César
Sierra
(Universitat
Autònoma de Barcelona)
Plutarco
contra Heródoto: Razones de una Censura
Plutarch
against Herodotus: Reasons of Censorship
Abstract: The aim of this paper is to analyze Plutarch’s Herodoti malignitate in order to show his motivation for writing
the text. After discussing Plutarch’s objections about Herodotus’ work, we
conclude that Herodoti malignitate is
an ideologic work that belongs to a specific cultural movement, the Second
Sophistic.
Key
Words: Second Sophistic; historical
memory; Greek historiography.
Resumen: En el
siguiente trabajo analizaremos los motivos de Plutarco para escribir su tratado
Sobre la malevolencia de Heródoto.
Tras analizar las diferentes objeciones de Plutarco a la obra de Heródoto,
concluimos que es un escrito ideológico que debe situarse en un contexto
cultural muy particular, la segunda sofística.
Palabras Clave: Segunda sofística; memoria
histórica; historiografía griega.
Fecha de Recepción: 7 de abril de 2014.
Fecha de Aceptación: 20 de mayo de
2014.
Como es sabido, el tratado Sobre la malevolencia de Heródoto[1] que forma parte de las Obras morales y de costumbres de Plutarco (Mor. 854E-874C)[2],
se trata de un libelo ampliamente conocido por la historiografía pero
normalmente utilizado de forma puntual: en trabajos sobre historiografía
griega, en comparaciones de método entre Heródoto y Tucídides o, por comentar
otro caso frecuente, en los análisis sobre la recepción de la historiografía
griega en otros contextos históricos.[3] Como su
título indica, el tratado tiene la intención de demostrar las malas intenciones
de Heródoto al confeccionar su Historia
y para ello Plutarco divide la narración en dos partes: las características de
un historiador malévolo (Mor.
854E-856E) y la crítica a través de diversos casos de estudio (Mor. 856E-874C).[4]
Por sí mismo, el tema del libelo es suficientemente
atractivo como para haber llamado la atención de los historiadores de la
antigüedad pero, como anotó décadas atrás John Marincola, pocos son los
estudios que han abordado en profundidad el Her.Mal.[5]
En líneas generales, los autores que sí han estudiado el tratado se dividen en
dos corrientes de opinión: los que sostienen que Her.Mal. es una obra de claro contenido historiográfico y los que
entienden que es un ejercicio retórico con fondo ético.[6] Bajo
nuestro punto de vista, ambas posturas no están enfrentadas. Como indica
Antonio López Eire, siguiendo a Aristóteles, la Retórica era el arte de
persuadir mediante la palabra y, en consecuencia, toda historiografía tiene un importante
componente retórico pues el historiador busca persuadir y agradar a un público.[7]
Quizás por este motivo ambas posturas encuentran sólidos argumentos para sus
hipótesis. En adición a lo anterior, recordamos la obviedad de que Plutarco fue
un biógrafo y su intención no era escribir historia, como el propio autor se
encargó de señalar (Alex. 1.1).[8]
La historia y la biografía son géneros diferenciados, con finalidades
distintas: la primera tiene el objetivo de reproducir la realidad de un suceso
y la segunda centra su atención en el talante moral de un personaje histórico;
ambas disciplinas parecen surgir en el siglo V a.C. pero no fue hasta época
helenística cuando se separaron a nivel teórico.[9] Pese a
esto, historia y biografía mantienen un delicado equilibrio que debemos tener
presente. Es decir, para escribir la vida de algún personaje relevante el
biógrafo debe conocer el contexto histórico y las consecuencias de los actos
protagonizados por el biografiado. Por añadidura, la elección del personaje se
debe sin duda a su relevancia histórica. Todo ello conduce hacia la idea de que
Plutarco era un entendido en historia. La lectura de sus biografías lo
demuestra y también que el autor conocía muy bien las fuentes historiográficas
y los métodos de trabajo del historiador antiguo.[10]
Entonces, si Plutarco no se consideraba un historiador, ¿Por qué elaboró un
tratado contra Heródoto utilizando argumentos historiográficos? Los motivos que
el propio autor aduce al inicio de la obra añaden todavía más interrogantes:
En efecto, como afirma
Platón, no sólo es la peor de las injusticias dar la impresión de justo cuando
no se es, sino que – más aún – es acto de malevolencia aguda simular buena
disposición y una ingenuidad desconcertante. Considerando que se ha pronunciado
así [Heródoto] sobre los beocios y corintios en especial (aunque sin exclusión
de ningún estado), creo oportuno que salgamos en defensa de nuestros
antepasados y de la verdad a un tiempo, ciñéndonos a ese preciso apartado de su
obra. (Mor. 854F)[11]
El pasaje lo
podría haber firmado el mismo Tucídides en cuanto el fin el último de la obra
es llegar a la verdad (ἀληθείας/aletheías)[12] y,
además, la expresión (ἀμυνομένοις ὑπὲρ
τῶν
προγόυνων (defender a los
antepasados) implica que Plutarco entra de lleno en el terreno de la memoria
histórica.[13] Para
Plutarco, el carácter (ἦθος/ethos) taimado de Heródoto, perceptible
en sus disimuladas acusaciones contra beocios y corintios, es el germen de su
malevolencia (κακοηθείας/kakoetheías).[14]
Ciertamente, el punto de partida es historiográfico pero nos preguntamos sobre
el impacto que tuvieron las investigaciones de Heródoto en época de Plutarco y
si ello es motivo suficiente como para confeccionar un tratado con este
contenido.
Por todo ello,
nuestro objetivo principal es profundizar en las razones de la censura de
Heródoto, centrando nuestra atención en tres aspectos: las críticas hacia el
método de trabajo de Heródoto, el análisis de los personajes tratados
injustamente y la supuesta malevolencia hacia póleis e instituciones religiosas. En este orden, cada uno de los
anteriores aspectos ocupará un capítulo y nuestro enfoque siempre partirá del
propio tratado. Dicho esto, intentaremos no caer en el juego de verificar si
las acusaciones son ciertas; más bien nuestra intención última es relacionar el
contenido de la obra con la realidad del propio Plutarco, esto es, los
argumentos de un griego bajo el imperio romano.[15]
I
Tiempo atrás,
Moses I. Finley se cuestionaba las razones que impulsaron a Heródoto y
Tucídides a romper con las actitudes convencionales hacia el pasado e
“inventar” la historia.[16] Ésta,
subraya Finley, surgió en parte gracias al escepticismo cultivado por la
filosofía jonia anterior a Heródoto y a su método de investigación, la ἱστορίη/historíe, que prepararon el terreno para
que surgiera la historiografía.[17] El
ilustre helenista finalizó su reflexión afirmando que la auténtica originalidad
de Heródoto fue aplicar este método al pasado, con la intención de explicar el
conflicto entre griegos y persas, y que dichas explicaciones tuvieran una
dimensión humana, laica y política.
Las siempre
atinadas impresiones de Finley introducen la importancia de Heródoto para la
historia de la historiografía como impulsor de una nueva forma de entender el
pasado y un nuevo método para su investigación.[18] Lo cierto es que en
Heródoto no hay una teoría clara y definida sobre la causa y el efecto, aspecto
básico para la historia, pero sí la utilización de una terminología causal y
una fuerte convicción en su criterio y en los datos obtenidos de forma directa.[19] Veamos
lo anterior mediante la lectura de un conocido pasaje del lógos egipcio:
Todo cuanto he dicho hasta este punto es producto de mis
observaciones, consideraciones y averiguaciones personales; pero, a partir de
ahora, voy a atenerme a testimonios egipcios tal como los he oído, si bien a
ellos añadiré también algunas observaciones mías. (Hdt. 2. 99)[20]
En este pasaje aflora la esencia del método de investigación de Heródoto,
esto es, el énfasis en lo que el historiador ve (ὄψις/ópsis) y oye (ἀκούω/akoúo). A partir de los datos recogidos mediante la percepción
sensorial se construye el conocimiento (en el texto γνώμη/gnóme) como resultado final de
la investigación (ἱστορίη/historíe).[21]
En adelante, este método será compartido en mayor o menor medida por todos los
historiadores pero hay un dato importante que hace especial a Heródoto: la
revelación de las fuentes. Como podemos apreciar en la segunda parte del
pasaje, Heródoto informa de un suceso que afecta a la calidad de sus investigaciones
y es su dependencia de las fuentes orales egipcias.[22]
Así, Heródoto establece una clara división entre lo que ha podido ver y ha
comprobado frente a lo que ha oído de los egipcios y no ha comprobado. Por todo
ello, resulta común en la Historia
encontrar la exposición confrontada de las diferentes versiones sobre un
suceso, lo cual conduce al historiador hacia sus propias conclusiones.[23]
Por ejemplo, Heródoto narra dos versiones sobre el origen de la demencia de
Cambises tras el famoso desafuero contra el buey Apis (Hdt. 3. 29).[24]
En primer lugar, explica la versión de los egipcios según la cual el rey persa
enloqueció por obra del Dios ofendido; en segundo lugar, Heródoto introduce y
defiende otra versión vinculando la locura de Cambises a la conocida como
‘enfermedad sagrada’ cuya interpretación naturalista había sido abordada por la
medicina hipocrática.[25]
Este ejercicio de transparencia y honestidad no será adoptado mayoritariamente
por los sucesores de Heródoto, que preferirán presentar la versión más
verosímil de un suceso.[26]
Finalmente, otro rasgo esencial del método desarrollado por Heródoto es
el recurso a la analogía para explicar ideas y conceptos historiográficos.[27]
Esta forma de pensar y trabajar se centra en comparar sujetos y procesos históricos
análogos, normalmente uno conocido con otro que no lo es para que el receptor
del mensaje pueda comprender la lógica del proceso histórico. Donald Lateiner
lo explica magistralmente al afirmar que la narración herodotea del éxito y
fracaso de Creso no explica el de Jerjes, pero Creso prefigura a Jerjes.[28]
En este sentido, Creso y Jerjes son modelos análogos en cuanto a conducta y
acercan al público hacia un perfil moral de gobernante.[29]
Esta forma de presentar las reflexiones del historiador se llevan a un campo
amplísimo del conocimiento: mundo natural, geografía, etnografía, historia
política, etc.[30]
Parte de los rasgos del método de Heródoto que sucintamente hemos tratado
serán censurados por Plutarco. Como decíamos, la primera parte del Her.Mal. se dedica a definir qué
características hacen malévolo a un historiador lo cual sirve como introducción
a los casos de estudio de la segunda parte. Los principales puntos que destacó
Plutarco son los siguientes: 1) la preferencia por palabras severas, 2) inclusión
en el relato de sucesos intrascendentes para la historia, 3) la omisión de
actos buenos y nobles, 4) la preferencia por la peor versión de un hecho, 5) la
preferencia por la versión de menos crédito, 6) la afirmación de que es suerte,
y no valor, la responsable de los hechos, 7) ataques indirectos, informar de un
asunto y negar creer en el mismo, 8) usar pequeñas alabanzas para hacer más
creíbles grandes críticas.[31]
Especialmente el séptimo punto está claramente en contra de la costumbre
herodotea de relatar las diferentes versiones de un suceso, pese a no darles
crédito. Asimismo, los puntos cuarto y quinto apuntan hacia la subjetividad en
la elección de una versión de los hechos.[32]
Por añadidura, el primer y tercer punto sugieren una cierta predisposición de
Plutarco hacia la corrección lingüística y un concepto de historia centrado en
el encomio de hechos y personajes.[33]
Con todo, el anterior esquema adquiere un cariz abstracto si no lo ilustramos
con un ejemplo:
Pero el historiador, por su parte, es
ecuánime si dice la verdad cuando la conoce y, ante la duda, interpreta que la
versión favorable se ajusta a la verdad más que la desfavorable. Muchos autores
omiten, por completo, la versión más desfavorable; así, Éforo dice, sin más,
que Temístocles supo de la traición de Pausanias y sus acuerdos con los generales
del soberano y añade <<pero, cuando Pausanias le comunicó e invitó al
proyecto, no quedó persuadido ni aceptó>>. Tucídides, por su parte, obvia
la totalidad del relato a modo de condena. (Mor.
855E)
El pasaje es un
claro ejemplo práctico de los puntos 4 y 5 glosados por Marincola. Para
Plutarco, el historiador (ὁ ἱστορίαν
γράφων/ho historían gráfon) debe escoger entre
las distintas versiones que se le presentan y adoptar la más favorable a los
intereses del protagonista, en este caso, Temístocles. Nótense dos aspectos:
primero, Plutarco no está conforme con la exposición de las diferentes posturas
alrededor de un suceso (al contrario de lo que es habitual en Heródoto) y,
segundo, la omisión de sucesos es un indicio del carácter y juicio del
historiador.[34]
Pensemos que Plutarco en el pasaje habla de justicia (δικαιός/dikaiós)
aplicada como epíteto al historiador que cuenta la verdad cuando la conoce
pero, en caso de duda, Plutarco remite a un marco de trabajo absolutamente
tendencioso donde prima el encomio y los intereses patrióticos.[35] ¿Por
qué, si no, hemos de obviar la versión de Éforo sobre el conocimiento de
Temístocles del affaire Pausanias?
Continuando con
esta tónica, una de las críticas más evidentes al método herodoteo viene a
colación de la supuesta neutralidad de los argivos en la segunda guerra médica
(Mor. 863C). Según Heródoto, la
posición de los argivos estuvo condicionada por la de sus acérrimos enemigos,
los espartanos (Hdt. 7.150).[36] Como
éstos no estaban dispuestos a ceder el mando de una parte de las fuerzas, tal y
como solicitaban los argivos, finalmente Argos prefirió mantenerse al margen
del conflicto. La suspicacia surge cuando Heródoto afirma que los argivos
solicitaron el mando de las tropas a sabiendas de la respuesta lacedemonia, es
decir, como pretexto para no participar en la guerra. Continúa Heródoto
recogiendo un rumor según el cual, una vez terminado el conflicto, los argivos
enviaron una embajada al recién entronizado Artajerjes I para ofrecerle su
amistad y recordarle la actuación favorable durante la segunda guerra médica.
Los instigadores de este relato incluso acusaron a los argivos de haber
sugerido a los persas la campaña contra Grecia, tras no ver opción de imponerse
a Esparta (Hdt. 7.152.3). El mismo Heródoto rechaza abiertamente esta versión
pero, como hemos dicho, explicar y comentar las distintas impresiones sobre un
suceso es un rasgo característico del historiador. Sin embargo, de todo ello se
lamenta airadamente Plutarco argumentando que la postura de Heródoto es
malévola, porque narra una versión de los hechos sin creer en ella. Las razones
de Plutarco no son alambicadas y se encauzan en un tono directo y agresivo,
evidenciando un enfrentamiento entre dos formas de presentar las
investigaciones y de entender la historia. En el texto, Plutarco dejó claro su rechazo a las múltiples
versiones de un suceso, especialmente cuando alguna es desfavorable a la
honorabilidad de las póleis griegas.[37]
Lo
cierto es que Plutarco conocía el método y la forma de exponer los resultados
de Heródoto y lo censura directamente en su crítica sobre los motivos del apoyo
focense a la causa griega (Mor. 868D).[38] Según
Heródoto, como los tesalios secundaron la causa persa, los focenses hicieron lo
contrario que sus enemigos, en un razonamiento análogo al de los argivos. A
todo esto Plutarco contesta:
No atribuye, en modo alguno, esa difamación a otros, como tiene por
costumbre, ni dice que lo ha escuchado, sino que se infiere de sus
investigaciones personales. (Mor.
868E )
En este caso, el
biógrafo añade que la declarada enemistad entre calcideos y eretrios, entre
atenienses y eginetas y entre corintios y megareos no fue obstáculo para que
todos ellos fueran unidos a luchar contra los persas.[39] Esta reducción al absurdo
del razonamiento de Heródoto es una técnica bastante común en Her.Mal.; como podemos observar en Mor. 857C, donde se ridiculiza el dato
herodoteo acerca de la influencia griega en la adopción de la pederastia por
parte de la cultura persa. En adición a esta socorrida técnica, Plutarco
también recurre al contraste con otras fuentes que aporten un punto de vista
distinto al de Heródoto.[40] Éste
es el caso del relato sobre el lidio Pactias, quien lideró una infructuosa
sublevación contra Ciro (Hdt. 1.154).[41] Al parecer, al aproximarse
el ejército persa, Pactias se refugió en Cime y éstos, conminados por el persa
Mazares a entregarlo, decidieron consultar qué hacer al oráculo milesio de los
Bránquidas. Éste pronto dijo que lo entregaran pero los cimeos no se fiaron de
las intenciones del oráculo así que, tras diversos avatares, enviaron a Pacticas
a Mileto. En esta tesitura, Mazares reclamó de nuevo a Pactias y es cuando
Heródoto sostiene que los milesios intentaron entregarlo por un suma de dinero
que no estaba en disposición de especificar (Hdt. 1.160). Plutarco lo acusa de
malograr sin pruebas el honor de ambas ciudades y saca a colación el testimonio
de Carón de Lámpsaco (contemporáneo de Heródoto) quien no menciona este suceso
(Mor. 859B). De nuevo el silencio
habla por sí solo y puede que Carón estuviera obviando el tema como censura, al
igual que lo hiciera Tucídides en el affaire
Pausanias.
II
Otra
característica del Her.Mal. es la
fijación por salvaguardar la memoria de los grandes personajes griegos.[42] Un
anticipo de ello lo hemos visto en el caso de Temístocles pero lo cierto es que
Plutarco se muestra muy beligerante a lo largo de todo el tratado. Al respecto,
podemos señalar dos líneas de análisis básicas: personajes míticos y personajes
históricos.
Una de las
críticas más encendidas de Plutarco en cuanto a la supuesta malevolencia de
Heródoto se centra en la etiología del conflicto greco-persa. La cuestión
inaugura la Historia desde un punto
de vista persa, quienes sostenían que el conflicto lo iniciaron los fenicios.
El relato herodoteo alrededor de la figura de Ío, la joven doncella hija del
rey de Argos, es fundamental (Hdt. 1.1). Al parecer, en tiempos remotos, los
fenicios iniciaron una migración desde el mar Rojo hasta la región que
históricamente ocuparon, desde donde comenzaron a practicar el comercio y la
exploración marítima. En uno de estos viajes llegaron a Argos para vender un
cargamento cuando, estando a punto de partir, un grupo de mujeres se acercó a
la nave a interesarse por la carga. Los taimados fenicios decidieron raptarlas,
escapando la mayoría menos Ío y algunas otras. En este punto Heródoto
sentencia:
Así es, al decir de los persas – y no según afirman los griegos –,
como Ío llegó a Egipto, y añaden que éste fue el incidente que principió la
serie de ofensas. Y siguen diciendo que, con posterioridad, ciertos griegos –
pues no pueden precisar su nombre, aunque posiblemente fueran cretenses –
recalaron en Tiro de Fenicia y raptaron a la hija del rey, Europa. (Hdt. 1.2.1)
Continúa
Heródoto narrando el rapto de Medea, hija del rey de los colcos y, finalmente,
el más famoso de todos, el rapto de Helena que la tradición sitúa como la causa
de la guerra de Troya. El relato mítico de los raptos en una y otra parte no
sería propiamente el origen del conflicto sino la expedición que los griegos
enviaron contra Príamo.[43] Los
persas, continúa Heródoto, reclamaban Asia como su propiedad indiscutible por
lo que el inicio de las hostilidades entre ambos sería responsabilidad de los
griegos.[44] La
narración todavía va más allá gracias a la versión de los fenicios, la tercera
parte en discordia, quienes defienden que Ío tuvo una relación consentida con
el patrón del barco fenicio y ésta, al ver que estaba embarazada, huyó de su
patria (Hdt. 1.5). Sin embargo, Heródoto finaliza la exposición tomando
distancia de ambas versiones pero sin aportar alternativa alguna.
En opinión de
Plutarco la narración herodotea era una felonía y un atentado contra la cultura
griega (Mor. 856E). Dos fueron los
aspectos que preocuparon a Plutarco: el buen nombre de la casa real de Argos a
través del relato de Ío y la insinuación de que los griegos fueron culpables de
la guerra de Troya. No obstante, ambas cuestiones confluyen en uno sólo punto y
es la defensa de un pasado glorioso, legitimado a través de una historia
patriótica. En el texto de Plutarco califica
la guerra de Troya así: τὸ κάλλιστον ἔργον καὶ μέγιστον τῆς Ἑλλάδος ("la más
bella e importante empresa de la Hélade"), primando el recuerdo de la gran
gesta por encima de la investigación etiológica lo cual, más que falta de
objetividad, nos parece otra forma de crear una imagen del pasado.[45] Con
todos estos motivos, Plutarco acusa al historiador de salir en defensa de los
raptores y acusar a las mujeres de connivencia cuando en realidad fueron
violadas. De esta crítica, Mor. 856F
contra Hdt. 1.4.2, se puede extraer un interesante detalle. En el texto del
historiador se aprecia claramente que la narración es una cita literal de la
versión persa del rapto de Ío (estilo indirecto) pero Plutarco atribuye la
autoría al propio Heródoto (estilo directo).[46] Esto es frecuente en Her.Mal. y nos devuelve a la idea de
que, para Plutarco, el historiador debe seleccionar cuidadosamente las
versiones que maneja porque es responsable de todo lo que escribe. En esta
misma dirección apuntan las críticas contra el juicio alrededor de la
preeminencia de la religión egipcia frente a la griega. Según Heródoto, los
griegos aprendieron ciertos cultos de la religión egipcia, adoptaron alguno de
sus dioses e, incluso, sostiene que la veneración a los doce dioses es de
inspiración egipcia.[47] En
definitiva, para Plutarco era inconcebible la opinión de que la religión
egipcia era más antigua y genuina que la griega. Al parecer del biógrafo, la
malevolencia no radicaba en una interpretatio
graeca cuyos datos no están correctamente contrastados sino que se
apreciaba en el detalle siguiente:
Es más, [Heródoto] dice lo mismo sobre Pan al subvertir la absoluta
solemnidad y pureza de la religión griega con las fruslerías y leyendas de los
egipcios. (Mor. 857E)
Para un
sacerdote de Delfos como Plutarco, la sola insinuación de que la religión
griega no era original o que adoptó alguno de sus dioses de otra cultura era
una blasfemia.[48] Por
tanto, detrás de la crítica hacia la interpretación del origen de Heracles o
Dionisio, como también en el relato de Ío, no existen discrepancias de forma,
detalle o veracidad de los datos sino la convicción de estar frente a una
subversión del marco cultural heleno.[49] Por este motivo el biógrafo
acusa a Heródoto de filobárbaro (φιλοβάρβαρος/filobárbaros), etiqueta que
ha gozado de notable éxito en la historiografía posterior.[50] No pasa desapercibido a lo
largo del tratado el fuerte tono ideológico alrededor del binomio
griego/bárbaro, en el que Plutarco se posiciona claramente en el bando helénico.[51] El
carácter abierto y tolerante de Heródoto en este sentido vuelve a ser motivo de
censura por parte de Plutarco, que lo percibe como un ataque contra la cultura
griega.[52]
En adición a
esta supuesta blasfemia se plantea la cuestión de la alteración genealógica de
personajes como Heracles o Perseo, que afectaba directamente al abolengo de las
familias más notables de la Argólide. Por ejemplo, en Hdt. 6. 53-54, el
historiador recoge la opinión de que Perseo fue asirio y luego se naturalizó griego,
desvirtuando el legado inmaterial de la casa real argiva. Plutarco sale en
defensa de esto argumentando que ninguno de los grandes sabios griegos sustenta
tal cosa (Mor. 857F); nuevamente no
es una crítica que incida sobre un personaje sino sobre toda la tradición
cultural griega.
En otro nivel de
análisis sitúa Plutarco el trato de Heródoto hacia personajes históricos.
Varios son los nombres que Her.Mal.
aborda: Creso, Temístocles, Otríades, Filípides, etc.;[53] pero bajo nuestro punto de
vista uno de los casos más notorios implica al corintio Adimanto (Mor. 870B). Según cuenta Heródoto,
Adimanto estaba al mando de la flota corintia en Salamina cuando, preso del
pánico, emprendió la fuga con sus compañeros en medio de la batalla. Una vez a
salvo, sale al paso de los corintios una nave ligera recriminando a Adimanto su
decisión y acusándole de traición (Hdt. 8.94).[54] De nuevo la narración de
Heródoto es en estilo indirecto y la versión se atribuye a los atenienses,
explicándose a continuación que los corintios defendían otra bien distinta que
era compartida por todos los griegos. Plutarco toma este relato como una
calumnia contra Adimanto y aduce en defensa de éste multitud de inscripciones y
epigramas que probaban su valor en la batalla.[55] No es cuestión aquí de
valorar dichas pruebas individualmente sino de observar que las acciones
personales llevadas a cabo en las grandes gestas helénicas contra el Bárbaro
(Troya, rebelión jonia, Guerras médicas) también forman parte del pasado
patriótico de Grecia.[56] En este
sentido, Plutarco entiende que la crítica a uno de estos protagonistas empaña
la gloria del suceso y, por tanto, es malévolo. Otro ejemplo es el citado caso
de Temístocles, el cual fue acusado de corrupción por Heródoto en varios lances
de la segunda guerra médica (Mor.
871C).[57] Por
ejemplo, en Hdt. 8.4 se indica que antes de trabar batalla en Artemisia la
flota griega tramaba una retirada al contemplar la magnificencia de la flota
persa. En esta tesitura se presentaron los habitantes de Eubea al navarca
Euribíades, con la intención de detener la retirada hasta que pudieran poner a
salvo a sus familiares. Como no obtuvieron una respuesta positiva, se
dirigieron a Temístocles con la misma propuesta y treinta talentos de
gratificación; el ateniense aceptó y persuadió tanto a Euribíades, con cinco
talentos, como a Adimanto, con tres talentos.[58] Según Plutarco, la acción
corrupta de Temístocles trasciende lo individual y empaña todo el conflicto:
Sin embargo, Heródoto – cuya obra, juzgan algunos, constituye un
panegírico a Grecia – muestra sin rodeos que aquella victoria fue resultado de
la corrupción y de la rapiña, y que los griegos entraron en combate con reparos
y embaucados por sus estrategos, quienes habían recibido una suma de dinero. (Mor. 867C)
En síntesis, la
actuación de ciertos personajes históricos según la cuenta Heródoto afecta a la
memoria histórica de Grecia, al no presentar adecuadamente las virtudes de cada
personaje.[59] En
este sentido, hay una clara asimilación entre la magnificencia de un conflicto
y la de sus protagonistas. Por otro lado, la valoración de los personajes
míticos que realiza Heródoto afecta a la originalidad, pureza y solemnidad de
la cultura griega porque cuestiona linajes, plantea un mestizaje cultural y, en
definitiva, desvirtúa la identidad griega en su faceta religiosa.
III
La cuestión
alrededor del desarrollo de las guerras médicas en el Her.Mal. supone subir un peldaño en la cuestión de la memoria
histórica. En el tratado se discuten diversos y conocidos episodios de la
historia arcaica y clásica griega: las guerras mesenias, el fin de la tiranía
de Polícrates, la batalla de Maratón y Salamina, etc. Con la intención de
avanzar en nuestra reflexión desde lo general a lo particular, en este apartado
nos vamos a centrar en dos aspectos: el papel de Tebas en la segunda guerra
médica y la relación de los Alcmeónidas con el oráculo de Delfos. Nuestra
intención es entrar en el terreno personal de Plutarco, beocio y sacerdote de
Delfos, para acabar de cerrar nuestro repaso al Her.Mal.
La
historiografía conoce sobradamente qué supusieron a nivel ideológico las
victorias de Salamina, Platea y Mícale para aquellas póleis que abrazaron la causa persa. Éstas fueron señaladas por los
vencedores y calificadas en lo sucesivo de ‘medistas’.[60] Como no podía ser de otra
forma, Heródoto recoge la lista de póleis
que no apoyaron la causa griega y que incluía a los tebanos y al resto de
beocios, excepto los tespieos y los plateos (Hdt. 7. 132. 1-2).[61] Esta
nítida separación marcará en gran medida el devenir político de Grecia y
servirá de fundamento a un entramado ideológico que justificará posteriores
acciones bélicas.[62]
Las críticas de
Plutarco a la malévola inclusión de Tebas y Beocia en la lista de ‘medistas’
comienzan en Mor. 864D. Como argumento
principal el biógrafo puso por delante el testimonio de Aristófanes de Beocia
(s. IV a.C.),[63] quien
aseguraba que la animadversión de Heródoto por los tebanos se debía a que no
obtuvo la suma que solicitó para instruirlos.[64] En relación a Aristófanes,
Plutarco añade un detalle que deja entrever que la cuestión entraba en el
terreno personal:
[…] aunque no existe ningún otro argumento probatorio, el propio
Heródoto ha testimoniado a favor de Aristófanes mediante las afirmaciones
vertidas, falsas unas, por adulación otras, y las restantes para vituperar a
los tebanos con toda su inquina y difamación. (Mor. 864D)
No hay más
prueba (τεκμήριον/tekmérion) que la opinión
de Aristófanes pero el propio talante de Heródoto (ἦθος/ethos)
es suficiente para un Plutarco implicado en la defensa de la ‘difamación’ a los
beocios. Con presteza Plutarco reclama para su patria el mismo trato que recibieron
los tesalios, quienes colaboraron con los persas únicamente bajo coacción (Hdt.
7.139.3).[65]
Enfatiza que los tebanos enviaron un contingente a las Termópilas junto a
Leónidas, que luchó hasta el trágico final y, añade Plutarco, Tebas sólo se
rindió cuando el ejército de Jerjes ocupó su territorio (Mor. 864E). Cierto es que Heródoto lanzó duras acusaciones contra
el contingente de tebanos que acompañó a Leónidas y dudó en varias ocasiones de
su valentía (Hdt. 7. 222);[66] pero
tenemos otros testimonios que sugieren la existencia de una gran división
interna en Tebas en relación a la causa griega y, según parece, el contingente
acudió voluntariamente (D. S. 11.4.7). Sin embargo, puede que la versión de
Heródoto sea parte de una tendencia antitebana difundida por alguna pólis contraria a Tebas. Como
señalábamos al inicio de nuestra reflexión, no tenemos la intención de rubricar
o desmentir los argumentos de Plutarco o de investigar en profundidad el papel
de Tebas durante la segunda guerra médica,[67] nos vale con mostrar el
intenso esfuerzo de Plutarco en presentar a Heródoto como un manipulador de la
memoria histórica. En este sentido, Plutarco indica que Tebas no recibió el
mismo trato que el resto de griegos, como los tesalios, y que ello se debe a la
conducta corrupta de Heródoto. Pensamos que es necesario detenerse en un
detalle: ¿Pensaba Heródoto que sus opiniones sobre el medismo tebano tendrían
estas consecuencias? Seguro que no, como tampoco imaginaría que estuviéramos
hablando de él casi 2500 años después de su fallecimiento. Por consiguiente, lo
que planteó Plutarco, más allá del papel de Tebas en las guerras médicas, fue
un estudio de la recepción de la obra de Heródoto en el siglo II d.C., esto es,
un ejercicio de historia de la historiografía.
Al margen de la
cuestión tebana, otro asunto implica como ningún otro a Plutarco: el oráculo de
Delfos. Sabemos que Heródoto no fue ni mucho menos una persona descreída pero
lo cierto es que reflejó ciertas prácticas corruptas por parte del oráculo de
Delfos.[68] Según
Heródoto, durante la caída de la tiranía en Atenas (Hdt. 5. 62-65), los
Alcmeónidas, deseosos de regresar a su patria (Hdt. 1. 64. 3), sobornaron a la
Pitia para que emitiera un oráculo conminando a derrocar la tiranía en Atenas
cada vez que un ciudadano espartano acudiera a Delfos (Hdt. 5. 63).[69] De
nuevo Heródoto dice recoger la versión de los atenienses pero de nuevo eso
tiene poca importancia para Plutarco. La cuestión es grave:
En su libro quinto afirma que Clístenes, quien pertenecía a una de las
más nobles y destacadas familias atenienses, persuadió a la Pitia para falsear
su vaticinio – ella instaba reiteradamente a los lacedemonios a que libraran
Atenas de los tiranos. De este modo, vincula la calumniosa acusación de tan
importante impiedad y delito a la más correcta y justa de las acciones; por
otro lado, desacredita el vaticinio de la divinidad, noble, correcto y digno de
Temis, de quien se decía que tomaba parte en la profecía. (Mor. 860D)
Según Plutarco,
la liberación de Atenas de los tiranos era la más justa de las acciones (δικαιοτάτῳ/dikaiotáto) porque estaba
refrendada por la divinidad, cuyos vaticinios son bellos y nobles (καλὴν καὶ ἀγαθὴν/kalén
kaí agathén). La versión ateniense que recoge Heródoto era una blasfemia
por atentar contra la palabra divina pero, en cualquier caso, la crítica se
dirigía hacia el personal que gestionaba el oráculo en Delfos, tanto la Pitia
como los Anfictiones.[70] En
consecuencia, la versión acusa a la parte política de Delfos y es aquí donde
Plutarco aprecia la calumnia y el delito de manera enfática (διαβολὴν τηλικούτου καὶ ῥᾳδιουργήματος).[71]
Obviamente, Plutarco defiende no sólo al Dios sino a la institución que lo
representa considerándolos de forma indisoluble mientras que, según nuestra
impresión, la versión que recoge Heródoto acusa a la Pitia y los Alcmeónidas.[72] Sin
duda, la suspicacia que sugiere la lectura de Heródoto respecto a Delfos
adquiere otro significado en época romana, donde muchos más cultos se abrían
paso y ‘viejas religiones’ luchaban por subsistir y mantener su credibilidad.[73] En
otras palabras, las acusaciones de corrupción vertidas contra la Pitia en el
siglo V a.C. eran todavía más dañinas en época imperial cuando decaía el
prestigio de Delfos.
IV
Toda vez que
hemos presentado los puntos que consideramos más relevantes para comprender las
críticas del Her.Mal. debemos
contextualizar éstas en la época de Plutarco. No era una novedad en el siglo II
d.C. criticar la obra de Heródoto en cualquier aspecto: método, estilo
literario, credibilidad, etc; lo cierto es que el debate alrededor de la Historia comenzó a finales de la época
clásica con autores como Ctesias de Cnido o el mismo Aristóteles.[74] Las
opiniones contrarias a Heródoto continuaron en época helenística y romana con
autores cuyas obras no se han conservado pero con títulos tan significativos
como Sobre los robos de Heródoto de
Valerio Polión o Sobre las mentiras de
Heródoto de Elio Arpocracio.[75]
Especialmente en el siglo I a.C., el debate se orientó hacia la comparación
entre las obras de Heródoto y Tucídides con análisis como el suscrito por
Dionisio de Halicarnaso en Sobre
Tucídides, a favor de Heródoto, o Diodoro de Sicilia, defensor de Tucídides.[76] En
todos estos casos se analiza el método de análisis de ambos historiadores, por
lo que entendemos que las críticas que planteó Plutarco no eran novedosas en su
tiempo.[77]
Asimismo, tampoco creemos concluyente que la fuerza motriz del Her.Mal. deba reducirse únicamente a las
cuestiones personales que pudieran afectar a Plutarco, como el caso de Delfos o
Tebas.[78] Por
nuestra parte, remitimos al primer pasaje con el que iniciábamos la presente
reflexión (Mor. 854F) en el que
Plutarco enfatiza la necesidad de salir en defensa de los antepasados ante las
‘calumnias’ de Heródoto. Para Plutarco, la defensa del pasado griego era una
cuestión de supervivencia cultural dentro de la aplastante realidad que
representaba Roma.
Al hilo de las
anteriores impresiones, sabemos que la cultura griega pasó de la sorpresa
inicial que mostraba Polibio ante la fulgurante expansión romana (Plb. 1. 2)
hasta la resistencia pasiva, propia de la segunda sofística.[79] La
defensa de la identidad griega dentro del imperio romano forma parte
indisoluble de este movimiento intelectual, desarrollado sobre todo a partir
del siglo II d.C. Para conservar la esencia de la identidad griega, los
intelectuales de la segunda sofística recurrieron a la construcción patriótica
del pasado de la Hélade.[80]
Especialmente se rememoraban la épica homérica y la historia de Grecia durante
el siglo V a.C., último y más brillantes periodo de libertad e independencia
política.[81] Así,
proliferaron muchos oradores (sofistas) que circulaban por las distintas
ciudades de la Grecia romana recordando a sus habitantes quiénes fueron sus
antepasados, cómo vivieron y qué inquietudes tenían, en definitiva, manteniendo
viva la llama de la cultura griega. El orador Dión de Prusa, contemporáneo de
Trajano, afirmaba sobre sí mismo lo siguiente en su Corintíaco:[82]
En cambio, hay uno que no es Lucano sino romano, que no es de la
multitud sino del orden ecuestre, y que se ha mostrado celoso no solamente de
la lengua sino también de la ideología, la forma de vivir y el aspecto de los
griegos, y ello de una forma tan correcta y manifiesta como no lo ha hecho
nadie de los romanos anteriores a él, ni de los griegos de su tiempo. (Dión de
Prusa, Discursos 37. 25)[83]
Lengua,
ideología, forma de vida, en definitiva, identidad griega pero bajo poder
romano, lo cual no era sólo una etiqueta sino un acto de resistencia cultural.[84] Con
todo, ‘resistir’ no significa que hubiera una oposición bien urdida contra la
cultura romana sino un intento de no perder las señas de identidad. De hecho,
los principales protagonista del movimiento eran ciudadanos romanos: Elio
Aristides, Dión de Prusa o el propio Plutarco.[85] El fenómeno de la segunda
sofística tiene también una lectura romana pues Grecia no sólo era una región
económicamente importante del imperio sino que, gracias a su prestigio
cultural, constituía un bastión ideológico en la lucha contra el pueblo parto.[86] A su
vez, el pueblo Parto se proclamaba filoheleno y, al igual que Roma, reclamaba
la herencia de una cultura griega que introdujo el mismo Alejandro siglos atrás.[87] En
este contexto, los diferentes conflictos entre griegos y bárbaros adquirieron
de nuevo una importancia ideológica capital, especialmente para el emperador
Trajano quien protagonizó una exitosa campaña militar contra los partos.[88] Pese a
que Adriano desistiera de las conquistas de su predecesor, el movimiento de
restauración del pasado griego continuó bajo la Segunda Sofística y encontró en
las oligarquías griegas de la época un sólido puntal para desarrollar una
memoria histórica patriótica.[89] En
definitiva, si Roma quería utilizar las guerras médicas o la expedición de
Alejandro como instrumento ideológico, era necesario construir un discurso
histórico favorable a la causa griega y potenciar, todavía con mayor
intensidad, la polarización del binomio griego/bárbaro.
Volviendo a la
cuestión que nos ocupa, podemos intuir que los motivos de Plutarco al
confeccionar una obra como el Her.Mal.
trascienden el ámbito personal e incluso el debate historiográfico en torno a
la recepción de la obra de Heródoto en época romana. Así, el tratado responde
también a un contexto cultural donde nuevos sofistas explicaban a griegos y
romanos el pasado glorioso de, por ejemplo, la Atenas y Esparta clásicas.[90] Por
consiguiente, muchas de las opiniones, rumores o versiones que reflejó Heródoto
no tenían cabida en este contexto cultural. Por todo ello, las críticas al
historiador eran frecuentes en el siglo II d.C., como apunta la lectura del Discurso egipcio de Elio Aristides
(XXXVI), donde se elogia a Heródoto pero también se le acusa de haber relatado
muchas mentiras en relación al río Nilo (36. 46-48).[91] Asimismo, el autor del Corintíaco aseguraba que no creía a
Heródoto cuando refirió la actuación de Corinto en Salamina (Discursos 37. 18).[92] Por las mismas fechas,
Luciano de Samosata compuso el famoso Cómo
debe escribirse la historia, que es prueba inequívoca del debate en torno a
las figuras de Heródoto y Tucídides en la Segunda Sofística.[93]
Siguiendo esta
tendencia, gran parte de las acusaciones que Plutarco vierte sobre Heródoto
tiene un fuerte componente patriótico y ciertas opiniones reflejadas en las
fuentes clásicas no eran una cuestión baladí para la memoria histórica griega
de época imperial. Veámoslo en un pasaje de Flavio Arriano (s. II d.C.) en
relación a la destrucción de Tebas por parte de Alejandro:
[…] la total esclavitud de una ciudad que por su poder y reputación
en los asuntos de la guerra estuvo a la cabeza de las ciudades griegas de su
tiempo, apuntaban, y no sin verosimilitud, a la ira divina, en la idea de que
los tebanos pagaban ahora, al cabo del tiempo, la satisfacción debida por su
traición durante las guerras médicas; por la toma que hicieron en período de
paz de la ciudad de Platea; por la esclavitud de sus ciudadanos, así como por
su responsabilidad en la ejecución (acto éste impropio de un pueblo griego) de
quienes se habían rendido a los lacedemonios […] (Arr. Anab. 1. 9. 6-7)
Arriano
justifica la destrucción de Tebas por parte de Alejandro con argumentos
cimentados en la historiografía clásica, especialmente en Heródoto y Tucídides.
Por tanto, la necesidad que manifiesta Plutarco al inicio del tratado de salir
en defensa de los antepasados no es una invención y puede responder a una
opinión generalizada en su época. Aunque sólo sea a nivel ideológico, las obras
de los historiadores clásicos aún tenían impacto en la Grecia de época
imperial.
A la vista de los
argumentos que hemos ido desgranando, entendemos que los motivos que impulsaron
a Plutarco a escribir el tratado se pueden resumir en tres puntos, por orden de
importancia: la voluntad de construir una contemporizada memoria histórica, la
defensa de la originalidad de la cultura y religión griega y, por último, la
crítica a un método historiográfico poco afín a las inquietudes de Plutarco y
su época. De todos estos motivos hemos dado cuenta a lo largo de nuestra
reflexión pero concluimos que el factor ideológico del tratado prima sobre
otros aspectos, como la retórica o la crítica historiográfica. Por así decirlo,
la imagen que permanece tras la lectura del Her.Mal.
es la fijación de Plutarco por presentar al ‘padre de la historia’ como un
bárbaro encubierto que, por el bien de los griegos de su época, debía ser
denunciado.
César Sierra
Universitat Autònoma de Barcelona
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*Agradezco
las observaciones y comentarios que sobre este trabajo han realizado la
profesora Maria Aparecida de Oliveira Silva y el profesor Ricardo Martínez
Lacy. Por supuesto, cualquier error que pueda contener el presente artículo es
de mi autoría.
[1] En adelante
abreviaremos Her.Mal. pero haremos
referencia al texto mediante la abreviación Mor.
seguido de la numeración correspondiente.
[2] Las
principales ediciones y traducciones modernas del texto se recogen en Marincola (1994: 191 n. 5).
[3] Véase la
utilización de Her.Mal. como apoyo en
los trabajos sobre historiografía griega, Momigliano
(1984: 141) y Shrimpton (1997:
138-139); como fundamento al debate alrededor de las figuras de Heródoto y
Tucídides, Legrand (1981: 117); Plácido (1986: 19) y Sierra (2012b: 71-74) o como parte del
análisis sobre la recepción de Heródoto en la Antigüedad, Hornblower (2006: 316). Por otro lado,
hay quien incide sobre la malevolencia de Heródoto aprovechando el marco que
ofrece Plutarco, como hace Casevitz
(1995).
[4] Buena
síntesis sobre la organización de la obra en Ramón-Palerm
(2002: 9-10) y Legrand (1981:
109-113), de forma más minuciosa. Por otra parte, Plutarco no fue el único que
censuró la obra de Heródoto, véase Momigliano
(1984: 141).
[5] A la decena
de nombres que recoge Marincola (1994:
191 n.2) desde finales del XIX hasta los años noventa del pasado siglo,
añadimos Hershbell (1993); Ramón-Palerm (2000); Baragwanath (2008: 1-34) y Silva (2010). Todo ello pese a los
monumentales y recientes trabajos sobre Plutarco coordinados por Nikolaidis (2008) y Beck (2014).
[6] La defensa
del Her.Mal. como obra
historiográfica está abanderada por Marincola
(1994), mientras que los argumentos alrededor de un contenido retórico podemos
seguirlos en Ramón-Palerm (2000).
[7] López-Eire (2008: 63-68), quien
comienza su exposición muy acertadamente señalando las diferencias entre
retórica antigua y moderna. Por otro lado, la relación entre historia y
retórica es un tema ampliamente estudiado, véase Meister (2000: 91 ss.); Marincola
(1997: 128 ss.) y Pelling (2012).
[8] Pinheiro (2011: 244). Por otro
lado, como sugirió Finley (1977b:
12-13) parece que el pensamiento griego mostró un cierto desdén hacia la
historia. Un análisis profundo de la cuestión en Scardino (2007: 28-35).
[9] Momigliano (1975: 36).
[10] Un
sugestivo trabajo sobre la concepción de la historia en Plutarco lo hallamos en
Barigazzi (1984) y en Bosworth
(2002), aplicado al caso concreto de la Vida
de Eumenes.
[11] Traducción
de Ramón Palerm (2002) ad loc.
[12] Tucídides
es el auténtico arquitecto de la verdad en la historia de la historiografía, v. Sierra
(2014 ) (en prensa).
[13] Shrimpton (1997: 9-79), realiza un excelente trabajo sobre la
concepción moderna y antigua de ‘memoria histórica’. También remitimos a las
acertadas conclusiones de Finley (1977b:
29) sobre la memoria histórica como concepto antropológico.
[14] Plutarco
aborda cuestiones que incumben a todos los griegos, la particularidad de
beocios y griegos puede ser un argumento retórico.
[15] Lo cual
abordaremos en la conclusión. En general, nos consideramos deudores y
continuadores de los trabajos de Marincola
(1994) y Silva (2010).
[16] Finley (1977b: 40).
[17] Una
excepcional síntesis del significado y la amplitud del término ἱστορίη/historíe
en época clásica lo encontramos en Lloyd
(2008: 17-26).
[18] Mucho se ha
razonado últimamente sobre el método de investigación de Heródoto (análisis y
bibliografía en Luraghi (2006)
pero creemos que la obra más amplia y autorizada es Lateiner (1989), al que en adelante seguiremos.
[19] Sobre la
causalidad en Heródoto véase el clásico de Sealey
(1957) y la bibliografía de Baragwanath
(2008: 15 n.39).
[20] Traducción
de Schrader (2000) ad loc.
[21] Amplíese la
cuestión en Scardino (2007: 82-89),
con interesantes apuntes sobre la utilización actual de Heródoto como fuente
historiográfica.
[22] Como sucede
muy a menudo en la obra de Heródoto, el análisis histórico depende con
frecuencia de la tradición oral (ἀκοή/akoé),
véase Lateiner (1989: 191) y Murray (2001). En este punto, Heródoto
ha recibido fuertes críticas de la historiografía moderna, especialmente Fehling (1989); v. Scardino (2007: 87).
[23] Cuestión
bien trabajada en Luraghi (2006).
[24] Véanse los
detalles en Asheri, Lloyd y Corcella (2007: 428-429).
[25] Más
ejemplos en Lateiner (1989: 192)
y un análisis del caso propuesto en Sierra
(2012a: 395-397).
[26] Metodología
inaugurada por Tucídides, renuente a revelar sus fuentes, lo cual resta
transparencia pero suma firmeza y verosimilitud al discurso histórico, vid. Sierra (2014) en prensa.
[27] Muy bien
analizado en Corcella (1984) y Lateiner (1989: 189 ss.).
[28] Lateiner (1989: 196).
[29] Las
discusiones morales sobre la repercusión de las acciones humanas son frecuentes
en Heródoto así como la génesis de modelos y contra-modelos utilizados para
explicar el devenir de la historia. Véase Sierra
(2011).
[30] Para tener
una visión amplia de la analogía, entendida como herramienta intelectual y
utilizada en multitud de parcelas del saber griego, véase Lloyd (1987: 355-386).
[31] El esquema
que presentamos fue planteado por D. A. Russel y queda recogido en Hershbell (1993: 153) y Marincola (1994: 195).
[32] Baragwanath (2008: 14 ss.).
[33] Aspecto que
concuerda con el género biográfico pero que no es endémico de Plutarco puesto
que la historiografía helenística y romana introdujo rasgos encomiásticos y
laudatorios alrededor de la historia local y ‘nacional’, como bien sugiere Barigazzi (1984: 276).
[34] Marincola (1994: 193).
[35] No estamos
interesados en censurar la forma de entender la historia en Plutarco. La
siguiente reflexión de Lateiner (1989:
191) es muy pertinente: “Different epochs demand different modes of inquiry…”.
[36] Alonso-Troncoso (1987: 27-60) resulta
indispensable en el acercamiento a la terminología y al derecho ‘internacional’
griego en relación con la condición de neutral. Asimismo, el autor analiza las
delicadas relaciones entre Esparta y Argos en el contexto político del
Peloponeso, Alonso-Troncoso (1987:
185-188).
[37] Estamos de
acuerdo con Silva (2010: 43)
cuando sostiene que la intención de Plutarco es construir una imagen favorable
del pasado griego.
[38] Coincidimos
con Hershbell (1993: 149), al
valorar que Plutarco conocía muy bien la obra de Heródoto.
[39] Un
argumento similar esgrimieron los tebanos contra los plateos antes de destruir
su ciudad durante la guerra del Peloponeso, esto es, que los plateos no
apoyaron la causa griega por pundonor sino porque lo hicieron los atenienses
(Th. 3. 62). Sin duda Plutarco conocía esta versión que omite en su
razonamiento ¿A modo de censura?
[40] Plutarco
utiliza con frecuencia la tradición popular y religiosa, la probabilidad, la
inconsistencia interna del relato e incluso el propio silencio de Heródoto
sobre ciertos aspectos (Marincola
1994: 197). El contraste entre fuentes es habitual tanto en Vidas Paralelas como en Moralia, v. Bowie (2008).
[41] Sobre esta
rebelión v. Briant (1996: 47-48).
[42] Nuevamente
coincidimos con Silva (2010: 42).
[43] Como
sugiere Casevitz (1995: 7), no
parece colegirse del texto que Heródoto creyera que los sucesivos raptos de
mujeres desembocaran en el conflicto entre griegos y persas.
[44] En Hdt. 1.4
se habla de Europa y Asia como territorios diferenciados pero nada tiene que
ver con Occidente y Oriente como quiere hacer ver Rutherford (2012: 23), quien parece seguir la línea marcada
por Victor Davis Hanson; v. Antela-Bernárdez (2011). Sobre la
interpretación de los orígenes míticos de la rivalidad greco-persa, véase Asheri, Lloyd y Corcella (2007: 73-74), donde se defiende acertadamente que
son versiones racionalizadas y politizadas de mitos griegos.
[45] Nótese un
planteamiento análogo en torno a la rebelión jonia como posible casus belli de las guerras médicas (Mor. 861B contra Hdt. 5. 97. 3). El
planteamiento evoca la tendencia de los oradores áticos del siglo IV a.C. a
reforzar sus argumentos mediante el pasado glorioso de la Atenas del V a.C. (Finley 1977a).
[46] Un reciente
análisis sobre la utilización del estilo indirecto en Heródoto lo hallamos en Scardino (2012).
[47] No
olvidemos también la cuestión alrededor del Heracles egipcio (Hdt. 2. 44-45); v. Ramón-Palerm (2013: 234).
Ciertamente, Heródoto admiraba el avance y los logros de la cultura egipcia a
quienes atribuye la invención de la geometría (Hdt. 2. 109. 3), reconoce sus
admirables maravillas (Hdt. 2. 35) e, incluso, advierte que su organización de
la medicina era más avanzada que la griega (Hdt. 2. 84). Véase Lloyd (2002), Nesselrath (2009), Sierra
(2012a: 399-403) y, especialmente, Ramón-Palerm
(2013: 231 ss.).
[48] Por motivos
de espacio, no nos detendremos más en la cuestión de la religiosidad de
Heródoto. Amplíese el tema en el excelente apéndice de Mikalson (2003: 166-195) y el comentario histórico de Lloyd (1994).
[49] De igual
modo entiende Plutarco la narración de Heródoto acerca de las acciones impías
de Menelao en Egipto (Hdt. 2. 119. 1 contra Mor.
857B).
[50] Pocos son
los autores que se resisten a recordar este epíteto aunque no lo compartan.
Véase Hershbell (1993: 159 ss.) y
Ramón-Palerm (2013: 229).
[51] La posición
ideológica de Plutarco respecto a los bárbaros ha inspirado incluso
monografías, como la de Schmidt (1999).
[52] Sobre la
tolerancia cultural de Heródoto recomendamos encarecidamente el análisis de Soares (2001) y los apuntes referidos
al Her.Mal. de Legrand (1981: 12-13) y Ramón-Palerm (2013: 230).
[53] Incluso se
barajan personajes analizados por Tucídides como Cleón e Hipérbolo (Mor. 855C) v. Silva (2010: 40-44)
y, sobre la recepción de Tucídides en Plutarco, v. Pelling (2002).
[54] Más
detalles sobre esta acción en Scardino
(2007: 241-248).
[55] Bien puede
ser que Heródoto reflejara un conflicto de intereses políticos posterior a
Salamina, v. Moles (2002: 33-35).
[56] Véase un
razonamiento similar en Baragwanath
(2008: 13-14).
[57] La imagen
hasta cierto punto negativa que ofrece Heródoto sobre Temístocles difiere en
gran medida de la que años después proyectará Tucídides (Hdt. 8.112 contra Th. 1.
138. 3). Plutarco se posicionó a favor del ateniense pero lo cierto es que la
cuestión ha generado multitud de literatura. Según nuestra opinión, resulta
difícil dibujar el perfil moral de los personajes históricos cuando las fuentes
discrepan ya que los argumentos se reducen a valorar la autoridad de un autor
sobre otro, lo cual es subjetivo. Este problema queda bien definido en Podlecki (1975: 67-77); Sierra (2011: 82-85) y Blösel (2012).
[58] Más
detalles sobre esta narración en Podlecki
(1975: 17 ss.) y Hershbell (1993:
152).
[59] Curiosamente Plutarco cita al poeta Píndaro
para desmentir algunas observaciones de Heródoto, introduciendo que la memoria
histórica no era responsabilidad única de los historiadores.
[60] Sobre el
término véase Graf (1984) y Tuplin (1997). Sobre el contexto
consúltese Sierra (2013: 55-58).
[61] También
conocemos la lista de póleis que
resistieron a Jerjes en Hdt. 8. 82. 1; Th. 1. 132. 2 y en la epigrafía, SIG 31+ y ML 27 (= Meiggs-Lewis).
[62] Por
ejemplo, el argumento de los plateos antes de que los tebanos destruyeran su
ciudad en 427 a.C. apunta en esta dirección (Th. 3. 52. 5), v. Sierra
(2013: 57).
[63] FGrHist III B 379 fr. 5. Más adelante se
cita de nuevo a Aristófanes (Mor.
867A) para desmentir que Leontíadas fuera el comandante de los tebanos en
Termópilas, tal y como afirmó Heródoto (7. 233. 2).
[64] Algo
parecido sucedió a Heródoto en Corinto según indica Dión de Prusa (Discursos 37. 7).
[65] Esto es,
por necesidad (ἀνάγκη/anánke).
Véase razonamiento en Hershbell (1993:
159).
[66] Heródoto
sugiere que los tebanos permanecieron con Leónidas en calidad de rehenes para
implicar a la ciudad ante Jerjes.
[67] Seguramente
Heródoto desarrolló una línea de interpretación antitebana alimentada
por intereses atenienses, sobre todo a partir del IV a.C., aunque Baragwanath (2008: 227) no lo aprecie
en este sentido. Al respecto, remitimos al excelente y completo análisis de Steinbock (2013: 100-154), con
abundante y selecta bibliografía.
[68] Un completo
análisis sobre la injerencia de los oráculos en la Historia lo hallamos en Carrière
(1988).
[69] Sobre la
importancia de los oráculos en la historia de Atenas véase Martínez Lacy (2014) en prensa. Más
detalles sobre la narración en Mikalson
(2003: 16-18).
[70] Como indica
Mikalson (2003: 18), al parecer
el rey espartano Cleómenes también sobornó al oráculo para que deslegitimara la
filiación entre Demarato y Aristón, logrando finalmente destronar a Demarato
(Hdt. 6. 66). Sobre la sucesión real en Esparta véase Fornis (2003: 40-42).
[71] La división
entre la faceta religiosa y la política del oráculo de Delfos es una cuestión
bien conocida, véase Silva (2012:
6).
[72] La
tradición ateniense del siglo IV a.C. insistirá en la culpabilidad de los
Alcmeónidas (Arist. Ath. 19; Dem. 21.
144; Isócrates 15. 232 y Filócoro FGrHist
328 fr 115). En general, sobre Heródoto y los Alcmeónidas véase Baragwanath (2008: 27 ss.).
[73] Nótense los
esfuerzos de Plutarco en La desaparición
de los oráculos por reforzar el prestigio de Delfos, v. Silva (2012: 11).
[74] Ctesias fue
un médico-historiador contemporáneo de Jenofonte en cuyas obras se aprecia una
fuerte animadversión hacia Heródoto (v.
Stronk 2010: 40). Por otro lado, Aristóteles discutirá la veracidad de ciertos
datos de índole naturalista en la obra de Heródoto: la descripción de los
camellos (HA 499a20-21 contra Hdt. 3.
103), la discusión en torno al color del esperma de los etíopes (GA 736a10 [blanco] contra Hdt. 3. 101
[negro]) y sobre la reproducción de los peces (GA 756b5-10 contra Hdt. 3. 93), véase por ejemplo Plácido (1986: 18) y especialmente Thomas (2000).
[75] Datos
glosados por Momigliano (1984:
141).
[76] También
fueron importantes las impresiones de Cicerón, quien acuñó el célebre ‘padre de
la historia’ en relación a Heródoto (De
leg. 1. 1. 5) aunque luego no creyera en la veracidad del historiador; v. Sierra
(2012c).
[77] Según Marincola (1994: 202), Plutarco pudo
seguir la estela de Dionisio de Halicarnaso y confeccionar el Her.Mal. como respuesta al Sobre Tucídides. Nosotros creemos que
las motivaciones de Plutarco fueron más complejas pero no queremos extendernos
más en el debate Heródoto-Tucídides y por ello remitimos a Plácido (1986) y a las recientes contribuciones
de Foster y Lateiner (2012) y Sierra (2012b), ambas con bibliografía
actualizada.
[78] Tal y como
sugieren Baragwanath (2008: 9) y Geiger (2014: 296).
[79] Un
acercamiento particularmente bien explicado al movimiento intelectual conocido
como ‘segunda sofística’ lo hallamos en el clásico de Bowie (1981). Es remarcable señalar el giro interpretativo de
las nuevas tendencias historiográficas, que entienden el movimiento como una
efervescencia cultural y no como los últimos coletazos de la cultura clásica;
véase Schmitz (2014).
[80] Como bien
indica Barigazzi (1984: 264).
[81] A modo de
ejemplo, léase el discurso A Favor de la
paz con los atenienses de Elio Aristides (VIII) que, en pleno siglo II
d.C., recrea la delicada posición de Atenas tras perder la guerra del
Peloponeso.
[82] O quizás su
discípulo Favorino de Arlés, aunque el discurso se contabiliza en el corpus de Dión de Prusa, véase Del Cerro Calderón (1997: 41).
[83] Traducción
de Del Cerro Calderón (1997).
[84] Entendemos
que el concepto ‘resistencia cultural’ es de cuño moderno y especialmente
vigente en el pensamiento post-colonial, como bien indica Whitmarsh (2012: 58-60).
[85] Véase, por
ejemplo, cómo la lectura de Elio Aristides, Discurso
a Roma (XXVI) no deja lugar a dudas de la realidad que suponía el dominio
romano. En general sobre este asunto véase Cortés-Copete
(2008) y Whitmarsh (2012: 62).
Sobre la relación entre Plutarco y Roma son interesantes los análisis
actualizados de Silva (2012: 4-5)
y Stadter (2014).
[86] Excelente
análisis en La Penna (1978: 38-39).
[87] Véanse
argumentos y referencias epigráficas en Cortés-Copete
(2008: 137).
[88] El
emperador incluso se presentó como un nuevo Alejandro (imitatio Alexandri; D. C. 68. 26. 4) y se arrogó la causa griega
para justificar su campaña en oriente. De hecho, el propio Alejandro también
buscó modelos a los que parangonarse, como Aquiles, Heracles o Dioniso; v. Antela
(2007).
[89] Gracias a
esta revalorización de la Grecia clásica y su pasado, las oligarquías griegas
consiguieron medrar en importancia dentro del imperio, véase Cortés-Copete (2008: 141).
[90] Plutarco
quizás no perteneciera a la ‘segunda sofística’ stricto sensu pero destacamos su carácter de precursor del
movimiento. Los nuevos sofistas se oponían a los ‘asianistas’ que desarrollaron
otro discurso ideológico, v. Legrand (1981: 117).
[91] Aristides
también negó que Heródoto llegara a Elefantina (36. 51) aunque advirtió que su
intención no era censurar al historiador como hacían otros en su época (36.
57).
[92] Nótese el
claro paralelismo con Mor. 870B donde
incluso se utiliza el mismo epitafio como argumento en defensa del valor
corintio en la citada batalla.
[93] Luciano no compartía la noción patriótica de la historia que circulaba en su época (Hist.Conscr. 7).