«Fui alcázar de moros… pero me rescató
el rey Alfonso». ¿Un eco virgiliano
en un epígrafe de Cáceres?
« I WAS MOORISH
FORTRESS … but king Alphonsus
rescued me». A Virgilian Echo
in A Cáceres’ Inscription?
Genaro Valencia Constantino
Resumen: El objetivo de este breve trabajo es
recuperar y comentar un epigrama latino extraviado para la crítica literaria
extremeña, pues en las poquísimas referencias existentes ha sido considerado
como una mera inscripción tallada en el dintel de una puerta sin reparar en
que se trata de unos dísticos. A pesar de que no hay información acerca de su
factura (su autor y su año de composición e instalación en el edificio), a la
luz del contexto de la Reconquista de Cáceres liderada por Alfonso ix de León
y, mucho más tarde, de la remodelación del inmueble ejecutada por un miembro
de la Casa de Ulloa, es acaso posible vincular los motivos literarios del
corto poema con un par de versos virgilianos. Abstract: This very brief paper aims to recover and annotate
a lost Latin epigram for Extremaduran literary
criticism, because in the very few extant references it has only been
considered as an inscription carved on the lintel of a door without realizing
that it is formed by couplets. Although there is no information about its
composition (its author and its year of writing and collocation inside the
building), considering the context of the Reconquest of Cáceres led by
Alfonso ix
of León and, much later, the restoration of the property carried out by a
member of House of Ulloa, it is perhaps possible to link the literary motifs
of the short poem with a couple of Virgilian verses. |
Palabras
clave: Cáceres, epigrafía poética, latín,
influencia virgiliana, retórica política.
Keywords: Cáceres, Poetic Epigraphy, Latin, Virgilian Influence, Political Rhetoric.
Fecha de recepción: 22 de julio
de 2024
Fecha de aceptación: 3 de diciembre de 2024
Para Juanma,
Javier y Germán,
en recuerdo de
nuestra expedición
(Cáceres, 2-6 de
julio de 2024)
E |
n el Palacio de las Veletas (ahora Museo de
Cáceres), situado en el casco histórico de la ciudad de Cáceres, sobre el
dintel de una puerta que da al patio principal se halla una placa de mármol que
ostenta, a más de un escudo flanqueado por dos leones y perteneciente a la Casa
de Ulloa, un epígrafe latino en cuatro líneas (Fig. 1). Floriano (1950: 101),
luego de transcribirlo, anota: «La inscripción hace referencia a la
reconstrucción hecha del antiguo Alcázar árabe por Lorenzo de Ulloa; claro es
que, aunque la inscripción no lo dice, no sobre las ruinas del citado Alcázar,
sino sobre las de la casa de Diego Gómez de Torres, que se elevaron en el solar
de referencia y con autorización de los Reyes Católicos en el año 1476». Por
desgracia, el historiador no se percató, quizá debido a la apretada disposición
de las líneas, de que la inscripción es en realidad un epigrama en dísticos
latinos, es decir, no se trata únicamente de un texto cualquiera grabado en la
piedra, sino de una composición poética.[1]
Este dato modifica por completo la interpretación histórica, literaria y
retórica del epígrafe, al mismo tiempo que contribuye a valorar el ingenio y
modelo poético del anónimo autor cacereño de estos versos.
Antes que nada, vale la pena decir algunas
palabras sobre la autoría y la datación. En primer lugar, gracias a que en una referencia del Interrogatorio de la Real
Audiencia de Extremadura, Partido de Cáceres (1996[1791]: 59) quedaron
atestiguados los versos, se puede establecer un terminus
ante quem para el epígrafe a inicios de la última
década del siglo xviii.
Por otra parte, como se observó arriba con Floriano, se le ha adjudicado a
Lorenzo de Ulloa Porcallo (mediados del siglo xvi) la
restauración del edificio, sin embargo, de acuerdo con Boxoyo
(1952[1794]: 65), fue «don Joaquín Jorge de Quiñones Cáceres y Aldama»
(1720-1788) quien «reedificó la casa […] formando nuevo patio y oficinas». Según
el Nobiliario de Extremadura (1997: 36), este personaje ostentaba en su
nombre completo familiar, entre otros, también el apellido Ulloa, de tal manera
que la atribución a Lorenzo podría resultar desacertada.[2]
En este supuesto, y ya que Joaquín Jorge de Quiñones —desde ahora «Joaquín de Ulloa»—[3] vivió en el siglo xviii, sería
plausible que, en atención al terminus marcado
por el Interrogatorio, el epígrafe pueda fecharse entre 1754 —año en el
que asume el puesto de regidor perpetuo de Cáceres— y 1791. En segundo lugar, en relación con la autoría, es
prácticamente imposible identificar al creador de estos dísticos, pues en
muchas ocasiones composiciones como esta eran efectuadas por encargo para ser
exhibidas en público y sin expresar el nombre del autor, en cuanto suponían un
producto por el cual se pagaba; lo único que podemos extraer acerca del poeta
anónimo es su conocimiento de la poesía latina y del arte de versificar,
habilidad que tendría cualquier personaje para ese entonces instruido; si se
considera, por último, que el epigrama se mandó a redactar durante la vida del
[Joaquín de] Ulloa que aparece en el cuarto verso, habría que pensar por lo
tanto en algún literato de la época y quizá cercano a ese círculo.[4]
Fig. 1. Placa de mármol con epigrama latino
(Palacio de las Veletas - Cáceres, Extremadura)
Ahora bien, como se puede apreciar arriba del
escudo «leonino» de la Casa de Ulloa, tallados en capitulares, sin espacios y
con plena consciencia de la ortografía del latín —si bien Alfonsus
carece de la ph quizá por motivos de espacio o
por asimilación con el castellano, pues nótense las marcas de nasal en antiqua y tandem, y
la s de domus
inserta en la u—, los dos dísticos editados suenan así:
Arx antiqua fui Maurorum
regia quondam
rex quibus
Alfonsus fortiter eripuit;
bella sed et tempus tandem rapuere ruina,
Ulloæ iam opera pulchra resurgo domus.
En apego con lo que opinaba Floriano, el epígrafe
ha sido interpretado como un texto histórico que ofrece una determinada
información más o menos aproximada acerca de dos momentos clave en la
recuperación y reconstrucción del edificio: la toma del alcázar almohade en el
siglo xii,
hecha por Alfonso ix
de León, y la remodelación que siglos más tarde emprendiera Joaquín de Ulloa,
por quien el palacete recobró su esplendor y uso cotidiano; el especialista
señaló que los datos ahí vertidos eran inexactos, y, en efecto, si se tratara
de una inscripción meramente informativa, podrían objetarse la veracidad y
precisión del testimonio, y así ha sido tomada porque no se había advertido su
carácter poético, cuyas licencias, por motivos métricos, se suelen dar y aceptar
sin mayor recelo. A un poema no se le exige exactitud histórica, antes bien,
como en muchos casos bien conocidos, la poesía sirve de mecanismo
propagandístico para exaltar algún evento importante o bien la figura de algún
personaje notable, en este caso, el rey Alfonso ix de León y Joaquín de Ulloa.
En este particular, a fin de iniciar un análisis del texto atendiendo a su
contexto literario y epigráfico, la traducción de dicho epigrama, en mi modesta
versión, reza así:
Antiguo y real alcázar fui otrora de moros
de
quienes el rey Alfonso rescató con esfuerzo;
la guerra y encima el tiempo al fin hicieron
escombros,
por
obra de Ulloa ahora bella casa florezco.
Varios son los
aspectos por considerar en este epigrama en cuanto al artificio poético se
refiere. El primero, en términos estilísticos, es el interesante uso de la
primera persona del singular, un «yo» poético que consiste en el propio
edificio que se presenta ante los visitantes y narra su historia. No es una
cosa nueva en la tradición europea si consideramos que desde Grecia sobran
ejemplos de vasijas que exhiben una brevísima leyenda en la que, a manera de
una «metaprosopopeya», el artefacto dice haber sido
fabricado por cierto alfarero; igualmente sucede este recurso en el edificio
ahí descrito: el palacio cacereño no efectúa la prosopopeya sólo en el epigrama
sino en el complejo arquitectónico mismo al estar emplazado dentro de él. El
segundo aspecto es la cuestión del presunto modelo virgiliano a partir de dos
fuentes: un verso del primer libro de la Eneida y el «autoepitafio».
El primer verso
del epigrama —arx antiqua
fui Maurorum regia quondam—
nos sitúa directamente en clave virgiliana; la reelaboración del epigramatista
anónimo, en la que se relata el pasado del edificio ocupado por los almohades,
recuerda en léxico, en hemistiquio y en inspiración aquella línea donde
Virgilio (Æn. 1, 12) dice:
Urbs antiqua fuit (Tyrii tenuere
coloni)
En léxico la correspondencia es exacta entre
ambos, pues el adjetivo antiqua acompaña al
sustantivo que abre el verso para generar el ambiente temporalmente remoto de
la escena, pero con la ligera variación en el término (arx
por urbs) y en la persona gramatical (fui
por fuit); en hemistiquio también, ya que la
disposición (sustantivo, adjetivo y verbo) focaliza sintácticamente la
importancia de la circunstancia por medio de un contundente cierre en cesura trimímera —ésta no sólo es muy recurrente en Virgilio sino
aquí casi resulta ser a imitación de él—;[5]
y lo mismo en inspiración, al rememorar que esa gran ciudad (urbs) o fortaleza (arx)
de antaño lleva tiempo ocupada por ciertos colonizadores, orientales en los dos
escenarios (tirios y árabes, respectivamente). Por otra parte, a mi parecer, el
epigrama completo evoca también, en una gradación muy particular y por supuesto
adaptada al contexto histórico específico del palacio que lo alberga, al «autoepitafio» virgiliano:
Mantua me genuit, Calabri rapuere, tenet nunc
Parthenope: cecini pascua rura duces.
Para empezar, cabría preguntarse si acaso el
autor anónimo tuvo conocimiento de este epitafio atribuido a Virgilio, pues, de
entre las fuentes antiguas,[6]
sólo Donato y Probo lo transmitieron en sendas biografías que redactaron del
poeta; no obstante, en su Chronicon, que pudo
haber tenido mayor difusión en la península ibérica, san Jerónimo también
reportaba el dístico. Hay que recordar que en el autoepitafio
tiene lugar una narrativa en fases según la cual Virgilio fue recorriendo
regiones distintas de Italia en tres etapas de su vida: Mantua como lugar de
nacimiento, Calabria (Bríndisi) como lugar de muerte y Parténope (Nápoles) como
lugar de sepultura. En el epigrama cacereño, el palacio, que es el personaje
principal, en diferentes etapas y sometido a la voluntad ajena pasa por
momentos igualmente determinantes: primero, la ocupación de los moros; luego,
la recuperación gracias al rey Alfonso ix; más tarde, la corrupción del
edificio por la guerra y por el tiempo; finalmente, la reconstrucción por
Joaquín de Ulloa que lo llevó a su esplendor. Teniendo a la vista lo anterior,
y con la presunción de que el autor del epigrama conocía a Virgilio —tanto la Eneida
como el autoepitafio—, me parece que es viable tender
esta conexión porque la reelaboración transpira motivos virgilianos, léxicos y
literarios, a más de que la inspiración métrica, de emplear dísticos, pudo
provenir del autoepitafio, si bien es cierto que la
escritura de epigramas, escritos en dísticos latinos, era una tradición
sumamente difundida desde el Siglo de Oro y en adelante dentro de la cultura
literaria española.[7] Con
todo, nuestro epigrama es de hecho todo lo inverso a un autoepitafio,
que contendría motivos funerarios, más bien es una especie de «resurrección» de
la edificación (resurgo domus)
anunciada para la posteridad, y que, a la manera del autoepitafio
virgiliano, inmortaliza etapas de su historia.
En relación con
el aspecto retórico del epígrafe, que tiene claras implicaciones
propagandísticas, vale conjeturar que el autor escribió los versos según las
expectativas de quien le encargó escribirlos, probablemente algún miembro de la
Casa de Ulloa que pretendía honrar a su familiar; más que ser un texto
histórico con exactitud en los hechos descritos, el propósito de incrustar este
epigrama en el patio de recibimiento del Palacio de las Veletas residía en
reivindicar la victoria cristiana sobre los moros que ocupaban Cáceres y
dignificar la figura de quien reconstruyó el edificio, omitiendo que el inmueble
también había sido en algún momento residencia de Diego Gómez de Torres. Sin
embargo, al autor anónimo se le habían dado instrucciones precisas de qué
incluir o no en la composición, puesto que las dos únicas figuras que querían
destacarse ahí, casi en igualdad de condiciones y de dignidad, eran Alfonso ix de León y
Joaquín de Ulloa como restauradores del orden cristiano y de la reconstrucción
urbana en Cáceres.
En suma, este
epigrama ha pasado desapercibido como una composición poética por la
disposición en la placa de mármol y se le había negado su valor artístico y
retórico en la interpretación conjunta de la edificación cacereña; a esto se
suma que con un comentario más apropiado, que resulta del reconocimiento de la inscripción
como un epigrama en dísticos latinos —lo cual conlleva casi obligatoriamente un
modelo poético del que tomar inspiración—, ha sido posible vincular al autor
del epigrama con la reelaboración de motivos virgilianos de los que se hace un
eco innovador al convertir la narrativa de un verso de la Eneida y del autoepitafio en un acto epigráfico de exaltación y
conmemoración del palacio en que se conserva, de su añeja historia y de los
personajes que lo rescataron.
Genaro
Valencia Constantino
Universidad
Nacional Autónoma de México
Universidad
Panamericana
gevalenc@gmail.com
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(consultado: 9 de julio de 2024).
[1] Tampoco Valdés (1998: 176, n. 62) advirtió
el talante poético de estas líneas, pero sí brindó una traducción, aunque
desatinada: «Antigua obra de los moros, a quienes valerosamente el rey Alfonso
expulsó de esta bella mansión. Salvada de las ruinas resurgió desde entonces la
hermosa obra de la casa de Ulloa». Una versión poco más aproximada pero también
con errores apareció en El Periódico Extremadura (22 de enero de 2006):
«Fortaleza antigua y real fui un día de los moros, a quienes valerosamente se
la arrebató el Rey Alfonso. A las guerras las calma el tiempo y, así, los
Ulloa, rescataron la casa de la ruina (ofreciéndola) como bella obra para la Villa».
Algunos de los deslices en las traducciones se deben precisamente a que se
desconocían como versos y que, por lo tanto, estos respondían a un metro, por
ejemplo, en el cuarto verso la a de opera es larga para cumplir
con el esquema del primer hemistiquio del pentámetro, con lo cual opera
resulta un ablativo instrumental que no se ve reflejado en ninguna de las dos
versiones. Dos son los casos que he encontrado, y curiosamente ambos de finales
del siglo xviii, que
identificaron que la inscripción contenía versos pero
sin traducirlos ni profundizar más en ellos. El primero es el Interrogatorio
de la Real Audiencia de Extremadura, Partido de Cáceres (1996[1791]: 59),
donde se consigna el texto del epigrama mencionando que son versos. El segundo,
que debió haber tenido a la mano el anterior documento, es Simón Benito Boxoyo
(1952[1794]: 65), en sus Noticias históricas de la Villa de Cáceres,
quien asimismo los reconoció como tales, aunque no percibió el arquetipo virgiliano;
a pesar de que Cerrillo (2001-2: 503) asegura reproducir las inscripciones
latinas cacereñas que en su obra había recogido Boxoyo, el epigrama no aparece
ahí, lo cual sugiere que no los contempló precisamente por ser versos y
considerarlos de otra naturaleza. Particularmente interesante es que De Viu
(1852: 86), al mencionar el edificio en cuestión, y dado que su obra se trata
precisamente de pasar revista de las inscripciones y los monumentos en
Extremadura, no haya referido el epígrafe de este trabajo.
[2] La atribución a Lorenzo por parte de
Floriano (1950) puede deberse al escudo de armas presente en la placa de
mármol, pero el texto del epigrama pudo haber sido grabado en fechas
posteriores, ya que los escudos de armas presentes en los edificios históricos
de Cáceres no muestran inscripciones latinas.
[3] Que en el epigrama de nuestra inscripción
figure el apellido Ulloa en vez de algún otro del propio Joaquín puede deberse
a que por tradición el edificio estaba asociado a dicha familia.
[4] De
Figueroa (1968: 20-22) menciona sólo ocho ilustres literatos cacereños del
siglo xviii, de entre los que
destaca a Boxoyo; y ninguno de los cuales se podría asimilar al poeta del
epigrama.
[5] Encontré un ejemplo emparentado,
naturalmente no por el autor sino por la inspiración virgiliana, en el norte de
Italia. En su Antiquario della Diocesi di Milano (1828, p. 86), el
arcipreste Bombognini refiere que en la localidad de Prato, muy cerca de
Florencia, había una antigua torre mandada a hacer por los duques de Visconti
en 1422, sobre cuyas ruinas se construyó la casa parroquial a la que se le
grabó un dístico: «arx antiqua fui arceretur ut hostis avitus / pacificis
pateo facta domus paroci»; como puede advertirse, el hemistiquio inicial
hace eco del verso virgiliano y también, como en el de Cáceres, pretende ser el
edificio el que habla. Estos son los únicos casos que hallé en epígrafes que le
dan voz a la edificación misma, pues la colocación arx antiqua también
figura en distintos dísticos de la Modernidad temprana que imitan de cerca
dicho hemistiquio virgiliano, por ejemplo: arx antiqua fuit, gentes tenuere
prophanae, nomina quæ Christi non coluere pii (lib. 1, vv. 49-50) del poema
Motus Monasteriensis (1546) de Juan Fabricio Bollando, o bien: arx
antiqua fuit, Romanæ condita genti, sedibus Arctois, Saxonicoque solo (vv.
19-20) del relato versificado Narratio de origine, incremento et
conservatione Lunæburgæ (1564, p. 21) de Luca Lossio.
[6] Cf. Velaza (2018).
[7] Cf. López Poza (1999) y (2008).