INTRODUCCIÓN
Juan de Mariana y Antonio de Herrera y Tordesillas:
¿inventores del GRAN RELATO y de los grandes espacios para el consejo y la
defensa de la Monarquía hispánica (1580-1620)?
JUAN DE MARIANA AND ANTONIO DE HERRERA Y TORDESILLAS: INVENTORS OF THE GREAT
NARRATIVE AND THE LARGE SPACES FOR THE COUNCIL AND DEFENSE OF THE HISPANIC
MONARCHY (1580-1620)?
Clotilde Jacquelard & Renaud Malavialle
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ste
monográfico es el feliz resultado de una jornada de estudio que reunió por
primera vez, el 27 de abril de 2024, a especialistas de las obras de
Juan de Mariana (1536-1624) y de Antonio de Herrera
y Tordesillas (1549-1625), dos agentes de la escritura del pasado
antiguo y más reciente de España y de su imperio al final del siglo XVI y
principios del XVII. Con métodos diferentes, Juan de Mariana y
Antonio de Herrera y Tordesillas fueron los autores de amplias
síntesis historiográficas a la medida de la extensión mundial de la Monarquía
hispánica y de su potencia. Cumplieron así con varias de las expectativas de la
Corona al tomar diversamente en cuenta las especificidades de dicha entidad
política. Esta reflexión colectiva pretende indagar en el estudio de algunas
facetas poco exploradas de las obras de ambos autores, así como analizar
ciertos aspectos de su complementariedad, tomando en cuenta las posiciones,
circunstancias, funciones y opciones ideológicas de cada uno de estos dos
relatores del pasado: un cronista oficial y un afamado teólogo jesuita.
En el caso
del padre Juan de Mariana (1536-1624), la formación jesuítica, la vocación
humanista y cristiana del doctor tomista son aspectos determinantes del éxito
de la obra historiográfica y doctrinal que produjo, además de otros muchos
trabajos que requerían hondas competencias lingüísticas. La pericia filológica
y la sabiduría que se le reconoció al teólogo jesuita al encargarle la censura
de la Biblia Políglota Regia de Amberes (1568-1572), al nombrarlo como calificador del Índice inquisitorial de
Quiroga (1583) o al confiar en él para la edición de obras de Isidoro de Sevilla
deben ser valoradas. Así se lo propone en un primer estudio Alicia Oïffer-Bomsel, estudiando la actualización, en la Historia general
de España (1611), de las laudes Hispaniæ,
las semejanzas y los contrastes entre la tradición isidoriana y su inflexión.
Además de las competencias del sabio, importa considerar la pertenencia del
padre jesuita a una orden que le vinculaba al papado y cuya influencia política
estaba en pleno auge.[1] La
obra historiográfica de Juan de Mariana reforzó la Monarquía católica
en los campos específicos de las luchas confesionales de la época postridentina, de los combates ideológicos ambiguos contra
las doctrinas inspiradas en las obras de Maquiavelo, como los sitúa Adrian Guyot, o de los políticos franceses. Fue
una contribución literaria al servicio de una visión política que estos ensayos
intentan contribuir a definir, en aquella época de “guerra de plumas”, según la
fórmula acuñada por Héloïse Hermant.
En tiempos de subida de las tensiones entre potencias europeas, el ministerio
de la pluma lidia en el plano simbólico. Después del fracaso de Esteban de
Garibay en satisfacer las expectativas historiográficas de la monarquía, el
padre Juan de Mariana logra por fin la meta en el último decenio del
reinado de Felipe II, y lo hace en latín, con las Historiæ de
rebus Hispaniæ (1592). Aquel relato ab origine,
y continuo, de las poblaciones de la Hispania y de las instituciones
monárquicas aparentemente destinadas a unirse satisfizo la Corona y encontró un
público. Si bien el eje de la narración de los hechos del pasado peninsular es
Castilla, todas las entidades territoriales quedan sin embargo ampliamente
historiadas. Así, Iago Brais Ferrás García puede mostrar cómo, en el caso del reino
y de la corona de Portugal, Juan de Mariana produce un relato vector
de un imaginario integrador. Como lo analiza Alicia Oïffer-Bomsel,
aquel gran relato adaptado en castellano encontró un reconocimiento duradero y
fue un éxito editorial, por el equilibrio logrado entre cierto respeto a las
tradiciones del imaginario histórico y una crítica histórica elemental. Las
críticas no dejaron de ser muchas, como las de Pedro Mantuano, y los
ataques no eran menores. Pero el audaz jesuita se benefició de cierta autonomía
y libertad, necesarias para seguir con otros proyectos. Uno de ellos, y de gran
alcance, fue la composición de un tratado de educación del príncipe que se
publicó en latín en 1599 bajo el título de De rege et regis institutione. Fue una obra que no movió los ánimos en
Castilla, pero cuya fama e impacto Francisco Sánchez Torres documenta de
forma inédita en su ensayo sobre un momento álgido de la polémica, en París,
acerca de las motivaciones de Ravaillac en el
regicidio de Enrique IV.[2] Al
achacar a la obra del padre Juan de Mariana la paternidad intelectual
del crimen, ciertos polemistas indujeron a la opinión pública a responsabilizar
a toda la Compañía de Jesús. Con la publicación de ciertos documentos que
sugieren reconsiderar la unanimidad de los teólogos de la Sorbona en su condena
de los argumentos del padre jesuita español, Francisco Sánchez Torres
invita a entrar de lleno en los aspectos más agudos del pensamiento político de
la Cristiandad occidental. Desde el Concilio de Constanza hasta la época
de la Reforma, de Maquiavelo, del Concilio de Trento y de Jean Bodin y los
politiques: se trata nada menos que de la
relación entre la soberanía en lo espiritual del papado y el estatus
jurisdiccional de los soberanos en lo temporal. Como teólogo tomista y jesuita,
Juan de Mariana no podía sino zanjar esta cuestión al exponer al
joven príncipe Felipe III una teoría católica del origen, de la evolución
y de la significación de la institución monárquica. Los argumentos que
Juan de Mariana expuso en el De rege et
regis institutione
debieron de conmover hondamente a muchos en el reino de Francia, donde un
segundo regicidio acabó con un rey, Enrique IV, quien fuera capaz de
superar una de las más sangrientas y catastróficas épocas de la historia gala.
El padre jesuita no dudará en denunciar la política del duque de Lerma, el
poderoso y hostil valido de Felipe III, en el famoso tratado titulado De monetæ mutatione (1609),
que le valió un proceso inquisitorial. ¿Habrían sido posibles semejantes audacia
y autonomía de juicio sin el doble estatus de súbdito del rey y de
soldado de Cristo? La misma Compañía de Jesús, en efecto, no escapó de una
vigorosa crítica cuando la describió como una “monarquía mal templada”.[3]
En el largo
prólogo al De rege et regis institutione (1599),
Juan de Mariana afirma que concibió las Historiæ de
rebus Hispaniæ (1592) como un soporte para
la reflexión política.[4]
Los ejemplos históricos de la Antigüedad y aquellos que proceden del pasado
medieval de las diferentes entidades territoriales hispánicas permiten ilustrar
muchas dificultades y situaciones políticas recurrentes, según el principio
ciceroniano de la historia magistra vitæ.
Aquel principio formulado por Cicerón y de tan prestigiosa posteridad
fundamentó, en España como en toda la Cristiandad, el auge de una concepción de
la historia cuyo valor nomológico, luego pragmático y político, le reconoció la
primera modernidad. Aquel reconocimiento no fue el único que contribuyera a
dignificar la “historia general” de un área territorial circunscrita a la Hispania
romana, también en el caso de adaptación al castellano, con una escritura del
pasado en estilo grave, capaz de rivalizar con la epopeya en las jerarquías
simbólicas de la República de las Letras. De forma teleológica,
Juan de Mariana le confiere a su “historia” un carácter nacional
vinculado al advenimiento de una monarquía unitaria. Las concesiones más o menos
críticas a la fábula y al mito que a aquel relato le concede, le dejaron un
espacio de afirmación, en tiempos de proyectos nacionalistas al servicio de
unos estados monárquicos concebibles, o por lo menos cuyo perímetro
lingüístico, cultural o “histórico” de dominación y administración se pretendía
posibilitar, y tal vez definir para reforzarlo.
Más allá del
ámbito peninsular y restringiendo la amplitud cronológica,
Antonio de Herrera y Tordesillas compuso otro tipo de síntesis del
pasado hispánico. El traductor de Botero consiguió por su parte una posición
excepcional al servicio de la Monarquía católica, al lograr ser doblemente
Cronista Mayor, de Indias desde 1596, y de Castilla desde 1598.
Le incumbía llevar a cabo el vasto proyecto historiográfico de la Corona,
destinado a defender la legitimidad de la dominación sobre las Indias
Occidentales formulada por el papado, al final del reinado de Felipe II.
En un contexto de guerra y de alta conflictividad religiosa y política en el
norte de Europa, la imprenta y las imágenes grabadas potenciaban la lucha
ideológica propugnada por los rivales de los españoles. Frente a las
acusaciones de ilegitimidad, crueldad y tiranía, Antonio de Herrera y
Tordesillas trata de mostrar que la Monarquía católica había cumplido con las
obligaciones definidas en la bula Inter cætera (1493).
Su tarea consistía entonces en restaurar la reputación de la Monarquía fuera de
sus fronteras, mediante la exposición de un relato oficial y documentado del
pasado, resultante de la compilación de múltiples fuentes cuyo acceso
privilegiado o exclusivo reivindicaba.
Varias
contribuciones reflexionan precisamente sobre el uso complejo de las fuentes
que el cronista leyó, seleccionó, recortó, recompuso y reescribió parcialmente
en función de estos objetivos.[5]
Muriel Debouvry-Valcarcel propone un examen
teórico sobre el acceso, la selección y el uso de las fuentes, dentro de una
reflexión más general sobre la escritura de la historia (prácticas de
investigación, métodos dispositivos y estilísticos, dimensión didáctica) y la
concepción que de su labor tenían los historiadores hispanos de finales del
siglo XVI y comienzos del XVII.
Enfocando un
caso más específico, Louise Bénat-Tachot analiza
minuciosamente la secuencia concreta de los descubrimientos colombinos (tercero
y cuarto viaje), a partir de las fuentes principalmente utilizadas por Herrera:
Bartolomé de Las Casas y Hernando Colón. El análisis textual
comparativo, así como la orientación adoptada por el Cronista Mayor
mediante una hábil retórica, muestran la construcción y creación, rayando en lo
sublime, de la figura de Cristóbal Colón. Aquel héroe católico, súbdito
hispanizado y ejemplar, abre providencialmente a los Reyes Católicos las
puertas de un glorioso imperio colocado bajo el signo de la cristianización.
Más adelante
en la cronología, Nejma Kermele
estudia a grandes rasgos las características de la conquista del Perú bajo la
pluma de Antonio de Herrera, haciendo hincapié en el tratamiento
peculiar reservado a la figura de Francisco Pizarro. Llama mucho la
atención el que el historiador lo rehabilite como gobernador y capitán
ejemplar, pragmático al saber adaptarse a las circunstancias, y fino estratega,
al servicio de la fe y de la Corona. El Cronista Mayor se vale de
conceptos inspirados en las obras de Maquiavelo, pero reformulados dentro de la
corriente doctrinal tacitista, en la perspectiva de
la Razón de Estado cristiana. Así, en el momento crucial de la ejecución del
Inca Atahualpa, hace intervenir la noción de necesidad, de disimulación y
decisión secreta, así como la justificación de una finalidad superior, “justa”
y “provechosa”: implantar una soberanía católica protectora del bien común.
Esta
secuencia entra en diálogo evidente y fecundo con el ensayo de Adrian Guyot que demuestra la influencia, recepción,
apropiación y hábil reformulación del pensamiento de Maquiavelo en sus
manuscritos, los Veinte y nueve discursos políticos, históricos literarios
originales, sin mencionar por supuesto directamente su nombre.[6]
Este diálogo permite entrever pistas de una investigación más precisa sobre el
pensamiento político en la obra del historiador, en particular con la ayuda de
la reflexión filológica que propone Victoria Pineda en la perspectiva de
la publicación de dichos discursos manuscritos. La edición de este
conjunto de textos heterogéneos permitiría dar un salto cualitativo de primera
importancia en el estudio del método historiográfico de Antonio de Herrera
y Tordesillas vinculado con su pensamiento político en una obra y su
contexto.
Del mismo
modo, tanto la secuencia colombina como la peruana permiten empezar a revisar
la idea de mera compilación de fuentes en favor de una sutil reescritura
orientada hacia el servicio de la monarquía y de su reputación. Futuros
estudios intertextuales permitirán llegar a conclusiones más firmes y
novedosas.
Estas
contribuciones han mostrado que los actores de la exploración y de la
conquista, incluyendo figuras autóctonas, tienen un protagonismo relevante en
la Historia general de los hechos de los Castellanos en las islas y
tierra firme del mar océano (1601-1615). Y no falta la voz crítica del Cronista
Mayor hacia la actuación de los representantes de la Corona en Indias. En
aquella vasta síntesis escrita a distancia de medio siglo desde el final de los
acontecimientos (1492-1554), Antonio de Herrera y Tordesillas narra
la gesta castellana tanto para la memoria colectiva como para el consejo de los
monarcas. Esta historia pro patria[7]
contemplaba conservar la memoria de la actuación de castellanos bien
identificados y de sus padecimientos alrededor del mundo, para valorar y demostrar
su constancia. Así, las cuestiones de espacio, de una geografía hostil, lejos
de ser mero decorado de las acciones bélicas, aparecen como determinantes para
el desarrollo de los acontecimientos. Los peligros y las tempestades del mar
Caribe para Colón, la inmensidad del territorio peruano y del relieve andino
condicionan el momento de la conquista. El posterior establecimiento de
jurisdicciones administrativas modifica los mapas y el desarrollo de las
actividades económicas coloniales transforma los paisajes. El Cronista Mayor
encara distancias geográficas desmesuradas y largas duraciones para promover
una imagen dinámica, poderosa e informada de la dominación castellana en un
ultramar globalizado y conflictivo de comienzos del siglo XVII.
Clotilde Jacquelard & Renaud Malavialle
Sorbonne
Université
Bibliografía
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2018, mis en ligne le 15 octobre
2018, consulté le 02 décembre 2024. URL: http://journals.openedition.org/e-spania/29062 ; DOI:
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Renoux-Caron, Pauline & Vincent-Cassy, Cécile (2012), Les Jésuites et la Monarchie catholique (1565-1615), coll. « Fabrica Mundi », Paris: Éditions Le Manuscrit.
[1]
Sobre el pensamiento político de Juan de Mariana, ver Braun (2007). Sobre los
jesuitas en la época de aquel autor, ver Egido,
Burrieza Sánchez y González Revuelta, Manuel (coord.), (2004); Höpfl (2004); y Renoux-Caron y
Vincent-Cassy, Cécile (2012).
Recientemente, ver también Fabre y Benoist (2022).
[2]
Sobre los enemigos de los jesuitas, especialmente en el reino de Francia, ver
Fabre y Maire (2010).
[3]
Ver Copete (2018). Ver también Malavialle (2015).
[4] Malavialle (2024).
[5]
Ver al respecto Bénat-Tachot (2014).
[6] Herrera y Tordesillas (1632).
[7] Kagan (2009).