César Sierra

(Universitat Autònoma de Barcelona)

Plutarco contra Heródoto: Razones de una Censura

Plutarch against Herodotus: Reasons of Censorship

Abstract: The aim of this paper is to analyze Plutarch’s Herodoti malignitate in order to show his motivation for writing the text. After discussing Plutarch’s objections about Herodotus’ work, we conclude that Herodoti malignitate is an ideologic work that belongs to a specific cultural movement, the Second Sophistic.

Key Words: Second Sophistic; historical memory; Greek historiography.

Resumen: En el siguiente trabajo analizaremos los motivos de Plutarco para escribir su tratado Sobre la malevolencia de Heródoto. Tras analizar las diferentes objeciones de Plutarco a la obra de Heródoto, concluimos que es un escrito ideológico que debe situarse en un contexto cultural muy particular, la segunda sofística.

Palabras Clave: Segunda sofística; memoria histórica; historiografía griega.

Fecha de Recepción: 7 de abril de 2014.

Fecha de Aceptación: 20 de mayo de 2014.

 

 

Como es sabido, el tratado Sobre la malevolencia de Heródoto[1] que forma parte de las Obras morales y de costumbres de Plutarco (Mor. 854E-874C)[2], se trata de un libelo ampliamente conocido por la historiografía pero normalmente utilizado de forma puntual: en trabajos sobre historiografía griega, en comparaciones de método entre Heródoto y Tucídides o, por comentar otro caso frecuente, en los análisis sobre la recepción de la historiografía griega en otros contextos históricos.[3] Como su título indica, el tratado tiene la intención de demostrar las malas intenciones de Heródoto al confeccionar su Historia y para ello Plutarco divide la narración en dos partes: las características de un historiador malévolo (Mor. 854E-856E) y la crítica a través de diversos casos de estudio (Mor. 856E-874C).[4]

Por sí mismo, el tema del libelo es suficientemente atractivo como para haber llamado la atención de los historiadores de la antigüedad pero, como anotó décadas atrás John Marincola, pocos son los estudios que han abordado en profundidad el Her.Mal.[5] En líneas generales, los autores que sí han estudiado el tratado se dividen en dos corrientes de opinión: los que sostienen que Her.Mal. es una obra de claro contenido historiográfico y los que entienden que es un ejercicio retórico con fondo ético.[6] Bajo nuestro punto de vista, ambas posturas no están enfrentadas. Como indica Antonio López Eire, siguiendo a Aristóteles, la Retórica era el arte de persuadir mediante la palabra y, en consecuencia, toda historiografía tiene un importante componente retórico pues el historiador busca persuadir y agradar a un público.[7] Quizás por este motivo ambas posturas encuentran sólidos argumentos para sus hipótesis. En adición a lo anterior, recordamos la obviedad de que Plutarco fue un biógrafo y su intención no era escribir historia, como el propio autor se encargó de señalar (Alex. 1.1).[8] La historia y la biografía son géneros diferenciados, con finalidades distintas: la primera tiene el objetivo de reproducir la realidad de un suceso y la segunda centra su atención en el talante moral de un personaje histórico; ambas disciplinas parecen surgir en el siglo V a.C. pero no fue hasta época helenística cuando se separaron a nivel teórico.[9] Pese a esto, historia y biografía mantienen un delicado equilibrio que debemos tener presente. Es decir, para escribir la vida de algún personaje relevante el biógrafo debe conocer el contexto histórico y las consecuencias de los actos protagonizados por el biografiado. Por añadidura, la elección del personaje se debe sin duda a su relevancia histórica. Todo ello conduce hacia la idea de que Plutarco era un entendido en historia. La lectura de sus biografías lo demuestra y también que el autor conocía muy bien las fuentes historiográficas y los métodos de trabajo del historiador antiguo.[10] Entonces, si Plutarco no se consideraba un historiador, ¿Por qué elaboró un tratado contra Heródoto utilizando argumentos historiográficos? Los motivos que el propio autor aduce al inicio de la obra añaden todavía más interrogantes:

 

En efecto, como afirma Platón, no sólo es la peor de las injusticias dar la impresión de justo cuando no se es, sino que – más aún – es acto de malevolencia aguda simular buena disposición y una ingenuidad desconcertante. Considerando que se ha pronunciado así [Heródoto] sobre los beocios y corintios en especial (aunque sin exclusión de ningún estado), creo oportuno que salgamos en defensa de nuestros antepasados y de la verdad a un tiempo, ciñéndonos a ese preciso apartado de su obra. (Mor. 854F)[11]

 

El pasaje lo podría haber firmado el mismo Tucídides en cuanto el fin el último de la obra es llegar a la verdad (ληθεας/aletheías)[12] y, además, la expresión (μυνομνοις πρ τν προγυνων (defender a los antepasados) implica que Plutarco entra de lleno en el terreno de la memoria histórica.[13] Para Plutarco, el carácter (θος/ethos) taimado de Heródoto, perceptible en sus disimuladas acusaciones contra beocios y corintios, es el germen de su malevolencia (κακοηθεας/kakoetheías).[14] Ciertamente, el punto de partida es historiográfico pero nos preguntamos sobre el impacto que tuvieron las investigaciones de Heródoto en época de Plutarco y si ello es motivo suficiente como para confeccionar un tratado con este contenido.

Por todo ello, nuestro objetivo principal es profundizar en las razones de la censura de Heródoto, centrando nuestra atención en tres aspectos: las críticas hacia el método de trabajo de Heródoto, el análisis de los personajes tratados injustamente y la supuesta malevolencia hacia póleis e instituciones religiosas. En este orden, cada uno de los anteriores aspectos ocupará un capítulo y nuestro enfoque siempre partirá del propio tratado. Dicho esto, intentaremos no caer en el juego de verificar si las acusaciones son ciertas; más bien nuestra intención última es relacionar el contenido de la obra con la realidad del propio Plutarco, esto es, los argumentos de un griego bajo el imperio romano.[15]

 

I

 

Tiempo atrás, Moses I. Finley se cuestionaba las razones que impulsaron a Heródoto y Tucídides a romper con las actitudes convencionales hacia el pasado e “inventar” la historia.[16] Ésta, subraya Finley, surgió en parte gracias al escepticismo cultivado por la filosofía jonia anterior a Heródoto y a su método de investigación, la στορη/historíe, que prepararon el terreno para que surgiera la historiografía.[17] El ilustre helenista finalizó su reflexión afirmando que la auténtica originalidad de Heródoto fue aplicar este método al pasado, con la intención de explicar el conflicto entre griegos y persas, y que dichas explicaciones tuvieran una dimensión humana, laica y política.

Las siempre atinadas impresiones de Finley introducen la importancia de Heródoto para la historia de la historiografía como impulsor de una nueva forma de entender el pasado y un nuevo método para su investigación.[18] Lo cierto es que en Heródoto no hay una teoría clara y definida sobre la causa y el efecto, aspecto básico para la historia, pero sí la utilización de una terminología causal y una fuerte convicción en su criterio y en los datos obtenidos de forma directa.[19] Veamos lo anterior mediante la lectura de un conocido pasaje del lógos egipcio:

 

Todo cuanto he dicho hasta este punto es producto de mis observaciones, consideraciones y averiguaciones personales; pero, a partir de ahora, voy a atenerme a testimonios egipcios tal como los he oído, si bien a ellos añadiré también algunas observaciones mías. (Hdt. 2. 99)[20]

 

En este pasaje aflora la esencia del método de investigación de Heródoto, esto es, el énfasis en lo que el historiador ve (ψις/ópsis) y oye (κούω/akoúo). A partir de los datos recogidos mediante la percepción sensorial se construye el conocimiento (en el texto γνμη/gnóme) como resultado final de la investigación (στορη/historíe).[21] En adelante, este método será compartido en mayor o menor medida por todos los historiadores pero hay un dato importante que hace especial a Heródoto: la revelación de las fuentes. Como podemos apreciar en la segunda parte del pasaje, Heródoto informa de un suceso que afecta a la calidad de sus investigaciones y es su dependencia de las fuentes orales egipcias.[22] Así, Heródoto establece una clara división entre lo que ha podido ver y ha comprobado frente a lo que ha oído de los egipcios y no ha comprobado. Por todo ello, resulta común en la Historia encontrar la exposición confrontada de las diferentes versiones sobre un suceso, lo cual conduce al historiador hacia sus propias conclusiones.[23] Por ejemplo, Heródoto narra dos versiones sobre el origen de la demencia de Cambises tras el famoso desafuero contra el buey Apis (Hdt. 3. 29).[24] En primer lugar, explica la versión de los egipcios según la cual el rey persa enloqueció por obra del Dios ofendido; en segundo lugar, Heródoto introduce y defiende otra versión vinculando la locura de Cambises a la conocida como ‘enfermedad sagrada’ cuya interpretación naturalista había sido abordada por la medicina hipocrática.[25] Este ejercicio de transparencia y honestidad no será adoptado mayoritariamente por los sucesores de Heródoto, que preferirán presentar la versión más verosímil de un suceso.[26]

Finalmente, otro rasgo esencial del método desarrollado por Heródoto es el recurso a la analogía para explicar ideas y conceptos historiográficos.[27] Esta forma de pensar y trabajar se centra en comparar sujetos y procesos históricos análogos, normalmente uno conocido con otro que no lo es para que el receptor del mensaje pueda comprender la lógica del proceso histórico. Donald Lateiner lo explica magistralmente al afirmar que la narración herodotea del éxito y fracaso de Creso no explica el de Jerjes, pero Creso prefigura a Jerjes.[28] En este sentido, Creso y Jerjes son modelos análogos en cuanto a conducta y acercan al público hacia un perfil moral de gobernante.[29] Esta forma de presentar las reflexiones del historiador se llevan a un campo amplísimo del conocimiento: mundo natural, geografía, etnografía, historia política, etc.[30]

Parte de los rasgos del método de Heródoto que sucintamente hemos tratado serán censurados por Plutarco. Como decíamos, la primera parte del Her.Mal. se dedica a definir qué características hacen malévolo a un historiador lo cual sirve como introducción a los casos de estudio de la segunda parte. Los principales puntos que destacó Plutarco son los siguientes: 1) la preferencia por palabras severas, 2) inclusión en el relato de sucesos intrascendentes para la historia, 3) la omisión de actos buenos y nobles, 4) la preferencia por la peor versión de un hecho, 5) la preferencia por la versión de menos crédito, 6) la afirmación de que es suerte, y no valor, la responsable de los hechos, 7) ataques indirectos, informar de un asunto y negar creer en el mismo, 8) usar pequeñas alabanzas para hacer más creíbles grandes críticas.[31] Especialmente el séptimo punto está claramente en contra de la costumbre herodotea de relatar las diferentes versiones de un suceso, pese a no darles crédito. Asimismo, los puntos cuarto y quinto apuntan hacia la subjetividad en la elección de una versión de los hechos.[32] Por añadidura, el primer y tercer punto sugieren una cierta predisposición de Plutarco hacia la corrección lingüística y un concepto de historia centrado en el encomio de hechos y personajes.[33] Con todo, el anterior esquema adquiere un cariz abstracto si no lo ilustramos con un ejemplo:

 

Pero el historiador, por su parte, es ecuánime si dice la verdad cuando la conoce y, ante la duda, interpreta que la versión favorable se ajusta a la verdad más que la desfavorable. Muchos autores omiten, por completo, la versión más desfavorable; así, Éforo dice, sin más, que Temístocles supo de la traición de Pausanias y sus acuerdos con los generales del soberano y añade <<pero, cuando Pausanias le comunicó e invitó al proyecto, no quedó persuadido ni aceptó>>. Tucídides, por su parte, obvia la totalidad del relato a modo de condena. (Mor. 855E)

 

El pasaje es un claro ejemplo práctico de los puntos 4 y 5 glosados por Marincola. Para Plutarco, el historiador ( στοραν γρφων/ho historían gráfon) debe escoger entre las distintas versiones que se le presentan y adoptar la más favorable a los intereses del protagonista, en este caso, Temístocles. Nótense dos aspectos: primero, Plutarco no está conforme con la exposición de las diferentes posturas alrededor de un suceso (al contrario de lo que es habitual en Heródoto) y, segundo, la omisión de sucesos es un indicio del carácter y juicio del historiador.[34] Pensemos que Plutarco en el pasaje habla de justicia (δικαις/dikaiós) aplicada como epíteto al historiador que cuenta la verdad cuando la conoce pero, en caso de duda, Plutarco remite a un marco de trabajo absolutamente tendencioso donde prima el encomio y los intereses patrióticos.[35] ¿Por qué, si no, hemos de obviar la versión de Éforo sobre el conocimiento de Temístocles del affaire Pausanias?

Continuando con esta tónica, una de las críticas más evidentes al método herodoteo viene a colación de la supuesta neutralidad de los argivos en la segunda guerra médica (Mor. 863C). Según Heródoto, la posición de los argivos estuvo condicionada por la de sus acérrimos enemigos, los espartanos (Hdt. 7.150).[36] Como éstos no estaban dispuestos a ceder el mando de una parte de las fuerzas, tal y como solicitaban los argivos, finalmente Argos prefirió mantenerse al margen del conflicto. La suspicacia surge cuando Heródoto afirma que los argivos solicitaron el mando de las tropas a sabiendas de la respuesta lacedemonia, es decir, como pretexto para no participar en la guerra. Continúa Heródoto recogiendo un rumor según el cual, una vez terminado el conflicto, los argivos enviaron una embajada al recién entronizado Artajerjes I para ofrecerle su amistad y recordarle la actuación favorable durante la segunda guerra médica. Los instigadores de este relato incluso acusaron a los argivos de haber sugerido a los persas la campaña contra Grecia, tras no ver opción de imponerse a Esparta (Hdt. 7.152.3). El mismo Heródoto rechaza abiertamente esta versión pero, como hemos dicho, explicar y comentar las distintas impresiones sobre un suceso es un rasgo característico del historiador. Sin embargo, de todo ello se lamenta airadamente Plutarco argumentando que la postura de Heródoto es malévola, porque narra una versión de los hechos sin creer en ella. Las razones de Plutarco no son alambicadas y se encauzan en un tono directo y agresivo, evidenciando un enfrentamiento entre dos formas de presentar las investigaciones y de entender la historia. En el texto, Plutarco dejó claro su rechazo a las múltiples versiones de un suceso, especialmente cuando alguna es desfavorable a la honorabilidad de las póleis griegas.[37] Lo cierto es que Plutarco conocía el método y la forma de exponer los resultados de Heródoto y lo censura directamente en su crítica sobre los motivos del apoyo focense a la causa griega (Mor. 868D).[38] Según Heródoto, como los tesalios secundaron la causa persa, los focenses hicieron lo contrario que sus enemigos, en un razonamiento análogo al de los argivos. A todo esto Plutarco contesta:

 

No atribuye, en modo alguno, esa difamación a otros, como tiene por costumbre, ni dice que lo ha escuchado, sino que se infiere de sus investigaciones personales. (Mor. 868E )

 

En este caso, el biógrafo añade que la declarada enemistad entre calcideos y eretrios, entre atenienses y eginetas y entre corintios y megareos no fue obstáculo para que todos ellos fueran unidos a luchar contra los persas.[39] Esta reducción al absurdo del razonamiento de Heródoto es una técnica bastante común en Her.Mal.; como podemos observar en Mor. 857C, donde se ridiculiza el dato herodoteo acerca de la influencia griega en la adopción de la pederastia por parte de la cultura persa. En adición a esta socorrida técnica, Plutarco también recurre al contraste con otras fuentes que aporten un punto de vista distinto al de Heródoto.[40] Éste es el caso del relato sobre el lidio Pactias, quien lideró una infructuosa sublevación contra Ciro (Hdt. 1.154).[41] Al parecer, al aproximarse el ejército persa, Pactias se refugió en Cime y éstos, conminados por el persa Mazares a entregarlo, decidieron consultar qué hacer al oráculo milesio de los Bránquidas. Éste pronto dijo que lo entregaran pero los cimeos no se fiaron de las intenciones del oráculo así que, tras diversos avatares, enviaron a Pacticas a Mileto. En esta tesitura, Mazares reclamó de nuevo a Pactias y es cuando Heródoto sostiene que los milesios intentaron entregarlo por un suma de dinero que no estaba en disposición de especificar (Hdt. 1.160). Plutarco lo acusa de malograr sin pruebas el honor de ambas ciudades y saca a colación el testimonio de Carón de Lámpsaco (contemporáneo de Heródoto) quien no menciona este suceso (Mor. 859B). De nuevo el silencio habla por sí solo y puede que Carón estuviera obviando el tema como censura, al igual que lo hiciera Tucídides en el affaire Pausanias.

 

II

 

Otra característica del Her.Mal. es la fijación por salvaguardar la memoria de los grandes personajes griegos.[42] Un anticipo de ello lo hemos visto en el caso de Temístocles pero lo cierto es que Plutarco se muestra muy beligerante a lo largo de todo el tratado. Al respecto, podemos señalar dos líneas de análisis básicas: personajes míticos y personajes históricos.

Una de las críticas más encendidas de Plutarco en cuanto a la supuesta malevolencia de Heródoto se centra en la etiología del conflicto greco-persa. La cuestión inaugura la Historia desde un punto de vista persa, quienes sostenían que el conflicto lo iniciaron los fenicios. El relato herodoteo alrededor de la figura de Ío, la joven doncella hija del rey de Argos, es fundamental (Hdt. 1.1). Al parecer, en tiempos remotos, los fenicios iniciaron una migración desde el mar Rojo hasta la región que históricamente ocuparon, desde donde comenzaron a practicar el comercio y la exploración marítima. En uno de estos viajes llegaron a Argos para vender un cargamento cuando, estando a punto de partir, un grupo de mujeres se acercó a la nave a interesarse por la carga. Los taimados fenicios decidieron raptarlas, escapando la mayoría menos Ío y algunas otras. En este punto Heródoto sentencia:

 

Así es, al decir de los persas – y no según afirman los griegos –, como Ío llegó a Egipto, y añaden que éste fue el incidente que principió la serie de ofensas. Y siguen diciendo que, con posterioridad, ciertos griegos – pues no pueden precisar su nombre, aunque posiblemente fueran cretenses – recalaron en Tiro de Fenicia y raptaron a la hija del rey, Europa. (Hdt. 1.2.1)

 

Continúa Heródoto narrando el rapto de Medea, hija del rey de los colcos y, finalmente, el más famoso de todos, el rapto de Helena que la tradición sitúa como la causa de la guerra de Troya. El relato mítico de los raptos en una y otra parte no sería propiamente el origen del conflicto sino la expedición que los griegos enviaron contra Príamo.[43] Los persas, continúa Heródoto, reclamaban Asia como su propiedad indiscutible por lo que el inicio de las hostilidades entre ambos sería responsabilidad de los griegos.[44] La narración todavía va más allá gracias a la versión de los fenicios, la tercera parte en discordia, quienes defienden que Ío tuvo una relación consentida con el patrón del barco fenicio y ésta, al ver que estaba embarazada, huyó de su patria (Hdt. 1.5). Sin embargo, Heródoto finaliza la exposición tomando distancia de ambas versiones pero sin aportar alternativa alguna.

En opinión de Plutarco la narración herodotea era una felonía y un atentado contra la cultura griega (Mor. 856E). Dos fueron los aspectos que preocuparon a Plutarco: el buen nombre de la casa real de Argos a través del relato de Ío y la insinuación de que los griegos fueron culpables de la guerra de Troya. No obstante, ambas cuestiones confluyen en uno sólo punto y es la defensa de un pasado glorioso, legitimado a través de una historia patriótica. En el texto de Plutarco califica la guerra de Troya así: τ κλλιστον ργον κα μγιστον τς λλδος ("la más bella e importante empresa de la Hélade"), primando el recuerdo de la gran gesta por encima de la investigación etiológica lo cual, más que falta de objetividad, nos parece otra forma de crear una imagen del pasado.[45] Con todos estos motivos, Plutarco acusa al historiador de salir en defensa de los raptores y acusar a las mujeres de connivencia cuando en realidad fueron violadas. De esta crítica, Mor. 856F contra Hdt. 1.4.2, se puede extraer un interesante detalle. En el texto del historiador se aprecia claramente que la narración es una cita literal de la versión persa del rapto de Ío (estilo indirecto) pero Plutarco atribuye la autoría al propio Heródoto (estilo directo).[46] Esto es frecuente en Her.Mal. y nos devuelve a la idea de que, para Plutarco, el historiador debe seleccionar cuidadosamente las versiones que maneja porque es responsable de todo lo que escribe. En esta misma dirección apuntan las críticas contra el juicio alrededor de la preeminencia de la religión egipcia frente a la griega. Según Heródoto, los griegos aprendieron ciertos cultos de la religión egipcia, adoptaron alguno de sus dioses e, incluso, sostiene que la veneración a los doce dioses es de inspiración egipcia.[47] En definitiva, para Plutarco era inconcebible la opinión de que la religión egipcia era más antigua y genuina que la griega. Al parecer del biógrafo, la malevolencia no radicaba en una interpretatio graeca cuyos datos no están correctamente contrastados sino que se apreciaba en el detalle siguiente:

 

Es más, [Heródoto] dice lo mismo sobre Pan al subvertir la absoluta solemnidad y pureza de la religión griega con las fruslerías y leyendas de los egipcios. (Mor. 857E)

 

Para un sacerdote de Delfos como Plutarco, la sola insinuación de que la religión griega no era original o que adoptó alguno de sus dioses de otra cultura era una blasfemia.[48] Por tanto, detrás de la crítica hacia la interpretación del origen de Heracles o Dionisio, como también en el relato de Ío, no existen discrepancias de forma, detalle o veracidad de los datos sino la convicción de estar frente a una subversión del marco cultural heleno.[49] Por este motivo el biógrafo acusa a Heródoto de filobárbaro (φιλοβρβαρος/filobárbaros), etiqueta que ha gozado de notable éxito en la historiografía posterior.[50] No pasa desapercibido a lo largo del tratado el fuerte tono ideológico alrededor del binomio griego/bárbaro, en el que Plutarco se posiciona claramente en el bando helénico.[51] El carácter abierto y tolerante de Heródoto en este sentido vuelve a ser motivo de censura por parte de Plutarco, que lo percibe como un ataque contra la cultura griega.[52]

En adición a esta supuesta blasfemia se plantea la cuestión de la alteración genealógica de personajes como Heracles o Perseo, que afectaba directamente al abolengo de las familias más notables de la Argólide. Por ejemplo, en Hdt. 6. 53-54, el historiador recoge la opinión de que Perseo fue asirio y luego se naturalizó griego, desvirtuando el legado inmaterial de la casa real argiva. Plutarco sale en defensa de esto argumentando que ninguno de los grandes sabios griegos sustenta tal cosa (Mor. 857F); nuevamente no es una crítica que incida sobre un personaje sino sobre toda la tradición cultural griega.

En otro nivel de análisis sitúa Plutarco el trato de Heródoto hacia personajes históricos. Varios son los nombres que Her.Mal. aborda: Creso, Temístocles, Otríades, Filípides, etc.;[53] pero bajo nuestro punto de vista uno de los casos más notorios implica al corintio Adimanto (Mor. 870B). Según cuenta Heródoto, Adimanto estaba al mando de la flota corintia en Salamina cuando, preso del pánico, emprendió la fuga con sus compañeros en medio de la batalla. Una vez a salvo, sale al paso de los corintios una nave ligera recriminando a Adimanto su decisión y acusándole de traición (Hdt. 8.94).[54] De nuevo la narración de Heródoto es en estilo indirecto y la versión se atribuye a los atenienses, explicándose a continuación que los corintios defendían otra bien distinta que era compartida por todos los griegos. Plutarco toma este relato como una calumnia contra Adimanto y aduce en defensa de éste multitud de inscripciones y epigramas que probaban su valor en la batalla.[55] No es cuestión aquí de valorar dichas pruebas individualmente sino de observar que las acciones personales llevadas a cabo en las grandes gestas helénicas contra el Bárbaro (Troya, rebelión jonia, Guerras médicas) también forman parte del pasado patriótico de Grecia.[56] En este sentido, Plutarco entiende que la crítica a uno de estos protagonistas empaña la gloria del suceso y, por tanto, es malévolo. Otro ejemplo es el citado caso de Temístocles, el cual fue acusado de corrupción por Heródoto en varios lances de la segunda guerra médica (Mor. 871C).[57] Por ejemplo, en Hdt. 8.4 se indica que antes de trabar batalla en Artemisia la flota griega tramaba una retirada al contemplar la magnificencia de la flota persa. En esta tesitura se presentaron los habitantes de Eubea al navarca Euribíades, con la intención de detener la retirada hasta que pudieran poner a salvo a sus familiares. Como no obtuvieron una respuesta positiva, se dirigieron a Temístocles con la misma propuesta y treinta talentos de gratificación; el ateniense aceptó y persuadió tanto a Euribíades, con cinco talentos, como a Adimanto, con tres talentos.[58] Según Plutarco, la acción corrupta de Temístocles trasciende lo individual y empaña todo el conflicto:

 

Sin embargo, Heródoto – cuya obra, juzgan algunos, constituye un panegírico a Grecia – muestra sin rodeos que aquella victoria fue resultado de la corrupción y de la rapiña, y que los griegos entraron en combate con reparos y embaucados por sus estrategos, quienes habían recibido una suma de dinero. (Mor. 867C)

 

En síntesis, la actuación de ciertos personajes históricos según la cuenta Heródoto afecta a la memoria histórica de Grecia, al no presentar adecuadamente las virtudes de cada personaje.[59] En este sentido, hay una clara asimilación entre la magnificencia de un conflicto y la de sus protagonistas. Por otro lado, la valoración de los personajes míticos que realiza Heródoto afecta a la originalidad, pureza y solemnidad de la cultura griega porque cuestiona linajes, plantea un mestizaje cultural y, en definitiva, desvirtúa la identidad griega en su faceta religiosa.

 

III

 

La cuestión alrededor del desarrollo de las guerras médicas en el Her.Mal. supone subir un peldaño en la cuestión de la memoria histórica. En el tratado se discuten diversos y conocidos episodios de la historia arcaica y clásica griega: las guerras mesenias, el fin de la tiranía de Polícrates, la batalla de Maratón y Salamina, etc. Con la intención de avanzar en nuestra reflexión desde lo general a lo particular, en este apartado nos vamos a centrar en dos aspectos: el papel de Tebas en la segunda guerra médica y la relación de los Alcmeónidas con el oráculo de Delfos. Nuestra intención es entrar en el terreno personal de Plutarco, beocio y sacerdote de Delfos, para acabar de cerrar nuestro repaso al Her.Mal.

La historiografía conoce sobradamente qué supusieron a nivel ideológico las victorias de Salamina, Platea y Mícale para aquellas póleis que abrazaron la causa persa. Éstas fueron señaladas por los vencedores y calificadas en lo sucesivo de ‘medistas’.[60] Como no podía ser de otra forma, Heródoto recoge la lista de póleis que no apoyaron la causa griega y que incluía a los tebanos y al resto de beocios, excepto los tespieos y los plateos (Hdt. 7. 132. 1-2).[61] Esta nítida separación marcará en gran medida el devenir político de Grecia y servirá de fundamento a un entramado ideológico que justificará posteriores acciones bélicas.[62]

Las críticas de Plutarco a la malévola inclusión de Tebas y Beocia en la lista de ‘medistas’ comienzan en Mor. 864D. Como argumento principal el biógrafo puso por delante el testimonio de Aristófanes de Beocia (s. IV a.C.),[63] quien aseguraba que la animadversión de Heródoto por los tebanos se debía a que no obtuvo la suma que solicitó para instruirlos.[64] En relación a Aristófanes, Plutarco añade un detalle que deja entrever que la cuestión entraba en el terreno personal:

 

[…] aunque no existe ningún otro argumento probatorio, el propio Heródoto ha testimoniado a favor de Aristófanes mediante las afirmaciones vertidas, falsas unas, por adulación otras, y las restantes para vituperar a los tebanos con toda su inquina y difamación. (Mor. 864D)

 

No hay más prueba (τεκμριον/tekmérion) que la opinión de Aristófanes pero el propio talante de Heródoto (θος/ethos) es suficiente para un Plutarco implicado en la defensa de la ‘difamación’ a los beocios. Con presteza Plutarco reclama para su patria el mismo trato que recibieron los tesalios, quienes colaboraron con los persas únicamente bajo coacción (Hdt. 7.139.3).[65] Enfatiza que los tebanos enviaron un contingente a las Termópilas junto a Leónidas, que luchó hasta el trágico final y, añade Plutarco, Tebas sólo se rindió cuando el ejército de Jerjes ocupó su territorio (Mor. 864E). Cierto es que Heródoto lanzó duras acusaciones contra el contingente de tebanos que acompañó a Leónidas y dudó en varias ocasiones de su valentía (Hdt. 7. 222);[66] pero tenemos otros testimonios que sugieren la existencia de una gran división interna en Tebas en relación a la causa griega y, según parece, el contingente acudió voluntariamente (D. S. 11.4.7). Sin embargo, puede que la versión de Heródoto sea parte de una tendencia antitebana difundida por alguna pólis contraria a Tebas. Como señalábamos al inicio de nuestra reflexión, no tenemos la intención de rubricar o desmentir los argumentos de Plutarco o de investigar en profundidad el papel de Tebas durante la segunda guerra médica,[67] nos vale con mostrar el intenso esfuerzo de Plutarco en presentar a Heródoto como un manipulador de la memoria histórica. En este sentido, Plutarco indica que Tebas no recibió el mismo trato que el resto de griegos, como los tesalios, y que ello se debe a la conducta corrupta de Heródoto. Pensamos que es necesario detenerse en un detalle: ¿Pensaba Heródoto que sus opiniones sobre el medismo tebano tendrían estas consecuencias? Seguro que no, como tampoco imaginaría que estuviéramos hablando de él casi 2500 años después de su fallecimiento. Por consiguiente, lo que planteó Plutarco, más allá del papel de Tebas en las guerras médicas, fue un estudio de la recepción de la obra de Heródoto en el siglo II d.C., esto es, un ejercicio de historia de la historiografía.

Al margen de la cuestión tebana, otro asunto implica como ningún otro a Plutarco: el oráculo de Delfos. Sabemos que Heródoto no fue ni mucho menos una persona descreída pero lo cierto es que reflejó ciertas prácticas corruptas por parte del oráculo de Delfos.[68] Según Heródoto, durante la caída de la tiranía en Atenas (Hdt. 5. 62-65), los Alcmeónidas, deseosos de regresar a su patria (Hdt. 1. 64. 3), sobornaron a la Pitia para que emitiera un oráculo conminando a derrocar la tiranía en Atenas cada vez que un ciudadano espartano acudiera a Delfos (Hdt. 5. 63).[69] De nuevo Heródoto dice recoger la versión de los atenienses pero de nuevo eso tiene poca importancia para Plutarco. La cuestión es grave:

 

En su libro quinto afirma que Clístenes, quien pertenecía a una de las más nobles y destacadas familias atenienses, persuadió a la Pitia para falsear su vaticinio – ella instaba reiteradamente a los lacedemonios a que libraran Atenas de los tiranos. De este modo, vincula la calumniosa acusación de tan importante impiedad y delito a la más correcta y justa de las acciones; por otro lado, desacredita el vaticinio de la divinidad, noble, correcto y digno de Temis, de quien se decía que tomaba parte en la profecía. (Mor. 860D)

 

Según Plutarco, la liberación de Atenas de los tiranos era la más justa de las acciones (δικαιοττ/dikaiotáto) porque estaba refrendada por la divinidad, cuyos vaticinios son bellos y nobles (καλν κα γαθν/kalén kaí agathén). La versión ateniense que recoge Heródoto era una blasfemia por atentar contra la palabra divina pero, en cualquier caso, la crítica se dirigía hacia el personal que gestionaba el oráculo en Delfos, tanto la Pitia como los Anfictiones.[70] En consecuencia, la versión acusa a la parte política de Delfos y es aquí donde Plutarco aprecia la calumnia y el delito de manera enfática (διαβολν τηλικοτου κα ῥᾳδιουργήματος).[71] Obviamente, Plutarco defiende no sólo al Dios sino a la institución que lo representa considerándolos de forma indisoluble mientras que, según nuestra impresión, la versión que recoge Heródoto acusa a la Pitia y los Alcmeónidas.[72] Sin duda, la suspicacia que sugiere la lectura de Heródoto respecto a Delfos adquiere otro significado en época romana, donde muchos más cultos se abrían paso y ‘viejas religiones’ luchaban por subsistir y mantener su credibilidad.[73] En otras palabras, las acusaciones de corrupción vertidas contra la Pitia en el siglo V a.C. eran todavía más dañinas en época imperial cuando decaía el prestigio de Delfos.

 

IV

 

Toda vez que hemos presentado los puntos que consideramos más relevantes para comprender las críticas del Her.Mal. debemos contextualizar éstas en la época de Plutarco. No era una novedad en el siglo II d.C. criticar la obra de Heródoto en cualquier aspecto: método, estilo literario, credibilidad, etc; lo cierto es que el debate alrededor de la Historia comenzó a finales de la época clásica con autores como Ctesias de Cnido o el mismo Aristóteles.[74] Las opiniones contrarias a Heródoto continuaron en época helenística y romana con autores cuyas obras no se han conservado pero con títulos tan significativos como Sobre los robos de Heródoto de Valerio Polión o Sobre las mentiras de Heródoto de Elio Arpocracio.[75] Especialmente en el siglo I a.C., el debate se orientó hacia la comparación entre las obras de Heródoto y Tucídides con análisis como el suscrito por Dionisio de Halicarnaso en Sobre Tucídides, a favor de Heródoto, o Diodoro de Sicilia, defensor de Tucídides.[76] En todos estos casos se analiza el método de análisis de ambos historiadores, por lo que entendemos que las críticas que planteó Plutarco no eran novedosas en su tiempo.[77] Asimismo, tampoco creemos concluyente que la fuerza motriz del Her.Mal. deba reducirse únicamente a las cuestiones personales que pudieran afectar a Plutarco, como el caso de Delfos o Tebas.[78] Por nuestra parte, remitimos al primer pasaje con el que iniciábamos la presente reflexión (Mor. 854F) en el que Plutarco enfatiza la necesidad de salir en defensa de los antepasados ante las ‘calumnias’ de Heródoto. Para Plutarco, la defensa del pasado griego era una cuestión de supervivencia cultural dentro de la aplastante realidad que representaba Roma.

Al hilo de las anteriores impresiones, sabemos que la cultura griega pasó de la sorpresa inicial que mostraba Polibio ante la fulgurante expansión romana (Plb. 1. 2) hasta la resistencia pasiva, propia de la segunda sofística.[79] La defensa de la identidad griega dentro del imperio romano forma parte indisoluble de este movimiento intelectual, desarrollado sobre todo a partir del siglo II d.C. Para conservar la esencia de la identidad griega, los intelectuales de la segunda sofística recurrieron a la construcción patriótica del pasado de la Hélade.[80] Especialmente se rememoraban la épica homérica y la historia de Grecia durante el siglo V a.C., último y más brillantes periodo de libertad e independencia política.[81] Así, proliferaron muchos oradores (sofistas) que circulaban por las distintas ciudades de la Grecia romana recordando a sus habitantes quiénes fueron sus antepasados, cómo vivieron y qué inquietudes tenían, en definitiva, manteniendo viva la llama de la cultura griega. El orador Dión de Prusa, contemporáneo de Trajano, afirmaba sobre sí mismo lo siguiente en su Corintíaco:[82]

 

En cambio, hay uno que no es Lucano sino romano, que no es de la multitud sino del orden ecuestre, y que se ha mostrado celoso no solamente de la lengua sino también de la ideología, la forma de vivir y el aspecto de los griegos, y ello de una forma tan correcta y manifiesta como no lo ha hecho nadie de los romanos anteriores a él, ni de los griegos de su tiempo. (Dión de Prusa, Discursos 37. 25)[83]

 

Lengua, ideología, forma de vida, en definitiva, identidad griega pero bajo poder romano, lo cual no era sólo una etiqueta sino un acto de resistencia cultural.[84] Con todo, ‘resistir’ no significa que hubiera una oposición bien urdida contra la cultura romana sino un intento de no perder las señas de identidad. De hecho, los principales protagonista del movimiento eran ciudadanos romanos: Elio Aristides, Dión de Prusa o el propio Plutarco.[85] El fenómeno de la segunda sofística tiene también una lectura romana pues Grecia no sólo era una región económicamente importante del imperio sino que, gracias a su prestigio cultural, constituía un bastión ideológico en la lucha contra el pueblo parto.[86] A su vez, el pueblo Parto se proclamaba filoheleno y, al igual que Roma, reclamaba la herencia de una cultura griega que introdujo el mismo Alejandro siglos atrás.[87] En este contexto, los diferentes conflictos entre griegos y bárbaros adquirieron de nuevo una importancia ideológica capital, especialmente para el emperador Trajano quien protagonizó una exitosa campaña militar contra los partos.[88] Pese a que Adriano desistiera de las conquistas de su predecesor, el movimiento de restauración del pasado griego continuó bajo la Segunda Sofística y encontró en las oligarquías griegas de la época un sólido puntal para desarrollar una memoria histórica patriótica.[89] En definitiva, si Roma quería utilizar las guerras médicas o la expedición de Alejandro como instrumento ideológico, era necesario construir un discurso histórico favorable a la causa griega y potenciar, todavía con mayor intensidad, la polarización del binomio griego/bárbaro.

Volviendo a la cuestión que nos ocupa, podemos intuir que los motivos de Plutarco al confeccionar una obra como el Her.Mal. trascienden el ámbito personal e incluso el debate historiográfico en torno a la recepción de la obra de Heródoto en época romana. Así, el tratado responde también a un contexto cultural donde nuevos sofistas explicaban a griegos y romanos el pasado glorioso de, por ejemplo, la Atenas y Esparta clásicas.[90] Por consiguiente, muchas de las opiniones, rumores o versiones que reflejó Heródoto no tenían cabida en este contexto cultural. Por todo ello, las críticas al historiador eran frecuentes en el siglo II d.C., como apunta la lectura del Discurso egipcio de Elio Aristides (XXXVI), donde se elogia a Heródoto pero también se le acusa de haber relatado muchas mentiras en relación al río Nilo (36. 46-48).[91] Asimismo, el autor del Corintíaco aseguraba que no creía a Heródoto cuando refirió la actuación de Corinto en Salamina (Discursos 37. 18).[92] Por las mismas fechas, Luciano de Samosata compuso el famoso Cómo debe escribirse la historia, que es prueba inequívoca del debate en torno a las figuras de Heródoto y Tucídides en la Segunda Sofística.[93]

Siguiendo esta tendencia, gran parte de las acusaciones que Plutarco vierte sobre Heródoto tiene un fuerte componente patriótico y ciertas opiniones reflejadas en las fuentes clásicas no eran una cuestión baladí para la memoria histórica griega de época imperial. Veámoslo en un pasaje de Flavio Arriano (s. II d.C.) en relación a la destrucción de Tebas por parte de Alejandro:

 

[…] la total esclavitud de una ciudad que por su poder y reputación en los asuntos de la guerra estuvo a la cabeza de las ciudades griegas de su tiempo, apuntaban, y no sin verosimilitud, a la ira divina, en la idea de que los tebanos pagaban ahora, al cabo del tiempo, la satisfacción debida por su traición durante las guerras médicas; por la toma que hicieron en período de paz de la ciudad de Platea; por la esclavitud de sus ciudadanos, así como por su responsabilidad en la ejecución (acto éste impropio de un pueblo griego) de quienes se habían rendido a los lacedemonios […] (Arr. Anab. 1. 9. 6-7)

 

Arriano justifica la destrucción de Tebas por parte de Alejandro con argumentos cimentados en la historiografía clásica, especialmente en Heródoto y Tucídides. Por tanto, la necesidad que manifiesta Plutarco al inicio del tratado de salir en defensa de los antepasados no es una invención y puede responder a una opinión generalizada en su época. Aunque sólo sea a nivel ideológico, las obras de los historiadores clásicos aún tenían impacto en la Grecia de época imperial.

A la vista de los argumentos que hemos ido desgranando, entendemos que los motivos que impulsaron a Plutarco a escribir el tratado se pueden resumir en tres puntos, por orden de importancia: la voluntad de construir una contemporizada memoria histórica, la defensa de la originalidad de la cultura y religión griega y, por último, la crítica a un método historiográfico poco afín a las inquietudes de Plutarco y su época. De todos estos motivos hemos dado cuenta a lo largo de nuestra reflexión pero concluimos que el factor ideológico del tratado prima sobre otros aspectos, como la retórica o la crítica historiográfica. Por así decirlo, la imagen que permanece tras la lectura del Her.Mal. es la fijación de Plutarco por presentar al ‘padre de la historia’ como un bárbaro encubierto que, por el bien de los griegos de su época, debía ser denunciado.

 

 

César Sierra

Universitat Autònoma de Barcelona

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*Agradezco las observaciones y comentarios que sobre este trabajo han realizado la profesora Maria Aparecida de Oliveira Silva y el profesor Ricardo Martínez Lacy. Por supuesto, cualquier error que pueda contener el presente artículo es de mi autoría.

[1] En adelante abreviaremos Her.Mal. pero haremos referencia al texto mediante la abreviación Mor. seguido de la numeración correspondiente.

[2] Las principales ediciones y traducciones modernas del texto se recogen en Marincola (1994: 191 n. 5).

[3] Véase la utilización de Her.Mal. como apoyo en los trabajos sobre historiografía griega, Momigliano (1984: 141) y Shrimpton (1997: 138-139); como fundamento al debate alrededor de las figuras de Heródoto y Tucídides, Legrand (1981: 117); Plácido (1986: 19) y Sierra (2012b: 71-74) o como parte del análisis sobre la recepción de Heródoto en la Antigüedad, Hornblower (2006: 316). Por otro lado, hay quien incide sobre la malevolencia de Heródoto aprovechando el marco que ofrece Plutarco, como hace Casevitz (1995).

[4] Buena síntesis sobre la organización de la obra en Ramón-Palerm (2002: 9-10) y Legrand (1981: 109-113), de forma más minuciosa. Por otra parte, Plutarco no fue el único que censuró la obra de Heródoto, véase Momigliano (1984: 141).

[5] A la decena de nombres que recoge Marincola (1994: 191 n.2) desde finales del XIX hasta los años noventa del pasado siglo, añadimos Hershbell (1993); Ramón-Palerm (2000); Baragwanath (2008: 1-34) y Silva (2010). Todo ello pese a los monumentales y recientes trabajos sobre Plutarco coordinados por Nikolaidis (2008) y Beck (2014).

[6] La defensa del Her.Mal. como obra historiográfica está abanderada por Marincola (1994), mientras que los argumentos alrededor de un contenido retórico podemos seguirlos en Ramón-Palerm (2000).

[7] López-Eire (2008: 63-68), quien comienza su exposición muy acertadamente señalando las diferencias entre retórica antigua y moderna. Por otro lado, la relación entre historia y retórica es un tema ampliamente estudiado, véase Meister (2000: 91 ss.); Marincola (1997: 128 ss.) y Pelling (2012).

[8] Pinheiro (2011: 244). Por otro lado, como sugirió Finley (1977b: 12-13) parece que el pensamiento griego mostró un cierto desdén hacia la historia. Un análisis profundo de la cuestión en Scardino (2007: 28-35).

[9] Momigliano (1975: 36).

[10] Un sugestivo trabajo sobre la concepción de la historia en Plutarco lo hallamos en Barigazzi (1984) y en Bosworth (2002), aplicado al caso concreto de la Vida de Eumenes.

[11] Traducción de Ramón Palerm (2002) ad loc.

[12] Tucídides es el auténtico arquitecto de la verdad en la historia de la historiografía, v. Sierra (2014 ) (en prensa).

[13] Shrimpton (1997: 9-79), realiza un excelente trabajo sobre la concepción moderna y antigua de ‘memoria histórica’. También remitimos a las acertadas conclusiones de Finley (1977b: 29) sobre la memoria histórica como concepto antropológico.

[14] Plutarco aborda cuestiones que incumben a todos los griegos, la particularidad de beocios y griegos puede ser un argumento retórico.

[15] Lo cual abordaremos en la conclusión. En general, nos consideramos deudores y continuadores de los trabajos de Marincola (1994) y Silva (2010).

[16] Finley (1977b: 40).

[17] Una excepcional síntesis del significado y la amplitud del término ἱστορίη/historíe en época clásica lo encontramos en Lloyd (2008: 17-26).

[18] Mucho se ha razonado últimamente sobre el método de investigación de Heródoto (análisis y bibliografía en Luraghi (2006) pero creemos que la obra más amplia y autorizada es Lateiner (1989), al que en adelante seguiremos.

[19] Sobre la causalidad en Heródoto véase el clásico de Sealey (1957) y la bibliografía de Baragwanath (2008: 15 n.39).

[20] Traducción de Schrader (2000) ad loc.

[21] Amplíese la cuestión en Scardino (2007: 82-89), con interesantes apuntes sobre la utilización actual de Heródoto como fuente historiográfica.

[22] Como sucede muy a menudo en la obra de Heródoto, el análisis histórico depende con frecuencia de la tradición oral (ἀκοή/akoé), véase Lateiner (1989: 191) y Murray (2001). En este punto, Heródoto ha recibido fuertes críticas de la historiografía moderna, especialmente Fehling (1989); v. Scardino (2007: 87).

[23] Cuestión bien trabajada en Luraghi (2006).

[24] Véanse los detalles en Asheri, Lloyd y Corcella (2007: 428-429).

[25] Más ejemplos en Lateiner (1989: 192) y un análisis del caso propuesto en Sierra (2012a: 395-397).

[26] Metodología inaugurada por Tucídides, renuente a revelar sus fuentes, lo cual resta transparencia pero suma firmeza y verosimilitud al discurso histórico, vid. Sierra (2014) en prensa.

[27] Muy bien analizado en Corcella (1984) y Lateiner (1989: 189 ss.).

[28] Lateiner (1989: 196).

[29] Las discusiones morales sobre la repercusión de las acciones humanas son frecuentes en Heródoto así como la génesis de modelos y contra-modelos utilizados para explicar el devenir de la historia. Véase Sierra (2011).

[30] Para tener una visión amplia de la analogía, entendida como herramienta intelectual y utilizada en multitud de parcelas del saber griego, véase Lloyd (1987: 355-386).

[31] El esquema que presentamos fue planteado por D. A. Russel y queda recogido en Hershbell (1993: 153) y Marincola (1994: 195).

[32] Baragwanath (2008: 14 ss.).

[33] Aspecto que concuerda con el género biográfico pero que no es endémico de Plutarco puesto que la historiografía helenística y romana introdujo rasgos encomiásticos y laudatorios alrededor de la historia local y ‘nacional’, como bien sugiere Barigazzi (1984: 276).

[34] Marincola (1994: 193).

[35] No estamos interesados en censurar la forma de entender la historia en Plutarco. La siguiente reflexión de Lateiner (1989: 191) es muy pertinente: “Different epochs demand different modes of inquiry…”.

[36] Alonso-Troncoso (1987: 27-60) resulta indispensable en el acercamiento a la terminología y al derecho ‘internacional’ griego en relación con la condición de neutral. Asimismo, el autor analiza las delicadas relaciones entre Esparta y Argos en el contexto político del Peloponeso, Alonso-Troncoso (1987: 185-188).

[37] Estamos de acuerdo con Silva (2010: 43) cuando sostiene que la intención de Plutarco es construir una imagen favorable del pasado griego.

[38] Coincidimos con Hershbell (1993: 149), al valorar que Plutarco conocía muy bien la obra de Heródoto.

[39] Un argumento similar esgrimieron los tebanos contra los plateos antes de destruir su ciudad durante la guerra del Peloponeso, esto es, que los plateos no apoyaron la causa griega por pundonor sino porque lo hicieron los atenienses (Th. 3. 62). Sin duda Plutarco conocía esta versión que omite en su razonamiento ¿A modo de censura?

[40] Plutarco utiliza con frecuencia la tradición popular y religiosa, la probabilidad, la inconsistencia interna del relato e incluso el propio silencio de Heródoto sobre ciertos aspectos (Marincola 1994: 197). El contraste entre fuentes es habitual tanto en Vidas Paralelas como en Moralia, v. Bowie (2008).

[41] Sobre esta rebelión v. Briant (1996: 47-48).

[42] Nuevamente coincidimos con Silva (2010: 42).

[43] Como sugiere Casevitz (1995: 7), no parece colegirse del texto que Heródoto creyera que los sucesivos raptos de mujeres desembocaran en el conflicto entre griegos y persas.

[44] En Hdt. 1.4 se habla de Europa y Asia como territorios diferenciados pero nada tiene que ver con Occidente y Oriente como quiere hacer ver Rutherford (2012: 23), quien parece seguir la línea marcada por Victor Davis Hanson; v. Antela-Bernárdez (2011). Sobre la interpretación de los orígenes míticos de la rivalidad greco-persa, véase Asheri, Lloyd y Corcella (2007: 73-74), donde se defiende acertadamente que son versiones racionalizadas y politizadas de mitos griegos.

[45] Nótese un planteamiento análogo en torno a la rebelión jonia como posible casus belli de las guerras médicas (Mor. 861B contra Hdt. 5. 97. 3). El planteamiento evoca la tendencia de los oradores áticos del siglo IV a.C. a reforzar sus argumentos mediante el pasado glorioso de la Atenas del V a.C. (Finley 1977a).

[46] Un reciente análisis sobre la utilización del estilo indirecto en Heródoto lo hallamos en Scardino (2012).

[47] No olvidemos también la cuestión alrededor del Heracles egipcio (Hdt. 2. 44-45); v. Ramón-Palerm (2013: 234). Ciertamente, Heródoto admiraba el avance y los logros de la cultura egipcia a quienes atribuye la invención de la geometría (Hdt. 2. 109. 3), reconoce sus admirables maravillas (Hdt. 2. 35) e, incluso, advierte que su organización de la medicina era más avanzada que la griega (Hdt. 2. 84). Véase Lloyd (2002), Nesselrath (2009), Sierra (2012a: 399-403) y, especialmente, Ramón-Palerm (2013: 231 ss.).

[48] Por motivos de espacio, no nos detendremos más en la cuestión de la religiosidad de Heródoto. Amplíese el tema en el excelente apéndice de Mikalson (2003: 166-195) y el comentario histórico de Lloyd (1994).

[49] De igual modo entiende Plutarco la narración de Heródoto acerca de las acciones impías de Menelao en Egipto (Hdt. 2. 119. 1 contra Mor. 857B).

[50] Pocos son los autores que se resisten a recordar este epíteto aunque no lo compartan. Véase Hershbell (1993: 159 ss.) y Ramón-Palerm (2013: 229).

[51] La posición ideológica de Plutarco respecto a los bárbaros ha inspirado incluso monografías, como la de Schmidt (1999).

[52] Sobre la tolerancia cultural de Heródoto recomendamos encarecidamente el análisis de Soares (2001) y los apuntes referidos al Her.Mal. de Legrand (1981: 12-13) y Ramón-Palerm (2013: 230).

[53] Incluso se barajan personajes analizados por Tucídides como Cleón e Hipérbolo (Mor. 855C) v. Silva (2010: 40-44) y, sobre la recepción de Tucídides en Plutarco, v. Pelling (2002).

[54] Más detalles sobre esta acción en Scardino (2007: 241-248).

[55] Bien puede ser que Heródoto reflejara un conflicto de intereses políticos posterior a Salamina, v. Moles (2002: 33-35).

[56] Véase un razonamiento similar en Baragwanath (2008: 13-14).

[57] La imagen hasta cierto punto negativa que ofrece Heródoto sobre Temístocles difiere en gran medida de la que años después proyectará Tucídides (Hdt. 8.112 contra Th. 1. 138. 3). Plutarco se posicionó a favor del ateniense pero lo cierto es que la cuestión ha generado multitud de literatura. Según nuestra opinión, resulta difícil dibujar el perfil moral de los personajes históricos cuando las fuentes discrepan ya que los argumentos se reducen a valorar la autoridad de un autor sobre otro, lo cual es subjetivo. Este problema queda bien definido en Podlecki (1975: 67-77); Sierra (2011: 82-85) y Blösel (2012).

[58] Más detalles sobre esta narración en Podlecki (1975: 17 ss.) y Hershbell (1993: 152).

[59] Curiosamente Plutarco cita al poeta Píndaro para desmentir algunas observaciones de Heródoto, introduciendo que la memoria histórica no era responsabilidad única de los historiadores.

[60] Sobre el término véase Graf (1984) y Tuplin (1997). Sobre el contexto consúltese Sierra (2013: 55-58).

[61] También conocemos la lista de póleis que resistieron a Jerjes en Hdt. 8. 82. 1; Th. 1. 132. 2 y en la epigrafía, SIG 31+ y ML 27 (= Meiggs-Lewis).

[62] Por ejemplo, el argumento de los plateos antes de que los tebanos destruyeran su ciudad en 427 a.C. apunta en esta dirección (Th. 3. 52. 5), v. Sierra (2013: 57).

[63] FGrHist III B 379 fr. 5. Más adelante se cita de nuevo a Aristófanes (Mor. 867A) para desmentir que Leontíadas fuera el comandante de los tebanos en Termópilas, tal y como afirmó Heródoto (7. 233. 2).

[64] Algo parecido sucedió a Heródoto en Corinto según indica Dión de Prusa (Discursos 37. 7).

[65] Esto es, por necesidad (ἀνάγκη/anánke). Véase razonamiento en Hershbell (1993: 159).

[66] Heródoto sugiere que los tebanos permanecieron con Leónidas en calidad de rehenes para implicar a la ciudad ante Jerjes.

[67] Seguramente Heródoto desarrolló una línea de interpretación antitebana alimentada por intereses atenienses, sobre todo a partir del IV a.C., aunque Baragwanath (2008: 227) no lo aprecie en este sentido. Al respecto, remitimos al excelente y completo análisis de Steinbock (2013: 100-154), con abundante y selecta bibliografía.

[68] Un completo análisis sobre la injerencia de los oráculos en la Historia lo hallamos en Carrière (1988).

[69] Sobre la importancia de los oráculos en la historia de Atenas véase Martínez Lacy (2014) en prensa. Más detalles sobre la narración en Mikalson (2003: 16-18).

[70] Como indica Mikalson (2003: 18), al parecer el rey espartano Cleómenes también sobornó al oráculo para que deslegitimara la filiación entre Demarato y Aristón, logrando finalmente destronar a Demarato (Hdt. 6. 66). Sobre la sucesión real en Esparta véase Fornis (2003: 40-42).

[71] La división entre la faceta religiosa y la política del oráculo de Delfos es una cuestión bien conocida, véase Silva (2012: 6).

[72] La tradición ateniense del siglo IV a.C. insistirá en la culpabilidad de los Alcmeónidas (Arist. Ath. 19; Dem. 21. 144; Isócrates 15. 232 y Filócoro FGrHist 328 fr 115). En general, sobre Heródoto y los Alcmeónidas véase Baragwanath (2008: 27 ss.).

[73] Nótense los esfuerzos de Plutarco en La desaparición de los oráculos por reforzar el prestigio de Delfos, v. Silva (2012: 11).

[74] Ctesias fue un médico-historiador contemporáneo de Jenofonte en cuyas obras se aprecia una fuerte animadversión hacia Heródoto (v. Stronk 2010: 40). Por otro lado, Aristóteles discutirá la veracidad de ciertos datos de índole naturalista en la obra de Heródoto: la descripción de los camellos (HA 499a20-21 contra Hdt. 3. 103), la discusión en torno al color del esperma de los etíopes (GA 736a10 [blanco] contra Hdt. 3. 101 [negro]) y sobre la reproducción de los peces (GA 756b5-10 contra Hdt. 3. 93), véase por ejemplo Plácido (1986: 18) y especialmente Thomas (2000).

[75] Datos glosados por Momigliano (1984: 141).

[76] También fueron importantes las impresiones de Cicerón, quien acuñó el célebre ‘padre de la historia’ en relación a Heródoto (De leg. 1. 1. 5) aunque luego no creyera en la veracidad del historiador; v. Sierra (2012c).

[77] Según Marincola (1994: 202), Plutarco pudo seguir la estela de Dionisio de Halicarnaso y confeccionar el Her.Mal. como respuesta al Sobre Tucídides. Nosotros creemos que las motivaciones de Plutarco fueron más complejas pero no queremos extendernos más en el debate Heródoto-Tucídides y por ello remitimos a Plácido (1986) y a las recientes contribuciones de Foster y Lateiner (2012) y Sierra (2012b), ambas con bibliografía actualizada.

[78] Tal y como sugieren Baragwanath (2008: 9) y Geiger (2014: 296).

[79] Un acercamiento particularmente bien explicado al movimiento intelectual conocido como ‘segunda sofística’ lo hallamos en el clásico de Bowie (1981). Es remarcable señalar el giro interpretativo de las nuevas tendencias historiográficas, que entienden el movimiento como una efervescencia cultural y no como los últimos coletazos de la cultura clásica; véase Schmitz (2014).

[80] Como bien indica Barigazzi (1984: 264).

[81] A modo de ejemplo, léase el discurso A Favor de la paz con los atenienses de Elio Aristides (VIII) que, en pleno siglo II d.C., recrea la delicada posición de Atenas tras perder la guerra del Peloponeso.

[82] O quizás su discípulo Favorino de Arlés, aunque el discurso se contabiliza en el corpus de Dión de Prusa, véase Del Cerro Calderón (1997: 41).

[83] Traducción de Del Cerro Calderón (1997).

[84] Entendemos que el concepto ‘resistencia cultural’ es de cuño moderno y especialmente vigente en el pensamiento post-colonial, como bien indica Whitmarsh (2012: 58-60).

[85] Véase, por ejemplo, cómo la lectura de Elio Aristides, Discurso a Roma (XXVI) no deja lugar a dudas de la realidad que suponía el dominio romano. En general sobre este asunto véase Cortés-Copete (2008) y Whitmarsh (2012: 62). Sobre la relación entre Plutarco y Roma son interesantes los análisis actualizados de Silva (2012: 4-5) y Stadter (2014).

[86] Excelente análisis en La Penna (1978: 38-39).

[87] Véanse argumentos y referencias epigráficas en Cortés-Copete (2008: 137).

[88] El emperador incluso se presentó como un nuevo Alejandro (imitatio Alexandri; D. C. 68. 26. 4) y se arrogó la causa griega para justificar su campaña en oriente. De hecho, el propio Alejandro también buscó modelos a los que parangonarse, como Aquiles, Heracles o Dioniso; v. Antela (2007).

[89] Gracias a esta revalorización de la Grecia clásica y su pasado, las oligarquías griegas consiguieron medrar en importancia dentro del imperio, véase Cortés-Copete (2008: 141).

[90] Plutarco quizás no perteneciera a la ‘segunda sofística’ stricto sensu pero destacamos su carácter de precursor del movimiento. Los nuevos sofistas se oponían a los ‘asianistas’ que desarrollaron otro discurso ideológico, v. Legrand (1981: 117).

[91] Aristides también negó que Heródoto llegara a Elefantina (36. 51) aunque advirtió que su intención no era censurar al historiador como hacían otros en su época (36. 57).

[92] Nótese el claro paralelismo con Mor. 870B donde incluso se utiliza el mismo epitafio como argumento en defensa del valor corintio en la citada batalla.

[93] Luciano no compartía la noción patriótica de la historia que circulaba en su época (Hist.Conscr. 7).