FLORENCE SERRANO
(Universidad de
Extremadura)
DEL DEBATE A LA PROPAGANDA POLÍTICA MEDIANTE LA QUERELLA
DE LAS MUJERES EN JUAN RODRÍGUEZ
DEL PADRÓN, DIEGO DE VALERA Y
ÁLVARO DE LUNA
From Debate to political Propaganda through the Women’s Quarrel
in Juan Rodríguez
del Padrón, Diego de
Valera and Álvaro de
Luna
ABSTRACT: This article analyzes three works composed
one after another during the reign of John II of Castile, probably in its more unrestrained period, between 1438 and 1446, in the light of the political, cultural and literary
background they reveal: Juan Rodríguez
del Padrón’s Triunfo de las donas, Diego de Valera’s Defensa
de virtuosas mujeres and Álvaro de Luna’s Virtuosas
e claras mugeres. These are precious testimonies of different
political tendencies which were opposed at that time. In fact, as far as ideology is concerned, the two latest works can be read as rewritings which tend to replace the subversive political
lesson contained in Juan Rodríguez del Padrón’s
treatise.
KEY WORDS: Triunfo de las donas, Juan Rodríguez
del Padrón, Defensa de virtuosas mujeres, Diego de Valera,
Virtuosas e claras mugeres, Álvaro de Luna, politics,
women’s quarrel.
RESUMEN: En este artículo, se analizan tres obras que fueron
compuestas una tras otra bajo el reinado
de Juan II de Castilla,
quizá en su época más agitada,
entre 1438 y 1446, a la luz del trasfondo
político, cultural y literario
que dejan entrever:
el Triunfo de las donas de Juan Rodríguez del Padrón,
la Defensa de virtuosas
mujeres de Diego de Valera
y Virtuosas e claras mugeres
de Álvaro de Luna. Éstos son testimonios valiosos de las distintas tendencias políticas que se enfrentaban en aquel entonces.
De hecho, desde un punto de vista ideológico, se pueden leer las dos obras posteriores como reescrituras que tienden
a sustituir la lección
política subversiva que contiene
el tratado de Juan Rodríguez
del Padrón.
PALABRAS CLAVE: Triunfo de las donas, Juan Rodríguez
del Padrón, Defensa de virtuosas mujeres, Diego de Valera,
Virtuosas e claras mugeres, Álvaro
de Luna, política,
debate profemenino
Fecha de Recepción: 15 de enero de 2012.
Fecha de Aceptación: 17 de septiembre de 2012.
TRES OBRAS EMBLEMÁTICAS[1] del reinado de Juan II de Castilla
se beneficiaron del auge de los Gender Studies en
la últimas décadas:[2] se trata, cronológicamente, del Triunfo de las donas de
Juan Rodríguez del Padrón (1441 ad quem), de la Defensa de
virtuosas mujeres de Diego de Valera (hacia 1444)[3]
y de Virtuosas e claras mugeres de
Álvaro de Luna (1446).[4] Existe una estrecha interrelación entre las obras en cuestión,
por su pertenencia al círculo de la corte de Juan II de Castilla,
es decir a un mismo cronotopo.[5]
Para tejer la metáfora bajtiniana, es de considerar que el proceso
creativo que impulsa las dos últimas obras está basado en el dialogismo; en la medida
que la respuesta al debate literario conocido
como un hito de la Querella
de las Mujeres castellana -constituido por el Triunfo- no fue considerada como definitiva por Valera y por Álvaro de Luna, pues cada uno decidió
dar su versión literaria y retórica al problema de índole social.[6]
Como lo demostramos en el Triunfo
de las donas, la creación
literaria no solo se dedicaba
a tratar un debate social, sino que el autor utilizaba la Querella de las Mujeres
para disimular una polémica reflexión política.[7] Se trata de una asociación poco común, ya que los textos de la Querella
de las mujeres se han considerado como ejercicios de estilo destinados a un público cortesano, como lo dijo Julian Weiss a propósito de la Defensa
de Valera:
This feminist tratado belongs to a highly artificial genre – a literary game which was taken seriously in as much as it allowed writers to exercise
their rhetorical skills while reeling off a commonplace list of female virtues and vices. But most attractive of all, it seems, was the fact it enabled them to
adopt the conventional courtly postures.[8]
De hecho, puede que la retórica, en la obra en cuestión,
deje poco sitio para consideraciones puramente políticas. No nos imaginamos a Valera
con intenciones políticamente subversivas, ya que en la época de la redacción
de su Defensa intentaba buscar las gracias del rey y de su valido. Pero la producción de una obra deliberadamente apolítica podría ser también, en un contexto histórico engorroso, una empresa orientada. Si la norma “los temas femeninos no tienen
trascendencia política”[9] es una constante, estamos analizando aquí una excepción impulsada por Juan Rodríguez del Padrón
y seguida por dos autores
contemporáneos a modo de reacción, buscando una respuesta más aceptable (por no emplear
el anacronismo de “políticamente correcta”). Éstas intentarían hacer olvidar -aunque en vano-[10]
el desafío de Rodríguez del Padrón, suplantando su obra.
Por lo tanto, cada obra presenta
su propio conjunto de particularidades en relación
con la situación
y con las intenciones del autor, desde un punto de vista personal,
social y político.
Nos proponemos soslayar este mecanismo en las tres obras, demostrando que cada una propone
un “programa” político
para la crisis que empezó
en la década de los treinta
y que solo se solucionaría con la batalla de Olmedo (1445), marcando la derrota
de los Infantes
de Aragón y el (fugaz)
triunfo de Álvaro
de Luna.
1.
El Triunfo, una exhortación al poder bélico destinada
a María de Aragón
El Triunfo constituye la primera parte de un conjunto
arquitectónico más amplio que prosigue con la Cadira de honor y que finaliza mediante una epístola del autor a su obra. La complejidad estructural es de notar no solo desde un punto de vista formal,
sino también de la recepción. En efecto,
no puede sorprender que el Triunfo, un tratado que prueba el valor de las mujeres,
vaya dedicado a una mujer; sin embargo,
es poco común que una obra “tratando de la virtud, del honor y de la nobleza”[11] (es decir la Cadira de honor) vaya dirigida
a una mujer,
sobre todo si se considera abiertamente como “la persona
más virtuosa, más noble e más digna de honor”[12] del reino. Más allá del juego retórico dentro del debate
profeminino, esta elección
sugiere que la reina de Castilla, María de Aragón, sobrepasa
en virtudes y en nobleza a su marido, Juan II de Castilla,
y que, como tal, sería más apta para ejercer
el poder. De hecho, de la sugestión a la afirmación codificada, hay pocos pasos que Juan Rodríguez
no duda en dar.
Como demostró Olga Impey al estudiar
el Siervo libre de
amor, Juan
Rodríguez es el maestro de la escritura enigmática. Según Hans Ulrich Gumbrecht, estaría al servicio
de la intencionalidad que quiere dar el autor al texto,[13] es decir, en el contexto
del Triunfo, que María de Aragón sería una dirigente
más adecuada que su marido,
y, con más razón, que Álvaro de Luna. La clave del enigma se encuentra al final del Triunfo:[14]
Fallé, siguiendo la razón, dever a ninguna
otra persona que a vuestra real Magestad el siguiente conpendio intitular. El qual, muy graçiosa
señora, non a fin de querer vuestra singular
discreçión enseñar, le enbío, por quanto sería un presuntuoso pensar querer enseñar a Minerva,
mas porque el real resplandor la escuridad esclaresca del mi çiego ingenio,
aquesta, según que las otras sinples
escripçiones mías, de los repreensores, por su acostunbrada benenidad, defienda.[15]
Rodríguez del Padrón identifica a la reina con la diosa Minerva,[16] se trata de una metáfora
en vías de transformarse en antonomasia. Propone
una asimilación entre una diosa de la antigüedad y una reina cuyos nombres presentan cierta paronimia, ya que empiezan
y acaban por la misma letra. ¿Qué atributos
justifican tal procedimiento? Se menciona a Minerva por su sabiduría,
ya que nació de la cabeza de Júpiter, su padre. Es un tópico de necesaria
humildad recordar que el príncipe no necesita
realmente las informaciones que contienen las obras didácticas que se le destinan, puesto que su calidad regia conlleva que sepa todo lo que hace falta saber para el buen ejercicio del poder. Además,
Rodríguez recuerda que el poder está en manos
de la
reina, por lo que él depende de su benevolencia. Otra mención
resalta el papel de la diosa en pro de las ciencias:
“¿Quién falló las sciençias, si non Minerva?[17]”. En una mención anterior, es responsable de los dones recibidos por los
humanos, especialmente la “discreçión”,
en tanto que representa el modo performativo de la sapiencia:
Nin fallesçen otros que, aviendo más graçia de Minerva,
se visten de tales colores, que la verdad
se puede por ellos bien conprehender, ningund plazer, ninguna gloria
les paresçiendo sentir,
si los reçebidos bienes deviesen
callar.[18]
No es común relacionar las cualidades inherentes a Minerva con un contexto
amoroso, siendo la castidad uno de sus rasgos. Sin embargo, encontramos la explicación del atributo
de la “discreçión”, como vertiente práctica de la sabiduría, en la fuente probable al conocimiento sobre Minerva,
el capítulo epónimo
del De mulieribus claris de Boccaccio, que citamos en la edición de la traducción que dio Paulo Hurus en 1494 en Zaragoza:
La antigüidad, pródiga
en dar deidades, attribuyó
a ella la majestad
y propiedad de la sabiduría. Por el qual respecto movidos los de Athenas
se nombraron della,
y porque aquella cibdad usava de studios, por los quales cada uno es fecho sabio y prudente, […] féchole un gran templo a su divinidad
consagrado, pusieron ende su ymagen con los ojos de mala catadura, porque ralas (sic) vezes se conosce
a
qué fin tiende y se inclina el coraçón del sabio. Esso mismo con un capacete o celada, a denotar por aquello que los consejos de los sabios son celados,
encubiertos y armados; y pusiéronla vestida de una lóriga o cota de malla a demostrar
que el sabio siempre
está armado para los
golpes y feridas de la adversa fortuna; y con
una lança muy luenga a demostrar que el sabio finca las saetas y da las feridas de lexos. En el escudo de cristal pusiéronle fincada la cabeça de Gorgon, denotando
por esto que al sabio y letrado
todas las cosas
ascondidas y cubiertas
le sean muy claras y manifiestas, y que los sabios siempre son tan guarneçidos de una astucia serpentina que los nescios y ydiotas en respecto dellos parescen hombres de piedra.
E pusiéronle en su guarda y custodia
una lechuza, affirmando y teniendo
por cierto que los sabios y discretos
tan bien veen de noche como de día.[19]
Una sabiduría pragmática es el elemento
común más evidente. El vocabulario utilizado es poco extenso,
constan “sabiduría” y “sabio” (empleado
como sustantivo y como adjetivo). Se precisan otras orientaciones, la de la prudencia
(con el adjetivo
“prudente”) orientada, al igual que la discreción, hacia la vertiente práctica de la sabiduría. Finalmente el sustantivo “letrado” indica que el sabio es un hombre de ciencia,
lo que representa la naturaleza de la sabiduría, cuya filosofía
impone la ciencia
como medio obligatorio para alcanzar la sabiduría.
Por último, una mención más discreta a Minerva
destaca valores más polémicos:
La donzella
del lago Tri[t]onio las defensivas armas e orden de batallar contra los
tiranos primeramente falló.[20]
La perífrasis, que recuerda la génesis de Minerva además
de su invención
de
las armas y de las técnicas de lucha, contiene un elemento
poco común en la tradición, el hecho de que sus invenciones sirvieron esencialmente para combatir a los tiranos,
elemento que no consta en el texto de Boccaccio:
Quieren otrosí algunos haver ella inventado el uso de los carros de quatro
ruedas, y haver fallado
el fazer las armas para cubrir el cuerpo, y ordenar
las esquadras en la
guerra, y haver enseñado todas las leyes del
arte militar.[21]
¿Por
qué especificar el papel de la diosa en una lucha en contra de los tiranos? Podemos
encontrar una respuesta
en los símbolos de los atributos de la diosa: “A la qual pintan y blasonan
armada con un olivo en la mano; las quales señales
denotan en el sabio la paz y la guerra”.
Minerva es la artesana de una guerra
justificada, a sabiendas, como lo es la guerra
contra el tirano,
es decir una guerra únicamente orientada hacia la restauración de la paz. A este respecto, Juan Rodríguez sugiere
a María de Aragón que se erija en nueva Minerva en defensa de la paz imposibilitada por culpa de la tiranía, lo que constituye una legitimación de la guerra. Constan
cuatro menciones del sustantivo “tirano”[22], evocando todas a los que consiguieron el poder contra derecho
y que intentaron sofocar una justa rebelión,
situación que sería la de Castilla a finales de la década de los 30, según el análisis implícito
de Rodríguez del Padrón. En la línea del análisis de Julio Vélez Sainz, que proponía
leer el Triunfo como un “roman à clef”: al basilisco y al cuervo[23] añadimos a
Minerva y al tirano. En el último caso, en vez de velar a las personas contemporáneas detrás de un animal, eligió a personajes míticos o históricos, es decir sacados de lo que se consideraba la historiografía, un crisol esencial
de la obra. Minerva es la mujer ilustre que elige con el fin de representar y loar personalmente a María de Aragón, aunque propone una galería
de mujeres que lucharon activamente para defender a su pueblo
(Arthimidora, Camila, Délvora,
Irena, Judic, Orithia, Pantasilea, Semíramis, Thamaris) o que consiguieron reparar
los daños cuyas consecuencias amenazaban a sus maridos
(Abigayl, Clotilde, Ester,
Isicratea, Nicol):[24] en todos estos casos, la mujer muestra
un valor y un sentido del honor que se oponen a las acciones
masculinas, esencialmente destructivas.
En
el Triunfo y en la Cadira de honor, Juan Rodríguez se hace portavoz del partido de los Infantes
de Aragón y de los nobles
castellanos descontentos.[25] El Triunfo es, de las tres obras,
la que menos se centra en las mujeres ilustres y la que resulta
ser más polémica, tanto por su tesis protofeminista como por su alcance político. Este doble logro animó a un autor más joven, Diego de Valera, a proponer
una respuesta.
2.
La Defensa, a contracorriente del Triunfo de las donas
La obra de juventud
de Valera se ve condicionada por la obra de Juan Rodríguez. El mismo año que empieza a difundirse la Cadira de honor por Castilla, Valera propone
una respuesta probartolista como reacción, con la obra que se conocerá
como el Espejo de verdadera nobleza.[26] Unos años más tarde, entre embajadas y hazañas,
Valera da una respuesta
al Triunfo con la Defensa.[27] Podemos imaginar que desde su lectura del Triunfo, probablemente en el mismo manuscrito que contenía
la Cadira de honor, Valera deseaba defender a las mujeres, y más allá al rey, con sus reflexiones políticas. De hecho, se ganó la fama de “arbitrista” entre eminentes críticos del siglo pasado
como Menéndez y Pelayo y Mata Carriazo.
Este último evoca su actitud
al iniciar su carrera
en las armas y en las letras en términos poco halagadores:
Famoso justador y empedernido arbitrista, se erige frecuentemente en apóstol de la paz interior
del reino y tiene soluciones para todos sus grandes problemas. Añádese la impertinencia y desenfado
con que sabe decir las cosas más desagradables a quien menos quisiera oírlas y su afán de entremeterse
en todo.[28]
Este juicio se verifica al leer la epístola enviada al rey de Castilla en 1441. Lo que
ésta también revela es que Valera piensa
que el rey necesita desempeñar un
papel más activo en el poder, como representante de Dios en la tierra:
Así mesmo devéis acatar
cómo reináis por Dios en la tierra, al qual mucho devéis parecer, el qual con sed codiciosa e ardiente
desseo de la salud humanal,
tan grandes e tantas
injurias sufrió hasta sofrir
muerte penosa. Pues no es maravilla
si los que tenéis su poder en el mundo, algunos trabajos, congoxas o males por
salvación de vuestros
pueblos sufráis.[29]
Valera sugiere que el rey tiene que cumplir su deber con más ardor y sin delegar,
aunque no evoca directamente a Álvaro de Luna. Responsabilizar al rey, despertar una toma de conciencia, la de la necesidad de restaurar
una paz general, para todos, sin castigos, son las utópicas metas de la carta de Valera. Al final, retoma la equiparación entre la labor divina y real para inspirar
al rey más pasión por la res publica y
por el bienestar
de su pueblo:
Plega a aquel Dios todopoderoso, que con singular
amor del linage humanal las espaldas puso en la cruz, que vuestro coraçón encienda e inflame de amor tan ardiente a los vuestros
súbditos, por que tantos
huegos encendidos por ellos,
por vuestra mano sean amatados
e Él sea de vos muy servido,
vos de los vuestros amado
e temido.[30]
Según
el explicit, solo el rey es apto para hacer funcionar
la relación de recíproco
amor entre él y el pueblo,
lo que le otorga su investidura divina, y la presencia entremetida del Condestable de Castilla
impide el respeto
del orden natural.[31] La última palabra de la epístola “temido” sugiere una carencia
de respeto debida a que el rey deja su poder en manos ajenas.
Para encontrar la clave de dicha visión en relación con las mujeres,
pasemos a la Defensa. A diferencia del Triunfo, se considera
únicamente a la reina como la más excelente
de las mujeres,
desaparece totalmente la competencia entre los sexos:
conosçiendo la muy esclaresçida reina de Castilla,
a quien la corona
de virtud mayormente que a otra de
las mugeres es devida.[32]
A diferencia de Rodríguez
del Padrón, el punto de mira de Valera está constituido por los argumentos de los misóginos,[33] su meta es invalidarlos, sin salir nunca del límite que se ha
propuesto, la evocación de la mujer, sin
compararla con el hombre. El marco del debate se sitúa voluntariamente lejos de la realidad
social y de la convivencia entre hombre y mujer:
Pues con esvelado estudio, segunda vez yo te ruego que trabajes lo por mí fallesçido emendar, por tal que la claridat
y exçelençia de las nobles mugeres non quede denigrada, ni manzillada, por la maliçia
e falso juizio de los maldizientes.[34]
La preocupación principal del autor es defender la fama de la mujer, revelada por los campos semánticos de la luz y de la limpieza, típicos del género de los hombres y mujeres ilustres. El tratado
de Valera es un claro paradigma
de una pura retórica, tal y como lo analizó Julian Weiss. Sin embargo,
el catálogo de mujeres
elegidas podría sugerir
que la aparente objetividad esconde un aviso a la reina, el de seguir los pasos de las mujeres ilustres, orientando sus actitudes hacia la pasividad
que el autor quisiera inspirar a la reina.
Los modelos que Juan Rodríguez
sometía al juicio de la reina eran mujeres
con coraje, que defendían activamente los intereses de sus maridos.
Es más, lo hacían mejor que ellos. En cambio, Valera propone un sinfín de mujeres que solo pueden sacrificarse o morir por amor, actrices pasivas o desesperadas. Ninguna comparte el poder con su marido, y una sola usa las armas, pero se caracteriza por su don de profecía.
A continuación viene la glosa que el autor le dedica:
Débora. Muger fue muy noble, cuyas virtudes
tantas fueron que meresçio
aver espíritu de profeçia,
la qual ovo quarenta años el judgado del pueblo de Israel.
Esta non solamente su virtud demostró
en lo que pertenesçe al mugeril estado,
mas aun en las batallas,
con veril ossadía, fue regidora
e governadora. Onde como Çíçera, condestable del grant rey Yavín, viniesse con todo el poder del dicho rey por destroír
el pueblo de Israel,
Débora, tomando un cavallero del dicho pueblo llamado Barea, e muchas conpañas
escogidas con él, al dicho Çíçera en canpo pusso batalla, en la qual el dicho Cíçera fue vençido
e la su gente muerta
e puesta en captivedad.[35]
El ejemplo es interesante porque un miembro del “mugeril estado”, “con veril ossadía”,
vence a un “condestable” ejerciendo ella el poder. El anacronismo tiene su origen en la política
contemporánea y el hecho de que la situación
del presente de la escritura surja, revela la dimensión política de la obra. Aunque Rodríguez del Padrón habría
utilizado en este
contexto la palabra “tirano”,
en Valera solo se halla dos veces el concepto
de tiranía (en las historias
de Armonia y de las mujeres
de los de Menia),
sin que su teñido peyorativo ni su denuncia sean perceptibles, más allá de la constatación.
Parece que Valera se limita a defender la fama de las mujeres
del pasado y de su tiempo
de los ataques de los misóginos, sin olvidar el tema de la castidad:
La esperiençia […] nos muestra
en este nuestro tienpo muchas virtuosas
mugeres en la vida contenplativa, muchas en la vida çevil o activa,
en las quales es fecha çierta prueva de su virtud,
non solamente seyendo
tentadas por la enferma carne, mas aun por muchos adúlteros
onbres, la maliçia de los quales
nunca pudo vençer ni ensuziar
la linpia castidat de aquellas.[36]
Finalmente, el modelo
femenil presentado como el último
argumento para impedir las críticas
de los misóginos
es el de la madre o de la Virgen María:
A lo qual fazer, si ya olvidases el favor que deves a la verdat, e como eres fijo de muger en su seno tan luengamente con tantos trabajos traído, a esta turvia luz, ella mediante, sallido, con tanta diligençia en tu infançia,
pueriçia, adolesçençia governado, administrado, costríñate a ello vergüença
de oír maldezir
de todo el linaje onde fueron tantas santas, tantas vírgines,
tantas castas e virtuossas mugeres. E si todo
esto olvidares, trae a memoria nuestra bienaventurada señora Santa María
aver seído muger, de
la qual sola deves envergonçar
si callas.[37]
Esta
visión demuestra que Valera entra en el sistema de valores de los misóginos y de los que piensan que debe prevalecer el hombre por naturaleza y por costumbre: la mujer es la que permite
la generación del hombre
cuando es niño, mientras es demasiado
débil para gobernar,
papel que desempeña
lógicamente una vez adulto.
Valera expone los casos de mujeres que defienden su honor o que se sacrifican por sus maridos.
En cambio, Juan Rodríguez impuso la imagen de mujeres “viriles”,
reinas y amazonas
luchando con nobleza.
Valera promueve la imagen de una mujer que nunca intentaría desempeñar el papel debido a su marido, lección destinada a la reina de Castilla.
¿En qué medida las exposiciones sobre la castidad
pueden ser útiles
a María de Aragón? A la galería de mujeres
ilustres que eligió especialmente Juan Rodríguez para la reina,
pensando en su potencial
de dirigente, Valera opone un sinfín de mujeres, víctimas pacientes
de los vicios de los hombres.
Sin duda, a la luz de la epístola
al rey y de la Defensa, Valera opina que nadie tiene legitimidad para ejercer
el poder, salvo el rey: intenta
disuadir a la reina de que tome las riendas
del poder, animando
al rey a recuperarlo, para evitar la intromisión de sustitutos indebidos e indignos,
como el Condestable de Castilla. Emite el sueño de una paz originada en el gobierno
de un rey activo
apoyado por una reina sacrificada.
3.
Virtuosas e claras
mugeres: autodefensa y contraataque del valido
La identidad del autor justifica
que ya se haya leído la obra como
representativa de la “ideología” política de su autor,[38] sugiriendo que la obra se haya utilizado como argumentación pro domo,[39] es decir propaganda
con vistas a legitimar su ejercicio del poder. La versión de Valera presenta
menos rastros de subjetividad que las demás
(aunque hemos visto que su objetividad
aparente es el vehículo de una oposición
a la
polémica y paradójica propuesta de superioridad femenina promovida por el Triunfo). Rodríguez se valió de la ninfa Cardiana y de una voz autorial
masculina desacreditada, desde el umbral del tratado,
para defender al género femenino;
Luna se presenta
como hombre de estado,
es decir de sacrificio por la
res publica, y su figura se perfila detrás de las mujeres que hicieron su deber por el pueblo,
como Judith, Débora
o Zenobia,[40] en un intento
constante de victimización. De hecho, el caso de Minerva no solo sirve a
ese propósito, como lo expone Ghislaine Fournès,[41] sino que
es una
respuesta a la María-Minerva de Rodríguez del Padrón.
Cabe indicar que
Luna distingue dos Minervas:
primero la que nació cerca del lago Tritonio y que descubrió
el tejer; en segundo lugar, Minerva Belona, hija de Júpiter,
de carácter marcial. Es la segunda figura la que padece un elogio paradójico al minimizar el autor los hallazgos
de Minerva en relación con las armas.
En efecto, utiliza lo que empieza
a ser un tópico en aquella época, el hecho de que las historias
de los gentiles son “ficciones poéticas” cuyo sentido
es puramente simbólico:
Dizen que ella fue falladora de la batallas
e de la orden d’ellas […] Aquesto
fingieron los antiguos o por demostrar
que aquesta avía seído la primera
que falló el batallar o por declarar
las propiedades que conviene al discreto onbre.[42]
La destrucción del “mito” del hallazgo precede a un ejemplo
de hallazgo de hombre, el de Esculapio quien inventó
el espejo y curó las llagas.
La comparación entre Esculapio y Minerva
tiene como consecuencia que no se destaca a la mujer en el dominio
de la guerra, sino que se acepta su deuda en un mundo esencialmente masculino. A continuación, pone en tela de juicio la dimensión subversiva que le dio Rodríguez
del Padrón al describirla luchando en contra de los tiranos, asociándola al ejercicio de la justicia
que asegura la paz, es decir,
al bando del que se reivindica como garante:
Honremos su memoria,
la qual falló arte tan virtuosa e engeniosa
en el seno de la
qual está e consiste el defendimiento e la execución
de la
justicia.
E si devidamente se faze non solamente reposará por ella el estado
pacífico e sereno de
la bienaventurada paz, mas
reposará la casa del inperio.[43]
Una larga digresión compara los pueblos: los romanos encarnan, al igual que él mismo, la fuerza
vencedora por conocer el arte de la caballería. Sin duda, quiere intimidar a los -y a las- que quisieran
ser nuevas Minervas:
Por lo qual los que escrivieron las istorias dixieron que los romanos siempre aconstunbraron poner las manos en la batalla con victorioso coraçón, la sabidoría de la cavallería da ciertamente osadía de batallar.
Ca non dubda ninguno
fazer lo que confía que aprendió
bien. De aquí veemos que en todas las batallas
están prestos para vencer los pocos que son usados a las armas, e los muchos
que nunca las usaron son dispuestos a
muerte.[44]
Entendemos que Álvaro de
Luna emite una seria advertencia, por no decir una amenaza de muerte, a quien podría reivindicarse una Minerva. La conclusión recalca el hecho de que solo se puede utilizar
la figura de Minerva en el caso de una lucha justa:
Mas porque tornemos a la razón donde dexamos, diziemos que dignamente fizieron los grandes maestros que con todo estudio trabajaron poniendo aquesta señora
en cuento de las deesas, pues fue
invetora e falladora de tan alta sabidoría e tan provechosa quando d’ella usan las gentes,
como e quando
e donde e contra quien deva ser
usada e exercitada.[45]
Con
estas advertencias y tantos límites,
Álvaro de Luna quiere restar importancia al papel bélico
que podría encarnar
una mujer, la reina de Castilla,
confiriendo así una plena legitimidad al partido
de los Infantes
de Aragón. Al considerar las circunstancias de su caída, hay que subrayar
que esta empresa no supo llevarla
a cabo con la segunda mujer
del rey, quien fue, para él, una cruel Minerva…
Sin
embargo, prefiere generalmente valerse de la captatio benevolentiae para conseguir su propósito y mejorar
su imagen, deteriorada por el ejercicio del poder fuera de la legitimidad, según se opina. Su meta es aprovecharse de dos modas que concilia
la unanimidad, en primer lugar, la de la defensa del género femenino mediante la argumentación y la ejemplaridad suscitada por las mujeres ilustres; en segundo lugar, la que pone de relieve
el “doble ideal caballeresco-cortesano”[46] para convertir el odio casi generalizado que él inspira -en las más altas esferas del poder- en piedad. El objetivo
es el resultado
de una toma de conciencia: su calidad de Condestable plenipotente, en un contexto cercano a la guerra civil, tiene como consecuencia que sería juzgado por sus contemporáneos y por sus sucesores. Sabe que su acción
permanecerá en la historia y que, probablemente, esto se hará en su detrimento. La injusticia que padecen las mujeres ilustres
es la que teme sufrir en el futuro:
Porque inumana cosa nos pareció de sofrir que tantas obras de virtud y enxenplos
de bondad fallados
en el linage de las mugeres
fuesen callados e enterrados en las escuras tiniebras de
olvidança.[47]
En su caso, el
olvido podría esconder los actos de bondad que haya cumplido a causa de su impopularidad. Para entonces, a la par de los hombres
ilustres (especialmente presentes en su obra), ya no estará en vida cuando esté en marcha el tribunal de la historia, por lo que da una versión
de autodefensa, antes de que los cargos caigan definitivamente para oscurecer su fama. En la conclusión, encontramos un juicio peculiar sobre Nerón, que refleja la preocupación de un hombre al pensar que sus malas acciones harán desaparecer sus buenos actos:
Nero, de lo qual faze testimonio el grand maestro suyo Séneca e otros muy prudentes
e muy auténticos varones en muchos e diversos
lugares, non enbargante qu’el dicho enperador en su mocedad
fuese dotrinado en las artes liberales
e era entonces avido por bueno.[48]
No silencia la mala fama del más cruel emperador
de Roma, ni niega su culpabilidad, pero es sensible
a la vuelta que da la fortuna en su juicio,
es decir cómo las acciones de un hombre pueden
darle buena fama antes de arruinarla definitivamente. La fama es lo más importante, porque define el linaje (esta visión
ética de la nobleza es compartida por Valera), amancilla su pasado, su presente y su futuro sin que nada pueda borrar los escritos
que la pusieron en tela de juicio.
La táctica seguida
es la de la argumentación pro domo anunciada
en el umbral de la obra, en la clausura del prólogo
general:
E para que la gloria
de las virtuosas
mugeres resplandesca, e la su honra vaya más cresciendo, non solamente
será menester mostrarlo
por enxenplos e vidas de las pasadas,
mas provarlo por razones
así de la Santa Escriptura como naturales que por ellas fagan e contra aquellos que siniestras cosas contra ellas non se avergüençan nin dubdan de dezir, las quales
pruevas e autoridades e razones en cinco preánbulos o departimientos que aquí fazemos antes que a las vidas
e obras virtuosas suyas vengamos claramente serán demostradas.[49]
Luna decide combinar
la táctica de Valera, que presenta ejemplos, y la de Rodríguez
del Padrón, que se vale de razones, para conseguir una argumentación convincente. En cambio, Luna se opone abiertamente a la teoría de la excelencia de la mujer defendida por el padronés,
mediante los escritos de San Pablo:
De lo qual se concluye
que comoquier que el varón aya mayor excelencia que la muger e
él sea cabeça de la muger segund
lo
dize el dicho
apóstol, pero quanto a la virtud e al fin por que son
criados así el varón como la muger amos a dos son iguales.[50]
La mujer es naturalmente inferior al hombre pero en la “costunbre” padece las mismas injusticias que Luna.
Paresce claramente que las menguas o errores non sean en las mugeres
por natura mas por costunbre, porque los onbres tractando
los unos con los otros son fechos justos o injustos, como la justicia sea dar su derecho a cada uno; asimesmo usando aquellas cosas en que corre peligro
segund que en las batallas
nos acostunbramos de las fazer, o con temor o teniendo firmemente que las acabaremos, et por esta costunbre e exercicio
o uso somos fechos
fuertes o temerosos.[51]
La comparación entre los juicios sobre la mujer y su acción de guerrero tiene como consecuencia una identificación entre la mujer y Luna. El rey defiende
a la mujer y confiere su autoridad a la acción del Condestable; la equivalencia entre las mujeres y Luna la realza Juan de Mena en su proemio a la obra.[52] En la misma obra, la equiparación entre Luna y la mujer aparece bajo el patrocinio y la protección del rey:
Los reyes […] en las leyes por ellos establescidas otorgaron muchos grandes e señalados
previlegios a las mugeres
igualándolas en muchas cosas a los cavalleros que trabajan
por la cosa pública e en el muy alto misterio
de la cavallería, por la qual se conserva la justicia e pacificación de todo el mundo e todas
las
otras buenas virtudes.[53]
La larga perífrasis cuyo núcleo es “cavalleros” designa disimuladamente a Luna y a los que tuvieron la misma fortuna. Si nos fijamos
en la identificación entre Luna
y las mujeres ilustres,
la consecuencia de la argumentación sería silenciar a los atacantes de la fama, es decir en un contexto político, un deseo indirecto
de censura. Además,
es consciente de que la argumentación puede ser subversiva y que detrás de los vericuetos de la palabra se disimulan ideas:
En la consideración de las quales yo me pienso ser dicho en el comienço
deste libro lo que baste, si las palabras
non se desvían de la materia
de que fablamos, porque
ciertamente en todas las cosas egualmente non se requiere
una forma o manera de provar,
mas cada una cosa demanda o requiere quanto e aquello
que la natura
e calidat d’esa mesma cosa demanda,
e que es pertenesciente para la rescibir.[54]
Se muestra maquiavélico avant la lettre afirmando que sus explicaciones pueden evitar el error del “pueblo”, que a diferencia de los letrados,
se equivoca a menudo en su juicio, por lo que Álvaro de Luna “judg[a]
esto de refirmar
más largamente”.[55]
La argumentación puede entonces enmendar la arbitrariedad de la verdad, originada
generalmente a partir de la experiencia individual evaluada por el juicio colectivo.
De hecho, tomar la pluma es otro modo de tomar las armas, moldeando la percepción de la realidad, es decir para poder orientar la historia
a su favor. Tiende a inspirar
piedad en la conclusión de la obra, quejándose del peso de
su oficio político: “grand peso”, “nos sentimos el trabajo
del principal cargo después de la real magestad”, “afanoso exercicio
de la continua guerra”; su meta es persuadir de que
no ejerce el poder de su propia voluntad
sino porque el rey se lo encargó expresamente “por ser a nos encargada y encomendada por la real magestad”.[56]
Al final del quinto
preámbulo, y del primer capítulo del primer
libro, los oponentes a Luna son denominados “los malos” y Luna le pide a la Virgen
María que defienda su obra de ellos y que la libre de la envidia
ajena.[57] Hablando de la guerra civil, se presenta como una víctima que tiene
que luchar contra
los “rebeldes”. Lamenta
haber tenido que vivir los horrores
de la guerra sin poder encontrar la serenidad
necesaria a la escritura
“puesto entre los orribles estruendos de los instrumentos de la guerra”.[58] La escenificación incrementa la captatio benevolentiae y se vale de lo patético
y lo epidíctico.
Estas
obras se enmarcan
de pleno en la actualidad política bulliciosa de su tiempo.
Rodríguez del Padrón
opone los sexos en dos bloques,
cuando Valera y Luna
abogan por la existencia de personas virtuosas
y viciosas dentro de cada uno de los sexos; el uno reivindica la superioridad de la mujer en todos los aspectos, de lo que discrepan discretamente los demás. Mediante
la ejemplaridad, que propicia comparaciones alusivas a la situación política de Castilla, detrás
de las mujeres ilustres y de sus acciones se esconden personas,
intenciones: lo que se juega es la legitimidad del poder. Rodríguez
del Padrón pone a la mujer en un pedestal y obra disimuladamente a favor del bando de los Infantes de Aragón, invitando a la reina a participar en la lucha; mientras que Valera presenta una visión apolítica y “realista” que contempla a la mujer
desde las cualidades de su inferioridad; en cambio Luna busca conferir
legitimidad al poder que él mismo ejerce,
identificándose con las mujeres ilustres que sufren inicuos ataques y proponiendo
una nueva definición de la justicia. Valera
sigue la tradición apolítica del debate
profemenino o antifemenino, haciéndolo de manera deliberada al escribirlo en oposición al polémico Triunfo, mientras que Rodríguez del Padrón y Luna se valen del debate para hacer propaganda
política. Constituyen excepciones dentro del canon dedicado a la cuestión
de la mujer. La hipótesis de una voluntad
de negarse a la intertextualidad con los antecedentes más cercanos
sería un rasgo prototípico de la escritura dentro de la vorágine de los debates
literarios cortesanos. La comprensión de estas obras y de sus interrelaciones viene de un estudio microtextual y retórico,
que es lo que hemos intentado
practicar, aunque en los límites
que irrumpían a la zaga de una lectura ideológica. Se trata de una pista que fue propuesta
por Jesús Rodríguez
Velasco: “Las historias forman parte de una vulgata
historial suficientemente difundida, y que, por tanto, no deben ser las historias en sí las que marcan la diferencia, sino más bien el modo de usarlas,
de exponerlas y de disponerlas en la dialéctica retórica”. (RODRÍGUEZ VELASCO 2007: 43)
Puede
que ésta sea la dirección que convenga seguir para adquirir un mayor entendimiento de los catálogos
de mujeres ilustres
y de su poder argumentativo dentro de la literatura profeminina.
FLORENCE SERRANO
Universidad de Extremadura
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[1] Este trabajo se ha realizado gracias al apoyo del grupo de investigación “Arenga. Retórica
e Historiografía desde la Antigüedad hasta el Renacimiento” de la UEX.
[2] No puedo mencionar aquí la multitud
de trabajos que se han dedicado a esta problématica. Para una bibliografía que concierne al ámbito castellano, consultar el trabajo
de ARCHER (2004).
Estamos preparando una monografía
basada en nuestra
tesis doctoral con el fin de ubicar el corpus
castellano en el contexto europeo
desde el punto de vista de la “Querelle
des Femmes” y de sus argumentos, lo que aportaría una perspectiva complementaria
[3] El replanteamiento de la
fecha de composición de la obra por parte de Federica Accorsi va en contra de los argumentos que expusimos
en torno a la difusión
de obras castellanas en Borgoña
mediante la acción de Diego de
Valera. Ya nos expresamos
al respecto (SERRANO, 2009: nota 18).
Por
consiguiente, somos partidarios de que las fechas propuestas hasta la fecha por la crítica son válidas,
entre 1438 y 1441 para el Triunfo
de las donas y hacia 1444-1445 para la Defensa de virtuosas
mujeres.
[4] La crítica textual
está dando valiosos frutos y existen ediciones críticas
de las tres obras. Para el Triunfo de las donas (abreviado de ahora en adelante Triunfo), nos permitimos citar la edición crítica que dimos en el segundo
volumen de nuestra tesis doctoral,
SERRANO (ed.) (2011a);
la obra de Valera se abrevia igualmente Defensa ACCORSI
(ed.) (2009); finalmente, la de Álvaro de Luna, PONS RODRÍGUEZ
(ed.) (2008).
[5] Aplicamos a la realidad
histórica de la Castilla
de mediados del siglo XV el concepto bajtiniano acerca de la novela. En efecto, la producción literaria
de la época, tanto en prosa como en verso, se caracteriza por la permeabilidad entre realidad
y ficción.
[6] Recordemos que la querella
de las mujeres se ha estudiado
esencialmente desde el punto de vista de su realidad histórica. Se enfrentan
los partidarios de dos tesis: la primera es la de la artificialidad de la querella considerada como un juego retórico
(Julian Weiss se alza a favor de esta opinión),
la segunda se dedica a buscar en los textos de la querella elementos
que serían significativos de un planteamiento social que atañe a la mujer, siguiendo
un enfoque feminista. Frente a esta aporía, podríamos
decir que la cultura áulica,
en la que se desempeña inicialmente la querella, utiliza la retórica
como modo de expresión en sus manifestaciones sociales y literarias, por lo que algo retórico
no deja de ser social.
[7]
SERRANO (2011b: 1621-1623). Nuestra interpretación se inspira en los análisis
de BAUTISTA (2005)
y DEYERMOND (2005).
[8] Cf. WEISS (1990: 115).
[9] Cf. CÁTEDRA (1980: 44).
[10] Aunque el Triunfo haya
gozado de poca atención,
se puede considerar que fue, de las tres obras, la que mayor difusión
obtuvo (si consideramos la transmisión manuscrita y, sobre todo, su estatuto
de hipotexto para muchos textos).
[11] Cf. SERRANO (ed.) (2011a:
378).
[12] Cf. SERRANO (ed.) (2011a:
378).
[13] Cf. IMPEY (1994: 107).
[14] Ya interpretamos brevemente este enigma al estudiar
la función de las mujeres ilustres en la obra, SERRANO (2011a: 108-110).
[15] SERRANO (ed.) (2011a:
468).
[16] La diosa ya había sido elegida
como mascarón de proa del debate profemenino en otros contextos
europeos. En el umbral de su Historia calamitatum, Abelardo se consagraba a la diosa Minerva: “Martis curiae penitus abdicarem ut Minervae
gremio educarer”, citado por NOUVET (ed.) (2009: 223). El estudio de Helen Solterer
cita a la diosa en su título,
aunque su análisis
enfoque esencialmente el debate hacia la educación, SOLTERER (1995). Ahora
bien, pocas referencias a las mujeres
ilustres se hallan en el contexto castellano anterior a las obras aquí estudiadas pero una inspiración italiana y francesa
difícilmente se podría negar.
[17] Cf. SERRANO (ed.) (2011a:
414).
[18] Cf. SERRANO (ed.) (2011a:
410).
[19] Cf. CANET (ed.) (1997). El subrayado es nuestro.
[20] Cf. SERRANO (ed.) (2011a:
420).
[21] Cf. CANET (ed.) (1997).
[22] Podemos ver en esta preocupación ideológica y política del autor un discreto
legado del humanismo italiano,
que este conocería
durante sus estancias en Italia o en Basilea, en el ámbito de la cancillería pontificia.
[23] Cf. VÉLEZ SAINZ (2006).
[24] Respetamos las grafías
de los nombres según las editamos
[25] Esto fue evidenciado en Francisco BAUTISTA (2005: 103-135)
para la Cadira de honor y en SERRANO (2011b:
1667-1680) para el Triunfo.
[26] Jesús RODRÍGUEZ VELASCO
analiza las menciones del título:
“Solo los mss 1.341, 12.672 y HC397/762 llevan el título de Espejo de verdadera
nobleza, con el que Valera
siempre llamó a su obra (por ejemplo en el Doctrinal de príncipes), y que, por tanto, es más autorizado que los otros títulos (Tratado de la nobleza e fidalguía, o
variantes sobre éste, contenidos
en los mss 9.985, 12.701 y en
el Escorial N.I.13, mientras que el 12.690
no lleva título)”,
ALVAR / LUCÍA MEGÍAS (2000: 408).
Cabe matizar el “siempre”, el título definitivo podría haber sido atribuido
por Valera posteriormente a la primera
difusión de la obra, lo que corrobora el hecho de que Valera haya depositado un manuscrito en 1443 en Borgoña
cuyo título era “Tratado de nobleza”. En efecto,
la traducción literal
de Gonzalo de Vargas se intitula “Traittié de noblesse”). El título posterior
habría sido elegido con vistas a distinguir la obra de las que se multiplicaban acerca del tema de la naturaleza de la nobleza y que proponían
una “falsa” nobleza,
es decir, que rechazaban, como la Cadira de honor, las teorías bartolistas.
[27] En efecto, Jesús Rodríguez
Velasco demostró
que el Espejo de verdadera nobleza de Valera era una respuesta a la Cadira
de honor de Ródriguez
del Padrón. Siendo ambos
los únicos que compusieron obras, en la misma época y en Castilla, sobre ambos debates y sabiendo
que era díficil desconocer el Triunfo de las donas para quien conocía la Cadira de honor, es lógico pensar que Valera tiene como punto de referencia la obra del padronés, aunque su texto no lo deje ver, o de manera interlineal como lo exponemos
[28] Cf. PENNA (1950: lil).
[29] Cf. PENNA (ed.) (1950: 3-4).
[30] Cf. PENNA (ed.) (1950:
5).
[31] Sin embargo, es posible que Valera no pretenda
alzarse contra el Condestable en aquel entonces, aunque su postura solo podría desazonar
al valido. Acerca
de las relaciones entre los dos hombres, dice Lola PONS RODRÍGUEZ: “[él] que fue primero
protegido y luego enemigo
de don Álvaro, Diego de Valera,
quien en un tratado de objetivo
muy similar al nuestro pero de diferente
estructura y mucha mayor concisión
(el Tractado en defenssa de virtuosas
mugeres compuesto antes de que ambos en las Cortes vallisoletanas de 1447 se distanciaran)”,
PONS RODRÍGUEZ (2008: 39). Aunque en 1447 la ruptura fuera consumada, podemos suponer
que los escritos de Valera presentando su visión política
excandecieran progresivamente al valido.
[32] Cf. ACCORSI (ed.) (2009: 229-230).
[33] El objeto de la polémica es impersonal o poco preciso,
y se dirige hacia los maldicientes como lo destaca
Jesús Rodríguez Velasco: “La polémica del uno frente a los muchos es equivalente a la de Valera frente a la tropa de maldizientes que quedan sin identificar en el tratado. Y es también la polémica de la voz autorizada frente a una voz heterodoxa, múltiple y difusa, a la que el conquense coloca
bajo la denominación de secta.”
(RODRÍGUEZ VELASCO, 2007: 38).
[34] Cf. ACCORSI (ed.) (2009:
250).
[35] Cf. ACCORSI (ed.) (2009: 279-280).
[36] Cf. ACCORSI (ed.) (2009:
244).
[37] Cf. ACCORSI (ed.) (2009:
250).
[38] “La actitud que adopta el autor ante las fuentes que utiliza – cualquier
cambio, en el material o en el énfasis,
que introduzca en la versión
de estas vidas – nos revelerá su ideología con tanta o más exactitud que lo que exponga
de manera explícita”, BOYER (1988: 56). Hemos visto que esta afirmación era válida para las tres obras.
[39] Cf. FOURNÈS (2010: 97-108).
En este artículo, se mencionan
los trabajos de Amador de los Ríos,
Gil Sanz y Gómez
Redondo como precedentes para la toma en consideración de la problemática dentro de la obra, p. 101. Cabe añadir – aunque lo cita – BOYER (1988) y WEISS (1991), que presenta un análisis
del ethos literario del Condestable, que se fundamenta especialmente en la lírica
cancioneril.
[40] Cf. FOURNES (2010: 106-107).
[41] Cf. FOURNES (2010: 107).
[42] PONS RODRÍGUEZ
(ed.) (2008: 348). Anteriormente, otros como Enrique de Villena
o Juan Rodríguez del Padrón
se habían alzado en pro de la desmitificación de las historias grecolatinas.
[43] PONS RODRÍGUEZ (ed.) (2008: 348-349).
[44] PONS RODRÍGUEZ (ed.) (2008: 349).
[45] Id.
[46] Cf. BOYER (1988: 61).
[47] PONS RODRÍGUEZ (ed.) (2008: 213).
[48] PONS RODRÍGUEZ (ed.) (2008: 440).
[49] PONS RODRÍGUEZ (ed.) (2008: 213).
[50] PONS RODRÍGUEZ (ed.) (2008: 217).
[51] PONS RODRÍGUEZ (ed.) (2008: 214).
[52] PONS RODRÍGUEZ (ed.) (2008: 445).
[53] PONS RODRÍGUEZ (ed.) (2008: 440).
[54] PONS RODRÍGUEZ (ed.) (2008: 214).
[55] PONS RODRÍGUEZ (ed.) (2008: 215).
[56] PONS RODRÍGUEZ (ed.) (2008: 441).
[57] PONS RODRÍGUEZ (ed.) (2008: 221-222).
[58] PONS RODRÍGUEZ (ed.) (2008: 441).