Stefano
Cingolani
De historia privada a historia
pública y de la afirmación al discurso: Una reflexión en torno a la historiografía
medieval catalana (985-1288)
Abstract:
The writing of history is strictly related to the
self-perception of a political entity, and its rhetorical construction depends
mostly on the public representation of power and on its need to be
communicated. The political and cultural evolution of the Catalan Counties
during the 10th to the 13th centuries is followed by a
similar need of research and reproduction through the writing of a political
and familiar past and present. This process, realized on account of the
afirmation of the legitimacy of its narration, leads the historiography of 13th-century
Catalonia to the recovery of classical models of rhetorical construction and
public communication.
Keywords: Crown of Aragon; history; communication; propaganda;
annals; James I; Bernat Desclot.
Resumen:
La escritura de la historia
está estrictamente relacionada con la autopercepción de una entidad política, y
su elaboración retórica depende principalmente de la representación pública del
poder y de su necesidad de comunicación. La evolución política y cultural de
los condados catalanes a lo largo de los siglos X-XIII es seguida por una
paralela necesidad de investigación y reproducción mediante la escritura del
pasado y del presente político y familiar. Este proceso, realizado desde la
afirmación de una legitimidad a su narración, conduce a la historiografia de la
Cataluña del siglo XIII a la recuperación de modelos clásicos de elaboración
retórica y comunicación pública.
Palabras Clave: Corona de Aragón;
historia; comunicación; propaganda; anales; Jaime I; Bernat Desclot
Fecha de recepción: 15 septiembre de de 2007.
Fecha de aceptación: 15 de junio de 2008.
Es un hecho bien conocido que, para la teoría clásica, la
historiografía era un género literario que, como tal, pertenecía al campo de la
retórica, y sobre ella se teorizaba al hablar de la narratio de una
oración. La paulatina desestructuración de la vida pública romana, que llevó a
la pérdida de todo conocimiento del valor político, por no hablar del civil y
educativo, de la oratoria, hizo que, como muestra san Isidoro de Sevilla en las
Etimologías (1. 41-44), la historia pasase a formar parte de la grammatica.
Este –en apariencia– simple desplazamiento en las categorías de la teoría
literaria representó, de hecho, una alteración en las características mismas de
la escritura de la historia, y trajo consigo profundas modificaciones en los
géneros y formas de escritura, ya que afectaba profundamente a su estructura
narrativa y a su capacidad de comunicación, dos aspectos fundamentales de buena
parte de la historiografía latina.
Es precisamente acerca del
carácter retórico y de la elaboración literaria de los textos sobre lo que me
interesa reflexionar. Esto es, sobre los diferentes significados y formas de
comunicación de las obras y, si es preciso, sobre sus formas de conservación.
Por eso limitaré mis observaciones al ámbito de la Corona de Aragón y, en
particular, a los antiguos condados que, a partir de mediados del siglo XII,
formaron el Principado de Cataluña. Es un terreno bastante amplio donde, entre
el siglo X y el XIII, se asiste a profundas mutaciones y se puede comprobar cómo
las maneras de percibir y escribir la historia, de entregar al presente el
recuerdo del pasado, van cambiando para adecuarse, bien a la general evolución
cultural europea, bien a las mutaciones en la percepción del poder político y
de sus necesidades, entre las cuales la comunicación pública iba adquiriendo un
papel siempre más determinante.
Ya he hablado en general de las
transformaciones de la historiografía de la Corona de Aragón (Cingolani 2007), y, también, de las
relaciones entre conciencia política y lugares de producción y conservación de
los textos como elementos de la construcción de la memoria regia (Cingolani en prensa). Así que, en esta
ocasión, me centraré en los aspectos evolutivos que unen la diferente
elaboración retórica del texto con la percepción del espacio político objeto de
la narración y con las necesidades de la comunicación.
El origen de la tradición
historiográfica de los condados catalanes se tiene que fijar a finales del
siglo X en el monasterio de San Miquel de Cuixá, desde donde se traslada, antes
de que finalice el primer milenio, a Santa María de Ripoll. Aquí la tradición
continúa y consigue afianzarse, dando lugar a una considerable familia de
anales a lo largo de los siglos XI-XIII. Como sucede en muchos otros establecimientos
monásticos, en el origen de la tradición encontramos la inserción inicial de
algunas efemérides en unas tablas de cómputo pascual, los llamados ‘anales
pascuales’ (McCormick 1974 y Ripoll
MHCA, 3). A pesar del hecho de que en esos monasterios pirenaicos ya se
conocían los renovados productos de la historiografía carolingia, como la
biografía -en concreto la Vita Karoli de Eginhard- o los anales
definidos ‘mayores’ como los Annales regni Francorum o los Annales
Anianensis, de los cuales había un manuscrito en la biblioteca de Ripoll
(el actual en París, BNF lat. 5941), los anales producidos en Ripoll son
rigurosamente ‘anales menores’.
La visión del mundo que se
encuentra en unos ‘anales menores’ es la de un mundo aludido en algunos de sus
valores y principios, pero que no logra ni quiere, podríamos decir, expresarse
de forma más detallada. Es un mundo del cual se nos ofrecen las coordenadas de
referencias cronológicas y políticas, el tiempo y el espacio, pero es al mismo
tiempo un mundo fundamentalmente estático, donde no encuentran sitio las
acciones ni las personalidades. El resultado emergente de las dos series de
anales de Ripoll redactadas y conservadas en el monasterio –los Anales de
Ripoll I y II- es la historia del mundo y del tiempo cristianos, regidos
por las dos autoridades principales: el papado y el imperio. La perspectiva
política de los analistas de Ripoll se concentra, finalmente, en el espacio
local, el de los condados de Barcelona, de Urgel, de Besalú y de Cerdaña, y en
el superior poder político: el imperial de los carolingios, que se mantiene
como elemento de referencia incluso durante el gobierno de los reyes de los
Francos Occidentales, y después de Francia, aunque ya no tuvieran ninguna
influencia práctica sobre la vida política de los condados catalanes.
Es un mundo al que le falta
dinamismo, pautado por las muertes de reyes y condes que, de hecho, sólo
declara la legítima continuidad del poder. Un mundo en el que no encuentran la
manera de expresarse los actos políticos, sea de gobierno, sea militares, y ni
siquiera tiene razón de ser que sea entregado a la letra el carácter del conde
o un breve resumen de sus gestas. Las únicas noticias que conllevan, en sus
esqueléticas formulaciones, algo de actividad colectiva, la idea de una acción,
son las que hacen referencia a las dedicaciones de iglesias y monasterios.
Cualquier lector podía imaginar las ceremonias y los discursos, los nobles y
los altos prelados que, junto con el pueblo, habían acudido al acto de
dedicación -cum suma nobilissimorum
virorum hac mulierum ex longinco ibidem concurrentium, como recita la
dedicación del monasterio de San Lorenzo de Bagá del 21 de noviembre de 983 (Junyent 1992: 10).
No fue hasta bien entrado el
siglo XII cuando los analistas creyeron que un simple obiit no era
suficiente, que el hombre –rey o conde– era significativo no sólo por
pertenecer a un linaje, sino también por sus acciones y sus gestas. Y así
resulta evidente en los Anales de Ripoll II, en las entradas contiguas
dedicadas a recordar al conde de Barcelona Ramón Berenguer III y al rey de
Aragón Alfonso I el Batallador:
Era
MCLXVIIII, anno Domini MCXXXI. Obiit Raymundus comes Barchinone. Hic Amiliarum
et ducatum Provincie, pro uxore sua Dulcia, adquisivit, comitatum Busulnuensem
et Ceritaniensem comitatui Barchinone item adiunxit, deffunctis eorundem
comitatuum comitibus absque prole. Miles hic strenuissimus, largissimus et amabilis claruit. Maioricas cum
Pisanis cepit. Saracenorum
triumphator mirabilis fulsit. Tributa ab Ilerda, Tortosa et Valencia accepit.
Marte quidem, communi sed optime fine, apud Barchinona, dormivit in domino. In
monasterio vero Rivippullensis sepultus quiescit. Huius filius Raymundus
Berengarius regnum Aragonensis postea adquisivit, ut infra legitur.
Era
MCLXXII, anno Domini MCXXXIIII. Obiit Ildefonsus rex Aragonensis apud Fragam, ubi et Centullus de Bie[r]n,
Aymericus de Narbona ac multi alii christiani perierunt. Hic mirabilis
Sarracenorum debellator nituit, nam Saragustam urbem opinatissimam, et
civitatem Tirassonam, et mirabile opidum Tudelam cepit, preter alia opida plura
que regno suo adiecit. Quiescit apud Montem Aragonensem. Huius frater
Rainimirus
monachus in regnum sublimatur, quia nulla eius proles remanserat. Qui
Raynimirus uxorem accipiens, filiam ex ea suscipiens, cum foret in utiles
regno, ipsam filiam Raymundo comiti Barchinone cum regno tradidit, et ipse in
monachatum finivit vitam.
Si tuviéramos que razonar únicamente en función del
género literario, no habría lugar a dudas y preguntas: todos los anales menores
son así de escuetos y esenciales. Igualmente, si tenemos en cuenta que un texto
historiográfico no responde únicamente a reglas de género, sino que, más bien
al contrario, depende de la capacidad y maneras de una sociedad de verse y auto-representarse,
habrá que contextualizar la producción historiográfica de los condados
catalanes de los siglos X-XII, ya que no es hasta el final del siglo XII cuando
se percibe algún cambio. Eso no implica dar explicaciones sin más, pero sí
aportar algunos hechos que ayuden a razonar y entender.
No es que no haya en absoluto producción literaria de argumento
histórico, puesto que al menos en esta época hay algunos epitafios y un himno
en honor del Conde Ramón Borrell, debidos a la pluma, posiblemente, del abad Oliba
de Ripoll. Asimismo, este tipo de elogios, como acabo de mostrar, no entra en
los anales hasta mediados del siglo XII. Los condados catalanes, como también
Aragón y muchas otras tierras europeas, no elaboran otro pensamiento sobre su
presente y su pasado que no sea el de la legitimidad en el gobierno de las
tierras. Sin embargo, no hay narración sin ulterior elaboración. No será
casualidad que la historia catalana –al contrario de lo que ocurre en el siglo
XI en muchas partes de Europa y, sobre todo, en la corona de Castilla, rica en
este tipo de materiales- no tenga ni leyendas ni, aún menos, poesía épica.
Hasta el final del reinado de Jaime I no hay una reflexión orgánica sobre el
significado del pasado y del presente. Lo único que interesa es afirmar una
legitimidad, no razonarla. Si los condes han transmitido de padre a hijo
historias de sus antepasados, éstas no eran percibidas como algo público, como
un valor ejemplar, ni siquiera literario. No en balde, como veremos, es con
Jaime I cuando se inicia la tradición de historiografía ampliamente narrada,
rica en detalles y en valores míticos.
No se puede afirmar sin más que
no exista ninguna forma de reflexión histórica o que el recuerdo más o menos
detallado nunca sea entregado a la escritura, sino que esto se realiza en otros
lugares y contextos. El pasado, remoto o reciente, adquiere significación en
cuanto razón y causa de un acto puntual, no como síntesis colectiva. Así como
ocurre también en Aragón, es la documentación (y no los textos) la que nos
presenta referencias bien a la fundamental reflexión genealógica, que vertebra
la concepción del poder a los condados catalanes (Salrach en prensa), bien a acontecimientos de forma más
detallada y elaborada respecto a los anales.
Uno de los casos más clamorosos
de este proceder es el que encontramos en el acta de dedicación de la nueva
catedral de Barcelona, acaecida el 29 de noviembre de 1058. Para dar solemnidad
al acto, el redactor del documento, quizás inspirado por el obispo Guislaberto,
de la familia de los vizcondes de la ciudad, hace un pequeño tratado de
historia, donde se mezcla la del cristianismo con la de la Península y la de la
ciudad, bajo una perspectiva y con una compleja interpretación de los
acontecimientos como no encontramos otra en textos historiográficos (Cingolani: en prensa a).
Toda la historia de este siglo
XI y de sus precedentes se tiene que reconstruir a partir de fuentes
documentales y en ocasiones de fuentes narrativas árabes o castellanas. El
único ejemplo de narración, y de carácter legendario, elaborada en este siglo
es la historia del primer, y mítico, conde de Barcelona: Guifredo de Arriá,
presunto padre de Guifredo I el Velloso (870-897). Tal y como se nos conserva,
se debe a la pluma del autor de la redacción primitiva de los Gesta comitum
Barcinonensium, que, como veremos en breve, fueron redactados entre 1180 y
1184. Con todo, esta leyenda es una falsificación, posiblemente originada y
formulada para un documento, elaborada en la cancillería del conde Ramón
Berenguer I hacia mediados del siglo XI. No se trata de la lenta transformación
de remotos hechos históricos, sino de la voluntaria modificación de ellos, y de
lo que de ellos quedaba en la documentación, para justificar el derecho del
conde a gobernar y a imponer su ley a sus vasallos rebeldes. La nueva
estructuración feudal del condado busca su legitimidad en el acto remoto con el
cual el rey de Francia le entrega la tierra al conde juntamente con la
autoridad real, la necesaria legitimidad para poder legislar y erigirse en
máxima autoridad central frente a las tendencias centrífugas y autonomistas de
los nobles.
El inicio de una tradición de
escritura histórica, así como los cambios importantes en sus formas y
problemáticas, son consecuencia de actos de reflexión y conciencia política.
Aunque pueda parecer un hecho forzado, me parece demasiada coincidencia que la
primera producción, aunque tan simple y elemental como los anales, sea
contemporánea del momento en que los condes de Barcelona empiecen a sentirse
autónomos –independientes es una palabra demasiado fuerte- respecto a la
autoridad real franca. Este sentimiento fue reforzado por el cambio de dinastía
de los carolingios a los capetos y se simboliza en la negativa del conde
Borrell II de jurar fidelidad al nuevo rey, justificada, por lo menos desde un
punto de vista de teoría del poder, por la absoluta y secular fidelidad a la
dinastía carolingia que, con la conquista de Gerona y Barcelona, había dado
origen a los condados catalanes. Y me parece demasiada coincidencia, también,
que la composición de la primera crónica, los Gesta comitum Barcinonensium,
sea apenas posterior al cambio en la datación de los documentos,[1]
y cuando el conde-rey Alfonso II el Casto, o el Trovador, ya mayor de edad,
había empezado a reflexionar, junto con los juristas de su curia, sobre el
origen y los derechos de su poder, ahora condal y monárquico al mismo tiempo.
La redacción de la crónica sigue en pocos años a las primeras constituciones de
Paz y Tregua, ahora del conde y ya no de Dios (Fondarella 1173), y precede a la
compilación del Liber Feudorum Maior (1192 ca.), el gran
cartulario, ricamente ilustrado, donde se recogen todos los derechos de
propiedad del monarca. Y son también los mismos años en que se empieza a
elaborar la ideología condal ‑tan importante y determinante hasta la
extinción de la dinastía en 1410- que propone seguir y superar el ejemplo de
los antepasados. (Cingolani
2006).
Los Gesta comitum Barcinonensium es un
texto bastante breve, compuesto en cuatro momentos distintos, entre 1180-1184 y
1270. Ahora lo que interesa no es tanto su significado cuanto su aspecto
literario y comunicativo.[2]
Además de los capítulos iniciales, que están dedicados a relatar la leyenda de
Guifredo I el Velloso y de su padre, que determina la infeudación definitiva y
la transmisión hereditaria al interior de la misma familia del condado de
Barcelona, lo que queda del texto es poco más que una mezcla de genealogías y
anales, tal vez inspirado, por su estructura inicial (un relato seguido de genealogías),
por el principio del libro del Génesis.[3] Los
anónimos monjes cronistas ni han encontrado demasiados materiales ni han
querido relatar muchos hechos, ni siquiera cuando podía estar a su disposición
tanto la documentación del archivo del monasterio como los relatos orales o la
memoria local. Sólo emergen del olvido unas pocas batallas, sin ninguna forma
de relato más allá de la simple mención, o el carácter triunfador y legislador
del conde Ramón Berenguer I. La dura lucha de siglos contra los musulmanes, los
enfrentamientos con los reyes de Aragón por el dominio del bajo valle del Ebro
y la dificultosa tarea de imponer la autoridad condal sobre los nobles
rebeldes, o simplemente reacios a someterse, no han dejado ningún rastro en la
narración. Amén de cualquier posible elemento legendario surgido, por ejemplo,
del trágico homicidio del conde Ramón Berenguer II por parte de su hermano
gemelo, Berenguer Ramón II, que fue derrotado dos veces por Rodrigo Díaz el Cid
y murió en Ultramar como cruzado.
Como he dicho, la única parte del texto que llega a adquirir una
cierta dimensión narrativa es la primera, el relato de la muerte de Guifredo de
Arriá, la educación, también sentimental, de su hijo en la corte del conde de
Flandes y la posterior recuperación del condado de Barcelona. Es un relato
estilísticamente cuidado, de tal modo que un revisor, posiblemente el que
trabaja entre 1258 y 1268, modifica en algún pasaje el texto, como es el caso
de la frase inicial, originariamente Antiquorum
nobis relatione compertum est quod miles quidam fuerit nomine, corregida en
Ut antiquorum nobis relatione compertum
est, fuit miles quidam nomine [I, 1].
Aun así, y posiblemente debido a la formulación del original, el
relato es sólo moderadamente literario, hasta el punto de dejar muchos pasajes
oscuros o sin explicar. Este texto se toma como modelo de tal manera que
ninguno de los historiadores posteriores que volvieron a relatar la leyenda
aportó modificaciones significativas o amplió la narración. Para que en la escueta
biografía del primer conde se introdujera un nuevo elemento legendario
tendremos que esperar hasta mediados del siglo XVI, cuando el cronista
valenciano Pere Beuter difunde la leyenda de las cuatro barras, origen del
escudo de los condes de Barcelona.
El otro aspecto significativo
del texto es su dimensión comunicativa, el valor y significado que adquiere a
raíz de su difusión, una dimensión que permite observar cómo la ideología de la
cual es portador se propaga y se hace pública. Hasta el año 1268, momento en el
que posiblemente el rey Jaime I pidió una copia, el texto quedó absolutamente
oculto en el interior de un manuscrito, el actual París BNF lat 5132, f.
23v-25v, guardado en la biblioteca del monasterio, ya que, según parece, ni
siquiera en la corte condal existía un ejemplar. El texto, por su función
eminentemente demostrativa de la legitimidad de un derecho, es más bien un
documento y como tal se conserva en un monasterio, práctica muy común en los
reinos hispánicos hasta finales del siglo XIII, antes de la constitución y
definitiva estructuración de los archivos y de las cancillerías. Es como uno de
los libros cerrados presentes en tantos mosaicos y frescos de la tarda
antigüedad y del alto medioevo: importante por su valor simbólico, no por su
efectiva posibilidad de comunicar un mensaje.
Hay otros aspectos que merece
la pena destacar, ligados bien a lo que se podría definir como la posibilidad
ideológica de escribir historia, bien a las características de la memoria y de
su expresión. Hasta el final del siglo XII la historia parece ser
mayoritariamente un privilegio real, bien para declarar su legítima
continuidad, como puede ser el caso de los carolingios con respecto a los
merovingios o de los normandos con respecto a los reyes anglo-sajones; bien una
novedad, la de los capetos; bien una cosa y la otra al mismo tiempo, como
sucede con la historiografía asturleonesa. En este panorama son pocos los
linajes condales que se declaran en un texto historiográfico, y representan
excepciones significativas por su hecho diferencial o por su temprana
conciencia política, como es el caso de los duques de Normandía, con el De
moribus et actis primorum Normannorum ducum de Dudone de Saint Quentin, de
1015-1026, o, a finales del mismo siglo, el Fragmentum andegavensis
relativo a los condes de Anjou. La historiografía de los unos y de los otros
recibirá un nuevo impulso en el momento de la fusión de las dos estirpes y la
ascendencia al trono de Inglaterra.
Otros linajes –y pertenecen
todos al antiguo regnum Francorum-, como los condes de Flandes, sólo
producen relatos genealógicos parecidos al de los condes de Barcelona. El hecho
que destaca en estas historias condales es el de la legitimidad y la
continuidad, no el de los orígenes. Es únicamente la presencia y difusión de la
literatura romance la que permitirá la elaboración de mitos originarios para
algunos de estos linajes, como los condes de Guines o los Bouillon, condes de
Lotaringia, hacia finales del siglo XII. Me parece bastante razonable sostener
la hipótesis de que las familias feudales tuviesen y transmitiesen de padre a
hijo la memoria de los hechos notables de sus antepasados, pero esta
transmisión oral, como ya he dicho, no encuentra una sistematización escrita
hasta muy tardíamente. No parece que se sienta la necesidad de conservar esta
memoria más allá de las posibilidades personales. El caso de los condes de
Barcelona es un caso evidente de este fenómeno, o no podríamos explicar cómo,
por ejemplo, no se recuerde nada de la muerte en batalla de Guifredo el
Velloso, hasta el punto de confundirlo con su hijo, Guifredo II Borrell –hecho
que se puede explicar únicamente como un error de interpretación de
documentos-, y que nada, de nuevo fuera de los documentos, se recuerde del
conde Borrell y sus luchas con Almanzor –hasta que alguna memoria muy imprecisa
y transformada se redacte hacia 1270 (Cingolani 2005-06).
El acto de memoria, al menos
hasta el final del siglo XII, es un acto de rememoración personal que, al igual
que los prólogos narrativos de los documentos, encuentra su razón y momento de
expresión en un acto privado y puntual, no como reflexión histórica de más
amplio alcance. Tal vez esto se deba al importante papel que la oralidad, con
respecto al de la escritura, mantiene aún durante todo el siglo XIII (Clanchy 1993: 263). Probablemente se
deba a la exigencia y percepción de que lo que cuenta demostrar es más la
continuidad que el origen familiar o las gestas.
En lo
que afecta a Cataluña con respecto a Francia, por ejemplo, también se tiene que
considerar que la primera es, durante todo el siglo XI, una tierra de profunda
cultura escrita, especialmente científica y documental, pero escasamente
literaria, en especial si dejamos de lado al monasterio de Ripoll y a su abad
Oliba (Zimmermann 2003). El cultivo de la literatura, sobre todo en
romance, no se da hasta el último tercio del siglo XII, cuando aparecen
los primeros trovadores catalanes y Alfonso II se hace protector de la nueva
literatura, que él mismo practica. La lírica no lleva a reflexionar sobre el
tiempo y sobre los hechos -las gestas-, sino sobre el momento y los
sentimientos personales. A la lírica pertenece el análisis moral, no el
histórico, y no será casualidad que las tierras que dieron origen a esta forma
literaria fueran tierras en las que la producción historiográfica fue escasa (Bisson 1990), al contrario de las que
vieron florecer la épica y la novela: el norte de Francia, Inglaterra y el
Imperio alemán.[4]
Es, por tanto, la conjunción de
un fuerte sentido personal con la necesidad de buscar y definir orígenes, la
investigación del pasado a la búsqueda de razones y no solamente de legitimidad
lo que, al menos en el caso de la Corona de Aragón, impulsa y genera un cambio
radical en las formas y en el significado de la escritura histórica. Esta
responsabilidad le toca al rey Jaime I.
El Libre dels fets, que
el rey Jaime empieza a dictar hacia 1270, es seguramente una obra excepcional
pero no anormal. Jaime es el primer rey –y uno de los pocos- en escribir su
propia historia. Aunque sea excepcional, hay algunos elementos que permiten
explicar mejor su obra y situarla en un contexto cultural adecuado, como son la
expansión de la cultura entre los laicos en el siglo XIII, la difusión de la
historiografía en romance, sobre todo en Inglaterra, Francia y Ultramar, o la
presencia de historiadores no profesionales, algunos de ellos nobles, como por
ejemplo Geoffrey de Villehardoin o Jean de Joinville, cuyos trabajos son
dirigidos, amparados o inspirados por los reyes. Por otro lado, la pasión de
algunos monarcas por la historia se llevó al extremo en el caso del rey Alfonso
X el Sabio, contemporáneo y yerno de Jaime I, que, si bien no llegó a dictar
personalmente, sí ideó y participó activamente en un amplio y ambicioso
proyecto historiográfico,
Jaime no tenía las inquietudes
intelectuales de su yerno: tan sólo disponía de una formación cultural mínima,
alguna lectura básica de tipo jurídico y bíblico, y una competencia gráfica
poco más que elemental en el mejor de los casos. Pero se había formado en una
cultura de la escritura, como era desde hacía siglos la catalana. Conocía el
peso y el valor del documento escrito y, más de una vez, utilizó esta arma
contra los barones y nobles, tanto catalanes como aragoneses, aún vinculados al
mundo de la oralidad, ligados a la palabra dada y a la trasmisión memorística
de derechos y privilegios. A este respecto puede parecer una paradoja que el Libre
dels fets, tal como se ha destacado, sea un libro ideado y compuesto
oralmente, mediante el dictado, y no solamente esto, sino que la misma
gramática narrativa del libro y su estilo sea absolutamente oral (Pujol 1996). Pero eso no quiere decir
que el rey no sea perfectamente consciente de estar componiendo un libro, tal y
como muestran numerosas referencias internas en el transcurso del relato, y
que, aunque su quehacer fuera, se podría decir, preliterario, no sepa que está
haciendo y quiere hacer literatura histórica. Eso está claro.[6]
Aunque no sepamos cuándo empezó
a germinar en la mente del rey la idea de escribir una crónica, es bien seguro
que desde una época muy temprana había reflexionado mucho sobre la historia de
sus antepasados, bien los condes de Barcelona, bien (y quizás con más peso),
los reyes de Navarra-Aragón. También tempranamente había sido influido por la
ideología de su casa, la de la imitación de las gestas de los antepasados (Cingolani 2007a: 62-68 y Cingolani: en prensa b). Estos hechos fueron determinantes para inducirle
a escribir, junto a su ansiosa reflexión con respecto a su lugar y su papel en
esta antigua historia, a la paulatina pero implacable construcción de su imagen
como la de un nuevo mesías, y a la creencia de ser alguien predestinado, por la
excepcionalidad de su nacimiento y otras señales divinas, a cumplir grandes
gestas y a crear de nuevo los estados que su padre, Pedro II, le había dejado
casi en la ruina.
Aun así, es probable que el
estímulo para escribir su historia –en otras ocasiones he hablado casi de
obligación (Cingolani 2007: 46-47
y 2007a: 42)-, le vino de peticiones externas. Sería sugestivo poder demostrar
que suegro y yerno hablasen sobre este tema, que Alfonso X hubiese explicado a
Jaime, entonces patriarca de los monarcas ibéricos, sus proyectos
historiográficos (un buen momento hubiera sido la reunión en Burgos, a finales
de noviembre de 1269, en ocasión de las bodas del infante Ferrando de la Cerda
con Blanca, hija de Luis IX de Francia). Lo que parece más seguro, sin embargo,
es el insatisfactorio, y posiblemente chocante, contacto de Jaime con la obra
de Rodrigo Jiménez, que el rey podía haber leído en su versión catalana,
perdida, de 1266, y con los Gesta comitum Barcinonensium, que
fueron traducidos al catalán en 1268-69, muy probablemente por expresa voluntad
del rey (MHCA 1: 26-27).
A pesar de su insatisfacción
por el texto escueto, y por el pobre papel que su familia y él, sobre todo,
jugaban tanto en la crónica condal como, aún más, en la del arzobispo, Jaime I
da muestras de haber ya percibido el determinante significado de la historia
respecto a la sociedad y la cohesión de sus reinos (sobre todo, se tiene que
decir, el Principado de Cataluña) y la necesidad de que esta historia sea hecha
pública. Al mismo tiempo en que la maquinaria burocrática empieza a ser más
organizada, que tanto la administración pública real como la ciudadana, el
Consejo de Ciento, tienen unas oficinas estables y sus registros, el rey decide
depositar un ejemplar de la versión catalana –en esta forma, además, más
accesible al potencial público de lectores- en los despachos de las dos
cancillerías y, tal vez, también en los de los racionales (MHCA, 1: 23-26).
Ahora que seguramente había
entrado en contacto con una historia escrita, y ya no solamente con el patrimonio
de la memoria oral, y considerado el desajuste entre su percepción de la
realidad y la que le presentaban los textos, todo estaba listo para empezar su
propia tarea de historiador.
El rey se pone delante de sus
súbditos –en especial los catalanes, puesto que, según parece, no estaba
prevista una versión del texto al aragonés-, tanto los que están presentes en
el acto del dictado (como un tal Guillem de Pueyo que recuerda personalmente, y
que, tal vez, le ayuden a recordar y a buscar documentación cuando haga falta)
como los futuros. Y se pone también, tal vez más decididamente, delante de sus
antepasados y sucesores –«lexam aquest libre per memòria» (cap. 1)-. De esta
manera, su lugar en la historia queda demostrado y reivindicado, no sólo a
través de los hechos cumplidos, sino, y con más fuerza, a través de la palabra,
del relato de los mismos hechos, llevado a cabo de una manera rigurosamente
controlada para que todo sea y parezca como él mismo quiere. El texto sigue
siendo una prueba, y por eso el original, según parece, es depositado en la
cancillería, donde pudieron verlo y consultarlo el anónimo autor del Libre
dels reis, entre 1277 y 1280 (MHCA, 2), y Bernat Desclot, entre 1280 y
1288, porque ahora es una prueba pública, y ya no un símbolo escondido. Además
es muestra de cómo el rey, y el poder público, necesitan la comunicación.
Ya no es suficiente que el
monarca, en sus continuos desplazamientos por sus tierras, se muestre a los
súbditos para recordarles quién es el rey y su soberano, para garantizarles la
presencia de un ser superior al cual deben fidelidad, o cumplir con actos
públicos como las asambleas para la proclamación de la Paz y Tregua o las
Cortes generales. Un monarca que demuestra su función y su poder simplemente
mediante gestos de administración del poder. Ahora el rey siente la necesidad
de explicar no tanto su ser rey legítimo -ya que este es un derecho que le
viene de la sangre y de la ininterrumpida transmisión hereditaria-, cuanto su
ser personal: cómo ha cumplido con sus deberes con las tradiciones y
obligaciones del casal, cómo ha llegado a ser quien es. La palabra gana al
gesto, los actos ya no tienen sentido como precedentes de otros actos concretos
y puntuales, sino que el rey ha encontrado su sitio en el porvenir de la historia,
y Jaime identifica un pasado, un presente y un futuro, tiempos en los cuales y
para los cuales tiene responsabilidades. El rey se propone como modelo no
solamente por su sangre, sino por sus actos, y estos tienen que ser expresados
ya no por símbolos sino con narraciones.
Como notaba Nancy Partner: «speech frequently is
the event» (1985: 47). El Libre
dels fets es doblemente un evento de discursos, en cuanto un único y largo
discurso en sí mismo, y en cuanto repleto de diálogos y hasta oraciones oficiales,
del mismo rey, o de nobles y prelados. Posiblemente, el hecho de reproducir
tantos diálogos, en lugar de explicar simplemente eventos, sea un recurso
espontáneo tanto de la memoria como de una manera preliteraria de narrar –como
pasa a menudo en los relatos de personas de bajo nivel cultural. Sin embargo,
un acto tan complejo de palabra, como es esta crónica, revela también la
determinante importancia que la misma palabra, incluso como elemento político,
había ido adquiriendo a lo largo del siglo XIII. De esto el rey debía de ser
consciente y por eso la aprovecha.
Lo ocurrido en el reinado de
Jaime I, sobre todo la versión al catalán de los Gesta comitum y la
composición del Libre dels fets, con todo lo que significaban en cuanto
a modelos de escritura y a propuestas políticas en la percepción del pasado,
dieron definitivo impulso a la continuación en la composición de crónicas. Sin
embargo, después del narrador instintivo e historiador impulsivo, aunque gran
político y forjador de mitos, como era el rey Jaime, ahora tocaba a los
historiadores profesionales tomar el relevo y seguir el camino abierto.
No es fácil, en principio,
definir qué es un historiador profesional en la Edad Media, ya que, por
ejemplo, hay muchos que son autores de un solo texto. Aun así, si pensamos en
las categorías socioculturales de los que escriben historias durante los siglos
XI-XIII, es posible acercarnos a una definición más exacta y, al mismo tiempo,
perfilar mejor los modelos y los estímulos a la actividad de historiador. En su
gran mayoría -y de hecho todos los que se pueden definir como profesionales-
los historiadores son bien hombres de la iglesia, monjes o clérigos, bien de la
cancillería, secretarios o notarios. Es decir, son todos hombres de letras,
unos acostumbrados a los libros, y entre estos a las obras de los historiadores
antiguos, los otros, profesionales del recuerdo escrito de los hechos. Unos y
otros cercanos muy a menudo al poder político. En el territorio de la Corona de
Aragón, pertenecen a la primera categoría los continuadores de los Gesta
comitum, en la redacción que se tiene por definitiva, así como Galcerán de
Tous, probable autor de la Crònica del rey Pere, de 1286, y, hacia la
primera mitad del siglo XIV, B. de Canals, autor del Opusculum; y, a la
segunda categoría, el anónimo autor del Libre dels reis y Bernat
Desclot.[7]
No es raro entonces que suceda
todo lo contrario, que un historiador profesional reflexione sobre las
tradiciones, pero no tanto y no solamente las políticas, sino más bien las textuales:
la historia no sólo está compuesta de hechos, sino también de libros que los
relatan, y con los cuales se tiene que dialogar, porque son fuentes de
información y porque proponen modelos de interpretación que hay que desarrollar
y continuar, y que se tienen que corregir proponiendo otros distintos o
alternativos.
Este es el caso del primer
texto compuesto después del Libre dels fets, el anónimo Libre dels
reis, entre los años 1277 y 1280. Su autor es casi seguramente hombre de
cancillería, tal y como demuestra, por un lado, su conocimiento del original, y
no del arquetipo o cualquier otro testimonio de los Gesta comitum
catalanes (véase MHCA, 1: 14-17) y del Libre dels fets, que estaba
depositado en la cancillería; y por el otro lado, su proximidad ideológica con
el rey Pedro III el Grande (véase MHCA, 2: 52-76).
Aunque a un nivel muy inferior,
por complejidad y ambiciones, el Libre dels reis es un buen paralelo de
la Estoria de España alfonsí, sea por el intento de ofrecer un modelo
global, o general, de historia del mundo en sus relaciones con la península
ibérica -cada obra desde su particular punto de vista, relativo a la Corona
castellano-leonesa o a la Corona de Aragón-, sea por tener como una de las
principales obras de referencia a la Historia de rebus Hispanie del
arzobispo de Toledo. A este propósito quiero hacer una consideración acerca de
algunas similitudes entre la historiografía de la Corona de Aragón del último
cuarto del siglo XIII y la historiografía, directa o indirectamente, alfonsí de
la misma época. Me parece interesante anotar (aunque dudo de la existencia de
contactos directos entre los ambientes de historiadores de la Corona de Aragón,
que más exactamente tendríamos que llamar barceloneses, y los de la corte de
Alfonso el Sabio y de su hijo Sancho IV) cómo encontramos al mismo tiempo dos
concepciones historiográficas bastante distintas, sobre todo en el caso
alfonsí, que se materializan en diferentes redacciones de la misma obra: una
muy rigurosa a la hora de seleccionar las fuentes y de tratarlas retóricamente,
la otra mucho más dispuesta a la novelización y a la introducción de elementos
literarios y legendarios. En el caso alfonsí se trata de dos versiones de la Estoria
de España, las denominadas Versión fragmentaria y la Versión
amplificada; en el caso catalán justamente del Libro dels reis, que
depende en buena medida de los Gesta comitum, y del muy fantasioso –aunque
profundamente arraigado en los hechos- y fragmentario Libre de l’infant en
Pere, muy posiblemente de 1277-1285.
El anónimo autor del Libre
dels reis trabaja con unas esquemáticas leyendas, o recuerdos locales –que
hablan de la escasez de este tipo de memoria en Cataluña- y con libros,
básicamente el Pantheon de Gofredo da Viterbo, el Status Yspanie,
reducción manipulada de la historia de Rodrigo Jiménez de 1268, y los Gesta
comitum, más alguna otra puntual que no he podido localizar con seguridad.
Es un paso enorme con respecto a la memoria personal de Jaime I o a los
documentos y a los anales, fuentes de los Gesta comitum. Por primera vez
nos encontramos con un historiador que utiliza libros para construir su
narración de los hechos y que manipula las fechas que encuentra en ellos,
guiado por propósitos ideológicos. Finalmente, también por primera vez nos
encontramos, en la Corona de Aragón, con un historiador que tiene una
concepción, aunque limitada, de la historiografía como texto literario
narrativo, y que con esta finalidad aplica un modelo de estilo escogido y
predeterminado. Con respecto al quehacer preliterario de Jaime I, el anónimo
sigue el modelo señalado por la versión catalana de los Gesta comitum:
un estilo latinizante, en los dos casos producto de la traducción del latín,
pero sin exagerar, en línea con los mejores productos de la prosa de la
cancillería. Es en este momento cuando se establecen los fundamentos de la
prosa literaria catalana.
Este complejo proceso evolutivo
en que se van revisando las técnicas historiográficas, los criterios literarios
de la narración, el enfoque con respecto al pasado y los horizontes con
respecto al presente, sea como concepción de los orígenes sea como
deslocalización del sujeto de la historia, alcanza un nivel de máximo interés y
complejidad con Bernat Desclot, posiblemente canciller real y autor de la Crónica,
o mejor Libre del rei en Pere i dels seus antecessors passats. De su
obra poseemos dos redacciones bastante distintas, la que siempre se ha leído y
una primera redacción que he tenido la suerte de poder descubrir en 2003. La
posibilidad de comparar su manera de hacer a lo largo de unos ocho años –la
primera redacción fue escrita entre 1280 y 1286, la segunda entre 1286 y 1288-,
los criterios con los que rehace su texto y lo corrige son del máximo interés,
también por lo que afecta al tema de este artículo.[8] El problema
de la comunicación y del estilo literario es un problema central para el
historiador como consecuencia de la importancia determinante de la misma
comunicación en la acción política del rey Pedro III y por su utilización, con
criterios que modernamente definiríamos mediáticos, en las dos guerras por él
libradas, en 1282-83 en Sicilia contra Carlos de Anjou y en 1285 para
contrarrestar la invasión francesa, ya que el rey Felipe III, como su tío
Carlos de Anjou había hecho con el reino de Sicilia contra Manfredo, pretendía
entrar en Cataluña y arrebatar sus dominios al excomulgado rey de Aragón, con
la ayuda del hermano de este, Jaime II rey de Mallorca.
El mundo había cambiado mucho a
lo largo del siglo XIII, y la comunicación pública había ido adquiriendo un
papel cada vez más importante en un espacio político cada día más europeo. Ya
Jaime I había dado amplia publicidad a sus victorias sobre los musulmanes de
Mallorca y de Valencia, hasta el punto que he sugerido que la elección de
empezar con la conquista transmarina en lugar de seguir por tierra hacia el
sur, como había sido tradicional en los reyes de Aragón y, hasta cierto punto,
en los condes de Barcelona, se debía justamente a la mayor resonancia de la
empresa (Cingolani 2007a: 161-182).
También Carlos de Anjou, el gran enemigo de Pedro III, había sido muy hábil en
utilizar las armas que le confería la propaganda (Barbero 1983).
Sin embargo, aún no había
llegado Pedro III, que será quien lleve esas posibilidades hasta límites
desconocidos para la época. La campaña de invasión de Sicilia fue
cuidadosamente preparada con gran secreto entre sus súbditos, y una atenta
labor diplomática entre los posibles aliados, mientras los preparativos
militares iban disfrazados de cruzada. En junio de 1282 el rey pone sus velas
rumbo al norte de África, una vez los mensajeros sicilianos le habían asegurado
el éxito de la rebelión. Desde allí, el rey hace un último intento para que el
Papa ayude a la cruzada, en la absoluta seguridad de su negativa. En este caso
tenía la excusa perfecta para poder acudir en socorro de los sicilianos. Una
vez el rey Pedro ha tomado la decisión, y ha convencido a su ejército de la
empresa, su primera acción es escribir al rey Eduardo I de Inglaterra, que
creía su aliado y con el cual se planeaba estrechar la alianza con un
matrimonio entre sus hijos. La razón de la carta, que es una pequeña obra
maestra de comunicación política, es la de difundir de inmediato la que había
de ser la versión oficial aragonesa, repetida los meses siguientes una y otra
vez en cartas dirigidas a Italia y buena parte de Europa:
Dilectioni
regie presentibus intimetur, quod nos, ante recessum nostri viatici armate
nostre, videlicet, in quo sumus, cum proponeremus illam ad Dei servitium
facere, misimus nuncium nostrum ad summum Pontificem, ut nobis, super eodem
negotio, subsidium largiretur. Quem idem nuncium dictus summus Pontifex, audita
supplicatione nostra, timens an regem Sicilie accederet, sine responsione
aliqua relegavit. Postmodum vero cum venerimus in Barbariam, ad locum,
videlicet, de Alcoyl, ad exaltationem fidei Christiane, adhibito consilio
richer hominum nobiscum existentium, destinavimus iterum ad dictum summum
Pontificem nostrum nuncium, super eo, videlicet, quod nobis in prosequendo
facto per nos inchoato, subveniret, nobis decima per Ecclesiam in regno nostro
recepta, et concederet indulgentiam apostolicam
nobis et illis qui nobiscum essent, et etiam quod terram nostram et ipsorum
reciperet sub protectione Ecclesie et commodo. Cui nuncio dictus summus
Pontifex fecit quandam dilatoriam impensionem, distulitque sibi tradere
literam. Cumque nos resisteremus
inimicis fidei, ut nostrum erat propositum si dicto summo Pontifici
complaceret, venerunt ad nos nuncii quorundam locorum et civitatum regni Sicilie,
exponentes nobis et supplicantes quod ad regnum ipsum accederemus, quia omnes siculi unanimes et concordes nos in
eorum dominum invocabant. Nos, siquidem advertentes quod istud esset nobis et
dominationii nostre honorificum et utile, accedere ad dictum regnum Sicilie cum familia nostra et stolio,
ad habendum et impetrandum ius quod illustris et bona consors nostra, domina
regina Aragonum et filii nostri habent in eodem regno, proponimus, et erit decus nostrum et nostrorum, domino
perhibente (Cingolani 2006a:
405-406).
Sin
entrar en demasiados detalles, se puede decir que se llegó al punto álgido de
esta guerra mediática con el desafío de Burdeos, uno de los acontecimientos más
incomprensibles del siglo, también para los mismos contemporáneos. Oscuras, y
tal vez irracionales, fueron las intenciones iniciales. Pedro III sobre todo
utilizó la espera, las dudas y la incertidumbre que generaba el acontecimiento,
una vez fracasados los intentos de capturar al enemigo, para llamar la atención
de todo el mundo sobre el desafío, sus condiciones y sus derechos. Además de la
jugada publicitaria de acudir al teatro del duelo prácticamente solo, y a pesar
del peligro que le acechaba, para mostrar su valor y el de su gente. Pocos en
lucha contra los gigantes: la Iglesia, Francia y Nápoles.
Al fin y al cabo, fue un desafío más de palabra que de acciones,
como demuestra el intercambio de cartas entre los dos contendientes, la enorme
difusión dada al manifiesto que fijaba las condiciones del duelo y las
sucesivas misivas, enviadas por los dos duelistas, a sus aliados para
explicarles su versión de los acontecimientos.
Hasta tal punto fue un duelo de
palabras que se conservan por lo menos dos ulteriores intercambios apócrifos,
posibles ejercicios escolares sobre un tema tan propicio para la retórica (Cingolani 2006a: 453-490 y 720-723).
El rey Pedro mantendrá viva su
comunicación con las repúblicas italianas, la Curia papal y el emperador con
anterioridad a la invasión francesa del verano de 1285, y con otros también a lo
largo de la guerra, como muestra, por ejemplo, la magnífica carta en romance
que envía a los mallorquines para comunicarles la traición de su rey, datada en
Coll de Panissars, 11 de mayo de 1285/ Barcelona 28 de junio 1285, de la cual
puedo citar sólo un fragmento:
Ab gran
amargor de cor nos cové de fer saber a vós la mala volentat que·l rey de
Malorches, nostre frare, nos à mostrada, no solament per paraula o per
semblant, mas per obra, tan fortement que, per ço que a nós pogués fer
dampnage, no à vulgut guardar dampnage seu meteix, ne de sos cavallers ne de
sos sozmesos, qui foren et són naturals del sennor rey nostre pare et nostres
et seus, ne y à vulgut esguardar la fraternitat en què és ab nós, ne la
cuvinença la qual és entre nós et él, ne la sennoria mayor que nós y avem,
segons que vós avets oït et sabetz. et sapiats que, pus nós fom en aquestes
guerres, lo requesem moltes vegades ab gran instància que·s vis ab nós per
parlar ab él, axí con aquel ab qui tans de bons deutes avíem, per aver son conseyl
et sa ayuda, la qual vista no·ns volc atorgar ne aver ab nós. Aprés, pus él no
pudíem veer, requesem-lo per nostres missatges que, si él dubtave de fer-nos
valença a palès, que·ns feés ayuda secretament de diners, et que poguéssem
ésser certs de la sua bona voluntat que devia aver ves nós. Et con no poguéssem
aver d’él neguna bona re[s]posta sobre açò, requesem-lo per nostres missatges
que·ns feés valença per rahó de la dita cuvinença, la qual él nos denegà molt
durament, posan raons et escuses que no·n eren bastans ne l’escusaven, que eren
molt cruels e d’àvol enteniment, les quals són vergonnoses et doloroses de
recontar. encara, nós, jatsia ço que·l contrari n’entesésem et coneguéssem en
partida per àvols semblans, fiàvem et avíem esperança que la noblea de la sua
sang e·ls grans deutes que avem ensems li donassen a rregonèxer et a fer son
deute ves nós. Et açò esperam tant con més poguem, ço és a ssaber, tro que·l
rey de France ab ses hosts fo a Tolosa vinén contra nós et nostra terra, et nós
som venguts a Figueres per defendre-nos. et con a nós donàs hom a entendre per
cert que·l dit rey de Malorches cuytave lo rey de France per venir tost o de
trametre de sa companna en Rosselló, tramesem-li En Berenguer de Rosanes,
cavaller nostre, que·ns maravellàvem con él trametia per nostres enemics ne·ls
volia metre en sa terra contra nós; encara que·ns volíem certificar d’él que,
pus nostres enemics passaven segurament per sa terra per fer mal a nós, si nós
et nostres valedors ne poríem passar per fer mal a nostres enemics, que no·ns
calgués tembre d’él ne dels seus hòmens; e él denegà’ns-o tot. On nós veén que
no avíem més temps que soferre o poguéssem, con aguéssem entès per cert que él
avie fetes cuvinençes contra nós ab lo rey de France et ab l’Esgleya, et axí o
mostrave él per obra, donan a éls ayuda de viandes et de ferre et d’altres
coses de la sua terra, et denegan aquelles a nós et a nostres hòmens, et axí o
avem nós trobat puix, et o podem mostrar per veritat et per cartes, aguem a
enantar forçadament contra él, axí que ab cavallers e ab companna nostra presem
lo castel de Perpennà, on eren él et la regina e·ls enfants. Et él estan en nostre poder,
demanam-li que·ns feés retre los castels et totes les forces de sa terra,
que·ns en poguéssem defendre et ayudar contra nostres enemics, et sap Déus que
açò fèyem a profit nostre et seu, per ço cor él los devie deliurar al rey de
France; et si a nós les agués liurades, ab la ayuda de Déu nós les àgrem bé
deffeses, et él et els seus ne pogren ésser en millor esperança de nós que dels
francesos, dels quals és sabuda cosa, et provada de tant de temps, con memòria
d’òmens basta, que n’és mal près a tots aquels qui si meteixs ne lur terra an
mesa a neguna mercè lur. Però con agués atorgat de liurar-les-nos, no·n plach
nostre Sennor que·s vencés de la sua mala volentat, et de nitz exí del castel
et fugí, que nós no·l vulíem fer guardar axí com a pres, et lexà la regina et
sos fils.
[...] (Cingolani 2006a: 743-745).
Finalmente, la victoria contra
los invasores, lograda con la sabiduría y la estrategia más que con la fuerza,
dada la enorme disparidad numérica entre los ejércitos, y, en fin, gracias a la
invencible armada del almirante Roger de Llúria, se materializa en una
explosión de júbilo entregada al papel y a la propaganda en una carta, datada
en Barcelona a 14 de octubre 1285 y dirigida entre otros a los reyes de
Inglaterra, de Castilla y de Portugal (y tal vez al emperador Rodolfo de
Absburgo), que es una absoluta obra maestra de retórica civil, y que contrasta
radicalmente, por el tono y las intenciones, con la versión de los hechos más
políticamente correcta que dieron en su momento Desclot y, más tarde, otros
historiadores de los siglos XIX y XX:
Dignum
duximus, et expediens fore decrevimus, vestre celsitudini tanquam honoris in
omnibus participi et consorti statum nostrum ac regni nostri, et ea que circa
nos acta sunt, hiis temporibus intimare. Noverit igitur, excellencia regia,
magnificum principem Philipum, felicis recordacionis regem Francorum illustre,
et suis non contentum finibus nec diviciis saciatum, set pocius sicientem,
regnum nostrum suo quod absit imperio subiugare, terram nostram cum multitudine
bellatorum hostiliter invasisse, ac comitatum Impuriarum pro parte sui maxima
ocupasse, et Gerundensem civitatem copioso exercitu obsedisse. Ipsamque tandem
habuisse infra trium mensium spacium, propter magnum deffectum victualium eorum
qui circa prefate civitatis custodiam fuerant deputati, personis tamen eorum
cum omnibus bonis suis ex pacto permissis inde exire libere et abire. Set Rex
regum et Dominus dominancium, iustus iudex qui superbis resistit humilibus,
autem dat gratiam tantam iniusticiam ac superbiam que contra nos fiebat,
ulcione divina percellens actusque nostros pia miseracione disponens, conatus
nepharios regis prefati et suorum non permisit ad effectum, iuxta ipsorum
inordinatum desiderium, pervenire. Set quia mortem peccatorum non vult, set
pocius ut convertantur et vivant, primum in eos sue correctionis virgam
inmisit. Ipse namque in prefate civitatis obsidione manentes, multos barones ac
alios milites, tam ex vulnere quam ex egritudine,
ac pene ·XL·
equorum millia, amiserunt. Et quia nondum perverse agere quieverunt, nec virgam
correctionis huiusmodi salubriter receperunt, eosdem Dominus sue punicionis
baculo flagellavit. Stolium enim nostrum regni Sicilie, quod circa
adquisicionem civitatis ac principatus Taranti moram traxerat, que nobis de
partibus Calabrie adquirenda restabat, Barchinonam preveniens, nostroque stolio
Cathalonie coniungens ac felici navigacione procedens, cum stolio magno regis
prefati maritimum bellum inivit, ipsumque, Domino favente, devicit, et obtenta
palma victorie de hostibus trihumfavit. In quo quidem bello, preter admiratum
Escotum nomine et aliquos alios stolii regis
prefati, qui
nostro carceri mancipandi ad vitam fuerunt retenti, ultra ·IIIIor· millia hominum gladio ceciderunt, galeas et
naves, barchas et alia ligna quamplurima perdiderunt. Ante tamen quam ista
contingerent, decem tantum galee Cathalonie ·XXIIIIor· galeas regis predicti vicerant, et ipsarum ceperant alium admiratum
nomine Guillelmo de Lodeva. Set rex predictus, cum suis gallicis neronitzans,
more Neronii in flagellis induratus extitit, nec flagellum divinum cum
paciencia recognovit, et ob hoc iratus Dominus, tam ipsum regem quam in suos,
severitatem ipsius vindicte suo iusto iudicio exercuit evidenter. Nam rex
prefatus diu in partibus istis infirmitate retentus, viam universe carnis
ingrediens, diem clausit extremum, suosque complices, hostes nostros, immo
verius hostes Dei, de regni nostri finibus expellentes, in illius virtute cuius
adiuti manu Saul ac David ·X· millia percusserunt. Die dominica post festum
Sancti Michaelis et die lune sequenti vicimus, immo ipsos, ut loquamur verius,
vicit Deus, in personis et rebus eorum quasi inextimabili dampno dato, sic
itaque factum est actore Domino, ut comitatum Impuriarum ipsis ibidem
presentibus ab integro iurisdictioni nostre redito, hostes prefati tam in terra
subrubuerint quam in mari, hec autem magnitudini vestre ad gaudiorum cumulum
significare curavimus, sperantes immo scientes vos nobis de votivis successibus
congaudere, presertim cum hoc negocium tamquam vestrum proprium vos contingat
et res vestra gravatur in omnibus et per onnia in hac parte. Datum Barchinone ·IIº·
idus octobris. (Cingolani 2006a:
755-756)
Esos documentos demuestran con
suma evidencia cómo el trabajo de los cancilleres ya no se limitaba a la
redacción de documentos de carácter burocrático o administrativo. Y que la
comunicación política había alcanzado tanta importancia que su tarea ya
requería capacidades literarias –aunque en estos casos se pueda sospechar la
directa participación del rey. La oratoria política adquirirá un papel muy
importante a lo largo del siglo XIV. Sin embargo, tanto la presencia de
tratados como el Tresor de Brunetto Latini, entre otros, como el rastro
dejado por algunos discursos del rey Pedro en la crónica de Desclot, dejan ver
cómo durante el siglo XIII se iba recuperando este aspecto de la vida política y
civil que tan importante y determinante había sido para el mundo romano.
En una situación de tanta
densidad retórica, de tanto secretismo y, al mismo tiempo, de tanta
comunicación pública, ¿cómo podía comportarse y cómo había de reaccionar el
historiador Bernat Desclot? Resulta evidente por muchos indicios que pensaba
dar la máxima difusión posible a su obra. Que no lo lograse fuera de los
territorios del Principado de Cataluña no empaña las que eran sus intenciones y
sus prioridades. Que esto es así lo demuestran, por ejemplo, numerosos detalles
de la
revisión de la segunda
redacción, que tenía que ajustarse al máximo a la versión oficial de la
propaganda real. Un ejemplo: mientras el rey Pedro se está entrevistando en
Tolosa con su cuñado, Felipe III de Francia, recibe una carta de su otro
cuñado, Alfonso X; así lo narra Desclot:
E stant
lo rei d’Aragó en Tolosa, sí li venc missatge del rei de Castella que no fahés
res ab lo rei de França qui fos mimva de sa terra, ne de res del seu, si doncs
no li n’era profit e honor per lo feit
de Sicília, que ell era apparellat que li ajudaria contra tots los hòmens,
e faria tot ço que ell volgués per amor de sa sor, qui era muller sua. Sobre
assò lo rei en Pere, quant hac entès ço que son cunyat li n’havia fet assaber,
partí’s de Tolosa ab son frare, lo rei de Mallorques e ab tota sa companya
(cap.76).
Los textos de la primera y segunda redacción son iguales, si
exceptuamos las palabras en negrita eliminadas en el momento de la revisión. La
versión oficial negaba toda premeditación a la empresa, como hemos visto, y
esto tenía que reflejarse también en el texto de la crónica.
Bernat Desclot, al contrario de Galcerán de Tous, posible autor
de la Crònica del rey en Pere,[9] no
solamente relata hechos de los cuales había sido testigo ocular, ya que su
posición privilegiada en la cancillería real le ponía en contacto con mucha
documentación, que será empleada como una de las fuentes principales de la
crónica. Se trata de cartas cuyo texto en ocasiones incluye y en otras resume,
y de referencias que le sirven para reunir material para la narración, como las
de batallas navales, sobre las cuales se basa -además de alguna posible
relación oral de testimonios directos- para montar su relato. No toda esta
documentación se encontraba a su alcance en el momento de escribir la primera
redacción, como demuestran algunos vacíos en el relato, de forma que tuvo que
completar la búsqueda de sus fuentes en el momento de revisar el texto para la
segunda redacción. Una muestra de ello es el relato de la rebelión de las
Vísperas Sicilianas, posiblemente traducción directa de la relación que
enviaron los sicilianos al rey Pedro entre finales de mayo e inicios de junio
de 1282.
Sin embargo no se trata solamente de esto, de utilizar los
documentos como fuentes para el relato de los acontecimientos, sino que hay
algunos aspectos retóricos en esta utilización que son de relevante interés. No
puedo aportar ejemplos detallados que demuestren lo que voy a decir porque
serían demasiados, y de muchos ya he tratado en los estudios citados, así que
valga la afirmación. Desclot, posiblemente influido por la lectura de
historiadores clásicos –pienso en especial en Salustio- hace un uso muy amplio
y refinado de los diálogos. Asimismo, no se trata de la reconstrucción
mnemónica o del típico estilo oral de Jaime I. Además, Desclot no estuvo
presente en la mayoría de los acontecimientos que relata. De esta forma utiliza
los documentos como material para construir los diálogos, sobre todo cuando se
trata de hacer hablar al rey Pedro. Esto resulta evidente, por ejemplo, cuando
el rey se dirige a los nobles de su consejo para decidir la expedición a
Sicilia (cap. 84 y 88); cuando habla a los sicilianos reunidos en la catedral
de Palermo (cap. 91), o cuando se dirige a Carlos de Anjou, sea para
intimidarle para que deje la isla (cap. 92), sea cuando se está fraguando el
desafío de Burdeos (cap. 99-100). No creo que esta manera de hacer las cosas se
tenga que atribuir a la falta de fantasía creadora. No solamente tenemos que
ver las cartas como material bruto de construcción histórica. Hacer hablar al
rey en la crónica tal y como hablaba en la documentación revela la intención de
mantenerse lo más fiel posible a la ideología oficial y, al mismo tiempo,
otorga un papel de autenticidad en su reconstrucción del rey. Finalmente, y no
me parece de importancia secundaria, se trata de adecuar el estilo del texto al
estilo de la comunicación pública, o sea, en última instancia, al de la
cancillería, a la búsqueda de un modelo estilístico y con la voluntad de no
crear fracturas retóricas entre el tono en que los personajes se expresaban en
la realidad documental y el que expresan en la reconstrucción historiográfica,
para reducir al máximo el elemento ficticio.
Eso no quiere decir, como por mucho tiempo se ha creído, que
Desclot sea un historiador objetivo, puesto que no existe esa clase de
historiadores ni siquiera a día de hoy, aunque lo intentemos. Su fidelidad a
los hechos no le impide modificarlos siguiendo criterios que son bien
literarios, bien ideológicos. Aportaré dos ejemplos.
Una vez rebelada Sicilia, Carlos de Anjou pone sitio a la ciudad
de Messina, puerta de entrada a la isla. Sin embargo, la ciudad resiste y las
cosas se hacen aún más complicadas cuando, el 1 de septiembre, Pedro III
desembarca en Trápani. Con la llegada de la mala estación y el acercarse del
enemigo a sus espaldas la situación se pone difícil. Hacia el 20 de septiembre
una embajada de Pedro III habla con el conde de Anjou y le insta a que se retire.
Carlos, después de un último y desesperado intento de tomar la ciudad, se ve
obligado a levantar el sitio, no sin graves pérdidas de hombres y recursos. El
5 de octubre Pedro entra triunfalmente en Messina sin haber librado ni un solo
combate. Creo que ni en sus más óptimas expectativas había imaginado un final
tan positivo. El ejército de Carlos era mucho más numeroso que el de Pedro,
unos 4.000 caballeros contra no más de 800, sin contar la infantería; además
Carlos ya había ganado dos batallas campales, en 1266 en Benevento y en 1268 en
Tagliacozzo, mientras Pedro sólo tenía experiencia de guerra de guerrilla
contra los musulmanes o los barones rebeldes. Como demuestra también su
estrategia en la guerra contra los invasores franceses, su intención sólo era
librar batalla cuando estuviera en condiciones de clara superioridad, así que
nunca se le había ocurrido pensar en encontrarse con Carlos en campo abierto.
Sus mejores armas tenían que ser las rebeliones, los almogávares y la flota.
Sin embargo, Desclot nos narra el episodio en que se le comunica
al rey que su enemigo –podríamos decir obedeciendo a su orden oficial– abandona
el sitio de Messina, de manera totalmente diferente y contraria a lo que, según
el cronista, el rey esperaba. Pedro se muestra incrédulo durante el primer
anuncio de la retirada. No puede aceptar que Carlos, el rey «pus valent e pus
poderós del món» se haya fugado «axí vilment» (cap. 95). Pero, un segundo
mensajero, que había asistido a la desastrosa retirada, le confirma la noticia,
además de proporcionar los números del poderoso ejército angevino: 14.000
caballeros, 50.000 infantes y más de 150 barcos. La respuesta del rey Pedro es
inquietante:
—Certes,
a mi pesa molt com lo rei Carles ha així desemparada la terra, que jo volgra bé
que el feit anàs en tal guisa que cascú pogués provar son cos per feit d’armes,
sí que la una part ne portàs lo llou per tots temps. E ço era la cosa que jo
havia tots temps desitjada, que jo em pogués combatre en camp amb nobles
cavallers e prous d’armes amb qui em pogués combatre amb mos gentils cavallers
(cap. 95).
La única explicación a semejante comentario, totalmente discorde
con los hechos, es que, a pesar de su habitual veracidad, el cronista está, en
primer lugar, retratando a su difícil héroe como un valiente caballero. Si no
ha podido ganar con las armas, que es lo que en la ficción retórica de la
literatura y la historiografía otorga el prestigio del valor, al menos que
demuestre semejantes intenciones. Un caudillo astuto, sagaz y afortunado no es
lo bastante heroico y modélico, a pesar de Ulises, en comparación con uno
valiente y ganador sobre el campo de batalla. En segundo lugar, el cronista ya
está introduciendo una explicación y un precedente a la aceptación del desafío
de Burdeos. Tal era la voluntad caballeresca del rey Pedro de juntar sus armas
con las del enemigo que, frustrado una primera vez, de buen grado acepta a la
segunda oportunidad.
Desclot, que seguramente sabía cómo habían acaecido las cosas
–hay que tener en cuenta que este episodio es una innovación de la segunda
redacción respecto a un texto neutro y lacónico a la hora de comunicar la
noticia de la retirada sin más, que aparece en la primera-, decide que sus
necesidades como historiador ‑que tiene que explicar no sólo un acontecimiento,
sino toda una serie de ellos, y proporcionar un retrato modélico de su soberano‑
son más importantes que la obligación de ser objetivo y fidedigno. Y modifica
el relato en consecuencia.
Lo mismo se puede observar a propósito del relato de la batalla,
o más bien masacre, del Coll del Panissars, el 30 y 31 de septiembre de 1285.
Como hemos visto en la carta del rey Pedro que anunciaba la victoria sobre el
enemigo, el tono de venganza es muy fuerte, la punición divina que cae encima
del enemigo es relatada con violentas expresiones de carácter
veterotestamentario. El rey no tenía intención de perdonar a nadie, ni siquiera
a sus súbditos ‑sobre todo prelados‑ que hubieran colaborado con el
invasor, tal y como muestra una carta del 6 de octubre de 1285, por la que los
expulsa de sus reinos bajo pena de muerte (Cingolani
2006a: 754). Sin embargo, toda esta retórica bélica –aunque se note en algún
detalle que Desclot la conoce‑ contrasta con la de la crónica, donde se
quiere realizar un retrato modélico del monarca –con vista al futuro‑ en
un tono de speculum principum. De tal manera que Desclot no tiene la
menor duda en cambiar totalmente las características de la situación
comunicativa, y hace que el rey Pedro pronuncie un discurso de noble retórica
civil, en el que pide disculpas a sus súbditos por los errores en la conducta
de la guerra -una de la críticas, equivocadas, que le dirigía el historiador- y
clemencia para los enemigos, discurso que tanto gustó a los historiadores
franceses del siglo XIX y a los catalanes del XX:
—Barons,
gran gràcia e gran honor nos ha feta Déus nostre senyor, no gens per mèrits
nostres, mas per la sua pietat, car, segons que tuit sabets, lo rei de França
entrà en nostra terra amb gran goig e amb gran alegria que hac a l’entrar, e
ara deu-s’hic eixir amb gran dol e amb gran vergonya, e amb gran pèrdua que hic
ha feta d’haver e de gents. E jo reconec bé, per raó de mi, que ha molt hom de
ma terra pres gran mal sens colpa e ha perdut ço que havia. Especialment, són
jo tengut fort d’aquest feit, car anc null temps no volguí consell de
vosaltres, qui el me donàvets bo e lleial, e tal que, per ventura, lo dan que
nostres enemics han feit a mi e a vós fóra menys que no és estat, si demanat
vos hagués de consell. E dic-vos que, si anc feit se poc menar desordenadament
per null hom, aquest sí és estat per mi. Mas nostre senyor Déus Jesucrist, a
qui no plau ergull mas humilitat, nos ha en nostres afers endreçats, a mi e a
vosaltres, que, segons que tuit sabets, no és cosa de creure, a null hom que
vist no ho hagués, les aventures e els afers que a nós són esdevenguts en esta
guerra, e de tot nos ha ben pres, la mercè de Déu. E, pus jo reconec ma colpa e
la gràcia que Déus m’ha donada, amb la bona ajuda e amb la bona voluntat que vosaltres
m’havets haguda e feta tots temps, prec e requir vosaltres tuit que, si anc fiu
nengunes coses que us vinguessen a desplaer, que em sia tot perdonat e no m’ho
guardets en aquest cas. E, pus Déus nos mostra tanta d’honor, que nostres
enemics, que són totes les gents del món, nos veem vençuts davant menys de
colp, prenam-ne venjança, que sien castigats de semblants coses a fer que han
fetes, e, tota vegada, hajam mercè e misericòrdia d’ells, pus Déus l’ha haguda
de nós. E, si tuit vos acordats a aquest enteniment ne aquesta voluntat,
digats-m’ho adés e, si no, digats-me, sens allongament, ço que vijares vos sia
(cap. 145).
El autor de la Rhetorica ad Herennium hablaba de la
historia como narración que, a su vez, es uno de los elementos que componen un
discurso. Al referirse a la narración, y se puede bien aplicar a un relato
histórico, decía:
Illud
genus narrationis, quod in personis positum est, debet habere sermonis
festivitatem animorum dissimilitudinem, gravitatem lenitatem, spem metum,
suspicionem desiderium, dissimulationem, misericordiam rerum varietates
fortunae commutationem, insperatum incommodum subitam laetitiam iucundum exitum
rerum (1. 8. 13).
No sé si el canciller Desclot había leído este tratado de
retórica. Es posible y estaba al alcance de la cultura de un profesional de la
escritura. Asimismo, se puede pensar que una formulación parecida le hubiese
llegado gracias a otro manual, a no ser que, simplemente, tengamos que pensar
en coincidencias. El mundo había cambiado, y no solamente los estudios de
retórica eran obligatorios o aconsejables para muchos profesionales, sino que
también, como muestra un manual de enorme difusión como fue el Tresor de
Brunetto Latini, la retórica y la comunicación política iban adquiriendo un
peso siempre más importante en las sociedades europeas, y de esta forma, aunque
involuntariamente, la escritura de la historia volvía a tener unos valores
parecidos a los que tenía en la antigüedad clásica. Como decía Cicerón:
historia
vero testis temporum, lux veritatis, vita memoriae, magistra vitae, nuntia
vetustatis, qua voce alia nisi oratoris immortalitati commendantur! (De
oratore 2. 9. 36).
Si pensamos que la verdad es la verdad del mensaje y de las
intenciones, y no la plana verdad de los hechos –igual que pasaba en la
hagiografía–, que el papel y la importancia de la memoria de los tiempos
pretéritos ya había sido invocado, entre otros, por Rodrigo Jiménez en el
prólogo de su Historia de rebus Hispanie, y de aquí había pasado a la
redacción definitiva de los Gesta comitum, y que el carácter didáctico
es principal en un speculum principum, que es como en parte se define la
crónica de Desclot, podemos pensar, sin afán de clasicismo, que estaría fuera
de lugar, que con la obra del canciller de Pedro III hemos vuelto al principio.
Stefano Cingolani
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[1] Después del
concilio de Tarragona de 1180 los documentos se datan por el año de la
Encarnación y ya no por el del reinado del rey de Francia.
[2] Ya he hablado de ello y hablaré más en extenso, véase Cingolani (2007: 16-27) y, sobre todo, MHCA, 4.
[3] Sobre el
aspecto genealógico del texto véase también Aurell
(2005), y sobre la importancia del sentimiento familiar Cingolani (en prensa).
[4] La crítica
anterior a la Guerra Civil había intentado rellenar esta ausencia
reconstruyendo, a partir de las crónicas, unos cantos de gesta modelados sobre
los cantos noticieros y la épica española. Sin embargo creo que la crítica más
moderna no solamente ha reconsiderado bastante la misma existencia de los presuntos
cantos noticieros, sino que también se ha encargado de demostrar que los cantos
de gesta catalanes, a pesar de lo que aún se creía en tiempos recientes, no han
existido nunca; véase Asperti
(1993), Cingolani (1991-92) y
(2004), y para la literatura española Catalán
(2000).
[5] Catalán (1992) y (1997), Fernández Ordóñez (2000).
[6] Por ejemplo
cuando escribe: «al començament del libre se demostra» (cap. 16 y 48), o
«aquells qui veurets aquest escrit» (cap. 7), o cuando introduce una descriptio
de la isla de Mallorca antes de ir a conquistarla, elemento descriptivo
absolutamente inútil para sus súbditos, que tienen que conocerla, y que apunta
a la voluntad de hacer una obra de literatura, considerada la importancia de
las descriptiones en las obras históricas clásicas y también medievales;
sin embargo, el texto aún no está organizado según las formas que la cultura
libraria más desarrollada ve necesarias, sino que esto se hará con la
traducción latina de Pere Marsili, en la segunda década del siglo XIV. Sobre
este problema véase Fernández Ordóñez
(2003).
[7] Para más
detalles, véase Cingolani (2007: passim).
[8] Buena parte
de lo que sigue es analizado en detalle en Cingolani
(2006a).
[9] Sobre este
y su texto, véase Cingolani
(2003-04).