Cesc Esteve
(King’s College London)
Orígenes, causas e inventores en la historiografía del Renacimiento
Abstract:. This article studies the
formation of Early Modern historiography through examining the theories,
methods and functions of one of its most conspicuous and relevant types, that
which investigates the origins of historical entities and facts. By focussing
both on the artes historicae and on a wide range of accounts about the
foundation of cities, the invention of arts or the causes of wars, this article
illustrates how Renaissance writers construct a scientific paradigm which
sanctions the ideological, philosophical and rhetorical forms, purposes and
values of the narrative of the origins and allows to understand that it is
precisely because of its principles and methods that this kind of stories are
so characteristic of Early Modern historiography.
Keywords:
Early Modern historiography, philosophy
of history, rhetoric, ars historica.
Resumen: Este artículo aborda la formación de la historiografía del
Renacimiento a través del examen de las teorías, los métodos y las funciones de
una de sus modalidades más relevantes, aquella que indaga los orígenes de
acontecimientos, instituciones, artes y demás entidades históricas. Mediante el
análisis de un repertorio significativo de artes historicae y de relatos
sobre la fundación de ciudades, la invención de artes y las causas de guerras,
este trabajo ilustra la construcción del paradigma científico que sanciona las
formas, los propósitos y los valores ideológicos y epistemológicos de la
narrativa de los orígenes y explica cómo y por qué sus principios y métodos
convierten esta clase de relatos en un género característico de la
historiografía renacentista.
Palabras Clave: Historiografía renacentista, filosofía de la historia, retórica, ars
historica.
Fecha de recepción: 12 de julio de 2008.
Fecha de aceptación: 15 de septiembre de 2008.
En los estudios de la historiografía
renacentista predominan los trabajos que abordan su formación, esto es, los
modos y términos en que se concibe y se regula, se escribe, se lee y se utiliza
el discurso histórico, a partir de sus autores, géneros y materias, del
estatuto que la historia ostenta entre las artes y las ciencias, de sus
relaciones con otras disciplinas de conocimiento y de aquellos principios y
métodos que caracterizarían la modernidad de la historiografía de los siglos xv y xvi.
Mi propósito, en este artículo, es examinar la historiografía del Renacimiento
a partir de las formas y funciones que en ella adquiere y ejerce la idea de los
orígenes. Atender a los sentidos e intereses y valores y usos que historiadores
y filósofos de la historia prestan a esta idea, en la que incluyo los conceptos
de causa e inventor, permite adoptar una perspectiva de análisis que puede
incorporar, relacionar y, en ciertos casos, revisar algunas de las conclusiones
que la crítica ha establecido sobre el discurso histórico en el Renacimiento.
Es oportuno destacar que, aunque adopta formas diversas, el interés
por indagar los orígenes se extiende desde las historias y geografías de
ciudades, naciones e imperios hasta las obras de las llamadas disciplinas
colaterales, la historia sagrada, los compendios y enciclopedias de
antigüedades y los catálogos y vidas de hombres ilustres, y se disemina además
por el resto de sedes en que suele desarrollarse la historiografía cultural del
siglo. Por ejemplo, en tratados de poética y retórica y en polémicas y
discursos sobre las lenguas y las artes. Al permear todo el espectro de géneros
históricos, el interés por los orígenes atraviesa las principales áreas
temáticas en que suele dividirse la historiografía renacentista: la naturaleza,
la política y la guerra, la religión y la cultura, e incumbe tanto a la
investigación erudita del pasado remoto, cuanto al análisis de hechos
recientes. Así, importa conocer, por ejemplo, de qué pueblo descienden los
galos, cómo se fundó Florencia, cuáles eran las primitivas liturgias de la
iglesia cristiana, cuáles fueron las causas de las guerras de religión que asolaron
Francia durante la segunda mitad del siglo xvi
y qué nación inventó la escritura.[1]
El alcance de este interés se materializa en la elaboración de obras
que tratan, de manera monográfica, sobre los orígenes de pueblos, instituciones
y lenguas: son los casos de los De
originibus de Guillaume Postel, del Compendium
de origine et gestis francorum de Robert Gaguin, o del Recueil de l’origine de la langue et poesie françoise de Claude Fauchet; de su popularidad da cuenta el éxito
de obras que recuerdan a inventores y celebran sus hallazgos, como el
difundidísimo De inventoribus rerum
de Polidoro Virgilio y las de sus epígonos, Marco Sabellico y Alessandro Sardi;
e ilustran los modos en que se manifiestan el interés y la popularidad de las
historias de los orígenes empresas editoriales como la de Thomaso Porcacchi,
que extrae de los relatos de historiadores clásicos, para compilarlas en un
libro, las causas de las guerras antiguas.[2]
Fijar la atención en las formas y funciones que adoptan los orígenes,
concebidos de manera inclusiva, permite también detectar coincidencias y
conflictos entre la práctica y la teoría de la historia del período
renacentista, y restablecer vínculos entre frentes que la crítica ha tendido a
aislar.[3]
Los autores de artes historicae, esto
es, de tratados y diálogos en los que definen la naturaleza y fines de la
disciplina y enseñan cómo debe escribirse y leerse la historia, reflexionan con
frecuencia sobre los orígenes: sancionan su valor científico y retórico,
disciernen y jerarquizan sus variantes, explicitan qué saberes procuran y qué
dificultades entrañan, guían al escritor para que aprenda a descubrirlos y
revelarlos e instruyen al lector para que sepa sacar de ellos el máximo
provecho. Los mismos presupuestos y argumentos que configuran las teorías de
los orígenes pueden encontrarse en las dedicatorias y prefacios de las obras
históricas, pero formulados, a menudo, de manera más difusa. Por ello, el
dictado de los teóricos puede servir para aclarar con qué principios y
propósitos trabaja el historiador.[4]
Ahora bien, quizá el mayor provecho que se obtiene de confrontar la
teoría con la escritura de los orígenes sea advertir el hiato que separa la idea
de la historia que debería escribirse, de la historia que se desea contar y
estas, a su vez, de la que al cabo se narra. Los principios teóricos, los
hábitos metodológicos y los intereses ideológicos y políticos que concurren en
los relatos históricos hacen emerger fricciones significativas entre los
valores y usos de los orígenes. Estas tensiones ponen de manifiesto que la
noción integra el deber ser de la historia, tanto como participa de su reverso,
es decir, el repertorio de vicios y errores que despoja a la disciplina de
dignidad y provecho: la fabulación de mitos, la propaganda patriótica, la
sumisión al poder.[5]
Y, por fin, atender a los modos en que historiadores y críticos del
Renacimiento conciben y explotan los orígenes permite comprender de una manera
más cabal qué lugar ocupa la historiografía en la cultura docta altomoderna, cuáles
son sus relaciones jerárquicas con otros saberes y artes, en especial con la filosofía
y la poesía, y el porqué de su constante oscilar entre la autoridad de una
ciencia y las incumbencias de un género literario. Y es que la narrativa que da
cuenta de inicios, descubrimientos, causas e inventores constituye una
instancia idónea en la que apreciar, de manera simultánea, las dimensiones
filosófica y retórica de la historiografía renacentista. No se trata sólo de
advertir su doble vertiente, sino también de reparar en que la autoridad como
saber y el estatuto científico de la disciplina con frecuencia dependen de que
ambos frentes cooperen. Como se verá, los orígenes interesan porque custodian
tanto saberes de condición universal y carácter ejemplar, cuanto el
conocimiento de lo singular e irrepetible: en ellos esperan encontrar y
fundamentar los historiadores la identidad esencial de un pueblo, la razón
última del auge y de la crisis de los imperios o la máxima antigüedad y la
primacía en el cultivo de un arte. No obstante, los orígenes, o mejor aquí, los
principios o inicios, no importan sólo cuando se trata de decidir qué pasado
conviene recordar y de qué hechos se puede aprender, desempeñan también un
papel crucial a la hora de regular qué forma narrativa debe adoptar el discurso
para desplegar todo el conocimiento que el historiador ha podido acumular.
No es este el lugar para comentar con exhaustividad y detalle las
formas y usos de la idea de los orígenes, al tratarse de una noción de tan
largo y productivo recorrido por la historiografía renacentista. Sin embargo,
trataré de ilustrar algunos de los más significativos presupuestos, argumentos
y problemas que jalonan sus teorías y prácticas. Asimismo, conviene advertir
que, además de ventajas, mi enfoque comporta problemas: en ciertos contextos,
resulta discutible asimilar los conceptos que reúno bajo el término “orígenes”
y empobrecedor equiparar, o proyectar de una categoría a otra, los diversos
valores que se les presta en las distintas funciones que ejercen. Existe,
además, un desequilibrio notable en la densidad conceptual que adquieren los
términos y hay diferencias significativas en los modos de hacerla explícita.
Así, la importancia de las causas viene sancionada por las
convicciones y los relatos de autores antiguos que los historiadores
renacentistas toman como modelos, como Polibio, Livio, Salustio y Tácito. Esta
tradición de pensamiento suscita un esfuerzo sostenido de los críticos
quinientistas por consensuar las opiniones de las autoridades y determinar así
la naturaleza y variantes de las causas y su posición y rendimiento en la
economía narrativa del género. La historiografía sobre orígenes e inventores se
ampara también en precedentes ilustres, como las crónicas eclesiásticas y
civiles que se remontan a la creación del mundo y a la fundación de ciudades,
los capítulos sobre invenciones de la Historia
natural de Plinio y las Etimologías
de Isidoro. Sin embargo, no la acompaña un discurso crítico que establezca una
definición universal y sistemática de los orígenes que trascienda y unifique
sus tipos, que en los relatos pueden ser sobrenaturales, geográficos,
políticos, culturales o antropológicos, y que explicite su valor como saber.
Tales premisas suelen transmitirse con la imprecisión del lugar común
y a menudo se adoptan por convención, por ello deben desentrañarse de los
relatos y ponderarse de acuerdo con sus usos y efectos. Sin embargo, revisar
con detalle una muestra representativa de la narrativa de los orígenes exigiría
mucho más espacio del que dispongo aquí, por lo que ilustraré sus concepciones
y usos sobre todo mediante fragmentos extraídos de dedicatorias y prólogos de
historias y de tratados teóricos, una opción de método que, sin duda,
sobredimensionará la relevancia de las intenciones declaradas y de los
preceptos y minorizará, en cambio, el peso de los relatos. En cualquier caso,
compensan estas limitaciones el alcance y la transversalidad que la noción de
los orígenes adquiere en la historiografía de la primera edad moderna.[6]
Hacia una historia mejor
Durante el Renacimiento, historiadores, anticuarios y críticos
coinciden en estimar que la verdad que procura el conocimiento de los orígenes
de las cosas es la más valiosa que puede proporcionar la indagación histórica:
por ello, es corriente que vinculen y justifiquen el interés por investigar
principios y rememorar fundadores con el afán de mejorar la disciplina, con la
pretensión de que devenga, de acuerdo con las preocupaciones del siglo, más
verdadera y útil, y de que contribuya, así, al progreso general de la
civilización.
Diversas razones sustentan la convicción de que las obras que revelan
los orígenes son cruciales para este propósito. De atender a los argumentos con
que Guillaume Postel presenta al senado de Besançon su recopilación de orígenes
varios y de historias hasta entonces desconocidas, su humilde esfuerzo queda
compensado con creces por la cualidad del saber que atesora la obra.[7]
Destaca el autor la virtud y la auténtica y completa verdad que reside en los orígenes.
Son consideraciones que apelan por igual a la creencia ética y al principio
epistemológico de que lo primigenio es más puro e íntegro. Para sugerir al
lector que es en los orígenes donde debe sorprenderse lo sustancial de
cualquier entidad histórica, el historiador debe imaginarlos, de manera
simultánea, antes (o fuera) y en el principio de un tiempo que desgasta,
degrada o, en todo caso, altera la identidad de las cosas. Sin embargo, Postel
invoca otro principio crucial para justificar el valor y la utilidad, en este
caso, no tanto de conocer los orígenes, cuanto de indagar desde los orígenes, al asumir que inicios y causas determinan el
devenir de naciones, lenguas y costumbres de un modo más decisivo que cualquier
otra situación o factor que el historiador y el lector puedan contemplar.
Thomaso Porcacchi y Marco Antonio Sabellico se extienden en
argumentos parecidos a los de Postel para justificar que hayan escrito sobre
las causas de las guerras antiguas y el origen de Venecia respectivamente.[8]
También Porcacchi presume que el lector sólo llegará a tener un conocimiento
pleno y absoluto de las guerras si advierte sus causas, pero desvela que la
autoridad del argumento se ampara en los principios filosóficos que otorgan a
la noticia de la causa un peso decisivo en cualquier indagación.[9]
Sus razonamientos se asemejan a los que esgrimen Postel y, como se verá,
Sabellico, pero también se distinguen de ellos al hacer patente el interés de
los historiadores por encontrar en la filosofía presupuestos y métodos que
legitimen su actividad. Es crucial fijarse en que Porcacchi transfiere al
inicio de los eventos históricos la causa que los filósofos conciben como el
objeto o el fin de la entidad, puesto que tal operación explica que los
historiadores asuman que para entender, por ejemplo, cuál es la función de un
parlamento o la finalidad de la poesía, no deben inferir la respuesta de su
acción o sus avatares en el tiempo, sino buscarla en sus orígenes.
Las razones de Sabellico inciden en la capacidad de los orígenes de
condicionar, en su caso, el devenir de una ciudad. La premisa adopta una
fórmula recurrente en la historiografía civil del Renacimiento, que ya Leonardo
Bruni había expuesto en la historia de Florencia, terminada en 1449, y que
repetirán historiadores y autores de artes historicae a lo largo del
Quinientos.[10]
Se trata de la convicción de que los fundadores de una ciudad, así como su
primer modo de gobernarse, imprimen en ella y sus habitantes características
indelebles. Sería indigno de cualquiera comprometido con el progreso de la
civilización, sugiere Sabellico, no maravillarse ante las virtudes de Venecia y
no recordar quiénes fueron sus fundadores. De atender al historiador, estos, al
crear las primeras instituciones y leyes de la ciudad, habrían puesto los
medios para asegurar la adhesión de todos los venecianos al régimen político
original y les habrían instilado el potencial -“el alimento”- para que, con el
paso del tiempo, desarrollaran todas las virtudes que el sistema sabiamente
elegido habría albergado.[11]
El reconocimiento debido a los fundadores al que apela Sabellico pone
el énfasis en la dimensión humana, individual y ejemplar de los orígenes, sesgo
que caracteriza también el discurso que su coetáneo Polidoro Virgilio despliega
para justificar la oportunidad de su enciclopedia de inventores.[12]
Arguye el autor que las fábulas de poetas y los mitos de filósofos han dominado
hasta entonces la materia de su obra y que urge rescribirla con el riguroso
escrúpulo por la verdad que exigen los estándares científicos del siglo. De
este modo, Polidoro dignifica una labor que habría realizado movido por las
inquietudes y guiado por los métodos que sanciona la historiografía humanista,
todo ello con el fin de restablecer una memoria más fidedigna mediante el
rechazo de las leyendas y la evaluación crítica de las fuentes. De creer al
autor, sus indagaciones habrían respondido a la apremiante necesidad de hacer
justicia, esto es, de rescatar del olvido y reconocer los méritos a los
verdaderos inventores de artes y técnicas útiles para la vida práctica y para
la perfección del espíritu.[13]
Así, Polidoro presenta su obra como un monumento para celebrar el
progreso humano.[14]
Sin embargo, el autor se afana también en argüir que, al explicar a ciencia
cierta quién inventó la astrología, las matemáticas o la música, su obra cumple
con el cometido de instruir al lector mediante el ejemplo verdadero, de
inducirlo a emular, en este caso, a los héroes de la cultura y el saber. Con
ello, Polidoro hace suya una vindicación muy común entre sus coetáneos, a
saber, que los ejemplos que reportan las historias consiguen educar con más
eficacia que los preceptos filosóficos, porque son más vívidos y placenteros, y
en mayor grado que los relatos poéticos, puesto que sus casos no son ficticios,
sino reales, y por ello impresionan y persuaden al lector con más fuerza.
Conviene advertir, no obstante, que la ejemplaridad de los
protagonistas de las historias de Polidoro Virgilio es peculiar, y que lo es
dada su condición de inventores. Así, conocer a los primeros historiadores,
escultores o pintores debe sobre todo incitar al lector a inventar algo que lo
haga digno de reconocimiento, y sólo en segundo término inducirlo a tomarlos
como maestros en sus artes y a tratar de escribir o pintar como ellos. Si esta
fuera la lección principal, el catálogo de inventores estimularía en exceso el
deseo de imitarlos y con ello, alimentaría la creencia de que los inventores
pueden superarse en sus respectivos artes. Este propósito debe mantenerse en un
segundo plano, puesto que se fundamenta en un principio progresista que
contraviene la supremacía de la que gozan los inventores por tratarse de los
artistas originarios, los que mejor habrían cultivado sus disciplinas. Como se
verá, este es el valor de los orígenes que a Polidoro más le interesa explotar.
Por ello, erosionarlo menoscabaría la eficacia de la historia que diseña para
fines que prefiere no declarar en los preliminares de la obra.
En el corazón de la historia
Las justificaciones sobre la pertinencia y la utilidad de crónicas y
compilaciones sobre orígenes de ciudades, causas de la guerra e inventores de
artes se insertan en un contexto discursivo, el del progreso del conocimiento
y, sobre todo, el del perfeccionamiento
de la historia, en el que ocupa una posición central la reflexión de
historiadores y teóricos acerca de las causas. Es central porque atañe a la
historiografía política y militar, esto es, aquella que da cuenta de los
acontecimientos que las clases doctas y dirigentes del siglo consideran más
importantes por su capacidad de determinar el curso de los asuntos públicos, de
alterar hegemonías y equilibrios de poder entre ciudades, naciones e imperios
y, en suma, de marcar épocas. Constituyen estos hechos la acción de regímenes
de gobierno, las revoluciones y conjuras y las guerras, paces, leyes y treguas
que Porcacchi califica como joyas de la historia.[15] La
teoría de las causas es central también en la medida que concede a su
exposición un lugar preeminente en la narrativa histórica, que se estima como
el género más completo, elegante e instructivo para relatar el pasado, superior
a anales, diarios y crónicas, que habrían utilizado métodos más rudimentarios y
fragmentarios para registrar los hechos. Y es central, por fin, porque la
reflexión puede vertebrarse mediante paráfrasis y glosas de los dictados de los
historiadores antiguos que ejercen de modelos para la disciplina.[16]
Giovanni Pontano, Sebastián Fox Morcillo y Antonio Viperano son sólo
algunos de los autores de artes historicae
que recomiendan al historiador que ponga el máximo esmero en recordar
fielmente, examinar con atención y juicio y relatar con orden y claridad las
causas de los acontecimientos.[17]
Tales preceptos suelen ser contiguos a los consejos de corte retórico que los
teóricos dan al escritor: en este sentido, las causas son relevantes en la
medida que señalan dónde debe iniciarse un relato que aspire a ser orgánico y
completo y a dar luz al entendimiento. Pero la inquietud formal es indisociable
del valor cognitivo que los teóricos conceden a la explicación de las causas,
puesto que si las ignoran y no pueden incorporarlas al relato o las ponderan de
manera inadecuada, como asegura Viperano, los historiadores proyectarán una
gran oscuridad en los acontecimientos que las suceden, un efecto letal para los
fundamentos del saber histórico, análogo al que Postel cifraba en que se
desconocieran los orígenes de naciones y lenguas.[18]
Sin embargo, existe menos consenso acerca de qué clase de causas
importan a la historiografía civil y qué otras, en cambio, deben dejarse al
escrutinio del filósofo. No es Porcacchi el único que asimila la causa final
con la causa histórica, también lo hace Francesco Patrizi, uno de los teóricos
de la historia más influyentes del siglo xvi
junto a Jean Bodin, quien por su parte asume que el curso de los asuntos
humanos responde, entre otros factores, a las influencias celestes, cuyo
estudio suele adscribirse antes al filósofo que al historiador.[19]
El mismo Pontano, para ilustrar que tanto las causas remotas como las recientes
pueden ser pertinentes para el relato, remite al lector al ejemplo de Salustio,
que se remonta a la fundación de Roma, causa que pertenecería a la categoría de
orígenes célebres, para explicar con propiedad las circunstancias que habrían
dado pie a la conjura de Catilina. Y todavía en el primer cuarto del siglo xvii, Vergilio Malvezzi, al comentar
las historias de Tácito, pone de manifiesto que, sobre todo a la luz de los
distintos testimonios de filósofos, persisten las dificultades para discernir
con precisión cuáles son las causas políticas que merecen la atención del
historiador.[20]
No obstante, entre la disparidad de opiniones, se abre paso la idea
de que el historiador debe indagar las causas de los asuntos políticos y militares
en el seno del poder. Tal convicción se consolida al amparo de la distinción
que Polibio realiza entre principios y causas de los acontecimientos. Por los
primeros, entiende el historiador griego el momento en que empiezan a
ejecutarse las acciones que se han planeado; por las segundas, las intuiciones
y los razonamientos que llevan a príncipes y generales a formarse juicios,
tomar decisiones y diseñar estrategias.[21] Al
definir y acotar Polibio las causas en términos flexibles, los críticos del
Renacimiento incluyen en ellas las varias actitudes y los diversos deseos,
odios y miedos de los poderosos de los que dan cuenta otros historiadores
antiguos griegos y romanos. La influencia de estas mismas autoridades los
induce a insertar los consilia o las deliberaciones
y determinaciones de los gobernantes en el vacío que Polibio deja entre las
impresiones que desembocan en planes y su puesta en marcha.[22]
Pontano, por ejemplo, arguye que las causas de las guerras están
relacionadas con las deliberaciones y los pareceres de los poderosos y aconseja
al historiador que exponga las razones de todas las facciones para que el
lector comprenda cada posición y el relato ilustre más y mejor los hechos. De
este modo, al revelar las guerras con todos sus motivos, el conocimiento
histórico deviene más completo y profundo. Fox Morcillo no distingue los
principios de las causas, sino estas de las determinaciones. A su entender, las
causas de las guerras son muy diversas: pueden ocasionarlas el deseo de reyes
de ampliar sus dominios y de vengar afrentas, que se cambien las leyes, que se
organicen conspiraciones para derrocar a gobernantes corruptos y tiranos, pero
también que una ciudad pierda sus colonias o que se descubran nuevas tierras.
Las determinaciones son las decisiones, los planes y las estrategias que se
adoptan en las deliberaciones que mantienen los príncipes y sus consejeros.
Viperano distingue los mismos términos, pero reduce las causas a pasiones, que
opone a las intenciones y a los motivos razonados, los consilia, que
preceden a la acción. En todo caso, las variaciones y los matices en la
definición y distinción de principios, causas, determinaciones y deliberaciones
no impiden que la reflexión de los teóricos comporte en suma que, en un sentido
u otro, las causas adquieran más importancia en la indagación y en el relato
históricos.[23]
El mismo Polibio revela dónde reside el valor de conocer las
actitudes y las razones de los protagonistas de los hechos al asimilar la
escasa valía de un hombre de estado que no fuera capaz de prever cómo, por qué
y dónde tienen origen los asuntos de su incumbencia con la inutilidad de un
médico que no supiera averiguar las causas de los síntomas de un enfermo. Este
difícilmente sería capaz de recomendar un tratamiento eficaz y sería improbable
que aquel pudiera manejar adecuadamente las circunstancias a las que su acción
de gobierno habría de hacer frente, y casi imposible que supiera conducirlas
según su conveniencia.[24]
Por tanto, cronistas y lectores deben esmerarse por mostrar y recordar los
prejuicios y las pasiones de los poderosos y las razones de sus consejeros
porque, con los antiguos, los modernos asumen que tales causas atesoran las
circunstancias, síntomas y factores de los eventos que pueden repetirse en el
tiempo y que, por ello, deben elevarse a experiencia universal y ejemplar. En
ellas anida la lección política, militar y civil que la historia ofrece a
gobernantes, comandantes y ciudadanos para que aprendan a adelantarse a los
acontecimientos, a calcular las consecuencias de sus decisiones, a prever
cambios y adaptarse a ellos y a disponer las condiciones para que se
reproduzcan los resultados que persiguen.
Es fácil percatarse de que semejante conocimiento no está al alcance
de cualquier historiador: los argumentos y ejemplos con que los críticos
esgrimen e ilustran el valor de estas causas no sólo tienden a omitir la
actividad de anticuarios y enciclopedistas, también promueven como profesional
de la disciplina el investigador que es testimonio directo de los hechos y que
mantiene relaciones privilegiadas con quienes dirigen instituciones políticas y
militares. Sólo si goza de su trato y confianza, o si pertenece a su clase,
puede aspirar el historiador a que se le abran los archivos de documentos
públicos y las puertas de los consejos y sólo así puede conocer la personalidad
y las más íntimas inquietudes de los poderosos. A estos privilegios apela
Agnolo Guicciardini en 1561 para ensalzar las virtudes de la hasta entonces
inédita historia de Italia que había escrito su tío Francesco. El autor, además
de ser noble y poseer sobresalientes aptitudes para la investigación, habría
podido explicar con conocimiento de causa las vicisitudes de Florencia durante
la crisis iniciada en 1494 gracias a su vasta experiencia política, adquirida
al haber tomado parte en asuntos de la mayor gravedad y en decisiones de suma
relevancia para el gobierno de la ciudad.[25]
Sin embargo, las mismas condiciones que facilitan que el historiador
“conozca la verdad de las cosas” y las narre tal como acontecieron se erigen en
el motivo que los críticos más aducen para desconfiar de la objetividad del
cronista y cuestionar que pueda en efecto instruir mediante el ejemplo
verdadero. Ya los antiguos advertían de la conveniencia y la dificultad de ofrecer
una visión completa e imparcial de los hechos, dada la tendencia de las partes
implicadas a idealizar sus razones y actos y alertaban de la necesidad de que
el historiador los explicara sine ira et
studio, sin prejuicios ni movido por pasiones. Por ello censuraban a
aquellos que habían sesgado sus interpretaciones para favorecer al príncipe que
los protegía o a sus compatriotas y para humillar y ridiculizar a sus enemigos.[26]
Las preocupaciones de los antiguos siguen vigentes en el Quinientos. Así, por ejemplo,
en los preliminares de la edición de 1563 de la Historia de Tucídides, Porcacchi elogia al historiador griego por
haber remunerado tanto a atenienses como a lacedemonios para que cada día le
informaran de las evoluciones de la guerra, un método que le habría servido
para evitar que ninguno de los bandos pudiese defender o enmascarar sus
acciones con mentiras. Las virtudes y la fiabilidad de Tucídides contrastan con
la tendenciosidad de Herodoto y Timeo: el primero, por inventarse que los
corintios huyeron en la batalla de Salamina, calumnia que el historiador habría
difundido para vengarse de que lo hubieran menospreciado; el segundo, al alabar
en exceso a Timoleonte por no haber expulsado a su padre Andrómaco del trono
real.[27]
Al presentar a Francesco Guicciardini, su editor pone por delante la
sinceridad y bondad del autor para conjurar las sospechas de favor, odio, amor
o recompensa que, precisamente, alimenta su implicación con el poder y su
acceso a las razones de estado, los arcana
imperii. La crítica quinientista adopta y amplifica los recelos de los
antiguos: asume que las reticencias de los poderosos a dar cuenta del por qué
de sus políticas impiden que se sepa la verdad, y se muestra escéptica de que
pueda resolverse el conflicto de intereses del historiador que tiene también
responsabilidades de gobierno. Los teóricos más pesimistas y desconfiados
consideran improbable que quien llegue a estar tan cerca de un príncipe como
para conocer sus más recónditos deseos, se atreva luego a sacarlos a la luz sin
temor a represalias por haber traicionado su confianza, y dan por hecho que el
historiador que deba enjuiciar las propias decisiones hallará razones para
justificar que fueron oportunas y meditadas.
Malas historias
En suma, el mismo discurso que sitúa en el corazón de la indagación y
la lectura de la historia las causas de los asuntos más cruciales y la
necesidad de desentrañarlas del ánimo y las deliberaciones de los poderosos
erosiona el valor de verdad y el provecho de la disciplina al contemplar todas
las consecuencias y paradojas que comportan los métodos para conocerlas. Sin
embargo, no sólo los riesgos de las obligadas relaciones con el poder engrosan
las filas de los escépticos y pesimistas del siglo. En todos los frentes y
géneros de la historia autores, críticos y lectores pueden encontrar motivos
que ahonden sus recelos, y en todas las modalidades de la historiografía de los
orígenes pueden comprobar los vicios y errores que desvirtúan los principios
por los que debería regirse la ciencia. Algunas de estas “malas historias” son
las mismas, o pertenecen a los mismos autores, que abogan por el valor que
confiere a la disciplina conocer los orígenes de las cosas: estos relatos
contribuyen tanto o más que los buenos propósitos y los mandatos de los
tratadistas a dotar de interés y poder a la historiografía de los orígenes.
Así, a medida que Polidoro Virgilio va desvelando quiénes fueron los
auténticos inventores, se hace más evidente que el sentido de la justicia y el
afán por la verdad que guía sus pesquisas lo llevan una y otra vez a desestimar
todos los testimonios que adjudican la paternidad de la escritura, de la
historia o de la poesía a autores griegos. Otorga, en cambio, plena autoridad a
las fuentes bíblicas y a historiadores hebreos y cristianos tardoantiguos y
medievales que en su día ya habían cuestionado las reivindicaciones griegas.
Todo ello lo lleva a concluir que, al ser el pueblo más antiguo del que se
conocen escritos, historias o versos, son los inventores judíos los únicos que
merecen el honor de ser recordados y celebrados por su contribución al progreso
espiritual y cultural del hombre. Huelga señalar que en De inventoribus
rerum la prioridad cronológica es crucial para determinar los verdaderos
inventores, porque Polidoro descarta que prácticas análogas o artes parecidos
pudieran surgir o descubrirse de manera simultánea en varios lugares. Para el
autor, las invenciones sólo pueden tener un
origen y por fuerza se habrían implantado entre el resto de naciones después y por imitación. Asimismo, al
volcar el mérito en los inventores, Polidoro fomenta una visión contradictoria
del progreso cultural, en la que la creatividad y la innovación tienen poca cabida
y escaso valor. Ahora bien, si el autor impone tales premisas a su historia es
porque lo mueve el interés por diseñarla para que le sirva para minorizar el
legado cultural de los griegos, para denunciar que se habrían atribuido
indebidamente la supremacía en las artes y las ciencias y para conseguir así
disminuir la deuda que con ellos habrían contraído los romanos, a los que
Polidoro, como tantos otros escritores italianos del Renacimiento, considera
sus ilustres connacionales.
De manera que son intereses patrióticos los que determinan de qué
modo concebir el lugar de los inventores en la historia y cómo explotar su
valor. Polidoro asume como propias la historia de los romanos y la necesidad de
reconsiderar su lugar en la historia cultural de Occidente para contestar a
aquellos que habrían denigrado su acervo de logros en el dominio del saber. Por
los mismos años, convicciones semejantes mueven a Robert Gaguin a buscar en
textos antiguos pruebas que le permitan escribir una historia de los orígenes
de sus connacionales francos que demuestre que son tan o más remotos e ilustres
como los que vindican para sí y en exclusiva los italianos. Asimismo, la
historia de Gaguin debería evidenciar que los franceses no tienen menos deudas
de sangre con los romanos que los italianos, puesto que su estirpe se remonta,
con Francio, a Troya. La varia literatura que busca los fundadores de Francia
más allá de Roma convive con la historiografía que invierte sus esfuerzos en
ilustrar los orígenes del pueblo galo. Para ello se aducen testimonios de las
Escrituras y de autores romanos que atestiguarían que Hércules fue, en
realidad, uno de los primeros reyes galos, tataranieto de Noé y, por ello,
mucho más antiguo que el Hércules griego, un personaje histórico menor,
engrandecido por las leyendas que lo habrían dotado de los atributos del rey
galo. En 1552, pocos años antes de publicar su segundo De originibus y para poner de relieve la ignorancia y sobre todo la
malevolencia de los autores que habían escrito sobre los galos, Guillaume
Postel despliega la etimología del término “galo” para argüir que designa al
primer pueblo de la tierra, tronco del árbol genealógico de todas las naciones
posteriores.[28]
En todas estas historias, que se escriben, pese a reglas y modelos,
para defender y ensalzar a propios y atacar y denigrar a extraños, los orígenes
cobran y agotan su valor en la medida de su antigüedad y en función de su
arraigo en las culturas antiguas más prestigiosas. No obstante, también
responden y nutren al mismo contexto de competencia cultural, política y
militar historias que relatan el devenir de las entidades desde los orígenes
hasta el presente. Esta narrativa se apoya en las convicciones, formuladas
diversamente por Postel, Sabellico, Porcacchi, Viperano y otros, de que los
orígenes custodian las substancias y los fines esenciales de las cosas y que,
por ello, regulan las formas en que se despliegan en el tiempo. Así, en la obra
Francogallia, publicada en 1573,
François Hotman indaga las raíces de la constitución francesa para concluir que
el consejo que, desde su inicio, habría garantizado su legitimidad y velado por
sus funciones habría atravesado diversas formas hasta convertirse, en el siglo xiv, en los Estados Generales. De esta
manera, Hotman puede argumentar que la decisión de Luis xi de desmantelar los Estados Generales a finales del siglo xv es la causa de las disputas civiles
que llevan devastando al país desde entonces, puesto que al abolirlos, el
monarca habría subvertido la institución de gobierno más genuina de la nación y
habría forzado que su originario régimen constitucional se desviara de su
curso.
Análogo es el método que Estienne Pasquier utiliza para relatar la
historia de la poesía francesa en sus Recherches
de la France, publicadas en diversas ediciones ampliadas desde 1560. Según
el autor, los galos no sólo habrían inventado la poesía francesa, sino también
la literatura vulgar, al ser el primer pueblo de Europa en adaptar a su lengua
vernácula la rima que los romanos habrían reservado para la oratoria. Del mismo
modo que Sabellico convertía a los fundadores de Venecia en causas de la
prosperidad de la ciudad, asume Pasquier que sus inventores dotaron a las
embrionarias rimas francesas del insuperado poder de desarrollo y
perfeccionamiento que confirmarían hitos históricos como la poesía provenzal y,
ya en el presente, los indiscutibles logros de los autores del círculo de la Pléiade.[29]
Bastan los relatos aducidos para dar una idea de la continuidad
discursiva entre las teorías, más y menos explícitas, de los orígenes y su
escritura efectiva. En ambos frentes se aprecia que se trata de una noción
dinámica, que se presta a usos varios y fragmentarios, que a menudo se
confunden y solapan y que a veces se excluyen, y en los que los conceptos de
tiempo y cambio operan de maneras distintas. Los orígenes interesan a la
historiografía renacentista como sede de lo más antiguo, de lo singular e
irrepetible. En estos casos, el relato construye una cronología ad hoc,
tiende a prescindir del cambio e invita al lector a maravillarse ante el
principio del mundo, la fundación de una ciudad y el inventor de un arte. De
este modo, la historia cumple con los cometidos propios de su condición de
mensajera de la antigüedad: preserva el pasado y celebra sus logros, y provoca
la admiración y el placer del público al desvelar lo extraordinario y desconocido.
A su vez, los orígenes importan porque en ellos reside lo universal e
imitable: el descubrimiento de lo primigenio da a conocer el propósito esencial
de una institución o de una disciplina, y regula su devenir y su relación con
el presente según convenga mostrar que se ha desplegado de manera progresiva o
que ha degenerado. La revelación de las causas acota la diferencia relativa de
los hechos y extrae sus circunstancias intemporales. De este modo, permite que
el lector adquiera, de manera vicaria, la experiencia de las consecuencias que
comportan actitudes, pasiones y decisiones que se repiten en distintos
protagonistas, lugares y momentos. Los relatos de los orígenes devienen, así,
luz de verdades trascendentes y ejemplares, con las que se constituyen en
escuela de prudencia moral, política y artística, y ejercen de maestra de la
vida de gobernantes y ciudadanos. Asimismo, conviene no olvidar el valor
retórico de los orígenes, que es formal, pero también cognitivo y didáctico,
puesto que estriba en su capacidad de indicar al historiador dónde debe empezar
a narrar un hecho para que el relato resulte completo y provechoso.
En todos los casos, los orígenes se saturan de valor científico tanto
al erigirse en el lugar de fusión de conocimientos históricos, filosóficos,
políticos y retóricos, cuanto al explotarse con finalidades ideológicas, por
ello sería simplificador y reductivo tratar de oponer o jerarquizar el saber
que, en teoría, albergan los orígenes de su poder efectivo como instrumento
para construir, legitimar y denigrar teorías, tradiciones, culturas y
naciones.
En la introducción de su muy reciente libro A History of Histories,
John Burrow explica que en él ha querido responder a cuestiones acerca de los
modos de pensar y escribir la historia en el pasado que la historia de la historiografía ha preterido o ha dejado de lado
al adoptar una perspectiva de estudio demasiado estrecha y finalista, que sólo
se ha interesado por examinar y valorar aquellas formas de hacer historia que
habrían contribuido a que la disciplina progresara hacia el estatuto científico
y profesional y hacia el interés estricto por el mero conocimiento del pasado
que la habrían caracterizado en el siglo xx.
En la sombra habrían quedado muchas otras historias y con ellas motivos,
intereses y métodos por indagar el pasado que no han sido completamente
descuidados, admite Burrow, pero de cuya historia queda todavía mucho por
contar.[30]
Por sus presupuestos y usos, en muchos aspectos ajenos a los de las historias
modernas, o mejor, a una idea regulativa de la historiografía moderna de
la que suelen expurgarse problemas de método y sesgos ideológicos, las teorías
y relatos que configuran la historiografía de los orígenes en el Renacimiento
han resultado especialmente conflictivos para la historia de la historiografía. La interpretación hegemónica de
la evolución de la disciplina ha asumido que los primeros pasos de su
modernización se producen precisamente en este período: al acusar la influencia
de esta premisa, la crítica ha tendido a omitir la relevancia de la
historiografía de los orígenes, a negarle, cuando se ha ocupado de ella, la
condición de verdadero o auténtico saber histórico y a relegarla a los dominios
de la mitografía y la pseudociencia.
Por ello, su historia, que también es parte de la historia de la
historiografía, está aún por contar.
Cesc Esteve
Visiting Research Associate
Spanish and Spanish American Studies
King’s College
London
cesc.esteve@gmail.com
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[1] No es este el lugar para dar cuenta de la vastísima bibliografía
sobre la historiografía del Renacimiento y la primera modernidad, por ello remito
a unos pocos estudios de referencia que han resultado determinantes para
establecer sus lugares, fuentes, modelos, géneros y temas: Fueter (1911), Ferguson (1948), Burke
(1966), Kelley (1970), Momigliano (1972), Cochrane (1981), Fryde (1983).
[2] Postel publicó varias obras
sobre los orígenes de pueblos, instituciones, costumbres y lenguas, las más
difundidas fueron De originibus seu de hebraicae linguae et gentis
antiquitate, publicada en París en 1538, y De Originibus, seu, de Varia et Potissimum orbi Latino ad hanc diem,
aut inconsyderata historia,
publicada en Basilea en 1553. La historia de los francos de Gaguin se editó en
París en 1495, y se volvió a publicar, corregida, en 1497 y 1501, vid. el
estudio sobre el autor de Collard
(1996). Para las fechas y lugares de publicación del resto de obras, vid.
infra.
[3] Desde el estudio de Fueter (1911) hasta el de Cochrane (1981), se ha sostenido con
frecuencia que la reflexión teórica, al estar sesgada por las preocupaciones
retóricas heredadas de los antiguos, apenas habría influido en la práctica
contemporánea de la disciplina, más atenta, de acuerdo con esta interpretación,
a problemas de método, como, por ejemplo, la fiabilidad y el uso crítico de
testimonios y fuentes. Cotroneo
(1971) reforzó los vínculos entre la práctica y la teoría de la historia al
señalar que los historiadores renacentistas trataron de aplicar las formas y
los objetivos que autoridades antiguas como Cicerón (en De oratore y en De
legibus) y Quintiliano (en las Institutiones oratoriae) habían
asignado al discurso histórico, aunque estimó que la influencia de autores como
Livio y Salustio fue superior a la de los maestros de retórica. Varios estudios
recientes coinciden en destacar que la filosofía de la historia renacentista
determinó y reflejó no sólo prácticas contemporáneas de lectura y escritura de
la historia, sino también una epistemología, una cognitio historica,
compartida por sus distintos géneros; vid.
Journal of the
History of Ideas 64 (2003), Pomata & Siraisi
(2005), Grafton (2007).
[4] Por razones de espacio, sólo
examinaré con cierto detenimiento las ideas sobre los orígenes de las artes
historicae de Giovanni Pontano, Sebastián Fox-Morcillo y Antonio Viperano,
aunque, al tratarse de un lugar común de la reflexión teórica, el discurso
sobre sus formas, funciones y valores tiene lugar también, por ejemplo, en el Ragionamento
de la eccelentia et perfetiton de la historia (1559) de Dionigi
Atanagi, en los Della historia diece dialoghi (1560) de Francesco
Patrizi, en el De
institutione historiae universae et eius cum iurisprudentia coniunctione
(1561) de François Baudouin, en la Methodus
ad facilem historiarum cognitionem (1566) de Jean Bodin y en L’Histoire
des histoires & L’Idée de l’histoire accomplie
(1599) de Henri Lancelot de la
Popelinière.
[5] En la crítica a la historia que
Charles de la Ruelle desgrana en sus Succinctz adversaires..., contre
l’histoire et professeurs d’icelle (1573), el autor considera falaz la
pretensión de conocer las causas de los acontecimientos, ya que, a su entender,
el historiador sólo puede aspirar a hacer conjeturas sobre el por qué de una
guerra o de la crisis de un estado; asimismo, de la Ruelle esgrime la
atribución ilegítima de invenciones para denunciar que los historiadores
falsifican los hechos y sesgan los relatos para favorecer intereses y causas
inconfesados, vid. Peach (2003).
[6] El grueso de los textos que voy
a examinar pertenece al siglo xvi
o, si se prefiere, al Renacimiento tardío, sin embargo, reportaré también unos
pocos testimonios cuatro y seiscentistas de teorías y relatos de los orígenes
para sugerir que se trata de un discurso que recorre toda la primera edad
moderna. Como se verá, en la selección y el comentario de las citas he optado,
en ocasiones, por subordinar el orden cronológico de las obras a un criterio
ideológico, o discursivo, con el fin de mostrar más claramente la continuidad y
las tensiones de la formación de la historiografía de los orígenes. En todo
caso, las licencias cronológicas quedan justificadas por la influencia que las
obras aparecidas a finales del siglo xv,
con frecuencia reeditadas en el Quinientos, ejercieron durante las siguientes
centurias.
[7] De la Epistola ad amplissimum Bisuntinae civitatis Senatum de Guillaume
Postel, 5: “[…] meritò etiam à me accipietis hoc munusculi, mole quidem
perexigua, sed in quo summa rerum virtus & veritas primmaria delitescat,
usque adeò, ut sine cognitione absoluta harum Originum, quas vobis propono
& inscribo, non possit revera ulla de ipsis rebus haberi veritas: sine qua
tamen manca & lacera est vita nostra. Ignota enim
& nationum & linguae characterisue, quo utuntur, origine certissimum
est, nihil esse certi”. “[…]
con razón recibiréis de mí este pequeño y ciertamente exiguo esfuerzo, en el
que, no obstante, se esconde la máxima virtud y verdad de las cosas, en la
medida que, sin el conocimiento completo de sus orígenes, que a vos muestro y
explico, no puede alcanzarse la auténtica verdad de las cosas: y sin esta
verdad, nuestra vida es vacía e inútil. Si se desconocen los orígenes de las
naciones y de las lenguas y costumbres que utilizaron, es seguro que nada del
resto podrá resultar cierto”. Si no indico lo contrario, las traducciones al
castellano son mías. La epístola pertenece a la obra De Originibus, seu, de Varia et Potissimum orbi Latino ad hanc diem,
aut inconsyderata historia…, publicada en Basilea en 1553. Se trata de una
historia que incorpora las tesis sobre el origen del hebreo que Postel,
orientalista experto en lenguas semíticas, había expuesto en su primer De originibus, publicado en París en 1538, y que se amplía con relatos sobre
naciones y lenguas tanto del “orbe latino”, como del este. Allí viajó Postel en
varias ocasiones como intérprete de los embajadores de Francisco I para
establecer alianzas con los turcos y como filólogo, a Siria y Tierra Santa, por
cuenta propia y con el encargo de reunir manuscritos para la biblioteca real.
Sobre el autor, vid. Bouwsma
(1957), Kuntz (1981), Simoncelli (1984).
[8] Se trata de Il Primo volume delle Cagioni delle Guerre Antiche di Thomaso Porcacchi,
que acabará siendo único, publicado en Venecia en 1564, y de los Rerum venetiarum ab urbe condita libri xxxiii
escritos por Marco Antonio Sabellico hacia 1470, y traducidos al italiano,
entre otros, por Lodovico Dolce en 1544. Además de la crónica de Venecia, donde
Sabellico ejerció de profesor de retórica, el autor compuso un elogio en verso,
De inventoribus rerum et artibus, y relató los viajes de Cristóbal
Colón.
[9] El fragmento que cito pertenece
al proemio de Porcacchi en Il Primo
volume delle Cagioni delle Guerre,
s.p.: “Ma perche queste [guerre] non mai si ministrano, senza qualche
cagione, vera, o finta, o apparente, o imaginata d’ingiurie vecchie, o nuove,
però innanzi a tutte l’altre m’ha parso ragionevolmente dover cominciar dalle
cagioni delle guerre [...] L’altro rispetto è, Signor mio, per non
m’allontanare in ciò punto dal precetto e dall’opinion de’ Peripatetici: i
quali vogliono che per haver perfetta cognition d’alcuna cosa, sia necessario
haver quattro notitie eguali di numero a quattro questioni: [...] s’ell’è, o
no; cio è s’ella ha l’essere in apparenza, o in imaginatione: dipoi concedutosi
c’habbia l’esser nella natura, si ricerca, quello ch’ell’è, & questo altro
non è, che domandar la sua diffinitione, & la dichiaration del suo essere.
Nel terzo luogo si fa la domanda intorno alle sue qualità, domandandosi,
s’ell’è buona, o ria: e in ultimo per qual cagione ella è; cio è a che fine,
& per quale oggetto è stata prodotta. Ora, sempre che alcuno legge i libri
dell’historie, si pressuppone c’habbia da quella lettione tutte queste quattro
notitie, le tre prime chiare & distinte, & l’ultima le piu volte o confusa,
o troppo ristretta, o molte volte una parte in un libro, & una in un’altro,
secondo che piu, o meno diligente è stato lo scrittore. Io dunque, accioche la
cognition delle guerre, come d’attion piu importante nell’historie, s’habbia
piena & assoluta, ho voluto (presupposte le tre prime notitie) ridurre,
quanto piu distintamente ho potuto per l’intera cognition di cio, in uno, o piu
volumi la quarta & ultima ch’è: Per qual cagione le guerre sian fatte,
fondato anchora sopra l’opinion del Filosofo, che disse come il sapere altro
non è che conoscer la cagione, per la quale è cosi fatta la cosa che si cerca
di sapere”. “Ahora bien, puesto que estas [las guerras] nunca se realizan sin
alguna causa, verdadera o fingida, patente o imaginada, de viejas o nuevas injurias,
me ha parecido razonable comenzar, antes de por cualquier otra, por las causas
de las guerras […] Otra razón ha sido no alejarme en absoluto del precepto de
los peripatéticos, que sostienen que para tener perfecto conocimiento de algo,
es necesario tener noticia de cuatro cuestiones: […] si la cosa es o no, es
decir, si su ser es real o imaginado; si en efecto existe, se investiga
entonces qué es, es decir, se inquiere su definición; en tercer lugar se
pregunta por sus cualidades: si es buena o mala; y por último, se indaga por
qué causa es, o sea, para qué fin y con qué objeto ha sido producida. Ahora
bien, siempre que uno lee libros de historia, se da por hecho que obtiene de la
lectura estas cuatro noticias, las tres primeras bien claras y precisas, pero
la última, muchas veces, la halla confusa, o demasiado reducida, o a menudo una
parte en un libro y otra en otro, según el escritor haya sido más o menos
diligente. Por ello, para que el conocimiento de las guerras, las acciones más
importantes de la historia, sea pleno y absoluto, y presuponiendo que de ellas
se saben las tres primeras noticias, he querido compilar de la manera más clara
que he sabido, en uno o más volúmenes, la cuarta y última noticia: por qué
causa se hacen las guerras, basándome también en la opinión del filósofo, que
afirma que saber no es sino conocer la causa de aquello que se investiga”.
[10] Vid. Los Historiarum
florentinarum libri XII: hay edición moderna de los cuatro primeros libros
con traducción al inglés de Hankins
(2001). Sobre la concepción de Bruni del género histórico y su influencia en
autores posteriores, vid. Cochrane
(1981: 4-5; 20-25).
[11] La cita procede de las epístolas
prefatorias de Sabellico en las Chroniche
che tractano de la origine de Veneti, edición de 1510 traducida al italiano
por Mateo Visconti, s.p.: “La fama e il splendore del Veneto imperio: & di
tal sorte. Principe: e Senatori Amplissimi. Similmente la Iusticia: e sancti
costumi de la cita: che niuno: e tanto negligente dele cose humane: elqual grandemente
non desideri: cognoscere lorigine dela cita Veneta: egli accrescimenti di
quella […] Peroche havendo visto: el magnificentissimo aparato de la cita: el
sito maraveglioso: labundantia dogni cossa: e lordine: e forma divina: in
administrar la republica. Subito intro ne lanimo mio incredibile desiderio de
voler intender quali fusseno stati: gli conditori di tanto imperio. Iquali per
questo io existimava fosseno homini prestantissimi havendo lassato a gli soi
descendenti: la cita tanto degnamente fundata […] Io non mi maraveglio: quelli
imperii: che hano hauto tali principii nelli tempi passati in tutto esser
manchati: ma etiam con questi mali una volte nutriti: habiano mai potute
crescere: e da poi cresciuti si longamente siano durati. De laqual cossa in
verita. Como ho dicto non solo mi maraveglio: ma anchora molto mi stupisco.
Aloposito funo huomini clari: e de eximia pieta ornati: quelli che edificono la
cita Veneta. E volendo consultar che la liberta fosse perpetua: in la qual la
cita era nata: con equal iusticia a tutti ordenono quelli con sancti instituti:
e lege. Diquali ogni descendente: e successori dal principio de essa cita
intanto sempre sono stati studiosi: e solliciti: e per servarla incorrupte: e
integra”. “La fama y el esplendor del imperio es de tal suerte, príncipe y
senadores ilustrísimos, así como la justicia y las santas costumbres de la
ciudad, que nadie puede ser tan negligente de los asuntos humanos que no desee
conocer el origen de Venecia y su crecimiento […] Puesto que, habiendo visto el
magnificente aspecto de la ciudad, su maravillosa ubicación, la abundancia de
todo, y el orden y la forma divina de administrar la república, se apoderó de
repente de mi ánimo el deseo de saber quiénes habían sido los fundadores de tal
imperio, a los cuales, a la vista de tanto esplendor, estimaba hombres
destacadísimos por haber dejado a sus descendientes una ciudad tan dignamente
fundada […] No puede extrañarme que aquellos imperios que tuvieron estos
inicios en el pasado estén faltos de todo, puesto que alimentados una vez con
estos males, con ellos han crecido y con ellos han vivido durante largo tiempo.
Lo que no sólo me maravilla, sino también me llena de estupor. Bien al
contrario, fueron hombres preclaros y dotados de una piedad eximia aquellos que
edificaron la ciudad véneta. Y queriendo asegurar que la libertad con que había
nacido la ciudad fuese perpetua, administraron a todos con igual justicia y con
leyes e instituciones santas, que todos los descendientes y sucesores siempre
han estudiado con esmero para conservar la ciudad incorrupta e íntegra”.
[12] El De inventoribus rerum de Polidoro Virgilio fue publicado en 1499 en
Venecia y pronto se convirtió en una obra de referencia muy consultada en toda
Europa: en vida del autor, que murió en 1555, se editaron trece ediciones en
latín; durante el siglo xvi,
aparecieron traducciones al italiano, al inglés, al español y al francés, y
hasta el siglo xviii, se
publicaron más de cien ediciones en ocho lenguas. En su primera versión,
Polidoro organizó la obra en sesenta y siete capítulos, divididos en tres
libros, sobre los orígenes del mundo, de la sociedad humana, la religión y las
letras, sobre descubrimientos e invenciones en las artes liberales y en las
ciencias, en las instituciones políticas, cívicas, militares y culturales, en
artes, artesanías, tecnología y comercio. La mayoría de estos descubrimientos
son seculares: posteriormente, en 1521, Polidoro añadió cinco libros sobre los
orígenes y la invención de las prácticas e instituciones cristianas. En 1502,
pocos años después de que se hubiera instalado en Inglaterra, Polidoro recibió
el encargo del rey Enrique VII de escribir los veintiséis libros de la Anglia historia, que apareció en Basilea
en 1534 y se reeditó también varias veces durante el siglo. Del catálogo de
inventores hay edición moderna, con traducción al inglés, de Copenhaver (2002) y traducción al
inglés sin el texto latino de Weiss
& Pérez (1997); sobre el
autor, vid. Hay (1952) y sobre la
obra, vid. Copenhaver (1978) y Atkinson (2007), que no he podido
consultar.
[13] Del prefacio de Polidoro en De inventoribus rerum, Copenhaver
(2002: 2-5): “Sum equidem nescius, Lodovice Odaxi, qua venia digni
accipiantur illi qui longe a vero aberrantes, circa fabulas dumtaxat nervos
prorsum omnes contenderint. In quorum sane numero quum poetae
tum veteres philosophi maxime sunt. Verum illis quorum proprium est
nugas sectari ignoscendum esse ducimus, his autem nequaquam. Quippe qui quum
veritatis (quae, sicuti praeclare Pindarus ait, magnum est virtutis principium)
investigandae gratia talem scribendi materiam nacti essent ut eam suapte natura
sese illis saepius offerentem facile depraehendere possent, adeo in obscuris
versati sunt tenebris ut pro veritate magis magisque fingendi fabulas materiam
praebuerint [...] quid turpius magisve pudendum esse potest quam nugas terere
et fonte veritatis omisso fabularum rivulos sectari, quum praesertim ita natura
comparatum constet ut nullus suavior animo cibus sit quam verum cognitio? Ego
itaque opus de rerum inventoribus orsus, partim ut nemo sua laude, invenire
enim primum praecipuum est, reique inventae dignitas adeo multos trahit in
amorem sui ut singuli si fieri possit auctores se dici velint, fraudetur:
partim ut qui imitari volent sciant quos sequi debeant.” “En verdad que no sé, Lodovico
Odassio, de qué perdón pueden ser dignos aquellos que, alejándose no poco de la
verdad, concentran todos sus esfuerzos solamente en las fábulas, entre los que
se encuentran, como es bien sabido, tanto los poetas como los antiguos
filósofos. Cierto es que a aquellos, puesto que es su oficio andar tras las
chanzas, se les debe perdonar, pero no a estos otros en la misma medida, porque
estos, para buscar la verdad de las cosas, lo cual es, como afirma Píndaro, un
gran principio de la virtud, decidieron dedicarse a este tipo de literatura, y
porque la verdad se les ponía a menudo ante los ojos y podían comprenderla con
facilidad, y sin embargo se adentraron de tal manera en las oscuras tinieblas
que, en vez de la verdad, acabaron dando ocasión y materias para que se
inventaran fábulas […] Tanto más sería imperdonable repetir y seguir fingiendo
fábulas, cuanto que de la naturaleza, como es bien sabido, ha sido dispuesto
que nuestro ánimo no obtenga mejor alimento que el conocimiento de la verdad.
Por lo que, habiendo dado principio a la obra de los inventores de las cosas,
he tratado de demostrar todo con aquella mayor verdad que he sido capaz de
alcanzar, con el fin de que no quede ningún inventor a quien se le nieguen las debidas
alabanzas, puesto que inventar es lo principal y lo que debe considerarse ante
todo; después, la dignidad de lo inventado atrae de tal manera el
reconocimiento del resto, que todos desearían, si fuese posible, ser llamados
autores de algún arte; mi otro propósito ha sido mostrar a aquellos que desean
imitar a quiénes deben seguir”.
[14] Alessandro Sardi enfatizará la
condición del ingenio y de los inventos como emblema del progreso humano para
justificar, en 1557, sus libros sobre inventores, llamados a completar la tarea
de Polidoro. Así lo ilustra el fragmento del inicio del primer libro del De rerum inventoribus libri duo, de iis
maxime, quorum nulla mentio est apud Polydorum: cito de una edición de 1604, en la que se recogen los catálogos de
inventores de Plinio, Sardi y Sabellico, De rerum inventoribus scriptores varii. Prosa et carmine,
C. Plinius, Alexander Sardus, M. Anton Sabellicus, 16-17:
“Magna illa quidem, & admirabilia sunt, quae Deus in mundo fecit, quae
omnia sunt, quae esse videntur. Sed nihil certè maius, admirabileve magis, quam
ipse homo, & in homine mens & ingenium. Is enim cum primo fictus,
lutoque productus, non expeditum sermonem, non artes, non leges, non caetera,
quam iam hominis sunt, habuisse creditur, sola pollebat feritate, immanitate,
audacia maiori: quam quae in exiguo corpusculo vix credi posset. Ceptus
exornari paulatim artibus, cum primum agriculturae operam dedisset & rei
pastoritiae: hinc subagrestis quaedam sodalitas constituta, deinde moribus
exornatus, mox legibus, constructae urbes, bella, sacra iudicia, dicendi ars,
scientiae, adeo ut nihil sit, quod obscurum homini esse posse videatur, magna
certè, & incredibili, ut dicebam, ingenii admirabilitate: quod cum pleraque
animalia hominem superent sensibus, nulla adhuc visa, quae in melius possent
suam conditionem mutare: quod, pluribus rebus inventis, indicatisque, hominem
fecisse verum est”. “Esplendoroso
y admirable es todo aquello que Dios ha creado, que es todo lo que es y se
percibe. Pero no hay nada más grande y maravilloso que el hombre mismo y que,
en el hombre, su mente e ingenio. El hombre fue en principio modelado con
barro, falto de palabra, sin artes, sin leyes, sin nada de lo que después hizo
a los hombres, sólo dotado para la brutalidad y de una audacia y fuerza
difíciles de imaginar en un cuerpo tan pequeño. Pero, poco a poco, empezó a
ilustrarse con las artes, al dedicarse primero a la agricultura y a la
ramadería, al fundar las primeras rústicas sociedades, de las que surgieron
costumbres, leyes, ciudades, guerras, creencias sagradas, artes de la palabra,
ciencias, hasta que nada, por oscuro que fuera, podía ocultarse al hombre. Por
ello, como decíamos, es enorme el sentimiento de admiración por su ingenio: la
mayoría de animales supera al hombre en condiciones físicas, pero no se conoce
ninguno que haya mejorado en tal grado su condición, progreso que el hombre
realizó en efecto y del que dan cuenta sus muchos inventos”.
[15] Porcacchi en el prefacio de Il Primo volume delle Cagioni delle Guerre, s.p.: “Le gioie di queste Anella sono
senza dubbio le cose principali, che si leggono nell’historie. Ne dubita alcuno, per quel ch’Io creda, che le cose
principali siano quelle, sopra le quali ne’ Principati & nelle Republiche
si consulta, guerre, paci, leghe, tregue, & altre simili attioni piu
importanti & piu grandi: delle quali si come le paci & le tregue non
possono esser, se prima, come lor premesse, non hanno preceduto le guerre, cosi
è da dir che di tutte le Gioie raccolte da’ libri dell’historie, le prime &
piu degne siano le guerre”. “Las joyas de este anillo son, sin duda,
las cosas principales que se leen en las historias. Por lo que sé, nadie duda
que los hechos principales son aquellos que se dirimen en principados y
repúblicas: guerras, paces, leyes, treguas y otras acciones similares, todavía
más importantes. Sin embargo, al no poder tener lugar las paces y las treguas
si antes no las han precedido guerras, debe convenirse que, de todas las joyas
compiladas en los libros de historia, las guerras son las primeras y las más
dignas”.
[16] Los trabajos de Momigliano (1972) y Burke (1966) explican, respectivamente,
la formación de una historiografía antigua que, desde Herodoto, establece que
son fundamentalmente las guerras los hechos que comportan cambios y marcan
épocas y, por ello, el principal foco de interés para el historiador y la
fuente más útil de prudencia política para el lector, y cómo esta tradición
determina en el Renacimiento la popularidad y la autoridad modélica de los
historiadores antiguos que mejor habrían sabido tratar los asuntos militares y
políticos y, en especial, que mayor esmero habrían puesto en dilucidar las
causas de guerras y revoluciones.
[17] Pontano expone su teoría de la
historia en el Actius dialogus, escrito en 1499 y publicado en Nápoles
en 1507; cito de la edición de 1579 en el Artes historicae penus,
publicado en Basilea, 571: “Oportet igitur explicationem quidem ipsam esse
ordinatam, quo veritas minime confusa, incertave, aut indistincta appareat.
Parit igitur ex sese rerum ordo eam quae dispositio, & totius, &
partium dicitur: cuius ea laus est, et eius opera & cura, tanquam uno in
corpore, omnia suo loco, suis partibus aptè, propriè, decore, prudenterque
collocentur, terminataque suis finibus totum ipsum partesque ita simul vinciant
inter se, atque connectant, ut in unum coacta decenter consentiant, existatque
universi species tum honesta & gravis, tum blanda & cum dignitate [...]
Et quoniam actio omnis geritur atque administratur quodcunque id aliquam ob
causam susceptum est (causae nanque ubique antecedunt, rerum suspiciendarum
fines) oportet rerum scriptorem causarum ipsarum ac finium cum primis esse
memorem, certumque earum verum expositorem: quibus exponendis summum est ab eo
adhibendum studium, maximeque diligens cura”. “Es decir, que la explicación
debe ajustar el orden de los hechos a fin de exponer las partes de un suceso de
la forma más completa: este es su mérito, puesto que su tarea y preocupación
deben ser que, de la misma manera que todo tiene su sitio en un cuerpo, sus
partes queden colocadas donde deben, bien trabadas, con decoro y ciencia y que,
dentro de sus límites, como un todo, sus partes se encadenen y se acoplen con
gracia en una unidad entera, y que de ella surja una forma general que sea
honesta, grave, dulce y digna [...] Y dado que toda acción que se realiza
responde a alguna causa (y las causas, sin duda, siempre anteceden a los
hechos), es preciso que el escritor recuerde con fidelidad las causas, además
de los sucesos, y que las interprete de manera veraz: en su exposición, la
dedicación al estudio debe ser máxima, como el rigor de su análisis”.
[19] Vid. el diálogo séptimo de los Della
historia dieci dialoghi de Francesco Patrizi, editados en Venecia en 1560,
y la Methodus ad facilem historiarum cognitionem de Jean Bodin,
publicado en París en 1566.
[20] Pontano, Actius dialogus,
571-572: “Quodque causis iis quae propinquae quidem sunt, aliquid tamen sese
quandoque ostendit antiquius, huius quoque tanquam principii, nobiliorisque
originis facienda est repetitio: antiquitasque atque obliteratio ipsa in
memoriam revocanda, & tanquam exponenda in lucem: ut cum Salustius, quo
Micipsae regis consilia magis magisque in aperto poneret, Numantino usque a
bello repetit utque ad Catilinae incepta progrederetur, suosque pertramites,
coepit repetere ab urbe condita, & quibus primò artibus civitas creverit,
& quibus etiam moribus corrupta post iuventus fuerit, quae corruptio
Catilinam ad ineundam coniurationem & traxit, & perpulit”. “Las causas
suelen ser recientes o próximas a los hechos, ahora bien, también puede ser que
alguna sea remota o antigua, y esta clase de causas, igual que los orígenes más
célebres, también deben recuperarse del olvido y sacarse a la luz, como hizo
Salustio, que para explicar la conjura de Catilina retrocedió hasta la
fundación de la ciudad y relató cómo se desarrolló y cómo luego, pasada su
juventud, empezó a corromperse hasta que se dieron las circunstancias para que
tuviera lugar la conjura”. Los comentarios de Malvezzi sobre Tácito aparecieron
en Venecia en 1622; he traducido el fragmento de una edición de 1635, Discorsi sopra Cornelio Tacito, Discorso secondo, 8-11: “E
poiche delle cagioni, che si possono addure, lasciando da parte le
sopranaturali, altre sono filosofiche, altre politiche, queste consistendo
nelle cose fatte, quelle nell’ordine de’ numeri, e nell’influenze celesti, dirò
prima politicamente parlando, come molti si credono, che la mutatione in Roma
venisse per l’adulterio commesso da Sesto Tarquinio con Lucretia, da che non
s’allontana Aristotele, mentre assegnando le cagioni, per le quali si mutano le
Monarchie, e gli stati, non tralascia la libidine, e lascivia del Principe, per
la quale mostra egli non pochi essempi di mutationi accadute in tutte le spetie
di Republica, e Monarchie [...] Per gli essempi addotti, potriano molti,
cred’io, darsi ad intendere, che le sopr’allegate fossero vere cagioni
politiche della mutatione, che fece Roma dalla potenza regia, alla libertà; ma
perche sarebbe un confondere i principii con le cagioni, è necessario, che io
m’allontani un poco, accioche finalmente ritornando, possa rendere capace
ogn’uno di questa verità. È però da sapere, che da principio a cagione, è una
gran differenza, non parlando ne filosoficamente, ne teologicamente, ancorche
nell’uno e nell’altro si potesse mostrare [...] In filosofia poiche Aristotile
apertamente nella Fisica, e ne’ libri della generatione ci mostra molta
differenza da’ principi a cagioni. Ma non intendendo egli talhora mentre gli
distingue nell’istessa maniera, che facciamo noi, e bene spesso confondendogli,
come nella Metafisica, dove mostra, che la cagione, e principio siano, come
l’ente, e l’uno, iquali si convertono insieme; ed altrove dice che tutte le
cagioni sono principii. Ed in teologia medesimamente i Padri Greci, mescolando
ancora nelle persone divine la cagione col principi, come S. Gregorio
Nazianzeno ed altri. Noi lasciaremo di parlare in questo luogo filosoficamente,
ò teologicamente, e discorreremo per via d’attioni, mostrando in quanto errore
siano incorsi infinite persone, confondendo i principii con le cagioni; cosi,
che non fece Tacito, il quale dicendo nell’historia; Struebat iam fortuna in diversa parte terrarum initia, caussasque
Imperii, mostrò di sapere, che non era l’istesso, cagione, e principio”. “Y
puesto que de las causas que pueden aducirse, dejando aparte las
sobrenaturales, unas son filosóficas, otras políticas, estas consistiendo en
las cosas hechas, aquellas en el orden de los números y en las influencias
celestes, diré en primer lugar, políticamente hablando, que muchos creen que el
cambio en Roma se produjo por el adulterio cometido por Sexto Tarquinio con
Lucrecia; de lo que no se aleja Aristóteles cuando al señalar las causas por
las que mutan las monarquías y los estados no olvida la líbido y la lascivia
del príncipe, y muestra varios ejemplos de alteraciones causadas por ellas en
todas las especies de república y monarquía […] Por los ejemplos comentados,
muchos podrán concluir que las aducidas fueron auténticas causas políticas del
paso de Roma del poder monárquico a la libertad; pero porque sería confundir
los principios con las causas, es necesario que me aleje un poco para que, al
volver, al final, pueda hacer capaz a cualquiera de comprender la verdad. Debe
notarse que entre el principio y la causa existe una gran diferencia, y no me
refiero ahora a ellos en términos filosóficos o teológicos, aunque también
puede mostrarse la diferencia […] En filosofía, puesto que Aristóteles claramente
en la Física y en los libros sobre la
generación nos muestra que hay mucha diferencia entre principio y causa. Aunque
quizá no los entiende y distingue del mismo modo que nosotros, es más, a menudo
los confunde, como en la Metafísica,
donde muestra que la causa y el principio son, como el ente y el uno, que
devienen lo mismo, y en otros lugares, donde afirma que todas las causas son
principios. Y en teología, asimismo, los Padres griegos, que mezclan en las
personas divinas la causa con el principio, como San Gregorio y otros.
Dejaremos de tratar la cuestión en estos términos y discurriremos sobre ella
por vía de la acción para mostrar que muchos se han equivocado al confundir
principios con causas, error que no cometió Tácito, quien al afirmar en su
historia “ya la fortuna disponía en distintas partes de la tierra los inicios y
las causas del imperio”, demuestra saber que unos y otros no son lo mismo”.
[21] Polibio explica la diferencia
entre principios y causas en la narración histórica en el apartado sexto del
libro tercero de sus Historias, en la edición de la Loeb Classical
Library, 7-8: “¿A quién se le ocurriría estimar como causas de las guerras
planes y preparativos que, en el caso de la guerra persa, se habían elaborado
con antelación, muchos por Alejandro y hasta algunos de ellos por Filipo, y en
el caso de la guerra contra Roma, mucho antes de que llegara Antíoco? Estas
serían interpretaciones de hombres incapaces de advertir la gran y esencial
diferencia entre un principio y una causa o un propósito, siendo estos el
primero de todos los orígenes, y viniendo el principio después. Por el
principio de cualquier cosa entiendo cuando se empiezan a ejecutar y poner en
acción los planes que hemos ideado; por sus causas, aquello que da pie a
nuestros juicios y opiniones, es decir, nuestras nociones de las cosas, nuestro
estado mental, nuestro modo de razonar acerca de tales cosas, y todo aquello
que nos lleva a alcanzar decisiones y diseñar proyectos”.
[22] Conviene tener en cuenta que la
discusión sobre el lugar de las deliberaciones en el relato histórico también
forma parte del debate, ya iniciado por los antiguos, acerca del encaje en el
género de los materiales considerados superfluos, como las digresiones, los
discursos o las mismas deliberaciones. Agradezco la observación al revisor
número uno de este artículo.
[23] Pontano, Actius Dialogus,
572: “Ipsis autem causis suscipiendi sive negotii, sive belli coniuncta sunt
consilia, & hominum qui agendum quippiam decernunt, sententiae ac
voluntates: quae quod saepe numero sunt diversae, exponendae eae sunt à rerum
scriptore in parte utramque [...] Quofit, ut quandoque utriusque
partis, diversorumque consiliorum autores ac principes inducendi sint
altercatim differentes in senatu, quo sententiae ipsae clariores appareant,
illustreturque magis magisque historia, & rectores ipsi apertius doceantur
de altercationium causis, consiliorumque ac sententiarum diversitate”. “Las causas que dan pie a asuntos o guerras están relacionadas con las
deliberaciones, los pareceres y las intenciones de cualesquiera de los hombres
que dirimen qué debe hacerse. Tales opiniones con frecuencia son dispares, por
ello el escritor debe exponer las de todas las partes [...] siempre deben
reportarse los responsables de las distintas deliberaciones y las opiniones de
los líderes de cada facción del senado: de esta manera, las posiciones se
comprenden con mayor claridad y la historia ilustra más y mejor y muestra más
abiertamente causas, deliberaciones y sentires”. Fox Morcillo, De historiae institutione dialogus, cito
por la traducción de Cortijo Ocaña
(2000: 25): “Así es que la causa es anterior a la determinación y la primera
ocasión para ejecutar el hecho; la determinación es la que nace de la
deliberación, una vez que se ha ofrecido la ocasión […] Las causas, como
primeras que son y voluntarias, son varias y derivan de varios sucesos. Pues
bien el deseo de dominar mueve a los hombres a la guerra, como a Nino, rey de
los asirios, según escribe Justino, o a Alejandro Magno, o el deseo de vengar
alguna injuria, como los cartagineses, que declararon antaño la guerra a los
romanos por recuperar Sicilia. Y tantas como son, según he dicho, las ocasiones
de las guerras, como dice Platón en el libro II de su República, serán las causas de ellas. En las guerras civiles pueden
ser muchas las causas, como cambios de leyes, traiciones, odio de ciudades,
tiranía de magistrados, pérdida de colonias, sacrificios de una ciudad, nuevas
navegaciones, descubrimientos, portentos y otras cosas de este tipo, que suceden
todos los días y pueden dar causa para escribir la historia”. Viperano, De scribenda historia liber, 860: “Así, la causa se refiere al
deseo dominado, a las ganas de vengar una injuria, al miedo a los peligros y
males, al amor o al odio hacia alguien, y a cualquier cosa que nos induce a
actuar. En cambio, el consilium es el
motivo razonado de actuar, la intención”.
[24] Vid. Polibio, Historias,
libro tercero, apartado séptimo, en la edición de la Loeb Classical Library,
19-21.
[25] Dell’ historia di M. Francesco
Guicciardini, Florencia, 1561; cito de la dedicatoria de Agnolo
Guicciardini a Cosimo Medici, s.p.: “Quelle leggi, che si devono nella historia
principalmente osservare, considerata l’opera, & la vita dell’autore,
essersi da quello inviolabilmente osservate, approvando ciascuno di quei che lo
conobbero, lui essere stato non solo prudente, ma sincero, & buono, dalle
quale virtù è lontano ogni sospetto di gratia, o d’amore, d’odio, o di premio,
o di qualunche altro si voglia humano affetto, che possa havere forza di
torcere dal vero l’animo de gli scrittori: onde si puo fermamente credere le
cose scritte da lui essere vere, & cosi seguite come elle si contano:
perche rari sono stati quegli in questi tempi, ai quali si sia porta maggiore
comodita di sapere il vero delle cose che a lui, il quale essendo nella sua
città nato nobile, & dedicatosi da primi anni suoi a gli studii delle
lettere, & conosciuto da molti infino dal principio della sua giovanezza
altissimo a trattare cose grandi, & honorate, fu adoperato da suoi
cittadini molto per tempo in faccende di gran momento, dove crescendo in lui
insieme con l’età il giudizio, & il sapere, fu da potentissimi Principi con
somma autorità proposto a grandissimi eserciti [...] e in somma quasi per tutta
la vita sua in cose grandissime, & gravissime esercitato: la onde, &
per haverne egli trattate assai, & essere intervenuto dove le piu si
trattavano, gl’è stato facile venire alla cognitione di molte cose, che a
infiniti altri sono state nascose: oltre a che egli fu diligentissimo
investigatore delle memorie publiche [...] le quali [guerre] non solamente in
essa [la sua historia] si raccontano, ma le cagioni, i consigli, la prudenza,
la temerità, la virtù, i vitii, & le fortune degl’huomini principali che
v’intervennero, talmente che noi possiamo di questa opera veramente affermare
quello che dire si suole. L’historia essere testimonio de tempi passati, luce
del vero, vita della memoria, & finalmente maestra delle humane attioni”.
“Que aquellas leyes que más deben observarse en la historia, a la luz de la
obra y de la vida del autor, han sido impecablemente respetadas: cualquiera que
lo conoció aseguraría que no sólo fue un hombre prudente, sino también sincero
y bueno, virtudes que alejan cualquier sospecha de favor, amor, odio o
recompensa o de cualquier otro afecto que pueda apartar de la verdad el ánimo
del escritor. Por ello, puede creerse con seguridad que las cosas que escribió
son verdaderas y que acaecieron tal como las cuenta, porque pocos, en estos
tiempos, han podido contar con mayores facilidades que él para conocer la
verdad de las cosas, porque habiendo nacido noble en su ciudad, y habiéndose
dedicado desde joven al estudio de las letras, y habiendo sido conocido por
muchos que ya desde entonces era especialmente apto para tratar temas elevados
y honorables, sus conciudadanos le encargaron tareas de gran responsabilidad,
de modo que al crecer en él, a la vez, la edad, el juicio y el saber, fue
propuesto por poderosísimos príncipes para cargos de suma importancia […] en
definitiva, que dedicó casi toda su vida al ejercicio de trabajos grandes y
graves: de aquí, y por haber tratado muchas cosas y haber intervenido a menudo
allí donde se dirimían las más relevantes, le ha sido fácil conocer mucho de lo
que a la mayoría le ha sido vedado, también debido a que fue un diligentísimo
investigador de los documentos públicos […] Y en la historia no sólo se
explican tales guerras, sino también las causas, los consejos, la prudencia, la
temeridad, la virtud, los vicios y las fortunas de sus protagonistas, de manera
que podemos afirmar de esta obra aquello que suele decirse: la historia es
testimonio de los tiempos pasados, luz de la verdad, vida de la memoria y, por
fin, maestra de las acciones humanas”.
[26] Cicerón en el De oratore
y el De legibus, Luciano de Samosata en la obra Verae Historiae libri duo o
Quomodo Historia conscribenda sit,
título en latín del original griego, y Tácito en los Anales
advierten sobre la necesidad de que el historiador se ciña a los hechos y evite
cualquier indicio de parcialidad o malicia en el relato.
[27] Las noticias aparecen en la vida
de Tucídides, que Porcacchi elabora a partir de los testimonios de Quintiliano
sobre la vida de Herodoto y de Cicerón y Dionisio Halicarnaseo sobre el estilo
de Tucídides. He consultado la biografía de Porcacchi, que acompaña a una
traducción italiana de la obra de Tucídides realizada en 1545, en una edición
publicada en Verona en 1735.
[28] Desan (1984) analiza con detalle el Compendium de origine
et gestis francorum de Gaguin, la Apologie de la Gaule contre les
malevoles escripvains de Postel y otros relatos de igual relevancia al
examinar los orígenes de la historiografía nacionalista francesa en el
Renacimiento.
[29] Para un comentario más
exhaustivo de las historias de Hotman y Pasquier y un análisis de conjunto de
los historicismos franceses en el Renacimiento, vid. los trabajos de Schiffman (1985, 1987 y 1989).
[30] Burrow (2007: xii-xix).