DAVID CARMONA CENTENO
ELVIRA MIGLIARIO, Retorica e Storia. Una lettura delle Suasoriae di Seneca Padre, Bari: Quaderni di “Invigilata Lucernis” Collana del Dipartimento di Studi Classici
e Cristiani dell’Università degli Studi di Bari diretta da Luigi Piacente, 2007, 188 pp. (ISBN 978-88-7228-465-X)
COMO se deduce
del título del libro, la autora pretende,
a través de una
relectura de las Suasoriae
de Séneca Padre, mostrar
las relaciones existentes entre lo que ocurre en las décadas
posteriores a la
batalla de Accio dentro de las aulas de declamación y la realidad
socio-cultural y
política que se desarrolla fuera de ellas.[1] Para ello, lleva a un examen muy riguroso los temas que gozaban
de mayor prestigio
dentro de la actividad
declamatoria, como, por ejemplo,
la figura de Alejandro
como rey, examinando las posibles conexiones con argumentos de gran relieve en la reflexión
política y en el debate cultural,
como puede ser el comportamiento del soberano ante su pueblo.
Y es que el gran mérito de este trabajo
reside en que se demuestra de forma palpable,
a través de la exposición de ejemplos
concretos, la importancia que el fenómeno
de las aulas de declamación había alcanzado en la vida pública romana a partir de las últimas décadas del
I a.C.,
a raíz del declive de la elocuencia forense.
El libro se divide en cinco capítulos: los dos primeros, muy útiles, están destinados a definir el
marco cultural, político y teórico en
el que se encuadran las escuelas
de retórica y las declamaciones deliberativas. En el primero,
“Seneca Padre e le scuole di Retorica a Roma (ca. 35 a.C. – 35 d.C.)”, Migliario hace un pequeño
repaso a los pocos datos disponibles sobre la vida de Séneca Padre y se centra, acertadamente, en mostrar la importancia que, tras la pacificación de Augusto,
tuvo la aristocracia “terrateniente” de Hispania
y, sobre todo, de la capital
de la Bética, Corduba (a la que pertenecía el propio Séneca), en la
vida política y cultural
de Roma. En este sentido, la autora se muestra
crítica con aquellos que, inducidos por la sobrevaloración de la estatura
intelectual o el talento
oratorio que hace el propio Séneca de sus paisanos,
ven un sentimiento de “ibericidad” cercano a los nacionalismos modernos, algo muy alejado
de las convicciones identitarias de gran parte de las élites provinciales, cuyas aspiraciones, más bien, eran profundamente “romanas”. Para ello, era indispensable frecuentar
las
escuelas de retórica.
Con respecto al fenómeno sociocultural
de las escuelas de declamación, la investigadora destaca la importancia de las escuelas
de retórica como centros
de preparación educativa para el ejercicio
de la elocuencia con el que lograr notoriedad y ventajas
sociales a pesar del
ocaso de la actividad política y forense. Es evidente la conexión entre la crisis del ars dicendi y el fin de la libertad republicana: la llegada del Principado había iniciado entre la clase dirigente la tendencia a retirarse
de una vida pública que podía ser frustrante y peligrosa, de modo que cobraron
auge otras formas de ejercicio
de la elocuencia, hasta ese momento consideradas marginales, como el patrocinio en causas judiciales menores y la declamación separada de la actividad
forense, practicada de forma privada en las escuelas. Como muestra Migliario, a pesar de que Séneca tiene una concepción pesimista del declive del ars dicendi
como uno de los efectos del ocaso global de la moral individual y social,
sin embargo, confía
en la posibilidad de un renacimiento de la elocuencia que pasa precisamente por una enseñanza escolar adecuada y una práctica de la retórica
con la impronta de los grandes
modelos del
pasado y del presente.
Es por eso que uno de los aspectos más interesantes (y hasta ahora menos considerados) sea precisamente el arco temporal de las piezas retóricas
reunidas por Séneca, una yuxtaposición de materiales declamatorios reelaborados por rétores de diversa
procedencia en contextos histórico-cronológicos a menudo lejanos.
La selección de Séneca
testimonia cómo, en el desarrollo de temas diversos,
los declamadores podían estar influenciados y condicionados por su historia
personal o generacional. O, más simplemente, cómo el tratamiento de los variados
argumentos se resiente
de la orientación político- ideológica o de las tendencias socioculturales presentes en la sociedad contemporánea. En este sentido,
a partir de estudios recientes (Edwards, Gleason, Bloomer, etc.), Migliario deja clara la importancia de las declamaciones para el estudio
de la historia cultural y la mentalidad de la época.
En la Roma del s. I d. C. las escuelas de retórica
constituían un fenómeno
de masas y aparecían como sedes privilegiadas de información y de debate sobre la actualidad política, los sucesos, los cambios de la moral, las tendencias culturales, espacios de elaboración y consolidación de las orientaciones de la opinión
pública. Por ello, las ejercitaciones retóricas funcionaban como principal vehículo de transmisión de códigos
de comportamiento apropiados para la élite romana, pero, al mismo tiempo, también como medio
a través del cual aquellos mismos códigos culturales eran
puestos en entredicho.
Una vez expuesta la importancia de las escuelas en época de Séneca, la autora se ocupa de los protagonistas y divide oportunamente a los declamadores en dos grandes grupos, en lugar de los tres de H. Bornecque: por un lado, los nacidos entre el 50-45 a. C. y aún activos en plena edad augustea, que
habían asistido a la última fase de las guerras
civiles; por
otro, los que, nacidos en los años del cambio de siglo, se habían formado
durante el régimen augusteo y no tenían experiencia alguna directa con la República. Sólo le interesan los que son citados
en las Suasoriae, de los que ofrece,
a pesar de los escasos datos disponibles, un tratamiento exhaustivo diferenciando entre los latinos, griegos y venidos
de otras provincias. Migliario destaca la notable disparidad de edad, de proveniencia y de estatus social de los rétores
citados por
Séneca y llama la atención sobre
aquéllos del período tardoaugusteo
y tiberiano, la mayoría
amateur debido a su participación en la vida pública, o bien a su dedicación a actividades intelectuales diversas (filosofía, poesía, etc.). Algo que en los treinta años precedentes (35-5 a. C.) no había sucedido,
ya que, además de predominar los rétores y los maestros latinos, éstos eran casi todos profesionales.
El segundo capítulo, “Le declamazioni deliberative fra la tarda età repubblicana e il primo principato”, es mucho más teórico, pero también necesario antes de comenzar
el análisis de las suasoriae propiamente dichas. Migliario desgrana el proceso evolutivo que han seguido
los ejercicios declamatorios desde los inicios del s. I a. C. hasta la época de Séneca.
Aunque el propio Séneca afirma haber tratado el desarrollo cronológico y tipológico de las suasoriae en otra obra, ésta, si es que existió,
no ha llegado hasta nosotros. Apoyándose acertadamente en Quintiliano, la investigadora despeja el origen de las suasoriae, que parecen provenir de la thésis (y que pertenece
a una tradición secular
iniciada por Aristóteles y Teofrasto). Según Quintiliano, ésta trataba
sobre especulaciones puramente abstractas, mientras que
aquélla, más específica,
se aplicaba a casos individuales.
Más interesante nos parece el acercamiento a dos grandes antecedentes literarios de Séneca de obligada referencia: la Rhetorica ad Herennium y Cicerón.
Con el análisis de ambos, Migliario demuestra que, en las suasoriae
de Séneca, la presencia
de algunos temas ficticios
ya tardorrepublicanos puede obedecer a una tradición retórico-literaria y no sólo debe adscribirse a un resurgir mecánico e inconsciente de argumentos de repertorio. Y es que el análisis de la Rhetorica ad Herennium pone de relieve
que ya en las escuelas de retórica
de principios del s. I a. C. se trataban eventos o circunstancias inspiradas en la vida pública y en la historia
más o menos reciente
de Roma que podían tener un valor paradigmático y llegar a ser materia de ejercitación. Por ejemplo,
el conflicto entre Roma y Cartago, profundamente arraigado en el imaginario colectivo, gracias a la tradición
épica e historiográfica, gozaba de una clara preeminencia y era objeto
de tratamientos más o menos ficticios en los ejercicios retóricos, como el dilema atribuido a Aníbal,
quien, reclamado por Cartago,
duda si debe quedarse o no en Italia. Pero también hay un tema deliberativo de argumento
histórico no romano: la figura y las hazañas
de Alejandro Magno,
sobre el cual volverá
la autora en el siguiente capítulo. En este apartado, vemos por primera vez, aunque sea sólo de soslayo, la relación tan estrecha existente entre las declamaciones y la tradición
historiográfica, que en capítulos
posteriores cobrará
una vital importancia.
Con respecto a las suasoriae de Cicerón,
la declamación de tema ficticio
que él y sus alumnos practicaban, bajo la forma de thésis o de causa, mantenía la misma relación con la historia de Roma más reciente y con la crónica política.
Para concluir el capítulo, repasa las características del corpus de suasoriae
de la antología
senequiana y su puesta en práctica en las escuelas para ponerlas en relación con otras anteriores presentes en la Rhetorica
ad Herennium y en las théseis ciceronianas. Se detiene en la sexta y la séptima
suasoriae (Deliberat Cicero, an Antonium
deprecetur; Deliberat Cicero, an scripta sua conburat promittente Antonio incolumitatem, si fecisset), que tratará ampliamente en el último capítulo, ya que revelan
la tendencia en las declamaciones a tergiversar los eventos históricos y a incluir algunos hechos que, aunque de gran resonancia y recientes
en el tiempo, también podían ser motivos
de discusión en las aulas.
Los tres siguientes y últimos capítulos
contienen un material valiosísimo, pues son los encargados de establecer las conexiones entre las diferentes suasoriae de Séneca y la realidad
socio-política de la época. En el capítulo tercero, “Le suasoriae a tema alessandreo”, Migliario repasa, de forma exhaustiva pero sin resultar
aburrida, las declamaciones que tienen como tema algún hecho de Alejandro Magno. Ello demuestra que los rétores trataron,
mediante la discusión de eventos
y comportamientos lejanos
en el tiempo como éste, cuestiones que estaban
en el candelero de la época,
como el problema de los límites
de la expansión
del Imperio Romano, de las relaciones con
el
soberano, etc.
Este capítulo nos resulta muy interesante porque en él se aprecia la interdependencia entre historiografía y retórica,
que comenzó a forjarse a principios del siglo IV a. C. con Isócrates
a la cabeza.
Así, Migliario se centra
en la imitatio de Alejandro entre la época republicana y el Principado, con la que demuestra
que el interés
de los rétores
por la figura de Alejandro
no es un fenómeno exclusivo del ambiente escolar ni de época del Principado, pues la importancia histórica que alcanzó
Alejandro, con todo su corolario anecdótico, en todo el mundo helenístico y, posteriormente, su imitación
en Roma, primeramente por la aristocracia romana ya desde Escipión el
Africano, pasando por Pompeyo, César y los triunviros, no es comparable a ninguna
otra figura de la Antigüedad. Y es que no hay que olvidar, a juzgar por la opinión de Nicolai
en su magnífica
obra La storiografia nell’educazione antica (1992), que la historiografía, el género literario más prolífico en Grecia y Roma, gozaba
de una rica presencia y un gran prestigio en el currículo de las escuelas de retórica
a través de ejercicios como la etopeya, la descripción o la narración, cuya práctica, por otra parte, como aconseja el rétor Teón (60), es muy útil para el que quiera convertirse en historiador. Las escuelas, por tanto, contribuyen a fijar en la memoria
personajes y hechos históricos relevantes tomados de la
tradición historiográfica.
En la misma línea está el siguiente apartado, que la investigadora dedica a los materiales historiográficos y la invención
retórica, con el que termina haciendo
hincapié en la otra cara de la moneda de la interrelación entre retórica e historiografía: la influencia de las suasoriae en las obras historiográficas. Migliario descubre las semejanzas entre la primera suasoria
de Séneca (Deliberat Alexander, an Oceanum naviget) con el episodio
que trata el mismo tema de la Historia
de Alejandro Magno de
Quinto Curcio (IX 2.20 ss.), uno de los autores antiguos más influidos por la retórica. Y es que, entre otras cosas, la narración
se estructura según el mismo esquema de suassio
y dissuasio típico de los ejercicios de retórica
deliberativa que será adoptado también por Arriano.
La autora muestra
que el desarrollo retórico de temas relacionados con la figura de Alejandro
Magno produce una o más versiones
de los hechos narrados,
que se diferencian sensiblemente de aquellos de la mejor historiografía helenística. Hay otros ejemplos evidentes de creación
de discursos por parte de Quinto Curcio que revelan
la influencia directa de los ejercicios
de escuela. Por ejemplo,
3.10.4-10, donde
Alejandro, mientras recorre el grueso de sus tropas, dedica una arenga distinta
y adecuada al carácter
de cada grupo de aliados a los que se dirige en su intervención.[2]
Quizá la autora debiera profundizar un poco aquí, en lo concerniente a la influencia de los ejercicios de escuela
en la historiografía, con la consulta de trabajos
generales como el de Gibson,
“Learning Greek History in
the Ancient Classroom: The Evidence
of the Treatises on Progymnasmata” (2004), que supone
que la presentación de los hechos
por los historiadores estuvo muy influenciada por los ejercicios de escuela;
o más específicos sobre uno de ellos, la ékphrasis por ejemplo, como los de Alganza Roldán,
Las narraciones de batallas en la Biblioteca Histórica de Diodoro (1987), y de Bartolomé Gómez, Los relatos bélicos en la obra de Tito Livio (1995).
Aunque, a primera vista, parece fuera de sitio el apartado
que Migliario dedica a la aparición del Océano en la cultura naturalístico-geográfica del s. I d. C., descubrimos, sorprendidos, que la opinión
oficial del emperador buscaba apoyo en las teorías geográficas de Estrabón
para negar la existencia de ulteriores territorios dignos de exploración y conquista
y demostrar la inutilidad de la prolatio imperii, que muchos,
contrarios en este sentido al régimen,
anhelaban. También es sugerente lo relativo a la reglas de comportamiento del soberano, que se desprenden de las suasoriae de Alejandro
Magno. Y es que el tema de Alejandro
Magno como rey ofrecía la oportunidad a los rétores y a su público
de debatir cómo debía comportarse el soberano al
detentar el poder absoluto.
Migliario ha demostrado en este capítulo
que la figura de Alejandro Magno es insustituible como modelo ideal típico de los comportamientos relacionados con el ejercicio de la soberanía. Sus gestas y su personalidad, fuente de inspiración anecdótica, se revelan
particularmente idóneas para que los que frecuentaban las aulas de declamación durante las primeras décadas del Principado, convirtiéndose en lugares de discusión
pública sobre actualidad política y cultural,
donde se establecían paralelismos y se reflexionaba sobre cuestiones de
evidente interés.
El siguiente capítulo, “Le suasoriae a tema storico-tragico greco”, sigue una línea muy parecida al anterior. Después de clasificar los temas griegos que tratan tanto declamadores griegos como romanos, Migliario agrupa las suasoriae II, III y V en la compilación deliberativa de Séneca por la derivación histórico-trágica griega y por las citaciones y reminiscencias crítico-literarias intercaladas en ellas. Son muchos los declamadores citados por Séneca en estas suasoriae, pero apenas varían de aquéllas en que aparece Alejandro Magno. Pone
especial atención en
dos
importantes rétores griegos nacidos en los años 70-60 a.
C.,
Nicete y Potamón,
que ayudaron a consolidar el proceso de integración entre las dos partes y culturas del Imperio; también en intelectuales de relieve
como Diocles y Átalo. Lo más importante, a nuestro
juicio, es que el tratamiento de temas deliberativos de origen griego
también por parte de declamadores en latín nacidos en los años 60 a. C., parece indicar una precoz
difusión escolar: la implicación en la segunda suasoria de Quinto Aterio, Casio Crispo y Corvo, seguramente activos en los años 30, induce a suponer que la práctica
de la declamación sobre temas relacionados con contextos históricos y cronológicos lejanos (y neutros), en detrimento de aquéllos
inspirados en eventos y personajes de la historia
más o menos reciente, se haya consolidado en edad cesariana
e iniciado ya en época
de Sila.
Además, la autora muestra nítidamente cómo los más célebres rétores, ya sean griegos o romanos,
guardaban una estrecha
relación con los más cualificados ambientes intelectuales de Roma como el de Mecenas (90-95). Asistiendo o participando a la presentación y a la discusión de la producción cultural más reciente e interesante, ellos podían reutilizar ideas en los propios materiales retóricos. De ahí, a juicio de Migliario, la importancia de una cierta actividad declamatoria como vehículo de difusión
de las novedades
literarias o de las últimas tendencias del gusto, que podía así alcanzar a un círculo más amplio respecto a los de las recitationes privadas. La investigadora prosigue haciendo hincapié en la importancia de la poesía como parte integrante del bagaje técnico y cultural
de los rétores
griegos y latinos,
y de la simbiosis, como ocurría en el caso de la historiografía, entre producción poética y ejercitación retórica a través de Suas. II, 12 y II, 19.
Muy valioso es el apartado sobre el uso que los rétores citados por Séneca hacían de la tradición histórica e historiográfica. Siguiendo el repaso a las suasoriae de Séneca, la autora se ve obligada
de nuevo a interconectar la actividad escolar con el material historiográfico: los declamadores aportaban variaciones,
detalles, amplificaciones y colorido a los materiales históricos relacionados con el tema de las suasoriae, que, poco a poco, iban formando una tradición
propia e interna en la escuela sustituyendo a aquella historiográfica. Es lo que ocurre con las dos suasoriae
de tema ficticio-histórico (los espartanos en las Termópilas y la deliberación entre los atenienses de si erigen trofeos después de Salamina), en las que, por situarse
en un contexto
histórico lejano, casi atemporal, prevalece el elemento ético y la carga ejemplarizante válida para cualquier época. A nuestro
juicio, quizá Migliario podría haber aprovechado para indagar un poco más en la influencia de estas suasoriae de tema histórico, que ya habían
sufrido variaciones y amplificaciones a partir
del material originario proveniente de la historiografía, para, siguiendo el camino inverso, volver a influir
en la redacción de las obras de los futuros historiadores salidos de las escuelas
de oratoria, como hemos visto anteriormente
en varios discursos
de Quinto Curcio.
En su tarea de establecer relaciones entre las declamaciones y la realidad
de la época, la investigadora se centra ahora en la aparición
de Jerjes en la II y V suasoriae, que se erige como modelo de tiranía e impiedad
propia de los bárbaros
orientales hasta, al menos, el s. II d. C., como atestigua
Luciano. Muy agudamente, Migliario pone este hecho en relación
con el conflicto con los Partos del pasado más reciente y con el debate
sobre la prolatio imperii, ya tratado anteriormente.
Como había hecho antes con la historiografía, Migliario se ocupa ahora ampliamente de los temas extraídos
de la tragedia.
Como ocurría con las suasoriae
anteriores de tema histórico, la tercera suasoria, de tema trágico, que remonta
a la Ifigenia en Áulide, contiene
tantos detalles y modificaciones que la hacen extraña
a la obra euripidea. Curiosamente, el Agamenón de la suasoria de Séneca parece, al contrario
que los casos de Cestio Pío y Fusco, dispuesto a salvar la vida de su hija, lo que lo aleja totalmente del personaje euripideo. El uso de antologías dramáticas entre rétores y actores
confirma, sobre todo, la tendencia a la espectacularidad en las declamaciones.
La investigadora hace un acertado repaso por la situación de los espectáculos teatrales de la época de Séneca y pone de manifiesto las semejanzas entre las declamaciones de tema trágico
y las pantomimas, ya que ambas construían, a partir de los materiales de las tragedias, “libretos” destinados a ser declamados, mostraban un desinterés por la trama de la tragedia
tradicional en la que se inspiraban y ponían únicamente atención en la descripción y representación de los caracteres y de las pasiones que se daban en
aisladas escenas trágicas.
Amplia y exhaustivamente trata Migliario en el quinto y último
capítulo las declamaciones De morte Ciceronis. Descubrimos, con respecto a la presencia
de Cicerón en los declamadores romanos posteriores, que los temas desarrollados en las dos últimas suasoriae
senequianas, la VI y la VII, inspiradas en las circunstancias que llevaron
a la muerte de El Arpinate,
recogen una larga tradición
de las ejercitaciones escolares de argumento
histórico- político. Según Migliario, los temas ciceronianos entraron en el repertorio escolar en las últimas décadas del I a. C., gozando rápidamente de una fortuna que proseguiría en época de Augusto
y Tiberio. Los quince declamadores que aparecen
en las dos suasoriae sobre Cicerón constituyen un grupo reducido,
compuesto por aquellos nacidos en los años 50 del I a. C., de la generación del propio Séneca. Casi todos fervientes admiradores de Cicerón,
la posición generalmente aceptada es que la causa de la muerte
de éste fue el ansia de venganza
de Antonio, culpable
de la caída del triunvirato y de la tercera guerra civil. Todos aconsejan a Cicerón
que acepte su propio destino con una muerte que limpiará su imagen
de débil y adulador según quién esté en el poder. La autora relaciona
este hecho muy inteligentemente con la demonización de Antonio
proveniente de la propaganda octaviana en los años treinta, que también seguía conscientemente en las décadas sucesivas, porque negaba la responsabilidad de Augusto
en los horrores de la guerra civil y, lo más importante, porque, una vez establecido que el enemigo
de Cicerón y de la res publica
era Antonio, la lucha republicana se reducía
a las dimensiones de una confrontación entre individuos. Cicerón quedaba como mártir de una libertad
que Antonio había negado y que el nuevo régimen de Augusto se
proponía respetar y garantizar.
El mismo procedimiento sigue Migliario con los tres declamadores griegos de los quince declamadores que aparecen
en estas dos suasoriae
ciceronianas: Arelio Fusco, Cestio Pío y Argentario, todos perfectamente bilingües, aunque declamaban preferentemente en latín (130-6). Todos reconocen en Antonio, como sus colegas
latinos, al verdadero y único responsable de las proscripciones, y coinciden
en que Cicerón está moralmente obligado a elegir la muerte para no humillarse inútilmente a Antonio
y quedar como uno de los grandes republicanos caídos con honor. Es curioso el caso de Cestio Pío, quien, aun siendo anticiceroniano, desarrollaba los temas declamatorios ciceronianos siguiendo la línea oficial propuesta por el régimen, contribuyendo a reforzar
y difundir entre los que frecuentaban sus aulas las opiniones y los juicios
corrientes sobre
Cicerón.
Por supuesto, Migliario no obvia la existencia de una corriente
muy anticiceroniana que el propio Séneca revela. En la suasoria
VI, Séneca cita a Asinio Polión, quien acusa a Cicerón de haber llegado a negar la paternidad de las Filípicas y de haber prometido numerosos discursos en los que se retractaría de las acusaciones a Antonio.
Aunque Séneca considera estas acusaciones de Polión malevolentes, admite en VI, 14 que tales insinuaciones
circulaban en algunos
ambientes y
gozaban de algo de crédito. De la opinión de Polión
en sus Historias parece inspirarse, a juicio de Migliario, el tema deliberativo de la suasoria VII, “Cicerón considera retractarse de sus discursos y, a cambio,
Antonio le promete la salvación”. Aunque los declamadores se distanciaban de los historiadores y no dudaban de la firmeza y de las intenciones de Cicerón,
algunos de los polémicos
motivos anticiceronianos sacados a
relucir por Asinio Polión tuvieron un cierto
éxito en las aulas,
como se reconoce en la propia suasoria VII y, sobre todo, en la intervención del declamador Vario Gémino, que aparece
en la suasoria VI. Éste se distingue
de los declamadores de la VI y la VII suasoriae testimoniando que también en el ambiente de las aulas encontraba apoyo una corriente de opinión contraria
a la beatificación de Cicerón,
selectiva, pero generalizada, practicada durante
la época augustea.
Séneca, por su parte, se decide por los historiadores más favorables a Cicerón,
que habían negado que éste tuviese la intención de retractarse de las acusaciones contra Antonio para salvar su vida. Por ello, en VI, 17, cita un pasaje de Livio (probablemente del libro CXX), en el que Cicerón
no sólo no tenía intención de retractarse sino que tampoco tuvo tiempo de huir, y afrontó con valentía su destino.
Se muestra cómo Séneca juega con las fuentes historiográficas y selecciona aquellos testimonios y juicios
que exaltan la figura de Cicerón. Sin embargo, la misma antología de historiadores insertada en la VI suasoria muestra, de hecho, que el juicio sobre Cicerón era todo menos unánimemente positivo, en especial por parte de los que pertenecían a la última
etapa republicana o estaban
próximos e ella cronológica o ideológicamente, como Polión, Cremucio Cordo o el mismo Livio,
quien no había callado
sus reservas sobre Cicerón.
Por tanto, se deduce que en el aprecio incondicionado por Cicerón en la historiografía posterior habían influido las aulas de declamación, ya que habían construido y contribuido a difundir,
a partir de época augustea, el mito
de Cicerón seleccionando sólo ciertos aspectos
de su
figura y su obra.
El libro, que está muy bien documentado, además contiene, por ello, una amplia bibliografía, como se muestra
en las numerosas y oportunas
citas, y dos excelentes y útiles
índices: uno sobre las inscripciones y pasajes
citados; y otro, principalmente,
sobre los nombres aparecidos en las suasoriae, que hace muy fácil la búsqueda de cualquier
personaje en el que se esté interesado. Sin embargo, a nuestro
juicio, quizá era necesario un apartado
final a modo de conclusión, donde se expusieran de forma global las múltiples y valiosas
ideas que la autora ha ido desarrollando a lo largo del trabajo
y que se detiene
en apuntar al final de cada capítulo.
Es acertada la repartición de los tres últimos capítulos
según los temas de las suasoriae, así como el
texto latino de cada una de ellas tras el capítulo
correspondiente. Esta disposición facilita
la consulta simultánea de los datos que se van
ofreciendo contenidos en las suasoriae. A su vez, cada capítulo se divide en diferentes apartados que delimitan
y profundizan en la temática
elegida, lo que supone que el lector tenga siempre claro qué se va a tratar
en las siguientes páginas.
En cuanto al contenido propiamente
dicho, quizá echamos en falta
un apartado
introductorio dedicado
íntegramente a tratar
las numerosas interrelaciones entre la historiografía y la actividad
escolar. De hecho, gran parte del material
utilizado por la investigadora para apoyar sus tesis está íntimamente relacionado con ello y, como hemos visto, es algo a lo que vuelve una y otra vez a lo largo de los tres últimos
capítulos. Ello no es óbice, ni mucho menos, para destacar que estamos ante una excelente obra, en primer lugar, porque su lectura se hace amena al no perderse en estériles reflexiones sin fin. En segundo
lugar, porque consigue,
como era su propósito, mostrar clara y detalladamente el papel central que las ejercitaciones retóricas, a través de diversos aspectos, jugaban en la formación ideológica y cultural
de grandes estratos
de la sociedad
romana de la época. En tercer lugar, y a nuestro
juicio, lo más importante, porque se trata de un trabajo
muy sugerente que no se queda encerrado en el simple estudio retórico de las suasoriae, sino que demuestra la importancia de la actividad
de las escuelas
de retórica en el desarrollo de géneros
literarios como
la tragedia, la épica y, sobre todo,
la historiografía.
DAVID CARMONA CENTENO
Universidad de Extremadura
[1] Este trabajo se enmarca en el Proyecto
de Investigación BFF2009-06111.
[2] Cf. otros ejemplos
parecidos de la historiografía latina como Livio 30.33 o Iust. 11.9,
así como nuestro trabajo “Épica, historiografía y retórica: la epipólesis a diferentes naciones
en la historiografía grecolatina” Talia dixit 4 (2009).