (1753), y que
conocerá después varias reediciones. Todas estas ediciones presentan algunas
variantes en cuanto a los discursos que las componen, su orden, criterios grafemáticos y mínimas variaciones textuales, que no
afectan al contenido de nuestro discurso, como se verá en el siguiente punto.
De los discursos del jesuita Lagomarsini que integran estas ediciones, este es el único
de corte manifiestamente epidíctico; los demás –cinco o seis, dependiendo de
las ediciones– son piezas de carácter deliberativo centradas en la defensa del
sistema pedagógico jesuita, sus métodos, sus materias, sus profesores y
alumnos, frente a los ataques de filósofos, pedagogos y políticos racionalistas
ilustrados, que desde Francia, Holanda o Inglaterra se estaban introduciendo en
la Toscana, favorecidos en buena medida por el espíritu científico del VII Gran
Duque, Juan Gastón, y que constituían una seria amenaza para el monopolio
socio-pedagógico de la Compañía de Jesús. Los títulos son suficientemente indicativos: Multam dandam esse litteris, at non multis operam (1734), Pro
Grammaticis Italiae scholis (1735), Pro
lingua Latina (1736), Pro scholis publicis prima
(1737), Pro scholis
publicis secunda
(1738), Pro scholis
publicis tertia (1740). El último no
aparecerá en las ediciones austríacas colacionadas (1740, 1752 y 1763).[21]
Al respecto del orden que ocupa este discurso
en las ediciones, hay que decir que en las ediciones de Augsburgo ocupa el
primer lugar de la serie y en la edición romana (1753), donde los discursos
aparecen ordenados por fecha de declamación, la Oratio in adventu Francisci
III ocupa el sexto puesto. Quizá se justifique la primera posición en las
ediciones austríacas por el mero hecho de residir Francisco III en la corte
vienesa desde el mismo año 1739 –ya se ha referido que solo pasó tres meses en
Florencia–, convertido además en Francisco I, Emperador del Sacro Imperio
Romano Germánico, a partir de 1745 y hasta su muerte en 1765.
6. Ediciones y criterios de edición
Para la edición
hemos colacionado las siguientes ediciones en vida del autor que contienen el
discurso:[22]
(F) In aduentu Francisci III, Lotharingiæ, Barri et Magni Etruriae Ducis ad Florentinos oratio
coram Zenobio de' Ricci Ordinis Hierosolymarii Equite Commendatario, et eiusdem Magni Ducis
a Cubiculo Principis mandato ac nomine Praesidente,
habita in aede S. Joannis Evangelistae. VII. Kal. Martias ab Hieronymo Lagomarsino e Soc. Jesu. Florentiae. MDCCXXXIX. Ex Typographio Antonii Mariae Albizzinii. Praesidum permissu, pp. i-xxiv.
(A) Hieronymi Lagomarsini e Societate Jesu Orationes publice dictae Florentiae ab ipso auctore, studiorum ibidem praefecto, et iam cum speciali per provinciam Germaniae superioris Soc. Iesu facultate. Typis impressae Augustae Vindelicorum,
A Joanne Michaële Labhart, Reverendiss. et Celsiss. Principis et Episcopi Augustani ac Civitatis Typographo. Anno MDCCXL. El
discurso se inserta en las páginas 1-22.
(AO1) Hieronymi Lagomarsini e
Societate Jesu Orationes publice dictae Florentiae ab ipso auctore, studiorum ibidem praefecto et iam cum speciali per provinciam Germaniae superioris Soc. Jesu facultate et privilegio
Caesareo typis impressae. Augustae Vindelicorum et Oeniponti. Sumptibus Josephi Wolff. MDCCLII. El discurso se inserta en las páginas 4-22.
(R)
Hieronymi Lagomarsinii e Societate Jesu Orationes septem. Editio sexta retractior et auctior. Accedit epistola semel jam edita, qua quid in
M. Tulli Ciceronis contra
L. Pisonem oratione interciderit demonstratur. Romae MDCCLIII. Typis Generosi Salomoni. In foro S. Ignatii. Praesidum permisu. El
discurso se inserta en las páginas
143-166.
(AO2) Hieronymi Lagomarsini e Societate Jesu Orationes publice dictae Florentiae ab ipso auctore, studiorum ibidem praefecto. Superiorum permissu. Augustae Vindelicorum et Oeniponti. Sumptibus Josephi Wolff. MDCCLXIII. En una edición conjunta
con discursos panegíricos de otro
jesuita, RR. PP. Hieronymi Lagomarsini
et Josephi Ignatii Chiaberge, S.J. Orationes. Editio
novissima. El discurso
se inserta en las páginas 5-23.
Como
ha sido destacado, existen mínimas divergencias que no afectan al contenido; se
dan a nivel de fonográfico y de utilización de acentos diacríticos. La
diferencia más evidente entre las dos ediciones italianas y las austríacas es
la ausencia en las dos primeras de acentos diacríticos, que sí aparecen en las
austríacas para distinguir entre clases de palabras o casos. Por ejemplo: quod relativo / quòd conjunción, quam relativo / quàm como partícula introductoria
del segundo término de la comparación, qui
relativo / quî adverbio interrogativo, hic demostrativo (heic en 1753) / hîc adverbio, o el ablativo singular de la
primera a / â, entre los casos más
frecuentes.
A propósito de las ediciones austríacas de
1752 y 1763 (Augusta Vindelicorum
– Oeniponti), cabe destacar que coinciden casi
fielmente, incluso en la paginación.
En cuanto al texto adoptado como base, hemos
optado por la edición romana de 1753, que parece contener, en casos puntuales,
las mejores lecturas, además de ser el que más probablemente revisó el propio
autor, habida cuenta de su estancia en Roma en esa fecha como profesor en el
Colegio Romano. De todos modos, la elección de esta edición como base afecta
sobre todo a las grafías y variantes elegidas para algunas clases de palabras,
y al ordenamiento del discurso en el conjunto de la edición, lo que repercute
en el título, ya que, en cuanto al contenido, como se acaba de decir, no varía.
Cabe destacar el hecho de que, en esta edición, no aparezca mayúscula después
de punto y seguido, sino solo después de punto y aparte, un detalle que hemos
corregido. En las demás sí aparece el uso normal de mayúscula después de punto.
La principal labor en cuanto al establecimiento
del texto ha consistido en la modernización de la puntuación y la separación
del texto en parágrafos, numerados tanto en la edición como en la traducción.
Se ha incluido en la edición del texto latino la numeración de páginas tanto de
la edición base (números arábigos), como de la editio princeps (Florencia, 1739), con el texto único de la Oratio in adventu Francisci III (números romanos). Al ir numerados los
párrafos, no se ha considerado necesario mantener la paginación en la
traducción. Se ha respetado el usus scribendi común a todas las ediciones en cuanto a la
utilización de i y u con valores vocálicos y v y j
(letras ramistas) con valor semiconsonántico,
manteniéndose incluso en las mayúsculas (U
y J). Solo en la princeps (Florencia, 1739) aparece V con valor vocálico y semiconsonántico. Igualmente se han mantenido los perfectos
sincopados común a todas las ediciones: tractarunt (p. 146), gubernarit (p.
147), impetrarint
(p. 148), dubitastis
(p. 150), spectarimus
(p. 151), etc...
Esto en cuanto a criterios generales de
edición. A continuación, se explican las variantes grafemáticas
entre las distintas ediciones que sistemáticamente afectan a las mismas clases
de palabras y lexemas, en aras de aliviar el aparato crítico de un sinfín de
entradas que resultarían repetitivas. De este modo, en el aparato crítico que
acompaña a la edición solo se consignará la variante sistemática la primera
vez, así como las variantes puntuales que no sean de esta índole. Así, tenemos:
felic...
R AO2:
foelic... F A AO1 | cum conjunción R: quum F A AO1 AO2|
paullisper, paullulum adverbio
R: paulisper, paululum F
A AO1 AO2
| nonne R A AO1 AO2:
non-ne
y en general todo -ne
enclítico F | heic adverbio R: hic F A AO1 AO2 | carus -a -um, carissim..., caritat... R: charus -a -um, charissim..., charitat... F A AO1 AO2 | faemin... F R: foemin...
A AO1
AO2 |cael... F R: coel... A AO1
AO2.
En cuanto a la traducción, me he ajustado lo
más posible a la literariedad del original, intentando incluso mantener algunos
casos de polisíndeton que me han parecido más relevantes por el contenido que
destacan, e incluso algunos períodos ciceronianos, cuando no constituían un
obstáculo para la comprensión del texto; en otros casos, podrá comprobarse que
la traducción es más libre. Por su parte, las notas de la traducción pretenden
fundamentalmente alumbrar el texto en su contexto histórico, si bien en alguna
ocasión se ha comentado también el valor de alguna figura retórica u otros
aspectos de índole temático-compositiva que me han parecido más relevantes.
7. Texto y traducción
[p. 143] ORATIO VI.
In
adventu Francisci III, Lotharingiae, Barri et Magni Etruriae Ducis ad
Florentinos, coram Zenobio de’ Ricci, Ordinis Hierosolymarii equite
commendatario et ejusdem Magni Ducis a cubiculo, Principis mandato ac nomine
praesidente, habita in aede S. Joannis Evangelistae, VII Kal. Martias MDCCXXXIX[23]
[p. iii] [p.
143] 1. Si vestrum incredibilem maerorem, Florentini, in acerbissimo luctuosissimoque Joannis Gastonis Primi funere, non obscuris doloris significationibus collegii hujus sodales olim
prosequuti sumus, dabitis iisdem, opinor, hanc veniam, ut summam laetitiam vestram in auspicatissimo jucundissimoque Francisci Tertii adventu, publica etiam atque illustri
gratulatione prosequamur. Neque enim minus aequum vobis
debet videri laetari nos in vestri felicitatibus,[24] quam maestos in acerbi[p. 144]tatibus fuisse. Certe, si non tantam in secundis rebus vestris prae nobis laetitiam
ferremus, quantum maeroris atque tristitiae in adversis ostendimus, simulatus ille ipse dolor videri posset, nec magis
vestra causa quam privato nostro aliquo incommodo esse susceptus. [p. iv] Non enim possumus acerbe casus
tristes aliorum ferre, ut non iidem
jucunde prosperos ac fortunatos feramus.
2. Ac tum quidem vox oratoris audita est nulla ex hoc loco, vel quod propter vim
inusitati doloris obmutueramus, vel quod nulla orationis
nostrae facultate levari aegritudinem vestram posse confideremus,
vel denique quod consolandi provinciam melioribus auctoribus integram reservari mallemus. At vero, in
hoc tempore, domestico etiam ex nostroque
numero esse locum oratori intelligimus. Neque enim aut laetitiae
comes est taciturnitas, aut
non aliquem voce etiam nostra laetitiae
vestrae cumulum afferre nos posse speramus, aut, etiamsi gratulationis officium aeque commode atque alios
exequi te posse diffidas, idcirco esse praetermittendum homines arbitrantur.
3. Ego autem, cui hae partes impositae sunt ac demandatae, vobis ut, in recentissima hac tantaque laetitia
vestra, omnium meorum sodalium nomine gratuler, satis me illis meoque muneri esse
facturum confido, si, laetitiae huius ipsius vestrae causas mea oratione complexus et felicitatem vestram in Francisci Tertii fortunatissimo imperio retentam
ac constitutam commemorans,
jure ac merito tantopere laetari
vos ejus adventu praesentiaque docuero.
4. Vos [p.
145] quaeso atque obtestor ut me de felicitate vestra maxime libenti animo studiosoque dicentem, benignitate atque benevolentia ea qua consuestis audiatis.
5. Ac primum, quantae felicitati vestrae tribuendum est, Florentini, quod sine ulla hostilis belli vobisque calamitosi non modo vi aut impressione, sed ne terrore quidem aut suspicione, Etrusci hujus imperii
[p. v] tanta sit nuper
facta mutatio, eaque tranquillitate ac quiete novus hic repente dominatus statusque rerum constitueretur, ut non externus atque longinquus accitus, sed domesticus et paratus ac praesens adscitus esse heres
videatur? Repetite ac vobiscum
ipsi recordamini praeteritorum
temporum memoriam vetustissimis
annalium monumentis ac litteris consignatam. Vix reperietis, sine gravibus bellis summaque rerum omnium perturbatione atque hominum maximis
calamitatibus, alienorum in
vacua imperia successiones contigisse. Quae quidem ego bella ut justissima plerumque, nec, nisi legitimi juris
obtinendi voluntate aut certe opinione,
fuisse suscepta concedam; tamen vehementer miseras ac calamitosos videri eas gentes necesse est, de quarum imperio, vel justissimo jure, utrimque certatur. Quin etiam, quo justius cepisse arma sibi pars utraque
videtur, eo acrius pertinaciusque contendunt, eo minus ab injuriis ac detrimentis inferendis absistunt, contingitque nonnumquam ut miserandum in modum diripiantur urbes regionesque vastentur eae, quarum possessionem
ac fructum sibi quisque [p. 146] deposcit belloque persequitur, ut saepe is qui vicit
non satis aut ubi consistat, aut quibus imperet habeat. Veritus enim ne suum facere
non posset quo de[25] contendebat, perdere illud maluit, quam
suis hostibus concedere, cumque[26] adimere illis vellet quod
possiderent, sibi vix quo potiretur reliquit. Itaque sic
tandem domini plerique evadunt,
ut eos, quos appetere ac propemodum deperire videbantur, partim perdiderint, partim afflixerint, et in fidem amicitiamque[27] recipiant, quos ante tamquam [p. vi] adversarios atque hostes tractarunt, quorumque
bonis atque fortunis bellum funestissimum intulerunt. Qui quidem si imperium moderate ferunt,
fortes eos ego atque etiam sapientes appellare possim, felices ac fortunatos appellare quis possit?
6. Vos
prope uni, Florentini, in omni fere temporum
memoria, hoc assequuti estis, ut, vetustis
dominis amissis, in novorum potestatem, sine partium contentione ac sine ulla vestra calamitate,
veniretis. Inventus est qui
ita praeesse vobis atque imperare voluerit, ut, nisi vobis rebusque vestris salvis atque incolumibus,
imperium recusaturus videretur;
qui non aut improvidos occuparet, aut invitos ac repugnantes caperet, aut quos alii etiam deposcerent sibi uni vi atque
armis vindicaret, sed volentes atque exoptantes, nemine interveniente aut recusante, non tam sub ditionem ac potestatem redigeret, quam in suam fidem
patrociniumque reciperet;
qui denique non otium vobis
ac tranquillitatem bello turbisque
ac [p. 147] jacturis
vestris quaesierit, sed beatissimam pacem ac sempiternam pacis adjumentis atque insignibus constituerit, ut non iratus vobis Deus immortalis,
id quod nonulli suspicabantur, ob aliquod delictum, qui optimum vestrique amantissimum
principem e medio repente sustulerit, sed certe placatus atque amicus sit existimandus, qui, siquidem illa eventura erant
quae acciderunt, ita res admiranda quadam providentia gubernarit, ut, in tanta imperii, tamquam orbis, conversione, vix impressam orbitam videretis, mutatisque repente dominis, vestrae pristinae felicitatis minime esse immutatam conditionem sentiretis.
7. Ita vobis superior est [p. vii] princeps ereptus,
ut continuo sit alter maxime
opportunus ac commodus Dei benignitate donatus; nec ille successorem
imperii hunc temere fortuitoque nactus, sed consilio ac voluntate destinasse et reliquisse heredem videatur. Certe, si non Joannes Gasto sine liberis decessisset, si moriens, id quod tunc optabatis, filio alicui suo
imperium atque opes suas tradidisset, non video qui tranquillius id ac minore cum rerum vestrarum motu transigi, qui melius tum vobis, Florentini, consuli posset.
8. Sinite me, quaeso, hoc
loco, recentis laetitiae vestrae augendae cumulandaeque causa, paullisper[28] veteris
doloris vestri memoriam
recordando renovare. Neque enim refricare
vulnus illud commemorando, sed obduci plane cicatricem, si qua hiabat, praesentium rerum adspectu volo.
9. Scio id [p.
148] vulgo in principibus, iis
praesertim, quibus diu mansuetis ac commodis usi sumus,
expeti atque efflagitari, ut, siquidem mori ipsi debent, non toti quodammmodo moriantur, aliquemque ex sese genitum ac procreatum, in spem generis submittentes, suam quamdam expressam
in eo vivamque imaginem hinc abeuntes
relinquant. Quod ubi contingit, levatur magna ex parte in principum
suorum obitu luctus populorum. Non omnino destitutos sese homines unius
morte arbitrantur; quos alicui ex eadem stirpe superstiti
concreditos et commendatos intelligunt, paternamque in filiis atque avitam
virtutem, animos praesertim illos liberales,
mites, amantes, de suis populis
unice sollicitos atque anxios, esse
iterum revocandos atque instaurandos confidunt. Hac illi spe erecti
atque elati [p. viii] nihil tam aversantur atque exhorrescunt quam suorum principum orbitates, nihil tam exoptant ac poscunt quam regiae sobolis
propagationem; quam si impetrarint, praesertim post longam votorum spem atque exspectationem,
videmus eos prae gaudio non gestire atque exsultare,
sed propemodum insanire.
10. Non possum equidem quod bonum plerisque
mortalium videtur non bonum ducere. Nisi multae ac magnae utilitates in principum liberis ostenderentur, non tantopere de iis expetendis atque efflagitandis fere[29] universae gentes consentirent. Inest profecto sua commoditas
et ad plurimas, cum publicas
tum privatas res, in perpetua
principum ex eadem gente successione, opportunitas. Fruan[p. 149]tur sane eo bono
quibus datum est, quo vos etiam, Florentini, si ita superis visum
esset, frueremini. Verumtamen sic intelligite: alia vobis ratione,
atque haud scio an commodiore,
a[30] Deo immortali, cui certe estis carissimi, esse provisum. Nihil esse video de vestra felicitate detractum. Detractum dico? Aliquid etiam
esse illi additum confirmo.
11. Etsi enim nascentibus principum liberis, populorum sit tanta laetitia, eaque re una homines maximum reipublicae bonum suamque omnem incolumitatem
contineri ac dignitatem putent, tamen quam
saepe sua ipsorum spe atque
opinione fallantur, nec causam fuisse
cur tantopere iis nascentibus laetarentur, quos adultos parum sibi aliquando
commodos, sive imbecillitate consilii, sive naturae ac voluntatis pravitate, experiuntur,
testantur
scilicet quotquot in hereditariis imperiis non boni principes exstiterunt. Quod si jam tum in nascendo,
quales [p. ix] futuri essent aliquo
certo signo atque indicio declararetur, si de eorum sapientia, justitia, liberalitate, de reliquis virtutibus quibus rempublicam administraturi olim sunt, tanto ante sciri ac provideri sine ullo errore posset, tum profecto liquida plane atque sincera, nec ulla metus aut
suspicionis acerbitate permista, populorum voluptas, et in recens natis principibus laetitia illa esset ac gratulatio justissima. Ac ne tum quidem
non aliquid tamen ad eam augendam ac cumulandam posset accedere, si quae bona in
universos olim profectura conspicerentur, eorum fructus [p. 150] non in spem
futuri temporis dilati, in ipso nascendi exordio maturi atque uberes
perciperentur. Etenim, si jucunda est boni,
quod certo futurum scimus, exspectatio, multo est certe jucundior ipsa perceptio, cum, nisi nos
id percepturos confideremus,
non modo exspectationis jucunditas,
sed ne exspectatio quidem ulla esse
posset.
12. Hoc igitur vobis pulcherrimum ac jucundissimum deputo, Florentini,
quod non incerto rerum eventui commissa,
neque in longinqui temporis
spem rejecta sit vestra felicitas, verum, quo primum tempore vobis est imperii
vestri successor atque heres ostensus,
is et firmata aetate et maturo consilio et rebus omnibus ad vestra summa commoda
maxime aptis atque opportunis contigerit, ut neque incerta,
neque diuturna exspectatione suspensi
atque anxii quidquam de vestra summa laetitia ac felicitate deperderetis. Talem repente principem habuistis qualem neque semper, et non nisi sero, habere reliquae
nationes solent. Non qualis evasurus esset umquam dubitastis.
Evaserat jam [p. x] summus,
cum primum vobis est datus.
Non diu spem ac vota duxistis. Vix frui priore
bono desieratis, cum, circumscripta
exspectandi omni mora ac sollicitudine,
alterum bonum est vobis
oblatum. At quale bonum, Deus immortalis! Namque hoc ad felicitatem vestram maxime pertinet, Florentini, non modo quod tanto
cum reipublicae otio ac tranquillitate, quod sine animorum, qualis evasurus esset, ancipiti dubitatione, quod sine morae atque exspecta[p. 151]tionis molestia, sed quod tanta nobilitate conspicuus, tantis virtutibus praeditus, tam denique vestri amans vobis princeps obtigerit.
13. Si
generis vetustam neque interruptam
claritatem spectarimus, audebo dicere, ne si optio
quidem daretur, ex clariore magisque nobilitata gente deligi potuisse. Ab ipso Carolo, Francorum
rege, in quem longo intervallo Romanorum vetus imperium revocatum est atque
translatum, quique non populari
assentatione, sed incredibilium
virtutum admiratione, Magni cognomen est consequutus, Lotharingicae familiae hujus duci primordia non ignoratis. Num multas toto orbe terrarum familias arbitraminini tam antiqua tamque
illustri posse nobilitate censeri? Nonne,[31] si quae
amplissimae existimantur,
ab eodem illo auctore ac principe amplitudinem suam repetant necesse
est? Nam quam multi ex hac gente, tum belli tum domi
praestantes, ac plane singulares viri
deinceps atque admirandi prodierint, quibus imperiis atque honoribus, quantaque nominis celebritate floruerint, quid me attinet commemorare? Possem Gothofridum Bullionium illum, cujus ductu atque auspiciis
iter est ad Hiero[p. xi]solymorum urbem, antea obstructum atque interclusum, Barbarorum internecione, nostris exercitibus patefactum, et religiosissimum illud humani generis ad salutem, Deo vindice, revocati monumentum Christi sepulchrum,[32] ex hostium ditione ac potestate ereptum, populo christiano est restitutum. Possem [p. 152] duos Carolos, quartum
et quintum,[33] Lotharingiae clarissimos Duces. Possem duos Guisae item Duces, Franciscum atque Henricum. Possem innumerabiles alios proferre, qui cum pacis artibus apprime florerent, maximis bellis praesertim pro Religione suscipiendis, perfecerunt ut non cum aliis sed secum ipsi de summa dignitate et
in omni laudis genere praestantia certare viderentur.
14. Verum me rapit ad se iam dudum[34] et quodammodo absorbet orationem meam Francisci Tertii incredibilis vis
animi ac magnitudo, pietas, moderatio,
sapientia, justitia, fortitudo, virtutes omnes, quibus
maiores suos non tam singulos aemulatur quam unus exhibet
universos; quae quidem tantae sunt ut constitui satis
ac dijudicari non queat plusne[35] ille majoribus suis, an illi majores sui debeant, et num ille ex suis, an sui ex illo crescant. Hoc brevissimum dictu est idemque verissimum:
non egere alienis laudibus qui abundet suis; nec, si nullos
tales ex sua gente majores habuisset, idcirco nos hominem satis per se cognitum atque spectatum minus admiraturos.
15. Quo quidem loco hoc mihi levius onus imponi video eoque me breviorem esse oportebit, quod Francisci Tertii virtutes, cum notissimae
vobis, tum etiam summa in admiratione
sunt, ut earum a me non [p. xii] modo exornatio,
sed ne commemoratio quidem quaeri aut exspectari
videatur. Quorum alterum molestum
vobis, de notissimis rebus a me doceri;
alterum [p. 153] mihi, periculosum
ac turpe, ipsi illi, quem exornare
velim, incommodum atque inimicum, si forte opinioni de illo vestrae mirificae
amplissimisque judiciis minime orationis meae studio celebrandi hominis ac
facultate responderem.[36] Perficiam tamen ut neque
in virtutum ejus commemoratione verser et tamen intelligatis ita me universas fuisse complexum, ut a nemine neque distinctius explicari neque uberius ornari
amplificarique potuerint. Adestote igitur animis quotquot heic[37] adestis corporibus et me de Francisci Tertii virtutibus, nullam praecipuam commemorantem ac tamen nullam praetermittentem diligenter attendite. Neque enim vereor
ne aut quidquam mihi arrogasse quod praestare non possim aut quidquam Francisco quod illi debeatur
videar derogasse. Breve est quod dicam, sed quo uno et fidem meam liberaro
et omnia illi summa concessero.
16. Franciscus Tertius is est cui Carolus
Sextus, Imperator Augustus,
et summam belli gravissimi
contra Turcas commiserit et Mariam Teresiam, filiarum maximam natu carissimamque,[38] desponderit.
Potuitne[39]
Franciscus Tertius magnificentius, cumulatius, explicatius a me, quam sapientissimi Caesaris tanto studio judicioque laudari? Quae potest
huic, bellica praesertim, virtus abesse, quem suis
provinciis in potestate retinendis, sui nominis dignitati conservandae, Christiano imperio ab immanissimis
gentibus tutando, omnium mortalium securitati praestandae, [p. xiii]
Carolus Caesar [p. 154] praeposuit
et Eugenio illi magno atque
invictissimo subrogavit?
Non possum magis laudare Caesarem quam Caesarem
appellando, neque ulla major[40] Francisci
Tertii laudatio esse potest quam
tanti a tanto Caesare
fieri.
17. Agite vero: quanta ejusdem hominis dignitas ex eo, immo vero in eo declaratur, quod idem Caesar
dignum judicarit; cui filiam carissimam, electissimam faeminam,[41] in matrimonium daret? Non ille hunc delegisset,
si quem magis
probasset, et certe alium probasset, si quem potiorem
reperisset. Praeter enim patriam caritatem[42] illam,
qua parentes in liberos
natura sunt propensi, ut, eos
etiam qui minus videntur diligendi esse, maxime diligant
eisque optimam vivendi conditionem facultatemque comparent, illa etiam Caesari amoris erga filiam et paternae de ea bene, ex animique ejus sententia, collocanda, curae ac sollicitudinis causa accedebat, quod pro lectissima nec suo modo, sed omnium gentium amore dignissima faemina laborabat. Capiebatur mirandum in modum eximia virginis honestisimaque forma, in qua neque majestas
pulchritudinem desideraret,
nec pulchritudo quidquam de majestate decerperet, ut altera re matrem pulcherrimam, altera verendum augustumque patrem, mira quadam utriusque rei confusione ac temperamento, referret. Indolem praesertim egregiam, suavissimos castissimosque mores,
perspicax ingenium, plurimarum rerum scientiam, dicta, facta filiae rarissimae non modico neque [p. 155] usitato
patrum amore, sed immenso quodam ac singulari prosequebatur. Huic tantae tam
eximiaeque virtuti pari virtute vir
quaesitus est, quem [p. xiv] non modo Caesar, verum etiam
Caesaris filia, sui maxime consultum in hac quidem re ipse Caesar volebat, tanto conjugio dignum judicaret. Habetis igitur utriusque gravissimis judiciis, Caroli Mariaeque Teresiae, Franciscum Tertium reliquis praelatum omnibus, ut omnes summasque virtutes confitendum sit inesse ei,
quem Caesar sibi generum legit,
Caesaris filia sibi conjugem optavit.
18. Si quis adhuc
quanta sit Francisci Tertii dignitas atque amplitudo non satis intelligit, nec de ejus universis
maximisque virtutibus satis
a me esse dictum arbitratur, is specie quidem mihi
facultatique meae non nihil
detrahit, re autem vera,
plus quam ego velim ac res ipsa patitur, tribuit
atque concedit. Majorem enim orationi meae
quam tantis quantas attuli auctoritatibus fidem habiturus videtur qui meae potius vocis auctoritatem
ac testimonium requirit. Ego autem nihil mihi, omnia tribui veris argumentis
ac rationibus volo.
19. Vobis igitur mirifice gratulor, Florentini, omniumque gratulatione felicitatem vestram prosequendam censeo, qui Caesaris filiaeque Caesaris judicio probatum, hoc est, omni virtutum quae cadere
in hominem possunt genere praeditum atque ornatum, principem nacti estis. Qui si idem amore est erga vos incredibili
quodam ac singulari, si tantarum virtutum
fructum in ves[p. 156]tram incolumitatem
ac commodum est collaturus, ac sui quodammodo oblitus de vobis est unice cogitaturus, immensum quiddam atque infinitum est quod ad vestram totiusque Etruriae felicitatem accedat. De quo, ne dubitare possitis, duo illa paullisper tempora animis vestris pro[p. xv]ponite: alterum, quo primum fuit huic imperio destinatus; alterum, quo nuper ad vos ex Germania venit.
Nihil illo vestri vestrorumque
commodorum amantius fieri aut cogitari posse
intelligetis.
20. Lotharingiae, quae Galliae Belgicae
regio est multo amplissima
ac florentissima, Franciscus
Tertius imperitabat. Erat id ei paternum
avitumque et ab ultimis usque majoribus, jure
hereditario, traditum ac commendatum
imperium. Quod ita diligenter ac studiose retinebat, ut in eo conservando suas omnes totiusque posteritatis suae fortunas esse positas et constitutas arbitraretur, nihilque mallet quam inclyto conjugio,
affluentibus copiis ac multiplici prole florescentem,
patrio inter suos regno consenescere. Colebant autem eum populi sic ac diligebant, ut sua bona sibi diripi vitamque
adeo eripi mallent quam suum
ab[43] se divelli
principem ac distrahi passuri esse viderentur.
21.
Ecce autem de Etruriae successore subrogando, vestris temporibus ita poscentibus, et de florentissimo hoc imperio Francisco Tertio
committendo agi coeptum est. Cohorruit
Lotharingia universa improviso acerbissimoque
nuncio. Vox propemodum ac spiritus
est tam horribilis
calamitatis de[p.
157]nunciatione ac metu
omnibus interclusus. Maerebant, afflictabantur, prope exanimati concidebant. Denique, cum jam nihil in vita fore posthac jucundum
sibi, Francisco amisso, confiderent, crudelem vitam abrumpere ac mori potius quam
in tanta rerum suarum acerbitate versari cupiebant. Una[44]
modo spe illa sustentabantur
animi, fore uti conditionem Franciscus nequaquam acciperet suorumque rationes [p. xvi] potiores quam alienorum
duceret. Verum, ubi non ita esse
intellectum est, ac de vestris commodis cogitantem illum Etruriam Lotharingiae praeferre senserunt, tum enimvero[45]
desperare rebus suis omnino coeperunt, et vicem dolentes suam fortunaeque inconstantiam atque impetum incusantes, durius secum agi
quam cum caeteris gentibus atque atrocius statuerunt. Etenim caeteris eripiuntur fere principes necessitate moriendi atque natura, sibi viventem[46]
atque adeo vigentem florentemque eripi[47] intelligebant,
ut in acerbissimo suo gravissimoque casu non exspectata communis humanitatis conditio, sed multo
ante repraesentata videretur.
22. Ex sensu doloris
vestri, quem tam acerbum, Florentini,
in obitu superioris principis, non sine ratione justissimisque causis, suscepistis, quam graviter Lotharingi abitum sui principis atque amissionem tulerint ac ferre debuerint,
existimare potestis. Nam in
obitu quidem, vel carissimorum, etsi gravi dolore
ac desiderio angimur, tamen, cum naturae repugnare nec necessitati fatoque parere minime sani esse sentiamus
ratione [p. 158]
in consilium advocata,
naturales illos immoderatosque
motus, ubi paullulum sese effuderunt atque jactarunt, cohibemus continuo atque comprimimus. At vero in carorum hominum discessu, quos non mortali conditione, sed casu voluntario aliquo in perpetuum amittimus, non a
natura, cui esse acquiescendum
putamus, sed ab hominum iniquitate, cui resisti ac repugnari in nostris incommodis posse atque adeo debere
censemus, invadi nos ac violari arbitramur, ut iniquius aliquando atque aegrius vivorum
quam mortuorum discessum[48] [p.
xvii] atque
discidium feramus.
23. Neque haec Franciscus non intelligebat quantoque in maerore Lotharingi profectione illa sua ac fuga futuri essent videbat. Erat illi grata ac jucunda tanta suorum erga se studii benevolentiaeque significatio; amabat amorem; dolore ac luctu commovebatur. Verumtamen obversabatur illi ante oculos Etruria, quae, illecebris nescio quibus suis occultaque
quadam amoris vi ac vehementi, eum ad sese rapiebat potius
quam invitabat. Cessit enimvero blandissimo lenocinio; tradidit sese atque addixit
Etruriae, vosque jam tum mente animoque
complexus, alienos praetulit suis, nec, nisi vos, duxit suos.
24. Hoc quantum est, Florentini! Quam inusitatum! Quam inauditum! Quantaque in eo incredibilis erga vos vis amoris ostenditur![49] Neque enim
mediocribus quibusdam vinculis adstricti patriis quisque regionibus retinemur. Heic, incunabula, heic, sedes, heic, gentis insignia, heic, monimenta[50] majorum,
[p. 159] consuetudines amicorum,
conjunctiones propinquorum,
senectutis perfugium, et vel, in ipsa morte,
multa tot inter caros solatia,
funeris piae complorationes, sepulturae domesticae religiones. Itaque sapienter inductus esse a summo poeta (Homer., Odyss. lib.
v)[51] prudentissimus
vir Ulysses existimatur, cui cum Calypso immortale aevum, secum si perpetuo manere vellet, polliceretur, negavit; Ithacamque illam suam, in asperrimis saxis, tamquam nidulum,[52] affixam,
ipsi immortalitati anteposuit.
Nimirum omnes omnium
caritates patriae caritas vincit.
Sed hanc ipsam tamen rerum omnium
victricem caritatem Francisci Tertii inaudita [p. xviii] erga vos atque incredibilis caritas vicit. Statuit hanc, quae
vestra patria est, sibi non esse alienam;
illam, quae vestra non esset, non duxit suam; ac tamquam inter vos vobisque unice natus esset,
vobis, inter vos ac vobiscum
vivere animum vestri amantissimus princeps induxit.
25. Jam, quale ad vos iter, abdicato Lotharingiae imperio, proxime instituerit, extremo loco cognoscite.
Expleri felicitatem vestram ac plane cumulari tanta ac tam singulari
amoris significatione intelligetis.
26. Profectionem ille quidem aliquamdiu italicam[53] distulit,
neque statim ac vester esse princeps coepit
vobis praesentiae suae copiam fecit.
Maximo difficillimoque
bello implicatus, quo bello rei
Christianae salus ac
dignitas agebatur, itineris
faciendi tempus publicis temporibus esse transmittendum pu[p.
160]tavit. Verum ille ita a vobis
abfuit, ut vestrae etiam incolumitati atque otio tum
maxime prospexerit suisque laboribus atque periculis, sollicito animo atque amantissimo, consuluerit. Non ferocissimorum hostium impetum atque immanitatem
pertimescebat, non ullam dimicationem, non ullum vitae
discrimen in acie atque in proeliis pro communi vestraque potissimum salute deprecabatur. Equidem de tanto imperatore non possum dicere cavisse eum sibi
aliquando, quo caveret
vobis, vitaeque suae aliqua
in re pepercisse, ut eam vestrae felicitati
ac bono reservaret. Illud
mihi videor vere esse dicturus: si quid illi, in tanto bello quotidianisque contentionibus atque periculis, humanitus accidisset, non id
fortissimo viro doliturum fuisse, quod vitam,
naturae debitam, immortalitati
ac gloriae redderet, [p.
xix] sed quod vestro conspectu, multo jucundissimo atque exoptato, antequam[54] e vita excederet, caruisset. Sed omen tristissimum atque horribile ac omne periculum superi averterunt sibi vobisque servarunt; incolumem atque victorem praestiterunt.
27. Ponuntur arma; miles in hiberna dimittitur; res bellicae paullulum conquiescunt. Num heic Franciscum etiam, num amantissimi principis de vobis curam ac sollicitudinem, num
desiderium quamprimum videndi
vos, Florentini, conquieturum putatis? Iter illi ex Hungaria continuo Viennam; Vienna confestim ad vos cogitabat.
28. “Quo tuus iste cursus, impiger atque invicte imperator? Quo tanta festinatio
ista atque celeritas pertinet? [p. 161]
Nullamne[55]
diuturno militiae labore atque
opere assiduisque ac difficillimis
itineribus defatigato corpori atque confecto,
nullam tanti belli administratione ac curis defessae
menti atque contractae convenit requietem ac relaxationem dari? Atqui victrices
legiones tuae, te non modo permittente,
sed imperante, curant sese
hoc tempore atque reficiunt
vacuaeque curis atque laboribus summa tranquillitate in hibernis atque otio suavissimo
perfruuntur. Iniquum est profecto ducem,
cessante milite, laborare. Quid? Saevissimam anni maximeque infestam tempestatem non animadvertis? Dabis te igitur
summa hieme in iter? Non montium difficiles lubricosque adscensus atque descensus, non torrentium
ac fluminum periculosos
transitus, non viarum salebras
asperrimas caecosque
hiatus, non imbres, non nives,
non vim ventorum ac frigorum pertimescis? Nos, tectis urbium parietibusque defensi, insolitam caeli[56] intemperiem
atque [p. xx] inclementiam ferre vix possumus. Quid sub dio, inter Apenninorum pruinas illas ac nives,
iter habentibus fiet? Sed ne perpetuo quidem ac non interrupto itinere venire
in Italiam cursuque
consueto poteris. Obvallatos
aditus atque interclusos pestilentiae metu ac suspicionibus offendes. Si recte te atque animum tuum novi,
aegrius hasce moras quam reliquas itinerum
difficultates feres. Molestum est tot
inter caeli terraeque incommoda peregrinari, properantem vero in medio cursu detineri ac retardari certe molestius ac non feren[p.
162]dum. Haec omnia, princeps, vitaris vitaeque tuae, qua nostra omnium continetur, valetudinique peperceris, si istud iter in aliam,
quae mox ventura est, magis idoneam
tempestatem distuleris. Perfer modo desiderium; fine, paullulum frangat sese vis hiemis atque caeli; dum
itinera libera atque aperta fiant, paullisper
exspecta. Serius ad nos,
modo tutius ac sine molestia tua, princeps,
veni.”
29. Hisce vocibus amantissimis, Etruria, ut mihi quidem videtur, principem suum, ubi primum de eius
consilio huc ad vos, post tanti belli labores perque itinerum tot incommoda,
veniendi cognovit, anxia atque sollicita
compellabat, quibus incensam moraeque impatientem hominis cupiditatem restingueret ac retardaret. Quid
ille? Num sibi persuaderi quidquam est passus? Num orationi succubuit? Num precibus concessit? Cessisset ille quidem (nam
quid est illo mitius atque indulgentius?) neque quidquam repugnasset, nisi, in eo quod rogabatur, amori erga vos suo acri
ac vehementi vim quamdam
fieri, aut certe modum statui praescribique
sensisset. Non ille ita vos diligebat, [p. xxi] ut, vel rogatu vestro,
posset aut minus diligere vos, aut minores quam ipse vellet diligendi
vos significationes dare.
De itinere etrusco,[57] sine cunctatione
suscipiendo, agere adhuc armatus bellique
egregio pulvere paene[58] sordidus
coepit.
30. Heic jam certe
uxor amantissima intercedet, et quod Etruria a principe non potuit ipsa a viro profecto impetrabit. Num [p. 163] abire, vix ex belli ore tantisque
periculis ereptum ex longoque, quo paene contabuerat, desiderio receptum, et diuturnis perque incommodis itineribus sese, tam adversa tempestate, committere carissimum atque amantissimum conjugem sinet? Quod si se comitem ac sociam itinerum ac laborum adiungere generosa atque amans virago destinarit, si, ne
cupido profectionis viro retinendo
molesta sit, sibi, viri cupidissimae, remanendo infesta ac gravis, unà simul proficisci
atque in iter se dare constituerit, huic certe suavissimae
filiae tali consilio providentissimus pater obstabit, mater amantissima repugnabit. Non poterit tantam utriusque auctoritatem illa defugere; nolet hunc acerbissimum carissimis parentibus dolorem inurere; si non imperio,
at certe precibus lacrymisque flectetur. Ita Mariam Teresiam parentes abire non sinent; Franciscum abire non sinet uxor; Etruria sui principis incommodorum metu curaque levabitur.
31. Sed jam tempus illud
metus ac sollicitudinis abiit, Florentini. Nunc decet, quoniam quidem tam belle res e vestroque commodo processerunt, tantummodo laetari vos atque gestire, nec de praeteritis vestri principis incommodis, nisi ut eximium ac singularem hominis [p.
xxii]erga vos amorem,
in iis vestra causa suscipiendis ac tolerandis, intelligatis, cogitare; quibus usque adeo deterreri
se non est passus, ut in eorumdem societatem non modo inclytum
fratrem, verum etiam augustam conju[p. 164]gem, volentem
illam quidem, nec viro quidquam de amore erga eosdem vos concedentem, vobis quam illi certe
commodior, vestri studiosissimus cupidissimusque vocarit.
32. Iter longum atque
difficile, horrida maximeque
infesta tempestate, non maerore,
non lacrymis amantissimorum
sui carissimorumque permoti,
laeti atque alacres ingressi sunt; nec vero illi quam difficilis
esset via, sed quam longa cogitabant; cuius si brevitas incommodis suscipiendis redimi potuisset, multis partibus plura ac graviora, quo fieret illa brevissima, suscipere non dubitassent. Nihil solet
esse viatoribus tam opportunum tamque jucundum quam paratae diversoriorum
stationes; ubi diurnis laboribus molestiaque defuncti, nocturnae quietis aliquid ac levationis defatigatis corporibus taedioque affectis animis impertiant. Quo reliqui capiuntur ac recreantur, eo nihil illis ad vos inflammato studio properantibus, odiosius atque molestius, ut quiete defatigari,
itinere ac cursu levari ac refici viderentur. Assiduus illis de vobis inter se sermo; vix ulla secum,
nisi de vobis, cogitatio. Quo propius Etruriam accedebant, eo minus eos
tanti itineris suscepti tantorumque incommodorum poenitebat; quin immo eo ipsi magis
de tali consilio suo propositoque gaudebant. Ut[59] vero in conspectu
ex edito quodam propinquoque
loco Florentia fuit, non secus affectos eos intimisque commotos sensibus affirmant, ac si non hospitam tum pri[p. xxiii]mum terram adspicerent,
sed dulcissimam patriam, ex
longo [p. 165] errore ac veluti
postliminio, reviserent. Hasce
inter itinerum asperitates,
animorum autem tam sedulas atque
officiosas curas, tandem ad
vos vestri amantissimi principes pervenerunt.
33. Heic ego iam finem
dicendi faciam necesse est. Plura
ac majora vel in ipso illo
primo adventu vidistis atque experti estis
quam quae ego assequi aut complecti
oratione mea possim. O noctem illam beatam et prope ad immortalitatis memoriam consecrandam!
O occursus illos
vestros, cum dignitatis, tum etiam inusitatae
cujusdam jucunditatis plenissimos! O effusas
gratulationes! O secundos festosque clamores, quibus peregre venientes excepistis! Quis non interfuit? Quis non gaudio laetitiaque
exsilivit? Quis non, suorum principum adspectu mirifice captus ac delinitus, populorum felicitatem intra moenia receptam sensit? O consequentes
deinceps dies, vobis Etruriaeque universae auspicatissimos et futurae omni posteritati
vestrae, tamquam sacros, quotannis colendos ac celebrandos,
quibus, tot jam signis atque
indiciis amoris, tam brevi tempore, editis ac declaratis, quam cari vestris principibus essetis sentire potuistis!
34. Videtis profecto prima illa hisce novissimis pulcherrime respondere. Etrusci imperii succesorem, statim ac superiore principe orbati estis, talem a[60] Deo immortali
paratum vobis atque oblatum, me dicente, cognovistis, qui sine bello aut tumultu, sine animorum ancipiti atque anxia qualis futurus
esset dubitatione, sine temporis mora, [p. 166] maturus
jam tum atque
perfectus et summis virtutibus cum bellicis, tum domesticis praeditus, amore praesertim erga [p. xxiv]vos
singulare, olim in Etruriam veniens suis populis imperaret.
Hac tanta felicitate, quae vobis tum
ventura ostendebatur, allata
ac praesente nuper potiti estis. Nihil jam, quo omnium gentium felicissimi et sitis et habeamini, esse reliquum intelligo,
nisi (id quod ab eodem immortali Deo omnes qui vestro nomini ac commodis maxime favemus enixe petimus
atque precamur), ut vestris principibus diutissime vos, vestrorum principum filiis atque nepotibus eorum similibus, vestra posteritas omnis atque Etruria universa
perpetua ac sempiterna successione perfruatur. Dixi.
[p. 143] Discurso sexto.
Discurso
por la llegada de Francisco III de Lorena y Bar y Gran Duque de Etruria ante
los florentinos, en presencia de Zenobio de Ricci,[61]
caballero comendador de la Orden de Jerusalén y chambelán del mismo Gran Duque,
presidente por mandato y en nombre del príncipe,[62]
pronunciado en el Colegio de San Juan Evangelista,[63]
siete días antes de las calendas de marzo[64] de
1739
1. Igual que los miembros de este colegio os hemos
acompañado, florentinos, tiempo atrás en vuestra extraordinaria pesadumbre con
ocasión del muy amargo y doloroso funeral de Juan Gastón I dando muestras
inequívocas de dolor, supongo que nos daréis también permiso para que os
acompañemos en vuestra plena alegría con ocasión de la muy favorable y festiva
llegada de Francisco III, también con evidente y manifiesta muestra de alegría.
Y es que os debe resultar igualmente justo que nos alegremos en vuestros
momentos felices como que nos entristezcamos en vuestras amarguras.
Ciertamente, si no manifestáramos ostensiblemente tan gran alegría en vuestras
situaciones favorables como pesadumbre y tristeza en vuestras adversidades, el
propio dolor mostrado podría parecer fingido y producido más bien por una
desgracia particular nuestra que por empatía con vosotros. En efecto, no
podemos soportar amargamente funestas desgracias de otros quienes no podemos
mostrar alegría ante situaciones dichosas y afortunadas.
2. Entonces, es verdad que no se escuchó discurso alguno procedente de este
colegio, bien fuera porque habíamos enmudecido por el impacto de un inmenso
dolor, bien porque no confiábamos en poder aliviar vuestro pesar con nuestra
capacidad oratoria, bien, en definitiva, porque preferíamos dejar la
exclusividad en la misión de consolaros a mejores agentes.[65] Pero, en cambio, en este momento, consideramos que hay también cabida para
un orador de nuestra Compañía. En efecto, ni el silencio es aliado de la alegría, ni esperamos[66] poder aportar culmen alguno
a vuestra alegría con nuestras palabras, ni, aunque desconfíes de que puedes
reivindicar el deber de congratulación en la misma medida que otros, por ello,
los hombres consideran que se debe pasar por alto.
3. Yo, en cambio, a quien ha sido encomendada y
confiada esta tarea,[67] para congratularos en nombre de mis compañeros en este momento de tan
inmensa alegría para vosotros, espero estar a la altura de ellos y de mi
función, si, resumiendo en mi discurso las causas de vuestra actual alegría y
evocándoos vuestra dicha mantenida y fundada bajo el afortunadísimo gobierno de
Francisco III, logro también mostraros que vosotros experimentáis tamaña
alegría justa y merecidamente ante su llegada y su presencia.
4. Os ruego y suplico que, al disponerme a hablar sobre vuestra dicha con el
mayor placer y afán, me escuchéis con la generosidad y benevolencia que
acostumbráis.[68]
5. En primer lugar, florentinos, ¿a qué gran dicha vuestra se debe atribuir
que no solo sin la violencia o el enfrentamiento propios de una guerra hostil y
desastrosa para vosotros, sino también sin terror e inseguridad, se ha
llevado a cabo recientemente una renovación tan profunda del actual imperio
etrusco, y que con tranquilidad y calma se asentara con rapidez esta nueva
dinastía y situación política, hasta el punto de que el heredero adoptado no
parece un extranjero llamado de lejos, sino uno de casa, preparado y eficiente?[69] Recordad
y evocad la memoria de tiempos pasados consignada en los antiquísimos
documentos y cartas de los anales. Difícilmente
encontraréis que se hayan producido sucesiones de poder por parte de
extranjeros en imperios vacíos de gobierno sin gravosas guerras, sin una
profunda revolución y sin
lamentables pérdidas de hombres.[70] Unas guerras que yo bien puedo
conceder que fueron consideradas la mayoría de las veces muy justas y no por
otra voluntad u opinión fundada que la de obtener un legítimo derecho;[71] sin embargo, necesariamente
los pueblos sobre cuyo gobierno disputan dos bandos, aunque sea desde el más
justo derecho, parecen sumamente infelices y desgraciados. Es más, cuanto más
justo le parece a cada bando haberse levantado en armas, tanto más impetuosa y
obstinadamente luchan, tanto menos se abstraen de infligir perjuicios y daños;
y sucede a veces que deplorablemente se asolan ciudades y se devastan las
regiones, cuya posesión y usufructo reclama cada bando para sí e intenta
conseguir con la guerra, de manera que, con frecuencia, el vencedor no tiene
suficiente espacio donde asentarse o súbditos a quienes gobernar. En efecto, el
vencedor, temiendo no poder hacerse con aquello por lo que luchaba, prefirió
destrozarlo antes que dejárselo a sus enemigos, y, al intentar arrebatar las
posesiones a sus dueños, apenas si dejó algo donde ejercer su poder. En
definitiva, así la mayoría llegan a ser gobernantes, de manera que a quienes
parecían desear y casi amar en parte los han destruido y en parte los han
arruinado, y acogen bajo su protección
y amistad a quienes antes trataron como contrincantes y como enemigos,
por cuyos bienes y riquezas provocaron una muy funesta guerra. Ciertamente, si
estos ejercen poder con moderación, fuertes e incluso sabios podría llamarlos
yo, pero ¿dichosos y afortunados quién podría llamarlos?
6. Únicamente vosotros, florentinos, en prácticamente toda la memoria de los
tiempos, habéis conseguido esto: una vez perdidos vuestros antiguos
gobernantes, pasar a manos de unos nuevos sin enfrentamientos partidistas y sin
desgracia alguna por vuestra parte. Se ha encontrado un gobernante que ha querido presidiros y gobernaros de
manera que, a no ser que vosotros y vuestras pertenencias estuvieran sanas y
salvas, parecía que rechazaría el mandato; un gobernante que no tomaba a su
cargo a unos súbditos desprevenidos o que no se apoderaba de unos súbditos
forzados y reacios, o que no reclamaba para sí solo, mediante la violencia y
las armas, el gobierno sobre quienes otros también lo
demandaban, sino un gobernante que a quienes quisieran y lo desearan, sin que
nadie mediara o se opusiera, no tanto los sometía a su dominio o su poder
cuanto que los acogía bajo su protección y defensa; en definitiva, un
gobernante que no ha querido buscar vuestro descanso y tranquilidad mediante la
guerra, la revolución y vuestro perjuicio, sino que ha querido establecer
una paz dichosísima y eterna apoyándose en el auxilio y las insignias de la
paz; así pues, no debe considerarse que Dios inmortal esté airado contra
vosotros por alguna afrenta cometida –cosa que algunos sospechaban– por haberos
quitado del medio repentinamente al mejor príncipe y al que más os quería, sino
que debe ser considerado propicio y benévolo, sin duda, pues, ya que iban a
acontecer los sucesos que acontecieron, Dios dispuso la
situación con una providencia admirable, hasta el punto de que, en un cambio
tan radical de gobierno, –como si se tratara del giro de la tierra– apenas
contemplarais señalada la huella, y, a pesar del repentino cambio de
gobernantes, sintierais que la condición de vuestra anterior felicidad apenas
había cambiado.
7. Así como se os arrebató el príncipe anterior, al instante se os otorgó otro
oportuno y apropiado sobremanera, por benevolencia divina; y el ilustre Dios no
encontró a este sucesor del imperio inopinada y azarosamente, sino que parece
haberlo destinado y dejado como heredero decidida y voluntariamente. Realmente,
si Juan Gastón no hubiera fallecido sin descendencia, si al morir –cosa que en
otro tiempo deseabais– hubiera transmitido el gobierno y sus riquezas a un hijo
suyo, no veo en qué medida podría atravesarse este trance con mayor
tranquilidad y con un cambio menor de vuestra situación, y en qué medida podría
resultar esto mejor para vosotros, florentinos.
8.
Permitidme, por favor, en este momento, refrescaros la memoria haciéndoos
recordar vuestro antiguo dolor durante un instante para aumentar y acrecentar
vuestra reciente alegría. En efecto, con la evocación de sucesos que permanecen
presentes, no pretendo abrir de nuevo aquella pasada herida recordándoosla,
sino restañar definitivamente la cicatriz, si es que, en cierto modo,
permanecía abierta.
9. Sé que
esto habitualmente se reclama y se solicita vivamente de los príncipes, y más
de príncipes pacíficos y benevolentes de los que hemos disfrutado durante largo
tiempo: dado que ellos mismos han de morir, que, en cierto modo, no mueran por
completo, y dejen al partir de este mundo a algún príncipe engendrado y creado
de su estirpe criándolo en la esperanza de perpetuar su dinastía, dejando su
viva imagen manifiesta en el sucesor. Cuando esto sucede, se ve mitigado en gran
parte el luto de los pueblos por la muerte de sus príncipes. Los hombres no se
consideran completamente abandonados por la muerte de uno solo; comprenden que
ellos han sido confiados y encomendados a algún superviviente del mismo linaje,
y confían en que de los hijos se debe demandar y repetirse en ellos de nuevo la
virtud de los padres y de los abuelos, principalmente aquellos propósitos
liberales, moderados, afectuosos y únicamente preocupados e inquietos por su
pueblo. Los hombres animados y reconfortados con esta esperanza nada desprecian y temen tanto como la pérdida
de sus príncipes, nada desean y reclaman tanto como la prolongación de la
descendencia regia; cuando la consiguen, principalmente después de una larga
esperanza en sus súplicas y espera, vemos que no solo se regocijan y
entusiasman, sino que casi enloquecen de alegría.
10. En verdad, no puedo dejar de considerar que es un
bien lo que parece un bien a la mayoría de los mortales. A no ser que muchas y
grandes ventajas se evidenciaran en los hijos de los príncipes, no coincidirían
en reclamarlos y solicitarlos con tanto afán casi todos los pueblos en general.
Ciertamente existe su parte de conveniencia y de ventaja para muchísimos
asuntos, tanto públicos como privados, en la ininterrumpida sucesión de una
misma dinastía. Disfruten,
pues, de ese bien aquellos a quienes les ha sido otorgado, bien del que también
disfrutaríais vosotros, florentinos, si así lo hubieran decretado los dioses.
Pero, en cambio, consideradlo así: que de otro modo –y no sé si más adecuado–
Dios inmortal, a quien resultáis ciertamente queridísimos, ha dispuesto vuestro
destino. Nada veo que se haya sustraído a vuestra prosperidad. ¿Sustraído digo?
Más bien confirmo que algo se ha añadido a ella.
11. En efecto, aunque tan gran alegría sientan los pueblos cuando nacen los
hijos de los príncipes y consideren que con solo este hecho se logra el mayor
bien para el estado y su completa conservación y prestigio, sin embargo la
experiencia les muestra cuán a menudo ven defraudadas sus esperanzas y
pensamientos, y que no había causa para alegrarse tanto por el nacimiento de
estos descendientes, que, al crecer, en ocasiones resultaban poco adecuados
para ellos, bien por su incapacidad de decisión o por su anormalidad de
carácter o de voluntad,[72] y esto
lo prueban con rotundidad los numerosos príncipes nada buenos que existieron en
imperios heredados. En cambio, si ya al nacer se mostrara cómo iban a ser
mediante alguna señal e indicio cierto, si sobre su sabiduría, justicia,
liberalidad y sobre el resto de virtudes con las que van a gobernar el estado
más adelante pudiera saberse con anterioridad y preverse sin posibilidad de
error, entonces, sin verse perturbada por la amargura que provocan el miedo o
la sospecha, totalmente clara y sincera sería la satisfacción de los pueblos, y
su alegría y congratulación por los príncipes recién nacidos estaría plenamente
justificada. Y, sin embargo, incluso entonces podría añadirse algo para
aumentar y colmar la alegría, si los frutos de los bienes que se consideraran
útiles para todos en el futuro se percibieran maduros y fecundos desde el mismo
instante de su nacimiento, no aplazados en espera de un tiempo futuro. Y es
que, si resulta agradable el deseo de lo que sabemos con certeza que será un
bien, ciertamente la propia percepción resulta mucho más agradable, puesto que,
a no ser que confiemos en lo que vamos a percibir, no solo no podría existir el
placer del deseo sino ni siquiera deseo alguno.
12. Así pues, considero que esto es lo más
admirable y placentero para vosotros, florentinos: que vuestra dicha no ha sido
confiada a un incierto devenir de los acontecimientos, ni relegada a una larga
espera, sino que, desde el primer momento en que se os mostró el sucesor y
heredero de vuestro imperio, este os ha tocado en suerte estando en la flor de
la edad, con prudente juicio y con todas las circunstancias totalmente
adecuadas y convenientes para vuestros principales intereses, de manera que no
desperdiciarais momento alguno de vuestra inmensa alegría y dicha por estar
pendientes e inquietos ante una incierta y larga expectación. Tuvisteis de
repente un príncipe como el que jamás suelen tener las demás naciones, a no ser
después de mucho tiempo. No tuvisteis duda alguna sobre qué clase de príncipe
iba a llegar. Había llegado ya como
gobernante supremo[73]
tan pronto como os fue adjudicado. No prolongasteis la espera ni las súplicas
durante largo tiempo. Apenas habíais dejado de disfrutar de vuestro bien
anterior, cuando, minimizada la demora y la inquietud ante la expectación, otro
bien os fue ofrecido. ¡Y qué clase de bien, por Dios inmortal! Pues este bien
está fundamentalmente consagrado a vuestra dicha, florentinos, no solo porque
os ha tocado un príncipe con tan gran sosiego y calma para el estado, porque os
ha tocado sin la dudosa incertidumbre anímica sobre cómo sería quien iba a
llegar, porque os ha tocado sin la molestia de la espera y la expectación, sino
también porque os ha tocado un príncipe notable por su gran nobleza, dotado de
tan grandes virtudes y, en definitiva, un príncipe que os ama tanto.[74]
13. Si hemos de atender a la antigua e ininterrumpida celebridad de su linaje,
sin lugar a dudas, me atreveré a decir que ha podido ser elegido de la más
célebre y noble estirpe. No ignoráis que los orígenes de esta dinastía de Lorena se remontan al propio
Carlos, rey de los francos, al cual se sometió y transfirió durante un largo
tiempo el antiguo imperio de los romanos, quien no por aprobación popular, sino
por la admiración de sus extraordinarias virtudes, consiguió el cognomen de Magno.[75]
¿Es que juzgáis que muchas dinastías de todo el mundo pueden ser consideradas
de tan antigua e ilustre nobleza? Si se examinan las dinastías más nobles,
¿acaso no es necesario retrotraer su nobleza a aquel mismo origen y príncipe?
Efectivamente, ¿qué importa que yo recuerde cuántos varones sobresalientes
tanto en la paz como en la guerra[76], excepcionales y dignos de
admiración, han surgido después de esta estirpe, y con qué poderes y honores y
con qué celebridad de nombre resplandecieron?[77]
Podría recordar al ilustre Godofredo de Bullón, bajo cuya guía y mando supremo
el camino hacia Jerusalén, antes obstaculizado y cortado, se abrió para
nuestros ejércitos con la exterminación de los bárbaros, y se restituyó al
pueblo cristiano, con la ayuda de Dios, el más venerable monumento para la
salvación del género humano, el sepulcro de Cristo resucitado, arrebatado al
dominio y poder de los enemigos.[78] Podría [p. 152]
recordar a los dos Carlos, IV y V, ilustrísimos duques de Lorena.[79] Podría recordar a los dos
duques de Guisa igualmente, Francisco y Enrique.[80]
Podría enumerar a muchísimos otros, quienes, aunque destacaran especialmente en
las artes de la paz, participando en las mayores guerras, principalmente en
defensa de la religión, lograron parecer que ellos mismos rivalizaban no con
otros, sino consigo mismos por la mayor dignidad y preeminencia en cualquier
mérito.
14. Pero me arrastra hacia él ya hace tiempo y, en cierto modo, acapara mi
discurso la increíble fuerza de voluntad y grandeza de Francisco III, su
piedad, su templanza, su sabiduría, su justicia, su fortaleza,[81] virtudes todas en las cuales no tanto trata de igualar a cada uno de sus
antepasados, cuanto que él solo los representa a todos juntos; en verdad, estas
virtudes son de tal magnitud que no puede establecerse y dilucidarse con
certeza si él debe más a sus antepasados o sus antepasados a él, ni si él fue
más importante por sus antepasados o sus antepasados por él. Esta es la forma más breve y al mismo
tiempo más certera para decirlo: que no tiene necesidad de méritos ajenos quien
tenga los suyos en cantidad; y que, aunque no hubiera contado con antepasados
de su categoría en su estirpe, no por ello nosotros vamos a admirar menos a un
hombre suficientemente reconocido y distinguido por su propia valía.
15. Ciertamente, veo que en este momento se
me impone una carga más liviana y por ello convendrá que sea más breve, ya que
las virtudes de Francisco III, por una parte, os son sumamente conocidas y, por
otra, las tenéis en la mayor consideración, de manera que no parece reclamarse
o esperarse de mí ni la exaltación de estas virtudes ni siquiera su recuerdo.
Lo uno podría ser molesto: que yo os ilustre sobre asuntos sumamente conocidos;
lo otro me parecería peligroso y vergonzoso: que resulte inconveniente y
contrario para el mismo a quien querría ensalzar, si quizá no correspondiera a
vuestra maravillosa opinión y magníficos juicios sobre él con el afán que
pusiera en mi discurso y con mi capacidad de elogiar a un hombre. Con todo,
conseguiré no centrarme en el recuerdo de sus virtudes y que, no obstante,
comprendáis que las he abarcado todas hasta el punto de que nadie podría
exponerlas con más precisión, ni adornarlas o magnificarlas más por extenso.
Así pues, estad atentos cuantos aquí estáis presentes y escuchadme con interés
sobre las virtudes de Francisco III, para que, sin evocar ninguna virtud como
la principal, tampoco omita ninguna. En efecto, no temo ni que parezca haberme
encargado de algo que no pueda cumplir, ni tampoco que parezca que he suprimido
algo que debe reconocerse al ilustre Francisco. Breve es lo que voy a decir,
pero solo así, por una parte, habré cumplido mi promesa,[82]
y, por otra, le habré reconocido todas sus mejores facultades.
16. Francisco III es la persona a la que
Carlos VI, Emperador Augusto, confió el mando en la peligrosísima guerra contra
los turcos,[83] y la persona a la que
prometió en matrimonio a la mayor y más querida de sus hijas, María Teresa.
¿Acaso podría[84] ser alabado Francisco III
con mayor esplendor, con mayor cúmulo de halagos, más claramente por mí que por
el afecto tan grande y el buen criterio del César? ¿Qué virtud –principalmente
guerrera– puede faltar a quien el César Carlos prefirió y eligió por delante
del grande e invictísimo Eugenio[85]
para mantener sus territorios bajo su poder, para conservar la dignidad de su
fama, para defender al imperio cristiano de los pueblos más sanguinarios, para
garantizar la seguridad de todos los mortales? No puedo alabar más al
César que llamándolo “César”, ni puede existir mayor alabanza de Francisco III
que ser tan valorado por un César tan importante.
17. Pero veamos. Cuánta dignidad atesoraba
este mismo hombre queda de manifiesto ciertamente en el hecho de que el propio
César lo consideró digno; ¿a quién daría en matrimonio a su queridísima hija, a
su mujer preferida? Aquel no hubiera elegido a este si hubiera dado su
aprobación a otro antes antes, y, sin duda, hubiera
aprobado a otro si hubiera encontrado a alguno mejor. En efecto, más allá del
cariño paterno, por el que los padres tienden de manera natural a favorecer a
los hijos, de modo que quieren más a quienes menos parecen merecerlo y disponen
para ellos las mejores condiciones y calidad de vida, también aquel amor hacia
su hija y la preocupación e inquietud paternal por concertarle un buen
matrimonio de acuerdo con el criterio de ella sobrevenía al César, puesto que
se esforzaba por el bien de su mujer preferida y la más digna no solo de su
cariño sino del de todas las familias. Estaba admirablemente cautivado por la
distinguida y nobilísima figura de la doncella, en quien ni la majestad echaba
de menos a la hermosura, ni la hermosura sustraía lo más mínimo a la majestad,
de manera que en la primera cualidad recordaba a su hermosísima madre,[86] en el otro a su venerable y
augusto padre, con una admirable mezcla y combinación de ambas cualidades.
Elogiaba, principalmente, el excelente carácter, las muy amables y virtuosas
costumbres, el agudo ingenio, el conocimiento sobre gran cantidad de temas, las
expresiones, los hechos de una hija excepcional no con el razonable y habitual
amor de padre, sino con un inmenso y singular amor. Para esta virtud tan grande
y distinguida, se buscó un marido de igual virtud, a quien no solo el César, sino también la hija del
César –el propio César quería sobre todo la aprobación de su hija en este
asunto– juzgara digno de tan importante matrimonio. Así pues, fruto de los muy
rigurosos juicios de uno y otro, de Carlos y de María Teresa, tenéis a
Francisco III elegido por delante de todos los demás, de manera que se debe
confiar en que todas y las mayores virtudes confluyen en él, la persona a quien
el César eligió como yerno y la hija del César deseó
como esposo.
18. Si alguien no alcanza a comprender aún la
dignidad y grandeza de Francisco III y cree que no he hablado lo suficiente de
todas y sus más eximias virtudes, está rebajando en cierta medida mi capacidad
oratoria, pero, en realidad, me está otorgando y concediendo más de lo que yo
quisiera y el propio asunto permite. En
efecto, parece que va a dar más credibilidad a mi discurso que a todas las
autoridades que he aportado quien requiere preferiblemente la autoridad y el
testimonio de mi voz. En cambio, yo no quiero que se me atribuya nada a mis
palabras; quiero que todas las impresiones se atribuyan a argumentos y razones
verdaderos.[87]
19. Así
pues, florentinos, os felicito encarecidamente y estimo que con la felicitación
a todos se debe acompañar vuestra dicha, ya que habéis encontrado a un príncipe
aprobado por el juicio del César y de la hija del César, es decir, dotado y
adornado de todas las virtudes que pueden recaer en un hombre. Si este
mismo príncipe está dispuesto a profesaros un amor tan singular y extraordinario,
si en aras de vuestra seguridad y provecho va a poner a vuestra disposición el
fruto de tan grandes virtudes y, olvidándose de sí mismo, va a preocuparse sólo
de vosotros, algo inconmensurable e
infinito supone el hecho de que llegue para vuestra dicha y la de Etruria en
general. Para que no alberguéis dudas sobre ello, recordad mínimamente aquellos
dos momentos: uno, el preciso instante en que fue destinado a este imperio;
otro, el momento reciente en que llegó junto a vosotros desde Germania.[88] Entenderéis
que nada ha podido suceder o imaginarse más a favor vuestro y de vuestros
intereses que eso.
20. Francisco
III gobernaba en Lorena, la región más importante y rica de la Galia belga.[89]
Este imperio de padres y abuelos se le había transferido y encomendado desde
sus primeros antecesores sin interrupción por derecho hereditario. Él lo
administraba con tal atención y celo que consideraba que todos sus éxitos y los
de todos sus descendientes estaban fundamentados y basados en su conservación,
y nada prefería más que envejecer en el reino paterno junto a los suyos,
adornado con un ilustre matrimonio y rodeado de riquezas y de una vasta prole. Por
otra parte, sus pueblos lo adoraban y lo querían hasta el punto de que
preferían que se les saquearan sus bienes y, más aún, que se les arrebatara la
vida antes que verse dispuestos a soportar que les fuera arrancado y apartado
su príncipe.
21. Pero
he aquí que comenzó a tratarse sobre la elección de un sucesor para Etruria,
pues así lo exigían vuestras circunstancias,[90] y sobre la posibilidad de confiar este riquísimo imperio a Francisco III.
Se aterrorizó Lorena entera con esta imprevista y dolorosísima noticia. Todos
contuvieron la voz y casi la respiración por el anuncio y el miedo ante una tan
horrible desgracia. Estaban profundamente tristes, desesperados, casi sucumbían
descorazonados. Finalmente, seguros de que ya en la vida futura nada les
resultaría agradable si perdían a Francisco, deseaban interrumpir su cruel vida
y morir antes que vivir en medio de una situación tan desdichada como la suya.
Una sola esperanza daba aliento a sus corazones: que Francisco no aceptara las
condiciones y que estimara más los intereses de los suyos que los de los
pueblos extranjeros.[91] Pero, cuando se conoció que no era así, y se percataron de que él, velando
por vuestro bien, anteponía Etruria a Lorena, entonces realmente comenzaron a
desesperarse por su situación, y lamentando su destino y quejándose de la
inconstancia y el varapalo de su suerte, creyeron que ésta los trataba a ellos
con más dureza y crueldad que a los demás pueblos. Y es que casi siempre los príncipes son
arrebatados a los demás pueblos por muerte necesaria y natural; pero
consideraban que a ellos se les arrebataba vivo y, aún más, cuando estaba
fuerte y en la flor de la vida, de manera que, para su más dolorosa y profunda
desgracia, la común condición humana no parecía ansiada, sino anticipada mucho
antes de tiempo.
22. Desde el inmenso dolor que con razón y
por causas muy justificadas experimentasteis vosotros, florentinos, tras la
muerte de vuestro anterior príncipe, podéis imaginar cuán dolorosamente han
sobrellevado y han tenido que soportar los loreneses la marcha y la privación
de su príncipe. En efecto, en una muerte, por ejemplo, la de los seres más
queridos, aunque nos atormenta un profundo dolor y nostalgia, sin embargo, como
somos conscientes de que es propio de insensatos oponerse a la naturaleza y no
someterse a la voluntad divina y al destino, entrando en razón contenemos y
reprimimos tales sentimientos naturales e inmoderados, cuando poco a poco se
han desahogado y aliviado. En cambio, cuando se marchan hombres queridos que no
hemos perdido para siempre por su condición mortal, sino por decisión
voluntaria, estimamos que somos atacados y maltratados no por la naturaleza, a
la que creemos que hay que acatar, sino por la iniquidad de los hombres, a la
cual pensamos que podemos e incluso debemos resistirnos y oponernos en las
adversidades, hasta el punto de que, en ocasiones, sobrellevamos con mayor pena
y dificultad la marcha y la separación de los vivos que de los muertos.
23. No desconocía Francisco estos pormenores
y comprendía en qué gran pesar iban a caer los loreneses por aquella partida
suya, casi huida. Le resultaba grata y agradable tan gran muestra de afecto y
benevolencia de los suyos hacia su persona; amaba el amor; se conmovía con el
dolor y con el luto. Con todo, se le mostraba ante los ojos Etruria, la cual
con no sé que encantos y con el poder oculto e
irrefrenable del amor lo arrastraba hacia ella, más que atraerlo. Cedió, en
efecto, a tan atractivo encanto, se entregó y consagró a Etruria, y, llevándoos
desde entonces en su mente y en su alma, prefirió a personas extranjeras antes que a los suyos, y solo a vosotros consideró sus súbditos.
24. ¡Qué gran acción esta, florentinos! ¡Qué
inusitada! ¡Qué extraordinaria! ¡Cuán increíble muestra del poder del amor
hacia vosotros hay en este hecho! Y es que no nos mantenemos cada uno ligado a
los lugares patrios por unos lazos insignificantes. Aquí tenemos nuestros orígenes, aquí, nuestra casa, aquí, los
blasones de nuestra estirpe, aquí, los recuerdos de nuestros antepasados, las
relaciones con nuestros amigos, las reuniones con nuestros familiares, el
refugio de nuestra vejez, e, incluso, en el mismo momento de la muerte, muchos
consuelos entre tantos seres queridos, piadosos llantos de funeral, exequias
fúnebres familiares. Así pues, se considera sabiamente representado por el
mejor poeta (Homero, en el libro quinto de Odisea[92])
el prudentísimo héroe Ulises, el cual, al prometerle Calipso la vida eterna si
aceptaba permanecer para siempre con ella, dijo que no; prefirió su amada
Ítaca, anclada en escarpadísimas rocas, como si fuera un refugio, a la propia
inmortalidad. Ciertamente el amor a la patria vence todos los deseos por todas
las cosas. Pero sin embargo a este mismo amor, vencedor de todas las cosas, lo
venció el extraordinario e increíble amor de Francisco III hacia vosotros.
Decidió que esta, vuestra patria, no resultase extraña para él; aquella otra,
puesto que no era la vuestra, no la consideró suya; y, como si entre vosotros y
para vosotros únicamente hubiera nacido, este príncipe, que os quiere
sobremanera, decidió vivir para vosotros, entre vosotros y con vosotros.
25. Una vez que abdicó del ducado de Lorena,
sabed ya desde el principio cómo fue el viaje que emprendió hacia vuestra
patria. Comprenderéis que vuestra dicha se completa y se colma manifiestamente
con tamaña y singular muestra de amor.
26. Él ciertamente aplazó durante algún
tiempo su partida a Italia y no os concedió su presencia desde el mismo
instante en que comenzó a ser vuestro príncipe.[93]
Inmerso en la enorme y dificilísima guerra en que se dirimía la salvación y la
supremacía de la cristiandad,[94] consideró que el momento de
viajar se debía postergar en favor de los asuntos públicos. Y en verdad que, si
él se mantuvo alejado de vosotros, lo hizo para mirar por vuestra paz y
seguridad principalmente en aquel momento, y velar por ellas con sus fatigas y
peligros con ánimo solícito y afectuosísimo. No le horrorizaba el ímpetu y la
barbarie de salvajísimos enemigos, no eludía
enfrentamiento alguno, ni poner en riesgo su vida en el campo de batalla y en
los combates en defensa de la salvación de todos y principalmente la vuestra.
En verdad, de tan gran emperador no puedo decir que se haya preocupado de sí
mismo con el fin de cuidar de vosotros, ni que haya mirado en algún aspecto por
su vida para reservar esta a vuestra prosperidad y a
vuestro bien. Con razón me parece que puedo decir lo siguiente: que, si, por su
condición humana, algo le hubiera sucedido en tan gran guerra y en los
enfrentamientos y peligros arrostrados cada día, a un héroe tan esforzado no le
habría dolido el hecho de entregar a la inmortalidad y a la gloria su vida, que
se debe a la naturaleza,[95] sino
el hecho de haber carecido de vuestra presencia, lo más agradable y deseado,
antes de partir de este mundo. Pero los dioses apartaron de él ese siniestro y
horrible presagio y todo peligro y lo reservaron para vosotros, y os lo
entregaron a salvo y victorioso.
27. Cesan las armas; la tropa se retira a los
acuartelamientos; se calma un poco la guerra. ¿Acaso creéis, florentinos, que
Francisco iba a apaciguarse en ese momento, que iba a apaciguarse la
preocupación e inquietud por vosotros de un príncipe que os ama tanto, que iba
a apaciguarse su deseo de veros cuanto antes? Se proponía hacer el camino desde
Hungría sin interrupción hacia Viena, y desde Viena, enseguida, hasta vosotros.
28. “¿Por qué esa travesía tuya, diligente e
infatigable imperador? ¿A qué viene esa prisa y premura tan grandes? ¿Es que no
conviene conceder algo de descanso y reposo a tu cuerpo, cansado y rendido por
la fatiga y esfuerzo bélico durante tan largo tiempo y por los constantes y
arduos viajes? ¿no conviene conceder algo de descanso y reposo a tu mente,
cansada y embotada por la dirección y las preocupaciones de una guerra tan
grande? Y, en cambio, tus legiones victoriosas, no solo con tu permiso, sino
por orden tuya, se restablecen y reponen en este intervalo de tiempo, y libres
de preocupaciones y fatigas disfrutan de la máxima tranquilidad y de un
agradabilísimo descanso en los acuartelamientos. En verdad, es injusto que el
comandante se afane estando de descanso la tropa. ¿Qué necesidad hay? ¿No te
das cuenta de que es la época del año más cruda y hostil? Luego ¿te pondrás en
marcha en pleno invierno? ¿Ni los dificultosos y escurridizos ascensos y
descensos de los montes, ni los peligrosos vadeos de
torrentes y ríos, ni las durísimas escabrosidades y las ocultas grietas de las
calzadas, ni las lluvias, ni las nieves, ni el rigor de los vientos y de los
fríos temes? Nosotros, al amparo de los techos y paredes de las ciudades, a
duras penas podemos soportar esta insólita intemperie e inclemencia del cielo.
¿Qué será de quienes viajan a la intemperie, entre aquellas escarchas y nieves
de los Apeninos? Además, ni siquiera podrás venir a Italia por un camino
continuo e ininterrumpido y con la duración acostumbrada. Encontrarás pasos
fortificados y cerrados por el miedo y sospechas de peste.[96]
Si a ti y tu ánimo conozco bien, sobrellevarás con mayor desagrado estas
demoras que las demás dificultades de los caminos. Resulta molesto viajar por
lugares extranjeros entre tantas inclemencias de cielo y tierra, pero, en
verdad, más molesto e insoportable resulta al que se apresura verse detenido y
retrasado en mitad del camino. Todas estas cosas,
príncipe, evitarás y mirarás por tu vida –gracias a la cual se mantiene la
nuestra, la de todos nosotros– y por tu salud, si ese viaje lo aplazaras para
otra época del año más idónea, que inminentemente va a llegar. Reprime ahora tu
deseo; en definitiva, espera a que remita algo el rigor del invierno y del
cielo, a que los caminos se hagan libres y transitables. Ven más tarde junto a
nosotros, príncipe, con mayor seguridad y sin incomodidad por tu parte.” [97]
29. A mi parecer, con estas cordialísimas
imprecaciones que digo, Etruria, angustiada e inquieta, interpelaba a su
príncipe nada más conocer su decisión de venir aquí, junto a vosotros, después
de las fatigas de una guerra tan grande y sorteando tantas calamidades de los
caminos, para con ellas apaciguar y contener el excitado deseo del hombre, que
no le permitía soportar la demora. ¿Y qué hizo aquel hombre? ¿Acaso se dejó
persuadir lo más mínimo? ¿Acaso se rindió ante esta imprecación? ¿Acaso accedió
a los ruegos? Ciertamente, habría cedido aquel hombre –pues ¿qué resulta más
agradable y complaciente que aquella petición? – y en absoluto se habría
opuesto, si, en la propia petición, no hubiera percibido cierta ofensa a su
ardiente y apasionado amor hacia vosotros, o que, realmente, se le establecía y
ponía un límite. No os quería él hasta tal punto que, aun cuando fuerais
vosotros quienes se lo pidierais, pudiera él quereros menos o daros menores
muestras de su amor de las que él mismo querría. Sobre el viaje a Etruria,
encargándose de ello sin titubeo, comenzó a ocuparse aún armado y casi manchado
del honroso polvo de los combates.
30. Con
todo, ya en este punto, intercederá su amantísima esposa, y lo que Etruria no
pudo lograr de su príncipe ella misma seguramente lo conseguirá de su esposo.
¿Acaso a su queridísimo y amantísimo
marido, apenas arrebatado de las fauces de la guerra y de tan grandes peligros
y recibido después de un largo anhelo, que casi la había consumido, permitirá
marchar y que se entregue a tan largos y sumamente calamitosos viajes con un
tiempo tan adverso? Porque si su noble y amante mujer
valiente se propusiera unirse a él como compañera y aliada de sus viajes y
fatigas, si ella decidiera partir y ponerse en camino juntos, para que a ella, apasionadísima por su marido, no le
resultase incómoda el ansia de partida al retener a su marido manteniéndose
contraria y seria, sin duda, a esta cariñosísima hija se opondrá su
prudentísimo padre con un consejo igual de cariñoso; su amantísima madre lo
rechazará. No podrá ella rehuir tamaña autoridad de uno y otro; no querrá
infligir este crudelísimo dolor a sus queridísimos padres; si no con órdenes,
se ablandará ciertamente con súplicas y lágrimas. Así, a María Teresa sus
padres no la permitirán ir; a Francisco no le permitirá partir su esposa;
Etruria se despojará del temor y la preocupación por las calamidades de su
príncipe.[98]
31. Pero
ya pasó aquel momento de temor e inquietud, florentinos. Ahora que las cosas se
han desarrollado tan favorablemente y para vuestro bien, conviene solamente que
vosotros disfrutéis y os regocijéis, y no pensar en las pasadas calamidades de
vuestro príncipe, a no ser para que os deis cuenta del extraordinario y
singular amor de este hombre hacia vosotros, puesto de manifiesto al asumir y
soportar estas calamidades por vuestra causa; y hasta tal punto no quiso
desentenderse de tales peligros que, tan apasionado y entusiasta de vuestras
cosas, hizo partícipe de ellos no solo a su ínclito hermano, sino también a su
augusta esposa,[99] con el beneplácito de ella,
cuyo amor hacia vosotros no era en nada inferior al de su marido.
32.
Felices y alegres emprendieron un viaje largo y dificultoso, con un tiempo
desapacible y totalmente adverso, sin perturbarse ni por la profunda tristeza
ni por las lágrimas de quienes más los amaban y de los más queridos; y no
pensaban cuán dificultoso pudiera resultar el camino, sino cuán largo; si la
brevedad del camino se hubiera podido lograr a cambio de asumir calamidades,
aunque en muchas partes fueran más abundantes y más graves, no hubieran dudado
en asumirlas con tal de que el camino hubiera sido lo más corto posible. Nada
suele ser para los viajeros tan oportuno y agradable como los lugares
preparados para reposar, donde, cansados por las fatigas e incomodidades de la
jornada, puedan conceder algo de descanso nocturno y de alivio a sus fatigados
cuerpos y a sus ánimos afectados por el cansancio. Nada resultaba tan odioso y
molesto para ellos, que corrían a vuestro encuentro con apasionado afán, que
aquello que a los demás les seduce y reconforta, de manera que parecía como si
les causara fatiga el descanso y les aliviara y relajara la marcha y el viaje.
Frecuente era entre ellos la conversación sobre vosotros; no había pensamiento
que no fuera en relación con vosotros. Cuanto más se acercaban a Etruria, tanto
menos les pesaban el viaje tan largo y tantas incomodidades; es más, cada vez
estaban más satisfechos de su decisión y su propósito. En
verdad, cuando, desde un lugar alto y cercano, se divisó Florencia, afirman que
ellos se sintieron afectados y conmovidos en lo más hondo de sus entrañas, como
si no contemplaran entonces por primera vez una tierra extraña, sino que
volvieran a ver su dulcísima patria después de un largo retorno. Sorteando las
dificultades de los caminos mencionadas, y entre tan celosas y legítimas
preocupaciones, los príncipes que más os quieren finalmente llegaron junto a
vosotros.[100]
33. Aquí
he de poner fin a mis palabras. Muchas y más importantes cosas incluso en
aquella misma primera llegada visteis y comprobasteis que las que yo puedo
daros a conocer y abarcar en un discurso. ¡Oh, dichosa noche aquella y, en
cierta manera, consagrada a la memoria de la inmortalidad! ¡Oh, encuentros
aquellos vuestros colmados sobremanera no solo de dignidad, sino también de una
felicidad inusitada! ¡Oh, efusivas congratulaciones! ¡Oh, favorables y festivos
griteríos, con los que acogisteis a quienes venían del extranjero! ¿Quién no
estuvo presente? ¿Quién no saltó de gozo y alegría? ¿Quién, maravillosamente
cautivado y seducido por el aspecto de sus príncipes, no sintió la felicidad
del pueblo recibida dentro de sus murallas? ¡Oh, días siguientes, muy
favorablemente auspiciados para vosotros y para Etruria entera y para toda
vuestra posteridad, que en lo sucesivo habrían de venerarse y celebrarse cada
año como si fueran sagrados, en los cuales, ofrecidas y declaradas ya tantas
señales y muestras de amor en tan breve tiempo, pudisteis sentir cuán queridos
erais para vuestros príncipes!
34. Sin
duda, veis que aquellas primeras palabras se corresponden perfectamente con
estas últimas. Supisteis por mis palabras que en cuanto os visteis privados del
príncipe anterior, Dios inmortal os dispuso y ofreció un sucesor del imperio
etrusco que, sin guerras ni agitaciones, sin que vuestros corazones albergaran
duda incierta y angustiosa sobre cómo iba a ser, sin demora de tiempo, maduro
ya entonces y consumado y dotado de las mayores virtudes tanto para la guerra
como para la paz, y, sobre todo, de un amor singular por vosotros, gobernara un
día a sus pueblos viniendo a Etruria. De esta felicidad tan grande, que se os
mostraba entonces como venidera, llegada y presente hace poco estáis en
posesión. Creo que no queda nada con lo que seáis y os tengáis por los más
dichosos de todas las naciones, a no ser esto que pedimos y rogamos al mismo
Dios inmortal con empeño todos los que miramos más por vuestro prestigio y
vuestro provecho: que vosotros, toda vuestra descendencia y Etruria entera,
durante muchísimo tiempo, disfrutéis de vuestros príncipes, de los hijos de
vuestros príncipes y de unos nietos de la misma condición en un sucesión
ininterrumpida y eterna.
He
dicho.
Juan María Gómez Gómez
Universidad de Extremadura
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y J. M.ª Domínguez (S.I.) (dirs.), Diccionario histórico de la S.I. Biográfico,
temático, III. Roma – Madrid: Institutum Historicum S.I – Universidad Pontificia Comillas.
[*] El trabajo se ha realizado en
el marco de los proyectos de investigación «El Brocense, Diego López y la
exégesis del emblema: textos, interpretaciones y recepción posterior»
(IB20180), financiado por la Consejería de Economía, Ciencia y Agenda Digital
de la Junta de Extremadura. Este proyecto se incluye en el Grupo de la Junta de
Extremadura «Las artes de la palabra de la Antigüedad al Renacimiento» (LAPAR)
(HUM 002), financiado por la Junta de Extremadura. Igualmente se vincula al
proyecto de investigación «Confianza versus
desconfianza hacia los gobernantes en textos latinos y vernáculos andaluces
desde el renacimiento hasta nuestros días (II)» (P20_01345), financiado por la
Dirección General de Investigación y Transferencia del Conocimiento de la
Consejería de Transformación Económica, Industria, Conocimiento y Universidades
de la Junta de Andalucía – Unión Europea (FEDER).
[2] Francisco Esteban de Lorena, quien, por su
matrimonio con la Archiduquesa de Austria María Teresa, hija del Emperador
Carlos VI, se convertirá en 1745 en Francisco I, Emperador del Sacro Imperio
Romano Germánico.
[3] Sobre la vida del jesuita hispano-latino
Lagomarsini, su magisterio como profesor de retórica en Florencia (1733-1744) y
de Griego en el Colegio Romano desde 1751 hasta su muerte en Roma en 1773, así
como sobre sus obras –discursos incluidos–
en defensa del sistema pedagógico de la Compañía de Jesús, y sobre su
especial gusto por Cicerón, cf. Astorgano (s.d.) (s.v. Lagomarsini, Girolamo);
Zanfredini (2001: s.v. Lagomarsini, Girolamo); Arato (2004: s.v. Lagomarsini,
Girolamo). Estas entradas de diccionarios recogen abundante bibliografía
antigua sobre Lagomarsini.
[4] Para una muestra representativa de esta
tradición desde época helenística hasta el siglo XVIII, cf. Ponce (ed.) (2017).
[5] Para este resumido panorama general sobre la
situación sociopolítica de la Toscana en el cambio de dinastía de los Médici a
los Habsburgo-Lorena, me baso en Venturi (1998: esp. cap. 1). Para detalles más
concretos del periodo del cambio de dinastía, cf. Conti (1909).
[6] Sobre Juan Gastón o Gian Gastone, cf. Paoli
(2000: sv. Gian Gastone I de’ Medici, granduca di Toscana).
[7] Cf. Conti
(1909: 671 ss.).
[8] Las referencias corresponden a los párrafos
en que he dividido y numerado el texto en la edición.
[9] Cf. Paoli
(2000).
[10] Cf.
Stiffoni (1988).
[11] Cf. Conti (1909: 907-908 ss.). Uno de los personajes pertenecientes a la
logia florentina fue Giussepe Buondelmonti, filósofo y jurista imbuido de la
cultura inglesa y cercano al círculo de Juan Gastón; de hecho, fue el encargado
de pronunciar su oratio funebris. Cf.
Diaz 1972: s. v. Buondelmonti, Giuseppe Maria; Venturi (1998: 54-58).
[12] Cf. Venturi (1998: 12, 19
ss.).
[13] Cf. Conti
(1909: 879 ss.). El propio Lagomarsini habría mantenido con Buondelmonti
una polémica literaria en la década de los treinta. Cf. Arato (2004).
[14] Cf. Conti (1909: 879 ss.).
[15] Cf.
Venturi (1998: 47-48).
[16] Cf. Conti (1909: 897 ss.).
[17] El segundo tratado de Menandro el Rétor
ofrece una completa sistematización y ejemplificación de las partes y tópicos
de estos y otros tipos de discursos epidícticos. Cf. Gascó, García y Gutiérrez
(1996). Centrados en los tópicos del basilikòs lógos y en los
tópicos y función de los discursos al nuevo gobernador que llega a una
provincia, están los trabajos de Ponce (1998) y (1999).
[18] Algunos tópicos aparecen a lo largo de todo
el discurso; refiero solo algunos de los párrafos más representativos.
[19] Cf. Pernot (1993).
[20] La retórica demostrativa clásica preceptúa
que cualidades morales como la justicia, la prudencia, la fortaleza, la
templanza o la piedad son fundamentales a la hora de elogiar o vituperar. Cf.
Quint., Inst. 3.7.12-15.
[21] En la actualidad me ocupo del estudio,
edición y traducción de estos discursos.
[22] Se ha consultado también la edición del
discurso contenida en la edición de obras de Lagomarsini de 1842 Hieronymi Lagomarsinii Genuensis e Societate
Jesu Opera edita et inedita. Editio prima. Genuae: Typis R. J. Surdo – Mut,
MDCCCXLII, pero, al no aportar novedad significativa sobre el discurso y ser
posterior a su muerte, no se han consignado sus variantes.
[23] In adVentV / Francisci III / LotharingiAE,
Barri / et Magni EtrVriæ DVcis / ad Florentinos oratio / coram/ Zenobio de'
Ricci / Ordinis Hierosolymarii EqVite Commendatario / ET EJVSDEM MAGNI DVCIS A
CVBICVLO / Principis mandato ac nomine Praesidente / habita in aede S. Joannis
Evangelistae/ VII. Kal. Martias / ab Hieronymo Lagomarsino / e Soc. JesV. f
: HIERONYMI LAGOMARSINI è soc. jesu, / oratio / in adventu / francisci
iii. / lotharingiae barri / et magni etruriae ducis / ad florentinos / coram /
zenobio de ricci / ordinis / hierosolymarii equite commendatario / et ejusdem
magni ducis a cubiculo / principis mandato ac nomine praesidente / habita / in
aede s. joannis evangelistae / vii. kal. martias. mdccxxxix. A ao1 ao2 .
[24] felicitate R AO2 : foelicitate F A AO1. Semper.
[25] quo de F R A : de quo AO1 AO2.
[26] cumque R : quumque F A AO1 AO2. Semper
cum
conj..
[27] amicitiamque F A AO1
AO2 :
amicitiamqne R.
[28]
paullisper R : paulisper
F A AO1 AO2. Semper.
[29] fere om.
F.
[30] a R AO1 AO2 : ab F A.
[31] Nonne R A AO1 AO2 : Non-ne F.
[32] Sepulchrum R
A AO1 AO2 : Sepulcrum F.
[33] quartum
et quintum R : Quartum et Quintum F A AO1 AO2.
[34] iam dudum
R A AO1 AO2
: iamdudum F.
[35] plusne R A AO1 AO2 : plus-ne F.
[36]
responderem R :
responderim F A AO1 AO2.
[37] heic R : hic F A AO1 AO2 . Semper
hic adv.
[38] carissimamque R : charissimamque
F A1 A2 A3 . Semper.
[39] Potuitne R A AO1 AO2
: Potuit-ne F.
[40] major F R
: majori A AO1 AO2.
[41] faeminam F R : foeminam A AO1 AO2. Semper
[42] caritatem
R : charitatem F A AO1 AO2. Semper.
[43] ab F R
A : a AO1 AO2.
[44] Una R A AO1 AO2 : Vna F.
[45] enimvero R A AO1 AO2 : enim
vero F .
[46] eripi post
viventem add. F A AO1 AO2.
[47] eripi R : om. F A AO1 AO2.
[48] discessum
R : discessus A AO1 AO2.
[49]
ostenditur! R A AO1 AO2 :
ostenditur? F.
[50] monimenta F R A AO1 :
monumenta AO2 .
[51] (Homer., Odyss.
lib. v) scrip. : (a)Homer.,
Odyss. l. v ad calc. F
R : *Odyss.
l. v in marg. A AO1 AO2.
[52] nidulum F
A AO1 AO2 : nidilum R .
[53] italicam R : Italicam F
A AO1 AO2.
[54] antequam R
A AO1 AO2: ante quam F
.
[55] Nullamne R A AO1 AO2 : Nullam-ne F .
[56] caeli F R : coeli
A
AO1 AO2. Semper.
[57] etrusco F R : Etrusco A AO1 AO2.
[58] paene F R : pene A AO1 AO2 bis.
[60] a R AO1 AO2 : ab F A .
[61] Zanobi de’ Ricci era miembro de la
potentada familia toscana de los Ricci; este se habría hecho cargo del
patrimonio familiar. Cf. Detti – Pazzagli (2000:22-23).
[62] Puede tratarse del Príncipe de Craon, Marc de Beauvau, preceptor de Francisco de Lorena y quien, como se ha dicho,
se ocupaba de asuntos personales y políticos de Francisco de Lorena.
[63] Tanto el colegio como la iglesia de San
Juan Evangelista pertenecieron a los jesuitas hasta que el Gran Duque de la
Toscana Leopoldo III se lo cedió a los escolapios en 1775.
[64] Es decir, el 23 de febrero de 1739.
[65]
Según Conti (1909: 908 ss.), un séquito de ciento cincuenta jesuitas habría
acompañado en el cortejo fúnebre, pero sin un papel protagonista; Buondelmonti
se habría encargado de pronunciar la laudatio
funebris. Precisamente con este habría mantenido una polémica literaria
Lagomarsini en la década de los treinta. Cf. Arato (2004). Por ello, puede notarse aquí cierto
tono irónico.
[66] Nótese
el plural mayestático.
[67]
Tópico de la “tarea encomendada”, muy frecuente en la oratoria epidíctica.
[68]
Petición expresa de benevolencia tópica del exordio.
[69]
Nótese el valor emotivo de la interrogación retórica, equivalente, en este
caso, más bien a una exclamación. Van a ser recurrentes a lo largo del discurso,
así como las exclamaciones retóricas.
[70] He optado por mantener el polisíndeton
para remarcar las perturbaciones evitadas en la Toscana con el cambio pacífico
de gobierno.
[71] La teoría sobre la guerra justa ha
estado presente desde la Antigüedad grecolatina y se desarrolla
bastante durante los siglos XVI-XVIII.
[72] Considero que se trata de una crítica
velada a la figura de Juan Gastón.
[73] Ostentaba ya el título de Duque de Lorena
y Bar.
[74] Va a comenzar aquí el elogio propiamente
dicho de Francisco III a partir de sus virtudes extrínsecas primero e intrínsecas
después.
[75] La dinastía ducal de Lorena contaba entre
sus ascendentes más ilustres con Carlomagno y Godofredo de Bouillon.
[76] El dominio de las artes de la paz y de la
guerra es destacado, por lo general, en el elogio de los gobernantes.
[77] Se inicia una praeteritio, muy
común en retórica. Por otra parte, nótese el polisíndeton –que mantengo en la
traducción– para resaltar la celebridad de los miembros de la estirpe de
Lorena.
[78] Godofredo de Bouillón (ca. 1060 – 1100), Duque de la Baja
Lorena, fue el principal líder de la Primera Cruzada y se le atribuye la
creación de la Orden del Santo Sepulcro.
[79] Carlos IV fue Duque de Lorena entre 1624
y 1634. Por su parte, Carlos V de Lorena, asumió el Ducado de Lorena desde 1675
hasta 1690. Fue considerado uno de los mejores generales al servicio de la
dinastía Habsburgo.
[80] Francisco I de Lorena (1519 - 1563) fue
el segundo Duque de Guisa (1520-1563). Ostentó diversos títulos nobiliarios en
Francia. Por su parte, Enrique I de Guisa (1550 - 1588), III Duque de Guisa
(1563-1588), sucedió a su padre Francisco como Duque de Guisa y Gran Maestre de
Francia. Se destacó como uno de los principales líderes en defensa de la
religión católica contra los protestantes.
[81] La ponderación de virtudes morales, como
la templanza, la prudencia, la fortaleza, la justicia, la
piedad, etc., es también recurrente en el elogio del gobernante desde la
Antigüedad.
[82] La promesa de no resultar molesto al
público, que conoce todas las virtudes de Francisco Esteban de Lorena, como ha
dicho antes.
[83] En la guerra austro-turca, Francisco
Esteban de Lorena se destacaría como uno de los principales comandantes.
[84] Traduzco el perfecto potuit con el
sentido condicional que adquiere, con frecuencia, el verbo possum en
textos clásicos, por ejemplo, de Cicerón: Pro Milone 38,5; 38,6; 38,8;
38,10; 38,11.
[85] El Príncipe Eugenio Francisco de Saboya
(1663 – 1736) fue uno de los mejores generales al servicio de los Habsburgo y
fue objeto de elogios varios. Sus panegiristas trazaron de él la imagen de
héroe invicto. Cf. Riga (2019).
[86] Isabel Cristina de
Brunswick-Wolfenbüttel, hija mayor del duque Luis Rodolfo de Brunswick-Luneburgo
y de su esposa Cristina Luisa de Oettingen-Oettingen, fue famosa en la época
por su belleza.
[87] Se trata de un modo de dotar de
verosimilitud a su discurso apoyándolo en razonamientos aparentemente
objetivos.
[88] Viena, desde donde llegaría a Florencia Francisco
de Lorena, se encontraba en la provincia jesuita de Germania Superior, nombre
heredado de la antigua provincia imperial romana.
[89] El ducado de Lorena estaba ubicado en la
provincia jesuita de la Galia Belga, nombre igualmente heredado de la provincia
imperial romana.
[90] El hecho de que Juan Gastón no tuviera
descendencia ni perspectivas de tenerla.
[91] Francisco de Lorena, como consecuencia
del Tratado de Viena (1735), se vio obligado a renunciar al Ducado de Lorena en
favor de Estanislao Leszczyński, rey destronado de Polonia, a cambio del
Gran Ducado de la Toscana.
[92] Hom., Od. 5, 208-210.
[93] En efecto, la primera visita a la Toscana
la realiza en enero de 1739 y había sido proclamado Gran Duque de la Toscana en
1737.
[94] Como ya se ha dicho, Francisco III se
destacó en la guerra austro-turca (1737-1739).
[95] Morir en el campo de batalla granjeándose
la gloria para las generaciones venideras es un tópico que arranca ya de la
épica griega.
[96] Alusión a la epidemia de peste bubónica
que afectó a zonas del Imperio de los Habsburgo entre 1738 y 1740.
[97] Nótese la prosopopeya del Estado al
gobernante, plagada de interrogaciones retóricas que dotan de solemnidad y vivacidad
a la narración.
[98] Parece una forma bastante simplista de
justificar el retraso de la visita de Francisco III a la Toscana. Por otro
lado, nótese el asíndeton y las oraciones breves que hacen hincapié en la
rápida sucesión de decisiones con que se cierra la imposibilidad del viaje.
[99] En efecto, viajó, acompañado de su hermano Carlos de Lorena y de su esposa María Teresa de Austria, a
Florencia, a donde llegaron en enero de 1739.
[100] A partir de aquí encontramos el epílogo o
conclusión del discurso.