Francisco
Bautista
(Universidad de Salamanca)
A Peter Linehan
Breve historiografía: Listas regias y Anales
en la Península Ibérica (Siglos VII-XII)[1]
ABSTRACT: This article offers
a critical survey of two minor medieval historiographical genres
in the Iberian Peninsula: regnal lists and annals.
Covering the various traditions within Iberia,
it aims to reconstruct their evolution and meaning.
For the regnal lists, it tries to identify
the different redactions and to establish the relationship among
the extant manuscripts, exploring
its influence and its uses in Oviedo, León, Nájera, Compostela
and Cataluña. The
study of annals includes
as well all the Iberian
traditions, and brings new data and perspectives for rethinking their evolution
and contexts. Some concluding remarks are intended
to connect this research
with the general development of the writing of history in medieval
Spain.
Keywords: Regnal lists, annals, gothicism, reconquest, political history,
monasteries, memory.
RESUMEN: El presente artículo ofrece una exploración crítica en torno a dos de los géneros
menores de la historiografía medieval en la Península
Ibérica entre los siglos VII y XII, las listas regias y los anales. Trata de las diversas tradiciones y pretende avanzar en la interpretación de su evolución y su significado. Para las listas regias,
se intenta identificar sus diferentes redacciones y establecer
los parentescos entre los testimonios conservados, así como su influencia y sus usos en Oviedo,
León, Nájera, Compostela y Cataluña.
El estudio de los anales
abarca todas las tradiciones peninsulares, y aporta nuevos datos
y argumentos para repensar sus filiaciones, su evolución
y sus contextos. En unos apuntes finales, se intenta conectar
la exploración de estos géneros con el desarrollo general de la historiografía en la España medieval.
Palabras Clave: Listas
regias, anales, goticismo, reconquista, historia política,
monasterios, memoria.
Fecha de recepción: 15 de septiembre de 2009.
Fecha de aceptación: 15 de octubre
de 2009.
1. Introducción
Los géneros menores
de la historiografía medieval, algunos
de los cuales analizaré aquí,
pueden ejercer un profundo atractivo
justamente merced a su laconismo,
ya que ello los dota a menudo de una cierta aura de misterio, lo que por otro lado amenaza en ocasiones con llegar a excitar excesivamente la imaginación de
quienes nos esforzamos desde una tremenda
lejanía por comprender e interpretar estos materiales. Cabe afirmar, en todo caso,
que detrás de su aparente
simplicidad se oculta a veces
una variada gama de significados o una decisiva intencionalidad, derivadas de la misma elección
de la forma o de su propio diseño, es decir, de la disposición de los datos.
Este tipo de textos suele asociarse a las etapas
iniciales de una tradición, como si se tratara de las primeras
manifestaciones de una conciencia historiográfica. Aunque esto ocurre muy a menudo,
no pueden vincularse exclusivamente en todos los casos, sin embargo, con esa condición
primitiva. Por ejemplo,
las listas regias
surgieron en la Hispania
visigoda cuando ya existía
allí una importante historiografía de carácter narrativo, y
parecen haber convivido pacíficamente con ella. Por otro lado, formas como los anales o
las genealogías, que se
documentan en la España medieval
después de la invasión musulmana desde
los siglos IX y X, siguieron teniendo
posteriormente una considerable vitalidad, por lo que no pueden definirse como exclusivas de una etapa inicial de la historiografía. Así, por ejemplo,
los anales conocieron un notable
desarrollo en Barcelona en los siglos
XIII y XIV, al mismo tiempo que surgían los grandes textos
narrativos. Y ni siquiera las listas dejaron
de tener circulación, como muestran, por ejemplo, las primeras páginas
de la Crónica de 1344.
Al centrarme aquí en los siglos VII al XII, no debe olvidarse pues que
sobre todo por lo que hace a los anales y a las genealogías se trata
de géneros que siguieron cultivándose más allá de este arco cronológico. La acotación temporal no es, en todo caso, arbitraria, pues quizá es en esta época cuando tales
formas alcanzaron un carácter más representativo. Además,
en el periodo considerado se desarrollaron unas tradiciones cuya evolución
cabe contemplar de forma conjunta.
En efecto, en el ámbito de la historiografía hispánica, el siglo XIII representa sin duda un momento
de intensa renovación, hasta un punto que puede decirse que tuvo lugar una cierta ruptura con los textos previos. Es en ese momento cuando se asimilan y se recrean de forma decisiva
las tradiciones anteriores, y se da paso a nuevas
formas de interpretación del pasado.
Los géneros
a los que me referiré
han sido objeto de diversas denominaciones, lo que a veces ha oscurecido su percepción o delimitación formal, contribuyendo
a dificultar también
una valoración global. Las listas de reyes han recibido los nombres
de nóminas, catálogos, cronicones, latérculos o cronologías. En este trabajo,
intentaré evitar tal diversidad optando por el nombre de listas regias,
que resulta más común actualmente y que me parece
también el más diáfano;
y para designar
a un texto concreto puede usarse el vocablo
nomina, con el que se presentan
en ocasiones en los testimonios medievales. Por
otro lado, aunque la denominación
de anales para las
noticias consignadas por años es hoy mayoritaria, se ha usado igualmente, sobre todo en los siglos
XVIII y XIX, y también
a comienzos del XX, el nombre de cronicones para estos textos, lo que a veces resulta también confuso. Aquí usaré solamente
la designación de anales, que aplico por lo general también a los títulos
de los textos escritos
en esta forma,
como tiende a hacerse en otros estudios
actuales al respecto[2]. Por último, las genealogías no parecen
haber dado lugar a una titulación uniforme, aunque puede
emplearse simplemente el término
latino para los textos escritos en esta lengua.
Aunque este asunto de las denominaciones es seguramente secundario, la falta de uniformidad al respecto conlleva a veces una dispersión y confusión
que pueden no haber favorecido la definición formal o incluso
la atención por los propios
géneros.
Este trabajo de síntesis aspira
solamente a reunir
y actualizar una serie de datos e ideas para la discusión. Por lo que respecta a los anales
castellanos, adelanto brevemente aquí algunas de las perspectivas y conclusiones expuestas
con más detenimiento en otro estudio
(Los anales en la España medieval: la analística castellana (siglos X-XII), Papers of the Medieval
Hispanic Research
Seminar, en prensa),
a donde remito para una fundamentación más detallada de la que aquí puedo ofrecer. Para el resto de casos, presento un conjunto
de informaciones y de reflexiones que he ido reuniendo
al trabajar a veces sobre
otros asuntos. Este acercamiento indirecto puede
haberme resultado en ocasiones
instructivo, aunque también por ello es obvio que mis observaciones no tienen
ninguna pretensión concluyente. Lo que distingue
a este texto sería quizá el intento
de adoptar una visión de conjunto
con sugerencias también sobre tradiciones a menudo sólo exploradas tangencialmente, pero que otros estudios
pueden profundizar, bien sea para refutar o completar lo que aquí se expone.
En este sentido,
la bibliografía disponible marca también el alcance
de algunas consideraciones, pero además
las necesidades a cubrir.
El género de las listas regias, por ejemplo, apenas ha sido objeto de valoraciones de conjunto, pese a que el número y las variaciones de los textos no son insalvables. Las notas que aquí ofrezco
quieren ser tan sólo un paso hacia el esclarecimiento de sus problemas
y de su relevancia para la historiografía primitiva. En otras ocasiones, como en el caso de los anales,
aunque existe una cierta
tradición crítica, ésta no ha desarrollado una verdadera discusión sobre los mismos. Así, la inmensa
autoridad de algunos
estudiosos que trabajaron sobre estos textos hace más de medio siglo, como Manuel Gómez-Moreno, Pierre David o Miquel Coll i Alentorn,
parece haber detenido
el interés por su estudio,
en lugar de favorecerlo. Por último, por lo que hace a las genealogías carecemos también de una visión de conjunto, y sólo se han estudiado en detalle las más importantes, las transmitidas por el códice
de Roda, aunque poco se ha recorrido
desde el clásico
trabajo de José María Lacarra,
si bien aquí los problemas derivan
no exactamente de una falta de atención sino de la propia dificultad de la materia. En todos los casos, sin embargo, es preciso
reconocer que las diversas
circunstancias invitan cortésmente a la prudencia.
Se trata,
pues, de un intento, de un esfuerzo preliminar, que pretende ensayar una síntesis que tenga en cuenta
los diversos territorios peninsulares, ofreciendo una presentación conjunta de
unos textos que suelen verse quizá demasiado
circunscritos en sus propias
tradiciones. Es posible
plantear, en este sentido,
que pese a sus marcadas diferencias en algunos
casos, los diferentes
dominios peninsulares constituyen en buena medida un conjunto interrelacionado, con unas tradiciones y textos que dialogan de forma más o menos intensa o intermitente. Se trata de una perspectiva que para el ámbito de la historiografía peninsular ha desarrollado en especial
Diego Catalán en sus diversas obras, explorando, por ejemplo, la difusión
del Liber regum navarro en Castilla y Portugal, la influencia de la Historia
Gothica de Rodrigo Jiménez de Rada en Navarra, Aragón y Cataluña
o la de la Estoria de España en Galicia y Portugal.
Tal perspectiva posibilita una comprensión más productiva
de las diversas obras y de
esta literatura en general. Es más, puesto que el diseño de los textos historiográficos constituye en muchos casos una respuesta
a proyectos similares en otros dominios
políticos, tener en cuenta
ese juego de fuerzas que incluye diversas tradiciones a veces resulta determinante para interpretar tal diseño.
Clausewitz afirmó que la política
era la continuación de la guerra por cauces
distintos, y los textos
historiográficos dan la impresión en ocasiones
de trazar un auténtico campo de batalla.
Éste es un rasgo que sólo se aprecia en la yuxtaposición de los mismos, pues cada uno de ellos pretende contar la verdad y en sí no admiten fisuras.
Al igual que en la práctica hermenéutica de Jacob Taubes, de lo que se trata en estos casos es de saber muchas veces contra qué se escribieron. Se trata pues de «una hermenéutica que le sigue la pista a lo implícito, a lo secundario, porque parte de la idea de que es el disimulo y no la expresión lo que rige un texto,
y de que la huella de una verdad decisiva corre
en sentido transversal
a la comunicación codificada». La consideración de varios momentos
históricos y su rastreo en el fondo de la tradición
cronística permiten evidenciar tensiones y diálogos
que de otra manera permanecerían ocultos, al tiempo que tales choques iluminan
la construcción de los
textos, que en modo alguno
cabe considerar como meros ejercicios de anticuarios.
A continuación, pues, planteo un recorrido
por dos de los tres géneros
que he mencionado, las listas regias y los anales, recorrido
que ordeno de acuerdo con la cronología de los mismos.
Comenzaré entonces con las listas regias, que surgen en el siglo VII, y me centraré
luego en los anales, que lo hacen entre los siglos IX y X, debiendo dejar
fuera por el momento las genealogías, que se documentan por primera vez en la segunda
mitad del siglo X. Dentro de cada uno de estos bloques
organizo la información de acuerdo
con las diversas tradiciones, cuya aparición
se presenta por lo general también desde una perspectiva diacrónica. A este respecto,
no quisiera dejar de notar ya desde el principio
también que los diversos géneros presentan una
distribución geográfica y cronológica
bastante consistente, que no parece casual:
las listas regias,
surgidas en el reino visigodo a mitad del siglo VII, se desarrollaron en Oviedo y León en los siglos IX y X (con algunos usos posteriores), los anales se produjeron en Castilla (desde el siglo X), Cataluña
(desde fines del siglo X o comienzos
del XI), Aragón (desde fines del siglo XI) y Portugal (comienzos del XII), mientras
que las genealogías se cultivaron en Navarra:
primero en la corte de Nájera (en la segunda
mitad del siglo X) y después en Pamplona a fines del siglo XII. Se trata de una distribución y una cronología que merecen ser constatadas, y sobre las que reflexiono también a lo largo de estas páginas y en las conclusiones. Basta señalar por ahora que para apreciar el sentido
de las diversas tradiciones conviene tener
presente también esa preliminar vista panorámica.
2. Listas regias
Las listas regias consisten en una enumeración de reyes, indicándose los años, y a veces meses y días, de su reinado.
Ofrecen, pues, una información básica de carácter
cronológico, ligada a la sucesión
en el poder. No tienen por lo general ningún contenido narrativo, siendo una mera enumeración de los sucesivos
reyes, con el cómputo del tiempo que duró su gobierno. Se trata de textos fuertemente ligados
a la autoridad regia, que enfatizan su continuidad y la titularidad única del poder, y que ofrecen la imagen
de un tiempo pautado
por la sucesión de los reyes. Tal ordenación depende
de su propia contigüidad, no de una vinculación genealógica entre los diversos reyes,
lo que se relaciona también,
al menos en los primeros
textos, con un orden político
que se fundamenta más en la elección
de los reyes que en el linaje. Surgieron
en la Alta Edad Media a imitación
de las listas de emperadores que acompañaban al Codex Theodosianus, cuando se
produjeron otras nuevas colecciones legales.
Así, listas regias
se encuentran junto a los textos legales
lombardos, francos y visigodos. Su principal propósito es de orden cronológico, aunque su presencia
junto a las colecciones legales venía a señalar también una clara asociación
entre el poder regio y la legislación. De hecho, las listas visigodas
están indisociablemente vinculadas a la compilación de la Lex Visigothorum o Liber Iudicorum, y su creación depende de ella, ya que la redacción de la
primera lista regia visigoda se encuadra en el contexto de la formación de la Lex, junto a la que se difunde.
Con todo ello, mediante
la asociación entre realeza
y legislación, y mediante el uso del modelo de las listas imperiales, se venía a dotar también
a los nuevos reyes de un aura de autoridad
bajo la imagen de la de los emperadores[3].
Época visigoda
Teniendo en cuenta las ediciones de Theodor
Mommsen (1898) y Karl Zeumer
(1902), elaboradas a partir de materiales en buena medida complementarios, y que ofrecen
un completo aparato
de variantes, puede seguirse la evolución de este texto, al que puede llamarse
Nomina regum Visegothorum. A ambas ediciones debe añadirse
el estudio y la edición de un testimonio no colacionado por ellos, a cargo de Luis A. García
Moreno, quien situó además su entronque con los ejemplares conocidos. A partir de estos datos, pueden
establecerse dos arquetipos, que corresponden a dos redacciones sucesivas de la lista, paralelas a las dos compilaciones de la Lex, bajo Recesvinto en 654 y bajo Ervigio
en 681. La primera
finalizaba mencionando los años del gobierno
compartido entre Chindasvinto y su hijo Recesvinto hasta la muerte del primero. Aunque tal era seguramente el cierre original del texto, todos los testimonios conservados recogen la continuación de esta lista llevada
a cabo bajo Ervigio.
Es probable que la forma primitiva se conservara en el códice que transmite
más fielmente la compilación legal de Recesvinto (Vat. Reg. lat. 1024), aunque probablemente por un accidente
material (pérdida de un folio, como sugirió Mommsen), este testimonio se interrumpe en Tulga.
En todo caso, que la primera
lista terminaba mencionando a Chindasvinto y Recesvinto parece corroborarse porque
de ella arranca una recensión singular, sobre la que volveré a continuación, que no coincide
con la continuación de época de Ervigio.
Esta continuación de Ervigio, que se enmarca
dentro de su revisión
de la Lex, y que es la más difundida, se caracteriza por haber dado las referencias a los años de reinado o de alzamiento de los siguientes reyes (Recesvinto, Wamba y Ervigio)
con un contenido bastante más detallado, lo que otorga a estas últimas
anotaciones una marcada personalidad dentro del conjunto.
Se mezcla aquí en cierta medida el género de la lista regia con las anotaciones de corte más histórico, ya que se ofrece ahora indicación del momento
en que tal rey accedió al poder (desde
Wamba el momento de la unción),
no sólo de los años de su reinado,
con precisiones cronológicas muy detalladas. De la recensión
ervigiana conocemos una continuación, hecha en tiempo de Vitiza,
poco después de 700, que lo hace con una personalidad muy parecida, incluyendo varias noticias sobre la sucesión de Ervigio,
e indicaciones cronológicas precisas sobre las unciones
de Egica y Vitiza. Esta continuación se ha conservado en el llamado códice soriense (hoy perdido, pero cuyo contenido
se conoce a través de varias copias del siglo XVI, entre ellos el ms. 27-26 de la Biblioteca de la Catedral
de Toledo), y fue conocida
por los cronistas de Alfonso
III, que la citan, aunque no la tomaron
como fuente estructural. Lo peculiar
de este último
texto reside en haberse
conservado no ya dentro
de un manuscrito de la Lex sino dentro de un códice
de tipo historiográfico, lo que enfatiza el desplazamiento de la lista hacia
este dominio. Finalmente, un ejemplar
más de esta última lista, cuyas variantes
han quedado anotadas
en diversas copias del códice soriense, se conservó
en Oviedo, y de él deriva
también un testimonio
tardío localizado en un manuscrito con obras de Pelayo de Oviedo (BNM, ms. 1346,
fol. 18).
La primera lista, escrita bajo Recesvinto, conoció una recensión con diversas variantes, elaborada ya después de su muerte, pues la forma original de la misma terminaba dando
los años de gobierno de este rey, aunque no parece que pueda relacionarse con una revisión
o reformulación de la Lex (en
todo caso, convendría estudiar las singularidades del grupo de manuscritos
en que se contiene a este respecto).
Se caracteriza por ofrecer una introducción ligeramente distinta de la de las dos versiones mencionadas, y por la que se dan algunas precisiones sobre los años transcurridos en el paso de los godos desde Italia a Galia, y desde allí a Hispania, y por eliminar
la indicación de unos meses de vacancia
en el poder entre Atanagildo y Liuva I (y por carecer también
de la entrada 40 en las ediciones
de Mommsem y Zeumer). Esta recensión conoció diversas continuaciones, algunas de época post-visigótica,
y parece haber sido usada
por dos obras historiográficas, los Chronica
Albeldensia y la
Chronica
pseudo-isidoriana. Está representada
por
cinco manuscritos: el ms. Havniensis, n. 805, del siglo XIV (= H), el ms. Paris, BN Lat. 4667, del siglo IX (= P), el ms. Gorlitz, Stadbibliothek, 8, de fines del siglo XII o comienzos
del XIII (= G), el ms. Escorial
Z-II-2, copiado en 1012 por el juez Bonsom de Barcelona
(= E), y el ms. BNM, Vtr. 14-5, copiado en León en 1058 (= L). En su forma original, la lista se ha conservado en el ms. H, que termina
con los años de Recesvinto, y que fue escrita entonces
después de su muerte. Los otros
cuatro manuscritos (P, G, E y
L) presentan continuaciones diversas de la lista, con alcances
también distintos, aunque me
interesaré ahora sólo por lo que atañe a
los reyes visigodos. La relación
entre estos textos ha sido trazada por García Moreno,
de cuyas conclusiones parto, aunque quisiera desarrollarlas en algún punto.
García Moreno ha señalado con precisión
que las listas del ms. de París (P; pero también G) y la del escurialense (E) se encuentran estrechamente vinculadas hasta Vitiza, remontando a un antecedente común muy poco posterior a la muerte de este último rey, pues dan la misma duración
a los reinados
de Wamba y Ervigio, y presentan
unidos los de Egica y Vitiza. La
continuación del ms. legionense (L) es independiente, entonces, a partir de Wamba, a propósito
de quien este testimonio ofrece una duración similar a la redacción
de la lista de época de Ervigio, aunque sus textos son por
lo demás completamente distintos. Por su parte, la lista de los mss. P y G suprime el reinado
de Recesvinto, en un error que
veremos reproducido en la refundición de la lista de los reyes godos que presentan los Chronica
Albeldensia y
la Chronica pseudo-isidoriana, por lo que no parece aventurado suponer que todos estos
testimonios proceden de un modelo común. Propio de los mss. P y G es haber continuado la lista a partir de Vitiza con dos reyes visigodos de la zona del noreste de la Península
Ibérica, Achila y Ardo, sin mencionar
en cambio a Rodrigo, lo que indica que esa lista se continuó
ya en tal región, no en Toledo.
Por otro lado, el ms. E y el L sí mencionan a Rodrigo,
aunque lo hacen de manera
distinta, sin que pueda establecerse una relación
entre ambas entradas, como señalo a continuación. Por último, el ms. L enlaza
la lista regia visigoda con una lista de los reyes astur-leoneses, y el ms. E coloca a partir
de Rodrigo una lista regia franca, pieza que figura,
de forma independiente, también en el ms. G. Me referiré más adelante a estas continuaciones.
Todo lo expuesto permite
representar las relaciones entre los diversos testimonios mediante el siguiente
stemma:
A partir de aquí pueden ofrecerse algunas reflexiones. Sospecho que se ha otorgado
quizá una excesiva atención a la lista del ms. L en cuanto a la continuación que presenta
con Rodrigo. Aunque no pueda descartarse que la continuación original de esta lista llegaba hasta este rey, la cronología que ofrece constituye sin duda un arreglo para evitar los cinco años de dominación musulmana sobre Hispania, mencionados por una lista de reyes de Asturias de época de Alfonso II sobre la que trato más adelante. Es decir,
se trata de una intervención tardía. En cambio,
la mención a Rodrigo en la lista del ms. E me parece especialmente significativa, y mucho más interesante. Aunque la duración
que da de su gobierno
es incorrecta (50 años), en este caso puede decirse
que se trata de un simple error (cambio de I por L), y que el original
ofrecía la duración
correcta de un año. Es un error fácilmente explicable, ya que el propio ms. E muestra una tendencia en ocasiones a representar el número
romano I con una L (como ha señalado Anscari M. Mundó en la reciente
transcripción de este manuscrito), lo que hubo de propiciar
esta confusión. Así pues, la continuación propia del ms. E, que
consiste en la mención de Rodrigo y también de la entrada de los musulmanes en Hispani,
se habría efectuado en Toledo poco después
de la muerte del rey, y ello se relaciona con el hecho de que allí (a diferencia de la zona noreste de la Península) se aceptó el gobierno de Rodrigo como legítimo,
pero ya sin continuación.
En suma, la mención
de este rey en las nóminas de los mss. L y E no me parece que arguya parentesco, puesto
que además, como se ha
visto, la continuación desde Recesvinto en las dos listas es distinta.
La lista de los mss. P y G ha sido ampliamente comentada sobre todo por la continuación que presenta
a partir de Vitiza. Pero lo que me gustaría aquí subrayar
es que estos testimonios incurren en un error por el que se elimina
la entrada sobre los años de Recesvinto, seguramente por un salto de igual a igual, ya que este rey era mencionado en el párrafo anterior reinando con su padre Chindasvinto. Así pues, este error no es privativo
de uno de estos testimonios, pues ha quedado recogido
en ambos, que no parecen
tener por lo demás una dependencia directa (aunque sí proceden claramente de un subarquetipo común, con la continuación de
Achila y Ardo). Además, como ya he adelantado, un error similar
es el que está en la base de una de las singularidades más estridentes de la breve crónica
de los reyes godos que presentan
tanto los Chronica
Albeldensia como la Chronica pseudo-isidoriana, donde no se recoge el reinado
de Recesvinto. Este rasgo compartido ha llevado
a proponer que ambas obras remontaban a un modelo
común, aunque tal singularidad podría explicarse de forma más sencilla
suponiendo que ambas obras refundieron, para crear esa breve crónica
de los reyes godos,
una
lista similar a la que está detrás de P y G,
con el mismo error que
presentan estos manuscritos. Obviamente, esto implica
que el modelo del que parten
estos diversos testimonios es anterior a la continuación con Achila
y Ardo que presentan P y G, aunque
también ha de ser posterior
al reinado de Vitiza,
ya que ambos coinciden
con la entrada de E, donde no se ha producido
la supresión de Recesvinto. Es decir, ese modelo debe fecharse hacia el año 711, llevándose luego una copia a la zona de los Pirineos, donde se
incluirían las entradas sobre Achila y
Ardo, que se alzaron
con esos territorios. Ese modelo de hacia 711, con el error de la supresión de Recesvinto, se habría usado después en la Chronica
pseudo-isidoriana y en los Chronica
Albeldensia.
De estar en lo cierto, todo esto significaría además que en el contexto
de la sucesión de Vitiza y a poco de la entrada de los musulmanes en la Península se copiaron varios
testimonios de la Lex y que algunos de estos pasaron al oriente peninsular, bien para dar sustento al jefe visigodo que se había alzado en
esa zona (Achila) o bien por el desplazamiento
hacia allí de algunos intelectuales tras la derrota
de Rodrigo. Así, no habría de ser casual
que tanto el ms. E como
el modelo común a los mss.
P y
G provengan de esa región, en la que además la Lex conservó
una gran vitalidad. Por otro lado, la constatación de que las listas de los cinco manuscritos considerados remontan a un modelo de la época de Wamba puede invitar a reconsiderar la atribución de los rasgos
que presentan algunos
de estos manuscritos, a los que tradicionalmente se asigna una procedencia catalana (pues tanto los mss. P y G como E se copiaron allí), y por tanto de hacia el siglo IX, y
plantearse si no remontarían en realidad a un modelo bastante anterior, probablemente toledano, explorando las implicaciones de ello. En efecto,
los mss. L y E presentan
una singular nota introductoria y una serie de añadidos
gramaticales y léxicos a la Lex para los
que no parece posible postular una relación directa, y que podrían derivar de materiales toledanos. Desafortunadamente, el valor del resto de testimonios de este grupo en este sentido resulta muy desigual, pues los folios de la lista del ms. P fueron añadidos al manuscrito en que se conserva
a partir de otro códice,
y también el ms. H está incompleto. Queda como término de comparación el manuscrito de Gorlitz (G), que aún no ha sido suficientemente tratado.
Oviedo, León, Nájera y Compostela
La considerable variedad
de las continuaciones del núcleo
original de lista regia visigoda
no constituye el único interés de este conjunto
de testimonios. También resulta especialmente relevante su descendencia e influencia, en particular en Oviedo y en León. Por ejemplo,
al comienzo del Liber Itacii se
aprovechó una lista de los reyes vándalos
y una lista regia visigoda, que termina con Wamba, aunque
este cierre tiene que ver obviamente con el hecho de que introduce
el relato (inventado por este texto) de la división
eclesiástica debida a tal rey. En León, se usó esta lista para completar un texto analístico
castellano, en lo que denomino
más adelante, al estudiarlos, Annales Legionenses. Ya he mencionado, además,
que una recensión a la que remonta
el modelo de P y G parece haber sido la base
usada independientemente en los Chronica Albeldensia y en la Chronica pseudo-isidoriana para
trazar una breve crónica de los reyes godos. Antes de pasar a examinar las listas regias astur-leonesas, que en buena medida responden
o continúan a las de los reyes visigodos, me gustaría detenerme
un poco más en esa breve relación
de los godos que ofrecen
los Chronica Albeldensia, al margen ahora de
que el modelo común al que remontan los mss. P y G haya constituido o no también la espina dorsal de ese texto (y de la Chronica pseudo-isidoriana). Quisiera discutir brevemente
su origen y su fecha, para
lo que se han ofrecido propuestas diversas. Abilio Barbero y Marcelo Vigil lanzaron
la sugerente hipótesis
de que tal texto se habría escrito en el sur de Francia,
en la zona de Septimania, siendo después conocido y usado en Oviedo, e integrado
dentro del proyecto
historiográfico de Alfonso III. La hipótesis, tan atractiva como aparentemente rebuscada, se apoyaba en la existencia de una copia de esa breve crónica conservada justamente en el sur de Francia,
probablemente en el monasterio de Saint-Gilles (pese a que este testimonio se localiza
por lo general, equívocamente, en Moissac),
donde el texto se cierra
afirmando la extinción de los godos y colocando una breve nota sobre Carlomagno. Al no mencionar
a éste como emperador, se diría en principio
que el texto se escribió antes del año 800.
Sin embargo,
al establecer el texto crítico de los Chronica Albeldensia, Juan Gil reparó en que las variantes
que presenta el testimonio de Saint-Gilles no delatan un carácter originario, sino que se trata de una copia estrechamente emparentada con uno de los testimonios de la crónica, el del códice albeldense (El Escorial, ms. d-I-2). A esta importante constatación textual, que resulta
de por sí decisiva, el propio
Gil añadió otro argumento más que apuntaba
al carácter no originario del testimonio de Saint-Gilles, y por lo tanto a que esa breve crónica no se compuso en Septimania. Así, la nota por la que se asegura que los godos han llegado
a su fin y en la que se ofrece un breve itinerario de los mismos desde Italia hasta Hispania
procede de una lista regia visigoda
similar a la copiada en el códice de Roda. Es decir, el testimonio de Saint-Gilles corresponde a una copia de la breve crónica
según el códice albeldense, a la que se agregaron unas líneas tomadas
de una lista regia similar a la que recoge el códice rotense[4]. La copia de Saint-Gilles contiene incluso los errores propios de esa lista,
por lo que su dependencia mutua parece
fuera de duda:
Códice rotense Ms. Saint-Gilles
Alarico regnante ab era CCCI ingressi sunt Goti in Italia; post huius
annis reges
Goti Gallia ingressi sunt;
per septem annis
Goti Spania migrant |
Alarico regnante, ab aera CCCI,
ingressi sunt
Gothi in Italiam. Post hujus
annos, reges Gothi Galliam ingressi sunt. Post septem annos,
Gothi Hispaniam migraverunt |
Este fragmento está claramente emparentado con la introducción a la lista regia visigoda
propia de la recensión que he analizado
antes, y en particular muestra algunas variantes
que la conectan con la rama representada por el ms. L, aunque
tanto el testimonio rotense como el de Saint-Gilles incurren en el error de datar el reinado de Alarico en la «era CCCI», en lugar de la era «CCCC»,
y omiten los seis años del desplazamiento a la Galia. En definitiva, el testimonio de St. Gilles hubo de ser copiado en Albelda,
probablemente en el siglo XI, en el marco de los contactos
culturales propiciados por la peregrinación a Santiago
(en este sentido,
cabe recordar que ya a mediados del siglo X, el abad Godescalco de Puy se hizo copiar allí una obra de san Ildefonso; y que, a fines del siglo XII, Godofredo de Viterbo
dispuso de un testimonio de los Chronica Albeldensia, que utilizó al revisar
su Pantheon). En la copia de Saint-Gilles del fragmento
de los Chronica Albeldensia quizá se refleje
un interés o una curiosidad por la historia
visigoda en el del sur de Francia, donde se añadiría la nota sobre Carlomagno, que transmite
una concepción similar a la de otros
testimonios de esa zona,
específicamente catalanes, donde alguna lista regia visigoda
se continúa con una lista de los reyes francos que se abre con Carlomagno, según veremos. Debe notarse, además, por último, que la copia de Saint-Gilles, al igual que los Chronica
Albeldensia, dan una cronología de la invasión musulmana que se corresponde con la datación de este suceso fabricada
por los historiadores de Alfonso III, que lo colocaron
en el año 714, y no en 711, fecha histórica y recogida en algún texto anterior
dentro del propio reino de Asturias.
Que
la fecha de 714 corresponde al proyecto historiográfico de Alfonso III no sólo lo prueba
el que sea la data que en todos los casos ofrecen los textos ligados
a este rey, sino también
el que podamos reconstruir la forma y el motivo por los que se llegó a fijar la invasión en ese año, algo que con todo parece
haber pasado inadvertido.
Una profecía incluida dentro de los Chronica Albeldensia asegura que el dominio de los musulmanes en Hispania
estaba llamado a extinguirse a los 170 años de su invasión. Como
es sabido, la redacción original de los Chronica Albeldensia terminaba con la expedición de Alfonso
III hasta el río Guadiana
en 881, donde, como dice el texto, desde la entrada de los musulmanes ningún príncipe se había atrevido a llegar
(«quod nullus ante eum princeps
adire temtauit»). El tono triunfante de este final está de acuerdo
con las proclamas
proféticas, pero se explica cabalmente desde la perspectiva de una datación
de la invasión musulmana en el año 711. Si sumamos
a esta fecha los 170 años de la profecía,
obtenemos justamente el año de la composición original de los Chronica: 881. Pero ya sabemos
que no se cumplieron tan halagüeñas perspectivas. Ello no restó, al menos inicialmente, confianza a la profecía,
y con unos cálculos
claramente improvisados, hechos a partir de la lista regia visigoda del manuscrito soriense, se dedujo que la invasión habría ocurrido en el 714. Los cálculos son una superchería, porque el resultado
estaba decidido de antemano. Servían directamente para justificar la reutilización de la profecía, en cuyo marco se revisó
y actualizó
el texto de los Chronica en el año 883, es decir, un año antes de que se cumpliera la predicción según la nueva fecha de la invasión musulmana. Así, la nueva datación
pasó ya a la segunda
redacción de los Chronica en el año 883 y a toda la historiografía de Alfonso III o derivada
de él. En suma, la relación
de los reyes godos que ofrecen los Chronica
Albeldensia es propia de este texto, y dentro de él debe colocarse
su elaboración y su significado.
Me permito introducir aquí una nota tangencial sobre la profecía
de Alfonso III, que acabo de mencionar, estudiada magistralmente también
por Juan Gil. El texto de los Chronica recuerda una profecía que había anunciado
ya que los árabes entrarían
en la tierra de Gog, pero explica además que esa misma profecía preveía que después
de 170 años Gog se alzaría contra ellos y
se sacudiría el yugo de
esa esclavitud. A continuación, el
autor, siguiendo aquí una tradición bien conocida (recogida entre otros por san Jerónimo
o san Isidoro), identifica a Gog con los godos. Lo más sorprendente de esta profecía
es que transforma a Gog, que en todas las tradiciones anteriores se identifica con los
pueblos inmundos, en un elemento
positivo, que representa la victoria
cristiana sobre el Islam.
Dicha transformación sólo parece
explicarse a partir de un conocimiento (y de una reacción)
del Corán (Sura 18), donde Gog y Magog figuran como fuerzas enemigas del Islam,
encerradas por el Bicorne
(un trasunto de Alejandro) tras una muralla de bronce. Y
ello se relaciona asimismo
con el hecho de que la profecía, que está ligada al ambiente
intelectual de los mozárabes
cordobeses, sólo pudo haber sido ideada en ese entorno, es decir, con un cierto conocimiento del Corán,
y llevada desde allí a la corte ovetense de Alfonso III. Según el Corán, al final de
los tiempos el Señor demolerá la muralla,
y Gog y Magog se
abatirán sobre el pueblo. Esta presentación debió inspirar
así la visión positiva
de Gog que está detrás de la profecía
de los Chronica Albeldensia. Todo lo cual explica además
que haya circulado en estos medios justamente el fragmento
del Pseudo-Metodio dedicado a la clausura de Gog por parte de Alejandro, por su estrecha
cercanía con el texto del Corán,
conservado en dos misceláneas historiográficas que contienen
diversos textos procedentes de la corte de Alfonso
III (BNM, ms. 8813 y RAH, cod. 78).
Los rápidos razonamientos anteriores sobre la datación de la invasión
musulmana tienen interés también a la hora de valorar el que quizá sea el primer
texto historiográfico producido
en los territorios cristianos peninsulares tras la invasión
musulmana. Se trata de una lista de los reyes de Asturias confeccionada en época de Alfonso II. Como no se ha conservado directamente, la valoración de este texto
ha estado sujeta
a ciertas vacilaciones. El primero en plantear que unos rudimentarios anales portugueses terminados en 1111, sobre los que volveré más adelante,
habían utilizado como punto de apoyo una lista regia de época de Alfonso
II fue Mommsen, en una apreciación que fue desarrollada de forma diversa
por otros investigadores, en particular por Claudio Sánchez-Albornoz y Pierre David.
El primero trató de probar
a partir de esa constatación que bajo Alfonso
II se habría desarrollado ya una más amplia historiografía, aunque en realidad
nada avala esta suposición. Por su parte, David publicó un magnífico estudio
en el que probaba que los anales
portugueses más antiguos
se basaban efectivamente en una lista de los reyes de Asturias de época de Alfonso II, y que tal lista contenía el único producto
historiográfico atribuible a este rey. David aisló los datos que permitían
llevar tal pieza al reinado de Alfonso II sin rebuscamientos: por un lado, la lista
coloca correctamente la invasión musulmana en el año 711, es decir, es anterior a la reforma de esta fecha por los historiadores
de Alfonso III; y por
otro, termina con la llegada al
poder de Alfonso
II, es decir, debió ser compuesta
bajo su reinado. A estos argumentos internos, David sumó otros que tienen que ver con la total sintonía
de esta lista con otros
textos producidos en la corte de Alfonso
II, en concreto
su Testamentum de 812, fecha y entorno en los que hubo de componerse también la lista regia[5]. Por lo demás, parece obvio que la cronología ofrecida por tal texto no podría haber sido rescatada
en el ámbito gallego-portugués después ya de Alfonso III. Por si ello no fuera suficiente, como veremos, hay serios indicios
de que la nómina en
la forma en que se ha conservado en los anales portugueses fue conocida en la corte
de Alfonso
III, donde se habría contestado a ese diseño,
y la introducción a la misma se recoge
dentro de otros fragmentos históricos de este rey, con la cronología reformada.
Con todo, antes de entrar en tales detalles, cabe abundar
un poco más en el significado de este texto y en su relación con las listas regias
visigodas. La primera constatación puede parecer
un tanto banal, pero no deja de ser también
importante: el autor de la lista de Alfonso II conoció un ejemplar de las nóminas
regias visigodas (lo que implica además que un texto de la Lex circuló en Asturias
en época de Alfonso II). Es obvio que el autor imitaba la forma de una lista regia visigoda,
pero resulta que además se basó en la introducción de tal pieza para pergeñar
el extraño párrafo
que antecede a la lista de reyes asturianos. He aquí el texto de esa introducción en la nómina de Alfonso II.
In era CCCª XLª VIIIIª egressi
sunt Goti de terra sua. Era CCCª LXª VIª ingressi
sunt Ispaniam. Dominati sunt Ispaniam gens Gotorum annis
CCC LXXX III et de terra sua peruenerunt in Ispaniam
per annos XVII. Era DCC XL VIIII expulsi sunt de regno suo. Era DCCª Lª Sarraceni
Ispaniam obtinent. Antequam Domnus Pelagius
regnaret Sarraceni regnauerunt in Ispaniam annis Ve.
Como ya observó
David, las cifras que ofrece este texto no tienen
ningún valor histórico. Están calculadas sustrayendo 400 años desde la fecha de
la invasión musulmana, a los que se resta un periodo
de 17 años para el periplo
de los godos desde su tierra hasta Hispania,
con lo que la dominación goda habría durado 383 años.
El autor de este texto dedujo estas fechas a partir de la introducción a la lista regia
visigoda en la recensión en la que me he detenido
anteriormente, pero también en una completa
ignorancia y falta de compromiso respecto del pasado visigodo.
Doy el texto de esa recensión
según el ms. legionense (L):
Ab aera CCCCª
reguli Goti ingressi sunt
in Italia et post huius autem anno sexto Goti Galias
ingressi sunt et post hec VII anno Goti Spaniam ingressi sunt.
De tal presentación debió de tomar el autor la ocurrencia de restar
400 años desde la fecha de la invasión musulmana, y de allí tomó también la estructura narrativa del texto.
De él dedujo
además los años que los godos «de
terra sua peruenerun in Ispaniam», sumando a los 6 años que habían
tardado los godos de pasar de Italia a Galia y a los 7 que tardaron
de allí a Hispania,
5 años más que suponía que habrían
tardado en llegar desde la «terra sua» hasta Italia. Se aliaba aquí entonces una urgente necesidad
con la más transparente ignorancia (o despreocupación) respecto de una cronología siquiera aproximada de la historia de los godos. La construcción de un texto así resulta inimaginable en época de Alfonso III, y también
en una época posterior.
Otras observaciones a partir del enfrentamiento de estos textos son quizás
más enjundiosas. En primer lugar,
lo que define a la lista regia de Alfonso II es la eliminación de los reyes visigodos. Esta eliminación es, por supuesto, solidaria de un claro antigoticismo en la introducción a la lista,
destacado justamente ya por David.
El texto enfatiza
el carácter foráneo
de los godos, al colocar al principio
la salida de su tierra, que constituiría entonces
su único dominio legítimo. Hay una buscada contraposición entre la «terra» de los godos, y el final de su «regno». Así, se afirma
que el poder de los godos
ha terminado, e incluso que Hispania estuvo
bajo el dominio
de los musulmanes durante cinco años, antes
de que reinara Pelayo, quien
inauguraba entonces una nueva realeza,
que no conoce nombres anteriores, y de la que este texto ofrece
la lista hasta Alfonso II. Se trata pues de la presentación de una nueva monarquía, aunque
también de una monarquía
que se proyecta idealmente sobre el dominio que habían poseído los godos, es decir, Hispania. En segundo
lugar, el uso de la forma de las listas regias está ligado
a un proyecto de reafirmación del poder regio, proyecto que definiría entonces la política
de Alfonso II.
En efecto, como he señalado anteriormente, la forma de las listas
puede ligarse por
lo general a una concepción
de la historia gobernada por
los nombres de los reyes, cuya sucesión determina la estructuración del tiempo.
La adopción de esta forma no parece haber sido inocente. Ahora bien, esa reafirmación
del poder regio en época de
Alfonso II estuvo
así estrechamente conectada
al rechazo de la continuidad del poder gótico,
lo que supone aquí no sólo afirmar
que los godos fueron expulsados de su reino, sino también
eliminar la enumeración de tales reyes. Este doble movimiento de afirmación regia y antigoticismo me parece
que ofrece una elocuente delimitación del proyecto político de Alfonso II, en cuyo contexto se explican quizás mejor, por ejemplo, los contactos mantenidos por este rey con Carlomagno. Esta ruptura con el pasado gótico se comprende además en un ambiente poco posterior a la polémica antiadopcionista, que tuvo un singular desarrollo en Asturias.
Por último, el hecho de que no se explicite en la lista el parentesco entre los
diversos reyes responde también
seguramente al modelo de las
listas regias visigodas, por lo que
probablemente no puede
interpretarse en el sentido de que el linaje no fuera una cuestión
importante en la constitución del poder regio, ya que las listas astur-leonesas posteriores tampoco inciden
en este aspecto.
Después de la lista de Alfonso II, conocemos otras tres listas que la continúan incluyendo los nombres de los reyes leoneses, y que ofrecen
también un diseño distinto. La primera de ellas figura como continuación de la lista regia visigoda recogida
en el ms. L, testimonio al que ya me he referido en varias ocasiones. Llega hasta Ordoño
III (951-956), por lo que parece escrita
poco después de este rey. La segunda es una lista de los reyes astur- leonenses desde Pelayo hasta Ramiro II (931-951) que se ha conservado en el códice de Roda (RAH, cód. 78), de donde fue copiada con ciertas modificaciones comunes en el ms. albeldense
(El Escorial, ms. d-I-2) y en el emilianense (RAH, cód. 39). Estos tres testimonios se encuentran así estrechamente emparentados, aunque puede decirse
con seguridad que los dos últimos descienden de la lista del códice de Roda, por lo que me centraré
en ésta[6]. Una tercera lista viene constituida por la primera parte del Chronicon Compostellanum, que ofrece una enumeración de los reyes astur-leoneses desde Pelayo
hasta Vermudo III, y a partir de ahí ofrece un contenido
narrativo mucho más amplio para los reyes
posteriores Fernando I y Alfonso VI. El autor del Chronicon simplificó la lista, eliminando algunos datos cronológicos que figuran
en los otros textos,
por lo que no siempre este testimonio representa un óptimo término
de comparación.
El modelo común a todas ellas, creado
en época de Alfonso III, tomó como base la anterior
lista de Alfonso
II, continuándola hasta el nuevo rey. Un notable
rasgo compartido liga a la lista del ms. legionense con la del códice
de Roda: ambas incluyen a Nepociano, pero ninguna ofrece la duración de su mandato,
que no debía encontrarse ya en su modelo (el Chronicon Compostellanum parece haber eliminado a Nepociano
al no contar
con los años de su reinado). Ello apunta a que todos los textos descienden de un mismo arquetipo, que incluía a Nepociano, pero carecía de la duración
de su gobierno.
Tal arquetipo ha de corresponder a la recensión de Alfonso III, que probablemente ya no presentaba este dato. Por otro lado, el uso de la lista
de Alfonso II en la redacción posterior permite establecer que uno de los errores en los que incurre
esa pieza según se ha conservado en los anales portugueses, la omisión de Vermudo I, es un accidente propio de este testimonio, es decir, de los anales, y no un rasgo del texto original, ya que el reinado de Vermudo I figura en el resto
de textos posteriores derivados de tal lista.
Aunque la recensión
llevada a cabo bajo Alfonso III no se ha conservado de forma exenta
o directa, el establecimiento de la misma
no ofrece dudas, ya que tanto la lista del ms. legionense (L) como la del códice de Roda señalan
la elevación al trono de este rey (los datos del acceso
al poder de Alfonso
II y Alfonso
III han desaparecido en el Chronicon
Compostellanum), y luego divergen
ya tanto en los años de su reinado como en las entradas
de los reyes posteriores. Por otro lado, la lista del ms. L presenta
un cómputo de los años desde Pelayo hasta Ordoño I, el rey que precede a Alfonso
III, lo que confirma que su modelo se escribió
bajo este último. Parece claro así que la continuación de la lista de Alfonso
II acababa señalando la llegada
al poder del Alfonso III, por lo que debe situarse bajo este rey. El siguiente arquetipo, es decir, la recensión
llevada a cabo bajo Alfonso IV, tampoco
se nos ha conservado de forma directa, aunque en este caso hay aún menos dudas, porque una nota que se ha mantenido
en la lista del códice de Roda nos da incluso la fecha, asegurando que fue escrita
en el año 928: «Et de Pelagio usque in era DCCCLXVI regnante Adefonso filio Ordonii anni CCXI». Por su parte, tanto la lista del códice de Roda como la del Chronicon compostellanum presentan una serie de características distintivas a partir de este rey, lo que significa que se basaron
en ese modelo común continuándolo de forma independiente.
La lista del códice rotense
procede de una tercera
recensión, aprovechada también en los Annales Legionenses, que terminaba con la unción de Ramiro II el 6 de noviembre de 931, y que hubo de ser efectuada
bajo su reinado, aunque probablemente el modelo
usado en el códice de Roda es posterior
a la muerte de este rey, es decir, al año 951, pues presenta
una adición sobre la duración de su gobierno.
El testimonio rotense
contiene varios errores al haber aplicado
la fecha de la elevación
al trono de Alfonso IV a Alfonso
III, y atribuido
los años del reinado del primero equivocadamente a Alfonso Froilaz. Por otro lado, el Chronicon Compostellanum presenta un salto desde Alfonso
IV hasta Ordoño III. Es preciso,
en definitiva, comentar tanto los textos de que disponemos como sus modelos (las recensiones de Alfonso
III, Alfonso IV y Ramiro II), aunque a veces no resulta
sencillo discriminar los rasgos atribuibles a unos y otros.
Antes de pasar a comentar estas continuaciones, cabe proponer el stemma de las relaciones que pueden establecerse entre los diversos textos y testimonios (donde incluyo también el entronque con esta lista de los Annales Legionenses, sobre los que trato abajo).
Comencemos por el modelo de Alfonso III. El problema de mayor envergadura para establecer la forma de la lista de Alfonso
III deriva no sólo del hecho de que no se ha conservado de forma directa,
sino también de las radicales
diferencias que presenta el diseño de los textos
que conservamos. El códice rotense
comienza con Pelayo,
el Chronicon Compostellanum, tras una breve introducción sobre los
años del dominio gótico, comienza también con este rey, mientras
que en el ms. legionense la lista de los reyes astur-leoneses se coloca como continuación de una lista regia visigoda. Que este último
testimonio sea el más cercano
al arquetipo de la recensión de Alfonso III en el stemma que he trazado sugiere
que nos ofrece aquí el diseño de ésta. Por otro lado, como expongo
a continuación, todo apunta a que tanto el diseño
de la lista rotense
como el del Chronicon
Compostellanum son propios
de cada uno de estos textos, y marcan los proyectos que están detrás
de ellos. Por último,
la duración que la lista del ms. legionense otorga al
reinado de Rodrigo sólo se explica como respuesta a la lista de Alfonso
II, lo que significa que el diseño ofrecido
por este testimonio corresponde de hecho al de la recensión
de Alfonso III. En efecto,
cuando esta lista asegura que el reinado de Rodrigo
duró 7 años y 6 meses, no nos encontramos ante un error, sino ante el deseo de salvar los 5 años de dominio musulmán sobre Hispania de los que hablaba la lista de Alfonso II, creando un corte entre los reyes visigodos
y la monarquía asturiana. Así, el autor de la lista de Alfonso III sumó a esos cinco años algo menos de los tres que para el gobierno de Rodrigo
habían fijado las crónicas del propio
Alfonso III, a partir de la redacción definitiva de los Chronica
Albeldensia. Esto indica además que la lista refleja
ya la influencia de este texto. Por otro lado, cabe destacar
que la lista señala que la duración
del reinado de Alfonso III fue de 17 años y 6
meses, lo que es sin duda incorrecto. Si tenemos en cuenta que ese mismo texto fija el alzamiento de este rey en mayo del año 866, ello nos llevaría entonces a noviembre de 883. Esta fecha coincide con la de la redacción
definitiva de los Chronica
Albeldensia, que se sitúa también en noviembre
de ese año («die tertio
Idus Nouembres»). Cabe pensar que esta precisión cronológica se hubiera introducido
tardíamente en la lista
tomándola de un paso de este
mismo texto («regnante Adefonso anno regni sui XVII in Obeto»),
aunque dado el contraste entre este error y la exactitud que la lista ofrece para los reinados
siguientes, y teniendo
en cuenta que no existe una semejanza
textual, parece más probable que tal precisión
derive del original de la recensión
de Alfonso III y que ésta fuera estrictamente contemporánea de los Chronica Albeldensia, con su significativa datación en noviembre
de 883.
Como sea, el diseño de la lista de Alfonso
III deshacía por completo el anterior
de Alfonso II, recuperando la lista regia visigoda y eliminando los 5 años en que los musulmanes dominaron completamente Hispania
según ese texto.
Así, la nueva lista presenta
una sucesión ininterrumpida entre los reyes godos y asturianos, considerando a estos últimos
propiamente también como reyes visigodos,
como continuadores de la realeza visigoda.
Este diseño responde
perfectamente al de los Chronica Albeldensia, donde también se presenta
una continuidad ininterrumpida desde los reyes visigodos a los reyes asturianos. Lo propio del texto que ofrece el ms. legionense es la continuación de la lista de Alfonso III hasta el reinado de Ordoño III, poco después
probablemente entonces de la muerte
de este rey. Se trata de una continuación que no aporta
más novedades que la mención
de los nuevos reyes, asumiendo plenamente el modelo
forjado por Alfonso
III, y cuyo interés reside sobre
todo seguramente en los datos históricos
sobre la duración que otorga a los diversos reyes.
En cuanto a la recensión
de Alfonso IV, tampoco
parece haber aportado grandes novedades, aparte de haber continuado el modelo anterior
de Alfonso III que se cerraba ahora con el alzamiento de Alfonso
IV el 12 de febrero
de 926, estando fechado también el texto en el año 928, como ya he señalado.
Puesto que los derivados
de esta lista, la recensión de Ramiro II (de la que parte la del códice rotense)
y la incluida en el Chronicon
Compostellanum, presentan
un diseño que, aunque de forma diversa, comienza en Pelayo,
cabría preguntarse si la segregación de la lista de los reyes astur-leoneses respecto de la de los visigodos
no se habría llevado ya a cabo en la lista de Alfonso IV. Sin embargo,
según he adelantado, todo apunta a que tal segregación es propia de
esos dos textos, que la llevaron
a cabo independientemente. Así, la lista de Alfonso IV sería esencialmente una actualización de la de Alfonso III. Lo que me parece
más interesante es en todo caso que esa nueva lista parezca incardinarse dentro de un cierto interés historiográfico en la corte de Alfonso IV. En efecto,
mientras que la lista está datada en el año 928, el modelo de la miscelánea recogida en el ms. BNM 8813 está fechado en el año siguiente: «ab incarnatione domini nostri domini Christi usque in era DCCCCLXVII». Tal miscelánea recoge una colección de textos a la que remonta también buena parte de la ofrecida por el códice rotense, y su copia en 929 parecería
muestra de un nuevo interés
por esos materiales. Es posible
que tal interés esté ligado a la consolidación del reino de León como heredero
del capital simbólico
del pasado visigodo, en el contexto
del reparto entre Alfonso
IV y su hermano
Sancho Ordóñez de los territorios de León y Galicia.
Sin embargo, poco después,
la retirada de Alfonso
IV al monasterio de Sahagún
en el año 931 daba paso a otros proyectos. Con todo, no puedo dejar de hacer notar que esas iniciativas localizadas en la época de Alfonso
IV quizá tengan alguna relación
con una continuación de la Chronica
wisegothorum de Alfonso
III, que ofrece un relato sobre los reinados de este último y de Ordoño II, y que fue aprovechada por el autor de la Historia Silense. Es posible, pues, que tal continuación formara parte también de este mismo impulso.
Por último, una continuación más de esta lista se llevó a cabo en época de Ramiro II, de la que parten los testimonios riojanos. Tal recensión
terminaba mencionando el alzamiento de este rey, con su unción,
y todo apunta a que fue el modelo además de las informaciones sobre Alfonso II y Alfonso
III incorporadas a los Annales Legionenses, también de la época de este mismo rey, de Ramiro II, confeccionados en torno al año 940. Tenemos así una sucesiva actualización de la
lista regia en estos años, que se
combina en el caso de Ramiro II con un proyecto
historiográfico ligeramente distinto de los anteriores, cuya tradición
procedía de Castilla.
Vengamos ya a la lista del códice rotense y a la del Chronicon Compostellanum. La primera resulta
enormemente interesante. Su modelo parece
posterior a la época de Ramiro II, ya que incluye, como he mencionado antes, una brevísima
adición sobre sus años de reinado, aunque todos los testimonios riojanos
dejan su número
en blanco, probablemente porque el autor de la nómina del códice rotense no entendía ahí su modelo. Ello apunta a que la llegada de estos materiales
a la corte navarra
de Nájera hubo de haberse
producido no mucho después de 951. Tal modelo parece haberse caracterizado también por incluir
los nombres de dos reyes anteriores a Alfonso IV, Alfonso Froilaz,
que ostentó el poder solamente
unos meses (925-926), y Sancho Ordóñez, que
reinó en Galicia (926-929), aunque el texto
del códice rotense (en lo que concuerdan
los mss. emilianense y albeldense) atribuye
una duración equivocada a los sucesivos Alfonsos del final de la nómina, lo que sugiere
que estas adiciones
consistían en añadidos
marginales en la lista, que el autor del códice de Roda integró en el cuerpo del texto de forma defectuosa. Como sea, la singularidad de este texto reside
en otros aspectos. Para apreciarla justamente quizá convenga recordar brevemente
qué nos ofrece el manuscrito
en que se contiene. Se abre éste con las Historiae de
Osorio, para continuar
con los Chronica de san Isidoro,
con su Historia Gothorum, y copiar seguidamente
buena parte de los textos historiográficos del ciclo de Alfonso III. Nos encontramos entonces con la lista regia
que nos ocupa, a la que sigue un elogio de Pamplona,
unas genealogías de sus reyes,
de los condes de Aragón, de Pallars,
de Gascoña y de Tolosa, luego una lista de emperadores
que persiguieron a los
cristianos, unos anales sobre los mártires, una lista regia visigoda, una lista de reyes francos, y finalmente
una serie de textos de corte más variopinto, algunos con intereses
también históricos y otros de contenido directamente religioso. Este códice fue elaborado en la corte navarra de Nájera y tiene una clara dimensión aúlica. Se trata de un manuscrito
justamente célebre entre quienes se interesan por esta época,
y sobre el que se ha trabajado
bastante, aunque no ha revelado
aún todos sus secretos,
y algunos textos, sobre todo los
de tema religioso, precisan
todavía de una investigación detenida.
No hay duda de que buena parte de esta miscelánea, quizá la mayor parte, procede de León. Por ello, el núcleo estrictamente original de este códice,
por lo que hace a los textos de interés histórico, está formado por un grupo de textos navarros que han sido abundantemente comentados y de los que José María Lacarra
ofreció una edición admirable. Entre ellos, los más relevantes son las genealogías, que marcan en buena medida el significado de esta miscelánea desde un punto de vista historiográfico, y ayudan también a entender
la lista regia que comento.
De ella destacan
especialmente dos características: en
primer lugar, se presenta aislada, desligada de la de los reyes visigodos, y en segundo lugar, quien adaptó y revisó el texto, probablemente el autor de las otras partes originales de la miscelánea, se afanó por establecer el vínculo familiar entre los diversos reyes.
La primera característica debe colocarse a la luz de la lista regia visigoda contenida en este mismo códice, a la que ya me he referido, y que afirma que con Rodrigo
se terminaron los reyes godos y también su poder: «Reges gothorum
defecerunt. Sunt sub suo annos CCCXIII»
(junto a ello, esta nota ofrece un titulillo que dice «Finit regnum gotorum»). De tal manera que la concepción de esta miscelánea se fundamenta sobre un abierto
rechazo del goticismo astur-leonés. El entronque
de esta lista con las que he venido
comentando supone además
que el autor tuvo bajo sus ojos un texto emparentado con el de los modelos
de Alfonso III o Alfonso IV, con una sucesión
ininterrumpida entre reyes visigodos
y astur-leoneses, y por lo tanto que dividió tal modelo creando dos listas distintas. Ello explica su intervención sobre
la de los reyes godos,
señalando la extinción
de los mismos,
y también el título que ofrece para la otra lista, que se presenta consecuentemente como una Nomina
regum catholicorum Legionensium.
En cuanto a la reconstrucción de los parentescos entre los diversos reyes astur-leoneses, el autor parece haber emprendido una auténtica investigación a partir de la Chronica
wisegothorum de Alfonso
III (en la versión rotense), de donde toma también unos breves datos sobre Pelayo, ceñidos a la batalla de Covadonga, y que sirven para enfatizar su condición de cabeza
de serie de una nueva realeza. El efecto de la casi sistemática consignación de las relaciones entre los diversos reyes
es que el género
de este texto se desplaza
fuertemente desde la forma de las
listas regias a la de las
genealogías, lo que lo aproxima a los siguientes textos sobre los reyes pamploneses y los condes pirenaicos. Tampoco esta modificación parece inocente. Por un lado, deshacía
las pretensiones de una titularidad única del poder o de autoridad superior implícitas en la forma de las listas regias, eliminando así un rasgo estrechamente ligado al propio goticismo
leonés. Poca importancia tiene que el autor, inspirándose en la Chronica
wisegothorum, enlace a Pelayo con Rodrigo
(lo llama «nepus Ruderici»), porque parte del presupuesto de que tanto el reino de los godos como sus reyes eran cosa del pasado,
ya finiquitada. Por otro lado, con esos parentescos colocaba la expresión
del poder leonés en el mismo registro que la de los reyes de Pamplona,
con lo que situaba
entonces a ambos en una deliberada simetría. En suma, la versión rotense de esta lista regia representa una implacable deconstrucción de la misma, y con ello también de las pretensiones goticistas de la corte leonesa; constituye igualmente la exposición en clave del proyecto
historiográfico de la corte navarra. Por último, la reformulación de su diseño (separando la lista de los reyes visigodos de la de los astur-leoneses) y el desvío que se opera sobre su forma (desplazando el texto de las listas regias hacia las genealogías) revelan de forma refleja
una vez más la enorme importancia que tanto el diseño
como la forma tienen generalmente dentro del discurso
historiográfico, con un protagonismo decisivo
en estos géneros
menores de
los que trato.
La última
de las listas regias se encuentra en el Chronicon Compostellanum. Parte
de la lista
de Alfonso IV, continuándola en el mismo formato hasta
Vermudo III, y luego con un desarrollo narrativo a partir
de Fernando I. Termina con la muerte de Urraca en 1126, de modo que ha de ser posterior
a esta fecha. Este texto
se ha conservado en todos los casos junto a la Historia Compostellana, que se cerró hacia 1145-1149, por lo que nuestro
texto hubo de escribirse entre 1126 y estas
últimas fechas, tal vez más cerca de la primera que de las segundas. La continuación de la lista entre Alfonso
IV y Vermudo III omite el largo reinado
de Ramiro II, por lo que, si no se trata
de un mero error en la copia del texto,
ello apuntaría a que la continuación se introdujo tardíamente, tal vez en el mismo momento de la creación
del propio Chronicon. Favorece
esta segunda posibilidad el hecho de que la duración
que el texto ofrece para los reinados
anteriores a Alfonso
V es en todos los casos claramente incorrecta, y tal incorrección parece
obedecer más a la ignorancia del autor que a una serie de sucesivos y complicados errores.
Al margen de lo que el texto contiene a partir de Fernando
I, lo más interesante a nuestro
propósito no reside tanto en esa precaria continuación de los reyes leoneses, sino en el formato en que se presenta
la lista. Como en el caso de la lista rotense,
han desaparecido aquí los reyes visigodos, aunque además se ha introducido en su lugar un breve texto de presentación que afirma
el final del dominio gótico. Como ya he adelantado, las intervenciones de la lista rotense y de nuestro Chronicon
son independientes, pues los expedientes de los que
se
valieron ambos textos para suprimir a los reyes visigodos son distintos.
Examinaré brevemente entonces esas frases introductorias del Chronicon. Pero antes de ello conviene
aclarar lo que parece haber sido un persistente malentendido. En sus Chronici rerum memorabilium Hispaniae, publicados en Salamanca
en 1552, Juan Vaseo recogía un párrafo
completamente idéntico
al del Chronicon Compostellanum que ahora nos interesa. Recogió la noticia
y el texto Mommsen, y a partir de ahí ha pasado
por un fragmento
historiográfico bastante antiguo y un tanto singular. Sin embargo, el supuesto
«Cronicón de Vaseo»
no es en realidad más que un extracto del Chronicon Compostellanum, por lo que debe eliminarse de los repertorios historiográficos medievales de la España medieval. En efecto,
Vaseo utilizó sin duda la Historia
Compostellana, y pudo haber copiado ese fragmento del Chronicon a partir, por ejemplo,
del testimonio más antiguo (del siglo XIII) que de ambas piezas compostelanas se conserva
justamente en Salamanca
(BUS, ms. 2658), y cuya presencia
en esta ciudad puede fecharse con cierta seguridad hacia 1534,
por lo que parece
seguro que Vaseo (que menciona
un códice similar)
lo manejara. Hecha esta precisión
será útil recoger ese párrafo inicial del Chronicon Compostellanum:
In era CCCC ceperunt Goti regnare usque in
eram DCCXLVII. Qui per CCC et LII annos et menses quatuor et dies quinque Hispaniam obtinuerunt, donec
ingressus fuit transmarinus dux Sarracenorum nomine Taric, qui, Roderico
ultimo rege Gotorum die V feria ora VI era DCCXLVIII
interfecto, fere totam Yspaniam armis cepit. Et tunc Sarraceni in Asturiis
annos V regnauerunt.
Parece evidente
que el autor del Chronicon
trazó este prólogo sirviéndose de dos textos:
la misma introducción a la lista regia
visigoda y astur-leonesa que le servía de fuente (similar
a la que se ha conservado en el ms. legionense) y el párrafo
inicial de la lista de Alfonso
II,
que como sabemos tuvo
también difusión en tierras occidentales
(figurando como prólogo a los anales portugueses), y de donde recuperó, por ejemplo, los cinco años de dominación musulmana, que para enfatizar
que tuvieron lugar en toda España se refieren
concretamente aquí a Asturias. El autor conoció
también las crónicas
de Alfonso III, ya que la duración
que ofrece para el dominio visigodo (352 años) refleja la datación de la invasión
musulmana en el 714. Asimismo, la mención de Tarik está hecha a la vista de tales
textos, en concreto
de la Chronica wisegothorum (quizá a partir de la versión
Sebastianum).
Este uso de varios textos, que no parecería justificarse en principio
en la brevedad y simplicidad del Chronicon, significa que se
trata también de un testimonio derivado, a propósito
del que no conviene afanarse en buscar
huellas de textos
añejos y desconocidos. Resulta más productivo seguramente intentar
comprender el texto tal y como se nos
ofrece vinculándolo a la época y al lugar en que se redactaba. En este sentido,
vale la pena resaltar
el deliberado antigoticismo del texto:
a pesar de que su fuente le ofrecía una sucesión
ininterrumpida de reyes visigodos y astur-leoneses, se elimina
aquí la lista de los primeros,
reemplazada por un párrafo
donde se afirma que Rodrigo
es el último de los reyes godos, y se recoge el dominio
de los musulmanes incluso en Asturias
durante 5 años, de donde serían después expulsados por Pelayo.
En este caso, el antigoticismo no tiene un alcance
político directo, relacionado con el poder regio, y por ello convive con el formato
de la lista regia. Elaborada en Compostela, esta construcción debe ponerse en cambio en relación con los conflictos eclesiásticos derivados de la conquista
de Toledo (1085) y de los reiterados intentos a partir de entonces por
implantar el reconocimiento de la primacía para la sede toledana. Aunque el contenido de la dignidad
primacial es ambiguo
y diverso según las interpretaciones de sucesivos
papas, no hay duda de que desde marzo de 1088, cuando Urbano II reconoció
los antiguos privilegios de esta iglesia,
tal asunto ocasionó numerosas resistencias y respuestas por parte de otras sedes peninsulares que veían amenazada o disminuida su propia autonomía. El párrafo
inicial del Chronicon Compostellanum debe
colocarse entre ellas. Pues si los derechos de la primacía se asentaban en el lugar que Toledo había ocupado bajo el poder de los godos, el Chronicon responde a este argumento
aclarando que los godos terminaron con Rodrigo
y que por lo tanto no tendría
demasiado sentido invocar ahora aquel pasado.
Cataluña
2
Me referiré brevemente por fin, para cerrar este recorrido por las listas regias, al destino que conocieron las listas visigodas en el ámbito catalán y brevemente también
a la circulación allí de listas regias
francas. Ha sido ampliamente comentada por los historiadores la temprana continuación de una lista regia visigoda, incluyendo los nombres de Achila y Ardo, que debió ejecutarse en la zona noreste de la Península, poco después
de que el dominio musulmán
en ella se hiciera efectivo,
en el año 720, ya que ofrece la duración
del gobierno de ambos. Esa es la continuación que se ha conservado en los mss. G y P. Sin embargo,
este último manuscrito, procedente de Gerona,
contiene al final de la lista dos anotaciones particulares: una por la que establece el cómputo de los reyes visigodos, indicando implícitamente
que esa realeza ya se ha extinguido
(«et fuerunt reges Gotorum qui regnaverunt XL»), y otra que se refiere a un ataque musulmán
sobre Gerona en el año 827, recogida
sin duda al hilo del suceso: «Era DCCCLXVI
sic uenit Marohane
ad Ierunda VI idus Hoctubres anno XIIIIº imperante Ludovvico»[7]. El final de los reyes godos ha dado paso aquí al imperio de los carolingios, que rige ahora
el tiempo de la historia
en estos territorios. De hecho, aunque ha pasado generalmente inadvertido, pese a que lo indicara Zeumer en su descripción del códice, la lista regia
visigoda del ms. G (también de procedencia catalana)
se continúa con una lista regia franca que llega hasta la época de Felipe
Augusto. Una continuación análoga, aunque ejecutada independientemente, pues son distintas las listas regias visigodas que contienen, se conserva en el ms. escurialense (E), también de procedencia catalana, al que me he referido con anterioridad. En él, tras recoger el reinado de Rodrigo y
mencionar la entrada de los musulmanes en Hispania, se incluye una nota analística sobre la conquista de Barcelona por Ludovico en el año 801, que da paso ya a una lista regia franca. Así pues, la yuxtaposición de ambas listas,
propia de cada uno de estos dos códices,
que son además de época distinta
(comienzos del siglo
XI para E, finales
del XII o comienzos del XIII en el caso de G), no puede desvincularse de su presencia
en sendos códices
de la Lex, cuyos modelos transmitían ya la lista regia visigoda. En cualquier caso, el resultado parece responder a una concepción histórica común en la zona pirenaica, aunque el hecho de que este formato no haya tenido una circulación más amplia quizá indique o se relacione
con una creciente pérdida de importancia del pasado visigodo
en tal dominio.
Dos parecen haber sido los modelos fundamentales de listas regias
francas que se difundieron en los condados
catalanes y en el sur de Francia:
una lista que comienza con Pipino, y cuyo ejemplar
más antiguo es el conservado en el códice de Roda, y otra que como en el ms. E se abre con la noticia
de la toma de Barcelona y cuyo primer
rey es consecuentemente Carlomagno, considerándolo ya emperador, puesto que esa conquista es posterior a su
coronación. La primera parece corresponder a la recensión más antigua, y es también de la que poseemos
una documentación más temprana. En cuanto a la segunda
recensión, como ha señalado Anscari M. Mundó, el propio
ms. E ofrecería el arquetipo, ya que es el ejemplar más antiguo conocido
de la misma, por lo que deben atribuirse a esa copia sus singularidades, en particular la inclusión de la nota inicial sobre la conquista
de Barcelona en 801. Con ella, esta recensión dota a tal evento de un significado histórico decisivo, con el que se señalaría la transferencia del poder, más o menos efectivo,
en este dominio. Por otro lado, si esta recensión se creó con el ms. E, copiado en 1012, no deja de ser interesante el que su autor rescate
la toma de Barcelona por los carolingios, pero no diga nada del saqueo de la ciudad por parte de Almanzor en 985, que tendría
una gran relevancia en algunas series analísticas del noreste peninsular. Como sea, los derivados más antiguos de esta recensión (uno de ellos
procedente de Carcasona) han desligado ya ambas listas.
Entre los testimonios posteriores en el ámbito catalán hay variedad
también en cuanto a su conclusión, dependiendo de la época en que fueran escritos.
Más allá de sus variantes,
sin embargo, todas las listas dejan
un espacio de 7 años sin rey, que corresponden al gobierno de Rodolfo, que no fue reconocido en Cataluña, y presentan otra serie de características comunes
inventariadas ya por Miquel Coll i Alentorn. Su relativa abundancia (se conocen unas 26) obedece
a razones fundamentalmente instrumentales, debidas a la práctica vigente en la Marca Hispánica
de datar los documentos de acuerdo con el año del reinado
de los reyes francos. Y es de notar que varias de las listas conocidas concluyen dando breve razón del concilio
de Tarragona de 1180, donde se acordó el abandono de este sistema
cronológico, en un apunte que tiene
posiblemente también un cierto valor simbólico. Aun así, estas listas siguieron circulando todavía después
de esa fecha, y una de sus recensiones
(que termina con el concilio de Tarragona) se integró en la tradición
de los anales
barceloneses, de la que trataré más adelante.
3. Anales
Los anales consisten
en breves notas históricas consignadas por años, y se fundamentan en una estructura sencilla que toma como principio básico la cronología. Aunque la consignación de ciertos
hechos de acuerdo
con el momento en que se produjeron corresponde a una forma historiográfica casi universal, la resolución de la misma en la Edad Media tiene características
netamente distintivas, que permiten situar sus orígenes en un determinado contexto. En efecto, los anales, que se convierten en la forma prototípica de la historiografía medieval entre los siglos VIII y XII, ofrecen
una solución de continuidad frente a las versiones y realizaciones anteriores de este género,
lo que ha planteado el problema
de su nacimiento. Lo más característico de los anales medievales es el uso de una cronología cristiana y la atención preferente que presentan por el pasado más reciente. Se trata de textos de una
extensión muy diversa, y también de diversa resolución, casi tan variados
como el amplio número
de piezas conservadas. Tradicionalmente, se ha considerado que los anales surgieron a partir
de las tablas pascuales, a partir de la ocurrencia de algún monje de anotar un hecho histórico
junto a las fechas
consignadas en tales tablas. Como es sabido,
las tablas pascuales
eran un instrumento típico
de los monasterios en la Edad Media,
donde se ofrecía un listado
de años con las fechas de la pascua para cada uno de ellos. Muchas de estas
tablas contienen anotaciones en los márgenes
donde se liga a algunos de estos años hechos
que tuvieron lugar entonces, lo que ha sugerido que tal fuera la matriz del género analístico medieval. Sin embargo,
las tablas anotadas
más antiguas son posteriores a los primeros
anales, y en realidad el género analístico parece haber surgido dentro del propio discurso historiográfico, como una derivación de las crónicas universales del tipo de las de Eusebio-Jerónimo o Isidoro,
centrando el interés
ahora en el pasado más reciente
y de acuerdo con un nuevo sistema
cronológico, el del annus Domini.
En la Península Ibérica (con excepción
de buena parte de los textos catalanes), los anales se sirven de un sistema de datación ligeramente distinto, que se conoce
como era hispana,
y que da comienzo
38 años antes del nacimiento de Cristo.
Igualmente, sólo en el caso de algunos testimonios catalanes se documenta la tipología
de los anales pascuales, lo que apunta también a que este uso no está en el origen del género, aunque en alguna
ocasión haya podido
dar lugar a algún texto concreto.
Al margen de esta tipología, pueden distinguirse otras tres modalidades: anales menores,
anales mayores y anales
independientes. Los
primeros son los más
abundantes y son también probablemente los más antiguos. La forma de la anotación
de los hechos es breve, muy similar
a la de las entradas
de las crónicas
universales mencionadas. Presentan por lo general saltos temporales y no hay una relación causal entre los hechos, que pueden ser también muy diversos.
Los anales mayores se cultivaron en el dominio carolingio, y son un desarrollo y un perfeccionamiento de los anteriores, ya que se presenta aquí una sucesión
coherente de noticias,
sin saltos temporales, y con una amplia narración de los acontecimientos. Por último, los anales independientes son brevísimos conjuntos de noticias
analísticas, que incluyen sólo tres o cuatro efemérides. Los textos analísticos rara vez se presentan aislados, mientras que lo más común es que se organicen por tradiciones, que se corresponden en nuestro
caso en buena medida
con centros monásticos que tuvieron
un importante papel dentro
de diversos ámbitos
políticos.
En las páginas que siguen, me centro especialmente en el establecimiento de las relaciones de los diversos
ejemplares dentro de cada tradición, señalando, cuando los hay, los contactos
entre ellas. En este sentido,
puede decirse que no es posible utilizar o interpretar los textos históricos de tradición
compleja sin haberlos sometido previamente a una investigación textual, pues tal investigación permite discernir con mayores
garantías la procedencia de sus
contenidos y su propio proceso
de formación. Esta conclusión es válida para la tradición
analística, y quizá también
para otras tradiciones constituidas a través de la reutilización y refundición de modelos previos. Dicho análisis textual, por un lado, ha de ser solidario de la crítica
documental a la hora de emplear estos textos para interpretar o reconstruir los hechos históricos recogidos en ellos. Por otro, caracterizar la relación
entre los textos tiene que ver también con el intento de mostrar
su forma de composición y su identidad, que posibilita su lectura,
al permitir aislar más precisamente sus rasgos propios.
Muestra que rara vez los anales se crearon por mera acumulación de noticias,
y que en muchas ocasiones responden a un diseño y a un contexto
concretos, ambos imprescindibles para comprender estos textos. Finalmente, el establecimiento de los modelos
de los que parten posibilita la descripción de la evolución del género y de su propia constitución.
A lo largo del siglo IX se documentan algunas indicaciones y algunos
indicios sobre los primeros
pasos de este género en la Península
Ibérica. Así, el códice
rotense transmite dos efemérides acerca de
la llegada de los normandos
a las costas occidentales, en los años 844 y 858, que debieron de escribirse en fechas próximas a los sucesos y que pueden incluirse
dentro de la tipología de los anales independientes, aunque obviamente no se trata todavía de una adscripción genérica claramente delimitada o establecida. Por otra parte, la nota que presenta la lista regia de Alfonso
II ofrece un cierto parecido
con los anales, con unas breves indicaciones
de ese tipo. Por
último, parece que en época de Alfonso III, aunque en un centro alejado de su corte, en Lorvão, se comenzó
un texto de estructura analística, del que parten más adelante los Annales
Laurbanenses, de comienzos del siglo XII, sobre los que volveré adelante.
En otros casos, podría plantearse incluso que
los comienzos de los anales en la Península Ibérica parecen sugerir una cierta conexión también entre el surgimiento de este género y la tradición de las listas regias. Así, la recensión
ervigiana de la lista regia visigoda
ofrece ya indicaciones sobre el alzamiento o la muerte de los reyes, y la continuación de este texto conservada en el manuscrito soriense, de época de Vitiza,
que fue conocida en Oviedo, continúa
esa línea. Sea como fuere, pese a estos ejemplos, no se desarrolló en el reino astur-leonés una tradición analística propia, como sí sucedió
poco después en Castilla,
cuyos textos se muestran
por lo demás independientes de los intentos
mencionados[8].
Por lo demás, el primer texto analístico del que tenemos noticia no se produjo
en la España cristiana, sino en la Córdoba
del siglo IX, probablemente en el contexto del movimiento de los mártires
cordobeses. Se trata de un extraño
y olvidado texto,
que Flórez publicó
con el título de «Cronicón de las eras de los mártires», y que puede denominarse Annales
martyrum. Es un texto propiamente
religioso, en el que se consignan las pasiones de los mártires
primitivos, y que se cierra con la muerte de san Martín de Tours y una nota sobre la asolación de las iglesias en la época de Diocleciano y Maximiano. El texto se relaciona
con los calendarios y martirologios, aunque es el único que se presenta
con la forma de unos anales.
Tiene interés desde el punto de vista cultural, ya que podría aportar datos sobre los referentes y las devociones martiriales en Córdoba,
y también por su temprana
fecha, pero además es notable
por el vario influjo que ejerció dentro de las diversas series analísticas peninsulares
(en los anales castellanos, catalanes y portugueses). Estos anales conocieron dos recensiones: una primitiva, publicada por Flórez, y una posterior, en la que se añadió la noticia sobre la muerte
de Santiago y una nota sobre san Jerónimo, y se eliminó
el último suceso consignado en la versión primitiva. Esta segunda recensión, que es la que conocieron el resto de anales, se ha conservado en el códice de Roda.
Se trata de un texto que merece sin duda un análisis
más detenido, aunque su mayor interés no es estrictamente historiográfico.
Castilla
Como he adelantado, y dejando
a un lado los anales
de los mártires y las anotaciones históricas de época de Alfonso
III conservadas en los Annales Laurbanenses, la primera tradición
analística peninsular corresponde a la de los anales castellanos. Esta tradición está representada por dos vertientes, una más antigua, cuyo origen puede situarse en el monasterio de Cardeña, y otra más reciente, que se desarrolla a lo largo del siglo XII en Toledo, y que se concreta en dos textos
del siglo XIII. La primera
es la que tiene mayor
difusión, dando lugar a textos compuestos no sólo en Cardeña, sino también en León, en el monasterio de Oña o en Nájera, como veremos. Está integrada por cinco textos: los Anales castellanos primeros (o Chronicon S. Isidori Legionensis), los Anales castellanos segundos
(o Annales Complutenses), los Annales Burgenses (o Chronicon Burgense), los Annales Compostellani y los Anales de Cardeña (o Cronicón
de Cardeña). Esta diversidad de títulos tiene que ver con el hecho de que los textos
no ofrecen ninguno, de modo que las denominaciones surgieron en un principio a partir del lugar donde se habían conservado. Mantengo
los títulos que les
han dado sus últimos editores, con dos únicas salvedades: a los
Anales
castellanos primeros los
llamaré Annales Legionenses, y me referiré
a los Anales castellanos segundos
simplemente como Annales Castellani. Por un lado, como trataré de mostrar, la forma última y
definitoria de los primeros
se produjo en realidad
en León, y tiene un carácter eminentemente leonés, y por otro, para dar un título latino a un texto en esta lengua acepto la reciente propuesta
de José Carlos Martín (que ha ofrecido
una magnífica edición de los dos primeros textos)
para los segundos, eliminando sólo la especificación de recentiores, innecesaria tras el cambio de título de los primeros.
Por último, los Annales Burgenses y los Annales Compostellani se basan en un texto anterior, que puede reconstruirse a través de ellos, y al que me referiré con el nombre de Annales Naierenses (también conocido como Efemérides riojanas).
Aunque tanto Francisco Berganza como Henrique Flórez ofrecieron ediciones de casi todos los textos analísticos, el primero,
y se diría que el único, en considerarlos en conjunto y en plantear los vínculos entre ellos fue Manuel Gómez-Moreno, quien propuso
una serie de dependencias directas: los Annales Castellani serían un desarrollo de los Annales Legionenses (tesis de la que derivan los títulos que
propuso para ambos),
y los Anales de Cardeña
de los Annales
Compostellani. Por otro lado, distinguió dos grandes grupos, el primero
de los cuales, el más antiguo,
sería de inspiración palatina, y el segundo de carácter
monástico. Aunque estas perspectivas siguen conservando buena parte de su valor, un examen más detenido
de los textos permite precisarlas
y en algún punto obliga a revisarlas. En este sentido, cabe adelantar aquí dos de
las conclusiones de tal examen: en primer lugar, que todos los textos analísticos
remiten a un tronco común (es decir, no parece haber dos grandes ramas, sino evolución y usos diversos,
que coinciden en general con los señalados
por Gómez-Moreno: palatinos y monásticos, si bien a veces no puede efectuarse una separación tajante); y en segundo lugar, que los textos no se encuentran comúnmente emparentados entre sí de forma directa, sino que lo hacen a través de una serie de arquetipos analísticos, que la comparación entre todos ellos permite
aislar y caracterizar. Además de que posibilitan apreciar más ajustadamente el valor histórico
de cada noticia, al acercarnos a su origen y a su fecha, estas precisiones tienen interés también a la hora de explorar la composición de los anales,
ya que tampoco parecen
ser una mera acumulación de noticias, sino que presentan
por lo general, aunque sea de forma sutil,
un cierto diseño historiográfico.
Vale la pena ofrecer
aquí el stemma de la tradición analística castellana
(la fecha que indico junto
a los diversos arquetipos y
textos corresponde a la de la última noticia consignada en ellos):
Los anales castellanos más antiguos, que no
se han conservado directamente, pero cuyo texto puede deducirse
de la comparación entre los Annales Legionenses y los Castellani, consta de ocho noticias, que se abren con la predicación de Mahoma y se cierran
con la población de diversas
villas por los condes castellanos en 912. Se trata
de un texto extraordinariamente audaz,
que se aparta por completo
de la historiografía de Alfonso
III (pese a que su autor tuvo noticia de ella), y que plantea un comienzo
inédito para un relato
histórico. No sólo no tienen
importancia aquí los reyes visigodos, sino que apenas en la noticia
de la población de León aparece un rey astur-leonés. El interés
del autor se centra
en Castilla, para lo que inventa una narrativa histórica nueva. Trata, así, de construir
un pequeño núcleo que permitiera fijar la memoria
ligada a este dominio,
cuya estructura queda determinada por la relación con el poder musulmán. Teniendo en cuenta que su última noticia
corresponde al año 912, parece
seguro que debió escribirse en torno a esa fecha,
lo que apunta a un fortalecimiento de la identidad de Castilla
en el marco de la conflictiva sucesión de Alfonso III, que condujo a la división de sus dominios
entre sus hijos. Por otro lado, debió de componerse en un monasterio castellano con contactos con los centros
culturales asturianos o leoneses,
de donde procederían los textos historiográficos que utiliza.
La fecha temprana
de estos primeros
anales (que denomino
en el stemma Arquetipo
I) y el hecho de que en Cardeña se amplíe esta tradición más adelante sugieren que su origen puede situarse en este monasterio. En ese marco, resulta
significativa la ausencia
en el texto de referencias a Cardeña (o en general de corte monástico), lo que significa que servía a intereses
de tipo político
y que pretendía ser
una
representación del dominio
castellano, no del propio monasterio. Así pues, el primer
texto analístico castellano tiene una dimensión eminentemente política, destinada a dotar a Castilla de una identidad historiográfica.
Este breve núcleo fue usado poco después
en la corte leonesa,
donde se refundió
y amplió con algunas otras noticias de carácter claramente
leonés y que culminan con una extensa
nota sobre la batalla
de Simancas (939), con la victoria de los cristianos capitaneados por Ramiro II, que constituye el verdadero detonante de este texto.
A estos anales,
conocidos desde Gómez-Moreno como Anales castellanos primeros, me referiré con el nombre de Annales Legionenses, ya que sin duda fueron compuestos en León, de donde procede además el testimonio que los conserva.
Su autor se esforzó
por recuperar algunas noticias relativas
a los reyes astur-leoneses, y así incorporó menciones a Alfonso II y Alfonso III, que tomó de la tradición de las listas regias ya estudiada anteriormente (y cuyo entronque con ellas propongo
en el stemma de las mismas).
Justamente incluyó a estos dos reyes
porque es de los únicos de los que tal pieza ofrecía el año de su elevación
al trono, lo que posibilitaba transformar esos datos en efemérides analísticas. Por lo demás,
el autor se refiere a Ramiro
II como «rex noster», algo que delata nuevamente el carácter
leonés del texto, que se habría compuesto
bajo este rey. Pero resulta
notable, sin duda, que, en León, en este momento,
se haya preferido
partir de un breve texto historiográfico castellano, en lugar de retomar nuevamente el ciclo de las crónicas
asturianas que se habían
desarrollado en el siglo anterior. Es una decisión
que resulta desde luego significativa, y que
parece apuntar al deseo
de Ramiro
II de adoptar un interés prioritario por los hechos contemporáneos, con lo cual venía también
a resaltar el valor legitimador de la lucha contra los musulmanes por encima del recurso al pasado histórico
(y en un intento quizás por alejarse de los proyectos
historiográficos de Alfonso
IV, hacia 928, mencionados más arriba). Tal vez se corresponda también con el hecho de que Ramiro II fuera apoyado en su llegada
al poder justamente por un individuo
como Fernán González, conde Castilla, y podría interpretarse por último como un distanciamiento de León respecto
de Oviedo. En este sentido, la victoria
de Simancas se sitúa en el texto en la perspectiva de los avances cristianos que recogían los primeros anales, en cuyo contexto
se presenta como una culminación por la que el rey de León se erige como defensor de los territorios cristianos. Es destacable además que en el texto no puede apreciarse ninguna hostilidad frente a Castilla,
y que se presentan unas relaciones armónicas entre Ramiro II y Fernán González,
juntos en la batalla de Simancas
y en la repoblación de Sepúlveda. Lo que indica que el texto se escribió
en el contexto de unas buenas relaciones entre ellos, que sólo quedarían dañadas en el año 944
con la prisión de Fernán
González por parte del rey leonés,
por lo que el texto sería en efecto anterior a esa fecha.
Los Annales Legionenses sólo
tuvieron difusión en León, siendo utilizados más adelante por Sampiro,
pero sus añadidos
no se reflejan en la propia tradición castellana, en la que, por ejemplo,
en lugar de la extensa nota sobre la batalla de Simancas nos encontramos con una brevísima entrada sobre el mismo hecho en la que ni siquiera queda claro que se trate de una victoria
de los cristianos. En cambio, el primitivo
núcleo analístico, el Arquetipo I, fue siendo adicionado en Cardeña con algunas nuevas entradas, aunque no se sacó una recensión del mismo hasta la segunda mitad del siglo XI, en el marco del nuevo impulso
que, para Cardeña,
y en general para Castilla, hubo de significar la llegada de su primer
rey, Sancho II
(1065-1072). De esta recensión, no conservada directamente y a la que en el stemma asigno el nombre de Arquetipo II, parten los varios textos analísticos posteriores. El primero
de ellos, el de los Annales
Castellani, fue compuesto
probablemente en el monasterio de San Salvador de Oña, y es el resultado de combinar
el arquetipo cardeñense con unos anales propios
del monasterio de Oña, centrados en la figura del conde Sancho García (995-1017), su fundador, y redactados en su época. Esos anales
propios de Oña ofrecen una narrativa por la cual justifican la rebelión
de Sancho frente
a su padre,
Garci Fernández, con una estructura y un contenido que legitiman su llegada
al poder. Por su
parte, la última noticia de los Annales Castellani, correspondiente al año 1110, sugiere que esta pieza se compiló en el contexto
de las disputas que azotaron
a la corte de la reina Urraca en esos años, como soporte del partido
castellano, agrupado en principio
en torno a la figura del conde Gómez González
(con cuya muerte en 1110, en la batalla de Candespina, se cierra
justamente el texto).
Estos anales quedaron
incorporados a una miscelánea historiográfica cuyo origen cabe relacionar con la figura de Pelayo de Oviedo, y a partir de esa agrupación conocieron una influencia decisiva en la historiografía castellana y leonesa posterior, aunque no fueron ya objeto de nuevas versiones. Asimismo, su texto fue traducido en los Anales toledanos I.
El arquetipo
cardeñense de 1072 pasó también a Nájera a fines del siglo XI, donde daría lugar a unos anales a los que me referiré
como Annales Naierenses. Estos anales fueron objeto de varias reutilizaciones allí a lo largo del siglo XII, aunque el testimonio que puede reconstruirse (sobre la base de los Annales Burgenses, los Annales Compostellani, y en menor medida los Anales
navarros) corresponde a finales
de esa centuria.
Pueden distinguirse así tres intervenciones
en estos anales de
Nájera: una inicial,
de época de Alfonso
VI, en la que se crearía
el diseño actual del texto;
una posterior, de inclinación aragonesa; y finalmente una actualización de los anales
con algunas noticias
hasta fines del siglo XII. La primera
intervención conllevó la supresión
de ciertas noticias del arquetipo
cardeñense de 1072 (en general
relacionadas con victorias musulmanas) y la incorporación de nuevas
informaciones, las más de ellas de ámbito riojano. El autor se valió también de los Annales martyrum del
códice rotense
(códice que aún se encontraba en Nájera en este momento), algunas de cuyas entradas colocó
al comienzo del texto, incluyendo como una suerte de introducción una nota sobre la era hispana que remonta
a san Isidoro. Algunas de las nuevas entradas, como la relativa
a la muerte de la condesa
Teresa, que había cedido a Cluny el monasterio de San Zoilo de Carrión,
permiten aventurar que su autor hubiera
sido un cluniacense, pues esta orden regentaba
además el monasterio de Nájera. La segunda
intervención es mucho más nítida, y consiste en la incorporación de noticias
de inclinación aragonesa
que van desde Sancho Ramírez hasta las conquistas de Alfonso I entre 1120 y 1123. Puede fecharse con seguridad, así, hacia este último año, poco antes de que Alfonso
I emprendiera su expedición a Al- Andalus, con cuyo proyecto
terminan las noticias
relacionadas con este rey y con el reino de Aragón. Por último, la continuación del texto hasta fines del siglo XII es ya más dispersa, y no permite
pensar que haya habido
nuevamente un verdadero interés por el texto. Con todo, su influjo posterior
es también notable:
ha dado lugar a dos textos analísticos castellanos conservados, los Annales
Burgueses (que se cierran
en 1212) y los Annales Compostellani (en
realidad de Santo Domingo
de la Calzada, que lo hacen en 1248; de este texto procede a su vez el llamado por Flórez «Cronicón ambrosiano», también con gran probabilidad de Santo Domingo
de la Calzada), fue usado
en la Chronica Naierensis (c.
1190), conocido en San Millán, y es una de las fuentes
también de los Anales navarros, cuya última noticia corresponde a 1196.
Al margen de esta tradición analística castellana, cuyo origen se localiza en Cardeña (aunque diera lugar a textos producidos
en otros centros), se desarrolló a lo largo del siglo XII una distinta
en Toledo, que se concretó en dos textos
de la centuria siguiente, y una de cuyas novedades
frente a la tradición
castellana anterior reside en estar redactados en romance.
El primero, los Anales toledanos
I, mezcla la tradición
analística propia con la adaptación de dos textos anteriores, los Annales
Castellani y los Anales navarros, este último escrito
también ya en romance,
lo que da lugar
a una serie de duplicaciones, ya que ambos presentan a veces las mismas noticias
(en algunos casos por remontar independientemente a lo que denomino
en el stemma Arquetipo II). Este texto se cierra hacia 1219-1221, y se caracteriza en las últimas
efemérides por ofrecer un contenido
narrativo mucho más amplio de lo que es más común en este tipo de textos. Los segundos anales, los Anales toledanos
II, se redactaron entre 1244 y 1250, y recogen fundamentalmente noticias
de la tradición toledana (diversas
y más completas de las contenidas en los anteriores), aunque hacen uso también de algunos textos históricos, de tradición
mozárabe. Generalmente, se ha ligado la composición de ambos conjuntos
analísticos a la inspiración de Rodrigo
Jiménez de Rada, aunque
es una opinión
que debe contrastarse.
León
Como he adelantado, ni en Oviedo ni en León se desarrolló una tradición analística propia, ya que allí perduraron y triunfaron otras opciones historiográficas, más aptas
o más eficaces para la representación y la comunicación del poder regio. Con todo, existieron varios proyectos dispersos en este sentido, además de la composición de los Annales Legionenses, que partían según hemos visto de la tradición castellana y que no tuvieron
continuaciones. Así, bajo Alfonso III se desarrolló en Lorvão una incipiente escritura analística, que quedó abortada poco después, pero que andando
el tiempo daría lugar a los breves
Annales Laurbanenses, que comento
dentro de la tradición
portuguesa. Por otro lado, de la época de Fernando
I procede una breve serie de seis efemérides analísticas, copiadas en el Libro de horas del rey, que van de la muerte de Vermudo II a la ordinatio de
Fernando I, y que ofrecen una imagen de la sucesión en el poder leonés que viene a legitimar
la emergencia del nuevo rey, ocultando los conflictos y las rupturas dinásticas. Finalmente, Pelayo de Oviedo colocó después de los Annales
Castellani, en la miscelánea en la que estos se conservan, dos piezas analísticas de orientación leonesa, en especial
la primera. Ésta consiste
en un obituario
de los reyes leoneses desde Vermudo II hasta Urraca, y la segunda ofrece una breve enumeración de batallas.
Es posible que ambos anales sean una creación
del propio Pelayo o de su entorno,
sobre el modelo de los anales castellanos, por lo que no parecen derivar tampoco de una tradición
analística propia. A estas dos piezas sumadas a los Annales Castellani se agregó
después, en el monasterio de
Corias, también en Asturias,
un texto analístico sobre el propio monasterio, cuyo contenido
no es ya político. Cabe la posibilidad de que hayan existido piezas similares en otros monasterios (un
conjunto de este tipo se encuentra
también dentro de los Annales Laurbanenses), aunque muy pocos parecen haberse conservado. En todos los casos, estos textos astur-leoneses tienen
un contexto muy específico, que explica
su emergencia, lo que se relaciona también con el hecho de que no hayan tenido continuaciones ni dieran
lugar a una tradición.
Navarra
Al igual que en el reino astur-leonés, los anales tampoco tuvieron un desarrollo importante en Navarra.
Sólo conocemos dos textos de este tipo, muy alejados entre sí, y puede decirse que presentan
una relevancia secundaria frente a otras formas historiográficas, en concreto
las genealogías. El hecho de que no haya un lazo directo entre los textos tiene que ver con la distancia cronológica entre ellos
(unos de la segunda mitad del siglo X, los otros de fines del XII) y con las rupturas
políticas ocurridas en Navarra
en ese tiempo,
aunque sugiere también que no llegó a generarse
tampoco una tradición propia en este sentido.
El primero de los anales se conserva en el códice de Roda, entre los diversos textos de asunto navarro;
pueden llamarse Annales Pampilonenses. Es un grupo de 8 efemérides, que comienza
con la alianza entre Asturias
y Pamplona, fechada en el
900, y termina con la muerte de García Sánchez
(970); una mano posterior consignó las muertes
de doña Toda y Ramiro, rey de Viguera,
sin indicar datos cronológicos. Se trata de un texto que va señalando conquistas de los reyes pamploneses, todas en enfrentamientos contra los Banu Qasi, con los óbitos
de aquellos, bastante
precisos. La colocación en primer lugar de la efeméride
sobre la alianza
entre Asturias y Pamplona,
que parece relacionada con el matrimonio entre Alfonso
III y Jimena, perteneciente al linaje regio navarro, rompe
la secuencia cronológica, con lo que
parece querer dar un sentido
al conjunto, colocando
a estos dos reinos
en una posición
próxima, como lo hacen también
otros textos del códice de Roda. Como sea, frente
a esos mismos
textos, estos
anales no parecen
ofrecer el proyecto más representativo.
El siguiente
texto, que llamaré
Anales navarros, está íntimamente ligado a los trabajos historiográficos que dieron lugar al Liber regum en Navarra
a fines del siglo
XII, entre 1194 y 1196.
Se trata de un texto algo más extenso
que el anterior, terminando con la muerte de Alfonso
II (1196), y se ha conservado al final del Fuero general de Navarra (1230), como continuación de la sección
final del Liber regum. En su mayor parte se basa en textos
analísticos producidos fuera de Navarra:
se sirve, por un lado, de los Annales
Naierenses, y por otro de una serie analística aragonesa (que también se aprovechó en el Liber regum), asunto sobre el que volveré al tratar
de esta tradición. En cambio,
no hay noticias que remonten a los primitivos anales pamplonenses, que el autor de estos sin duda desconocía. Los Anales navarros, como hizo su editor,
Antonio Ubieto Arteta,
pueden dividirse en varias secciones, aunque el texto manuscrito no presenta divisiones: una inicial, ligada
a la historia antigua (predicación de Mahoma, historia de los godos),
otra centrada en los viejos
reinos de Pamplona
y León, y finalmente una sección
algo más extensa,
que se abre sorprendentemente con la batalla de Camlan,
fechada en el año 542 (noticia
que procede de la Historia
regum Britanniae, de Geoffrey de Monmouth), y a continuación con la muerte de Carlomagno, y que ofrece luego efemérides sobre los diversos reinos peninsulares[9]. Los anales están en completa sintonía con el diseño histórico del Liber regum, que presenta una serie de rupturas históricas que justifican o explican la aparición
de los diversos
reinos hispánicos. Es, en fin, un texto de nueva creación, y aparte de su importancia para conocer las estrategias historiográficas mediante las que en Navarra
se construyó un proyecto
legitimador tras su restauración en 1134, tiene como el propio Liber regum también el interés de ser el primer texto analístico en romance.
Estos anales se continúan
en el Fuero general con una breve serie de 13 efemérides
en latín, sin duda posterior, que comienza
con la muerte de García III en Atapuerca
(1054) y termina
con la de Enrique de Champaña
en 1274. Para las noticias
más lejanas se basa fundamentalmente en el texto romance, es decir, en los Anales navarros (excepto para la muerte de Pedro I, que procede seguramente de los mismos anales aragoneses usados en éstos).
La utilidad y el significado de esta última serie parecen
ligados a su colocación junto al propio
Fuero general.
Aragón
La tradición analística aragonesa se conoce casi exclusivamente de forma indirecta, por lo que su reconstrucción presenta dificultades insalvables. Como he señalado,
unos anales aragoneses fueron usados en Navarra a fines del siglo XII, y antes se habían incluido
efemérides ligadas a Aragón en los Annales Naierenses, en época
de Alfonso I. Luego,
también a fines del siglo XII, otra serie analística de origen
aragonés fue conocida en Tortosa, como veremos, y unos anales de San Juan de la Peña se usaron al componer
en este monasterio la Crónica de los estados
peninsulares o Crónica de 1305, y nuevamente al redactar la Crónica de San Juan de la Peña,
a mediados del siglo XIV. Aunque hubo de existir, entonces, una producción analística de cierta importancia, las características de su conservación nos privan de datos esenciales, al haber desaparecido el diseño original
de los textos
(con qué noticias
comenzaban, por ejemplo), y tampoco
hay modo de saber en qué medida
se resumieron o extractaron los diversos
modelos. El único texto analístico conservado es el fragmento publicado por Antonio C. Floriano,
que presenta también peculiaridades notables. Se trata de un texto romance,
copiado a comienzos
del siglo XV, que arranca con la toma de Monzón
(1089) y termina
en medio de Las Navas de Tolosa (1212).
Puesto que se trata del único texto directo,
y puesto que no hay pistas definitivas sobre su origen, puede llamársele Anales aragoneses. Ha de ser una versión romance de un texto comenzado
en la primera
mitad del siglo XII, ya que ofrece varias
noticias puntuales de esta época, aunque no es seguro que comenzase donde lo hace el testimonio
conservado, es decir, con la toma de Monzón,
ni se sabe cuál fuera su continuación, puesto que su abrupto
cierre, que deja sin terminar
la efeméride sobre Las Navas de Tolosa, indica evidentemente que se ha perdido el final del texto. Presenta numerosos errores y mezcla a veces ciertas noticias, lo que se explica seguramente por la fecha tardía
del testimonio en que se conservan. Pero ofrece también un rasgo notable
frente al resto de la tradición
analística hispánica más antigua (siglos X y XI), y que parece propio también de otros anales
aragoneses, por el cual las noticias
presentan un contenido
narrativo bastante amplio, que detalla
las circunstancias de algunos
eventos.
Es posible aventurar
que, directa o indirectamente, todos los textos (el conservado, los que influyeron en otros anales y algunas
de las noticias
recogidas en los Annales Naierenses) remontan
a una serie forjada en San Juan de la Peña. Buena parte de su contenido
se puede reconstruir en cierta medida
porque ha quedado incorporada en la Crónica
de 1305 y sobre todo, sin demasiadas modificaciones aparentemente, en la Crónica
de San Juan de la Peña. Debe
tenerse en cuenta, con todo,
que se han producido algunos
errores en las fechas,
al haberlas pasado de la era hispánica, en que sin duda estaban datados los sucesos en los anales,
al año de la Encarnación en las crónicas.
Sea como sea, afloran
en ambos textos,
de forma más o menos intermitente, abundantes noticias de tipo analístico desde la fecha de la muerte de Ramiro I (1063) hasta la expedición de Alfonso I a Valencia
y Granada en 1125. Si nos fijamos en el relato de la conquista de Huesca (1094- 1096), y aun teniendo en cuenta que tanto la Crónica
de 1305 como la de San Juan de la Peña se valen de fuentes
tardías, se observa una evidente sintonía entre lo que allí encontramos y lo que se recoge en los Anales aragoneses (y en el Liber regum). Por otro lado, todas las noticias entre la toma de Monzón y la batalla de Cutanda
(1120) en estos anales se encuentran, en redacción muy parecida, en las crónicas pinatenses. Igualmente, la selección de datos que recogen los Annales
Naierenses a propósito
de Sancho Ramírez
y Pedro I parece
reflejar el conocimiento de esos mismos anales. Se diría, entonces, que existe un núcleo original, común a todos los textos,
que alcanza desde la muerte de Ramiro I hasta la batalla de Cutanda,
al que remontarían todos los testimonios
directos e indirectos de estos anales. No parece
sorprendente que ese núcleo se creara en San Juan de la Peña, donde fue usado al redactar
dos crónicas generales
en el siglo XIV. Pues es bien sabido
que San Juan de la Peña funcionó como depósito de la memoria regia, en cuyo contexto
estos anales vendrían
a constituir el soporte de su representación historiográfica.
Resulta llamativo, en cualquier caso, que la mayor concentración de noticias
analísticas en la Crónica de San Juan de la Peña se produzca
en los reinados de Sancho Ramírez y de Pedro I, y también en los primeros
años de Alfonso I, como si después (sobre todo después de 1125) se hubiera producido una cierta disminución de esta práctica
en el monasterio. A partir
de entonces es difícil encontrar
noticias de corte analístico en las crónicas
del monasterio a las que pueda
suponerse un origen
pinatense. ¿Se abandonó
definitivamente esta práctica
con la unión entre Aragón
y el condado de Barcelona? Por otro lado, los Anales aragoneses
se apartan del arquetipo pinatense con la noticia
de la entrada de Alfonso
I en tierra de Málaga, en 1126. No parece que la ausencia
de esta efeméride en la Crónica de San Juan de la Peña se deba a un resumen de este texto, ya que ofrece una amplia noticia
sobre la expedición a Al-Andalus en 1125, de modo que puede decirse que a partir
de ese punto los Anales aragoneses se hacen independientes, habiéndose redactado entonces
en otro lugar. Tal independencia parece confirmarse con alguna otra noticia, como la de la muerte de Esteban, obispo de Huesca,
y de Gastón de Bearn en 1130, que no figura tampoco en el texto cronístico. Así pues, poco antes de 1126, un modelo analístico procedente de San Juan de la Peña se trasladó
a otro lugar, donde sería continuado en lo que constituye los Anales aragoneses. Y puede situarse
por entonces, posiblemente en Montearagón, la creación de otra serie analística, que constituye en buena medida la base de unos anales redactados en Tortosa en la segunda
mitad del siglo XII, como veremos. La singularidad de la noticia que estos últimos anales
ofrecen sobre la muerte de Alfonso I, independiente de las conocidas, sugiere que si esa serie remontaba
también a San Juan de la Peña (lo que no es posible
decidir con certeza
con el texto de que disponemos), se habría llevado
a Montearagón antes de 1134, donde tuvo ya un desarrollo propio. Esta ampliación quizá pueda relacionarse con la vitalidad de estos años en el reinado de Alfonso
I, aunque es posible que sugiera además un cierto distanciamiento respecto de San Juan de la Peña,
que
se ha apuntado también a partir de otros indicios. Por último, las efemérides aragonesas que figuran
en unos anales de Roda, de los que hablaré también al tratar la analística catalana, es probable que se basen ya en tradiciones propias.
Los Anales aragoneses no dan pistas sobre su localización. Aunque
Floriano los encontró en el Archivo Municipal
de Teruel, señaló ya que nada permitía pensar que allí se hubieran redactado.
Su autor menciona la muerte
de Pedro, obispo
de Zaragoza, en 1184, y recoge después
la ida del rey de Navarra
a esta misma ciudad en 1191 («vino el rey de Navarra con su fijo a Çaragoça»), indicando
que coincidió con una increíble
tormenta como nadie recordaba. La de Pedro es la única noticia
sobre la muerte
de un personaje eclesiástico, y la segunda tiene un carácter
local evidente, lo cual apunta a que estos anales
se redactaron en Zaragoza. Quizá ello se
relacione también con la noticia
sobre la muerte de Gastón de Bearn en 1130, ya que el gobierno
de la ciudad le fue entregado a este importante
personaje por su papel decisivo en su conquista. Por lo demás,
los Anales navarros parecen enlazar directamente con esta serie (obviamente en una versión anterior a la conservada), y no ya con la de San Juan de la Peña, pues coinciden en la noticia sobre la batalla de Málaga
y presentan una redacción muy similar en la de la muerte de Alfonso I, siendo probable
también que los Navarros
hayan tomado de aquí otras
noticias como la de
la
muerte de Ramón Berenguer
IV (1162). De esa serie ha de proceder asimismo
la narración sobre los reyes de Aragón en el Liber regum, como muestra
el relato sobre la conquista
de Huesca, al que ya me he referido. Nótese además que la entrada
sobre la toma de Valencia por Rodrigo Díaz, que aparece
en los Anales navarros, está presente
ya en los Anales aragoneses (y de la tradición aragonesa ha de proceder
también la nota sobre el mismo suceso que aparece
en algún texto de la tradición catalana). Por último, la noticia de la muerte de Pedro I en la serie latina que figura al final del Fuero general de Navarra se encuentra
igualmente muy próxima a la de estos anales, lo que avalaría que fueran los que se conocieron en Navarra.
Al margen de ello, es de notar que los Anales aragoneses presentan un tono bastante sombrío, recogiendo diversos desastres (tormentas, hambrunas), derrotas, la noticia del falso Alfonso I o las luchas entre los príncipes
cristianos (saqueo de Navarra
por Alfonso II, y de Castilla
por éste y Sancho
VI de Navarra). Podría decirse que son anales
de crisis, que sugieren
una cierta resistencia frente a los resultados de la unión de Aragón con Barcelona en 1137.
Cataluña
Veamos ahora la analística catalana, cuyos inicios
se localizan a comienzos del siglo XI y que tuvo un considerable desarrollo, aunque como el resto de tradiciones hispánicas ha sido, salvo esfuerzos puntuales, insuficientemente estudiada. Aquí, nuestros conocimientos dependen aún de forma
casi exclusiva del clásico panorama trazado por
Miquel Coll i Alentorn, quien dedicó
una atención ejemplar
a estos textos,
rescatando algunos de ellos. Se compone de un amplio número de anales, aunque la mayor parte son de fecha tardía,
algunos del siglo
XII, pero sobre todo de los siglos
XIII y XIV, en los que la forma analística conoció
una notable revitalización y difusión. Es por ello que los diversos ejemplares deben tratarse con atento cuidado a la hora de intentar entrever los comienzos del género en Cataluña y a la hora de valorar el significado de las piezas más antiguas de que disponemos. La producción de los anales catalanes se circunscribe a cuatro centros
diferentes: Ripoll, Urgel,
Roda (aunque los anales de Roda, que se escribieron, como veremos, bajo Ramón Berenguer IV, son propiamente catalano-aragoneses) y Barcelona. Las tradiciones ligadas
a los tres primeros centros,
de cariz obviamente monástico, están estrechamente conectadas entre sí y exigen un tratamiento
conjunto; los anales de Barcelona representan un tipo distinto, sin conexión con el anterior, responden quizás
a un ambiente burocrático y sus inicios son cronológicamente posteriores. Hay algún texto más, de origen distinto, al que me referiré separadamente.
Me centraré, pues, ahora en el primer grupo. De Ripoll nos han llegado
dos textos: uno copiado en un conocido manuscrito astrológico de origen controvertido, texto al que denominaré Annales
Rivipullenses I, y otro cuya fuente manuscrita fue destruida en el incendio
del monasterio en 1835 pero que conocemos a través de la edición que del mismo hizo Jaime Villanueva, titulándolo Alterum chronicon
rivipullense, y al que me referiré como Annales Rivipullenses II[10]. Ambos tienen unas
circunstancias extraordinariamente enmarañadas. Ripoll perteneció entre 1070 y 1172 a Saint-Victor de Marsella;
poco antes del retorno
de los marselleses a su abadía
de origen, tal vez en 1168, uno de ellos copió un grupo de 30 efemérides en el ms. Regin.
Lat. 123, que llevó luego consigo a Saint-Victor, conjunto que corresponde entonces a los Annales Rivipullenses I. No es un texto originario, sin duda, y como destacó Anselm M. Albareda el monje que recogió
estas noticias tampoco pareció interesarse especialmente por Ripoll. Pero es sin duda una selección, aunque no estén del todo claros
sus criterios, hecha a partir de los anales del monasterio, como muestra la presencia
de casi todas sus noticias
en los Annales Rivipullenses II y la existencia incluso de algunos
errores comunes.
Este segundo texto se cerró en fecha algo más moderna, en 1191, ofrece una recopilación
de efemérides más completa y mejor
articulada, y representa sin duda más exhaustivamente el arquetipo
primitivo. Con todo, la
consideración de este texto
es también más compleja de lo
que en principio parecería.
Veamos ahora los textos de Urgel y de Roda. Al término
de un breve cronicón ribagorzano, que se presenta
con el título de Memoria renovata, escrito en 1154 probablemente en el monasterio de Alaón, se recogen tres breves fragmentos distintos anejos a ese núcleo:
uno que se ocupa de los obispos
de Roda desde Ramiro, el futuro Ramiro II, hasta Pedro de Albalat (1236-1238), un conjunto
de 18 efemérides que va de la muerte
de Carlomagno a la de Ramón Berenguer III (1131),
y finalmente una breve nota sobre los obispos
de Roda desde Ramón de Poblet (1238-1247) hasta Guillermo de Fluvià (1238-1284). El fragmento
que nos interesa aquí es el segundo,
claramente desgajado del resto.
Se trata de un grupo coherente de noticias, que arranca
con la muerte de Carlomagno, que presenta
una ordenación cronológica correcta,
y que gira abiertamente en torno a los condes
y obispos de Urgel. Me referiré a él con el nombre de Annales
Urgellenses. Aunque no representa la tradición
analística más antigua del ámbito catalán, que debe
colocarse en Ripoll, éste es, en cambio, el texto más antiguo
que nos ha llegado.
Encontramos aquí ya un diseño elocuente: muerte de Carlomagno primero, después toma de Barcelona
en el año 995, y menciones entonces de los condes de Urgel, cuyos óbitos se van dando sucesivamente. La toma de Barcelona
preside aquí el curso de la historia,
reduciendo la dominación carolingia a la mención puntual de Carlomagno. Después, los anales
encuentran espacio
también para la consagración de la Seo de Urgel, para la muerte de sus obispos, para la de los condes de Pallars, y hacia el final acogen noticias algo más diversas:
conquista de Jerusalén
(1099), muerte de Pedro I (1104) y de Alfonso VI (1109). Un texto sencillo, que se fundamenta pues en la idea de que la toma de Barcelona dio origen a los condados catalanes, y del que la copia de Alaón nos ofrece un testimonio directo. Me parece tentadora la hipótesis
de que el impulso original
de estos anales se produjera bajo san Odón, obispo de Urgel entre 1095 y 1122, y que luego se haya continuado brevemente allí con tres noticias hasta 1131, entre ellas la de
la muerte
del santo, antes de que el texto fuera llevado a Ribagorza. De hecho, podrían ponerse
en relación con el santo algunas de sus posibles idiosincrasias: Jerusalén, Pallars, Pedro I y Alfonso VI.
Los anales de Roda se conservaron copiados
en un breviario de esta sede fechado
en 1191, aunque
si tenemos en cuenta que el texto recoge al final alguna información un poco posterior cabe pensar que o bien el texto se recogió
allí con posterioridad a la copia
o bien se agregaron un par de noticias
o tres que lo llevan
hasta 1205. El breviario parece haberse perdido,
pero conocemos el texto gracias
a la edición llevada
a cabo también por Villanueva, que le dio el título de Alterum Chronicon Rotense; me refiero aquí a él simplemente con el nombre
de Annales Rotenses. La primera parte
del texto comienza
con el nacimiento de Cristo y recoge luego un nutrido número de noticias sobre la muerte de santos y mártires primitivos. La segunda se basa, entre otros, en los Annales Urgellenses, que se han conservado justamente en Ribagorza, en el monasterio de Alaón, dependiente de Roda, y que compartió con esta sede otros materiales historiográficos. Este texto es así algo más elaborado que el anterior,
con una mirada
histórica ya también más amplia.
Además de los Annales
Urgellenses, otra de las fuentes manejadas en los Rotenses fue una serie analística procedente de Ripoll, como revelan
las varias noticias
vinculadas a este monasterio que en ellos se contienen. Tradicionalmente se ha valorado a los Annales Rotenses como un testimonio más de la tradición ripollesa, pero un nuevo dato permite
precisar la naturaleza de la relación
entre las series de Ripoll y de Roda, lo que a su vez tiene consecuencias para el examen
de toda esta tradición y de sus textos. Fijémonos en la serie de efemérides inicial de los Rotenses; buena parte de los mártires y santos allí recogidos figura también en los Rivipullenses II, y tanto Ripoll como Roda podrían estar en su origen. Sin embargo,
cabe determinar de forma positiva
que esa serie procede
de Roda. En efecto, el autor de los Annales
Rotenses tomó esa relación completa de un importante manuscrito llegado
no hacía mucho a su sede desde Nájera, es decir, del llamado códice
de Roda. En él, encontró ese peculiar
conjunto analístico, que no es otro que el de los Annales martyrum, ya tratados, anales que transcribió por entero, y a los que
añadió la noticia de la pasión de
san Pelayo, probablemente a partir de algún texto traído también de Nájera,
noticia ésta que figura igualmente en los Rivipullenses II. Así pues, estos últimos no son un exponente inmediato de la tradición ripollesa, sino que la remozaron con amplio
recurso a los Annales Rotenses. El uso que de estos hacen los Rivipullenses II es interesante también porque implica que aquellos
son
anteriores al menos a 1191, aunque
el
testimonio que los conserva
los continuara hasta 1205.
Por otro lado, ambos textos reflejan de forma muy diversa la tradición de los anales de Ripoll.
El modelo usado por el autor de los Annales Rotenses
era posterior a 1096, ya que estos mencionan el concilio de Clermont en forma idéntica
a los Annales Rivipullenses I, y no se trata tampoco
de una anotación frecuente. Tal modelo debió de llegar a Roda no mucho después, aunque
no sabemos con exactitud cuándo.
Estructuralmente, los Rotenses se
caracterizan por presentar una no disimilada cesura entre la parte antigua,
derivada del códice de Roda y centrada
en los santos primitivos, y la historia
que se abre con la conquista de Barcelona en 985, en una construcción similar a la de los Annales Urgellenses. Sólo hay dos noticias
relacionadas con Cataluña
anteriores a este evento, que remontan sin duda a los anales procedentes de Ripoll:
la muerte de Arnulfo,
obispo de Gerona
(970) y la translatio de san Eudaldo
(978); pero ni siquiera se recoge
la muerte de Carlomagno. En cambio,
los Annales Rivipullenses II no conocen
esta enorme laguna, y van dando noticias
sobre la invasión musulmana, los óbitos de los carolingios, los de los condes catalanes, etc. Parece muy probable pues que el autor de los Annales Rotenses haya ajustado la serie ripollesa a la idea de una ruptura histórica con la conquista de Barcelona, eliminando con ello casi todas las noticias
anteriores. Pero no es menos cierto que la parte inicial de los Rivipullenses II, que recoge, selecciona o desarrolla según los casos el modelo de los Rotenses (con los anales de los mártires), y que usa otros textos, como los Chronica de
san Isidoro, es propia
de esa redacción, y no tampoco
de la primitiva
tradición ripollesa.
Aunque
no el texto, muy reducido, el formato más próximo a tal tradición lo ofrecerían entonces
los Annales Rivipullenses I, que consignan
muy pocas noticias antes de la que había de marcar el primer hito, y quizá
el verdadero arranque
del modelo más antiguo, referido
a la invasión musulmana. En efecto, los Rivipullenses I se abren con tres noticias de contenido religioso,
de las cuales sólo la referida a san Gregorio
reaparece en los siguientes.
La cuarta noticia es ya sobre
el ingreso de al-Samh en Hispania, que da paso a otras efemérides de corte político.
Tal sería, aunque sin duda más completo
para la parte posterior a la invasión
musulmana, el diseño
primigenio de esta tradición. Formalmente, entonces, la fecha de la toma de Barcelona en 985, aunque
muy posiblemente figuraba
en el primitivo arquetipo ripollés,
no parece haber tenido en él el mismo alcance estructural (y simbólico) que en los Annales Urgellenses o en los Rotenses[11]. El nudo
gordiano fue aquí la invasión
musulmana, a partir
de la que se recogían
diversas noticias sobre los carolingios y sobre los condados catalanes, entre las que destacan las referidas a la entrega de los gerundenses a Carlomagno (785), la toma
de Barcelona
por
Ludovico (801) o la muerte de
Wifredo (912),
con la que se inicia la serie de efemérides referida a la casa de Barcelona, centrándose progresivamente en los lugares y los personajes que rodeaban
al monasterio, que van configurando una memoria histórica propia. Así pues, la concepción que coloca en 985 el comienzo
de la historia de los condados
catalanes parece haber sido en principio más propia de lugares como Urgel o Roda, que de Ripoll.
Lo propio de Ripoll,
y seguramente de la zona que representa,
consistiría en no haber concedido a esa fecha
un valor primigenio, ya que se caracteriza justamente por reseñar noticias catalanas anteriores a ella. Como indicó
Coll i Alentorn,
es muy posible
que la creación de los primitivos anales ripolleses se deba a la época e incluso
a la inspiración del abad Oliba. Hay una acumulación notable de noticias
relacionadas con este personaje, sobre todo visible en los Annales Rotenses, y los tres textos que vengo considerando recogen
una entrada que parece altamente significativa, uniendo en el año 1035 las muertes
de Sancho el Mayor y el conde Berenguer.
En suma, para reflexionar sobre la tradición ripollesa
es preciso tener en cuenta simultáneamente los tres textos que he venido tratando, que se valieron
independientemente de ella, y tener en cuenta además que los Annales Rivipullenses II tuvieron como fuente también ya a los propios Annales
Rotenses. Cabe ofrecer
un cuadro básico que ilustre
las relaciones entre los textos,
al menos como un punto de partida:
Por último, debe recordarse que el arquetipo inicial de Ripoll se sirvió de algún texto analístico procedente del sur de Francia, en concreto
posiblemente de los Annales Anianenses, y que muestra vínculos asimismo con San Miquel de Cuixá, aunque no es posible
saber si partía
quizá de una tradición propia de este monasterio, que en todo caso habría sido mínima y de la que no se conocen otras huellas.
Centrémonos, para cerrar
el repaso por la tradición
analística catalana más antigua, en los Annales Rotenses. Como hemos visto, su autor se sirvió
de los anales de Urgel y de los de Ripoll,
e incorporó noticias
ligadas directamente a Ribagorza y otras referidas
a los reyes aragoneses, para lo cual quizá contase
también con una fuente analística. El conjunto así creado puede considerarse representativo de la zona donde se compuso, estrechamente ligada a Aragón,
aunque la atención por los territorios más orientales indica
que ha de ponerse en relación también con una fecha posterior al matrimonio entre Ramón Berenguer
IV y Petronila (1137), que dio lugar a la unión entre la dinastía aragonesa y casa condal de Barcelona, y en fin al nacimiento de la Corona de Aragón. Para apreciar el ostensible cambio que representa este texto respecto
de actitudes historiográficas sostenidas en Roda poco antes,
cuando Ribagorza se encontraba exclusivamente bajo dominio aragonés,
pueden compararse nuestros anales con un breve texto algo anterior, el llamado Chronicon Rotense, escrito bajo Ramiro II. En él, los reyes de Aragón son colocados como los sucesores
de los de Pamplona, sin
ninguna referencia a los condados
catalanes, y el único rasgo relacionado con el enclave
pirenaico del texto es la presencia de una lista regia franca al comienzo.
Por otro lado, el uso de
los Rotenses por los Annales Rivipullenses II,
que terminan en 1191, no carece de interés
tampoco para la valoración de los primeros, ya que indica que su texto original es anterior a la fecha de la última noticia
que ofrece actualmente (1205) y a la del códice en que se conserva
(1191). Además, el texto conocido en Ripoll era superior
textualmente al conservado
en el Breviario, ya que algunas informaciones de los Rivipullenses II no recogidas en él han de proceder
sin duda del original de los Annales Rotenses, como la noticia
de la muerte de Ramiro I (1063), y había de ofrecer
otras variantes mejores.
Por último, puede decirse que los Annales Rotenses
constituyen también la fuente al menos del capítulo dedicado a los condes de Urgel en los Gesta comitum Barcinonensium, por lo que habrían llegado a Ripoll antes de 1180, fecha en que se fija
la redacción más antigua
de esta obra.
Desafortunadamente, a partir de 1153, con la efeméride
de la conquista de Siruana,
la copia de los Annales
Rotenses no presenta noticias suficientemente particulares como para deducir
una fecha de su presencia
o ausencia en los Annales
Rivipullenses II. Sin embargo, este mismo hecho me inclina a pensar que los Annales
Rotenses se compusieron hacia ese momento,
es decir, en plena época de Ramón Berenguer
IV. Cabe recordar
que en el mismo momento
se compuso en Roda un poema laudatorio dedicado
al conde de Barcelona, lo que apunta a un relevante
papel para Roda en este contexto.
La segunda tradición analística agrupa textos
de los siglos XIII y XIV, a
los que se ha dado el nombre genérico de anales barceloneses.
Se trata de una tradición
con un número considerable de ejemplares, pero al mismo tiempo con una cierta
uniformidad bastante característica. Pertenecen a un ambiente
burocrático, que parece tener su centro en Barcelona, y se incluyen
dentro de colecciones histórico-legales, como los libros
de privilegios. Representan, pues, una mirada
histórica muy distinta
de la de los anales monásticos, con intereses de tipo administrativo o documental, como los que habían gobernado fundamentalmente la circulación aneja a la Lex Visigothorum de
las listas regias
francas (no en vano una de ellas queda alojada
en esta tradición, y el primer testimonio que se liga con la serie de los anales
barceloneses se encuentra al frente de un manuscrito de la Lex); o conecta con preocupaciones más inmediatas, y así encontramos un grupo de noticias sobre cambios en el valor del dinero. Todos estos anales quedan al margen ya del periodo
aquí estudiado, aunque puesto que sus orígenes se han situado en la segunda
mitad del siglo XII, me referiré brevemente a tales comienzos. Coll i Alentorn, que replanteó toda esta cuestión,
rescató dos testimonios que ligó trabajosamente con el origen de los anales barceloneses. El primero consiste
en una serie de anotaciones históricas de un manuscrito de Sant Cugat
(Arxiu Reial de Barcelona, Sant Cugat, ms. 47), datables
a fines del siglo XII, que transmiten informaciones muy heterogéneas, de variada procedencia: un fragmento del acta de consagración del altar de Santa María en la iglesia del monasterio, un documento de 1182 sobre
la institución de una misa diaria en dicho altar, unas
pocas notas analísticas y una lista de reyes francos. El segundo viene constituido también
por una lista regia franca que comienza
con Pipino y termina con la noticia del concilio de Tarragona en 1180,
y a la que se suman cuatro
efemérides sobre las tomas de Mallorca (1114), Almería (1147), Tortosa (1148), y Lérida y Fraga (1149). La lista regia, más esas anotaciones, acompaña a una copia de la Lex Visigothorum, en un manuscrito probablemente ejecutado
en Barcelona, conservado ahora en Suecia,
donde estuvo durante un tiempo
en el castillo
de Skokloster (Estocolmo, Riksarkivet, ms. Skolkloster, E 8641). Ya Georg Pertz,
que
ofreció una primera edición
de este segundo
texto, lo tituló
Annales Barcinonenses, identificándolo entonces como el origen de
esa familia analística. Más tarde, Coll i Alentorn denominó también cronicones, es decir, anales, a estos dos conjuntos de noticias.
Sin embargo, su mismo estatuto
textual es resulta
ciertamente peculiar.
Para referirme al arquetipo
de la familia barcelonesa tendré
en
cuenta el texto más antiguo que se liga generalmente con ella, los Annales Majoricenses, cuya última
noticia es de 1239, y uno de los ejemplares de la rama cuyo arquetipo se fija hacia 1270, los Anals de Barcelona
de 1291. Los
primeros, con todo, tienen rasgos marcadamente distintivos, y tantos
que su misma adscripción a la familia analística barcelonesa es bastante
singular. Por ejemplo,
han cercenado el comienzo
de la lista regia, iniciándola con el rey Roberto,
hijo de Hugo Capeto, seguramente
atendiendo a que el conde Barcelona no rindió homenaje
a éste, y ofreciendo así un conjunto
que se abre después
de la toma de Barcelona
en 985. Se trata de una intervención propia de este texto,
ya que la mayor parte de los posteriores sí recoge
una lista regia franca más completa
(y cuando no lo hacen la eliminan
por completo), que como la de los Annales Majoricenses incluye la noticia sobre el concilio de Tarragona de 1180. De hecho, y esto es lo más importante, tal es la última noticia compartida
por este texto y los Anals
de Barcelona de 1291. Las posteriores sobre los mismos acontecimientos (muerte de Alfonso II [1196], batalla de Las Navas
de Tolosa [1212], conquista de Mallorca
[1229], toma de Burriana [1233] y de
Valencia [1238], y eclipse
de 1239) tienen origen diverso. Los Majoricenses remontan, pues, a un núcleo bastante
arcaico, que podría identificarse, si se le suman un par de adiciones
(toma de Siruana
[1153], muerte de Ramón Berenguer IV [1162]),
y si se le añade también la noticia
de la toma de Barcelona
en 985, con el que ofrece el manuscrito de Skokloster. Tal sería, en definitiva, el punto de partida luego también
de la familia más amplia y característica de los anales barceloneses.
Frente a ese conjunto,
¿qué es lo que nos ofrecen las anotaciones del manuscrito
de Sant Cugat? Su
valoración es peliaguda: interviene en ellas más de una mano y las informaciones históricas proceden
al menos de dos fuentes,
una que cabría
vincular en principio
con la tradición
de los anales barceloneses, y otra que remonta a un conjunto muy distinto, probablemente relacionado con los Annales Rotenses. Sin embargo, de las tres entradas que, con matices
diversos, se podrían ligar a la tradición de los anales barceloneses (captura de Jerusalén
[1099], ataque de los musulmanes a Barcelona
[1113] y muerte de Ramón Berenguer IV), ninguna está entre las efemérides
de Skolkloster. Es más, las dos primeras
se relacionan sólo con informaciones propias de los Annales Majoricenses, no de la tradición de los anales de Barcelona, y es probable que en el caso de la segunda
no haya siquiera
una conexión directa, ya que sus textos son bastante
distintos. La lista regia
que ofrecen el manuscrito de Skokloster y el de Sant Cugat tampoco
deriva de la misma familia,
y la de este segundo no
da la noticia del concilio de Tarragona. Por último, en el caso de las anotaciones de Sant Cugat, su misma localización manuscrita (en
un monasterio) las aparta
de la que es la
propia de los anales barceloneses. En suma, no basta la noticia
de la muerte de Ramón Berenguer IV para conectar las anotaciones del
manuscrito de Sant
Cugat a la tradición
de dichos anales,
por lo que deben considerarse, como parecen
además, notas dispersas tomadas
de varios lugares y en varios momentos, sin carácter
originario, y que no permiten
relacionar el conjunto
de forma especial con ninguna
de las tradiciones de las que bebe.
Caso distinto es el del testimonio de Skokloster, ya que tanto el contexto
manuscrito como el propio conjunto nos conducen
a lo que después serán los anales
de Barcelona, y están detrás
de sus rasgos más característicos. Ahora bien, la dificultad reside aquí en calificar
a ese conjunto como texto, y cuya condición genérica
resulta aún ambigua,
pues la parte principal es una lista regia. Al margen de ella, lo propio de las notas
analísticas reside en centrar su atención en la historia
contemporánea, obviando por completo el pasado condal anterior a Ramón Berenguer
IV (anterior a él sólo se recoge la conquista
de Mallorca de 1115), en quien se ve así un momento
inaugural, a partir
seguramente de su enlace con la casa real aragonesa. Esa atención por los hechos más actuales obedece también al carácter
inmediato de tales anotaciones, pero apunta igualmente
a un contexto y a un momento
más inclinados a dar relevancia
al presente y a los horizontes que se le abren, que a la recuperación del pasado. En cualquier caso, la lista conservada en el
ms.
de Skokloster es posterior al concilio
de Tarragona de 1180, y parece el resultado
de la mera yuxtaposición de tal pieza con un grupo de cuatro
efemérides, luego completadas sucesivamente. Es posible entonces
que tanto el manuscrito de Skokloster como la breve actualización, hecha a fines del siglo XII, que configura
el arquetipo común a los Annales
Majoricenses y a los varios Anals de Barcelona
oscilen aún entre la historia y la prehistoria de los anales barceloneses. Pero el hecho de que todos los textos posteriores remitan a ese núcleo sugiere que estaba naciendo allí, de forma confusa,
aún como plena opera aperta, una original concepción y representación de la historia, que veía en la época de Ramón Berenguer IV un nuevo comienzo.
El último
de los textos analísticos pertenecientes a este dominio surge
otra vez de un centro religioso, aunque nos encontramos muy lejos aquí de la tradición de los anales
monásticos. El texto al que me refiero
fue publicado nuevamente por Villanueva con el título de Chronicon
Dertusense II, pues lo había localizado,
junto a otros anales,
en la biblioteca de la catedral de Tortosa. Puesto
que no hay duda de que los que nos ocupan son
más
antiguos y no guardan
relación directa con los otros (que por su parte no presentan
una conexión significativa con Tortosa),
les daré el nombre simplemente de Annales Dertusenses. Comienzan
con la conquista
de Huesca por Pedro II en 1097, y se cierran en 1210 con la de Castellfabib, en la comarca de Valencia. Pero aunque su última fecha los lleva hasta comienzos
del XIII, su composición puede situarse
en un momento algo anterior,
cuyo núcleo habría sido objeto de algunos añadidos.
En efecto, ya Valls Taberner
señaló la relación
de este texto con Ponce de Mulnells, obispo de Tortosa
desde 1165 hasta su
muerte en 1193, quien
había sido antes, y seguiría siendo, abad de Sant Joan de les Abadesses. Los anales contienen
una serie de noticias sobre la abadía ripollesa
que se explican
por los intereses del obispo.
Sin embargo, no es seguro que pueda calificarse a este texto como perteneciente a la familia de los anales ripolleses,
pues apenas hay noticias que podrían
remontar a ella. Los Annales
Dertusenses parecen el resultado
de la mezcla de al menos dos textos,
uno de los cuales sería el vinculado
a Sant Joan, y en el que se incluirían noticias de ámbito
ripollés. Sin embargo,
la estructura del texto, con su comienzo con la conquista de Huesca, se relaciona
con una concepción distinta de la historia, que remonta muy posiblemente a unos anales aragoneses. Cabe señalar,
en este sentido,
que las noticias
sobre las tomas de Almería, Tortosa y Lérida y Fraga tienen una redacción muy próxima a unas efemérides sobre los mismos hechos copiadas en un manuscrito de Montearagón. Cabe aventurar, así, que ambos testimonios hayan conocido
unos anales procedentes de este monasterio, lo que justificaría la inclinación aragonesa de buena
parte del texto dertusense, la presencia de varias noticias
sobre Castilla y en fin su poco usual comienzo. La llegada de esos anales aragoneses a Tortosa
podría explicarse si se tiene en cuenta
que al obispado pertenecía la capilla real de Alquézar,
y que Ponce de Mulnells
parece haber mantenido
unos intereses comunes con el abad de Montearagón, Berenguer, hijo natural de Ramón Berenguer IV, frente a las reclamaciones del obispo
de Huesca. De ser así, este texto estaría
a caballo entre la analística catalana y la aragonesa, que simplemente yuxtapone sensibilidades históricas diversas.
Portugal
Veamos, finalmente, los anales portugueses, que presentan una problemática un poco distinta
de la que es más común en el resto de tradiciones, en el sentido
de que lo difícil no resulta
aquí tanto el establecimiento de las relaciones entre los diversos
textos, sino más bien la fijación de los textos mismos, su propia definición. Esto se debe en algunas
ocasiones a las características de su conservación, pero también es en buena medida una consecuencia imprevista de las investigaciones de Pierre David,
que privilegió el análisis de la tradición, denominada por él «Annales portugalenses veteres», por encima de los textos, y cuya edición de
los mismos resulta enormemente equívoca. Se trata, probablemente, de la tradición que como tal surge más tardíamente en la Península Ibérica,
aunque la cronología no es tampoco segura. Y tal vez por ello presenta también una notable
focalización en cuanto a los centros de producción, que pueden situarse
casi exclusivamente en Coimbra, enclave
que tiene entonces
una posición central en la
gestación de una memoria política en
los comienzos del reino
de Portugal. Era esta ciudad el eje del condado
de Coimbra, en la frontera con los musulmanes, y fue objeto
de una atención política
privilegiada incluso antes de que se convirtiera, a partir de 1131, en el centro del gobierno
de Alfonso Enríquez, por lo que tampoco parece casual la decisión de éste a favor de Coimbra. En efecto, es posible que bajo la autoridad de Sisnando Davídiz (muerto en 1093), Coimbra adquiriese ya una
cierta relevancia cultural,
e incluso que se gestara una biblioteca de cierto interés
en la catedral de Santa María, pues las
diversas series analísticas recurrirán a obras históricas, algunas de procedencia mozárabe, que debían
conservarse en Coimbra.
Cabe señalar, por último,
que a diferencia de las otras tradiciones analísticas peninsulares, los anales portugueses tuvieron, a pesar de su carácter
más tardío, un desarrollo autónomo, sin que apenas
llegaran a influir en otros textos y sin que tampoco
hayan sido permeables casi a las otras series analísticas peninsulares, lo que quizás pueda explicarse por la localización de esta tradición, que queda un poco descolgada del resto.
Pese a la focalización de la producción de los textos en Coimbra, los anales de base más antigua se compusieron y conservaron en un monasterio cercano,
el de Lorvão, en un texto que he venido llamando Annales
Laurbanenses. Se encuentran al frente del Liber testamentorum del
monasterio (Lisboa, ANTT, Lorvão, Livro 49, fol. 1v), que reúne los documentos más importantes del mismo y que fue ejecutado
hacia 1118. Consisten, por un lado, en una serie de anotaciones sobre los abades del monasterio, y por otro en seis efemérides sobre los reyes astur-leoneses desde Alfonso III hasta Alfonso VI; y su inclusión
al frente del Liber parece tener sobre todo una finalidad
cronológica, relacionada con la lectura de los documentos. Se trata de un texto sin conexión
aparente con los anales de Coimbra,
y que presenta especial
interés por las informaciones más
antiguas, ya que es, por ejemplo, el único
texto prácticamente que menciona
la unción de Alfonso
III y que lo hace de forma más precisa
(«Era DCCCC.IIII.ª obiit Ordonius rex, et perhunctus est Adefonsus in regno ipso die in sancto Pentecosten»), en una indicación en la que no parecen
haber reparado los historiadores. Hay otras tres informaciones relacionadas con el occidente
peninsular de la época de este rey, como la de la toma de Coimbra fechada en 878, lo que sugiere que el monasterio, que fue fundado bajo Alfonso III, debió de haber tenido alguna importancia en este momento, y que entonces
fueron consignadas estas noticias. De ser así, el texto de los Annales Laurbanenses remitiría a los comienzos
mismos de los anales en la Península Ibérica, como he señalado anteriormente, remontándose a la época de Alfonso III, aunque en un punto muy alejado de su corte y al margen de los trabajos
historiográficos allí llevados
a cabo.
Luego, con grandes saltos en el texto, se llega a la nueva conquista
de Coimbra por parte de Fernando I y a la muerte de Alfonso
VI (1109), noticia con la que acaba esta parte. Por último, cabe destacar
que el texto se abre con una mención de tres reyes leoneses, con estructura parecida a la de una lista regia,
aunque sin indicar
los años de reinado,
y cuyos nombres
parecen corresponder a Ramiro III, Sancho I y Vermudo II. Las efemérides sobre los abades presentan
la misma estructura, con una breve nómina inicial
y unas notas analísticas que se cierran en 1118. Es difícil ir más allá en la interpretación de estos anales,
que ofrecen sobre todo interés por las informaciones que recogen, no conectadas con otros textos, y
por testimoniar una incipiente escritura analística en época de Alfonso III, sin apenas descendencia después en este dominio
hasta el siglo XII. Puede indicarse, en cualquier caso, que nos hallamos
ante un diseño ligado claramente a los reyes astur-leoneses, previo a los comienzos
de la diferenciación política portuguesa. Por lo demás, se trata de una pieza que al margen de su fijación escrita poco después de 1118, en el testimonio en que se ha conservado, no tuvo ya continuaciones.
Entre los anales
de Coimbra, pueden
distinguirse al menos tres textos principales, alguno de ellos con diversas recensiones. El primero comienza
con la lista regia de Alfonso
II, ya comentada anteriormente, y la continúa con unas pocas noticias empezando
con la toma de Coimbra
por parte de Almanzor (987) hasta la conquista musulmana
de Santarem en 1111. De estos anales conservamos dos testimonios: están copiados en la hoja de guarda
de un homiliario de Coimbra
fechado en 1139 (Biblioteca Municipal do Porto, ms. 23), y figuran también al frente
de la miscelánea histórica del ms. 134 de la Biblioteca Universitaria Complutense (de mediados del siglo XIII),
cuyo modelo inmediato
procede también de Coimbra. Se encontraban, además,
en un códice del monasterio de Alcobaça, similar
al ms. 134, que desapareció en el siglo XVII, aunque algunas de sus variantes
pueden recuperarse a través de las notas que a partir de él tomaron
Juan Vaseo y António Brandão.
Por otro lado,
el antígrafo al que remonta
el ms. 134 (y quizá también el perdido alcobacense)
agregó al final de los anales una noticia algo más extensa sobre la conquista
de Coimbra por Fernando I, noticia que no pertenece propiamente a los anales
y que no se refleja
en los textos posteriores. Estos anales, a los que se puede denominar Annales Conimbrigenses I (y que han recibido
los nombres de Chronicon
Complutense, por la copia del ms. 134, y de Chronicon Alcobacense, por el perdido manuscrito de este monasterio), se escribieron sin duda en Coimbra, y representan, al margen de los Annales
Laurbacenses, la primera pieza
analística de la tradición portuguesa.
Ahora bien, el carácter
de este texto es ya algo distinto
del anterior, con unos rasgos que se mantendrán en casi todos los anales de Coimbra:
se abre con una nómina de reyes asturianos, la lista de Alfonso II, y se produce
un corte entre el último de ellos y la primera noticia analística, relativa a Almanzor.
La sección propiamente analística, aunque muy breve, presenta así una mayor focalización en la historia
más cercana, y sus noticias
se centran mayoritariamente (aunque no sólo) en territorio portugués. Como sucede en otros textos y tradiciones peninsulares, algunos ya mencionados, se observa aquí una visión
histórica que contempla
la época de Almanzor como portadora de una ruptura o de un nuevo comienzo frente al pasado,
y es con este jefe musulmán,
con sus conquistas, con lo que da comienzo la sección
que sigue a la lista regia. El uso de ésta indica
que en Coimbra,
probablemente en la catedral de Santa María, se disponía,
como he apuntado antes, de una cierta biblioteca histórica, y más adelante,
otros textos históricos, como los Chronica Albeldensia o la Chronica
Muzarabica de 754, serán usados en otros anales de Coimbra,
si bien compuestos ya en el monasterio de Santa Cruz, cuya fundación
data de 1132.
Las noticias acogidas
en el texto muestran una clara atención
por Coimbra y también por las luchas fronterizas, lo que no resulta sorprendente si tenemos en cuenta que Coimbra era una ciudad
próxima a la frontera, amenazada por las incursiones musulmanas, como sucedió
en 1117. La primera efeméride tras la lista regia de Alfonso II corresponde, como he señalado, a la toma de Coimbra
por parte de Almanzor, y más adelante
se recoge la toma de esta ciudad por Fernando I. El texto se centra así en el occidente peninsular, mencionando brevemente además la captura de Lamego por Fernando I, y las de Santarem,
Lisboa y Sintra por Alfonso VI, aunque
consigna también la conquista de Toledo y la batalla de Sagrajas. Así, estos primeros
anales, que colocan
las diversas conquistas cristianas bajo los reyes leoneses
y donde no hay espacio
para la nobleza portuguesa o para Enrique
de Borgoña, no presentan ningún
rasgo que permita
interpretar en ellos una defensa
de un particularismo del territorio portugués. Y en este sentido, su atención por el
occidente peninsular, en especial por la frontera de este territorio, es una consecuencia natural y esperable
teniendo en cuenta el lugar
donde se compusieron. Por lo demás,
es muy probable que el antigoticismo del texto, derivado
del uso de la lista regia de Alfonso II, deba
relacionarse también con el hecho de que el texto pertenezca a una zona periférica respecto del
poder regio en el momento
de su redacción. Por fin, el que esta pieza se cierre
con la conquista musulmana de Santarem,
en el contexto
de los avances
almorávides, parece
dejar una nota sombría,
que se corresponde también con la situación del momento,
tras la muerte de Alfonso VI y el desconcierto de los primeros
años del gobierno de
Urraca.
Estos primeros anales fueron refundidos y continuados en Coimbra
hasta 1168 con diversas notas históricas, y algo más tarde con otros fragmentos analísticos: un obituario
de los obispos
de Coimbra (cuya última
noticia es de 1182), un fragmento sobre los mártires (derivado de los Annales martyrum), otro sobre las edades del mundo, una noticia sobre las conquistas de Alfonso III tomada de los Chronica Albeldensia, y dos continuaciones distintas hasta 1190. Puede denominarse a este texto Annales Conimbrigenses II. Se ha conservado en el llamado Livro da Noa, o salterio
(Biblioteca Municipal do Porto, ms. 79), procedente del monasterio de Santa Cruz de Coimbra,
en unos folios que transmiten un abigarrado conjunto de fragmentos analísticos e históricos, desentrañado por Pierre David. Estos folios tienen
una composición facticia, por la que constan de dos partes bien diferenciadas: un primer grupo de cuatro
folios copiados a fines del siglo XII, y un segundo grupo de 9 folios de la segunda
mitad del siglo XIV, en los que se recogen
incluso algunas efemérides copiadas a comienzos
del siglo XV, las últimas
de las cuales están ya en portugués. Nuestro texto se encuentra en los folios del siglo XII. Del estadio de los Annales Conimbrigenses II entre 1168 y 1182, en el que se habían añadido ya algunos de los fragmentos históricos, como las efemérides sobre los mártires o la sección
relativa a las edades
del mundo, pero no las continuaciones hasta 1190,
parten los Annales
Lamecenses, que consisten en un radical
resumen de ese texto,
reorganizado cronológicamente. También
un resumen del
mismo, con continuaciones
hasta 1245, es lo que da lugar a los Annales Oliverienses.
Los Annales Conimbrigenses II presentan una vocación política
ya claramente portuguesa: eliminan la nómina
de reyes asturianos ofrecida por los Annales Conimbrigenses I,
incorporan alguna noticia
nueva al cuerpo
de éstos, como la de la toma de Viseo, y lo continúan con noticias ligadas
a la naciente monarquía
portuguesa, como la de la muerte de doña Mafalda,
a la que se llama «portugalensis regina», diversas noticias
sobre Alfonso Enríquez
o sobre el nacimiento del futuro Sancho I. La radical diferencia entre este texto y los
anteriores muestra el salto efectuado entre 1111 (o 1118 en el caso de los Annales
Laurbanenses) y 1168.
En este tiempo,
Alfonso Enríquez ha asumido el poder, y desde 1140 el título de rey. No parece
casual que la primera
noticia sobre el propio Alfonso Enríquez
corresponda justamente a la batalla de Ourique (1139), con la que los textos narrativos posteriores ligan el reconocimiento de Alfonso como rey, y que es presentada también como un momento
fundacional de la autonomía portuguesa. De hecho, al consignar
la noticia, los Annales Conimbrigenses II hablan ya de Alfonso como «Rege
Ildefonso Portugalensi», por lo que se trataría del primer texto que presenta
esta visión histórica. Por otro lado, estos anales se escribieron, continuaron y reutilizaron ya en el monasterio de Santa Cruz de Coimbra,
que se erigirá en el centro de la memoria histórica
y simbólica portuguesa a lo largo del siglo XII. Finalmente, el uso en estos anales de ciertos
textos históricos anteriores, como el fragmento
sobre las edades del mundo o sobre los mártires,
y más tarde de otras fuentes historiográficas en los anales
de Coimbra, sugiere que la biblioteca histórica de la catedral
de Santa María en Coimbra
se trasladó en algún momento al monasterio poco después de su fundación, y ello apunta a la voluntad de convertirlo en el centro de la producción histórica portuguesa en el primer siglo de su historia.
El tercer texto conimbrigense, y sin duda el más problemático, es el conocido
como Chronica Gothorum, que denominaré aquí Annales Lusitani (partiendo del nombre que Flórez dio a este texto: Chronicon
Lusitanum), y que fueron redactados también en Coimbra.
El primer título es particularmente inadecuado, no sólo porque
no define el género del texto, sino porque
éste nada tiene que ver con los godos. La consideración de esta pieza está lastrada
por diversos y graves problemas, algunos de los cuales carecen de respuesta
con los datos de que disponemos. Para empezar, los únicos testimonios conservados proceden
de las copias efectuadas por Brandão, una entre sus apuntes manuscritos y otra publicada
en la tercera
parte de su Monarchia Lusitana, muy posteriores entonces a la redacción
original de los anales. Otro testimonio, también tardío, del siglo XVII, coincide
en lo esencial con los mencionados, aunque presenta una redacción más concisa, lo que ha suscitado incertidumbres acerca
de cuál corresponda a la versión original. Luiz Gonzaga de Azevedo probó que esta versión más concisa es una fabricación erudita del siglo XVII, aunque ello no convierte automáticamente en auténtico
el texto más extenso,
que presenta expresiones más propias del siglo XVI que de los siglos XII o XIII (por ejemplo,
«Monarchiam Regni Portugallis»), y que refleja
además un intento de retocar
ciertos nombres, como sucede con el de Mafalda, a quien se llama en todo momento Matilda. Así pues, el texto publicado
por Brandão, aunque parece
responder en lo sustancial al texto medieval,
debe manejarse también
con cautela, a falta de un testimonio más antiguo, y como señaló ya David no permite descartar completamente la versión
breve, ya que ésta se efectuó
en el siglo XVII a partir de un testimonio distinto al usado por Brandão,
y contiene a veces variantes mejores. Como sea, no parece haber duda tampoco de que se trata de un texto medieval, pues sus informaciones son exactas
y ajenas a contenidos legendarios, y es probable que fuera usado, por ejemplo,
en la Estoria de España
(c. 1270) de Alfonso
X, como señaló Lindley
Cintra.
Los Annales Lusitani parten de los Annales Conimbrigenses I y II tanto en su estructura como en su contenido, aunque los amplían notablemente y presentan
un relato minucioso
y vivaz en varios momentos,
sobre todo para la época de Alfonso Enríquez, terminando en 1185, en lo que representa el núcleo más original del texto. Uno de los procedimientos para la ampliación de la base ofrecida
por los Conimbrigenses parece haber sido
la anotación
en los márgenes del texto de noticias tomadas de otras fuentes,
bien de fuentes historiográficas, o de otras cuyo origen
resulta de más difícil localización (documentación, otras anotaciones históricas de Coimbra que no se
han
conservado de forma exenta,
historia oral). Testimonio de tal proceso
de elaboración se diría que es un fragmento
copiado en los folios del siglo XIV del Livro da Noa que se abre también con la lista regia de Alfonso II y se interrumpe en 1079, y que figura ahí como la primera parte de unos anales
que desde ese año, es decir,
desde 1079 saltan
a 1227, continuándose hasta 1326, por lo que esta segunda
sección queda ya fuera de nuestro arco cronológico. El fragmento
inicial va de acuerdo con los Annales
Conimbrigenses I, aunque
con nuevas informaciones, de interés
ya propiamente portugués, interrumpiéndose en 1079. A pesar de su brevedad,
esta pieza viene a complicar
un poco
más
el puzzle de los Annales Lusitani, ya que ha dado lugar a interpretaciones un tanto confusas,
por lo que no parece inoportuno detenerse en ella un momento.
Este fragmento, al que llamaré
de forma puramente funcional Annales Lusitani
priores, fue estudiado y destacado por Pierre David,
considerándolo como el primer texto analístico portugués, producido poco después de 1079. Se trata, sin embargo, de una hipótesis
que debe revisarse, pues complica
innecesariamente el cuadro ofrecido por los textos
y va en contra de las evidencias que estos nos ofrecen.
Exigiría, en efecto, invertir arbitrariamente las relaciones y la evolución de los textos que se desprenden
de las variaciones entre ellos, así como aceptar una serie de anomalías bastante inverosímil. Según ello, por ejemplo, los Annales Conimbrigenses I habrían resumido,
sin que se sepa bien por qué, ese fragmento, continuándolo; y luego los Annales Lusitani, pese a basarse en él, coincidirían con la continuación de los Conimbrigenses I. Además,
siempre según esta idea, los Annales
Conimbrigenses II, que se basan en los Conimbrigenses I, habrían
usado también los Annales
Lusitani priores, aunque sólo para tomar unas pocas informaciones, sin que quede claro el porqué de la selección
o sus criterios. En suma, como revelan
los datos textuales, sobre los que incidiré
a continuación, el fragmento que llega hasta 1079 es sin duda posterior
a los Annales Conimbrigenses I, y contemporáneo de la elaboración de los Annales Lusitani, ya que parece ser copia fragmentaria de un borrador
de este texto.
Estas puntualizaciones afectan
a la dispositio en la edición de los primeros
anales portugueses hecha por David, que debe replantearse (por ejemplo, por lo que afecta a los diversos cortes cronológicos allí señalados), y también
a sus reflexiones sobre los comienzos de la analística portuguesa, efectuadas sobre el fragmento
de los Annales Lusitani priores, tanto por lo que hace a la procedencia de
esos supuestos anales primitivos (que situaba en el entorno
de Guimarães) como a las implicaciones ideológicas e historiográficas que creía adivinar en ellos.
Parece, en realidad, por lo que respecta al fragmento
que he denominado Annales Lusitani
priores, que se trata simplemente, como he adelantado, de un testimonio de los materiales preparatorios de los propios
Annales Lusitani, y
que por alguna razón (material
o de otro tipo) la copia en el Livro da Noa, que es ya del siglo XIV, se interrumpe en el año 1079. En efecto, que este texto descienda de un borrador
daría, por ejemplo, una razón para la deficiente ubicación en la copia del Livro da Noa de dos noticias
(toma de Aguilar y toma de Viseo), que seguramente figuraban en principio
en el margen, y que cuando se integraron en el cuerpo del texto,
se colocaron delante (y no detrás, como correspondería) de la noticia a la que acompañaban. Estas efemérides están, en cambio,
correctamente ubicadas en los Annales Lusitani. Otras variantes
nos ofrecen un indicio sobre el proceso de elaboración de los propios
Annales Lusitani, y también de las diversas decisiones y fases dentro del mismo. Mostrarían, así, que no todas las adiciones reflejadas en los primeros
pasaron al texto definitivo, como sucede, por ejemplo, con la mención de dos eclipses:
además del que ofrecían los Conimbrigenses I, datado en 1079, los Annales Lusitani
priores contienen otro de 1033, pero ambos han desaparecido en los Annales Lusitani, por lo que se
diría que el autor decidió eliminar finalmente este tipo de informaciones. Por otro lado, puesto que el autor manejó los Annales
Conimbrigenses I y II, parece que en un principio cubrió la laguna dejada en los segundos por la supresión
de los reyes de Asturias
(procedentes de la lista regia de Alfonso II) restituyendo tal fragmento a partir de los primeros. De ese estadio son testimonio los Annales
Lusitani priores. Sin embargo, el autor decidió posteriormente reemplazar esa lista regia por otra más amplia basada en los Chronica Albeldensia, que termina con una extensa noticia sobre las conquistas
de Alfonso III, lo que le permitió
además transformar la nómina primitiva
en un texto de estructura analística.
El análisis
de otras variantes resulta
más
complejo. Los Annales
Lusitani priores presentan
una efeméride sobre la historia musulmana
ubicada en el año 618 que delata el uso de la Chronica muzarabica de 754, como mostró
Jose Eduardo López Pereira,
pero esta entrada no
se recogió ya en los Annales
Lusitani. No sabemos,
entonces, si se trata de un añadido
propio de los Annales Lusitani priores o si deriva también de los materiales
preparatorios de los Annales Lusitani, que su autor desestimó
en la redacción definitiva (e incluso no puede descartarse la posibilidad de que se trate de un error en los testimonios conservados de estos anales, dadas su escasez y sus fechas tardías). Teniendo en cuenta la relación entre ambos textos, y también
que la adición
de los Annales Lusitani priores precisa del recurso
a una fuente latina (y éstas fueron manejadas
por el autor de los
Annales Lusitani), la primera opción me parece
la menos probable.
Una última divergencia, que se refiere a la noticia de la muerte de Menendus
Nuni, ausente en los Annales Lusitani, podría deberse
a un mero error de copia, producido por un salto de igual a igual.
Sea como fuere,
todo lo expuesto no sólo apunta nuevamente a que nos encontramos ante un derivado del borrador
de los Annales Lusitani, sino que significa también que es a este texto al que hay que atribuir
la labor de refundición, ampliación y continuación de los Annales Conimbrigenses I y II, es decir, que no existió otra recensión
larga de éstos. Al mismo tiempo, ello nos devuelve, a mi juicio, una imagen
más fiel de la tradición de los anales conimbrigenses, con un primer texto en 1111, una refundición y ampliación de éste de la segunda
mitad del siglo XII, de corte marcadamente portugués, y finalmente los Annales
Lusitani.
De aquí deriva también la necesidad de replantear la división de este último texto en dos partes que han efectuado sus editores modernos, a partir
de Pierre David: una primera
hasta 1122, y una segunda hasta su cierre
en 1185, centrada en los hechos de Alfonso Enríquez, y que ha recibido
incluso un título específico, el de Annales
Domni Alfonsi Portugallensium regis. Aunque tal división
pueda ser legítima
en cuanto a los contenidos y también en cuanto a los intereses
de los historiadores, no lo es en absoluto
si de lo que se trata es de contemplar e interpretar esta fuente como texto historiográfico, como materia de reflexión
sobre la historiografía portuguesa y sobre las concepciones históricas que se desprenden del texto,
pues nada autoriza
a segmentarlo, ya que presenta
una clara continuidad y obedece
a un mismo impulso. En efecto, uno de los rasgos
más notables de los Annales Lusitani reside en ofrecer un amplio contenido
narrativo para algunas de las entradas analísticas, y ésta es una característica que se da a lo largo de todo el texto, como en las informaciones sobre Alfonso III o sobre la batalla
de Sagrajas. Aparece,
pues, a lo largo de todo él una voluntad de escribir una obra que supere en cierta medida la forma de los anales,
en lo que da como resultado una obra de una acusada personalidad, a caballo
entre el género de los anales y el de las
crónicas. Y este proyecto
no puede desligarse de su contenido, que abarca los orígenes
de Portugal, rescatando las conquistas en el occidente peninsular de Alfonso
III, presentado aquí como una suerte
de antecedente de Alfonso Enríquez, que incide en la historia de Alfonso
VI, su abuelo, y que culmina con las hazañas del primer rey portugués, presentado como un auténtico
héroe, en un tono decididamente panegírico.
Otra de las cuestiones que merecen ser replanteadas es la de la datación
del texto. Su final en 1185, año de la muerte de Alfonso
Enríquez (aunque no se narra este hecho), sugiere a mi juicio no
tanto que se escribiera poco después de esa fecha,
sino que el texto quería
ser directamente una narración del surgimiento de Portugal y de las hazañas de su primer rey. Igualmente, la amplitud
de la obra, que supera
con mucho el laconismo general
de los anales, indica, como acabamos de ver, que se trata de un proyecto ligeramente distinto, más cercano ya a otros textos narrativos, todo lo cual, en efecto, invita a situar esta pieza ya en el siglo XIII. A ello apuntan también algunos episodios de los Annales Lusitani, como el de la investidura de Alfonso Enríquez,
cuya formulación, según apuntó ya Bonifacio
Palacios Martín, exige una datación
posterior a la época del primer rey portugués. De ser así, el texto podría ser interpretado como una idealización, quizá un tanto nostálgica, de la época de Alfonso Enríquez, cuyas hazañas vendrían a construir
un auténtico speculum principis, modelado
sobre pasajes bíblicos; y es posible que justamente por ello se enmarque
en un cierto contexto
de crisis, en el que estos anales estarían
destinados también a asentar
y fortalecer una identidad
política. Teniendo en cuenta que este texto no refleja ninguna influencia de las leyendas heroicas en torno a Alfonso Enríquez quizá no deba retrasarse excesivamente tampoco su datación, que podría colocarse
en la época de Sancho II (1223-1247). Como sea, este texto se corresponde con los intentos
de superación de la tradición
analística que se producen
algunos años antes en Castilla
(con la Chronica
Naierensis, hacia 1190) y en Cataluña
(con los Gesta comitum
Barcinonensium, hacia 1180), en un movimiento general
de renovación de las representaciones del pasado al hilo de los desarrollos y cambios
políticos.
4. Conclusiones
La opción por el estudio
de dos géneros historiográficos en una perspectiva de larga duración
conlleva una selección
de los materiales guiada por un principio
formal, y no tanto por un contexto
o por unos contenidos, pero a cambio
permite entrever la operatividad de tales géneros,
contribuyendo a su definición, y permite hacerlo
sobre un fondo temporal suficientemente significativo, tanto por lo que se refiere a su propia historia,
como a la dialéctica entre forma y materia. Si es cierto, como escribió Peter Szondi, que «la historia
del arte no viene determinada por las ideas, sino por la generación de las formas»,
la exploración de éstas ha de tener un lugar destacado en el análisis
del discurso historiográfico. Al margen de su brevedad, listas regias y anales son géneros con implicaciones muy diversas, casi enfrentadas, por lo que su valoración conjunta (a la que deben sumarse las genealogías) posibilita
también un balance equilibrado de este periodo,
al menos en cuanto a la historiografía política.
Es más, tales contrastes, en lugar de oscurecer sus características propias,
contribuyen a precisarlas, y a aislar sus usos y contextos. Listas regias y anales tienen además estatutos textuales
diversos: mientras
que las primeras muestran una gran estabilidad e identidad, con una realización que admite sólo un elenco reducido de variaciones, y que se modifica sobre todo merced
a su diseño
(inclusión o no de los reyes visigodos, por ejemplo) o su actualización, el género de los anales es mucho más proteico, y presenta
también una mayor variedad
textual, que es consecuencia asimismo obviamente de un cultivo más extendido y diversificado. Ambos géneros nacen también
en épocas y entornos
distintos, que no son ajenos a su historia misma: si las listas regias emergen del poder regio, acompañando a su proyección jurídica, los anales surgen en la frontera, allí donde la autoridad
regia se diluye y da paso a nuevas comunidades y formas de poder. Todo ello muestra,
en definitiva, la importancia de los géneros historiográficos, que es preciso valorar también para alcanzar una imagen
completa de este discurso.
No es fácil compendiar todos los detalles
explorados a lo largo de estas páginas en unas conclusiones, que habrán de ser además provisionales hasta el examen del género que ha debido quedar
aquí al margen, el de las genealogías. Por ello, me limitaré a continuación a plantear unas reflexiones sobre la distribución de los géneros
y su cronología, tratando de enlazar su desarrollo con la dialéctica que trazan respecto
de la forma historiográfica más amplia y de mayor trascendencia en las representaciones políticas, la de las crónicas generales.
No parece así casual que las listas regias hayan tenido continuación justamente en Oviedo
y León, sucesivas sedes de la realeza surgida
después de la invasión musulmana
y que se propuso desde muy pronto como sustituta
(en época de Alfonso II) o como sucesora (a partir de Alfonso III) de los reyes visigodos
de Toledo. Este género,
como el de las historias isidorianas (del tipo de la Historia Gothorum), del que deriva la Chronica wisegothorum, o como el de los Chronica Albeldensia, emparentado con la historia
universal, estaba estrechamente ligado a la autoridad regia,
pues se compone
de la sucesión de los reyes, que son su materia fundamental, y se mantuvo
allí donde se reconstruyó este tipo de poder. En este sentido,
el texto de los Chronica Albeldensia supone una elaboración sobre el modelo
de las listas regias, ya que puede decirse
que éstas constituyen su armazón para las secciones centradas en la historia romana,
visigoda y asturiana. Tal uso documenta entonces la convivencia de listas regias e historias
generales, pero también
los límites de las primeras,
en el sentido de que fue preciso darles un mayor desarrollo, ocupando a partir
de Alfonso III un lugar subsidiario. Como sea, el cultivo de estas nóminas
sobrevivió hasta la primera
mitad del siglo X, pero decae a partir de ese momento, aunque no dejen de encontrarse ejemplares e influencias más tarde, e incluso
en momentos muy posteriores. Será en cambio la línea que continúa una tradición como la de la Historia Gothorum la que se mantenga, con continuaciones de la misma, que quedan por lo común insertas
dentro de misceláneas de contenido
universal. Tales
misceláneas, junto a los Chronica Albeldensia, representan la matriz de las crónicas
generales, que empiezan
a cuajar a comienzos del siglo XII, con Pelayo
de Oviedo y con una obra como la Historia Silense. Al igual
que las listas regias, este tipo de crónicas y misceláneas va asociado
a la realeza, y su origen se sitúa en las tradiciones y textos del reino astur-leonés, donde adquirieron un primer desarrollo.
Tales crónicas
constituyen más tarde la espina dorsal de la historiografía peninsular, y serán cultivadas en los diversos territorios a medida que éstos vayan adquiriendo el rango de reinos, con un inevitable desfase temporal en el que se fue operando la sustitución de unas formas y unas concepciones por otras. Al mismo tiempo,
en la adopción del formato de las crónicas generales en los diferentes dominios pesaron también modelos distintos, que obedecen sobre todo a la cronología de estas iniciativas y a la disponibilidad entonces de los textos.
Así, en el caso de Castilla, el primer
territorio donde se da este movimiento, el autor de la Chronica Naierensis dispuso de casi toda la historiografía previa, aunque en ella los textos se organizan todavía con un alto grado misceláneo, lo que obligó a su autor a buscar una mayor coherencia, no siempre conseguida, pero en lo que reside
también una de las grandes aportaciones de este texto. A su vez, sus resultados fueron aprovechados (y en buena medida contestados) en la primera gran síntesis historiográfica del siglo XIII, la realizada por Lucas de Tuy, que marca el comienzo de la revolución historiográfica de este siglo, en un momento
en que se produjo un verdadero punto de inflexión en este campo. En el caso de la Corona de Aragón,
la incorporación de este registro
siguió el modelo de la Historia Gothica de don Rodrigo, vertida al romance ya en Aragón en 1253, y que sería la base de diversos
proyectos de crónicas
generales. No debe extrañar que tal constituya el punto de partida en Cataluña, puesto que sencillamente era el mejor de los posibles
cuando empiezan a gestarse estas iniciativas,
en torno a 1270. Por último, la adopción
de este registro en Portugal, que es posterior
ya a la Estoria de España, se sirvió así de esta nueva y más amplia síntesis.
La pervivencia de la forma de las crónicas
generales, ligada
a la importancia simbólica del
pasado visigodo (bien para sustentar la ruptura
con el mismo, bien para plantear
una continuidad), es uno de los rasgos más característicos de la historiografía peninsular, que contrasta en este sentido
con la sustitución de los géneros
tardoantiguos que se produjo
en otros dominios
europeos. Puede decirse, a este propósito, que el corte que supuso
la invasión musulmana
suscitó un movimiento retrospectivo que trataba
de enfrentar el presente
con el pasado visigodo, lo que en definitiva dio lugar a una fuerte relevancia de este último,
mientras que en otras tradiciones se producía un alejamiento de la historia de los pueblos
bárbaros. Además, la invocación de la herencia
goda se convirtió en un recurso para reclamar
una titularidad única
del poder sobre Hispania,
lo que afectaba claramente a la emergencia de diversos
centros políticos. Y es por ello que este movimiento retrospectivo, que dio sus
frutos primeros
en la corte de Alfonso III, dejó una huella
indeleble en la tradición historiográfica peninsular, y por lo que cuando
otros territorios adquirieron la condición
de reinos acabaron
también por enfrentarse a este modelo,
reformulándolo y tratando
de acomodarlo a la diversidad de poderes que ellos mismos representaban. Así, la expansión
de las crónicas
generales, que respondía
a la necesidad de representar y fundamentar el poder regio dentro de la Península
Ibérica, se convirtió en uno de los modelos fundamentales de la historia política y se generalizó a todos los dominios, desplazando a otras formas historiográficas, sobre todo a los anales,
que habían ocupado en un primer momento un lugar mucho más representativo.
En efecto, los anales se habían desarrollado en principio
al margen de la realeza,
como un intento de ofrecer un discurso histórico, por mínimo que fuera, ligado con dominios
que desarrollaron una cierta
independencia frente a tal poder. Sobresale, en primer lugar, en este sentido, el caso de Castilla, donde se gestó por vez primera
un texto analístico a comienzos
del siglo X, que a pesar de su brevedad muestra una originalidad sorprendente, e incluso
fascinante. Los anales transmiten una imagen diferencial de Castilla frente
al poder leonés, y una
clara conciencia del
valor de las representaciones historiográficas en la
elección de este formato. Algo parecido puede
afirmarse a propósito de Cataluña,
donde los anales
fueron también el único género
historiográfico hasta fines del siglo XII. La pobreza de esta historiografía, de la que
se ha hablado en ocasiones, tiene que ver
entonces con la definición de su ámbito, que queda al margen de la realeza,
y que en buena medida se diría enfrentada con ella. De hecho,
es posible que los anales catalanes, cuyos primeros textos parece difícil
retrotraer más allá de comienzos
del siglo XI, surgieran
entonces después del saqueo de Barcelona por parte de Almanzor
en 985, y después
de la negativa a prestar
homenaje a los reyes de Francia,
con lo que se venía a consolidar la identidad
de estos territorios. De la misma forma, el nacimiento de los anales
en Aragón y en Portugal
es paralelo a la conformación de estos reinos,
y en estos casos tanto la novedad
de los mismos
como el hecho de haber mantenido
una dialéctica de tensión y de negociación con un dominio más consolidado parecen haber favorecido la opción por este registro. De tal manera que si las listas regias o las crónicas
enfatizan la continuidad en el poder y la continuidad del poder mismo,
los anales permitían
aquí dar una representación adecuada a estos nuevos dominios.
En todo caso, no
se trata tampoco de formas inflexibles, renuentes
a unos menos paradigmáticos, aunque estos obedecen
por lo general a ciertos
contextos. Un buen ejemplo, en este sentido,
lo ofrecen los anales portugueses, en los que se aprovechó la lista de los reyes
de Asturias de época de Alfonso II para abrir una breve serie de efemérides analísticas. El uso de esta pieza en esos primeros anales se relaciona
con el hecho de que éstos no persigan aún una representación diferencial, enfrentada al poder leonés, y en tales contextos
pudieron producirse este tipo de hibridaciones. Por lo demás, no dejan de resultar significativas las variaciones que se producen
en la serie de los anales portugueses a este respecto. Así, mientras
que los Annales Conimbrigenses II suprimen tal nómina, los Annales Lusitani, que intentan ya superar
la forma de los propios anales en busca de una imagen historiográfica más apta para la naciente
realeza portuguesa, recuperan
la lista de Alfonso II y finalmente la renuevan con el recurso
a los Chronica Albeldensia. Por otro lado, la serie de los anales barceloneses muestra
también una combinación de listas regias y efemérides analísticas, que en este caso pudo venir propiciada tanto por la fecha tardía en que se produce,
como por el valor instrumental, ligado a la cronología, que ambos tipos de anotaciones tenían para el contexto en que nace esta tradición, así como, finalmente, la escasa significación política
en Cataluña ya en la segunda mitad
del siglo XII de las listas regias francas.
En
suma, la comparación entre las diversas
tradiciones y textos
permite entender de forma un poco más cabal lo que en principio pudieran parecer
rarezas aisladas. El caso más
especial, a mi juicio, se sitúa en Navarra, donde se cultivó un género que apenas tuvo desarrollo en otros dominios,
el de las genealogías, sin que aún estén muy claras las razones
de esta opción,
que quizá deba entenderse como el producto
de un dominio
regio que no tuvo interés en fabricar
un entronque con la realeza visigoda.
Una respuesta a esta cuestión,
en todo caso, exige un tratamiento detenido de tales genealogías, que aquí no ha podido llevarse a cabo. Como sea, se observa
a partir del itinerario trazado en estas páginas
una evolución que muestra el pleno desarrollo de los anales en el siglo XII, y en ese momento también los primeros intentos de superación de los mismos allí donde fueron cultivados. Con más o menos tanteos, entre los que debe contarse, por ejemplo, el proyecto de los Gesta comitum Barcinonensium o de los propios Annales Lusitani, la fórmula que triunfa en este sentido es la de las
crónicas generales, como he señalado, que convive a partir del siglo XIII con otras crónicas más ligadas al presente, que dan cuenta del reinado o de los reinados más recientes. Así, si los anales
de los siglos X al XII significaron un intento
de dotar de una identidad a un territorio o a una comunidad, y si la adopción
de este género
implicó en buena medida una
reacción frente a otros
discursos, más ligados al poder regio, la expansión
de las crónicas generales respondería a un proyecto análogo, desde la perspectiva ahora de los diversos
reinos, puesto que de lo que
se
trataba entonces
era de ofrecer o elaborar
una validación histórica para ellos. En todos los casos, para concluir,
la forma historiográfica misma conllevaba unas implicaciones cuyo contenido
resulta a menudo difícil de apreciar o de reconstruir, pero que no es por ello menos decisivo.
Dr. Francisco Bautista
Departamento de Literatura Española
Universidad de Salamanca Salamanca
(España)
NOTA BIBLIOGRÁFICA
Como punto de partida, puede citarse el excelente panorama general de la historiografía peninsular en los siglos XI-XIII debido a J. GIL, «La historiografía», en Historia
de España Menéndez Pidal, ed. José María Jover Zamora, XI: La cultura del románico: siglos XI al XIII, ed. Francisco
López Estrada, Madrid: Espasa-Calpe, 1995, pp. 2-112. Aquí puede encontrarse una ajustada y sugerente
caracterización de los textos de este periodo,
con unas breves páginas centradas directamente en los anales (pp. 72-74).
Por otro lado, el libro de M. HUETE FUDIO, La historiografía latina medieval en la Península
Ibérica (siglos VIII-XII): fuentes y bibliografía, Madrid: Universidad Autónoma de Madrid, 1997, aporta un completo panorama bibliográfico hasta su fecha de
publicación.
Las listas regias visigodas fueron editadas por T. MOMMSEN (ed.), Chronica Minora: saec. IV.V.VI.VI, vol. III, Berolini: apud Weidmannos, 1898 (Monumenta Germaniae Historica: Auctores Antiquissimi, 13), pp. 461-469; y por K. ZEUMER (ed.), Leges nationum germanicarum, I: Leges visigothorum, Hannoverae & Lipsiae:
Impensis Bibliopolii Hahniani, 1902 (Monumenta Germaniae Historica: Legum, 1; Legum Nationum Germanicarum, 1), pp. 457-461.
Véase también L. A. GARCÍA MORENO, «Sobre un nuevo ejemplar
del Laterculus regum visigothorum», Analecta Sacra Tarraconensia, 47 (1975),
5-14, donde se estudia y edita la lista del ms. Esc. Z-II-2,
no colacionada por los anteriores editores; se encuentra
edición reciente de este último testimonio en J. ALTURO et al. (eds.), Liber iudicum popularis: ordenat pel jutge Bonsom de Barcelona, 2 vols., Barcelona: Departament de Justícia
i Interior, 2003, donde se transcribe el códice escurialense. En esta misma publicación hay una breve nota de Anscari
M. Mundó
sobre las listas regias visigodas y francas.
La lista regia de Alfonso
II, con un estudio de la misma, puede leerse en P. DAVID, Études historiques sur la Galice et le Portugal
du VIe au XIIe siècle, Lisboa: Portugália; París: Les Belles Lettres, 1947, pp. 291-292 & 303. La del ms. legionense fue editada íntegramente por J. TAILHAN, Anonyme de Cordoue: Chronique rimée des derniers rois de Tolède et de la conquête de l’Espagne par les arabes éditée et annotée, París: Ernst Leroux, 1885, pp. 197-198, y por MOMMSEN, Chronica minora, III, pág. 469, aunque
aquí sólo por lo que afecta a la continuación propia de este testimonio. La del códice rotense se encuentra
en M. GÓMEZ-MORENO, «Las primeras crónicas de la Reconquista: el ciclo de Alfonso III», Boletín
de la Real Academia
de la Historia, 100 (1932), 628, la de los mss. escurialense y albeldense en J. GIL (ed.), Crónicas asturianas, Oviedo: Universidad, 1985, pp. 172-173, y la del Chonicon Compostellanum, en E. FALQUE, Habis 14 (1983), 73-84.
Para los Chronica Albeldensia, cuyas secciones visigoda y asturiana
refunden y amplían
sendas listas regias, véase J. GIL (ed.), Crónicas asturianas, Oviedo: Universidad, 1985, pp. 43-188, y del mismo autor, sobre las tradiciones proféticas,
«Judíos y cristianos en la Hispania del siglo VII», Hispania
Sacra 30 (1977), 9-110; y «Judíos y cristianos en Hispania (siglos VIII-IX)», Hispania
Sacra 31 (1978-1979), 9-88.
La hipótesis
de Abilio Barbero y Marcelo Vigil sobre el origen de la relación
de los reyes visigodos
incluida en los Chronica
Albeldensia se
encuentra en su libro La formación
del feudalismo en la Península
Ibérica, Barcelona: Crítica, 1978, pp. 240-245.
Sobre la historiografía asturiana primitiva, son esenciales también los trabajos de C. SÁNCHEZ-ALBORNOZ, Investigaciones sobre historiografía hispana medieval (siglos VIII al XII), Buenos Aires:
Instituto de Historia
de España, 1967, y de G. MARTIN, «La chute du royaume wisigothique d’Espagne dans l’historiographie
chrétienne des VIIIe et IXe siècles», Cahiers de Linguistique Hispanique Médiéval 9 (1984), 207-233
(recogido en sus Histoires de l’Espagne médiévale: historiographie, geste,
romancero, París:
SEMH, Université de Paris-XIII,
1997, pp. 11-42).
La mayor parte
de los anales
castellanos fue editada
por F. DE BERGANZA, Antigüedades de España, 2 vols., Madrid: Francisco del Hierro, 1719-1721, y H. FLÓREZ, España Sagrada: theatro geográphico-histórico de la Iglesia de España, vol. 23, Madrid: Oficina de la Viuda é hijo de Martín, 1767, y un estudio
general, aún básico, ofreció M. GÓMEZ-MORENO, «Anales castellanos», en Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia en la recepción
de Manuel Gómez-Moreno Martínez el día 27 de mayo de 1917, Madrid: Real Academia de la Historia,
1917, pp. 3-30. Para los textos más antiguos, es imprescindible ahora la edición de J. C. MARTÍN, «Los Annales Castellani Antiquiores y Annales Castellani Recentiores: edición
y traducción anotada»,
Territorio, Sociedad
y Poder 4 (2009) [en
prensa], así como su estudio «Los comienzos
de las letras latinas en Castilla y León: de los Anales
Castellanos Primeros a los Segundos», en Modelos
latinos en la Castilla
medieval, ed. Mónica Castillo
Lluch & Marta López Izquierdo, Frankfurt & Madrid: Iberoamericana [en prensa]. Los Annales
Burgenses y los Anales de Cardeña han sido recientemente editados de nuevo por G. MARTÍNEZ DÍEZ, «Tres anales burgaleses medievales», Boletín de la Institución Fernán González, 83 (2004), 227-263. Los Annales Compostellani pueden leerse en la transcripción de J. M. FERNÁNDEZ CATÓN, El llamado «Tumbo colorado» y otros códices de la Iglesia compostelana: ensayo de reconstrucción, León: Centro de Estudios
e Investigación San Isidoro,
1990, pp. 251-258,
y para los anales toledanos, puede verse J. PORRES MARTÍN-CLETO, Los Anales Toledanos I y II, Toledo: Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios
Toledanos & Diputación
Provincial, 1993.
Para los Annales Naierenses, remito a mi trabajo Los anales en la España medieval: la analística castellana (siglos X-XII), Papers of the Medieval Hispanic Research Seminal
[en prensa].
Los breves anales del Libro de horas de Fernando I pueden leerse en M. C. DÍAZ Y DÍAZ et al. (eds.), Libro de horas de Fernando I de León, 2 vols., Santiago de Compostela:
Consellería de Educación e Ordenación Universitaria, Xunta de
Galicia, 1995, vol. II, p. 183.
Para los Annales Pampilonenses, véase J. M. LACARRA, «Textos navarros del Códice de Roda», Estudios
de Edad Media de la Corona de Aragón 1 (1945), 254-256; y para los Anales navarros, A. UBIETO ARTETA (ed.), Corónicas navarras, Valencia: Anubar, 1960 (Textos Medievales,
14).
La tradición analística aragonesa no ha merecido estudios particulares. El único texto exento conservado, el de los Anales aragoneses, fue editado
por A. C. FLORIANO, «Fragmento de unos viejos anales (1089-1196)», Boletín de la Real Academia de la Historia 94 (1929), 133-162.
Los anales catalanes
han sido estudiados de forma global
por M. COLL I ALENTORN, «La historiografia de Catalunya
en el període primitiu», Estudis Romànics
3 (1951-1952), 139-196
(recogido, junto a otros importantes trabajos de este autor, en el primer volumen de sus obras completas, Historiografia, Barcelona: Curial, 1991, pp. 11-62).
La mejor edición
de los Annales Rivipullenses I es la de A. WILMART, «La composition de la petite Chronique
de Marseille jusqu’àu
début du XIIIe siècle», Revue Bénédictine 45 (1933), 142-159; los Annales Rivipullenses II están publicados en J. VILLANUEVA, Viage literario a las iglesias de España, vol. 5, Madrid: Imprenta Real, 1806, pp. 241-249. Edita los Annales Urgellenses, R. D’ABADAL I DE VINYALS, Catalunya Carolíngia, III: Els comtats de Pallars i Ribagorza, vol. 1, Barcelona: Institut d’Estudis Catalans, 1955, pág. 26; y los Annales Rotenses, J. VILLANUEVA, Viage literario, vol. 15, pp. 332-335.
De los primeros
textos de la tradición de los anales barceloneses hay varias ediciones. El texto del ms. Skokloster fue ofrecido por G. H. PERTZ con el título de Annales Barcinonenses, en Monumenta Germaniae Historica: Scriptores, vol. 19, pág. 501; volvió a publicarlo, aparentemente sin conocimiento de la anterior
edición, M. COLL I ALENTORN, «El cronicó de Skokloster», en Miscel·lània històrica catalana. Homenatge al pare Jaume Finestres historiador de Poblet († 1769), Poblet: Abadia de Poblet, 1970, pp. 137-146.
Las anotaciones del ms.
de Sant Cugat fueron
editadas y estudiadas por
este mismo autor, «El cronicó
de Sant Cugat», Analecta
Montserratensia 9 (1962), 245-259
(ambos trabajos están
recogidos en COLL I ALENTORN, Historiografia, pp. 65-92). Los Annales Majoricenses pueden leerse en el Memorial
Histórico Español, 2, pp. 425-435 (con el título de Cronicón mallorquín); y los Anals de Barcelona
de 1291, en la edición
de S. RIERA VIADER, Acta Mediaevalia 22 (1999-2001), 257-262. Por último, los Annales Detusenses se
encuentran en J. VILLANUEVA, Viage literario, vol. 5, pp. 236-240. De todas estas piezas, y de varias otras que permanecen inéditas, esperamos con expectación
la nueva edición de Stefano
M. Cingolani.
La tradición de los anales portugueses fue estudiada (y parcialmente editada) por P. DAVID, Études historiques sur la Galice et le Portugal du VIe au XIIe siècle, 1947, pp. 257-340.
La mayor parte de los textos puede leerse también en las ediciones, a menudo complementarias, de H. FLÓREZ, España Sagrada, vol. 23, y de HERCULANO y J. S. LEAL, Portugaliae Monumenta Historica a saeculo octavo post Christum
usque ad quint um decimum, I: Scriptores, Lisboa:
Academia das Ciências, 1856. Con todo, se echa en falta una nueva edición exhaustiva y actualizada, con criterios modernos,
de los textos historiográficos portugueses primitivos.
Para las perspectivas generales de este estudio,
tengo en cuenta en especial los trabajos de D. CATALÁN, «España en su historiografía: de objeto a sujeto de la historia», introducción a la obra
de Ramón Menéndez
Pidal, Los españoles en su
historia, Madrid: Espasa-Calpe, 1982, pp. 9-67; y P. LINEHAN, History and the Historians of Medieval
Spain, Oxford: Clarendon Press,
1993.
[1] Una versión convenientemente anotada de estas páginas,
ampliada en diversos lugares, abarcando
también las genealogías, y a la que se añade una nueva edición
de los Anales toledanos
I y II, se publicará
en breve en formato impreso.
Con todo, para paliar, siquiera mínimamente,
la carencia de un apropiado
aparato de referencias, he redactado
una
nota bibliográfica final donde se indican las principales ediciones de los textos aquí tratados, y también los datos de algunos de los estudios que cito. Agradezco a Isabel de Barros Dias su lectura y sus comentarios a propósito de la sección
dedicada a los anales
portugueses.
[2] El nombre de cronicón
me parece válido
para denominar textos breves,
generalmente con algo de contenido narrativo, que no se ciñen
plenamente a ninguno
de los géneros que aquí trato; pienso, por ejemplo,
en textos como el Chronicon Compostellanum, del que hablaré
adelante, o el Chronicon Iriense.
[3] Existe otra lista regia de los
reyes vándalos, compuesta probablemente en el Norte de África
en la primera mitad del siglo VI, que se conserva
junto a la crónica de Próspero
de Aquitania en cinco testimonios, dos de los cuales (que contienen
una versión similar,
más breve) corresponden a importantes misceláneas históricas peninsulares, aunque esta pieza tuvo una relevancia incomparablemente menor a la de la lista regia visigoda.
Sólo parece haberse
aprovechado en el Liber Itacii, que hace uso también
la lista visigoda,
y que fue compuesto a comienzos del siglo XII en Oviedo,
probablemente por el obispo
Pelayo.
[4] Lo más interesante de esta lista es su misma presencia en el códice de Roda y la inclusión de los párrafos que Gil ha destacado (ya recogido el de la extinción de los godos por García Villada),
sobre los que comentaré
adelante aún algo más. En cuanto a la propia
lista, presenta numerosos
errores (omisión de Teudis, Recaredo
II, Suíntila y Sisenando) y ofrece para Vitiza y Rodrigo una cronología derivada
de las crónicas de Alfonso
III (10 y 3 años, respectivamente). No recoge,
pues, variantes antiguas. La lista debió de pasar de Nájera (donde se copió el códice de Roda) a Albelda, ya que ambos centros compartieron otros materiales historiográficos.
[5] Por otro lado, no parece
casual que la fecha del Testamentum guarde una cierta relación
con la de la invasión musulmana, ya que se coloca cien años después,
lo que invita a preguntarse si no hay una conexión entre
la donación de Alfonso II y este hecho.
[6] Sin duda,
los mss. emilianense y albeldense se sirvieron independientemente de un modelo común basado a su vez en la lista del códice rotense, con cuyas innovaciones y defectos concuerda. Esto coincide, por otra parte, con lo que sabemos de ambos manuscritos, ya que ninguno es copia directa del otro. En cualquier
caso, y por las razones
vistas, los testimonios albeldense y emilianense tienen a nuestro propósito
sólo un interés secundario. Por lo demás, no quiero dejar de señalar que esta filiación, junto con otros datos, indica que el códice rotense es anterior
a los otros dos, y por tanto más temprano de lo que suele considerarse, lo que no carece de importancia para interpretar los textos que contiene.
[7] La contradicción entre la datación
del suceso por la era (828) y por el año del reinado
de Ludovico (827) ha sido resuelta
por Mundó en favor de esta segunda
fecha.
[8] Aunque en León se redactaron también
los Annales Legionenses, éste es un texto que parte de la tradición castellana, dentro
de la que debe encuadrarse, y que tampoco fue objeto de continuaciones.
[9] La entrada
sobre la batalla
de Camlan presenta un error en los testimonios del Fuero general («fizo la bataylla
Artuyss con Modret equibleno»), que puede corregirse no sólo atendiendo a la fuente sino también al uso que de estos anales se hizo en los Anales toledanos
I («con Mordret su sobrino en Camblenc»). Es el testimonio más antiguo
(al margen de la onomástica) relacionado con la literatura artúrica en la Península
Ibérica.
[10] Hay un tercer texto, más tardío, de 1306, que se sirve también
de fuentes historiográficas (como los Gesta comitum
Barcinonensium) y analísticas (una serie
relacionada con los Annales Dertusenses), por lo que su uso resulta delicado
en la consideración de la tradición ripollesa primitiva. Del texto,
que no ha sido publicado
íntegramente, anuncia edición
Stefano M. Cingolani.
[11] Los Annales
Rivipullenses I no recogen
esta efeméride, aunque
ello podría haber estado
provocado por el criterio de quien recogió esa selección.
Que figuraba en su modelo lo prueba, me parece, el que la forma de esta noticia en los Rotenses
esté más cerca de los Annales
Rivipullenses II que
de los Urgellenses, de modo que el autor la habría tomado
no de los segundos sino de la tradición ripollesa.