ISABEL MORENO
EMOCIÓN, GESTO Y ACTIO: LA RISA EN EL AB VRBE CONDITA (II)
Emotion, gesture and actio: laughter in Ab Vrbe Condita (II)
ABSTRACT: In the first part of this paper (Talia dixit 5, 2010, 1-24), we analysed
the general features of those passages in which Livy used laughter
as a main or underlying theme, on
the basis of a series of terms (risus /ridere; inridere/risus // arridere) whose application could allow us to infer the general concept of this particular emotion and gesture
in AVC. Once this aspect has been examined,
the main goal of this paper is not only the revision
of those characteristics concerning this primary “emotion”
within the context of the author’s work itself, but also the comprehensive study of such texts in order to highlight
the way in which Livy set both the situation and the characters, creating a certain
dramatic actio from which his historiographical and literary
project benefitted. Only such an analysis
helps us observe
the rich spectrum of nuances
used by the Paduan historian. Thus, we have intended
to show in this paper how Livy obtained
new effects by modifying
and applying rhetorical theory; how he managed to make some of his characters singularly remembered by hearers
or readers thanks to a selection of topics which fitted each of his particular purposes; and finally, how he was able to relate passages
in different books and contexts
through specific
formulas that evoked in the recipient of his work the echo and image sought. Therefore, this paper will show a number of nuances higher than previously expected, since against presumptions, the encomium
(praise) in Rome still generated lights and shadows.
KEY WORDS: Latin Historiography, emotions, gestuality, rhetoric, literary analysis, argumentation, characterization, contrast, Roman didactic
education.
RESUMEN: En la primera parte de este trabajo (Talia dixit 5, 2010, 1-24), analizamos
las características generales de aquellos pasajes
en los que Livio utiliza la risa como
tema prioritario o de fondo,
partiendo de una selección de términos (risus /ridere; inridere/-risus //arridere), cuya aplicación, más o menos recurrente, permitiera deducir la concepción general de esta emoción
y su “gestualidad” a lo largo del AVC. Examinada tal perspectiva, lo prioritario en este trabajo no era sólo revisar esas peculiaridades ligadas a esa ‘emoción’ primaria, enmarcándolas en la obra en su conjunto, sino descender
al detalle de cada uno de los textos para poner de relieve
cómo Livio maneja la situación
y a sus personajes, orquestando una determinada actio dramática
en beneficio de su proyecto histórico-literario. Sólo un análisis
detenido como el que hemos intentado
realizar en esta segunda
parte del trabajo
permite observar la riqueza de matices
con la que trabaja
el historiador de Padua: cómo modificando y aplicando los supuestos
teóricos de la normativa retórica logra efectos nuevos; cómo a través de esa selección
de tópicos,
bien elegidos y ajustados
en cada caso según el propósito
específico, consigue que algunos
de sus personajes se singularicen en el recuerdo
de los oyentes o lectores;
y, por supuesto,
cómo es capaz con determinadas fórmulas de enlazar pasajes
de contextos y libros diferentes para
evocar en el destinatario de la obra el eco pretendido y sugerir
la imagen buscada. Y todo ello con más matices de lo esperado,
porque, a diferencia de lo que siempre se supone, el encomio de Roma no deja de tener algún
importante claroscuro.
PALABRAS CLAVE: Historiografía latina, emociones, gestualidad, retórica, análisis literario, argumentación, caracterización, contraste, didáctica latina.
Fecha de Recepción: 12 de junio de 2011.
Fecha de Aceptación: 12 de septiembre de 2011.
COMO INDICAMOS EN LA PRIMERA
PARTE de este trabajo (MORENO, 2010: 1-
24), nuestra intención al analizar
la ‘risa’ en la historiografía latina, donde nunca se había estudiado, pretendía poner de relieve
sus características en un texto amplio, como es el AVC —pese a la lamentable pérdida de muchos de sus libros—,
que es un buen espejo de diferentes escenarios, situaciones y sucesos
que se dan a lo largo de los siete siglos que en teoría abarca. Todo ello, con la intención
de mostrar la (hipotética) evolución de esta emoción a lo largo de las distintas
etapas de la historia romana, poniendo de manifiesto su diferente
aprecio y función. En este sentido,
la obra de Tito Livio, por su carácter literario, ofrece un marco perfecto
para analizar los mecanismos compositivos utilizados por el historiador. Además, la escasa
atención que
esas emociones (risa y
llanto) parecen
recibir en su
historia de Roma, de acuerdo con los (relativamente pocos) pasajes en que aparecen sus principales términos
en los diferentes autores y obras,
permite estudiarlos con detalle. Era innecesario, teniendo en cuenta las coordenadas fijadas para el trabajo,
entrar entonces, igual que ahora, en las modernas teorías sobre el valor psico-social del fenómeno
de lo risible, ni dar entrada
a los principios retóricos-argumentativos que encuadran el tema, aunque en aquel primer estudio recogimos las referencias clásicas. Ahora, una vez revisadas sus características principales (I), en esta segunda parte (II) vamos a profundizar en el análisis de algunos
pasajes, poniendo de relieve la adaptación que Livio va haciendo
de los elementos teóricos a la praxis de su relato histórico y sus novedades respecto a sus fuentes
y paralelos. Las conclusiones, obligadamente parciales, podrán cerrarse en próximos
estudios.
De hecho, las razones
de esta selección (más reducida de lo que nos gustaría)
se deben en cada caso a distintas
razones. En primer lugar, al valor de los términos utilizados (arridere), como en el pasaje del retrato de Antíoco
de Siria (41.20.3), y, por ende, su supresión en el del edil Flavio (9.46.8-10). En segundo
lugar, al propio carácter del texto y a sus peculiaridades, como en el episodio
de las hermanas Fabia, determinante para las Leyes
Licinio-Sextias (6.3.46-7). En tercer lugar, a sus relaciones con otros, o a la originalidad de la escena, como en las dos muy notables intervenciones de Aníbal
(30.44.5-11; y 35.14.10), que publicaremos en la última parte del trabajo
(III). Y, finalmente, a la secuencia general
en la que se insertan, como la importante entrevista entre Filipo, rey de Macedonia, y T. Quincio Flaminino (32.34.3). Lamentablemente hemos tenido que dejar para esa próxima
ocasión otros también muy interesantes, como el muy divertido incidente de la burla con que los soldados obsequian al cónsul
C. Claudio Pulcro (41.10.10-13) o el del esclavo que acaba con la vida de Asdrúbal
(21.2.6), porque habrían alargado en exceso este trabajo.
Son textos sobre los que volveremos en una próxima
ocasión.
I. EL MATIZ DE UN VERBO PECULIAR:
ARRIDERE
I 1. Livio (9.46.8-10) y su fuente
(Gelio 7.9.5-6)
Como veíamos en esa primera parte (MORENO
2010: 13), el único texto conservado de Livio que usa el verbo arridere es el del retrato de Antíoco
IV. Sin embargo,
por una afortunada casualidad, Gelio ha recogido en sus Noches Áticas un pasaje, del que sí tenemos la recreación liviana, en el que su fuente usaba el mismo verbo que él ha suprimido. Se trata de la ilustrativa escena en la que el edil Cneo Flavio, al visitar
a su colega enfermo,
sufrió la afrenta
de unos jóvenes que, sin respeto por su persona
y su cargo —ya que era hijo de un liberto y no de la nobilitas, como ellos—, se negaron a alzarse a su llegada. Flavio,[1]
según Calpurnio Pisón,[2]
se echó a reir (arrisit) y mandó colocar la silla curul ante la puerta: los jovencitos tenían que verlo, por obligación, sentado en ella si querían salir. En su relato (9.46.8-10), Livio limita su acción, suprimiendo la risa, pero ampliando
la perspectiva con otros recursos. Lo importante en esa adaptación
es que deja ver no sólo los sutiles mecanismos con que trabaja sino cómo maneja los recursos y posibilidades en función
de sus propios
intereses retórico-literarios e ideológicos. Esto es lo que vamos a poner de relieve
ahora.
Respecto a su fuente,
desde el punto de vista de la inventio, Livio, siempre respetuoso con la tradición, ha mantenido con gran tino la similitudo sustancial entre su relato y
el del analista, para que los
entrenados oídos de su audiencia
reconocieran de inmediato el eco. De ahí que repita las dos principales acciones con que la fuente situaba la cuestión:
el inicio (la visita al colega enfermo) y el núcleo
del asunto (la orden del edil plebeyo
de que le trajeran
la silla curul).[3]
Con igual astucia, utiliza los dos términos
principales de aquel pasaje: la acción de no levantarse (assurgo),[4]
y el contemnentes, el participio cuya idea incorpora el desprecio, la razón última de la falta de
respeto de sus jóvenes
antagonistas.[5]
Sin embargo, igual que ha
jugado con ciertos cambios muy sugestivos en la elocutio —por ejemplo, el contraste entre los adjetivos que, calificando al referente
indirecto de la acción,
incorporan el motivo último (la visita);[6]
o el modo de usar el desiderativo/frecuentativo[7]—, Livio ha modificado con pericia, y de manera muy sustancial, el objetivo
de la maniobra. Su focalización —en el sentido narratológico general— es diferente.
En el ámbito más amplio de la inventio, Livio ha convertido lo que en la fuente es la narratio breve de una anécdota
histórica en un exemplum.[8] Un detalle especialmente ilustrativo para el carácter
del personaje pero, sobre todo, para el fondo del argumento defendido, aunque desde el punto de vista del bloque histórico sea sólo una nota más dentro de una pieza más extensa
que el original.[9] Objetivamente, ha diluido la confrontación entre los actores —los muchachos maleducados y el sereno, pero firme, edil—, haciéndola más sutil, menos evidente y en apariencia menos jugosa.[10]
Pero, en realidad,
es mucho más funcional
en todas sus posibilidades, al quedar como núcleo
central de un pasaje
clave —el bloque analístico de las res internae—, que cierra el libro (es el último
capítulo), y el año (304 a.C.),
y que actúa de contrapunto de las res externae, con el exitoso desenlace
de la Segunda Guerra Samnita.[11]
El resultado, como vamos a ver, es un bloque muy bien trabado retóricamente; complejo en los matices
ideológico-sociales —ilustra bien la soberbia patricia y el propio orgullo plebeyo,
en un delicado equilibrio al que no siempre se atiene
su autor, y que no siempre
se le reconoce,
frente a la postura conservadora
que, con razón, suele atribuírsele[12]―; que parte del ‘contraste’ como elemento aglutinador del juego didáctico-literario que utiliza;
y que, desde el punto de vista estructural, desempeña un papel nuclear
(está en el centro: §§ 8-9: 1-7 / 10-15), a la vez que concentra el ornatus frente a la probatio con que el historiador ha ido argumentando su teoría:[13]
el paso ex auctoritate senatus (§ 7) a la de la factio forensis, que es la que ha nombrado
a Flavio edil (§ 10).
De hecho, frente a esa primera
impresión que otorga
al analista un mayor impacto, es Livio el que, en la práctica, le da mucha más enjundia
a la trama, ayudándose en gran medida
de una muy cuidada
dispositio:
En primer lugar, en la
estructura general, con la presentación biográfica del edil (§ 1); lapidaria, como la tradicional de los tituli et elogia, pero, como ellos, notablemente informativa.[14] Anticipando en su descriptio las dos notas principales del personaje de cara al fragmento
inmediato: su sagacidad y su facilidad
de palabra. Y, luego, por medio de la contraposición entre la implicación personal del narrador
en la primera parte, hasta el final del exemplum, dominado por la primera
persona,[15] frente al (aparente) distanciamiento de la segunda.[16]
En segundo lugar, en los bloques
y los períodos:
(i)
En primer término, Livio ha utilizado el motivo temático
como centro de interés de su argumentación, aumentando el valor dramático de la escena: ha diversificado la información que la fuente le ofrecía,
separándola en dos bloques (§ 1
/ 8-9); ha añadido otros datos en medio, utilizando el término
con que el analista incorporaba la razón última
del asunto —el contemnentes de los jóvenes—, antes de sumar el
suyo propio: esa invidia de la nobilitas (§ 5),[17] con la que cerrará la caracterización de sus adversarios (§ 9). Y, en cambio, ha concentrado los fundamentales suprimiendo la característica final,[18] que es innecesaria a su juicio — en un buen acuerdo,
además, con la teoría de Quintiliano para quien supervacua cum taedio dicuntur (4.2.44)[19]—. Y, por supuesto,
ha prescindido de la cláusula
de la que parte todo este análisis:
el id arrisit.
(ii)
En segundo lugar, excluyendo el gesto y
la emoción que lo suscita, sortea el empleo de un verbo que
no
le parece adecuado
para caracterizar a un ‘digno’ romano. En su opinión,
a diferencia de lo que consignó
el analista, no ‘conviene’ (decet) a la gravitas de un magistrado de Roma que “sonría burlonamente”; ni siquiera
en un contexto de carácter
relativamente privado, como es visitar
a un enfermo; ni, incluso,
como razonable respuesta al ostensible desprecio de quienes rechazan recibirle
como se merece: unos necios
jóvenes de la nobilitas.[20]
(iii)
En tercero, cambia el punto de vista de los actores:
en Gelio son los jóvenes los que
miran, aun sin desearlo, al edil que
está sentado, mientras
en Livio es él quien
los mira a ellos desde la altura
de su propio poder, ejemplificado en el ‘sitial’. Y, además, modifica el valor del actante principal,[21]
esa protagonista inmóvil que es la sella curulis, porque en Gelio ésta es
simplemente el ‘lugar’
en el que el magistrado
está sentado —una referencia objetiva que apenas compromete, porque no hay siquiera descripción (evidentia)[22]—, mientras que el paduano la dota de vida fortaleciendo su affectus:[23] es la que ‘incorpora’ (sede) su estatus político, [24]
omo auténtica portadora de un poder real, más que un simple y simbólico
emblema, puramente representativo.
(iv)
En cuarto, y aunque aquí sea más difícil
y subjetiva la evaluación del investigador, porque no conocemos
su contexto real. La anécdota,
tal y como Gelio la cuenta,
no parece tener otra función
que el juego escénico que transmite
del protagonista del acto —eso sí, con la ironía típicamente latina—. Ahí el ‘sujeto’,
el ‘héroe’[25]
del pasaje, vence a sus ‘oponentes’, los jóvenes
irrespetuosos con la auctoritas, que, “forzados” (inviti), se ven en la situación
de no poder salir de la “reunión”
(conventu), sin haberse apercibido convenientemente de su calidad de inferiores desde el punto de vista humano y político:[26]
su desprecio los convierte en unos nobiles despreciables.[27] Y, además, han perdido en el enfrentamiento: gana el plebeyo.
(v)
Finalmente, aumenta sensiblemente el rol negativo
del ‘oponente’ —en sentido semiótico[28]
y en el de contrincante: son inimicos—, con el aditamento explícito de su invidia y de su incapacidad
de contención (anxios). En consecuencia, la conclusión se impone por sí misma: ni han conseguido obstaculizar el éxito del sujeto,
ni han ganado nada porque las emociones
negativas, la “ansiedad” y la invidia, los descalifican.
De manera complementaria, ahora ya en el terreno de la elocutio, el historiador intensifica los matices
dentro del juego escénico;
como simple ejemplo, el papel de los verbos (adsidebant, adsurrectum), que, a su vez, son una antítesis
muy evocadora del verbo que se ha suprimido: el ad-ridere (= arridere). Es, precisamente, la cuarta virtud del estilo:
el estilo adecuado
a un personaje cuya acción y actitud
se ajusta a esa decentia fundamental para un político de la Urbe.[29] De hecho, la phrásis (la expresión oratoria; el estilo),
completa la fuerza de las anteriores, con el fin ‘probar’[30]
— afianzar[31]
o sugerir[32]
sus ideas—; y
‘concluir’ (§ 15);
y, evidentemente, ‘narrar’.[33]
En el fondo, Livio está utilizando los tres principales elementos de la persuasio: ‘informar’ (de uno de los últimos hitos del conflicto
de clases); ‘recrear’ artísticamente la información para solazar al lector;
y ‘convencerlo’ de su tesis. En definitiva, los clásicos
docere, delectare et movere. Desde el punto de vista de la argumentatio, en esta ocasión sólo aparece la parte positiva: los datos que él aporta, sin contrapartidas. La ‘negativa’, la reprehensio —teniendo en cuenta que aquí no estamos ante un discurso real sino ante una narración—, no existe. Por eso, porque esto es una historia,
el epílogo
reúne los dos elementos clásicos de la analística latina (domi bellique), a través del honor concedido a Fabio ‘Máximo’;
una figura destacada, que actúa de imagen especular inmediata
de Apio Claudio; y, en el plano principal, del propio Flavio.
Y por último, sin duda la más importante de las novedades, por el valor retórico-ideológico que hace desempeñar al exemplum. Su alcance
‘probatorio’ (res) y ‘estético’ (verba) convierte la breve ‘historia’ —una fábula histórica dentro de la gran historia
que refiere—, en centro caracterizador del personaje, y, más aún, del arquetipo
que representa:[34] la dignitas y la gravitas inherentes al magistrado romano. Es, en definitiva, una forma perfecta, pero sumamente sutil, de convencer
al destinatario del relato de lo que se pretende. Un recurso
que encaja con justeza
y justicia
con la propia actuación
de Flavio que, a su vez, pone en escena el precepto ciceroniano: in suadendo nihil es optabilius quam dignitas (De or. 2.82.334).
I 2. La descriptio de Antíoco IV Epifanés
(41.20.3) [35]
Frente a la omisión que Livio hace del verbo arridere en esa elaborada
reconstrucción teatral sobre el edil Flavio que veíamos
antes, el término
aparece aplicado al rey de Siria en otro notable pasaje: la caracterización del tercer hijo (c. 215-164)
de uno de los grandes enemigos de Roma (Antíoco
III el Grande),[36] educado en la Urbe[37]—lo cual será tópico
recurrente en sus apariciones[38]—. Una figura
relevante como elemento de referencia
fundamental, política y narrativamente,[39]
para Perseo de Macedonia
(el nuevo gran oponente
de Roma en esta última péntada conservada), y, desde el punto de vista romano,
con Popilio Lenas,
su antagonista en una famosa
escena donde las relaciones de poder quedan manifiestamente establecidas (45.12.3-7).[40]
El texto, encuadrado entre dos lagunas, incorpora
la primera aparición
del rey en la escena política. Es un largo e interesante retrato-medallón,[41]
cuya proyección[42]sólo puede alargarse hacia los capítulos siguientes porque no tiene antecedentes directos.[43]
Lamentablemente, además, la laguna no deja ver la introducción aunque el texto parece abrir, al modo tradicional en los relatos
monográficos, la actividad
pública del personaje principal[44] o uno de los principales.[45]
El juego dramático es escaso
para la acción directa
en este corto libro, pero su función sirve para romper el ritmo de un libro muy monótonamente analístico:[46] son cinco años (178-174), con cinco elecciones y otras tantas campañas, y sin un protagonista que permita concentrar el interés
y dejar la impronta de su actuación —eso es lo que ocurrirá
de inmediato con la entrada
en el teatro de las operaciones de Perseo (42), cuya figura domina el bloque siguiente
hasta su llegada a Roma en el triunfo de Paulo Emilio (45.35-40)—. Sin duda por eso,[47]
Livio, para renovar la tensión
alternando los bloques, ha decidido introducir en uno de sus hábiles
cambios de ritmo esta descripción. Así, en una primera ruptura de lo esperado,[48]
el pasaje se convierte
más en una pieza de ornato que de funcionalidad estructural,[49]
porque Antíoco no regresa a la escena política (de modo indirecto) hasta su embajada
con Apolonio, donde el paduano, una vez más, alterna las circunstancias dentro de un mismo marco[50]
—el político de las relaciones internacionales: la llegada
de Eumenes 42.6.3); el envío de legados
a Macedonia y Alejandría (§ 4); y la llegada del emisario
del rey de Siria (§ 6)—; y siempre jugando con distintos
planos y recursos
literarios: el rey de Pérgamo y el embajador sirio reciben una importancia
más destacada. Y de ambos, éste último es el beneficiario de todo un discurso
indirecto con el que el emisario jefe se justifica ante el senado
por el retraso
de la entrega del tributo,
pidiendo la renovación del tratado
de alianza.
Es difícil asegurar
con certeza si el largo retrato pudo tener una parte perdida
dedicada a la effictio;[51] pero Livio siempre parece más inclinado
a la notatio,[52] aunque en una versión siempre particularizada.[53] Cicerón advierte en el De oratore, en un pasaje mil veces citado (3.216),
que la acción procede
de la mente y que el semblante
es su imagen,
aunque los ojos dominan con su expresividad. Quintiliano, en una aplicación más interesante para
nosotros ahora —aunque él lo limita al
orador—, especifica que la importancia de gestos y ademanes procede de lo que estos dan a entender, aun sin palabras (11.3.65).[54] Éste es el punto de partida del historiador: el centro
de la caracterización no es la descriptio personae;
no hay un solo rasgo del rey, ni del rostro
ni del cuerpo. Ni una
mención, siquiera indirecta, a sus posibles cualidades físicas: robor, pulchritudo, firmitas…; ni de las virtudes
(ni las clásicas,
ni las propias);
o los vicios. Sólo la pintura de sus acciones,[55]
jugando con la información real (lo que da como hechos)
y la insinuatio,[56] en diferentes planos: la que se concentra en las diversas opiniones
—la de los espectadores; la del propio rey; y la de los lectores—; y la que se deriva,
implícitamente de sus propios
asertos y juicios,
donde la terminología desempeña relevante papel.[57]
Y todo ello en una serie de niveles, que evidencian la hábil adaptación de la teoría retórica al personaje
en cuestión, a través de los cuales se da su imagen, individualizada y muy cohesionada, precisamente a partir
de la antítesis
que supone su propia
contradicción:
a)
En el ámbito externo, que lo vincula con Roma, ajustando
el tópico de la educación (en la fase infantil y juvenil) al resultado: su aprendizaje en Roma — siempre ceñido al ius y la lex—, se proyecta sobre su etapa de gobierno
(§ 1). Pero el tópico de esta relación con la Urbe se mantendrá
a lo largo de todas sus apariciones posteriores. Incluso, o especialmente también, en relación
con sus personajes: el contraste
con Popilio Lenas, en función del cual está su propia caracterización,[58]
es determinante.
b)
En el interno, con su animus errans… (§ 2) al que, como veremos
luego, se contrapondrá el regius… animus que introducirá su mejor faceta.
c)
Y en las res; las últimas,
las públicas. Antes,
las privatae; un
complicado entramado
de relaciones contradictorias cuyo resumen es, en el grado más positivo (i), el desconocimiento de la gente —y lo que es peor: el suyo propio sobre sí mismo (nec sibi nec aliis quinam homo esset, satis constaret, § 2 /
nescire)—; ahora, además, el sujeto son los otros y el referente
él: itaque nescire quid sibi vellet,… (§ 4); antes, con la variatio del verbo (satis constaret), y el isocolon del nec sibi nec aliis, la relación entre el actor (él) y los espectadores (el resto), está en igualdad
de condiciones.[59]
En el intermedio (ii), la extrañeza: no hay ninguna lógica en su comportamiento, puesto que no
habla a los amigos, se dirige sonriente (arridere) a gente a quien conocía poco, y ofende a otros con una prodigalidad inadecuada. Y en el más
elevado (iii), y negativo, la locura: haud dubie insanire aiebant.
Y en último lugar, pero no menos importante, con una cuidada
dispositio, que Livio completa
con una no menos brillante
elocutio,[60] alternando hechos (§§ 1; 3) con opinión (§§ 2; 4), y haciendo confluir los distintos planos de su distributio[61] en una valoración negativa que parte de tres elementos principales. El primero,
el contraste
entre lo esperado
y lo sorprendente; lo pueril y lo serio; la cordura y la locura. El segundo, la importancia del ‘juego’
y la ‘burla’, en sus relaciones humanas con el entorno (ludificari; lusus/ ludere). El tercero,
la idea de la inadecuada ‘diversión’, que refuerza
al contrario; el rey carece de lo sustancial desde el punto de vista de un romano: la seriedad, la madurez,
la gravitas / maiestas; y, lo que es igualmente importante, la obligación de aparentarlo. La conclusión es la lógica: una dualidad incompatible
con los caracteres de una pieza típicos de Roma, pero bien avenida con el tópico de la sinuosidad oriental; de ahí la imposibilidad de que nadie pudiera conocerlo[62]
—que era, probablemente lo que el rey en el fondo pretendía, y los romanos odiaban—; la
“locura” (insanire) que se
desprende de tan excéntrica e
ilógica forma de obrar, sobre todo a juicio de los serios y lógicos
políticos e historiadores romanos. Y, por último,
la necedad que supone
que tampoco él fuera capaz de conocerse
a sí mismo.
Como contraste general en esa planificación del material
informativo (dispositio), la sentencia
que va a introducir el bloque siguiente,[63] donde se va a poner de manifiesto su “tenor propio de un rey”, utiliza precisamente el mismo término para mejor marcar la antítesis: regius… animus // adeo nulli fortunae adhaerebat animus…(§ 2). La conclusión antitética de ambos bloques
reafirma el juicio crítico sobre el personaje: no se
puede utilizar un recurso tan importante para un romano
como es la ley y el símbolo del poder —el mismo que el edil Cn. Flavio
había utilizado para subrayar el suyo: la sella eburnea—, para nimiedades y esparcimientos banales (‘lúdicamente’). Eso sí, concede Livio, como rey oriental será importante el ornato que dispense a sus ciudades —un tópico fundamental que luego en época imperial los monarcas ejercerán
convenientemente― y a sus dioses. Lamentablemente, al perderse el inicio y el final del pasaje no se puede entrar en otras cuestiones. Por ejemplo, no es fácil decantarse por una posible relación/oposición al otro hijo de Antíoco,
muerto poco antes, y muy ponderado
en las escasas líneas que le dedican (35.15.2).
Por lo demás, la relación
con el retrato de Polibio (26,1a) pese a las semejanzas —JAL (1971:154) considera que “sigue muy de cerca el retrato griego”; y BERNARD (2001: 391), que se inspira en él—, no es la que se obtiene al primer golpe de vista. La primera impresión, ciertamente, es la que Jal transmite; pero la realidad,
una vez se analizan
ambos textos en detalle, es muy diferente.
a) En primer lugar, en la propia inventio, donde Livio se ha beneficiado de las referencias griegas, porque de ellas partirá el eje central al que ajusta el suyo: la contradicción absoluta entre las pautas de conducta del personaje. Pero los datos no son los mismos: en él no aparecen detalles como rebajarse a hablar con plebeyos, beber con extranjeros, ni acudir con flautistas y músicos a banquetes de otros jóvenes, que salían prestos del lugar cuando él llegaba; ni el despojo de sus vestiduras mientras deambulaba por el ágora. Y cuando los matices se aproximan ―el tema de los regalos, o el de andar como candidatus con la toga, o pasear una vez logró la magistratura en el carro curul recubierto de marfil por el ágora (por la influencia de Roma al fondo)―, están claramente adaptados. De hecho, de estos dos últimos no hay eco alguno en el paduano; pero sí es cierto que de ahí ha podido sacar su referencia sobre la silla curul en la que se sentaba, impartiendo justicia. Y en el caso de los presentes (munera dare, § 3), que entregaba de manera poco equitativa (munificientia inaequali), Polibio (tal como recoge Ateneo), se ciñe a huesos de gacela, dátiles u oro, mientras Livio elige escae aut lusus (“dulces o juguetes”); y, sobre todo, se concentra más que en la materia, en la sustancia: de hecho, el paduano acentúa la antítesis entre el infantilismo de lo que concedía a los que tenían una cierta dignidad y una gran autoestima,[64] y el enriquecimiento de quienes no esperaban nada; lo cual supone una nueva vuelta de tuerca en lo que es el centro de su breve composición: el juego de contrastes. Después, en la acción que ambos historiadores encomian respecto a la generosidad con las ciudades y el respeto a los dioses (§§ 5-9), Polibio la da como positiva, pero sin integrarla en el conjunto, a diferencia de la unidad contrastiva que Livio busca y logra; y rompe la línea encomiástica que el paduano sí establece en su pasaje ―primero lo malo e ilógico; luego lo regius: en el cuidado de los dioses (en todos los ámbitos: templos, ofrendas, estatuas,…); y en el de su preocupación por las ciudades―, saltando a un nuevo despropósito cual es el baño en establecimientos públicos, repletos de gente normal, pero donde se hacía llevar costosos perfumes que provocaban situaciones grotescas. De esta última anécdota conservada —con la hilaridad que provoca—, y con que acaba el pasaje del historiador griego (26.1.14; Ateneo V 193d), es de donde, tal vez, Livio haya podido sacar su idea de la risa. Más adelante volveremos a ello.
b)
Más diferencias, y más importantes, hay en la configuración interna del retrato, porque se pone de manifiesto, una vez más, la habilidad liviana en la dispositio y elocutio siempre al servicio
de una inventio determinada. Es evidente que no se puede apenas lucubrar
sobre la descripción de Polibio,
al proceder de una fuente indirecta
como es Ateneo.
Pero, independientemente de lo que en su pasaje se sugiere ―ese matiz de locura que sí está recogido por Livio[65]―, no hay en su fragmento
una idea motriz que aglutine todos los datos en un conjunto
coherente y polarizado, como sí ocurre en el del latino. Toda la estructura de la breve primera parte, antes de la novedad absoluta de orquestar
el segundo bloque a partir del contraste
más general entre un
animus tan levis como el de Nerón, y
el regius (§ 5) de su
comportamiento con dioses y ciudades,[66] está dominado
por la serie de antítesis que, gracias
al juego literario, configuran una muy cohesionada imagen de indefinición, como el historiador pretende sugerir. Es una paradoja, perfectamente buscada
y realizada, que convierte
el pasaje en único ―porque el paduano ha sabido utilizar
los recursos que se le ‘dan’ en esta ocasión, frente a otros casos en que ‘no se le dan’―; y modélico, porque, sin que Bernard
ni Jal lo hayan notado
en sus comentarios, el narrador, trabajando, una vez más, en la línea de Salustio, ha aplicado
sus recursos paradójicos
―muy notables
en los casos de Catilina, Sila, “como arquetipo” (LA PENNA 1976: 283),[67]o Petronio (Tác. Ann. 16,19)― para dar viveza, complejidad y atractivo
a la personalidad de un rey que deja atónitos a sus interlocutores con su impredecible comportamiento; un modo de ser difícil de ajustar a unos cánones
‘reales’ (regios) y ‘ortodoxos’: “adecuados” (decet / aptum) en definitiva, para lo que, a su juicio, como en el de Filipo V, su cargo y su tenor exigen.
c)
Además, ha barajado también otra fundamental contraposición, siempre en la línea de lo abstracto ―Livio no se detiene
en una conducta
práctica, como sí detalla Polibio con todas esas peculiares actividades, muy griegas[68]
(beber, ir a los banquetes
de los muchachos...); él prefiere
concentrarse en la oralidad en su personaje[69] y la romanidad
como referencia[70]―. De ahí la oposición
entre el animus —sustancial en una dispositio que juega con esa dualidad
contrapuesta,[71]
y como alternativa de la virtus tradicional[72]—, y la fortuna;[73] una nueva modificación de un supuesto clásico que él resuelve
a favor del rey: contra los que opinaban que estaba
loco, su comportamiento ‘regius’ en la extensa segunda parte del relato decanta
la decisión a su favor. Algo muy distinto de lo que pudo haber ocurrido
en el caso de Polibio,
que, tal y como lo leemos ahora,[74]
acaba con la anécdota
de su necia conducta en los baños públicos:
aunque ahí se mezclaba con gente vulgar,
usaba caros perfumes; al burlarse
uno de los usuarios
hizo que le echaran sobre la cabeza
un ungüento especialmente aceitoso, muy caro, pero muy resbaladizo, que provocó la caída de muchos asistentes, y la risa burlona de todos; incluida la del propio rey. Un final como éste deja en el ánimo del lector una impresión más negativa del rey, a diferencia de la de Livio. Y plantea
una cuestión sin respuesta posible cual es la posible inspiración de esta circunstancia, la risa/burla, para la generalización del retrato
latino.
Así, en concreto, por lo que respecta a la presencia y utilización de la risa en este pasaje hay que puntualizar ciertos extremos:
En primer lugar, Livio, que elige bien los términos cuando lo desea, selecciona el compuesto (ad-ridere) que implica una dirección/otra persona hacia la cual se dirige la ‘sonrisa’. De hecho, no hay más usos en la obra. Teniendo en cuenta su carácter
único —aunque la pérdida del original
impida el aserto absoluto,
está claro, o lo parece, que para
los
romanos, a juicio del
historiador, no era muy habitual que un rey dirigira una sonrisa — burlona
o no—, a nadie. Por supuesto,
ello se amplía a todos los magistrados y dirigentes romanos.
En segundo lugar, el verbo va
acompañado en las líneas siguientes de
ese matiz de diversión que incorporan el ludificari/ludus/ludere y refuerza la idea de que el rey carece de lo sustancial desde el punto de vista de un romano: la seriedad,
la gravitas/maiestas, y la obligación de aparentarlo. No es extraño
que el historiador paduano, como Polibio también advertía, se
haga eco de lo que los demás concluyen: “decían que estaba loco” (insanire aiebant); lo cual, sin embargo, choca con el resto del retrato, como hemos apuntado antes, porque no parece tan loco quien organiza un proceso de reconstrucción urbana y religiosa
como el que él llevó a cabo mientras vivió: la muralla prometida a los megalopolitanos de Arcadia;
el teatro de mármol de Tegea; la vajilla
de oro del servicio de mesa para el Pritaneo…
// el templo de Júpiter Olímpico en Atenas;
el ornato de Delos con altares y esculturas; el templo de Júpiter Capitolino de Antioquía, con su techo y paredes revestidas de láminas de oro (41.20.8-9).
En tercer
lugar, el hecho de que se le aplique
a un extranjero, un sirio, de compleja caracterización
y contradictorio modo
de ser, respalda la idea que se advierte en el caso del pasaje de Filipo y Flaminino: estos, los reyes orientales, pueden carecer de la dignitas debida, pero los romanos no. Sólo Escipión, y en Éfeso (35.14.10), como veremos, se atreve a relajarse, pero lo hace en una circunstancia particular.
II.
UNA BURLA OPORTUNA (6.34.6-7)
La función retórica de este pasaje, muy singular dentro de este denso libro dedicado a los problemas de deudas de la plebe y la lucha político-social de estamentos (patricios-plebeyos), es descansar
el ánimo del lector
(delectatio) después de los últimos
problemas contra los enemigos externos
(cap. 27-33)[75]
―motivados en última instancia por las dificultades internas de los débitos.[76]
Y, a la vez, prepararlo para el último envite del año y el volumen:
la dura etapa del conflicto
final que se cierra con la elección
de Sextio como primer cónsul plebeyo
y la creación de la pretura
para los patricios (6,42,11). La
transición analística del apartado previo
(las res externae) a todo éste de las internae (34-42) se orquesta a través de una anécdota (34.5- 11), no lo bastante ‘sentenciosa’[77]
ni breve como para encarnar
una perfecta chría, pero sí para ilustrar, en su condición factual (“activa e instructiva”) y emotiva,[78] el proceso
que da paso desde la esfera personal
y privada del motivo temático a una de las principales revoluciones políticas de la época republicana.
Livio orquesta el relato,
en una hábil combinación de formas literarias — narrativas, discursivas y dramáticas—, ligando las partes aristotélicas del discurso[79]—exordium, narratio, argumentatio y conclusio[80]— con el ‘drama’ de la Fabia menor en una de ellas (6.34.6-10). Y lo hace con tres elementos sustanciales. En primer lugar, parte de la ‘casualidad’,[81] motor siempre de la fortuna o de la tragedia
(páthos), contrapuesta, además, a la tradición, como enfatiza el repetido
mos.[82] En segundo lugar,
acude como fondo al poderoso argumento
de la psicología femenina —la tradicional misoginia de la historiografía latina, y liviana
(OAKLEY 1997: 665), se advierte bien en la negativa
pintura liviana de las dos hermanas: la mayor, orgullosa
y poco generosa;
la menor, envidiosa
y rencorosa, y apenas deferente con su marido;
y el carácter ‘mudable’ femenino,[83]
las alcanza a ambas—. Y, en tercer
lugar, utiliza como punto de partida la risa en la escena doméstica, en una buena inversión
de la tradicional función del ridiculum:[84] aquí, en vez de relajar, dispara la tensión.
El inicio del pasaje[85]
es una introducción directa[86]
—un exordium “normal”[87]—, pero no sólo del episodio
en cuestión, sino de toda la secuencia final (34-42), que se cerrará al acabar el libro, en una composición anular, con esa elección de L. Sextio como primer
cónsul plebeyo (42.10).
Así, justamente, este strenuus adulescens al que aquí se dará entrada como
uno de los actores
secundarios, cierra el
acto, en la conclusio (§ 11). Por eso, en este pasaje introductorio, haciéndole cumplir su función — conseguir abiertamente la atención
del oyente/ lector[88]—, Livio aborda el tema con una contundente antítesis de raíz tradicional —la dualidad
típica del relato clásico: tranquilidad ‘exterior’/ problemas ‘internos’ (§ 1)[89]—; y una nueva contraposición entre los dos elementos que van a mantener
la disputa: la vis patrum // las miseriae plebis, incorporando en cada uno de ellos el factor que los distingue
(violencia: vis/ desgracias: miseriae); para concluir con
una última y dura frase en
la que el oxímoron[90] eleva la tensión al máximo,
preludiando el (complicado) futuro histórico que les aguardaba: el inmediato, el que se plantea en la conclusiva que cierra
esta presentación (§ 2[91]); y el próximo, e inminente
ya, que es el que va a ir contando a partir del punto en el que concluye el pasaje: aquí (§ 34.11) se inician los planes; de inmediato se plantea la “revolución” (35.1).
Perseverando en esa línea, en lugar de ceder a la tentación de atraerse
el rápido interés
del lector, el paduano profundiza en el problema presentado acudiendo al páthos,[92] y enfatizando
los principales componentes con los
que va tener que
lidiar: la sumisión de la plebe en los dos antagónicos niveles que la integran,
los infimi y los principes etiam (§ 3). De ahí, la consiguiente incapacidad de todos ellos para optar a lo que ya habían conseguido
―el tribunado militar―; o, peor aún, en gradatio: ni siquiera tienen opción
de alcanzar sus propias
magistraturas plebeyas
(§ 4). Y la última
antítesis: nadie de la plebe, ni aun siendo “firme o
experimentado”,[93]
tenía valor para disputar a los patricios
el disfrute de unos cargos (possessio honoris) que estos ya creían tener dominados
para siempre (in perpetuum). Con todo, lo más original del tratamiento literario es que Livio ha convertido su último segmento (§§ 3-4) en un peculiar epílogo, proyectando los elementos que le son propios: una breve recapitulatio (enumeratio), de los puntos
principales de los que ya se ha tratado (§ 3);[94]
y una appellatio a la commiseratio del juez / lector.[95]
A partir
de este momento, en un
movimiento pendular que neutraliza la inclinación del pasaje introductorio general ―en el que,
como veíamos,[96]
se induce al lector/oyente a inclinarse por la plebe (§§ 2-4)―, se inicia
la narratio del episodio central,
que también tiene, como parte independiente que es, su propio preámbulo. Como apertura, una sententia generalizadora,[97] que enfatiza el perfecto
término medio en cualquier
situación ―aquí para la laetitia―, apoyada por el primero de los comentarios del autor (ut plerumque solet); una presencia la de éste que
va a jugar como uno más
de los elementos contrastivos[98]
en los que se apoya el pasaje,
y que antecede a su juicio decantado (credo) sobre las razones
últimas del disgusto de la joven Fabia. La focalización del narrador
resalta los vitia de su hija:[99]
uno completamente ex animo,[100] la invidia,[101] porque su hermana
tiene lo que ella no posee; y el otro, ex bono extra posito:[102] la vergüenza, porque su marido carece
del honor que su cuñado y su hermana, por ende, tienen.[103]
Y que el cargo (y la dignitas que supone) es,
en definitiva, el nudo gordiano
de la cuestión, lo indica el hecho de que el historiador, subrayando la esencia
del problema, cierre el episodio
con el mismo término, introduciéndolo en la consolatio del padre: … eosdem propediem domi uisuram honores quos apud sororem
uideat; lógicamente también con el punto de referencia principal: esa hermana mayor hacia la cual, como se ha establecido un momento antes,[104] la Fabia menor no mostraba la pietas debida (nec satis piam aduersus sororem…); igual que tampoco el respeto obligado
hacia su marido,
al que se destaca,
justamente, de
modo indirecto
con el mismo tipo de término
que incorpora el problema central del texto:
… nec admodum in uirum honorificam (§ 9). Y en ese centro,
un balanceado cuadro con la presentación de los actores y la acción en la primera parte, y las razones (argumentatio), tanto del autor (más objetivas), cuanto de los personajes en escena (más subjetivas), a través de las cuales se establecerá el desenlace
del pasaje, y el inicio
del proceso político.
En ambos, para romper ese carácter estático que tiene la evidentia (LAUSBERG, 1975: § 810),[105]
que produce la simultaneidad de los detalles (objetivo) y la vivencia
del que lo contempla
(subjetivo), y que el propio
autor acentúa conscientemente[106]
— en una peculiar aplicación de las normas para la narratio en la ficción, tanto en el apartado
de los propios hechos,[107]
cuanto al de las “personas”[108]
―, Livio hace oscilar el pasaje
sobre la antítesis
de una serie de dualidades contrapuestas, en diferentes planos:
el ideológico (los dos estamentos enfrentados: plebe/patriciado); el evenemencial (la casualidad que marca el inicio del proceso y el desenlace,109 [109]y la seguridad
del cambio que va a producirse); el factual
y escénico (la acción
política frente a la plácida atmósfera de la charla familiar de las hermanas); el personal,
con los actores
y sus sentimientos, siempre opuestos (Servio Sulpicio
frente a Licinio Estolón; y luego éste, el yerno,[110]
con L. Sextio / las dos hermanas); y el muy determinante de los sentimientos (el pavor de una, frente a la risa de la otra). Y, en último, pero no menos importante lugar, en la propia elocutio, que apuesta
por la dualidad expresiva: palabras o sintagmas.[111] Todo ello bajo la égida del figurante principal
(Fabio Ambusto), verdadero
aglutinador del proceso,
motor de la acción, fino inquisidor de los sentimientos femeninos,[112]
y el mejor padre en quien encontrar “consuelo”[113]; de ahí que su nombre abra y cierre el texto, en una típica composición anular
donde la variatio afecta al volumen fónico[114]
y al orden de palabras.
En definitiva, esa ‘verosímil’ imitatio morum que Livio ha orquestado con una sermocinatio de reflexiones, conversaciones y confesiones, incluyendo, además, una escena
familiar casi íntima en la que la risa, siempre problemática,[115]
va a ser el motor principal de sentimientos, simples acciones o complejos
procesos, le permite
dar viveza al relato[116]
y contribuye al ornatus[117] en este tercio
final del volumen.
III.
UNA ACTIO ILUSTRATIVA:
LA
ENTREVISTA ENTRE FILIPO V Y FLAMININO (32.34.3)
Uno de los detalles que ya WALSH (1955: 372) puso de manifiesto en uno de sus muchos trabajos
sobre Livio es la manipulación que éste ejerce sobre los datos de Polibio
a propósito de la entrevista entre Filipo de Macedonia y Flaminino, especialmente en el tratamiento de la figura y actitud
de éste. El historiador romano, imbuido
del sentimiento romano de austeridad, sobriedad y dignidad que debe determinar el talante
de todo político —incluido
el ‘rey’ macedonio, al que, considera
“demasiado jocoso/mordaz (dicacior) para lo que conviene a un soberano” (32.34.3)—, suprime la empatía
y actitud cordial
que su predecesor griego había establecido entre el cónsul del 197, vencedor
de Cinoscéfalos, y el rey macedonio
en el duelo dialéctico que sostienen
ambos en la entrevista de Nicea, en Lócride. Livio, que premia la rigidez ‘decorosa’ del romano frente a la conducta
‘censurable’ del monarca (es dicacior), silencia la sonrisa de Flaminino, suscitada por los irónicos comentarios del rey, que el historiador griego le concedía en dos ocasiones. En el juego literario-caracterizador que Livio establece
entre ambos, Flaminino es condenado a ‘no reír’, pese a que el gesto provocado por las respuestas del macedonio
en el relato polibiano no sólo no le quitan un ápice de su categoría
y fuerza, sino que reafirman su personalidad, evidencian su tolerancia y contribuyen a configurar un panorama
más vivo, real y sensible de la alta política greco-romana. Livio,
que convierte la escena en una auténtica
representación dramática,[118]
“ha creado”, con esa ilusión representativa a partir de su peculiar
perspicacia, un determinado “significado”,[119]
prefiriendo sacrificar la humanidad
de sus personajes en aras de ese decorum que considera preferible en un romano,
y, de paso, en un griego,
en un acto oficial
como el que están ejecutando. Alternativamente, configura el proceso de negociación como un auténtico
espectáculo, y los matices
ideológico- caracterizadores (morales y personales) ponen de manifiesto su fina creatividad retórica.
Su larga secuencia (32.32.5-37), con muy distintos
registros literarios, parte de la conferencia de paz solicitada por Filipo por medio de un parlamentario con el caduceo (32.32.5), que interrumpe un ataque contra Opunte donde una
facción había llamado en su ayuda a los etolios, y otra, más poderosa,
a los romanos.
La entrevista va a tener
lugar en el golfo Malíaco, en cuyo borde sur se encuentra Nicea, hacia donde tenía que desplazarse el rey desde Demetríade ―punto en el que inicia
el (fragmentado) relato de Polibio―, con cinco lanchas y una nave de espolón, en la que viajaba él mismo.[120] El comisionado romano, rodeado de sus aliados,
entre ellos los etolios —con Feneas a la cabeza—, lo espera
en la orilla hacia la que el rey se ha adelantado, y a la que no quiere descender, porque, como luego dirá, no se fía de los que rodean al cónsul, especialmente de los etolios.
A partir de su llegada
y a lo largo de tres días, los dos dirigentes, acompañado el romano de sus aliados y el soberano de su séquito, se entrevistan en la orilla
del mar: en la playa Flaminino,
y Filipo desde la barcaza real, hasta que el segundo día decide bajar a la arena. En el intercambio de parlamentos destacan, en el caso de Polibio,
el muy largo de Alejandro/Iseo (más breve en
Livio); y en éste, la réplica de Filipo (32.34.1-10/11-13), en la que se
incluye justamente la frase de la risa que ha motivado nuestro análisis.
El pasaje, realmente divertido e ilustrativo de los intereses, posturas y características ideológico-literarias de cada historiador, mantiene sustancialmente el mismo tipo de información y el mismo relieve para los principales personajes. Pero, mientras
Polibio, siempre más profundo en la cuestión política, se muestra más humano en los detalles de la relación y mucho más tolerante, incluso más sutil y caracterizador en el tema de la risa —emoción que él no considera
perniciosa ni lesiva
para la dignitas de ninguno de los dos políticos—, el texto liviano
como casi siempre destaca por los detalles
con que se fija la acción, la motivación personal con la que se argumenta el proceso,
la cohesión que se da del evento en su conjunción retórica, y una gestualidad acorde con una determinada ideología político-moral.
Así, según Polibio, Flaminino se echa a reír en dos ocasiones ante la hábil dialéctica de Filipo. Una vez cuando,
ante la orden de que debe retirarse
de los ‘límites
de Grecia’, éste pregunta,
real y retóricamente, cuáles son estos, sobre todo, teniendo
en cuenta que los mismos griegos (“etolios, aqueos,…/ agreos, apódotos, anfiloquios”)[121]
no los tienen
en absoluto claros
(18.5.7). Otra vez cuando,
ante la exigencia
de que repare los daños causados, después de haber derribado el Niceforio y destrozado el templo
de Venus, ofrece
como única solución,
con fino ingenio
y una gran dosis de socarronería, “ya que no puede
reconstruirlos”, “mandar plantas y hortelanos” para que repueblen
con árboles la zona. Flaminino, concluye Polibio, “se rió otra vez de la broma” (18.6.3-4).[122]
Livio da los datos sustanciales —el rey dice que correrá
con los gastos—,
pero modifica el registro
—en él no hay afirmación, sino una
interrogación retórica de
función múltiple: es una forma peculiar de refutatio; realmente una deprecatio,[123] que mantiene mucho más que el simple enunciado la atención
del oyente y acrece
la expectativa de una hipotética respuesta[124]—; añade una apostilla,[125] marcando su tenor ―él, Filipo, es un rey―, y el de su interlocutor
―éste es un enviado de Roma, parejo a él[126]―, dejando excluido al resto.[127]
Y, sobre todo, calla el simpático
gesto de Tito Quincio, renunciando a la doble
caracterización que el autor griego llevaba a cabo, en idéntica línea ―ambos personajes pueden entenderse
y hasta divertirse sin
perder su fuerza y su dignidad―; en consecuencia,
el paduano
silencia de
nuevo la complacencia de Flaminino
ante la habilidad dialéctica y las agudezas del macedonio,[128]
y evita su ironía,
callando del todo la última parte del diálogo
que Polibio desarrollaba: cuando el rey le pide tiempo para reflexionar (18.7.4), porque “está solo y no tiene con quién consultar”, Flaminino, con la misma ironía que el monarca antes, le objeta: “Claro, porque has
matado a todos los amigos que te podrían aconsejar”. Filipo, resuelve Polibio, “sonriendo sardónicamente no replicó (18.7.5).[129]
Frente a este juego dialéctico y escénico por parte de ambos mandatarios, que Polibio
explicita y Livio calla, manteniendo a los dos políticos, especialmente al romano,
en la gravitas inherente al cargo, ambos historiadores coinciden
en la réplica a Feneas, que suscita el comentario de este pasaje que glosamos.
Ante la interrupción de Feneas,
que tenía una enfermedad en los ojos, a las objeciones del rey, aduciendo
que “o había que vencer
o era necesario obedecer”, éste le había replicado, con una dureza inadmisible, pero un sarcasmo[130]
digno de un lúcido polemista: “eso es evidente
incluso para un ciego” (32.34.3). La apostilla del latino al comentario del rey, et erat dicacior natura quam regem decet, et ne inter seria quidem risu satis temperans, marca la diferencia entre el planteamiento de cada autor, porque, aunque la sustancia
del comentario en ambos pueda ser pareja,
Polibio es mucho más neutro en su juicio al apuntar sólo que
el rey era “agudo y muy hábil en
tomar el pelo a los demás”.[131] El paduano, sin embargo, deja traslucir, una vez más, su bosquejo psicológico-literario[132] ―la rigidez ‘puntillosa’ que exige para sus políticos, cuya conducta
pública debe ajustarse a unos cánones
que los griegos no comparten―; y, de paso entra en un terreno más físico de lo que su fuente había sugerido. Polibio sólo habla del carácter del rey (ex animo), no de cómo se puede manifestar éste… (ex actis).[133] Livio, en cambio,
realza la riqueza de la teatral escena
con muchos otros matices, destacándolos, como siempre, por medio
de otros tantos
de los múltiples recursos que atesora
su educación retórico-literaria:
1)
En primer término concede al espectáculo, en su conjunto
y en sus detalles, un relieve
mucho mayor:
i)
Subraya esa performance dramática, la puesta en escena, acudiendo a los juegos efectistas, incluido
el del silencio, como alternativa al diálogo
que es uno de los efectos del pasaje en general en ambos autores.[134] Con él resalta el miedo y estupor de los espectadores:[135]
en el momento de iniciarse
la charla, cuando Flaminino invita al rey a descender
de su barcaza
para que puedan hablar con más cercanía y comodidad y éste se niega, se produce
un mutismo impactante que Livio enfatiza
para tensar más el drama (32.33.1). Polibio, en cambio,
mucho más obsesionado por la sustancia
del proceso —a la que, en definitiva, contribuyen de modo decisivo
los hombres[136]―, se ocupa de indicar que todos “se preocuparon de lo mal que empezaba la entrevista” (18.1.10), algo que podía llevar a una ruptura definitiva y, de nuevo, a la guerra.
En otros casos es el distinto
énfasis en las razones lo que los diferencia: en Polibio,
Flaminino insta a Filipo a hablar; pero éste objeta que es al romano al que toca marcar las obligaciones para salvaguardar la paz (18.1.10). Y, sin más, Tito Quincio, advirtiendo que lo que ha de decir es “simple
y claro”, enumera
las que considera obligaciones inmediatas de su interlocutor (18.1.11). Livio,
en cambio,
explicita los motivos de cada uno para tal actitud:
el romano consideraba que debía hablar el rey primero “porque era él quien había pedido la entrevista”; y éste que el romano “porque era el que dictaba
las condiciones” (32.33.1). La articulación argumentativa, simple en cada uno de sus elementos, acaba siendo más compleja en su conjunto.[137]
ii)
Recrea la importancia del protocolo, que los personajes respetan con escrupulosidad exquisita, en un juego de atrezzo
y movimiento político
que pone de relieve la importancia de los gestos oficiales, marcando con pequeños
pormenores las circunstancias y las diferencias entre ellas: la aproximación o no a la playa de Filipo; su descenso o no de la nave; el número de barcos, y la clase social de los ayudantes;[138] la puntualidad o el retraso;[139]
el orden de intervención;[140]
la oposición entre los tres días[141] en que se suceden las distintas entrevistas con sus distintos
resultados;[142] el respeto
a las normas o, al contrario, su subversión ―por ejemplo, Filipo, haciendo esperar
a propósito al enemigo, sin llegar a la playa hasta el atardecer
(32.35.2-3), en una típica guerra
de nervios que
Polibio no subraya,[143]
y justificándose en el hecho de que había dedicado
el día a “reflexionar”; Livio, sin enfatizarlo, también es capaz de utilizar
la ironía―.
De hecho, el contraste
con el texto de Polibio permite apreciar
esos matices y ver en qué destaca
la reelaboración liviana
en sus diferentes frentes. Así, en el momento
de pronunciar esa sarcástica frase que merece la explícita
reprobación del narrador latino, 'apparet id quidem'…'etiam caeco, “el rey”, según el historiador griego, “se ha acercado a tierra”;
pero sin que se dé razón alguna del porqué
ha decidido hacerlo cuando poco antes
se había negado (18.1.4-9). En cambio,
Livio, mucho más preocupado por la lógica psicológica (infra) y la planificación dramática del proceso, ya que no histórica,[144]
sí se molesta en explicitar el motivo ―inventado o no[145]―
de la aproximación del rey a la orilla:[146]
tanto éste, como
la inmediata réplica a Feneas,
que le había espetado
la dura sentencia, aut bello uincendum aut melioribus parendum esse (32.34.2), se han producido por la “alteración” que le ha provocado
al monarca macedonio
el discurso del etolio Alejandro:[147]
Motus oratione
Alexandri… Y algo semejante
ocurre poco después, en la escena del segundo
día, en una situación
muy fácil de entender y ‘visualizar’ a partir de la conjunción de matices
que el historiador ofrece en una simple frase,[148] cuando los gritos y protestas
de los asistentes parecen marear tanto a Filipo que acaba pidiéndole a Flaminino
retrasar hasta el día siguiente la solución
del debate.[149]
Con estos pequeños
aderezos, el desarrollo escénico, que tiene mucha más complejidad en la secuencia
liviana que en la exposición polibiana, aporta una evidentia superior a la de éste, promoviendo la empatía
con el rey y acercando al lector al ‘acto’ teatral que se está llevando
a cabo ante la mirada de los presentes (aquéllos), y los lectores (nosotros).
2) En segundo lugar, utiliza la psicología como motor para la acción, y como fórmula expresiva de pueblos y figuras; un recurso que le sirve, además, para orquestar mejor y más cohesionadamente el pasaje. De ahí que, mientras Polibio comienza la escena con la presentación detenida de los interlocutores (18.1.1-4), él prefiera plantear los intereses de Flaminino, ligados a su renovación en el cargo y a las posibilidades que le ofrecía el encuentro: inclinar la situación hacia la guerra si tenía que quedarse, o hacia la paz, si debía irse (32.32.6-8).[150] Con esta justificación personal, Livio orquesta un bloque muy bien trabado y separado, a la vez que conectado, con el resto del relato, en el que el lector tiene siempre en el subconsciente los intereses particulares de Flaminino en el manejo de la situación y el juego dialéctico y político que mantiene con el rey macedonio.[151] De hecho, Quincio acabará obteniendo del Senado la capacidad de maniobra que desea, después de “convencerse de que el Senado no estaba cansado de la guerra”; y, como él “deseaba más la victoria que la paz”, ya no concedió más entrevistas a Filipo y declaró que no pensaba recibir a ninguna que no le anunciase que se retiraba de toda Grecia (32.37.6). Otras veces, como siempre dentro de la buena tradición historiográfica romana, el historiador deja entrever a través de las ideas y los pensamientos del enemigo,[152] aquí el rey, las contradicciones de la política romana: Filipo se irrita ―en gran medida con razón―, de que tanto los romanos como los etolios le pongan determinadas condiciones: le obligan a salir de Grecia, siendo así que, como hemos visto, ni ellos mismos pueden decir en estricta justicia cuáles eran sus límites (32.34.2); y ellos no respetan a sus amigos, y su juventud combate con quien quiere sin mediar oficialidad alguna… (32.34.4-5).
3)
En tercer
lugar, aspecto fundamental en su narración, acude a la retórica
como fórmula para realzar un proceso
que demuestra tanto la complejidad de la política,
cuanto sus mecanismos internos, y los intereses personales
y geo- estratégicos de los gobernantes. Un par de referencias servirán de ejemplo:
i)
En los primeros momentos, cuando Flaminino
le sugiere que descienda a la orilla
para poder entenderse
mejor y el rey replica que no, Polibio refiere
la escena en estilo indirecto, notando la extrañeza del romano[153] por la contestación negativa del monarca (18.1.6), y
añadiendo, ante la
desconfianza con los etolios
en especial, que el riesgo era el mismo para todos. Livio, por supuesto,
prefiere el estilo directo; utiliza la interrogación puntual,[154]
de claro eco ciceroniano (Catil. 1.1), y deja responder
al rey en primera
persona; y, lo que es más importante, enfatiza su caracterización con un juicio previo a tal respuesta
―en el que hay un punto de coincidencia con la de Antíoco
Epifanés[155]―: ad hoc ille superbo
et regio animo: 'neminem
equidem timeo praeter
deos immortales… La réplica final,[156]
tras la nueva contestación de Flaminino, mantiene el diálogo en idéntico
nivel, convirtiendo la escena en un ágil prólogo de la larga y densa secuencia que va a venir a continuación.
ii)
En el fragmento
previo al de la risa que justamente analizamos, y como ya hemos apuntado,
Polibio hace que Feneas,
“corto de vista”,
interrumpa al rey recriminándole lo que dice (18,4,3).
Livio, alterando el orden de la narración, retrasa un poco la
mención del defecto ocular de Feneas para destacar el inadecuado sarcasmo del rey[157]
―igual que en el caso de Servilio
(45,39,18), donde los propios senadores
llegan al escarnio[158]
con su injusta hilaridad
hacia un probo defensor de la patria por cuya salvaguardia se ve afectado de ese tumor inguinum del que se están riendo los más cercanos,[159]
no es “conveniente” burlarse de un problema físico―. El juicio psicológico-moral (la falta de temperantia, decorum y gravitas) es también étnico, como Livio se ha molestado
en aparentar: los romanos, al menos
los dignos y nobles romanos como Flaminino, no ríen.
ALGUNAS
CONCLUSIONES PARCIALES[160]
En síntesis, pues, prescindiendo de la ironía, que no ha sido el objeto
de nuestro
análisis ahora, pero en la que Livio se muestra como un maestro
consumado, la risa no es un elemento
sustancial en su relato. Pero, cuando aparece, responde a una serie de coordenadas que encajan muy bien con su ideología e intereses. Es claro que controla
la adecuación al género, y que considera que igual que las chanzas no son nunca decorosas
en boca del orador,
tampoco tienen mucho lugar en la historia; pero domina su potencial
argumentativo, impresivo y, por supuesto,
literario (expresivo-dramático) y persuasivo (retórico).
De hecho, cuando recurre
a sus efectos
o su presencia, juega especialmente bien con sus posibilidades retóricas y emocionales, los dos elementos
(psicología y arte literario) en los que siempre se ha destacado su labor. Y aquí, en el tratamiento de este tema, en la parte que hemos analizado, se ponen de nuevo de manifiesto varias
facetas de ello:
A)
En el aspecto
general, en la estructura del relato,
se advierte su control sobre la concepción total del conjunto
y, sobre todo, de las secuencias; algo que siempre resulta difícil de ver por su propia amplitud, cuando el análisis se concentra en pasajes
específicos. Independientemente de fallos,
que nadie puede negar, ni nadie podría
dejar de cometer
en una obra tan voluminosa, sorprende su capacidad para utilizar los argumentos enlazando sus tópicos y ampliando
su alcance para orquestar un bloque
acabado. Incluso, como aquí hemos podido observar,
algunos se convierten en el leit-motiv del inicio y final de una Década (la tercera).
Ello demuestra su cuidada
planificación y su dominio
de la composición general.
B)
En la distancia
media, nuestro análisis ha ido dejando
patente cómo adapta
―desarrollando, suprimiendo
o manipulando―, en cada momento
y según la situación, aquello
que le interesa
en concreto de entre la información ofrecida por sus fuentes. Así, elude la risa en el caso del pasaje que transmite
Gelio (9.46.8-9) o el de Filipo y Flaminino, donde prescinde de lo que no le parece adecuado a la ‘romanidad’ o dignitas de los personajes, descartando lo general
en beneficio de consideraciones político-morales (32.34.4); incluye en el de Antíoco
Epifanés (41.20.3); y amplía en el de Aníbal (30.44.5), en la sesión de la asamblea
en Cartago que Polibio mantenía en una sola. Pero la combinación peculiar y personal
de los datos originales prueban su buen conocimiento previo del original,
que ha leído bien antes de reproducirlo o adaptarlo. El resultado
deja ver sus intereses didácticos, y, muy especialmente, su gran capacidad retórica.
C)
Este dominio de un arte que controla, como ciencia,
método y recursos,
es algo
que se advierte mejor
si
se ‘desestructura’ el pasaje que si sólo se lee. Los textos, las secuencias y las escenas, pero también los mínimos fragmentos, destacan con frecuencia por la buena factura, pero su configuración profunda sólo sorprende si se les ve con
detalle y en perspectiva. Y no tanto, o no
sólo, en las figuras literarias y las fórmulas
expresivas, que son siempre el motivo más inmediato y el que suele enfatizarse en los comentarios, sino en la planificación teatral, amplia y ligada,
que hace de sus actos escénicos. Feldherr lo puso de
manifiesto en general (1998: 5-19), y aplicándolo a algún tema en concreto.[161]
Como es evidente,
y lo habría sido más aún de haber podido abordar
las dos largas
secuencias que han quedado
para otro análisis,
la actio de sus personajes es un elemento sustancial en su proyecto
histórico: la retórica y el drama se combinan y completan[162]para ofrecer el docere pretendido, en general y en concreto.[163]
Éste es, realmente, el objetivo final de su relato. A
través de esa cuidada puesta en escena se advierten las diferencias que el narrador pretende apuntar en cada caso y las actitudes que pretende
sugerir como las más adecuadas para los dirigentes romanos,
o recriminar como inadmisibles:
a)
Diferencias político-morales, como en el caso del
discurso de Catón (34.4.4), que, defendiendo la vigencia de la lex Oppia, recrimina a quienes “ponderan demasiado las obras de arte de Corinto y Atenas, y se
burlan de las antefijas
de arcilla de los dioses romanos”.
Unas diferencias que, en cierto modo, apuntan
a esa clásica oposición
entre Roma / Italia
y Grecia (caso que será también evidente en el choque entre Filipo y Flaminino).
b)
Diferencias político-sociales, como en el episodio de la lucha de patricios y plebeyos (4.35.10), donde los tribunos de la plebe acusaban a ésta, la plebe, por su actitud escapista (no votando), o su estupidez
(votando admirativamente a quienes
detestaba en lugar de a los suyos, que ya podían ser elegidos tribunos militares con poder consular).
c)
Diferencias étnicas: se burla el galo fanfarrón, sacando la lengua (7.10.5);
se sonríe el esclavo galo o hispano ante la muerte
que le acarrea el asesinato de Asdrúbal (21.2.6); se ríe amargamente
Aníbal (30.44.5); se ríe, mezclando lo serio con lo banal, Filipo (32.34.3). Pero no se ríe Flaminino, y, apenas,
lo justo, Escipión (35.14.10); y lo hace en Éfeso y en una situación
privada.[164]
d)
O, simplemente,[165]diferencias humanas que demuestran el distinto
talante de sus componentes. Dentro de una misma clase social (el Senado),
como es el caso de M. Servilio Gémino (el c. del 202), en el discurso
de apoyo a Lucio E. Paulo cuando su triunfo
tras la victoria
sobre Perseo era contestado por Servio Sulpicio
Galba (45.39.18): el tumor, consecuencia de estar montado a caballo día y noche, “no le ha impedido
servir debidamente a la patria en
la paz o en la
guerra”, y no siente por ello más vergüenza
o pesar que por estas cicatrices. También ocurre en la misma esfera (la militar), pero en distinta
jerarquía, como en el caso de los jefes, muy tranquilos y seguros frente a los soldados
(incultos y, como tales, asustadizos), espantados por el espectáculo aterrador
de los faliscos
(7.14.4). En el caso de la censura a Claudio Pulcro (41.10.10), una figura indigna de la que, en efecto, hay que burlarse
porque es negativa,
su ejemplo, que tiene que pasar a la historia de las vituperationes, requiere un análisis
detallado que realizaremos en otro momento.
e)
Y un detalle muy importante que requiere más análisis por su relieve:
los historiadores griegos, mucho más abiertos y menos poseídos
de la dureza, severidad y seriedad
que debe mostrar un político, permiten con más facilidad que los dirigentes, romanos y
griegos, ‘rían’.[166]
Con ello reflejan mejor la
realidad, sin acudir a manipulaciones ideológico-conservadoras ―la
dignitas que hay que preservar de sus dirigentes y políticos―. Son más tolerantes con sus personajes y con sus relaciones de poder.
Apuestan más por la diversidad individual que los romanos,
siempre sometidos
a esa ley general
que los convierte
en paradigma de una severa, y única, apariencia ―Catón, frente a las mangas de César.[167]
Y singularizan su visión desde el punto de vista antropológico, sociológico y literario
frente al romano.[168]
Las normas de Quintiliano para el gesto, ademanes,
actitud del orador,[169] “que dan a entender muchas cosas sin palabras” (11.3.65-66),[170]
se pueden perfectamente aplicar a esa conducta pública. Livio lo deja bien claro: al ciudadano romano se le identifica por su figura,
su apariencia, su porte, su vestido y su lengua
(29.17.11-12).[171]
ISABEL MORENO FERRERO
Departamento de Filología Clásica e Indoeuropeo Plaza de Anaya,
s/n (Salamanca) Universidad de Salamanca
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[1] Scriba (secretario particular) del famoso Apio Claudio Ciego (censor
en el 312), que luego publicaría el Ius Flavianum (304), dando a conocer
los procedimientos de las legis actiones; por tales servicios llegaría a ser edil curul y senador.
[2] Cónsul del 133 y censor en el 120, escribió siete libros de
Annales, en un estilo poco atractivo para Cicerón, pero muy
admirado por Gelio por su tono arcaizante. CHAPLIN (2000: 19) concluye que quizá no influyera demasiado
sobre las técnicas historiográficas livianas.
[3] Idem Cn. Flavius Anni filius dicitur
ad collegam venisse visere aegrotum / ad collegam aegrum uisendi causa Flauius // sellam curulem iussit sibi afferri …// curulem
adferri sellam eo iussit…
Con todo,
las ‘leves’ modificaciones son muy notables.
[4] … assurgere
ei nemo voluit (GELL. 5) / adsurrectum ei non esset (TL § 9).
[5] Hi contemnentes eum… (GELL. 5) /… contumacia aduersus
contemnentes humilitatem suam nobiles certauit (TL § 4).
[6] El muy físico y concreto
de Calpurnio Pisón, aegrotum
—sustancialmente, y de forma directa, relacionado con el cuerpo—,
frente al aegrum de Livio, más ciceroniano y de sentido
más amplio porque
se refiere al cuerpo y alma.
[7] Viso: el simple
infinitivo venisse visere, que en la lengua hablada y poesía,
en el latín más arcaico, era habitual, frente al supino,
y que Livio también ha evitado prefiriendo el más ponderativo, y con mayor volumen
expresivo, visendi causa.
[8] Es complejo, ciertamente, arriesgar en este plano porque no conocemos
el desarrollo de la escena en el analista; mantenemos el tono más neutro posible, dado que el interés de nuestro
trabajo está ligado a las modificaciones retóricas livianas.
Livio, por su parte, sí acude al exemplum histórico; y CHAPLIN (2000: 18-19), que subraya el valor de la primera persona (9.46.8),
teniendo en cuenta que suele incorporar los exempla en caracteres históricos, plantea
la posibilidad de que el paduano
haya elegido ver un documentum donde Pisón no.
[9] La agrupación de todos los datos del capítulo
está ajustada, según la perspectiva de R. Barthes, a la naturaleza de la confrontación, incluyendo en cierta forma el presupuesto de la identidad de los actores,
concentrados aquí en la dualidad
nobilitas/ordo plebeius.
[10] La final del analista,
ne quis illorum… —con sus dos elementos
sustanciales: nadie podría salir y todos, por necesidad, tenían que verlo
sentado en la silla—, es muy directa y expresiva.
[11] Antes de que se aborde en el libro siguiente
el último asalto de la lucha de los plebeyos por obtener la igualdad en el desempeño de los cargos sacerdotales, y, una vez más, de la presentación de la lex Valeria sobre la apellatio (10.9).
[12] No es sencillo concluir
sobre el juicio
de Flavio, que se enfrenta
con ‘contumacia’ —un término generalmente negativo—, a esa nobilitas, que, en el exemplum
lo mira, a su vez, con invidia (los jóvenes, ni son honestos,
ni dignos, sugiere
el historiador).
[13] Considerando como tal la serie
de razones
que está aduciendo para llegar
a la ‘conclusión’: el momento histórico principal y el dramático
más determinante de la creación
de las cuatro tribus urbanae; una solución salomónica de Fabio Máximo por la separación del pueblo en las dos irreconciliables facciones:
el integer populus, fautor et cultor bonorum, o la forensis
factio (§ 13).
[14] Cn. Flauius Cn. filius scriba, patre libertino humili fortuna ortus, ceterum callidus
uir et facundus, aedilis curulis fuit…: identificación y genealogía (padre y posición social)
/ caracterización personal / sucinto cursus honorum
hasta el momento de inicio del relato, completado luego (§ 2) con los indirectos —a través de la otra fuente, el otro analista,
Licinio Macro—,
sobre su tribunado
y su inclusión en dos triunviratos.
[15] Invenio / referam.
[16] En realidad,
el ferunt del
epílogo enfatiza indirectamente, con la explicación del cognomen de Máximo para Fabio, su aseveración previa sobre la importancia de su actividad política y sus motivos: concordiae causa; el tópico de la buena relación entre estamentos y pueblos, mucho antes de la concordia ordinum de Cicerón, pero en idéntica línea, es uno de los principales motivos ideologico-argumentales de la historia
de Livio; cf., a título ilustrativo, KONSTAN (1986: 198-215) o WANKENNE (1975: 350-66).
[17] Cf. infra, n.
21.
[18] Cf. supra, n. 11.
[19] Es, de nuevo, el tema de la brevitas, siempre
sorprendente en quien tanta información ofrece.
[20] Término que se repite convenientemente y en los momentos
principales: … summa inuidia nobilium (§ 5) / aduersus
superbiam nobilium
(§ 8) / consensuque nobilium adulescentium (9).
[21] No es, en realidad,
un personaje, pero es en gran medida, el motor y referente de toda la escena; sin ella, objeto directo
del movimiento del sujeto,
la fábula no existiría.
[22] La evidentia pertenece sustancialmente a la narratio
(cf. QUINT. 4.2.63-5), siendo fundamental para impactar
los sentidos (6.2.32);
y es un recurso especialmente adecuado
en la elocutio (8.3.61-71). Como representación y descripción, consigue que se esté ‘viendo’
lo que se recree:
persona, cosa, o situación (escena).
[23] Cf. CIC., Part. Or. 6.20: … paene ante oculos; is enim maxime sensus attingitur… mens ipsa moveri potest; y QUINT. 6.2.32: la “visualización” concita estos afectos como si se estuviera presente.
[24] Obsérvese, dentro de la estrecha proximidad
de las frases, sellam curulem
iussit sibi afferri // curulem adferri sellam eo iussit, la disyunción
que realza el sitial; la supresión
del sibi —a Livio le importa menos que sea para él, que el hecho de que ella simbolice su poder—, y la presencia del adverbio: no es habitual una silla curul en un domicilio particular, pero su repercusión, como la de los lictores a la puerta en el caso de las hermanas Fabia (TL 6.34), pone de relieve
su estatus.
[25] Dentro, genéricamente, de las categorías de las figuras de la narrativa que PROPP (20094ª: 37 ss) apuntó para las funciones de los personajes en los cuentos.
[26] En la larga contienda entre patricios
y plebeyos aquellos
están abocados a la concesión
y al desgaste, frente al ascenso
imparable de éstos.
[27] … contemnentes… Livio suprime
el matiz, por innecesario
—ya está
implícito en su actitud—; y, en última
instancia, para no enfatizar
en exceso la maldad de la nobilitas.
[28] Es el ‘auxiliante negativo’, que obstaculiza la realización del programa
narrativo (y pragmático) del sujeto.
[29] Cf. QUINT. 11.1.
[30] El valor de las pruebas
(la demostración, o argumenta) como en el discurso judicial
—la probatio es la tercera parte de ese discurso
(cf. QUINT. 2.17.6; y 3.9.1-5)—.
[31] Cf., por ej., la repetición del cargo de Flavio; la traductio (Ad Her. 4.14.20), la reiteración cum virtute (LAUSBERG 1975: § 647) de un término
con cambio flexivo, aedilis
/ aedilibus/ aedilem
(§ 2), integra
el problema principal: la incorporación del hijo de un liberto a una magistratura curul, eje del conflicto de clases (general) y del fragmento (específico).
[32] Véase la insistencia en la invidia
(§§ 6 y 9).
[33] Tanto desde el punto de vista general (en el pasaje), cuanto concreto
(limitado al exemplum), Livio cumple las tres exigencias de la virtus en este campo: ut brevis,
ut aperta, ut probabilis (CIC., inv. 1.20.28); o QUINT. 4.2.31: lucida, brevis,
verosimilis.
[34] Como BARTHES resume (1970: 201), esta nueva forma de exemplum, la del personaje ejemplar (eikon /imago) designa
la encarnación de una virtud
en una figura.
[35] Sobre este cognomen, cf. PLBO. (26.1a; en la información de ATENEO, 10.439a) que considera que, dado su tenor, unos lo llamaban
‘Epimanés’ (“loco”)
y otros así: ‘Epifanés’, “ilustre”.
[36] El gran rey sirio entra en escena
tras el fin de la contienda con Filipo
—cerrada oficialmente en 33.35.12—, después de fijarse las condiciones de la paz (33.30-2), y celebrarse los Juegos Ístmicos (33.32-4), cuando comienzan las advertencias para que salga de las ciudades
de Asia (33.34.3), y definitivamente tras la llegada de Aníbal (33.49),
que desempeñará importante papel en la vida política y la obra liviana.
[37] Como Demetrio de Macedonia
(MORENO 2010: 16).
[38] Especialmente en las dos primeras: con el envío de Apolonio como embajador allí, recordándose de nuevo su estancia
en la Ciudad, y manteniendo su fidelidad
(42.6); y luego, pese a su deseo de quedarse
con Egipto, la cuestión se resuelve con su lealtad a la dueña del mundo (42.29).
[39] El juego, sin embargo,
es más complejo. La antítesis es múltiple:
una, de menor entidad, triple, y muy inmediata, dado su enfrentamiento, con Ptolomeo (VI Philometor), los dos hermanos Ptolomeos (éste y Ptolomeo
VII Evergétes, 145-116), y con Egipto (sobre ambos, y la guerra, cf. POL. 29.23 ss.); otra, de mayor entidad pero menos evidente, con el rey macedonio
(Perseo).
[40] Es otro de los buenos ejemplos
de la dramatización protocolaria liviana: al intentar
saludar al romano (c. 172), éste, sin estrecharle la mano que
el rey le tendía, le entregó
la conminatoria orden del Senado para que abandonara Egipto; ante la renuencia del rey, diciendo que tenía que consultar lo que debía hacerse, Popilio, con descortesía, pero con la seguridad
que le daba ostentar el poder de Roma en cuyo nombre
estaba actuando, trazó un círculo y exigió la respuesta antes de que pudiera salir de él; sólo ante la aceptación del monarca
—obstupefactus tam uiolento imperio (§ 6; y POL. 29.27.6)— de las órdenes, le alargó su diestra.
[41] Es la fórmula
con que se conoce este tipo de pasajes,
desde que RAMBAUD (1970: 417-47) la popularizara en su conocido trabajo sobre el tema: el personaje es analizado
en unas pocas líneas,
con sus características físicas
y morales, y de forma directa, utilizándose con frecuencia el contraste
y la antítesis para dotarlo de mayor viveza y capacidad de sugerencia.
[43] Además de las anteriores, cf. 44.19.6-14, donde la embajada
egipcia suplica
contra sus desmanes; y, tras su intervención en Egipto (45.10-12), la famosa escena que cierra su aparición
activa con P. Lenas (45.12.4-6; cf. supra, n. 41). Las dos restantes (45.23.12; y 45.34.14), son referencias a un mismo tema: los representantes romanos
consiguieron disuadirlo, a él y al soberano egipcio,
de su intención de hacerse la guerra.
[44] Como Catilina
(cap. 5) y Yugurta (cap. 6); o Aníbal (21.4.1-9), en la segunda guerra púnica. Son los tres típicos
personajes cuyo retratos reúnen
las principales características del procedimiento.
[45] Los casos de
Mario y Sila, cuyos retratos
se introducen ya bien avanzado
el relato, pero en su primera aparición
pública (Bel. Iug. 63 y 96, respect.);
o Germánico, cuya semblanza
no encaja ajustadamente en este tipo de caracterización (TAC., Ann. 1.33).
[46] El libro, el más breve de los conservados, es uno de los menos dramáticos y con una materia, en conjunto,
poco relevante política e históricamente. Dominado (cuatro
años) por la lucha contra histrios
y ligures (1-18),
apenas consigue colorearlo un poco la aparición
de los bastarnae ―cuyo fin, hundidos bajo el hielo quebrado
del Danubio, se ha perdido―, y los preludios del conflicto
con Grecia. En su centro casi dividiéndolo en dos –la primera parte (años 178-175),
centrada en la zona más occidental (Liguria, Italia
y Cerdeña; e Histria,
algo más desviada;
y la segunda ya con los problemas de Oriente: liga aquea, Grecia y Macedonia (175-173)—, aparece, sin solución de continuidad, el retrato.
[47] Como EVRARD (1998: 44) ha puesto
de relieve.
[48] Si no ha tenido antes presencia, como en las monografías, debe tenerla ya; pero, en realidad, no va a ejercerla hasta dentro
de un cierto tiempo (un año) y espacio (el libro próximo)
[49] Es muy interesante para comprobar una faceta más de la continuidad y recurrencia, a veces antitética de Livio,
en sus motivos literarios cómo el bloque
tiene dos distintas embajadas con los rodios como protagonistas contrapuestos: en un caso
(41.6.8-11) los licios se lamentan
de su crueldad; luego, ellos, los rodios, serán convocados al senado para “burla” de su necia arrogancia (ad ludibrium
stolidae superbiae); luego vendrán los famosos
discursos: el de ellos (45.22-4), y el de Catón, que Livio
no incluye, remitiendo, no obstante, al original
que éste incluyó de él en sus Origines
[50] Y, como telón de fondo, principio de casi todas las cosas, Perseo
(42.5.1-6)
[51] Que el anónimo
autor del Ad Herennium (4. 49.63)
define como la “pintura
verbal de la forma corporal de alguien”
(… verbis corporis cuiuspiam forma), y que apenas
se da en el AVC.
[52] Que es la descripción mediante
“signos”, características, que, cual marcas definidas, son atributos del carácter:
… certis… signis quae, sicuti notae quae naturae
sunt adtributa (ib. supra). BERNARD (2000) no analiza
en detalle el retrato
en el volumen; sólo en los detalles que indicamos.
[53] La idea liviana,
como hemos visto en otras ocasiones, es tratar de encontrar el móvil de una acción tras la caracterización de sus actores.
Así, opinaba DELARUELLE (1913: 147-61), se explica mejor el relato, haciéndolo más inteligible.
[54] No sólo importan las manos, sino los movimientos de cabeza
(nutus) y corporales (la saltatio).
[55] Siempre contando con lo que tenemos;
falta cualquier alusión
al genus en sentido amplio (patria, maiores, parentes); a la educación en su etapa infantil
y juvenil; y a sus gestas, como tales, que no parecen existir
dado su tenor. Tampoco de los elementos externos (ex bonis extra positis), que pueden haberle proporcionado un determinado éxito (cf. LAUSBERG, 1975, § 245 para la relación enumerativa de los apartados).
[56] La fórmula, especialmente psicológica y útil, por ende, para el exordio
en causas complejas —en el genus turpe, o cuando los oyentes
están cansados de escuchar
a otros (para el detalle y más pormenores, cf. Ad Her.
1.6.9)—, cuadra bien en este caso porque este fragmento inicial
puede equipararse al prólogo
(como inicio breve del discurso), dado que el resto del retrato, concentrado en esas dos facetas que aquí se anuncian
(§ 5) ocupa dos veces más que estas líneas; y porque es realmente una introducción a ese desarrollo que luego se ofrece
(§§ 6-13).
[57] Cf., a título de ejemplo, el contraste
entre el ius dicebat y el valor apuntado
por la ‘controversia’ (cf. QUINT. 3.10.1: especialmente ligada al genus iudiciale
porque ahí la dualidad
y la réplica están aseguradas); y el minimarum
rerum al que se aplicaba. Así mismo, los calificativos (errans; inaequali); los verbos (ludificor / ludere §§
2-3); y la contraposición entre el tema del honor/honestus (de una u otra forma), realzando el tópico,
claramente romano,
de los cargos y su consecuencia ―la dignitas
que confieren y logran―; pero también el toque oriental
(siempre con el lujo detrás); y el del infantilismo (puerilia), con sus juegos… (lusus //
y los verbos citados antes).
[58] BERNARD (2000: 75-6) lo concentra en el caso de la anécdota del círculo (cf. supra, n. 41, y 45.12.3-7). Más que en ello, nosotros enfatizaríamos el contrapunto que ejerce su fuerza y determinación frente a la inacción e inanidad del sirio.
[59] Igual, sorprendentemente, que en el caso de munificencia inaequali sese aliosque ludificari: aquí su propia
actuación era un escarnio para todos, él y la otra parte.
[60] El paralelismo —el más simple;
o el más complejo del anafórico quidam ludere eum simpliciter, quidam haud dubie insanire aiebant,
donde hasta el número de términos
es idéntico, dejando
al verbo principal (que es el que recoge la idea del colectivo indiferenciado, los murmuradores…), el cierre del bloque—; la antítesis, y los contrastes —cambiando el orden
en los verbos (en los dos primeros) y acreciendo el número de palabras 3/4/5 (non adloqui
amicos, vix notis familiariter arridere, munificencia inaequali
sese aliosque ludificari)—; una variatio múltiple, desde la simple en los tiempos verbales: los imperfectos de indicativo, y los infinitivos
descriptivos, hasta la más compleja y en
distintos niveles de las cláusulas (cf. § 3: quibusdam… aestimantibus… / alios nihil expectantes…); el isocolon, propendiendo, como suele (LAUSBERG
1975: § 723), a la antítesis (nec sibi nec aliis)
[61] Las particularidades o detalles con que se configura la descripción de un todo
[62] Ni siquiera él mismo: … nec sibi nec aliis quinam
homo esset, satis constaret
(§ 2).
[63] Aquí, en las circunstancias externas (Ad Her. 3.7.14), se aplican
a las obras las virtudes y defectos de la figura
en cuestión
[64] quibus<dam> honoratis magnoque aestimantibus se puerilia, ut escae aut lusus, munera dare, alios nihil expectantes ditare (§ 3).
[65] … quidam haud dubie insanire
aiebant (§ 4).
[66] in duabus tamen magnis
honestisque rebus uere regius erat animus,
in urbium donis et deorum cultu
[67] Y otros de la misma época neroniana
(Otón), o Flavia
(LA PENNA 1976: 270–293). Igual procedimiento, más radicalizado y menos puesto de relieve (La Penna ya no entra en ello), en época tardía en los retratos
de Amiano.
[68] Es fácil comparar este tipo de conducta
con la que se ha atribuido
antes a Demetrio de Macedonia (MORENO 2010: 16-17).
[69] Con distintos puntos de vista: ius dicebat disceptabatque controversias / non adloqui
amicos // quidam haud dubie insanire aiebant…
[70] La influencia de la Urbe que veíamos,
muy sutil aquí y muy decantada
en el resto de sus apariciones, abre el retrato
(el derecho y la silla de marfil de los magistrados romanos),
y lo cierra (aunque
falte su final), con el tema de los gladiadores; un espectáculo que introdujo
en su reino para, además de divertir, potenciar la pasión
por las armas entre los jóvenes
[71] En la primera parte
es la falta de lógica y cordura en su comportamiento: adeoque nulli fortunae adhaerebat animus
per omnia genera uitae errans;
en la segunda, su hábil ejercicio de un talante regio: in duabus tamen
magnis honestisque rebus uere regius erat animus, in urbium donis et deorum cultu.
[72] Que, lógicamente de él no se predica;
por eso el historiador cambia
el punto de vista.
[73] Cf. supra.
[74] Es el texto que ofrece el fragmento
citado por ATENEO (5.193 d) que se utiliza
para uno de los dos pasajes
que se incluyen en el libro XXVI
[75] La cuestión de Preneste, tuvo que ser resuelta (a favor de Roma, lógicamente), por T. Quincio;
luego vinieron las de los volscos (6.30), y latinos con las diversas
ciudades (cerrándolo con la recuperación de Túsculo,
6.33.12)
[76] Cf. en especial, en estos últimos (supra), 6.27.7; 6.31.2-4; 6.32.1
[77] Es decir, con el valor ‘infinito’ (absoluto) de la sententia (vox universalis, la define
QUINT. 8,5,3; cf. también,
LAUSBERG 1975: § 873)
[78] Son los dos pasos
de la reacción de cara al
propio hecho relatado (LAUSBERG, 1975, § 1118 a y b): la primera ilustra una situación, generalmente en una circunstancia defensiva —como aquí en la Fabia menor—;
y la pasiva y documental, con una consecuencia moral y humana
derivada de los eventos
[79] Es más complejo ajustar cualquiera de las otras fórmulas (puede
verse un cuadro
panorámico en LAUSBERG, 1975, § 262), que adscribirse a ésta, tampoco
exacta, porque
esto no es un discurso
[80] 34,1-4 / § 5/ §§ 5-7 / §§ 8-9 / §§ 10-11
[81] Cf. el forte ita incidit…(§ 6) —OAKLEY (1997-98: 664) destaca el valor de la fórmula como típica para introducir una historia
o un nuevo elemento en un relato—;
y confusam eam ex recenti
morsu animi cum pater forte uidisset, … (§ 8)
[82] … ut mos est…;
ad id moris… , ib. § 6
[83] Cf. VIRG., Aen. VI 569-70,
[84] La función
del ridiculum (QUINT. 6.3.22), suscitando la sonrisa en los jueces, supone relajar la tensión provocada
por el páthos, y desviar
la atención de tanta tensión.
[85] Un buen ejemplo
de cómo el autor va a enfatizar
el marco de una situación
pragmática en la que se va a desarrollar la argumentación (LO CASCIO
1998: 43 y 52). Idea de la visualización que ya predica Livio en el prólogo
(omnis te exempli documenta in inlustri
posita monumento intueri, § 10).
[86] Le vendría
mejor la denominación de principia que
usaba Fortunato (HALM 1964=1863:79 ss.), como en el inicio mismo
del pasaje
[87] En tanto en cuanto
no es una insinuatio, que es la típica del genus admirabile (Cf. Ad Her. 1.4.6).
[88] CICERÓN (Inv. 1.15.20) parte de la presunción de que, en este caso, los oyentes
no son ‘hostiles’; pero aquí el historiador juega con un delicado equilibrio, porque, prescindiendo de la vera historia, en este relato
de la lucha entre patricios y plebeyos
tiene que cuidar la relación
con sus destinatarios, muchos, sin duda, de tendencia
conservadora, y, otros tantos, plebeyos convertidos en famosos
personajes, descendientes de acreditados nombres del pasado
[89] Quanto magis prosperis eo anno bellis tranquilla omnia foris erant, tanto in urbe…(6.34.1).
[90] … cum eo ipso, quod necesse erat solui, facultas soluendi impediretur (34.2).
[91] Itaque cum iam ex re nihil dari posset… poenaque in uicem fidei cesserat
(ib. Supra).
[92] Cf. infra, n. 97-8: nadie, ni valiente ni probado, tenía ánimo para nada. Es la utilización de medios afectivos para conseguir
el attentum parare de un público
que puede admitir
el interés del tema pero, sin duda, puede estar ‘cansado’. Hay que conseguir que se compenetre con el asunto, despertando su curiosidad
por
la evolución de los acontecimientos históricos; o de cómo estos vayan a ser presentados, que es lo que Livio ha ofrecido desde el prólogo —la función estética
del relato se recoge en el scribendi
arte… superaturos (CODOÑER: 1986: 87).
[93] … ulli uiro acri experientique animus
esset (§ 4)
[94] “Para recordar, no para repetir”,
resume el autor del Ad Herennium (2.30.47), siguiendo el orden tratado.
Evidentemente, Livio no lo
necesita por la brevedad
del pasaje, su función, y
la materia del libro (única, prácticamente, aunque con diferentes facetas
que ilustran el asunto).
[95] Conquestio en CICERÓN (Inv. 1.52.98)
[96] Teniendo en cuenta que es la última
parte del discurso, donde los defensores intentan captar la benevolencia del juez apelando
a los sentimientos: es la injusticia sufrida, los desastres que nos amenazan,... El desamparo generalizado del más débil frente a la fortuna, o los poderosos, sobre quienes recae la indignatio
[97] Que parece acercar el género histórico
al biográfico: ne id nimis laetum parti alteri esset, parua, ut plerumque solet, rem ingentem
moliundi causa interuenit —el
valor de los pequeños
detalles frente a las más importantes acciones lo destaca Plutarco en el prólogo de la vida de Alejandro
en las Vidas Paralelas, y es uno de sus asertos
más conocidos como característica del género
(I 2)
[98] Él frente a los demás personajes
[99] Que deja de ser externo para vincularse con su crítica a un personaje (negativo), cual es la Fabia menor.
[100] Es decir, las virtudes
o vicios
[101] El catálogo de lo honestum
de Cicerón, no se detiene sensu stricto
en ella; pero sí habla, dentro del apartado del derecho natural,
del instinto
que incluye toda la gama de relaciones con los dioses
y la familia (De inv. 2.53.161), con la
gratitud y el respeto
que se demuestra a
quienes son superiores por su dignidad
[102] Sobre este apartado, en general, cf. LAUSBERG
(1975: 245, II C)
[103] Obsérvese la gradatio: en un caso la referencia es dual: una hermana
hacia otra; luego se suma un nuevo elemento a una de las unidades: el cuñado
[104] El punto de vista de quién da el juicio es el propio de la interesada, lo cual determina
el grado de culpa del que es consciente
[105] La energeia, advierte ISIDORO (Etym. 2.21.33), es la rerum gestarum aut quasi gestarum sub oculos inductio
[106] Obsérvese cómo el propio autor enfatiza el método acudiendo
a la repetición del verbo video: UISURAM honores
quos apud sororem UIDEAT
[107] “Ficticios” pero “verosímiles”.
[108] Cf. Ad Her. 1.8.13;
e Inv., 1.19.27: la narración
debe ser entretenida y para ello hay que recurrir a la variedad de hechos y a la diversidad de sentimientos (desde el temor o la esperanza, a la compasión o la amabilidad…), y a los cambios de fortuna: sucesos
imprevistos o alegrías
inesperadas
[109] Cf. supra n. 81; inicio y desenlace
porque el detonante
de la acción política es que el padre vea a la hija llorar
[110] Cum genero… adhibito L. Sextio…
cuius spei nihil praeter genus patricium
deesset
[111] A título de ej.: nec satis piam aduersus sororem nec admodum in uirum honorificam// nec honos nec gratia (§ 9) / strenuo
adulescente et
cuius spei nihil praeter genus patricium deesset (§ 11)
[112] Basta ver el planteamiento interrogativo del pasaje (§ 8), los términos
que destacan el valor de sus preguntas
―percontatus 'satin salue?' / elicuit comiter sciscitando―,
y el éxito final: la confesión de su hija (§ 9).
[113] KRAUS (1994: 276) destaca el valor del verbo (consolans), su escasa frecuencia —que indica una estrecha relación
en la consolación—, y su aparición en el caso de Lucrecia
(1.58.9).
[114] Porque en la presentación el nombre
era completo, y aquí sólo el cognomen
[115] A modo de síntesis,
MORENO (2010: 22); y DESBORDES (1998: 313).
[116] Cf. LAUSBERG (1975: § 823.2).
[117] La narratio suavis
(CIC., Part. Or. 9.31-2 ; LAUSBERG (1975: § 336), introduce, o permite introducir, elementos
tales como: Exitus inopinatos,
interpositos motus animorum, colloquia personarum, dolores, iracundias, metus,
laetitias, cupiditates. Cf. LAUSBERG (1975: § 291).
[118] Cf. TL 32.32.5-34; y PLBO. 18.1-9.
[119] Como CULLER destaca (2004: 113), para responder
a las preguntas que nos ofrece una narración
a propósito del “conocimiento” que aporta, deberíamos tenerlo previo, e independiente de la propia narración, si queremos
considerarlo como de mayor autoridad que el que da la propia
narrativa. Si no, lógicamente, quedamos presos de la “ilusión”
de perspicacia que el autor transmite. Aquí sólo contamos, y es una gran
suerte, con Polibio. Si no, Livio impondría su punto
de vista, ‘único’, creando esa cosmovisión escénica
y la definición psicológica sesgada de unos personajes
[120] Esto es lo que especifica PLBO. (18.1.2); TL (32.32.10) no añade la precisión
[121] Es uno de los raros fragmentos retóricos con que
el serio historiador griego parece obsequiar a sus lectores: Filipo
alterna las interrogaciones retóricas
directas con las admiraciones, fijando una gradatio
entre los diferentes integrantes del mundo heleno
(18.5.4-7)
[122] 18.6.1-5: ἢ τούτων µὲν παραχωρεῖτέ µοι;". τοῦ δὲ Τίτου γελάσαντος "Ἀλλὰ δὴ πρὸς µὲν Αἰτωλοὺς ἀρκείτω µοι ταῦτ᾽" ἔφη: "πρὸς δὲ Ῥοδίους καὶ πρὸς Ἄτταλον ἐν µὲν ἴσῳ κριτῇ δικαιότερον ἂν νοµισθείη τούτους ἡµῖν ἀποδιδόναι τὰς αἰχµαλώτους ναῦς καὶ τοὺς ἄνδρας ἤπερ ἡµᾶς τούτοις // § 3-4: [4] τὴν δὲ τοῦ Νικηφορίου καταφθορὰν καὶ τοῦ τῆς Ἀφροδίτης τεµένους ἄλλως µὲν οὐκ εἰµὶ δυνατὸς ἀποκαταστῆσαι, φυτὰ δὲ καὶ κηπουροὺς πέµψω τοὺς φροντιοῦντας θεραπείας τοῦ τόπου καὶ τῆς αὐξήσεως τῶν ἐκκοπέντων δένδρων" [5]. πάλιν δὲ τοῦ Τίτου γελάσαντος ἐπὶ τῷ χλευασµῷ, µεταβὰς ὁ Φίλιππος ἐπὶ τοὺς Ἀχαιοὺς πρῶτον µὲν τὰς εὐεργεσίας ἐξηριθµήσατο τὰς ἐξ Ἀντιγόνου γεγενηµένας εἰς αὐτούς, εἶτα τὰς ἰδίας. Para el texto latino,
cf. 32.34.4 y 9-10, respectivamente
[123] Una forma especial de solicitar gracia, teniendo en cuenta que se presenta sin apariencia de defensa (cf. QUINT. 5.13.5).
[124] Es el valor de la interrogación y el argumento retórico
(cf. Ad Her. 4.16.24).
[125] … quoniam haec inter se reges postulare et respondere placet (32.34.10)
[126] Recuérdese la ilustrativa anécdota del enviado de Pirro, Cineas, sobre cómo vio al Senado de Roma: como una asamblea
de reyes…(Fl. I 13[18].20)
[127] Polibio tiene muy claro el juego a dos bandas en
que la partida política
está establecida: unas líneas más adelante (18.6.7) Filipo explicita que el tema de la devolución Corinto
lo tratará “con T. Flaminino”; y a continuación agrega que sus palabras
serán ahora para él y para los romanos
(18.7.1). Luego volverá al tema (18.8.4, y 8)
[128] Aunque añade que no quería
que los demás
lo notaran (PLBO. 18.7.5).
[129] ὁ δὲ Τίτος οὐκ ἀηδῶς µὲν ἤκουε τοῦ Φιλίππου χλευάζοντος: µὴ βουλόµενος δὲ τοῖς ἄλλοις [µὴ] δοκεῖν ἀντεπέσκωψε τὸν Φίλιππον εἰπὼν οὕτως. Εἰκότως" ἔφη "Φίλιππε, µόνος εἶ νῦν: τοὺς γὰρ φίλους τοὺς τὰ κράτιστά σοι συµβουλεύσοντας ἀπώλεσας ἅπαντας". ὁ δὲ Μακεδὼν ὑποµειδιάσας σαρδάνιον ἀπεσιώπησε.
[130] Retóricamente es el sexto grado en la escala
de la ironía analizada desde el
punto de vista de la energía, según Rufino (cf. LAUSBERG
1975: § 583).
[131] PLBO. 18.4.4: ὁ δὲ Φίλιππος, καίπερ ἐν κακοῖς ὤν, ὅµως οὐκ ἀπέσχετο τοῦ καθ᾽ αὑτὸν ἰδιώµατος, ἀλλ᾽ ἐπιστραφείς "Τοῦτο µὲν" ἔφησεν "ὦ Φαινέα, καὶ τυφλῷ δῆλον". ἦν γὰρ εὔθικτος καὶ πρὸς τοῦτο τὸ µέρος εὖ πεφυκὼς πρὸς τὸ διαχλευάζειν ἀνθρώπους. La traducción de la frase es de M. BALASCH
(1983: 59); pero es importante advertir que en
LEOPOLD (1925: 350) explica precisamente esta voz
utilizando la latina de dicax.
De ahí la derivación liviana de dicacior (32.3.4.3).
[132] Es, en conclusión, lo mismo que demostraba HUS (1974: 419-434)
en su análisis sobre la ruptura de hostilidades entre Filipo y los atenienses, y el asedio
de Abydos.
[133] Sobre el characterismós, cf. LAUSBERG
(1975: §§ 818
ss.).
[134] El valor del diálogo como medio y fórmula
de la narratio para dar viveza a la acción y caracterizar es de sobra conocido
(cf. LAUSBERG: 1975: § 823,2)
[135] Como advertía, con razón,
LEVENE (1997: 129): el miedo, tal vez la más determinante influencia en la conducta
de hombres y estados,
puede jugar en un doble frente: la inacción — obligando a no participar—; o la acción, tomando una postura activa. El miedo a ser asesinado, que convierte
al tirano en tal, es un ejemplo perfecto
de cómo el propio terror rige la mano del asesino.
[136] Por eso en más de una ocasión a estos se les
denomina “causantes” o “responsables” de los acontecimientos históricos: la guerra de Filipo genera la de Antíoco, la de aquél la originó Aníbal, y la de éste surgió de la de Sicilia,… (3.32.7); y el verlo de modo conjunto
en una ‘historia universal’ ayuda a entender
el propio proceso
en lugar de considerarlo parcialmente (§§ 8-9), como si se advirtiera un solo evento.
El hombre, en definitiva, es el agente de esa causalidad histórica
[137] De los dos
actos de habla de
que consta el episodio, uno expresa la opinión, y otro la razón; una en cada caso (LO CASCIO 1998: 101 ss.).
[138] Filipo llega a la entrevista con cinco lanchas
y una nave de espolón (32.32.9-10); y los acompañantes de ambos: dos de Filipo, de los que no se dice nada personal,
pero sí su cargo o en representación de quién actuaban… Más numerosos los del romano… (6): “escoltado Quincio…”.
[139] El del ataque se debe “a la llegada de un parlamentario con caduceo enviado por el rey para solicitar
lugar y fecha para una entrevista”. El de Filipo del segundo día, que Polibio también
anota (18.8.1), aunque sin el mismo dramático efecto que Livio consigue con tres pinceladas
que marcan el tiempo, la no aparición
del esperado rey ni de ningún mensajero, el estado de ánimo de los que aguardaban y, de
pronto, su aparición ―Philippus nullus usquam nec nuntius
ab eo per aliquot horas
ueniebat, et iam desperantibus uenturum
repente apparuerunt naues (32.35.2)―, trasluce, precisamente, lo que Polibio,
a su vez, había dramatizado antes acudiendo a la ironía de la soledad
del rey porque había matado a todos sus amigos que habrían podido
aconsejarle (18.7.5;
cf. supra, n. 132): el rey aseguraba que llegaba tarde porque
había estado reflexionando todo el día…: inopem consilii diem se consumpsisse deliberando aiebat (32.35.3).
[140] Primero el diálogo
informal, un tanto irónico, pero siempre sin perder de vista la majestad (del rey) y la fuerza y problemas del mando ―podían asesinarlo con facilidad, aduce Filipo;
y no eran equiparables las fuerzas:
los macedonios perderían más con su muerte que los etolios
con la de Feneas, porque es más fácil sustituir a un pretor que a un rey (32.32.16). Luego, el general
romano (32.33.2-4); y después de las condiciones de paz con las exigencias, indirectas, de los aliados, habla el etolio Alejandro (32.33.9-16). La conclusión más importante para el drama que Livio orquesta
es que eso ‘alterará’ a Filipo (32.34.1,
cf. infra, n. 150), haciéndole aproximar la nave a tierra y facilitando el choque dialéctico con Feneas (§ 3), como veremos
luego
[141] Y entre las etapas del día. La cuestión
es demasiado compleja
para recogerla con brevedad. Apuntamos sólo dos detalles:
la importancia de la propia división
temporal (día-noche-día) para el clímax dramático, y un fallo o imprecisión de Livio: Flaminino va a la playa con Apio Claudio (pretor en el 195), y el rey baja a ella, por fin, “con los dos acompañantes del día anterior” (32.35.8); en esa entrevista precedente
no se había dicho que hubiera ‘bajado a la playa’, sino, simplemente, que había acercado la nave para que se le oyese mejor (32.34.1); pero también es posible
que se refiera sólo a los acompañantes, sin más. Eso sí: ahora, en cambio, no se le da importancia a lo que antes ha sido un elemento sustancial de la presentación protocolaria: el bajar de la nave.
[142] Se pide un tercer día (32.36.1), y se celebra la nueva entrevista en la costa cercana a Tronio. Ahí la orquestación es apenas un esbozo: justo marcando la puntualidad, frente a la dilación
anterior; Filipo empezó a pedir que no se desbarataran las negociaciones de paz, solicitando un plazo para enviar mensajeros a Roma, al Senado, para convencerlo, o para aceptar, de no conseguirlo, sus imposiciones. Y, aunque los aliados
creen que es un recurso
para ganar tiempo, Quincio
considera que, en invierno, no se perdía nada… (§§ 6-7). Se envía a Roma a algunos
de ellos como embajadores, de cuyo discurso se deduce con claridad que lo que resulta sustancial son las tres plazas que Filipo quiere mantener: Demetríade en Tesalia; Calcis en
Eubea; y Corinto en Acaya; que Grecia no
podíaconsiderarse libre si las retenía el rey que las consideraba non contumeliosius quam uerius
COMPEDES… Graeciae… (§ 4)
[143] Aunque sí anote la demora (18.8.1); cf. supra, n. 142.
[144] La diferencia con Polibio en este punto es demasiado conocida para detenernos en ello. Lo que va a añadir Livio no sirve a la historia, ni al proceso histórico. Sólo a ‘su’ relato histórico.
[145] Ya que justamente Polibio no lo aporta. Los argumentos son la parte fundamental de la inventio (cf.
ARIST. I 2); pero unos no pertenecen a la disciplina
(la retórica), y otros sí; unos hay que utilizarlos (los que suponen pruebas, confesiones,…), y otros hay que “encontrarlos”: unos dependen del que habla (el emisor);
otros disponen al oyente (el receptor) en determinada situación; y otros afectan al propio discurso,
el mensaje (ib., 1356a).
Así, Filipo se ve ‘condicionado’ por esa motivación que Livio
ha
definido como tal para justificar la reacción del rey y,
al tiempo, acrecer el dramatismo
de la trama. Como resume
LAUSBERG (1975: §352): es incumbencia de la retórica
aprovechar dichas pruebas (las inartísticas) para la utilitas de
la causa.
[146] Antes no había querido:
Philippus nauem ut exaudiretur propius terram adplicuit. Pero curiosamente, no se indican sus órdenes para ello; es como si hiciese la maniobra él solo; y él no va a mover la nave…
[147] Lo que le echa en cara este etolio (cf. supra, n. 143) no es baladí: aduce que no ha hablado antes por no interrumpir
a los aliados, y no por
creer que de la conferencia iba a
sacarse nada en claro. Luego le reprocha su
falta de sinceridad en la negociación:
(a) que en las negociaciones tienda trampas, (b) su falta de valor en la guerra y (c) que en la batalla practique una política de tierra quemada que,
en definitiva, (d) haga que sus ciudades
capturadas sean destruidas.
[148] … cum haec toto ex concilio certatim
omnes uociferarentur… (32.36.1). Polibio no se ocupa de dramatizar; da el dato (18.9.1),
y, como es lógico, hace razonar
sagazmente a Filipo: advirtiendo que no había acuerdo, temió
verse acusado… Por ello pidió el aplazamiento.
[149] (§ 2/ 18.9.2). Aquí la coincidencia de ambos textos
es notable.
[150] aptum autem fore conloquium credebat
ut sibi liberum esset uel ad bellum manenti
uel ad pacem decedenti rem inclinare.
[151] Su ‘renuencia’ a concederle a Filipo
lo que quería se debía a que deseaba
dar la impresión de haber resuelto la guerra en parte con las armas y en parte con negociaciones… (32.32.6). El paduano marca bien los intereses personales en el tratamiento de los grandes asuntos de estado: … una entrevista le vendría bien para tener la posibilidad de inclinar la situación
hacia la guerra si se quedaba, o hacia la paz si tenía que irse… (§ 8; cf. supra, n. 153).
[152] Como ya hemos visto en la primera parte del trabajo
(MORENO 2010: 12, n. 63-64).
[153] Es interesante observar cómo el historiador griego subraya esta “extrañeza” a propósito
de las palabras de Alejandro Iseo (18.5.1);
es el propio rey el que intenta explicar la complicada
situación, y, más aún ―porque es lo que el romano no entiende―, la peculiar forma de actuar (apropiarse de un botín que es propiedad
de otros) de los etolios
(18.4.8).
[154] 'quem tandem' inquit Quinctius
'times?' (32.32.13).
[155] Cf. supra, II 2. El rey sirio tenía también
el animus regius (41.20.5); y su soberbia
(‘real’, como la de Filipo aquí) cabe deducirla
de la reacción, “más dura y hostil que antes” que le provocó la paz entre los dos hermanos
Ptolomeos y su hermana, con lo que su excusa para meter a su ejército en Egipto había desaparecido (45.11.8). Así la escena inmediata
con Popilio Lenas
(45.12.3-7) ―cuyos enfrentamientos con el Senado
han ido jalonando su carrera―, adquiere más dramatismo y valor político de cara a la importancia de Roma sobre los reyes helenísticos (aquí Antíoco).
[156] 'non tamen' inquit, 'Tite Quincti,
par perfidiae praemium
est, si fraude agatur, Philippus et Phaeneas; neque enim aeque difficulter Aetoli praetorem alium ac Macedones
regem in meum locum substituant.' (§ 16).
[157] Cf. supra.
[158] Cf. QUINT. 8.6.59.
[159] Que lo han entrevisto al descubrir inadvertidamente parte de su cuerpo, mientras enseña las heridas recibidas en la
guerra, cuando defiende
en el Senado la concesión del triunfo
a Paulo Emilio
en contra de S. Sulpicio Galba: que éste nitens et integrum denudet, concluye el orador. Es evidente
que no podrá presumir
de tales honores…
[160] Como hemos apuntado
al inicio de esta segunda parte de nuestro estudio sobre la risa, éste se realizó
con el análisis de las escenas de Aníbal también;
pero estas han sido suprimidas de este segundo bloque porque su complejidad había exigido un desarrollo
demasiado amplio para el espacio reservado al estudio.
Por esta razón, aunque serán publicadas
en el próximo volumen,
juntamente con el análisis
de los sucesos del cónsul Apio
Claudio, hemos mantenido la síntesis
general sin perjuicio de que allí se añadan muchos matices. De ahí que hablemos
de ‘parciales’. También
es importante advertir que las conclusiones sólo podrán ser generales cuando se extiendan al contraste
y complemento de otros autores y épocas
[161] En los tres bloques
especialmente concernidos: la batalla
de Aquilonia (10.38-41); los duelos y las devociones, los Horacios y los Tarquinios.
[163] Uno de los capítulos
de la obra de FELDHERR (1998) se titula “The Stage and the State”.
[164] En la Períoca se mantiene
el mismo matiz:
ridens Scipio: quidnam
tu diceres, inquit si me vicisses? Lo cual demuestra la fuerza
del detalle. Veremos
en un próximo análisis
(III) la diferencia entre este simple participio ―el
resto es igual―, y la elaborada
fórmula de Livio: … tum risum obortum
Scipioni et subiecisse 'quidnam tu diceres,
si me uicisses?'
[166] La perspectiva se completaría bien si pudiéramos entrar
en los pasajes de Dión Casio, donde el senador de Bitinia
permite, incluso realza, que algunos
emperadores rían o sonrían.
[167] SUET., Vida de César 45.
[168] Recordemos el tema de la hilaritas (MORENO 2010: 15-17), que se produce en el entorno
de los hijos de Filipo (40.7.2
y 5).
[169] Manos (manus), señas y movimientos de cabeza (nutus)…; por el semblante (vultus) se capta el estado de ánimo y por el modo de caminar
habitus animorum. El gestus y vultus no debe estar en discordancia con el discurso (§ 67).
[170] Incluso el vestuario. Cf., en general, para los diversos elementos, QUINT. 11.3.65-159.
[171] … praeter figuram
et speciem neque Romani ciuis praeter habitum uestitumque et sonum Latinae
linguae.
[172] Remitimos a los interesados a la selección
recogida en la primera parte de este trabajo
para completar la información.