Cesc Esteve

(King’s College London)

Orígenes, causas e inventores en la historiografía del Renacimiento

 

 

Abstract:. This article studies the formation of Early Modern historiography through examining the theories, methods and functions of one of its most conspicuous and relevant types, that which investigates the origins of historical entities and facts. By focussing both on the artes historicae and on a wide range of accounts about the foundation of cities, the invention of arts or the causes of wars, this article illustrates how Renaissance writers construct a scientific paradigm which sanctions the ideological, philosophical and rhetorical forms, purposes and values of the narrative of the origins and allows to understand that it is precisely because of its principles and methods that this kind of stories are so characteristic of Early Modern historiography.

Keywords: Early Modern historiography, philosophy of history, rhetoric, ars historica.

 

Resumen: Este artículo aborda la formación de la historiografía del Renacimiento a través del examen de las teorías, los métodos y las funciones de una de sus modalidades más relevantes, aquella que indaga los orígenes de acontecimientos, instituciones, artes y demás entidades históricas. Mediante el análisis de un repertorio significativo de artes historicae y de relatos sobre la fundación de ciudades, la invención de artes y las causas de guerras, este trabajo ilustra la construcción del paradigma científico que sanciona las formas, los propósitos y los valores ideológicos y epistemológicos de la narrativa de los orígenes y explica cómo y por qué sus principios y métodos convierten esta clase de relatos en un género característico de la historiografía renacentista.

Palabras Clave: Historiografía renacentista, filosofía de la historia, retórica, ars historica.

 

Fecha de recepción: 12 de julio de 2008.

Fecha de aceptación: 15 de septiembre de 2008.

 

En los estudios de la historiografía renacentista predominan los trabajos que abordan su formación, esto es, los modos y términos en que se concibe y se regula, se escribe, se lee y se utiliza el discurso histórico, a partir de sus autores, géneros y materias, del estatuto que la historia ostenta entre las artes y las ciencias, de sus relaciones con otras disciplinas de conocimiento y de aquellos principios y métodos que caracterizarían la modernidad de la historiografía de los siglos xv y xvi. Mi propósito, en este artículo, es examinar la historiografía del Renacimiento a partir de las formas y funciones que en ella adquiere y ejerce la idea de los orígenes. Atender a los sentidos e intereses y valores y usos que historiadores y filósofos de la historia prestan a esta idea, en la que incluyo los conceptos de causa e inventor, permite adoptar una perspectiva de análisis que puede incorporar, relacionar y, en ciertos casos, revisar algunas de las conclusiones que la crítica ha establecido sobre el discurso histórico en el Renacimiento.

Es oportuno destacar que, aunque adopta formas diversas, el interés por indagar los orígenes se extiende desde las historias y geografías de ciudades, naciones e imperios hasta las obras de las llamadas disciplinas colaterales, la historia sagrada, los compendios y enciclopedias de antigüedades y los catálogos y vidas de hombres ilustres, y se disemina además por el resto de sedes en que suele desarrollarse la historiografía cultural del siglo. Por ejemplo, en tratados de poética y retórica y en polémicas y discursos sobre las lenguas y las artes. Al permear todo el espectro de géneros históricos, el interés por los orígenes atraviesa las principales áreas temáticas en que suele dividirse la historiografía renacentista: la naturaleza, la política y la guerra, la religión y la cultura, e incumbe tanto a la investigación erudita del pasado remoto, cuanto al análisis de hechos recientes. Así, importa conocer, por ejemplo, de qué pueblo descienden los galos, cómo se fundó Florencia, cuáles eran las primitivas liturgias de la iglesia cristiana, cuáles fueron las causas de las guerras de religión que asolaron Francia durante la segunda mitad del siglo xvi y qué nación inventó la escritura.[1]

El alcance de este interés se materializa en la elaboración de obras que tratan, de manera monográfica, sobre los orígenes de pueblos, instituciones y lenguas: son los casos de los De originibus de Guillaume Postel, del Compendium de origine et gestis francorum de Robert Gaguin, o del Recueil de l’origine de la langue et poesie françoise de Claude Fauchet; de su popularidad da cuenta el éxito de obras que recuerdan a inventores y celebran sus hallazgos, como el difundidísimo De inventoribus rerum de Polidoro Virgilio y las de sus epígonos, Marco Sabellico y Alessandro Sardi; e ilustran los modos en que se manifiestan el interés y la popularidad de las historias de los orígenes empresas editoriales como la de Thomaso Porcacchi, que extrae de los relatos de historiadores clásicos, para compilarlas en un libro, las causas de las guerras antiguas.[2]

Fijar la atención en las formas y funciones que adoptan los orígenes, concebidos de manera inclusiva, permite también detectar coincidencias y conflictos entre la práctica y la teoría de la historia del período renacentista, y restablecer vínculos entre frentes que la crítica ha tendido a aislar.[3] Los autores de artes historicae, esto es, de tratados y diálogos en los que definen la naturaleza y fines de la disciplina y enseñan cómo debe escribirse y leerse la historia, reflexionan con frecuencia sobre los orígenes: sancionan su valor científico y retórico, disciernen y jerarquizan sus variantes, explicitan qué saberes procuran y qué dificultades entrañan, guían al escritor para que aprenda a descubrirlos y revelarlos e instruyen al lector para que sepa sacar de ellos el máximo provecho. Los mismos presupuestos y argumentos que configuran las teorías de los orígenes pueden encontrarse en las dedicatorias y prefacios de las obras históricas, pero formulados, a menudo, de manera más difusa. Por ello, el dictado de los teóricos puede servir para aclarar con qué principios y propósitos trabaja el historiador.[4]

Ahora bien, quizá el mayor provecho que se obtiene de confrontar la teoría con la escritura de los orígenes sea advertir el hiato que separa la idea de la historia que debería escribirse, de la historia que se desea contar y estas, a su vez, de la que al cabo se narra. Los principios teóricos, los hábitos metodológicos y los intereses ideológicos y políticos que concurren en los relatos históricos hacen emerger fricciones significativas entre los valores y usos de los orígenes. Estas tensiones ponen de manifiesto que la noción integra el deber ser de la historia, tanto como participa de su reverso, es decir, el repertorio de vicios y errores que despoja a la disciplina de dignidad y provecho: la fabulación de mitos, la propaganda patriótica, la sumisión al poder.[5]

Y, por fin, atender a los modos en que historiadores y críticos del Renacimiento conciben y explotan los orígenes permite comprender de una manera más cabal qué lugar ocupa la historiografía en la cultura docta altomoderna, cuáles son sus relaciones jerárquicas con otros saberes y artes, en especial con la filosofía y la poesía, y el porqué de su constante oscilar entre la autoridad de una ciencia y las incumbencias de un género literario. Y es que la narrativa que da cuenta de inicios, descubrimientos, causas e inventores constituye una instancia idónea en la que apreciar, de manera simultánea, las dimensiones filosófica y retórica de la historiografía renacentista. No se trata sólo de advertir su doble vertiente, sino también de reparar en que la autoridad como saber y el estatuto científico de la disciplina con frecuencia dependen de que ambos frentes cooperen. Como se verá, los orígenes interesan porque custodian tanto saberes de condición universal y carácter ejemplar, cuanto el conocimiento de lo singular e irrepetible: en ellos esperan encontrar y fundamentar los historiadores la identidad esencial de un pueblo, la razón última del auge y de la crisis de los imperios o la máxima antigüedad y la primacía en el cultivo de un arte. No obstante, los orígenes, o mejor aquí, los principios o inicios, no importan sólo cuando se trata de decidir qué pasado conviene recordar y de qué hechos se puede aprender, desempeñan también un papel crucial a la hora de regular qué forma narrativa debe adoptar el discurso para desplegar todo el conocimiento que el historiador ha podido acumular.

No es este el lugar para comentar con exhaustividad y detalle las formas y usos de la idea de los orígenes, al tratarse de una noción de tan largo y productivo recorrido por la historiografía renacentista. Sin embargo, trataré de ilustrar algunos de los más significativos presupuestos, argumentos y problemas que jalonan sus teorías y prácticas. Asimismo, conviene advertir que, además de ventajas, mi enfoque comporta problemas: en ciertos contextos, resulta discutible asimilar los conceptos que reúno bajo el término “orígenes” y empobrecedor equiparar, o proyectar de una categoría a otra, los diversos valores que se les presta en las distintas funciones que ejercen. Existe, además, un desequilibrio notable en la densidad conceptual que adquieren los términos y hay diferencias significativas en los modos de hacerla explícita.

Así, la importancia de las causas viene sancionada por las convicciones y los relatos de autores antiguos que los historiadores renacentistas toman como modelos, como Polibio, Livio, Salustio y Tácito. Esta tradición de pensamiento suscita un esfuerzo sostenido de los críticos quinientistas por consensuar las opiniones de las autoridades y determinar así la naturaleza y variantes de las causas y su posición y rendimiento en la economía narrativa del género. La historiografía sobre orígenes e inventores se ampara también en precedentes ilustres, como las crónicas eclesiásticas y civiles que se remontan a la creación del mundo y a la fundación de ciudades, los capítulos sobre invenciones de la Historia natural de Plinio y las Etimologías de Isidoro. Sin embargo, no la acompaña un discurso crítico que establezca una definición universal y sistemática de los orígenes que trascienda y unifique sus tipos, que en los relatos pueden ser sobrenaturales, geográficos, políticos, culturales o antropológicos, y que explicite su valor como saber.

Tales premisas suelen transmitirse con la imprecisión del lugar común y a menudo se adoptan por convención, por ello deben desentrañarse de los relatos y ponderarse de acuerdo con sus usos y efectos. Sin embargo, revisar con detalle una muestra representativa de la narrativa de los orígenes exigiría mucho más espacio del que dispongo aquí, por lo que ilustraré sus concepciones y usos sobre todo mediante fragmentos extraídos de dedicatorias y prólogos de historias y de tratados teóricos, una opción de método que, sin duda, sobredimensionará la relevancia de las intenciones declaradas y de los preceptos y minorizará, en cambio, el peso de los relatos. En cualquier caso, compensan estas limitaciones el alcance y la transversalidad que la noción de los orígenes adquiere en la historiografía de la primera edad moderna.[6]

 

Hacia una historia mejor

Durante el Renacimiento, historiadores, anticuarios y críticos coinciden en estimar que la verdad que procura el conocimiento de los orígenes de las cosas es la más valiosa que puede proporcionar la indagación histórica: por ello, es corriente que vinculen y justifiquen el interés por investigar principios y rememorar fundadores con el afán de mejorar la disciplina, con la pretensión de que devenga, de acuerdo con las preocupaciones del siglo, más verdadera y útil, y de que contribuya, así, al progreso general de la civilización.

Diversas razones sustentan la convicción de que las obras que revelan los orígenes son cruciales para este propósito. De atender a los argumentos con que Guillaume Postel presenta al senado de Besançon su recopilación de orígenes varios y de historias hasta entonces desconocidas, su humilde esfuerzo queda compensado con creces por la cualidad del saber que atesora la obra.[7] Destaca el autor la virtud y la auténtica y completa verdad que reside en los orígenes. Son consideraciones que apelan por igual a la creencia ética y al principio epistemológico de que lo primigenio es más puro e íntegro. Para sugerir al lector que es en los orígenes donde debe sorprenderse lo sustancial de cualquier entidad histórica, el historiador debe imaginarlos, de manera simultánea, antes (o fuera) y en el principio de un tiempo que desgasta, degrada o, en todo caso, altera la identidad de las cosas. Sin embargo, Postel invoca otro principio crucial para justificar el valor y la utilidad, en este caso, no tanto de conocer los orígenes, cuanto de indagar desde los orígenes, al asumir que inicios y causas determinan el devenir de naciones, lenguas y costumbres de un modo más decisivo que cualquier otra situación o factor que el historiador y el lector puedan contemplar.

Thomaso Porcacchi y Marco Antonio Sabellico se extienden en argumentos parecidos a los de Postel para justificar que hayan escrito sobre las causas de las guerras antiguas y el origen de Venecia respectivamente.[8] También Porcacchi presume que el lector sólo llegará a tener un conocimiento pleno y absoluto de las guerras si advierte sus causas, pero desvela que la autoridad del argumento se ampara en los principios filosóficos que otorgan a la noticia de la causa un peso decisivo en cualquier indagación.[9] Sus razonamientos se asemejan a los que esgrimen Postel y, como se verá, Sabellico, pero también se distinguen de ellos al hacer patente el interés de los historiadores por encontrar en la filosofía presupuestos y métodos que legitimen su actividad. Es crucial fijarse en que Porcacchi transfiere al inicio de los eventos históricos la causa que los filósofos conciben como el objeto o el fin de la entidad, puesto que tal operación explica que los historiadores asuman que para entender, por ejemplo, cuál es la función de un parlamento o la finalidad de la poesía, no deben inferir la respuesta de su acción o sus avatares en el tiempo, sino buscarla en sus orígenes.

Las razones de Sabellico inciden en la capacidad de los orígenes de condicionar, en su caso, el devenir de una ciudad. La premisa adopta una fórmula recurrente en la historiografía civil del Renacimiento, que ya Leonardo Bruni había expuesto en la historia de Florencia, terminada en 1449, y que repetirán historiadores y autores de artes historicae a lo largo del Quinientos.[10] Se trata de la convicción de que los fundadores de una ciudad, así como su primer modo de gobernarse, imprimen en ella y sus habitantes características indelebles. Sería indigno de cualquiera comprometido con el progreso de la civilización, sugiere Sabellico, no maravillarse ante las virtudes de Venecia y no recordar quiénes fueron sus fundadores. De atender al historiador, estos, al crear las primeras instituciones y leyes de la ciudad, habrían puesto los medios para asegurar la adhesión de todos los venecianos al régimen político original y les habrían instilado el potencial -“el alimento”- para que, con el paso del tiempo, desarrollaran todas las virtudes que el sistema sabiamente elegido habría albergado.[11]

El reconocimiento debido a los fundadores al que apela Sabellico pone el énfasis en la dimensión humana, individual y ejemplar de los orígenes, sesgo que caracteriza también el discurso que su coetáneo Polidoro Virgilio despliega para justificar la oportunidad de su enciclopedia de inventores.[12] Arguye el autor que las fábulas de poetas y los mitos de filósofos han dominado hasta entonces la materia de su obra y que urge rescribirla con el riguroso escrúpulo por la verdad que exigen los estándares científicos del siglo. De este modo, Polidoro dignifica una labor que habría realizado movido por las inquietudes y guiado por los métodos que sanciona la historiografía humanista, todo ello con el fin de restablecer una memoria más fidedigna mediante el rechazo de las leyendas y la evaluación crítica de las fuentes. De creer al autor, sus indagaciones habrían respondido a la apremiante necesidad de hacer justicia, esto es, de rescatar del olvido y reconocer los méritos a los verdaderos inventores de artes y técnicas útiles para la vida práctica y para la perfección del espíritu.[13]

Así, Polidoro presenta su obra como un monumento para celebrar el progreso humano.[14] Sin embargo, el autor se afana también en argüir que, al explicar a ciencia cierta quién inventó la astrología, las matemáticas o la música, su obra cumple con el cometido de instruir al lector mediante el ejemplo verdadero, de inducirlo a emular, en este caso, a los héroes de la cultura y el saber. Con ello, Polidoro hace suya una vindicación muy común entre sus coetáneos, a saber, que los ejemplos que reportan las historias consiguen educar con más eficacia que los preceptos filosóficos, porque son más vívidos y placenteros, y en mayor grado que los relatos poéticos, puesto que sus casos no son ficticios, sino reales, y por ello impresionan y persuaden al lector con más fuerza.

Conviene advertir, no obstante, que la ejemplaridad de los protagonistas de las historias de Polidoro Virgilio es peculiar, y que lo es dada su condición de inventores. Así, conocer a los primeros historiadores, escultores o pintores debe sobre todo incitar al lector a inventar algo que lo haga digno de reconocimiento, y sólo en segundo término inducirlo a tomarlos como maestros en sus artes y a tratar de escribir o pintar como ellos. Si esta fuera la lección principal, el catálogo de inventores estimularía en exceso el deseo de imitarlos y con ello, alimentaría la creencia de que los inventores pueden superarse en sus respectivos artes. Este propósito debe mantenerse en un segundo plano, puesto que se fundamenta en un principio progresista que contraviene la supremacía de la que gozan los inventores por tratarse de los artistas originarios, los que mejor habrían cultivado sus disciplinas. Como se verá, este es el valor de los orígenes que a Polidoro más le interesa explotar. Por ello, erosionarlo menoscabaría la eficacia de la historia que diseña para fines que prefiere no declarar en los preliminares de la obra.

 

En el corazón de la historia

Las justificaciones sobre la pertinencia y la utilidad de crónicas y compilaciones sobre orígenes de ciudades, causas de la guerra e inventores de artes se insertan en un contexto discursivo, el del progreso del conocimiento y, sobre todo, el del perfeccionamiento de la historia, en el que ocupa una posición central la reflexión de historiadores y teóricos acerca de las causas. Es central porque atañe a la historiografía política y militar, esto es, aquella que da cuenta de los acontecimientos que las clases doctas y dirigentes del siglo consideran más importantes por su capacidad de determinar el curso de los asuntos públicos, de alterar hegemonías y equilibrios de poder entre ciudades, naciones e imperios y, en suma, de marcar épocas. Constituyen estos hechos la acción de regímenes de gobierno, las revoluciones y conjuras y las guerras, paces, leyes y treguas que Porcacchi califica como joyas de la historia.[15] La teoría de las causas es central también en la medida que concede a su exposición un lugar preeminente en la narrativa histórica, que se estima como el género más completo, elegante e instructivo para relatar el pasado, superior a anales, diarios y crónicas, que habrían utilizado métodos más rudimentarios y fragmentarios para registrar los hechos. Y es central, por fin, porque la reflexión puede vertebrarse mediante paráfrasis y glosas de los dictados de los historiadores antiguos que ejercen de modelos para la disciplina.[16]

Giovanni Pontano, Sebastián Fox Morcillo y Antonio Viperano son sólo algunos de los autores de artes historicae que recomiendan al historiador que ponga el máximo esmero en recordar fielmente, examinar con atención y juicio y relatar con orden y claridad las causas de los acontecimientos.[17] Tales preceptos suelen ser contiguos a los consejos de corte retórico que los teóricos dan al escritor: en este sentido, las causas son relevantes en la medida que señalan dónde debe iniciarse un relato que aspire a ser orgánico y completo y a dar luz al entendimiento. Pero la inquietud formal es indisociable del valor cognitivo que los teóricos conceden a la explicación de las causas, puesto que si las ignoran y no pueden incorporarlas al relato o las ponderan de manera inadecuada, como asegura Viperano, los historiadores proyectarán una gran oscuridad en los acontecimientos que las suceden, un efecto letal para los fundamentos del saber histórico, análogo al que Postel cifraba en que se desconocieran los orígenes de naciones y lenguas.[18]

Sin embargo, existe menos consenso acerca de qué clase de causas importan a la historiografía civil y qué otras, en cambio, deben dejarse al escrutinio del filósofo. No es Porcacchi el único que asimila la causa final con la causa histórica, también lo hace Francesco Patrizi, uno de los teóricos de la historia más influyentes del siglo xvi junto a Jean Bodin, quien por su parte asume que el curso de los asuntos humanos responde, entre otros factores, a las influencias celestes, cuyo estudio suele adscribirse antes al filósofo que al historiador.[19] El mismo Pontano, para ilustrar que tanto las causas remotas como las recientes pueden ser pertinentes para el relato, remite al lector al ejemplo de Salustio, que se remonta a la fundación de Roma, causa que pertenecería a la categoría de orígenes célebres, para explicar con propiedad las circunstancias que habrían dado pie a la conjura de Catilina. Y todavía en el primer cuarto del siglo xvii, Vergilio Malvezzi, al comentar las historias de Tácito, pone de manifiesto que, sobre todo a la luz de los distintos testimonios de filósofos, persisten las dificultades para discernir con precisión cuáles son las causas políticas que merecen la atención del historiador.[20]

No obstante, entre la disparidad de opiniones, se abre paso la idea de que el historiador debe indagar las causas de los asuntos políticos y militares en el seno del poder. Tal convicción se consolida al amparo de la distinción que Polibio realiza entre principios y causas de los acontecimientos. Por los primeros, entiende el historiador griego el momento en que empiezan a ejecutarse las acciones que se han planeado; por las segundas, las intuiciones y los razonamientos que llevan a príncipes y generales a formarse juicios, tomar decisiones y diseñar estrategias.[21] Al definir y acotar Polibio las causas en términos flexibles, los críticos del Renacimiento incluyen en ellas las varias actitudes y los diversos deseos, odios y miedos de los poderosos de los que dan cuenta otros historiadores antiguos griegos y romanos. La influencia de estas mismas autoridades los induce a insertar los consilia o las deliberaciones y determinaciones de los gobernantes en el vacío que Polibio deja entre las impresiones que desembocan en planes y su puesta en marcha.[22]

Pontano, por ejemplo, arguye que las causas de las guerras están relacionadas con las deliberaciones y los pareceres de los poderosos y aconseja al historiador que exponga las razones de todas las facciones para que el lector comprenda cada posición y el relato ilustre más y mejor los hechos. De este modo, al revelar las guerras con todos sus motivos, el conocimiento histórico deviene más completo y profundo. Fox Morcillo no distingue los principios de las causas, sino estas de las determinaciones. A su entender, las causas de las guerras son muy diversas: pueden ocasionarlas el deseo de reyes de ampliar sus dominios y de vengar afrentas, que se cambien las leyes, que se organicen conspiraciones para derrocar a gobernantes corruptos y tiranos, pero también que una ciudad pierda sus colonias o que se descubran nuevas tierras. Las determinaciones son las decisiones, los planes y las estrategias que se adoptan en las deliberaciones que mantienen los príncipes y sus consejeros. Viperano distingue los mismos términos, pero reduce las causas a pasiones, que opone a las intenciones y a los motivos razonados, los consilia, que preceden a la acción. En todo caso, las variaciones y los matices en la definición y distinción de principios, causas, determinaciones y deliberaciones no impiden que la reflexión de los teóricos comporte en suma que, en un sentido u otro, las causas adquieran más importancia en la indagación y en el relato históricos.[23]

El mismo Polibio revela dónde reside el valor de conocer las actitudes y las razones de los protagonistas de los hechos al asimilar la escasa valía de un hombre de estado que no fuera capaz de prever cómo, por qué y dónde tienen origen los asuntos de su incumbencia con la inutilidad de un médico que no supiera averiguar las causas de los síntomas de un enfermo. Este difícilmente sería capaz de recomendar un tratamiento eficaz y sería improbable que aquel pudiera manejar adecuadamente las circunstancias a las que su acción de gobierno habría de hacer frente, y casi imposible que supiera conducirlas según su conveniencia.[24] Por tanto, cronistas y lectores deben esmerarse por mostrar y recordar los prejuicios y las pasiones de los poderosos y las razones de sus consejeros porque, con los antiguos, los modernos asumen que tales causas atesoran las circunstancias, síntomas y factores de los eventos que pueden repetirse en el tiempo y que, por ello, deben elevarse a experiencia universal y ejemplar. En ellas anida la lección política, militar y civil que la historia ofrece a gobernantes, comandantes y ciudadanos para que aprendan a adelantarse a los acontecimientos, a calcular las consecuencias de sus decisiones, a prever cambios y adaptarse a ellos y a disponer las condiciones para que se reproduzcan los resultados que persiguen.

Es fácil percatarse de que semejante conocimiento no está al alcance de cualquier historiador: los argumentos y ejemplos con que los críticos esgrimen e ilustran el valor de estas causas no sólo tienden a omitir la actividad de anticuarios y enciclopedistas, también promueven como profesional de la disciplina el investigador que es testimonio directo de los hechos y que mantiene relaciones privilegiadas con quienes dirigen instituciones políticas y militares. Sólo si goza de su trato y confianza, o si pertenece a su clase, puede aspirar el historiador a que se le abran los archivos de documentos públicos y las puertas de los consejos y sólo así puede conocer la personalidad y las más íntimas inquietudes de los poderosos. A estos privilegios apela Agnolo Guicciardini en 1561 para ensalzar las virtudes de la hasta entonces inédita historia de Italia que había escrito su tío Francesco. El autor, además de ser noble y poseer sobresalientes aptitudes para la investigación, habría podido explicar con conocimiento de causa las vicisitudes de Florencia durante la crisis iniciada en 1494 gracias a su vasta experiencia política, adquirida al haber tomado parte en asuntos de la mayor gravedad y en decisiones de suma relevancia para el gobierno de la ciudad.[25]

Sin embargo, las mismas condiciones que facilitan que el historiador “conozca la verdad de las cosas” y las narre tal como acontecieron se erigen en el motivo que los críticos más aducen para desconfiar de la objetividad del cronista y cuestionar que pueda en efecto instruir mediante el ejemplo verdadero. Ya los antiguos advertían de la conveniencia y la dificultad de ofrecer una visión completa e imparcial de los hechos, dada la tendencia de las partes implicadas a idealizar sus razones y actos y alertaban de la necesidad de que el historiador los explicara sine ira et studio, sin prejuicios ni movido por pasiones. Por ello censuraban a aquellos que habían sesgado sus interpretaciones para favorecer al príncipe que los protegía o a sus compatriotas y para humillar y ridiculizar a sus enemigos.[26] Las preocupaciones de los antiguos siguen vigentes en el Quinientos. Así, por ejemplo, en los preliminares de la edición de 1563 de la Historia de Tucídides, Porcacchi elogia al historiador griego por haber remunerado tanto a atenienses como a lacedemonios para que cada día le informaran de las evoluciones de la guerra, un método que le habría servido para evitar que ninguno de los bandos pudiese defender o enmascarar sus acciones con mentiras. Las virtudes y la fiabilidad de Tucídides contrastan con la tendenciosidad de Herodoto y Timeo: el primero, por inventarse que los corintios huyeron en la batalla de Salamina, calumnia que el historiador habría difundido para vengarse de que lo hubieran menospreciado; el segundo, al alabar en exceso a Timoleonte por no haber expulsado a su padre Andrómaco del trono real.[27]

Al presentar a Francesco Guicciardini, su editor pone por delante la sinceridad y bondad del autor para conjurar las sospechas de favor, odio, amor o recompensa que, precisamente, alimenta su implicación con el poder y su acceso a las razones de estado, los arcana imperii. La crítica quinientista adopta y amplifica los recelos de los antiguos: asume que las reticencias de los poderosos a dar cuenta del por qué de sus políticas impiden que se sepa la verdad, y se muestra escéptica de que pueda resolverse el conflicto de intereses del historiador que tiene también responsabilidades de gobierno. Los teóricos más pesimistas y desconfiados consideran improbable que quien llegue a estar tan cerca de un príncipe como para conocer sus más recónditos deseos, se atreva luego a sacarlos a la luz sin temor a represalias por haber traicionado su confianza, y dan por hecho que el historiador que deba enjuiciar las propias decisiones hallará razones para justificar que fueron oportunas y meditadas.

 

Malas historias

En suma, el mismo discurso que sitúa en el corazón de la indagación y la lectura de la historia las causas de los asuntos más cruciales y la necesidad de desentrañarlas del ánimo y las deliberaciones de los poderosos erosiona el valor de verdad y el provecho de la disciplina al contemplar todas las consecuencias y paradojas que comportan los métodos para conocerlas. Sin embargo, no sólo los riesgos de las obligadas relaciones con el poder engrosan las filas de los escépticos y pesimistas del siglo. En todos los frentes y géneros de la historia autores, críticos y lectores pueden encontrar motivos que ahonden sus recelos, y en todas las modalidades de la historiografía de los orígenes pueden comprobar los vicios y errores que desvirtúan los principios por los que debería regirse la ciencia. Algunas de estas “malas historias” son las mismas, o pertenecen a los mismos autores, que abogan por el valor que confiere a la disciplina conocer los orígenes de las cosas: estos relatos contribuyen tanto o más que los buenos propósitos y los mandatos de los tratadistas a dotar de interés y poder a la historiografía de los orígenes.

Así, a medida que Polidoro Virgilio va desvelando quiénes fueron los auténticos inventores, se hace más evidente que el sentido de la justicia y el afán por la verdad que guía sus pesquisas lo llevan una y otra vez a desestimar todos los testimonios que adjudican la paternidad de la escritura, de la historia o de la poesía a autores griegos. Otorga, en cambio, plena autoridad a las fuentes bíblicas y a historiadores hebreos y cristianos tardoantiguos y medievales que en su día ya habían cuestionado las reivindicaciones griegas. Todo ello lo lleva a concluir que, al ser el pueblo más antiguo del que se conocen escritos, historias o versos, son los inventores judíos los únicos que merecen el honor de ser recordados y celebrados por su contribución al progreso espiritual y cultural del hombre. Huelga señalar que en De inventoribus rerum la prioridad cronológica es crucial para determinar los verdaderos inventores, porque Polidoro descarta que prácticas análogas o artes parecidos pudieran surgir o descubrirse de manera simultánea en varios lugares. Para el autor, las invenciones sólo pueden tener un origen y por fuerza se habrían implantado entre el resto de naciones después y por imitación. Asimismo, al volcar el mérito en los inventores, Polidoro fomenta una visión contradictoria del progreso cultural, en la que la creatividad y la innovación tienen poca cabida y escaso valor. Ahora bien, si el autor impone tales premisas a su historia es porque lo mueve el interés por diseñarla para que le sirva para minorizar el legado cultural de los griegos, para denunciar que se habrían atribuido indebidamente la supremacía en las artes y las ciencias y para conseguir así disminuir la deuda que con ellos habrían contraído los romanos, a los que Polidoro, como tantos otros escritores italianos del Renacimiento, considera sus ilustres connacionales.

De manera que son intereses patrióticos los que determinan de qué modo concebir el lugar de los inventores en la historia y cómo explotar su valor. Polidoro asume como propias la historia de los romanos y la necesidad de reconsiderar su lugar en la historia cultural de Occidente para contestar a aquellos que habrían denigrado su acervo de logros en el dominio del saber. Por los mismos años, convicciones semejantes mueven a Robert Gaguin a buscar en textos antiguos pruebas que le permitan escribir una historia de los orígenes de sus connacionales francos que demuestre que son tan o más remotos e ilustres como los que vindican para sí y en exclusiva los italianos. Asimismo, la historia de Gaguin debería evidenciar que los franceses no tienen menos deudas de sangre con los romanos que los italianos, puesto que su estirpe se remonta, con Francio, a Troya. La varia literatura que busca los fundadores de Francia más allá de Roma convive con la historiografía que invierte sus esfuerzos en ilustrar los orígenes del pueblo galo. Para ello se aducen testimonios de las Escrituras y de autores romanos que atestiguarían que Hércules fue, en realidad, uno de los primeros reyes galos, tataranieto de Noé y, por ello, mucho más antiguo que el Hércules griego, un personaje histórico menor, engrandecido por las leyendas que lo habrían dotado de los atributos del rey galo. En 1552, pocos años antes de publicar su segundo De originibus y para poner de relieve la ignorancia y sobre todo la malevolencia de los autores que habían escrito sobre los galos, Guillaume Postel despliega la etimología del término “galo” para argüir que designa al primer pueblo de la tierra, tronco del árbol genealógico de todas las naciones posteriores.[28]

En todas estas historias, que se escriben, pese a reglas y modelos, para defender y ensalzar a propios y atacar y denigrar a extraños, los orígenes cobran y agotan su valor en la medida de su antigüedad y en función de su arraigo en las culturas antiguas más prestigiosas. No obstante, también responden y nutren al mismo contexto de competencia cultural, política y militar historias que relatan el devenir de las entidades desde los orígenes hasta el presente. Esta narrativa se apoya en las convicciones, formuladas diversamente por Postel, Sabellico, Porcacchi, Viperano y otros, de que los orígenes custodian las substancias y los fines esenciales de las cosas y que, por ello, regulan las formas en que se despliegan en el tiempo. Así, en la obra Francogallia, publicada en 1573, François Hotman indaga las raíces de la constitución francesa para concluir que el consejo que, desde su inicio, habría garantizado su legitimidad y velado por sus funciones habría atravesado diversas formas hasta convertirse, en el siglo xiv, en los Estados Generales. De esta manera, Hotman puede argumentar que la decisión de Luis xi de desmantelar los Estados Generales a finales del siglo xv es la causa de las disputas civiles que llevan devastando al país desde entonces, puesto que al abolirlos, el monarca habría subvertido la institución de gobierno más genuina de la nación y habría forzado que su originario régimen constitucional se desviara de su curso.

Análogo es el método que Estienne Pasquier utiliza para relatar la historia de la poesía francesa en sus Recherches de la France, publicadas en diversas ediciones ampliadas desde 1560. Según el autor, los galos no sólo habrían inventado la poesía francesa, sino también la literatura vulgar, al ser el primer pueblo de Europa en adaptar a su lengua vernácula la rima que los romanos habrían reservado para la oratoria. Del mismo modo que Sabellico convertía a los fundadores de Venecia en causas de la prosperidad de la ciudad, asume Pasquier que sus inventores dotaron a las embrionarias rimas francesas del insuperado poder de desarrollo y perfeccionamiento que confirmarían hitos históricos como la poesía provenzal y, ya en el presente, los indiscutibles logros de los autores del círculo de la Pléiade.[29]

Bastan los relatos aducidos para dar una idea de la continuidad discursiva entre las teorías, más y menos explícitas, de los orígenes y su escritura efectiva. En ambos frentes se aprecia que se trata de una noción dinámica, que se presta a usos varios y fragmentarios, que a menudo se confunden y solapan y que a veces se excluyen, y en los que los conceptos de tiempo y cambio operan de maneras distintas. Los orígenes interesan a la historiografía renacentista como sede de lo más antiguo, de lo singular e irrepetible. En estos casos, el relato construye una cronología ad hoc, tiende a prescindir del cambio e invita al lector a maravillarse ante el principio del mundo, la fundación de una ciudad y el inventor de un arte. De este modo, la historia cumple con los cometidos propios de su condición de mensajera de la antigüedad: preserva el pasado y celebra sus logros, y provoca la admiración y el placer del público al desvelar lo extraordinario y desconocido.

A su vez, los orígenes importan porque en ellos reside lo universal e imitable: el descubrimiento de lo primigenio da a conocer el propósito esencial de una institución o de una disciplina, y regula su devenir y su relación con el presente según convenga mostrar que se ha desplegado de manera progresiva o que ha degenerado. La revelación de las causas acota la diferencia relativa de los hechos y extrae sus circunstancias intemporales. De este modo, permite que el lector adquiera, de manera vicaria, la experiencia de las consecuencias que comportan actitudes, pasiones y decisiones que se repiten en distintos protagonistas, lugares y momentos. Los relatos de los orígenes devienen, así, luz de verdades trascendentes y ejemplares, con las que se constituyen en escuela de prudencia moral, política y artística, y ejercen de maestra de la vida de gobernantes y ciudadanos. Asimismo, conviene no olvidar el valor retórico de los orígenes, que es formal, pero también cognitivo y didáctico, puesto que estriba en su capacidad de indicar al historiador dónde debe empezar a narrar un hecho para que el relato resulte completo y provechoso.

En todos los casos, los orígenes se saturan de valor científico tanto al erigirse en el lugar de fusión de conocimientos históricos, filosóficos, políticos y retóricos, cuanto al explotarse con finalidades ideológicas, por ello sería simplificador y reductivo tratar de oponer o jerarquizar el saber que, en teoría, albergan los orígenes de su poder efectivo como instrumento para construir, legitimar y denigrar teorías, tradiciones, culturas y naciones.

En la introducción de su muy reciente libro A History of Histories, John Burrow explica que en él ha querido responder a cuestiones acerca de los modos de pensar y escribir la historia en el pasado que la historia de la historiografía ha preterido o ha dejado de lado al adoptar una perspectiva de estudio demasiado estrecha y finalista, que sólo se ha interesado por examinar y valorar aquellas formas de hacer historia que habrían contribuido a que la disciplina progresara hacia el estatuto científico y profesional y hacia el interés estricto por el mero conocimiento del pasado que la habrían caracterizado en el siglo xx. En la sombra habrían quedado muchas otras historias y con ellas motivos, intereses y métodos por indagar el pasado que no han sido completamente descuidados, admite Burrow, pero de cuya historia queda todavía mucho por contar.[30] Por sus presupuestos y usos, en muchos aspectos ajenos a los de las historias modernas, o mejor, a una idea regulativa de la historiografía moderna de la que suelen expurgarse problemas de método y sesgos ideológicos, las teorías y relatos que configuran la historiografía de los orígenes en el Renacimiento han resultado especialmente conflictivos para la historia de la historiografía. La interpretación hegemónica de la evolución de la disciplina ha asumido que los primeros pasos de su modernización se producen precisamente en este período: al acusar la influencia de esta premisa, la crítica ha tendido a omitir la relevancia de la historiografía de los orígenes, a negarle, cuando se ha ocupado de ella, la condición de verdadero o auténtico saber histórico y a relegarla a los dominios de la mitografía y la pseudociencia.

Por ello, su historia, que también es parte de la historia de la historiografía, está aún por contar.

 

Cesc Esteve

Visiting Research Associate

Spanish and Spanish American Studies

King’s College London

cesc.esteve@gmail.com


 

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[1] No es este el lugar para dar cuenta de la vastísima bibliografía sobre la historiografía del Renacimiento y la primera modernidad, por ello remito a unos pocos estudios de referencia que han resultado determinantes para establecer sus lugares, fuentes, modelos, géneros y temas: Fueter (1911), Ferguson (1948), Burke (1966), Kelley (1970), Momigliano (1972), Cochrane (1981), Fryde (1983).

[2] Postel publicó varias obras sobre los orígenes de pueblos, instituciones, costumbres y lenguas, las más difundidas fueron De originibus seu de hebraicae linguae et gentis antiquitate, publicada en París en 1538, y De Originibus, seu, de Varia et Potissimum orbi Latino ad hanc diem, aut inconsyderata historia, publicada en Basilea en 1553. La historia de los francos de Gaguin se editó en París en 1495, y se volvió a publicar, corregida, en 1497 y 1501, vid. el estudio sobre el autor de Collard (1996). Para las fechas y lugares de publicación del resto de obras, vid. infra.

[3] Desde el estudio de Fueter (1911) hasta el de Cochrane (1981), se ha sostenido con frecuencia que la reflexión teórica, al estar sesgada por las preocupaciones retóricas heredadas de los antiguos, apenas habría influido en la práctica contemporánea de la disciplina, más atenta, de acuerdo con esta interpretación, a problemas de método, como, por ejemplo, la fiabilidad y el uso crítico de testimonios y fuentes. Cotroneo (1971) reforzó los vínculos entre la práctica y la teoría de la historia al señalar que los historiadores renacentistas trataron de aplicar las formas y los objetivos que autoridades antiguas como Cicerón (en De oratore y en De legibus) y Quintiliano (en las Institutiones oratoriae) habían asignado al discurso histórico, aunque estimó que la influencia de autores como Livio y Salustio fue superior a la de los maestros de retórica. Varios estudios recientes coinciden en destacar que la filosofía de la historia renacentista determinó y reflejó no sólo prácticas contemporáneas de lectura y escritura de la historia, sino también una epistemología, una cognitio historica, compartida por sus distintos géneros; vid. Journal of the History of Ideas 64 (2003), Pomata & Siraisi (2005), Grafton (2007).

[4] Por razones de espacio, sólo examinaré con cierto detenimiento las ideas sobre los orígenes de las artes historicae de Giovanni Pontano, Sebastián Fox-Morcillo y Antonio Viperano, aunque, al tratarse de un lugar común de la reflexión teórica, el discurso sobre sus formas, funciones y valores tiene lugar también, por ejemplo, en el Ragionamento de la eccelentia et perfetiton de la historia (1559) de Dionigi Atanagi, en los Della historia diece dialoghi (1560) de Francesco Patrizi, en el De institutione historiae universae et eius cum iurisprudentia coniunctione (1561) de François Baudouin, en la Methodus ad facilem historiarum cognitionem (1566) de Jean Bodin y en L’Histoire des histoires & L’Idée de l’histoire accomplie (1599) de Henri Lancelot de la Popelinière.

[5] En la crítica a la historia que Charles de la Ruelle desgrana en sus Succinctz adversaires..., contre l’histoire et professeurs d’icelle (1573), el autor considera falaz la pretensión de conocer las causas de los acontecimientos, ya que, a su entender, el historiador sólo puede aspirar a hacer conjeturas sobre el por qué de una guerra o de la crisis de un estado; asimismo, de la Ruelle esgrime la atribución ilegítima de invenciones para denunciar que los historiadores falsifican los hechos y sesgan los relatos para favorecer intereses y causas inconfesados, vid. Peach (2003).

[6] El grueso de los textos que voy a examinar pertenece al siglo xvi o, si se prefiere, al Renacimiento tardío, sin embargo, reportaré también unos pocos testimonios cuatro y seiscentistas de teorías y relatos de los orígenes para sugerir que se trata de un discurso que recorre toda la primera edad moderna. Como se verá, en la selección y el comentario de las citas he optado, en ocasiones, por subordinar el orden cronológico de las obras a un criterio ideológico, o discursivo, con el fin de mostrar más claramente la continuidad y las tensiones de la formación de la historiografía de los orígenes. En todo caso, las licencias cronológicas quedan justificadas por la influencia que las obras aparecidas a finales del siglo xv, con frecuencia reeditadas en el Quinientos, ejercieron durante las siguientes centurias.

[7] De la Epistola ad amplissimum Bisuntinae civitatis Senatum de Guillaume Postel, 5: “[…] meritò etiam à me accipietis hoc munusculi, mole quidem perexigua, sed in quo summa rerum virtus & veritas primmaria delitescat, usque adeò, ut sine cognitione absoluta harum Originum, quas vobis propono & inscribo, non possit revera ulla de ipsis rebus haberi veritas: sine qua tamen manca & lacera est vita nostra. Ignota enim & nationum & linguae characterisue, quo utuntur, origine certissimum est, nihil esse certi”. “[…] con razón recibiréis de mí este pequeño y ciertamente exiguo esfuerzo, en el que, no obstante, se esconde la máxima virtud y verdad de las cosas, en la medida que, sin el conocimiento completo de sus orígenes, que a vos muestro y explico, no puede alcanzarse la auténtica verdad de las cosas: y sin esta verdad, nuestra vida es vacía e inútil. Si se desconocen los orígenes de las naciones y de las lenguas y costumbres que utilizaron, es seguro que nada del resto podrá resultar cierto”. Si no indico lo contrario, las traducciones al castellano son mías. La epístola pertenece a la obra De Originibus, seu, de Varia et Potissimum orbi Latino ad hanc diem, aut inconsyderata historia…, publicada en Basilea en 1553. Se trata de una historia que incorpora las tesis sobre el origen del hebreo que Postel, orientalista experto en lenguas semíticas, había expuesto en su primer De originibus, publicado en París en 1538, y que se amplía con relatos sobre naciones y lenguas tanto del “orbe latino”, como del este. Allí viajó Postel en varias ocasiones como intérprete de los embajadores de Francisco I para establecer alianzas con los turcos y como filólogo, a Siria y Tierra Santa, por cuenta propia y con el encargo de reunir manuscritos para la biblioteca real. Sobre el autor, vid. Bouwsma (1957), Kuntz (1981), Simoncelli (1984).

[8] Se trata de Il Primo volume delle Cagioni delle Guerre Antiche di Thomaso Porcacchi, que acabará siendo único, publicado en Venecia en 1564, y de los Rerum venetiarum ab urbe condita libri xxxiii escritos por Marco Antonio Sabellico hacia 1470, y traducidos al italiano, entre otros, por Lodovico Dolce en 1544. Además de la crónica de Venecia, donde Sabellico ejerció de profesor de retórica, el autor compuso un elogio en verso, De inventoribus rerum et artibus, y relató los viajes de Cristóbal Colón.

[9] El fragmento que cito pertenece al proemio de Porcacchi en Il Primo volume delle Cagioni delle Guerre, s.p.: “Ma perche queste [guerre] non mai si ministrano, senza qualche cagione, vera, o finta, o apparente, o imaginata d’ingiurie vecchie, o nuove, però innanzi a tutte l’altre m’ha parso ragionevolmente dover cominciar dalle cagioni delle guerre [...] L’altro rispetto è, Signor mio, per non m’allontanare in ciò punto dal precetto e dall’opinion de’ Peripatetici: i quali vogliono che per haver perfetta cognition d’alcuna cosa, sia necessario haver quattro notitie eguali di numero a quattro questioni: [...] s’ell’è, o no; cio è s’ella ha l’essere in apparenza, o in imaginatione: dipoi concedutosi c’habbia l’esser nella natura, si ricerca, quello ch’ell’è, & questo altro non è, che domandar la sua diffinitione, & la dichiaration del suo essere. Nel terzo luogo si fa la domanda intorno alle sue qualità, domandandosi, s’ell’è buona, o ria: e in ultimo per qual cagione ella è; cio è a che fine, & per quale oggetto è stata prodotta. Ora, sempre che alcuno legge i libri dell’historie, si pressuppone c’habbia da quella lettione tutte queste quattro notitie, le tre prime chiare & distinte, & l’ultima le piu volte o confusa, o troppo ristretta, o molte volte una parte in un libro, & una in un’altro, secondo che piu, o meno diligente è stato lo scrittore. Io dunque, accioche la cognition delle guerre, come d’attion piu importante nell’historie, s’habbia piena & assoluta, ho voluto (presupposte le tre prime notitie) ridurre, quanto piu distintamente ho potuto per l’intera cognition di cio, in uno, o piu volumi la quarta & ultima ch’è: Per qual cagione le guerre sian fatte, fondato anchora sopra l’opinion del Filosofo, che disse come il sapere altro non è che conoscer la cagione, per la quale è cosi fatta la cosa che si cerca di sapere”. “Ahora bien, puesto que estas [las guerras] nunca se realizan sin alguna causa, verdadera o fingida, patente o imaginada, de viejas o nuevas injurias, me ha parecido razonable comenzar, antes de por cualquier otra, por las causas de las guerras […] Otra razón ha sido no alejarme en absoluto del precepto de los peripatéticos, que sostienen que para tener perfecto conocimiento de algo, es necesario tener noticia de cuatro cuestiones: […] si la cosa es o no, es decir, si su ser es real o imaginado; si en efecto existe, se investiga entonces qué es, es decir, se inquiere su definición; en tercer lugar se pregunta por sus cualidades: si es buena o mala; y por último, se indaga por qué causa es, o sea, para qué fin y con qué objeto ha sido producida. Ahora bien, siempre que uno lee libros de historia, se da por hecho que obtiene de la lectura estas cuatro noticias, las tres primeras bien claras y precisas, pero la última, muchas veces, la halla confusa, o demasiado reducida, o a menudo una parte en un libro y otra en otro, según el escritor haya sido más o menos diligente. Por ello, para que el conocimiento de las guerras, las acciones más importantes de la historia, sea pleno y absoluto, y presuponiendo que de ellas se saben las tres primeras noticias, he querido compilar de la manera más clara que he sabido, en uno o más volúmenes, la cuarta y última noticia: por qué causa se hacen las guerras, basándome también en la opinión del filósofo, que afirma que saber no es sino conocer la causa de aquello que se investiga”.

[10] Vid. Los Historiarum florentinarum libri XII: hay edición moderna de los cuatro primeros libros con traducción al inglés de Hankins (2001). Sobre la concepción de Bruni del género histórico y su influencia en autores posteriores, vid. Cochrane (1981: 4-5; 20-25).

[11] La cita procede de las epístolas prefatorias de Sabellico en las Chroniche che tractano de la origine de Veneti, edición de 1510 traducida al italiano por Mateo Visconti, s.p.: “La fama e il splendore del Veneto imperio: & di tal sorte. Principe: e Senatori Amplissimi. Similmente la Iusticia: e sancti costumi de la cita: che niuno: e tanto negligente dele cose humane: elqual grandemente non desideri: cognoscere lorigine dela cita Veneta: egli accrescimenti di quella […] Peroche havendo visto: el magnificentissimo aparato de la cita: el sito maraveglioso: labundantia dogni cossa: e lordine: e forma divina: in administrar la republica. Subito intro ne lanimo mio incredibile desiderio de voler intender quali fusseno stati: gli conditori di tanto imperio. Iquali per questo io existimava fosseno homini prestantissimi havendo lassato a gli soi descendenti: la cita tanto degnamente fundata […] Io non mi maraveglio: quelli imperii: che hano hauto tali principii nelli tempi passati in tutto esser manchati: ma etiam con questi mali una volte nutriti: habiano mai potute crescere: e da poi cresciuti si longamente siano durati. De laqual cossa in verita. Como ho dicto non solo mi maraveglio: ma anchora molto mi stupisco. Aloposito funo huomini clari: e de eximia pieta ornati: quelli che edificono la cita Veneta. E volendo consultar che la liberta fosse perpetua: in la qual la cita era nata: con equal iusticia a tutti ordenono quelli con sancti instituti: e lege. Diquali ogni descendente: e successori dal principio de essa cita intanto sempre sono stati studiosi: e solliciti: e per servarla incorrupte: e integra”. “La fama y el esplendor del imperio es de tal suerte, príncipe y senadores ilustrísimos, así como la justicia y las santas costumbres de la ciudad, que nadie puede ser tan negligente de los asuntos humanos que no desee conocer el origen de Venecia y su crecimiento […] Puesto que, habiendo visto el magnificente aspecto de la ciudad, su maravillosa ubicación, la abundancia de todo, y el orden y la forma divina de administrar la república, se apoderó de repente de mi ánimo el deseo de saber quiénes habían sido los fundadores de tal imperio, a los cuales, a la vista de tanto esplendor, estimaba hombres destacadísimos por haber dejado a sus descendientes una ciudad tan dignamente fundada […] No puede extrañarme que aquellos imperios que tuvieron estos inicios en el pasado estén faltos de todo, puesto que alimentados una vez con estos males, con ellos han crecido y con ellos han vivido durante largo tiempo. Lo que no sólo me maravilla, sino también me llena de estupor. Bien al contrario, fueron hombres preclaros y dotados de una piedad eximia aquellos que edificaron la ciudad véneta. Y queriendo asegurar que la libertad con que había nacido la ciudad fuese perpetua, administraron a todos con igual justicia y con leyes e instituciones santas, que todos los descendientes y sucesores siempre han estudiado con esmero para conservar la ciudad incorrupta e íntegra”.

[12] El De inventoribus rerum de Polidoro Virgilio fue publicado en 1499 en Venecia y pronto se convirtió en una obra de referencia muy consultada en toda Europa: en vida del autor, que murió en 1555, se editaron trece ediciones en latín; durante el siglo xvi, aparecieron traducciones al italiano, al inglés, al español y al francés, y hasta el siglo xviii, se publicaron más de cien ediciones en ocho lenguas. En su primera versión, Polidoro organizó la obra en sesenta y siete capítulos, divididos en tres libros, sobre los orígenes del mundo, de la sociedad humana, la religión y las letras, sobre descubrimientos e invenciones en las artes liberales y en las ciencias, en las instituciones políticas, cívicas, militares y culturales, en artes, artesanías, tecnología y comercio. La mayoría de estos descubrimientos son seculares: posteriormente, en 1521, Polidoro añadió cinco libros sobre los orígenes y la invención de las prácticas e instituciones cristianas. En 1502, pocos años después de que se hubiera instalado en Inglaterra, Polidoro recibió el encargo del rey Enrique VII de escribir los veintiséis libros de la Anglia historia, que apareció en Basilea en 1534 y se reeditó también varias veces durante el siglo. Del catálogo de inventores hay edición moderna, con traducción al inglés, de Copenhaver (2002) y traducción al inglés sin el texto latino de Weiss & Pérez (1997); sobre el autor, vid. Hay (1952) y sobre la obra, vid. Copenhaver (1978) y Atkinson (2007), que no he podido consultar.

[13] Del prefacio de Polidoro en De inventoribus rerum, Copenhaver (2002: 2-5): “Sum equidem nescius, Lodovice Odaxi, qua venia digni accipiantur illi qui longe a vero aberrantes, circa fabulas dumtaxat nervos prorsum omnes contenderint. In quorum sane numero quum poetae tum veteres philosophi maxime sunt. Verum illis quorum proprium est nugas sectari ignoscendum esse ducimus, his autem nequaquam. Quippe qui quum veritatis (quae, sicuti praeclare Pindarus ait, magnum est virtutis principium) investigandae gratia talem scribendi materiam nacti essent ut eam suapte natura sese illis saepius offerentem facile depraehendere possent, adeo in obscuris versati sunt tenebris ut pro veritate magis magisque fingendi fabulas materiam praebuerint [...] quid turpius magisve pudendum esse potest quam nugas terere et fonte veritatis omisso fabularum rivulos sectari, quum praesertim ita natura comparatum constet ut nullus suavior animo cibus sit quam verum cognitio? Ego itaque opus de rerum inventoribus orsus, partim ut nemo sua laude, invenire enim primum praecipuum est, reique inventae dignitas adeo multos trahit in amorem sui ut singuli si fieri possit auctores se dici velint, fraudetur: partim ut qui imitari volent sciant quos sequi debeant.” “En verdad que no sé, Lodovico Odassio, de qué perdón pueden ser dignos aquellos que, alejándose no poco de la verdad, concentran todos sus esfuerzos solamente en las fábulas, entre los que se encuentran, como es bien sabido, tanto los poetas como los antiguos filósofos. Cierto es que a aquellos, puesto que es su oficio andar tras las chanzas, se les debe perdonar, pero no a estos otros en la misma medida, porque estos, para buscar la verdad de las cosas, lo cual es, como afirma Píndaro, un gran principio de la virtud, decidieron dedicarse a este tipo de literatura, y porque la verdad se les ponía a menudo ante los ojos y podían comprenderla con facilidad, y sin embargo se adentraron de tal manera en las oscuras tinieblas que, en vez de la verdad, acabaron dando ocasión y materias para que se inventaran fábulas […] Tanto más sería imperdonable repetir y seguir fingiendo fábulas, cuanto que de la naturaleza, como es bien sabido, ha sido dispuesto que nuestro ánimo no obtenga mejor alimento que el conocimiento de la verdad. Por lo que, habiendo dado principio a la obra de los inventores de las cosas, he tratado de demostrar todo con aquella mayor verdad que he sido capaz de alcanzar, con el fin de que no quede ningún inventor a quien se le nieguen las debidas alabanzas, puesto que inventar es lo principal y lo que debe considerarse ante todo; después, la dignidad de lo inventado atrae de tal manera el reconocimiento del resto, que todos desearían, si fuese posible, ser llamados autores de algún arte; mi otro propósito ha sido mostrar a aquellos que desean imitar a quiénes deben seguir”.

[14] Alessandro Sardi enfatizará la condición del ingenio y de los inventos como emblema del progreso humano para justificar, en 1557, sus libros sobre inventores, llamados a completar la tarea de Polidoro. Así lo ilustra el fragmento del inicio del primer libro del De rerum inventoribus libri duo, de iis maxime, quorum nulla mentio est apud Polydorum: cito de una edición de 1604, en la que se recogen los catálogos de inventores de Plinio, Sardi y Sabellico, De rerum inventoribus scriptores varii. Prosa et carmine, C. Plinius, Alexander Sardus, M. Anton Sabellicus, 16-17: “Magna illa quidem, & admirabilia sunt, quae Deus in mundo fecit, quae omnia sunt, quae esse videntur. Sed nihil certè maius, admirabileve magis, quam ipse homo, & in homine mens & ingenium. Is enim cum primo fictus, lutoque productus, non expeditum sermonem, non artes, non leges, non caetera, quam iam hominis sunt, habuisse creditur, sola pollebat feritate, immanitate, audacia maiori: quam quae in exiguo corpusculo vix credi posset. Ceptus exornari paulatim artibus, cum primum agriculturae operam dedisset & rei pastoritiae: hinc subagrestis quaedam sodalitas constituta, deinde moribus exornatus, mox legibus, constructae urbes, bella, sacra iudicia, dicendi ars, scientiae, adeo ut nihil sit, quod obscurum homini esse posse videatur, magna certè, & incredibili, ut dicebam, ingenii admirabilitate: quod cum pleraque animalia hominem superent sensibus, nulla adhuc visa, quae in melius possent suam conditionem mutare: quod, pluribus rebus inventis, indicatisque, hominem fecisse verum est”. “Esplendoroso y admirable es todo aquello que Dios ha creado, que es todo lo que es y se percibe. Pero no hay nada más grande y maravilloso que el hombre mismo y que, en el hombre, su mente e ingenio. El hombre fue en principio modelado con barro, falto de palabra, sin artes, sin leyes, sin nada de lo que después hizo a los hombres, sólo dotado para la brutalidad y de una audacia y fuerza difíciles de imaginar en un cuerpo tan pequeño. Pero, poco a poco, empezó a ilustrarse con las artes, al dedicarse primero a la agricultura y a la ramadería, al fundar las primeras rústicas sociedades, de las que surgieron costumbres, leyes, ciudades, guerras, creencias sagradas, artes de la palabra, ciencias, hasta que nada, por oscuro que fuera, podía ocultarse al hombre. Por ello, como decíamos, es enorme el sentimiento de admiración por su ingenio: la mayoría de animales supera al hombre en condiciones físicas, pero no se conoce ninguno que haya mejorado en tal grado su condición, progreso que el hombre realizó en efecto y del que dan cuenta sus muchos inventos”.

[15] Porcacchi en el prefacio de Il Primo volume delle Cagioni delle Guerre, s.p.: “Le gioie di queste Anella sono senza dubbio le cose principali, che si leggono nell’historie. Ne dubita alcuno, per quel ch’Io creda, che le cose principali siano quelle, sopra le quali ne’ Principati & nelle Republiche si consulta, guerre, paci, leghe, tregue, & altre simili attioni piu importanti & piu grandi: delle quali si come le paci & le tregue non possono esser, se prima, come lor premesse, non hanno preceduto le guerre, cosi è da dir che di tutte le Gioie raccolte da’ libri dell’historie, le prime & piu degne siano le guerre”. “Las joyas de este anillo son, sin duda, las cosas principales que se leen en las historias. Por lo que sé, nadie duda que los hechos principales son aquellos que se dirimen en principados y repúblicas: guerras, paces, leyes, treguas y otras acciones similares, todavía más importantes. Sin embargo, al no poder tener lugar las paces y las treguas si antes no las han precedido guerras, debe convenirse que, de todas las joyas compiladas en los libros de historia, las guerras son las primeras y las más dignas”.

[16] Los trabajos de Momigliano (1972) y Burke (1966) explican, respectivamente, la formación de una historiografía antigua que, desde Herodoto, establece que son fundamentalmente las guerras los hechos que comportan cambios y marcan épocas y, por ello, el principal foco de interés para el historiador y la fuente más útil de prudencia política para el lector, y cómo esta tradición determina en el Renacimiento la popularidad y la autoridad modélica de los historiadores antiguos que mejor habrían sabido tratar los asuntos militares y políticos y, en especial, que mayor esmero habrían puesto en dilucidar las causas de guerras y revoluciones.

[17] Pontano expone su teoría de la historia en el Actius dialogus, escrito en 1499 y publicado en Nápoles en 1507; cito de la edición de 1579 en el Artes historicae penus, publicado en Basilea, 571: “Oportet igitur explicationem quidem ipsam esse ordinatam, quo veritas minime confusa, incertave, aut indistincta appareat. Parit igitur ex sese rerum ordo eam quae dispositio, & totius, & partium dicitur: cuius ea laus est, et eius opera & cura, tanquam uno in corpore, omnia suo loco, suis partibus aptè, propriè, decore, prudenterque collocentur, terminataque suis finibus totum ipsum partesque ita simul vinciant inter se, atque connectant, ut in unum coacta decenter consentiant, existatque universi species tum honesta & gravis, tum blanda & cum dignitate [...] Et quoniam actio omnis geritur atque administratur quodcunque id aliquam ob causam susceptum est (causae nanque ubique antecedunt, rerum suspiciendarum fines) oportet rerum scriptorem causarum ipsarum ac finium cum primis esse memorem, certumque earum verum expositorem: quibus exponendis summum est ab eo adhibendum studium, maximeque diligens cura”. “Es decir, que la explicación debe ajustar el orden de los hechos a fin de exponer las partes de un suceso de la forma más completa: este es su mérito, puesto que su tarea y preocupación deben ser que, de la misma manera que todo tiene su sitio en un cuerpo, sus partes queden colocadas donde deben, bien trabadas, con decoro y ciencia y que, dentro de sus límites, como un todo, sus partes se encadenen y se acoplen con gracia en una unidad entera, y que de ella surja una forma general que sea honesta, grave, dulce y digna [...] Y dado que toda acción que se realiza responde a alguna causa (y las causas, sin duda, siempre anteceden a los hechos), es preciso que el escritor recuerde con fidelidad las causas, además de los sucesos, y que las interprete de manera veraz: en su exposición, la dedicación al estudio debe ser máxima, como el rigor de su análisis”.

[18] Cito el De historia institutione dialogus de Fox Morcillo, editado en Amberes en 1557, por la traducción castellana de la edición bilingüe elaborada por Cortijo Ocaña (2000: 25): “Pero no vale en la historia con la descripción de lugares, aunque venga bien para clarificar y distinguir los sucesos, sino mucho más se han de poner las determinaciones y las causas de los hechos, porque tienen más que ver con los hechos mismos. Pues si se deben recordar todos los hechos que tienen que ver con el asunto y nada necesario y de peso se debe omitir, en especial se ha de atender a esto: que se expliquen las causas de los hechos y sus determinaciones”. Del De scribenda historia liber, de Antonio Viperano, publicado en 1569; cito por la edición de 1579, en el Artes historicae penus, 860-862: “Et ne huc, illucque historia vagetur, tenendus est quidam ordo, & rectus quasi cursus scriptionis. Et quoniam omnis actio principium habet, progressum, & exitum, causa, quae ad agendum aliquem impulit, cognoscenda est primo, & cum causa consilium […] Quibus de rebus modicè, & prudenter historicus loquetur, quoad spectabit ad rei gestae explicationem. Quod si ignoratio principiorum magnam obscuritatem in reliquis affert, & historicus actiones non bene explicarit, nisi rerum causas, & consilia bene perceperit. Cognitis autem causis reliqua melius intelligentur, & verior putabuntur […] Causarum, & consiliorum explicationem sequitur apparatus, tum eorum narratio, quae ex his profecta fuerunt distinguenda ab historico modis, locis, & temporibus; tandem exitus rerum declarandus est, & ea, quae comitata sunt eventa, prudenterque explicanda sunt, quae è sapientibus consiliis, quae è temeritate, quae è caso aliquo evenere”. “Allí por donde se despliega, la historia debe observar un cierto orden, un curso apropiado de escritura. Y dado que cualquier acción tiene principio, desarrollo y final, la causa que provoca que algo tenga lugar es lo primero que debe investigarse y, con la causa, el consilium […] Estas cosas, el historiador debe tratarlas con moderación y sabiduría, y examinarlas tanto como pueda para explicar los acontecimientos. Porque la ignorancia de los principios proyecta una gran oscuridad en los hechos y el historiador no contará bien los hechos si no capta correctamente sus causas e intenciones. En cambio, si consigue conocer las causas, comprenderá mejor el resto y lo evaluará con mayor certeza […] El embellecimiento sigue a la explicación de las causas e intenciones y entonces se obtiene la narración, en la que el historiador distingue los modos, lugares y tiempos de las cosas y explica el desenlace del evento; en la narración, al presentarse los hechos acompañados, se conoce mejor cuáles resultan de planes meditados, cuáles de la imprudencia y cuáles del azar”. Para la afirmación de Postel, vid. supra la nota 7.

[19] Vid. el diálogo séptimo de los Della historia dieci dialoghi de Francesco Patrizi, editados en Venecia en 1560, y la Methodus ad facilem historiarum cognitionem de Jean Bodin, publicado en París en 1566.

[20] Pontano, Actius dialogus, 571-572: “Quodque causis iis quae propinquae quidem sunt, aliquid tamen sese quandoque ostendit antiquius, huius quoque tanquam principii, nobiliorisque originis facienda est repetitio: antiquitasque atque obliteratio ipsa in memoriam revocanda, & tanquam exponenda in lucem: ut cum Salustius, quo Micipsae regis consilia magis magisque in aperto poneret, Numantino usque a bello repetit utque ad Catilinae incepta progrederetur, suosque pertramites, coepit repetere ab urbe condita, & quibus primò artibus civitas creverit, & quibus etiam moribus corrupta post iuventus fuerit, quae corruptio Catilinam ad ineundam coniurationem & traxit, & perpulit”. “Las causas suelen ser recientes o próximas a los hechos, ahora bien, también puede ser que alguna sea remota o antigua, y esta clase de causas, igual que los orígenes más célebres, también deben recuperarse del olvido y sacarse a la luz, como hizo Salustio, que para explicar la conjura de Catilina retrocedió hasta la fundación de la ciudad y relató cómo se desarrolló y cómo luego, pasada su juventud, empezó a corromperse hasta que se dieron las circunstancias para que tuviera lugar la conjura”. Los comentarios de Malvezzi sobre Tácito aparecieron en Venecia en 1622; he traducido el fragmento de una edición de 1635, Discorsi sopra Cornelio Tacito, Discorso secondo, 8-11: “E poiche delle cagioni, che si possono addure, lasciando da parte le sopranaturali, altre sono filosofiche, altre politiche, queste consistendo nelle cose fatte, quelle nell’ordine de’ numeri, e nell’influenze celesti, dirò prima politicamente parlando, come molti si credono, che la mutatione in Roma venisse per l’adulterio commesso da Sesto Tarquinio con Lucretia, da che non s’allontana Aristotele, mentre assegnando le cagioni, per le quali si mutano le Monarchie, e gli stati, non tralascia la libidine, e lascivia del Principe, per la quale mostra egli non pochi essempi di mutationi accadute in tutte le spetie di Republica, e Monarchie [...] Per gli essempi addotti, potriano molti, cred’io, darsi ad intendere, che le sopr’allegate fossero vere cagioni politiche della mutatione, che fece Roma dalla potenza regia, alla libertà; ma perche sarebbe un confondere i principii con le cagioni, è necessario, che io m’allontani un poco, accioche finalmente ritornando, possa rendere capace ogn’uno di questa verità. È però da sapere, che da principio a cagione, è una gran differenza, non parlando ne filosoficamente, ne teologicamente, ancorche nell’uno e nell’altro si potesse mostrare [...] In filosofia poiche Aristotile apertamente nella Fisica, e ne’ libri della generatione ci mostra molta differenza da’ principi a cagioni. Ma non intendendo egli talhora mentre gli distingue nell’istessa maniera, che facciamo noi, e bene spesso confondendogli, come nella Metafisica, dove mostra, che la cagione, e principio siano, come l’ente, e l’uno, iquali si convertono insieme; ed altrove dice che tutte le cagioni sono principii. Ed in teologia medesimamente i Padri Greci, mescolando ancora nelle persone divine la cagione col principi, come S. Gregorio Nazianzeno ed altri. Noi lasciaremo di parlare in questo luogo filosoficamente, ò teologicamente, e discorreremo per via d’attioni, mostrando in quanto errore siano incorsi infinite persone, confondendo i principii con le cagioni; cosi, che non fece Tacito, il quale dicendo nell’historia; Struebat iam fortuna in diversa parte terrarum initia, caussasque Imperii, mostrò di sapere, che non era l’istesso, cagione, e principio”. “Y puesto que de las causas que pueden aducirse, dejando aparte las sobrenaturales, unas son filosóficas, otras políticas, estas consistiendo en las cosas hechas, aquellas en el orden de los números y en las influencias celestes, diré en primer lugar, políticamente hablando, que muchos creen que el cambio en Roma se produjo por el adulterio cometido por Sexto Tarquinio con Lucrecia; de lo que no se aleja Aristóteles cuando al señalar las causas por las que mutan las monarquías y los estados no olvida la líbido y la lascivia del príncipe, y muestra varios ejemplos de alteraciones causadas por ellas en todas las especies de república y monarquía […] Por los ejemplos comentados, muchos podrán concluir que las aducidas fueron auténticas causas políticas del paso de Roma del poder monárquico a la libertad; pero porque sería confundir los principios con las causas, es necesario que me aleje un poco para que, al volver, al final, pueda hacer capaz a cualquiera de comprender la verdad. Debe notarse que entre el principio y la causa existe una gran diferencia, y no me refiero ahora a ellos en términos filosóficos o teológicos, aunque también puede mostrarse la diferencia […] En filosofía, puesto que Aristóteles claramente en la Física y en los libros sobre la generación nos muestra que hay mucha diferencia entre principio y causa. Aunque quizá no los entiende y distingue del mismo modo que nosotros, es más, a menudo los confunde, como en la Metafísica, donde muestra que la causa y el principio son, como el ente y el uno, que devienen lo mismo, y en otros lugares, donde afirma que todas las causas son principios. Y en teología, asimismo, los Padres griegos, que mezclan en las personas divinas la causa con el principio, como San Gregorio y otros. Dejaremos de tratar la cuestión en estos términos y discurriremos sobre ella por vía de la acción para mostrar que muchos se han equivocado al confundir principios con causas, error que no cometió Tácito, quien al afirmar en su historia “ya la fortuna disponía en distintas partes de la tierra los inicios y las causas del imperio”, demuestra saber que unos y otros no son lo mismo”.

[21] Polibio explica la diferencia entre principios y causas en la narración histórica en el apartado sexto del libro tercero de sus Historias, en la edición de la Loeb Classical Library, 7-8: “¿A quién se le ocurriría estimar como causas de las guerras planes y preparativos que, en el caso de la guerra persa, se habían elaborado con antelación, muchos por Alejandro y hasta algunos de ellos por Filipo, y en el caso de la guerra contra Roma, mucho antes de que llegara Antíoco? Estas serían interpretaciones de hombres incapaces de advertir la gran y esencial diferencia entre un principio y una causa o un propósito, siendo estos el primero de todos los orígenes, y viniendo el principio después. Por el principio de cualquier cosa entiendo cuando se empiezan a ejecutar y poner en acción los planes que hemos ideado; por sus causas, aquello que da pie a nuestros juicios y opiniones, es decir, nuestras nociones de las cosas, nuestro estado mental, nuestro modo de razonar acerca de tales cosas, y todo aquello que nos lleva a alcanzar decisiones y diseñar proyectos”.

[22] Conviene tener en cuenta que la discusión sobre el lugar de las deliberaciones en el relato histórico también forma parte del debate, ya iniciado por los antiguos, acerca del encaje en el género de los materiales considerados superfluos, como las digresiones, los discursos o las mismas deliberaciones. Agradezco la observación al revisor número uno de este artículo.

[23] Pontano, Actius Dialogus, 572: “Ipsis autem causis suscipiendi sive negotii, sive belli coniuncta sunt consilia, & hominum qui agendum quippiam decernunt, sententiae ac voluntates: quae quod saepe numero sunt diversae, exponendae eae sunt à rerum scriptore in parte utramque [...] Quofit, ut quandoque utriusque partis, diversorumque consiliorum autores ac principes inducendi sint altercatim differentes in senatu, quo sententiae ipsae clariores appareant, illustreturque magis magisque historia, & rectores ipsi apertius doceantur de altercationium causis, consiliorumque ac sententiarum diversitate”. Las causas que dan pie a asuntos o guerras están relacionadas con las deliberaciones, los pareceres y las intenciones de cualesquiera de los hombres que dirimen qué debe hacerse. Tales opiniones con frecuencia son dispares, por ello el escritor debe exponer las de todas las partes [...] siempre deben reportarse los responsables de las distintas deliberaciones y las opiniones de los líderes de cada facción del senado: de esta manera, las posiciones se comprenden con mayor claridad y la historia ilustra más y mejor y muestra más abiertamente causas, deliberaciones y sentires”. Fox Morcillo, De historiae institutione dialogus, cito por la traducción de Cortijo Ocaña (2000: 25): “Así es que la causa es anterior a la determinación y la primera ocasión para ejecutar el hecho; la determinación es la que nace de la deliberación, una vez que se ha ofrecido la ocasión […] Las causas, como primeras que son y voluntarias, son varias y derivan de varios sucesos. Pues bien el deseo de dominar mueve a los hombres a la guerra, como a Nino, rey de los asirios, según escribe Justino, o a Alejandro Magno, o el deseo de vengar alguna injuria, como los cartagineses, que declararon antaño la guerra a los romanos por recuperar Sicilia. Y tantas como son, según he dicho, las ocasiones de las guerras, como dice Platón en el libro II de su República, serán las causas de ellas. En las guerras civiles pueden ser muchas las causas, como cambios de leyes, traiciones, odio de ciudades, tiranía de magistrados, pérdida de colonias, sacrificios de una ciudad, nuevas navegaciones, descubrimientos, portentos y otras cosas de este tipo, que suceden todos los días y pueden dar causa para escribir la historia”. Viperano, De scribenda historia liber, 860: “Así, la causa se refiere al deseo dominado, a las ganas de vengar una injuria, al miedo a los peligros y males, al amor o al odio hacia alguien, y a cualquier cosa que nos induce a actuar. En cambio, el consilium es el motivo razonado de actuar, la intención”.

[24] Vid. Polibio, Historias, libro tercero, apartado séptimo, en la edición de la Loeb Classical Library, 19-21.

[25] Dell’ historia di M. Francesco Guicciardini, Florencia, 1561; cito de la dedicatoria de Agnolo Guicciardini a Cosimo Medici, s.p.: “Quelle leggi, che si devono nella historia principalmente osservare, considerata l’opera, & la vita dell’autore, essersi da quello inviolabilmente osservate, approvando ciascuno di quei che lo conobbero, lui essere stato non solo prudente, ma sincero, & buono, dalle quale virtù è lontano ogni sospetto di gratia, o d’amore, d’odio, o di premio, o di qualunche altro si voglia humano affetto, che possa havere forza di torcere dal vero l’animo de gli scrittori: onde si puo fermamente credere le cose scritte da lui essere vere, & cosi seguite come elle si contano: perche rari sono stati quegli in questi tempi, ai quali si sia porta maggiore comodita di sapere il vero delle cose che a lui, il quale essendo nella sua città nato nobile, & dedicatosi da primi anni suoi a gli studii delle lettere, & conosciuto da molti infino dal principio della sua giovanezza altissimo a trattare cose grandi, & honorate, fu adoperato da suoi cittadini molto per tempo in faccende di gran momento, dove crescendo in lui insieme con l’età il giudizio, & il sapere, fu da potentissimi Principi con somma autorità proposto a grandissimi eserciti [...] e in somma quasi per tutta la vita sua in cose grandissime, & gravissime esercitato: la onde, & per haverne egli trattate assai, & essere intervenuto dove le piu si trattavano, gl’è stato facile venire alla cognitione di molte cose, che a infiniti altri sono state nascose: oltre a che egli fu diligentissimo investigatore delle memorie publiche [...] le quali [guerre] non solamente in essa [la sua historia] si raccontano, ma le cagioni, i consigli, la prudenza, la temerità, la virtù, i vitii, & le fortune degl’huomini principali che v’intervennero, talmente che noi possiamo di questa opera veramente affermare quello che dire si suole. L’historia essere testimonio de tempi passati, luce del vero, vita della memoria, & finalmente maestra delle humane attioni”. “Que aquellas leyes que más deben observarse en la historia, a la luz de la obra y de la vida del autor, han sido impecablemente respetadas: cualquiera que lo conoció aseguraría que no sólo fue un hombre prudente, sino también sincero y bueno, virtudes que alejan cualquier sospecha de favor, amor, odio o recompensa o de cualquier otro afecto que pueda apartar de la verdad el ánimo del escritor. Por ello, puede creerse con seguridad que las cosas que escribió son verdaderas y que acaecieron tal como las cuenta, porque pocos, en estos tiempos, han podido contar con mayores facilidades que él para conocer la verdad de las cosas, porque habiendo nacido noble en su ciudad, y habiéndose dedicado desde joven al estudio de las letras, y habiendo sido conocido por muchos que ya desde entonces era especialmente apto para tratar temas elevados y honorables, sus conciudadanos le encargaron tareas de gran responsabilidad, de modo que al crecer en él, a la vez, la edad, el juicio y el saber, fue propuesto por poderosísimos príncipes para cargos de suma importancia […] en definitiva, que dedicó casi toda su vida al ejercicio de trabajos grandes y graves: de aquí, y por haber tratado muchas cosas y haber intervenido a menudo allí donde se dirimían las más relevantes, le ha sido fácil conocer mucho de lo que a la mayoría le ha sido vedado, también debido a que fue un diligentísimo investigador de los documentos públicos […] Y en la historia no sólo se explican tales guerras, sino también las causas, los consejos, la prudencia, la temeridad, la virtud, los vicios y las fortunas de sus protagonistas, de manera que podemos afirmar de esta obra aquello que suele decirse: la historia es testimonio de los tiempos pasados, luz de la verdad, vida de la memoria y, por fin, maestra de las acciones humanas”.

[26] Cicerón en el De oratore y el De legibus, Luciano de Samosata en la obra Verae Historiae libri duo o Quomodo Historia conscribenda sit, título en latín del original griego, y Tácito en los Anales advierten sobre la necesidad de que el historiador se ciña a los hechos y evite cualquier indicio de parcialidad o malicia en el relato.

[27] Las noticias aparecen en la vida de Tucídides, que Porcacchi elabora a partir de los testimonios de Quintiliano sobre la vida de Herodoto y de Cicerón y Dionisio Halicarnaseo sobre el estilo de Tucídides. He consultado la biografía de Porcacchi, que acompaña a una traducción italiana de la obra de Tucídides realizada en 1545, en una edición publicada en Verona en 1735.

[28] Desan (1984) analiza con detalle el Compendium de origine et gestis francorum de Gaguin, la Apologie de la Gaule contre les malevoles escripvains de Postel y otros relatos de igual relevancia al examinar los orígenes de la historiografía nacionalista francesa en el Renacimiento.

[29] Para un comentario más exhaustivo de las historias de Hotman y Pasquier y un análisis de conjunto de los historicismos franceses en el Renacimiento, vid. los trabajos de Schiffman (1985, 1987 y 1989).

[30] Burrow (2007: xii-xix).