VICTORIA PINEDA

(Universidad de Extremadura)

 

 

Richard L. Kagan, Clio and the Crown: The Politics of History in Medieval and Early Modern Spain, Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 2009, xiv+342 páginas (ISBN 978-0-8018-9294-3)

 

María del Carmen Saen de Casas, La imagen literaria de Carlos V en sus crónicas castellanas, con un prefacio de Isaías Lerner, Lewiston, Queenston y Lampeter: The Edwin Mellen Press, 2009, ix+256 páginas (ISBN 978-0-7734- 3821-7)

 

 

 

INGRESAN en la lista de estudios sobre historiografía española renacentista dos nuevos trabajos que sin duda van a resultar muy útiles a los interesados en la materia.[1] Ambos autores, a pesar de la diferencia de sus recorridos investigadores (uno en plena madurez, el otro casi en sus inicios) y del alcance de los libros que presentamos (uno un recorrido de siglos, el otro un análisis de un corpus muy delimitado), han sabido plantearse preguntas cuyas respuestas iluminan los primeros planos, pero también los recovecos de la escritura histórica española altomoderna, prestando una atención rigurosísima al estudio de los textos primarios, ofreciendo caminos abiertos a la investigación allí donde la suya no puede cubrir huecos, y exponiendo sus conclusiones con una dicción atractiva y sugerente. No cabe, entonces, sino saludar la aparición de los dos volúmenes.

 

El libro de Kagan retoma el título de un artículo suyo de hace quince años (“Clio and the Crown: Writing History in Habsburg Spain”), que tan provechoso nos ha resultado a quienes nos ocupamos de este tema. De hecho, la mayor parte de los materiales del libro provienen de trabajos anteriores, aunque hay que subrayar que el volumen no es una recopilación de artículos publicados, sino la reelaboración, desde una perspectiva global y con un punto de vista unitario, de dichos materiales. El objetivo de Kagan es el de desvelar las claves de la producción histórica “oficial” entre los reinados de Alfonso X y Carlos II, y sobre todo entre los de Carlos V y Felipe IV. Lo que define a la “historia oficial”, y lo que la diferencia de otras modalidades, es la característica de ser aprobada o autorizada, y la mayoría de las veces impulsada y patrocinada, por el poder real, como explica el autor en la introducción. Una gran parte (de hecho, la mayor parte) de las obras escritas en España desde la Edad Media hasta las vísperas de la Ilustración quedan, pues, fuera del ámbito de este estudio. Esta ausencia, y también el interés más bien superfluo que Kagan muestra hacia las modalidades retóricas e historiográficas de los autores que estudia, delimitan el campo de estudio ciñéndolo a la relación entre poder y escritura.

 

Esa relación entre poder y escritura histórica traza a lo largo de los siglos una densa red de correspondencias cuyos entramados va descubriendo Kagan, sin minimizar un punto el complicado periplo, pero sin arriesgar la claridad de la exposición. El lector se hace cargo de lo problemático o lo complejo de las situaciones descritas, pero a la vez divisa con nitidez la jerarquía y la relativa importancia de los asuntos tratados, los movimientos de los personajes y las implicaciones ideológicas o políticas de aquello que se narra. Cuestiones como las leyes sobre la publicación de libros, las relaciones entre los reinos españoles entre y con los estados extranjeros, las características personales o inclinaciones de los monarcas, los acontecimientos históricos, los intereses políticos coyunturales junto a las “filosofías políticas” de gran alcance, o las nociones de razón de estado, guerra justa o expansión geográfica conviven en estas páginas, en que los datos se armonizan con las interpretaciones de manera fluida.

 

El protagonismo principal se reserva naturalmente a la figura del historiador a sueldo, del cronista oficial (cargo cuya historia cuenta el libro), un individuo que, arrastrado con frecuencia por ambiciones personales y en muchos casos por inclinaciones políticas, aspira a servir a su rey trazando de él y de sus antepasados un retrato favorecedor y, por supuesto, nunca inocente; un escritor no siempre dotado del talento, de las condiciones materiales y ni siquiera del tiempo necesarios para llevar a cabo la tarea que se propone; un investigador a quien le es difícil, cuando no imposible, el acceso a las fuentes escritas que precisa (la historia del Archivo de Simancas se revela crucial); un cortesano, en fin, sujeto a los gustos o a la “filosofía de la historia” del monarca (cuando éste demostró poseerla). La imagen recién esbozada parecería apuntar más a “tipos” literarios que a individuos reales, y sin embargo las idiosincrasias y los avatares particulares de cada uno de los cronistas estudiados (y son varias decenas, incluyendo grandes nombres como los de Zurita, Morales o Mariana, junto a otros menos sonoros como los de los casi desconocidos Francisco de Sota o Pedro Abarca) quedan dibujados en contornos precisos que delinean pinturas individualizadas (unas con más detalle, otras con menos, según la predilección del autor), gracias al caudal de erudición que derrocha el libro.

 

Kagan casi no entra en la discusión sobre la verdad de la obra de los cronistas estudiados, puesto que, según él, éstos raras veces distorsionan los hechos o inventan el pasado, sino que lo que hacen es escoger muy cuidadosamente qué les interesa contar y qué no. Lo que le importa a Kagan, entonces, no es eso, sino el punto de vista que estos autores adoptan ante los hechos y ante su propia escritura, el valor que les dan, el objetivo que pretenden conseguir con sus obras. Una lección que extraemos del libro es la de saber calibrar la importancia del historiador tanto como la de la historia: conocer por qué y en qué circunstancias escriben los historiadores puede ayudarnos a entender cómo se ha forjado, transmitido e interpretado la historia.

Puede que el lector encuentre enojosas las abundantes erratas en la transcripción de expresiones o términos latinos o castellanos que salpican las páginas del libro de principio a fin (y que es de esperar que se resuelvan en futuras ediciones o traducciones), pero es posible también que halle compensación a tan deplorable descuido en la límpida pulcritud del texto inglés.

 

Y si la investigación de Kagan podría considerarse “extensiva”, la de Saen de Casas puede considerarse “intensiva”, al ocuparse “sólo” de cinco cronistas, en una monografía que podría servir como ejemplo de un estudio que desarrolla asuntos, obras y autores que Kagan no puede sino mencionar o examinar a grandes rasgos. El libro de Saen de Casas se centra efectivamente en el análisis pormenorizado de cinco crónicas de Carlos V, fechadas en los siglos XVI y XVII: cuatro historias incompletas escritas por autores contemporáneos del Emperador (Pedro Mexía, Alonso de Santa Cruz, Pedro Girón y Francisco López de Gómara) y una quinta escrita y publicada por Fray Prudencio de Sandoval en la primera década del siglo XVII. La estructura del libro (dividido en cuatro capítulos, los tres primeros dedicados a las crónicas de Mexía, Santa Cruz y Sandoval respectivamente, y el cuarto a las obras casi esquemáticas de Girón y Gómara) le ha permitido a la autora combinar hábilmente el análisis de cada texto individual con una meditada consideración de los vínculos que los unen a todos, a fin de destilar los perfiles de la imagen del monarca que de ellos se desprende.

 

Siendo la primera monografía en atender conjuntamente a las crónicas castellanas del Emperador, el libro pretende en efecto examinar los esfuerzos llevados a cabo por los diferentes cronistas al dibujar una imagen específica del monarca, imagen construida sobre la base de la filosofía historiográfica de los autores, de su consideración de la figura del príncipe perfecto, del momento específico en que escriben, e incluso de sus propios intereses particulares y opiniones políticas. El meticuloso examen a que la autora ha sometido a las obras estudiadas determina que los cinco cronistas comparten un mismo punto de vista acerca de la historia como género didáctico, y por ello retratan a Carlos V como el gobernante ideal y el rey virtuoso digno de ser imitado por otros soberanos. Saen de Casas ha sabido definir eficazmente los rasgos principales de esta imagen utópica del Emperador, vinculándolos en parte a trabajos de otros estudiosos que se han dedicado al mismo tema en el campo de las artes plásticas.

 

El capítulo dedicado al cronista real Pedro Mexía nos guía a través de los artificios retóricos que jalonan la Historia y vida del emperador Carlos V gracias a los cuales el autor logra dibujar una figura del monarca elegido por Dios, el “nuevo David” heredero a la vez de los grandes gobernantes romanos y de los emperadores germánicos, en una especie de línea no interrumpida. Saen de Casas examina cómo, sobre la base de unas ideas historiográficas generales (visión providencialista, tendencia a la brevedad, importancia de la utilitas), Mexía construye una imagen de Carlos V a modo de discurso epidíctico, según los dictados de la retórica clásica. Así, valiéndose entre otros moldes de las llamadas “circunstancias de persona” de Cicerón (agrupadas en circunstancias externas, bienes del cuerpo y bienes del ánimo), la autora recorre aquellos pasajes de la crónica en los que se van encarnando esos atributos, y concluye que el Carlos V que aparece en la Historia “tiene más de personaje literario que de persona real” (73).


 

En el segundo capítulo, que trata de la Crónica del emperador Carlos V de Alonso de Santa Cruz, se examinan materiales hasta ahora desconocidos o poco valorados. Saen de Casas ha examinado manuscritos de enorme importancia y ha llevado a cabo un análisis de los textos que modifica sustancialmente varias de las conclusiones mantenidas hasta ahora por los historiadores. Ha determinado, por ejemplo, que en el manuscrito de la Crónica algunas secciones están dañadas irremisiblemente, que su contenido fue reconstruido por los editores del texto en la versión impresa, y que, por tanto, dichas secciones no pueden usarse para probar –como se había hecho hasta ahora- la conexión entre el texto de Santa Cruz y una presunta crónica perdida atribuida a Antonio de Guevara. También analiza los preliminares (una carta al príncipe Carlos y un Prohemium) y los nueve primeros capítulos de la Crónica, material que fue arbitrariamente excluido de la única edición que existe de la obra. Dicho material, sin embargo, es esencial para comprender las ideas historiográficas de Santa Cruz y sus objetivos al redactar esta obra en particular. Así, en la carta al hijo de Felipe II Santa Cruz elabora un retrato moral de Carlos V que constituye la espina dorsal de la imagen del Emperador tal como queda diseñada en la Crónica; y en los nueve primeros capítulos formula una genealogía mítica del monarca que magnifica su figura y legitima su poder. Además de este manuscrito, Saen de Casas ha consultado también el del Abecedario virtuoso, escrito por el propio Santa Cruz y nunca publicado, un espejo de príncipes en que el autor bosqueja las ideas políticas que configuraron la imagen de Carlos V tal como se desarrolla en la Crónica.

 

El estudio de la Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V de Fray Prudencio de Sandoval nos devuelve la figura de un cronista que escribe casi medio siglo después de la muerte del Emperador, y cuyos objetivos son, por tanto, diferentes a los de los otros historiadores examinados. La leyenda negra ha empezado a cundir y Sandoval se ve en la obligación de restaurar la imagen de un monarca víctima de las críticas de numerosos detractores. Su representación de Carlos V obedece entonces a la del “príncipe perfecto contrarreformista y antimaquiavélico” (214), un gobernante guerrero elegido por la providencia para liderar el brazo armado de la Iglesia, y que, ya enfermo, se refugia en la soledad de Yuste sometido a votos monacales. La autora, que examina las fuentes de la obra, destaca el hecho de que Sandoval escribiera la Historia a petición del privado Lerma para mayor gloria del monarca reinante Felipe III, en un ejemplo paradigmático del cronista oficial estudiado por Kagan.

 

Finalmente, la Crónica del emperador Carlos V de Pedro Girón y los Annales del emperador Carlos V de Francisco López de Gómara son examinados conjuntamente como “textos embrionarios” (217), si bien el segundo es algo menos esquemático que el primero. Ambos sirven para completar el retrato de un rey de estampa caballeresca, un gran jefe militar. El análisis de estos dos textos fragmentarios –y no publicados en su día- le sirve a la autora para hacer resaltar, por contraste, las características de las otras obras estudiadas en el libro.

 

Una de las virtudes del estudio de Carmen Saen de Casas reside en la capacidad de la autora para establecer conexiones entre la historia política y militar con la historiografía y la retórica, y también con la recepción de las obras históricas durante el período estudiado. En


 

este sentido, los lectores de la obra, tanto si están interesados por la historia como por la literatura como por la historia de la recepción de los escritos históricos, encontrarán en este volumen no sólo una fuente utilísima donde recoger información específica sobre la historiografía de la época, sino una detenida consideración de las ramificaciones –literarias, artísticas, políticas, sociológicas- de las crónicas examinadas.

 

En suma, quienes se ocupen de la escritura histórica española altomoderna disfrutarán sin duda de los enfoques distintos de estos dos trabajos –enfoques que he llamado “extensivo” e “intensivo”-, pero que en cualquier caso aportan herramientas imprescindibles para la construcción de esa historia de la historiografía española que aún está por escribir.

 

 

 

 

VICTORIA PINEDA

Universidad de Extremadura



[1] Este trabajo se enmarca en el Proyecto de Investigación BFF2009-06111