Luis
Fernández Gallardo
(UNED. Centro Asociado de Albacete)
El Discurso Directo en la
Crónica Real Castellana del siglo XV
Direct Speech
in the Castilian Royal Chronicle of the XVth. Century
Abstract: In the fifteenth Century,
the Castilian royal chronicle reached a literary maturity that is evident in
the use of direct speech. There is no linear evolution, but swings from the
rich plurality of voices in García de Santa María´s chronicle, to the extreme
selection of Barrientos, conditioned by various propaganda strategies. Enriquez
del Castillo expresses the aspiration to eloquence of humanistic
historiography. Nevertheless,
it is only thanks to Fernando de Pulgar that full awareness of humanistic
writing of history is taken, by means of the imitatio of its
model, Livy. Humanistic eloquence became a means of exalting the monarchy of
the Catholic Monarchs.
Key
Words: Speeches; Rhetoric; Historiography; Castilian Royal Chronicle.
Resumen: La crónica real
castellana alcanzó en el siglo XV una madurez literaria que se manifiesta en el
uso del estilo directo. No hay una evolución lineal, sino oscilaciones desde la
rica pluralidad de voces de la crónica de Álvar García de Santa María, hasta la
extrema selección de Barrientos, condicionadas por diversas estrategias propagandísticas.
Enríquez del Castillo expresa la aspiración a la elocuencia propia de la
historiografía humanística. Sólo con Fernando de Pulgar es asumida con plena
conciencia la escritura humanística de la historia, mediante la imitatio de su modelo, Tito Livio. La
elocuencia humanística devenía un medio para la exaltación de la monarquía de
los Reyes Católicos.
Palabras Clave: Discursos, Retórica, Historiografía;
Crónica Real Castellana.
Fecha de Recepción: 21 de mayo de 2014.
Fecha de Aceptación: 15 de septiembre
de 2014.
El término arenga se
incorpora al léxico castellano* poco antes del siglo XV.[1] El
autor que lo documenta por primera vez es Estéfano de Sevilla (fl. 1346-1380),[2] médico al servicio de la
sede hispalense, en su Visita y consejo
de médicos. Aparece dos veces en locución latina y una tercera en contexto
plenamente vernáculo, como sinónimo de prólogo. Este primer testimonio es
sumamente revelador de la procedencia de la palabra, que va a condicionar su
perfil semántico. Se trata del término latino homónimo, un tecnicismo retórico
propio del latín medieval, que en las cartas solemnes designaba al preámbulo,
la primera parte del cuerpo o centro del documento.[3] Su naturaleza proemial
facilitó que se extendiera su uso a todo tipo de textos solemnes –como es el
caso de la crónica-, de manera que devino sinónimo de prólogo.
A su vez, la
índole artificiosa de la arenga, su
naturaleza retórica, aun cuando proporcione el marco idóneo para el desarrollo
del discurso propagandístico (la formulación de los principios fundamentales de
la moral del príncipe o de las máximas esenciales que han de regir la conducta
del hombre),[4]
determinaría que ampliara su significado, extendiéndose al ámbito de la
oratoria,[5] pasando
a designar discurso. Desde esta perspectiva devino sinónimo de proposición, término retórico que, en
principio limitado a la parte expositiva,[6] pasó a denominar toda la
pieza oratoria.[7]
En cualquier
caso, ambas derivaciones semánticas vienen a compartir su naturaleza retórica.
Los usuarios del vocablo arenga ponen
de manifiesto su condición de letrados curtidos en el estudio del ars dictaminis y su vínculo con las
cancillerías regias. Tal vez no sea casual que uno de los más tempranos
testimonios –no aparece recogido ni en CORDE
ni en NDHE- figure en la obra que
abre el ciclo cronístico de los Trastámara del siglo XV: la Crónica de Álvar García de Santa María.[8] Es de
notar el perfil semántico que revela el contexto: figura en el prólogo,
refiriéndose al que los cronistas predecesores incluían en sus obras, designado
mediante precisa y expresiva paráfrasis (“que conviene e de razón se requiere
al comienço e entrada de las dichas Corónicas”). A su vez, la utilización del
verbo ordenar (“muy complidamente
hordenado”) para indicar los contenidos de dichas arengas no es trivial, sino
que remite a la terminología retórica, a la ordinatio.
Y es que el cronista real era ante todo un curial, hombre de cancillería: en
1408, durante la regencia de Juan II, don Álvar fue nombrado escribano de
cámara; fue asimismo regidor de Burgos.[9] Desde esta condición de
burócrata habrá que valorar los usos elocutivos del cronista. El término arenga se revela entonces como cultismo,[10]
procedente del léxico de las artes
dictaminis.
Uno de los
continuadores de la Crónica de don
Álvar ofrece un significativo testimonio de la dimensión oratoria que adquiere
el término.[11] Se
trata de un discurso pronunciado en el marco de las ceremonias de una entrada
real, la de Juan II en Toledo, en 1431. Se confirma el carácter letrado de esta
modalidad discursiva en la medida en que, aun cuando se subraya el contenido
religioso de la arenga, no fue pronunciada por un hombre de iglesia, sino por
un laico, un “letrado”: ¿acaso un miembro de la curia?
I. LAS CRÓNICAS DE JUAN II
La endémica
inestabilidad política del reinado de Juan II tiene una de sus expresiones más
lacerantes en la inexistencia de una crónica real definitiva de este monarca.
En su lugar quedaron fragmentos de diversa calidad historiográfica y, sobre
todo, de diferente orientación ideológica. No deja de ser paradójico que se
produzca esta dispersión cronística en el momento en que se consolida
institucionalmente la figura del cronista real, que de ser ocupación ocasional
de cancilleres con vocación literaria pasa a ser oficio cortesano con cargo a
la hacienda real.[12] Este
hecho iba a ser decisivo en la medida en que la crónica real quedaba sometida a
un control más estrecho por parte de la realeza —en realidad, de las facciones
que se disputaban el ejercicio efectivo del poder.
1. La Crónica de Álvar García de Santa María.
A los regentes
Catalina de Lancaster y Fernando de Antequera se debe la iniciativa de componer
la crónica del reinado de Juan II.[13] Tal cometido recayó sobre
Álvar García de Santa María, hombre del entorno del regente don Fernando,
nombrado escribano de cámara en 1408. En documento fechado en 1410 figuraba ya
como cronista.[14] Don
Álvar pertenecía a la familia de los Santa María, célebre estirpe de conversos.
Era hermano del patriarca Pablo de Santa María, que en fulgurante carrera
política y eclesiástica de rabino de Burgos pasaría a ser prelado de dicha
sede. Desde esta condición de converso y fiel servidor de Fernando de
Antequera, emprendería la redacción de la crónica real,[15] que quedó interrumpida
debido a los vaivenes políticos del turbulento reinado.[16]
1.a. Primera parte.
En la primera
parte se observa un uso abundante del discurso directo. Diríase que obedece a
una proclividad a la presentación dramática de los hechos, acaso condicionada
por los hábitos profesionales propios de escribano, que toma acta de los
eventos referidos —por tanto, de las palabras pronunciadas en los mismos.[17] En la
medida en que el autor se propone allegar “los fechos [...] en quanto él pudo
saber e vió” (CJII.1a, p. 5), desde
su condición de curial, obviamente concederá especial atención a los asuntos de
la corte, a los debates y discusiones que se desarrollaban en los distintos
órganos de gobierno e instituciones: Consejo Real, cortes. Pues bien, don Álvar
va a conceder generosamente la palabra a los actores de la Crónica, de manera que el relato adquiere un acusado sesgo
dramático. Pero no se trata sólo de los momentos de actividad curialesca. La
predilección por la expresión directa de los personajes se observa asimismo en
otras situaciones, que ponen de manifiesto una arraigada tendencia elocutiva.
En efecto, el autor gusta de sazonar el puntual relato de los hechos de armas
con la voz directa de sus protagonistas, aunque se trate de simples
alocuciones, exhortaciones gritadas en el fragor del combate. Pero es más, hay
un rasgo sumamente significativo de dicha predilección: la transición del
estilo indirecto al directo sin solución de
continuidad, revelador de esa incontenible tendencia a la expresión
directa de los personajes. No es casual que esto ocurra en sendas
intervenciones del protagonista, don Fernando de Antequera (CJII.1a, pp. 21, 219,[18] 235).
A este respecto
es irrelevante el estado de redacción del texto editado, borrador o versión
definitiva. En el primer –y tal vez más probable- caso revelaría la índole
genuina de los hábitos elocutivos de don Álvar, esa espontánea proclividad a la
presentación dramática de los hechos, aunque en el caso de la toma de juramento
por parte del obispo de Sigüenza quepa atribuir este rasgo estilístico a la
intención de destacar mediante el estilo directo una parte sustancial del
discurso (CJII.1a, p. 48).
En esa
predilección por el estilo directo convergen dos estímulos. Por un lado la
propia naturaleza curialesca de buena parte de los contenidos de la crónica;
esto es, el desarrollo de la actividad institucional propia de los órganos
colegiados, especialmente cortes y Consejo Real. Por otro, la tradición
elocutiva propia del género, que arranca de la *Historia hasta 1288 dialogada, la cual introduce una peculiar
forma de diálogo, expresión de un componente de ficcionalidad que se manifiesta
en el nivel elocutivo.[19] El uso
que hace don Álvar del discurso directo revela su índole tradicional, en modo
alguno deudora de la emulación humanística de los grandes historiadores de la
Antigüedad en lo relativo a la inclusión de elaboradas peroraciones
pronunciadas por los actores de los hechos.
Y en efecto,
Álvar García declara expresamente que la reproducción de elaborados discursos
no forma parte propiamente del cometido del historiador. Así, al narrar los
debates que se desarrollaron en las cortes de Segovia de 1407 sobre la guerra
contra el reino de Granada, en el momento en que hace referencia a la
intervención del obispo de Palencia Sancho de Rojas, tras ponderar su primor elocutivo,
indica la omisión del prólogo, pues, no obstante su cuidada elaboración, no
pertenece al objeto de la historia.[20] En definitiva, como
historiador se mostraba indiferente hacia las cualidades formales de los
discursos recogidos en la Crónica.
En la medida en
que el cronista proclamaba su condición de testigo de los hechos, como indica
en el prólogo,[21] cabe
plantearse la naturaleza real o ficticia de discursos y alocuciones. En este
punto conviene distinguir entre el hecho elocutivo en sí, esto es, la
pronunciación del discurso, y la efectiva literalidad de su contenido. Si cabe
conceder que en el caso de las intervenciones en las cortes o en el Consejo
Real, quien fuera escribano de cámara podría haber acudido a las actas de las
reuniones, en el caso de las alocuciones bélicas resulta improbable que recojan
la efectiva realidad de la situación narrada, aunque sea incontestable su
verosimilitud. Ahora bien, en una ocasión se descubre inequívocamente la índole
ficticia de la alocución en cuestión: la respuesta que los consejeros del rey
de Granada le dieron ante la tristeza y el enojo que mostró al tener noticia de
la caída de Antequera (CJII.1a, pp.
391-391). Se trata de una exhortación consolatoria a mantener la confianza en
Dios frente a las adversidades. El hecho de aparecer traducida en castellano,
por tanto, supone ya una manipulación de lo que se diría en lengua arábiga. Por
otra parte, el carácter sentencioso que presenta apunta a una intencionalidad
didáctica, análoga a la de los comentarios con que acompaña en ocasiones su
relato. De este modo, la escena del rey abatido y consolado por sus consejeros
ofrece las trazas de fabulación, que, sin salirse de la verosimilitud,
coadyuvaba a una más eficaz celebración de la gran gesta del protagonista
efectivo de la Crónica, don Fernando
de Antequera.
Acapara éste el
discurso directo, como era de esperar, con veintinueve intervenciones. Sin
embargo, en el resto de los personajes no se observa una jerarquía en lo que se
refiere a la frecuencia de uso ajustada a la categoría y posición ostentada en
la corte –aun teniendo en cuenta que aquélla aparezca sesgada por imperativo
ideológico: repárese sin más en la limitada presencia de Catalina de Lancaster,
con sólo cuatro intervenciones (CJII.1a,
pp. 51, 72-73, 200, 205), entre las dramatis
personae. Análoga presencia tienen el conde de Trastámara don Fadrique y el
obispo de Palencia Sancho de Rojas. Y es que un rasgo peculiar del discurso
directo en la Crónica es la acusada
presencia de un emisor colectivo, de una suerte de voz coral que se erige en
representante de diversas instancias corporativas: consejeros reales,
procuradores de cortes, guerreros o, en su más alto grado de colectividad, el
pueblo, convocado como coro para la aclamación del héroe en su entrada triunfal
en Sevilla tras la conquista de Antequera (CJII.1a,
p. 400).
Las modalidades
del discurso directo en la Crónica de
don Álvar abarcan desde la peroración extensa hasta las fórmulas escuetas del
ceremonial o las exhortaciones casi interjectivas pronunciadas en la batalla.
Las primeras tienen un contenido esencialmente político. Constituyen un
testimonio elocuente del sermón político castellano. Ofrecen especial relieve
los discursos pronunciados en las Cortes de Segovia (1407), convocadas para el
otorgamiento de los fondos necesarios para la financiación de la campaña contra
el reino de Granada.[22]
Interviene en primer lugar Fernando de Antequera (CJII.1a, pp. 69-72). Su discurso es presentado como “proposición”,
esto es, arenga, ya que se utiliza el verbo proponer
para designar la modalidad específica de dicha intervención.[23] La
pieza posee una rigurosa estructura en que las secciones se van articulando
mediante marcadores discursivos (“otrosí”, “por tanto”). En la parte expositiva
se desarrolla el fundamento ideológico de la empresa bélica, la doctrina de la
guerra justa: defensa y exaltación de la fe católica, y recuperación del solar
otrora regido por los antecesores de los reyes castellanos. Asumida como honda
convicción personal, viene a dibujar con vigoroso trazo el perfil heroico y
caballeresco del héroe de la Crónica.
Interviene a continuación la reina regente Catalina, quien, desde una
perspectiva más pragmática, insiste con más detalle en las necesidades
financieras de la empresa (CJII.1a,
pp. 72-73). Tras ella, toma la palabra Sancho de Rojas, obispo de Palencia,
cuya peroración adopta la forma de sermón (CJII.1a,
pp. 73-76). El cronista deja constancia de la calidad formal de la pieza,
ajustada al patrón homilético,[24]
identificando el tema. El discurso viene a ser una suerte de glosa del
pronunciado por Fernando de Antequera, cuyas cualidades caballerescas (lealtad,
liberalidad, fortaleza) aparecen realzadas, y, por tanto, un desarrollo más
detenido de la doctrina de la guerra justa, en que se fundamentan los proyectos
bélicos del Infante. Luego interviene la voz colectiva de los procuradores (CJII.1a, pp. 76-79), que, aun cuando
apoyan la guerra contra el reino de Granada, exigen las oportunas garantías
para el uso adecuado de los fondos requeridos. Finalmente toma la palabra don
Fadrique, conde de Trastámara (CJII.1a,
pp. 79-80),[25] en
representación de la nobleza, de “los fijosdalgo” (CJII.1a, p. 80), destacando el protagonismo que ésta debe asumir en
tan magna empresa, por lo que aprovecha la ocasión para reclamar los pagos
atrasados.
Cinco voces,
pues, que proclaman unánimemente la licitud y la necesidad de la guerra contra
el infiel. El cronista presenta de este modo, mediante recursos dramáticos, una
escenificación del consenso político castellano en torno a la guerra contra el
reino nazarí. Todos los estamentos –nobleza, clero, ciudadanos- se presentan
unidos en la concordia del ideal de la guerra justa –tal es el concepto alegado
precisamente por Fernando de Antequera para definir la empresa bélica contra el
reino de Granada (CJII.1a, p. 192).
Entonan voces diferentes, cada una representa una perspectiva, la específica
visión estamental del hecho bélico, pero de la coincidencia esencial en el
apoyo a la iniciativa de Fernando de Antequera deriva la armonía del cuerpo
político castellano.[26]
Cierto incomodo
se observa en la reproducción de amplias arengas que hace el cronista, pues
éste se siente obligado a declarar la omisión de lo que no considera adecuado
al relato histórico. Diríase que sus preferencias elocutivas se sitúan más bien
en la intervención breve,[27] en el
diálogo ágil, que confieren especial viveza a la narración y revelan su
habilidad para la caracterización de los personajes o la evocación dramática de
situaciones. A su vez, la expresión breve adquiere un sesgo sentencioso, cierta
cualidad de apotegma, con que la Crónica
adquiere plena virtualidad didáctica.
La calidad
virtuosa del héroe de la Crónica[28] se va revelando en
sus mismas palabras. Su voz abarca un amplio registro que va desde la solemne
peroración institucional hasta el exabrupto que en su espontaneidad descubre el
genio íntimo del personaje. Precisamente en las intervenciones breves se
manifiestan los matices que van componiendo la personalidad heroica del
Infante. Todas ellas giran en torno a la guerra de Granada, que constituye el
tema principal de este tramo de la Crónica.
En la cima del sistema de valores que encarna don Fernando se sitúa la honra
caballeresca. Junto a las motivaciones religiosas y políticas alegadas para
justificar la licitud de la guerra contra Granada, presenta la “honra de
Cauallería” como imperativo que ha de guiar el esfuerzo y los afanes guerreros
(CJII.1a, p. 177). Don Fernando
aparece como jefe militar ecuánime y ponderado, sensible a la opinión de sus
subordinados y capaz de cambiar la suya ante las razones alegadas, como en el
caso del cerco de Setenil, del que ha de desistir aunque sintiera herido su
pundonor caballeresco (CJII.1a, pp.
178-179).[29]
Aparece asimismo como jefe exigente que afea la negligencia de los más altos
responsables del ejército, el condestable Dávalos y el mariscal Diego Fernández
(CJII.1a, p. 167). Pero, a su vez, se
muestra como buen señor, cuando expresa su pesar por la muerte de Rodrigo de
Ribera, primogénito de Per Afán de Ribera, caído al acometer a unos moros cerca
de Zahara, y otorga mercedes a sus hijos en generoso reconocimiento de la
abnegación del padre (CJII.1a, p.
173).
Junto a las
virtudes bélicas, la voz directa de don Fernando expresa también su profunda
piedad: su rigor en el ayuno cuaresmal, al ponderar los beneficios derivados de
tan devota práctica (CJII.1a, pp.
274-275). Matizando el perfil humano del Infante, se incluye también la
expresión faceciosa: breve y sentenciosa al reprochar la falta de iniciativa
personal de sus consejeros para la toma de Antequera,[30] y digna de figurar en las
colecciones de facecias tan del gusto de la centuria siguiente y expresión de
uno de los valores del ideal humano propio del humanismo: el vir facetus.[31] De hecho, la Crónica deja entrever que el dictum del infante corría de boca en
boca.
Tras el Infante,
asumen una intervención protagonista las voces colectivas de procuradores y
consejeros. Los primeros aparecen sobre todo en las sesiones de cortes, de que
da puntual noticia la Crónica,
siempre en diálogo con los regentes. Representación de las ciudades (el “tercer
estado del reino” según la propia terminología de las actas de las cortes), su
voz expresa la perspectiva ciudadana de la guerra de Granada: bajo la firme
declaración de su licitud se percibe cierta reticencia, que se manifiesta en el
celo exhibido en la correcta administración de los fondos otorgados para su
financiación, especialmente tras el fin de la tregua que había firmado el rey
de Granada en noviembre de 1408 (CJII.1a,
pp. 233-234). La voz de los consejeros aparece asimismo referida a la guerra de
Granada y en diálogo con la del Infante don Fernando. Viene a representar la
experiencia que refrena el impulso animoso del esforzado regente, a quien el
afán de honor le llevaba a preterir la prudencia y el cálculo propios de una
estrategia racional. Especialmente significativa es la alocución con que
argumentan la necesidad de abandonar el cerco de Setenil (CJII.1a, pp. 176-177).
La predilección
de don Álvar por la presentación dramática de la narración se revela
especialmente en las escenas bélicas. El cronista gusta de intercalar en el
relato de las escaramuzas la voz colectiva de los guerreros, que evoca con su
dicción interjeccional el fragor del combate de modo vívido e inmediato.[32] Ésta
puede asumir asimismo un valor edificante, cuando expresa el esfuerzo bélico
subordinado al imperativo de la guerra santa: la disposición a morir, tras
encomendarse a Dios y a Santiago, en la lucha contra el infiel.[33] Así,
la voz del guerrero adquiere un sesgo ejemplarizante, realzado por su tono
apotegmático. Pues difícilmente podría la Crónica
reproducir el tenor literal de los gritos de los combatientes habrá que poner
en el haber de la ficcionalidad tales alocuciones, aun cuando posean alto grado
de verosimilitud.[34]
Don Álvar deja
asimismo oír la voz del enemigo, de los moros. Se trata de diálogos con
guerreros cristianos que componen estampas diversas de la guerra, desde la
perspectiva del contacto personal, verbal de los contendientes. Don Álvar es
consciente de la barrera idiomática que los separaba, al indicar cómo el
condestable Dávalos se dirigió a los moros de Setenil “en aráuigo” o se valió
de “vn conberso que fue moro” para hablar con ellos (CJII.1a, p. 181). En otra ocasión, el diálogo presenta de forma
dramática la negociación para la entrega de Priego a los moros (CJII.1a, pp. 251-252). El cronista
también los presenta exhortando a los suyos al combate, enardeciéndolos con
enérgica voz.[35] Es
capaz, asimismo, de introducir al lector en los aposentos del rey de Granada y
hacerle escuchar la voz de los consejeros que intentaban consolarlo de la
pérdida de Antequera, en breve y sentencioso diálogo que posee una evidente
función ejemplar (CJII.1a, p. 391).
1.b. Segunda parte.
El segundo tramo
de la Crónica, que se extiende hasta
1434, se ha atribuido asimismo a don Álvar. Mas presenta una notable diferencia
con el primero en lo relativo al uso del discurso directo: se reduce
drásticamente, aun cuando se refieren con detalle las interminables
conversaciones y negociaciones con que desarrollaba el pulso político de los
Infantes de Aragón por hacerse con el control de la persona del rey. Más que de
una elusión de esta modalidad elocutiva se trataría de su sistemática
transformación en estilo indirecto, a la vez que una rigurosa selección de los
personajes que ostentan voz propia en la Crónica.
El texto actual deja entrever las huellas de este proceso de revisión de
estilo. Así, al dar cuenta de la respuesta de Álvaro de Luna a la oferta que le
hacía el infante don Juan, el cronista utiliza la fórmula introductoria propia
del estilo directo para, a continuación, incluir el discurso referido.[36]
Asimismo en el diálogo que sostienen Álvaro de Luna y el condestable Dávalos
ante el castillo de Montalbán tras la liberación de Juan II de manos de su
primo el infante Enrique se observa la transformación de las alocuciones
respectivas a estilo indirecto dejando sin modificar la introducción propia del
discurso directo (CJII.1b, I, p.
174). La falta del “que” completivo tras el verbo dicendi –que emplea el autor normalmente cuando recurre al estilo
indirecto (p. ej.: CJII.1b, I, pp.
186, 187, 191, etc.)- delata dicha transformación. El estado actual de
elaboración de este tramo de la Crónica
pone al descubierto, pues, una sistemática revisión de estilo consistente en la
transformación del discurso directo en referido.
Ciertamente, el
autor ha de consignar en el relato cronístico numerosos discursos y
alocuciones, que venían a constituir el meollo de la actividad política
desarrollada en el marco cortesano, mas elude la reproducción literal de las
intervenciones más elaboradas, ni siquiera extractos, limitándose a dar noticia
tanto de su contenido como de aspectos formales. De especial interés son las
referencias a las peroraciones de Álvaro de Isorna, obispo de Cuenca. El
discurso pronunciado en la asamblea reunida en Toledo para jurar a la infanta
recién nacida (1422) es definido como “proposición a manera de sermón” (CJII.1b, I, p. 308), al igual que el que
pronunció con motivo del juramento del infante Enrique en Valladolid (1425).
Acerca de éste se informa asimismo de algunos aspectos formales: el “tema”
(“una autoridad del Profeta Isaías”),[37] la modalidad del desarrollo
(“fizo algunas confrontaciones é comparaciones” y las autoridades aducidas. Se
indica asimismo la duración: “dos horas” (CJII.1b,
I, p. 350). Los detalles a que desciende el cronista revelan un interés
inequívoco por la oratoria política, que, no obstante, no le lleva a su
reproducción literal. La razón de esta inhibición ante la voz directa del orador que sigue los cánones
homiléticos la ofrece el propio cronista: la historia no ha de incluir “cosas
especulativas” (CJII.1b, I, p. 350).
La reelaboración
estilística tiene como consecuencia una drástica reducción de los personajes
que intervienen con voz propia, que obedece a estricto criterio jerárquico. Y
es que el cronista revela una conciencia histórica de inspiración netamente
aristocrática. Así, la ejemplaridad a que aspira el relato histórico se pone en
el haber de la nobleza, pues lo digno de perpetuarse por escrito son “las
buenas obras é virtuosas de los caballeros é Grandes personajes”, que
constituyen “buen exemplo” (CJII.1b,
I, p. 180). Será, por tanto, el rey Juan II quien con diferencia haga un mayor
uso del discurso directo. El selecto grupo de personajes cuya voz se ofrece
directamente corresponde al ámbito cortesano: Álvaro de Luna, los infantes de
Aragón Enrique y Juan, el arzobispo de Toledo y otros magnates que juegan un
papel relevante en la trama política que se narra. Aparece asimismo un
destacado religioso, el prior de San Benito de Valladolid, perorando en estilo
directo. Sólo en una ocasión dejan oír su voz los procuradores de las ciudades,
precisamente los de Burgos (CJII.1b,
I, pp. 351-355), lo que no ha de ser ajeno al hecho de que don Álvar sea
oriundo de dicha ciudad. Se incluye la palabra directa de un personaje del
pueblo llano, un portero del rey, pero no se deja de constatar su excepcionalidad,
mediante la apelación a la mayor virtualidad ejemplar de tal actuación,
precisamente por la condición plebeya de dicho personaje.
La reducción del
abanico social de personajes cuya voz se reproduce afecta a las modalidades de
las peroraciones, que se ven asimismo limitadas. La práctica totalidad de las
intervenciones ocurren en el ámbito cortesano, predominantemente en actos de
naturaleza política o institucional. Ello unido a la reluctancia del autor al
uso del estilo directo da como resultado el que las intervenciones tengan una
extensión mediana, más próxima a la brevedad que al desarrollo demorado, y con
una tendencia a la expresión curialesca.
El rey es el
primero en tomar la palabra. Ello ocurre durante el secuestro que de su persona
llevó a cabo el infante don Enrique en Tordesillas (1420). Se trata de
brevísimas alocuciones que expresan con vigoroso dramatismo la sorpresa del
monarca ante las maquinaciones de su primo[38] y la reacción de enérgica
desaprobación ante tamaña osadía.[39] Tras
la fórmula de apertura de las Cortes de Ávila (1420), las intervenciones del
rey se refieren a las problemáticas relaciones con sus primos los infantes de
Aragón y a su relación con Álvaro de Luna. Son breves peroraciones en las que
con verbo ágil se destaca el perfil de un monarca que defiende con celo los
atributos de la soberanía regia. Adquiere especial efecto dramático la
respuesta dada al infante Enrique, que intentaba excusarse de las maniobras
posteriores al secuestro de Tordesillas. El contraste entre los gestos de
acatamiento del infante genuflexo y sumiso (CJII.1b,
I, pp. 280-281) y la respuesta seca y expeditiva del rey resulta especialmente
expresivo.[40]
Análoga firmeza presenta el requerimiento que le hace para que escuche la
lectura de unas cartas que resultaban comprometedoras para el infante Enrique (CJII.1b, I, pp. 282-283). Se da especial
realce a la ceremonia de otorgamiento del título condal a don Álvaro de Luna,
en que el rey ostenta la solemnidad propia del ceremonial cortesano (CJII.1b, I, pp. 325-326). Asimismo, se
recoge una frase que dijo Juan II para ponderar la eficacia del Relator Fernán
Díaz de Toledo, de la cual se indica que circulaba de boca en boca como dicho
consagrado por la autoridad de quien la pronunció; su tono sentencioso le
confiere calidad de apotegma.[41]
Los personajes
que tienen un mayor número de intervenciones tras el rey son los infantes de
Aragón y Álvaro de Luna. Llama la atención la escasa presencia de la voz
directa del privado del rey en la Crónica,
revelador testimonio de la renuencia del autor al uso del estilo directo:
breves alocuciones dispuestas, empero, eficazmente para destacar la lealtad de
don Álvaro al rey y a la institución monárquica. No ha de ser casual que sea el
primer personaje tras el rey en tomar la palabra en la Crónica. Su primera alocución consiste en una briosa defensa de la
autoridad regia en los confusos momentos del secuestro de Tordesillas. La
apelación al ejemplo de lo ocurrido en Francia otorga a las palabras de don
Álvaro cierta altura de hombre de estado, que se combina con la enérgica
recriminación de quienes actuaban en deservicio de la corona (CJII.1b, I, p. 90). Su intervención en
la ceremonia de recepción del título de condestable pone de manifiesto
nuevamente su sentido de estado al lamentar las circunstancias en que su
antecesor fue desposeído de tal dignidad. Se destaca ante todo su vocación de
servicio a la corona (CJII.1b, I, p.
320). Don Álvaro exhibe asimismo por medio de su palabra las virtudes
caballerescas: la fidelidad a la palabra dada, que sería motivo suficiente para
no dudar de los compromisos establecidos con el almirante Alfonso Enríquez y el
conde de Benavente, pese a lo cual se renovaron los juramentos que en su día se
prestaron (1427).[42] De
este modo, las cautelas que había de adoptar el privado en el delicado juego de
alianzas políticas e intrigas cortesanas se tornan ocasión para la ponderación
de sus virtudes caballerescas.
Los infantes de
Aragón asumen un protagonismo oratorio análogo al de Álvaro de Luna. El infante
Enrique acaparará el uso de la palabra. Su primera intervención es una cuidada
alocución dirigida a los procuradores de las ciudades convocados en Guadarrama
para justificar su actuación en el pulso político que mantuvo con el rey tras
el secuestro de Tordesillas (1421) (CJII.1b,
I, pp. 238-239). El cronista indica que junto a la peroración, el infante “por
escrito dio su respuesta muy larga” a los procuradores, lo que abona que el
testimonio de la crónica recoge fielmente el tenor literal de aquélla. Las
siguientes intervenciones ocurren dentro de la secuencia narrativa de su
apresamiento por orden del rey (1422). Requerido imperiosamente por el monarca,
aparece rindiendo cuentas de su proceder: dos breves alocuciones. En ambas el
cronista escenifica con cuidado la sumisión del infante, mediante la detallada
descripción de los gestos, que, especialmente en la primera, marcan la
distancia entre el rey y el magnate caído en desgracia (CJII.1b, I, p. 280). Tras justificar su actuación, que siempre
considera guiada por la voluntad de servicio al rey, y pedir gracia (CJII.1b, I, p. 281), ha de defenderse de
la acusación de traición y connivencia con el rey de Granada que unas cartas
comprometedoras avalaban (CJII.1b, I,
p. 285). Las arengas del infante Enrique constituían, pues, un dispositivo
retórico puesto el servicio de una imagen del rey que impone su autoridad sobre
una aristocracia levantisca. Sólo desde esta perspectiva se explica la atención
prestada a las palabras del infante, que cobran plena eficacia retórica en una actio cuidadosamente descrita. Y no sólo
a las del infante, sino a las de su emisario, que se harán acreedoras de la
enérgica y reprobatoria respuesta del rey (CJII.1b,
I, pp. 272-273).
Del infante don
Juan, en cambio, se recogen dos alocuciones, que, a diferencia de las de su
hermano Enrique, apuntan a destacar su sometimiento al rey. Primero, haciéndole
reverencia, junto con su hermano Pedro, tras la liberación de la forzada tutela
del infante Enrique (1420), y poniéndose a entera disposición del monarca. La
arenga concluye con la proclamación de la lealtad vasallática, que trasciende
el estricto marco feudal para incorporar la dimensión política aneja al señor
natural.[43] En
segundo lugar, reiterando su lealtad al heredero en la solemne ceremonia en que
éste fue jurado (1425).
Del alto clero
sólo ostenta voz propia el arzobispo de Toledo, Sancho de Rojas, cuya
intervención no presenta especial relieve, sino que se subordina a la
escenificación de la defensa del infante Enrique (1422) (CJII.1b, I, p. 269). Presenta, en cambio, mayor trascendencia la
alocución del prior de San Benito de Valladolid, de carácter litúrgico y
ceremonial, compeliendo ante la sagrada hostia a los jueces allí reunidos a la
leal deliberación (CJII.1b, I, p.
455), que se resolvió con el destierro de Álvaro de Luna (1427).
La arenga más
extensa corresponde a los representantes de las ciudades. Se trata del discurso
pronunciado por el procurador de Burgos en la ceremonia del juramento del
heredero de la corona (1425). Se hace referencia a las sempiternas querellas
sobre prelación, para destacar la primacía de Burgos (CJII.1b, I, p. 351). La amplia intervención se articula en torno a
la idea del amor del rey a sus reinos y señoríos, que se manifiesta en el bien
común, que ha de guiar los afanes del monarca.[44]
Una somera
comparación entre los usos del estilo directo en ambos tramos de la Crónica pone de manifiesto estrategias
elocutivas muy diferentes, que no pueden ser producto de un mismo autor. Se
impone, por tanto, postular que las modificaciones de que fue objeto la Crónica de Álvar García de Santa María
tras serle, según el fiable testimonio de Pérez de Guzmán, “tomada e pasada a
otras manos”, se extenderían no sólo a la reorientación ideológica impuesta
desde el valimiento de Álvaro de Luna, sino a la revisión estilística,
especialmente activa en lo que respecta al estilo directo. La drástica
eliminación de la pluralidad de voces que se observaba en el primer tramo
cronístico responde en primer lugar a un criterio jerárquico. No es casual que
se restrinja el uso reiterado de la palabra directa al rey, don Álvaro de Luna
y los infantes de Aragón. Los demás personajes cuya propia voz se reproduce
sólo ocasionalmente intervienen. Diríase que el responsable de la revisión del
texto de don Álvar, decidido si no a eliminar por completo el estilo directo, a
reducirlo radicalmente, mantuvo algunas de las alocuciones del texto original.
Sólo en los actores principales contuvo algo la sistemática transformación del
estilo directo. Desaparecen las alocuciones breves y espontáneas, que tanta
vivacidad prestaban a la narración construida por don Álvar: ¿acaso porque las
consideraba incompatibles con el decoro estilístico que había de presidir la
prosa cronística?
2. Continuadores de la Crónica de Álvar García de Santa María.
2.a. La Crónica del Halconero.
Álvar García de
Santa María interrumpió su Crónica en
1435, al serle “tomada e pasada a otras manos”, como refirió Pérez de Guzmán.
Apartado éste del quehacer historial, se encargó de redactar la crónica del
reinado Pedro Carrillo de Huete, halconero del rey.[45] No consta documentalmente
que ostentara el cargo de cronista real, aunque Galíndez de Carvajal, muy bien
informado de los avatares de la Crónica
de Juan II lo incluyera entre sus autores.[46] De hecho, conforme a la más
solvente doctrina historiográfica del momento, la que expuso el clarividente
Pérez de Guzmán, el Halconero real, a pesar de su precaria elocuencia, reunía
el segundo de los requisitos principales del “estoriador”: ser testigo de los
hechos narrados.[47] La
naturaleza del cargo cortesano que tenía le situaba en una posición
privilegiada para la confección de la crónica real.
La Crónica del Halconero, definida como
“sumario” por Galíndez de Carvajal,[48] difiere de la de don Álvar
no sólo en cuanto a la orientación ideológica, sino en aspectos formales
sustanciales. En lo que respecta al discurso directo, el Halconero, sin llegar
a la profusión de don Álvar, distiende la restricción del revisor del segundo
tramo de la Crónica, de manera que se
recupera la pluralidad de voces que animaba la narración del primer cronista
real de Juan II. Sin embargo, las limitaciones expresivas condicionadas por la
precaria formación letrada del halconero real,[49] se iban a manifestar
asimismo en las modalidades del estilo directo, que se reducen
considerablemente. En efecto, las alocuciones que inserta el Halconero se
caracterizan por su extrema brevedad, que obedece antes que nada a la
espontaneidad elocutiva del autor. Están ausentes, pues, las peroratas
extensas. Y sin embargo, sí se hace referencia a discursos ceremoniales, de que
deja constancia el puntual cronista, tan atento siempre a los eventos
cortesanos. Así, al describir los actos ceremoniales con que se impetró la
ayuda del Altísimo para la campaña militar contra el reino de Granada y se celebró la victoria sobre los moros en
La Higueruela (1431), no dejó de consignar los sermones que pronunció el
arcediano de Toledo Vasco Ramírez de Guzmán, indicando incluso el tema del
segundo de ellos (CJII.2a, pp. 91,
113). La valoración de la oratoria en el ámbito ceremonial cortesano hace aún
más evidente las limitaciones elocutivas del Halconero.
Éste recupera la
voz colectiva que incluyera Álvar García de Santa María. Así, reproduce las
palabras con que los habitantes de Alburquerque rechazaron a los enviados del
rey Juan II, que les requerían para que acogieran al monarca.[50]
Mediante ese conato de dramatización de la escena se realzaba el desacato de la
villa al rey. Llama la atención el que se recojan pregones en su tenor literal:
nada menos que cuatro (CJII.2a, pp.
19, 63, 152, 405). Se trata asimismo de una voz impersonal, no individualizada,
que confiere especial efecto dramático al ejercicio de la justicia regia.[51]
Asimismo impersonal es la voz de un faraute que interviene en las suntuosas
fiestas de Valladolid que organizó el infante don Enrique (1428) (CJII.2a, p. 22).
Al rey Juan II
corresponde el mayor número de intervenciones.[52] Pedro Carrillo ha reservado
la voz directa del monarca para actos ceremoniales y políticos de especial
relevancia. Es de destacar el que se presenten de forma dramática las escenas
de prendimiento de magnates en presencia del rey, cuyas palabras vienen a ser
una suerte de refrendo legal, de rúbrica oral del auto de prisión. De este modo
se narran las detenciones del duque don Fadrique y el conde de Luna (CJII.2a, pp. 39, 149). Función análoga,
sólo que en situación inversa, cumplen las palabras que Juan II dirige al
obispo de Palencia, tras la liberación de éste (CJII.2a, p. 143). Así, los momentos más tensos en el desarrollo de
la vida cortesana adquieren especial dramatismo mediante la voz directa del
monarca.
Especialmente
atento al discurrir de la cotidianeidad de la corte, el Halconero presenta al
rey en un acto ceremonial, la investidura de Gutierre de Sotomayor como maestre
de Alcántara (1432): mínimo diálogo en que el monarca pronuncia las palabras
rituales, alocución breve y precisa.[53] Igualmente destacada es la
dimensión de la imagen del rey como dispensador de mercedes. De ahí que se
incluya asimismo la respuesta dada a la petición de los parientes del
adelantado Pedro Manrique, que había muerto, para que hiciera generosa merced a
sus hijos. Las palabras del monarca destacan su liberalidad, que se presenta
como ejercicio de la justicia y garantía del orden estamental.[54]
No ha de ser
casual que tras el rey sea Pedro Carrillo de Huete quien haga un mayor uso de
la palabra directa: nada menos que cinco intervenciones. Es precisamente el
primer personaje de la crónica cuya voz se reproduce. Su aparición tiene lugar
en la escena en que el rey, tras escaparse de la tutela de su primo el infante
Enrique, buscaba refugio en el castillo de Montalbán. Se trata de diálogos en
que sólo se ofrece en estilo directo la voz del Halconero, que sirve para
trazar el perfil del abnegado y fiel cortesano, entregado a la defensa y
cuidado de la persona del rey (CJII.2a,
pp. 3-4).[55]
El resto de las
intervenciones corresponden mayoritariamente a miembros de la aristocracia y el
episcopado. Asimismo se incluye la voz del embajador portugués que acudió a la
corte castellana en 1432 para tratar sobre las paces entre ambos reinos (CJII.2a, p. 134). Es de notar que en vez
de recoger la alocución oficial, ajustada a los cánones de la oratoria diplomática,
el Halconero reproduce lo que el legado portugués dijo a Álvaro de Luna en
conversación privada, indicio significativo de sus intereses, en la línea de la
intriga cortesana. Figuran asimismo sendas alocuciones del Relator Fernán Díaz
de Toledo, que exigía la entrega del castillo de Peñafiel, y de su alcaide, que
se dirigió al rey para que le confirmara la orden de dicha entrega (CJII.2a, pp. 43-44).
2.b. La continuación de Lope de Barrientos.
El Halconero
interrumpió la redacción de su crónica en circunstancias similares y por
motivos análogos a los de Álvar García de Santa María. Tras la conquista de
Medina del Campo por las tropas de don Juan de Navarra (1441), el Halconero fue
apartado del entorno del rey. Los vaivenes de la vida política conllevaban
traspasos en el control de la crónica real, concebida como el supremo argumento
legitimador. Así, el relato del Halconero llegaba hasta el 28 de junio de 1441.
En ese punto retoma Lope de Barrientos la redacción de la crónica. Su actividad
historial no corresponde a una refundición del texto del Halconero, sino, como
ha propuesto, tras un riguroso análisis textual, Gómez Redondo, una
continuación de la Crónica del
Halconero.[56]
Lope de
Barrientos restringe drásticamente la voz de los personajes a sólo dos: él
mismo y el rey. Diríase que este hecho constituye la manifestación en el plano
del estilo del protagonismo[57] que el
obispo asume en el tramo cronístico atribuible a él. Del mismo modo, si se
admite la dimensión apologética que presenta dicho tramo, una suerte de
reivindicación de la fidelidad de Barrientos al rey en las azarosas
circunstancias del quinquenio que historió, resulta significativo que su voz
sea la primera en aparecer: una declaración de su lealtad y vocación de
servicio a la corona.
La segunda
intervención constituye un breve diálogo con el rey, que adopta la forma de
alocuciones brevísimas, brevedad determinada por el imperativo de concisión
exigido por Barrientos en su conversación con el monarca.[58] En él se mezclan estilo
directo y estilo indirecto. Antes que a espontaneidad elocutiva, habrá que
atribuir esta alternancia, dada la condición de letrado de Barrientos, a una
elección consciente de los recursos expresivos en virtud de la cual quedarían
destacadas las facetas de los personajes que le interesaba presentar. No es
casual que las dos intervenciones del rey sean sendas preguntas, solicitud de
consejo y orientación al fiel obispo (CJII.2b,
pp. 450-451). Barrientos realzaba así su condición de fiel y prudente consejero
del monarca en aquellos momentos en que las relaciones de éste con el príncipe
Enrique eran especialmente tensas.
El hecho de que
se reserve el uso del discurso directo para momentos especialmente relevantes
del relato cronístico pone de manifiesto que Barrientos era consciente de la
virtualidad retórica de esta modalidad expresiva. Y sin embargo, a pesar de su
formación letrada, incluye sólo alocuciones breves y ágiles, más deudoras de la
vieja tradición historiográfica que arranca de la *Historia hasta 1288 dialogada, que de la doctrina oratoria. Así,
frente a la tímida apertura del Halconero a la incorporación de una pluralidad
de voces, su continuador vuelve al criterio restrictivo que había mantenido al
respecto el revisor del segundo tramo de la Crónica
de Álvar García de Santa María.
II. LA CRÓNICA DE ENRIQUE IV
No menos
accidentado había de mostrarse el panorama cronístico del reinado de Enrique
IV. En primer lugar, se produjeron cambios en la titularidad del oficio de
cronista real, indicio significativo de la sensibilidad de la realeza hacia la
memoria oficial del reinado.[59] En
segundo, de modo análogo a los sucesivos avatares de las crónicas de Álvar
García de Santa María y de Pedro Carrillo de Huete, el texto oficial de la
crónica le fue arrebatado al cronista oficial, Diego Enríquez del Castillo.
Ahora bien, las específicas circunstancias por que atravesó su crónica, unidas
a la sensibilidad humanística que éste revela, dieron lugar a que arengas y
alocuciones adquirieran un papel relevante en el discurso cronístico.
En efecto,
Enríquez del Castillo reescribió su crónica[60] tras serle arrebatados sus
papeles, entre 1481 y 1502,[61] en un
ejercicio de fidelidad a la memoria de su rey, que se propone como “espejo”.[62]
Privado del soporte documental, su esfuerzo creativo se concentró más que en la
exacta reproducción de los hechos en la elaboración ideológica.[63] La
eficaz transmisión del mensaje político de la crónica requería la adecuada
activación de los recursos retóricos pertinentes, cuyo hábil tratamiento
confería especial virtualidad persuasiva al texto cronístico. El otrora
cronista real se va a valer de uno de los artificios retóricos dilectos de la
historiografía humanística: el discurso pronunciado por los personajes. No es
casual, por tanto, que en el tramo cronístico en que se incluye material
documental, arengas y alocuciones se reduzcan considerablemente.[64]
Mas ya no se
trata de dar forma dramática a la narración al modo de Álvar García de Santa
María, cuyas arengas y alocuciones se integraban con naturalidad en el relato.
El hecho de que el rey acapare el uso de la palabra revela una selección
dictada por el propósito ideológico que inspira la redacción de la crónica: la
reivindicación del monarca sobre el que se había cernido el descrédito y la
infamia. Ya no se trata de reproducir la palabra que brota del desarrollo de la
acción, sino de construir artificios retóricos puestos al servicio de un
designio ideológico. Antes que la recreación dramática de determinadas
secuencias del relato, la enfatización de determinados hechos –o actitudes,
como el caso de la fidelidad al rey de Barrientos-, Enríquez del Castillo hacía
una declaración explícita de los principios políticos. Así, pues, arengas y
discursos poseen en la CEIV una
inmediata finalidad propagandística, en la medida en que, tomando como pretexto
la situación en que se insertan, van tejiendo un discurso sobre la realeza[65] que
está en la base de la reivindicación de la figura de Enrique IV.[66] La
índole ficticia de las piezas oratorias se pone, pues, de manifiesto. Y no sólo
en lo que respecta al tenor literal del discurso, sino a su propia existencia.[67] Si
hasta ahora arengas y alocuciones poseían verosimilitud, en la medida en que se
insertaban con naturalidad en el relato y reflejaban con fidelidad su calidad
oral, Enríquez del Castillo rompe con este principio en aras de la eficacia
propagandística.
Precisamente la
índole esencialmente propagandística que poseen las arengas de la crónica de
Enríquez de Castillo iba a determinar el predominio absoluto de la modalidad
oratoria elaborada. Y es que la palabra pronunciada ya no brotaba de la
situación narrada, destacándose con realce dramático la acción del personaje,
sino que se erigía en manifestación de una concepción teocrática de la realeza
que servía de fundamento a la vindicación del rey Enrique IV. Así, de las 22
ocasiones en que se presenta al monarca perorando, sólo dos se insertan en
breve y esquemático diálogo. Esas 20 intervenciones asumen la forma de
declaraciones institucionales en que al hilo de la actuación del rey, se
exponían los principios en que se fundamentaba tal proceder. Las actuaciones
que motivan el discurso regio son: concesión de perdón, otorgamiento de
mercedes, iniciativas bélicas contra los moros y contra súbditos rebeldes,
socorro a catalanes. Se incluyen asimismo arengas a propósito del matrimonio
del rey y de la jura del primogénito. Finalmente, aparecen oraciones en que el
rey se muestra paciente ante las adversidades de su conflictivo reinado.
Suelen iniciarse
las arengas regias con una exposición de la idea o principio sobre el cual
pivota la acción que motiva la alocución. Vienen a constituir los fundamentos
morales de la actuación del monarca, de manera que van perfilando una imagen
ejemplar del rey. Paradigmático al respecto es el exordio de la primera arenga
de Enrique IV. Tras ser jurado como rey, su primer acto de gobierno es la
concesión de perdón a los condes que estaban presos. Tal decisión se presenta
como ejercicio de “su clemencia é la grandeza de su corazón” (CEIV, p. 101b), por lo que declara la
necesidad de tal virtud.[68] Es de
destacar el carácter argumentativo que presenta dicho exordio, que apunta a
mostrar la adecuación entre acción y virtud regias. Se declara explícitamente
la índole especular de la figura de Enrique IV en la justificación de la
liberalidad regia en el otorgamiento de mercedes,[69] al presentarse la virtud en
cuestión como expresión de la ejemplaridad del monarca. La reconvención del
tesorero celoso de las cuentas deviene una apología de la liberalidad y magnanimidad
regias.
La justificación
de la petición de consejo para la campaña militar contra el reino de Granada
viene a desplazar casi completamente la intención de dicha alocución, de manera
que ésta deviene discurso en que se desarrollan los principios legitimadores de
la guerra contra el moro: ponderación de la guerra como garantía de las
virtudes cívicas y del bien común,[70] y doctrina de la guerra
santa. Resultaba sumamente eficaz desde el punto de vista propagandístico
presentar al rey como portavoz de unos principios legitimadores de la guerra
que integraban la referencia a las virtudes de los antiguos y la idea de
cruzada. Asimismo, la petición de consejo con relación a la intervención en los
asuntos catalanes adopta la forma de discurso sobre la fortuna,[71] que se
ofrece a Enrique IV para obtener señorío y vasallos sin esfuerzo ni fatiga (CEIV, p. 123b).
Precisamente en
el marco de la cuestión catalana se sitúan las piezas oratorias más amplias de
la crónica: sendas intervenciones de Mosén Copones (CEIV, p. 123) y del arcediano de Gerona (CEIV, p. 125b). Es de notar que ambas van introducidas por la
expresión “propuso diciendo” (CEIV,
pp. 123a, 125a), que define expresamente su condición oratoria. Especialmente
la primera expone detalladamente los motivos que justificaban la transferencia
de la titularidad del Principado de Cataluña a Enrique IV. Diego Enríquez
presenta cuidadosamente esta arenga, cuya virtualidad argumentativa se realza
con la prudente respuesta que le da el rey castellano, que pospone cualquier
decisión a su deliberación en el Consejo Real (CEIV, p. 123b).
Especial interés
presentan las alocuciones en que el rey impetra ayuda de Jesucristo o lamenta
su infortunio. Presentan un acusado tono veterotestamental. La oración muestra
a un rey humilde que se somete a la voluntad divina. La interpelación inicial
viene a reiterar una de las concepciones fundamentales del ideario político: el
vicariato divino del rey.[72] Así,
la plegaria se enmarca en un mensaje político tendente a realzar los atributos
regios en el momento en que la autoridad de Enrique IV era abiertamente
contestada. Por otra parte, cierta idea de castigo divino parece sugerir el
cronista, en la medida en que el rey pide que los padecimientos actuales le
sean descontados de las penas que habrá de sufrir su alma tras la muerte, esto
es, se conciben desde una perspectiva penitencial. Paciencia y entendimiento es
lo que finalmente pide el monarca, que completan la imagen del rey que está en
la base de la crónica.[73]
Las dos
lamentaciones abundan en la faceta piadosa de Enrique IV. La primera se abre
con una cita del profeta Isaías, que traza un paralelo entre la historia
sagrada y la realidad política castellana. La segunda viene a ser una
meditación sobre la omnipotencia divina en contraste con la menesterosidad
ingénita del ser humano, que se plasma en la desnudez en que nace y muere. Las
resonancias del libro de Job que se perciben en la lamentación confieren al
abatido monarca extraordinaria dignidad.
El cronista
incluye su propia voz en cuatro ocasiones. Tales arengas tienen lugar en el
desempeño de misiones diplomáticas. Si las dos primeras apuntarían a dejar
testimonio de la lealtad del probo cortesano que defiende enérgicamente el buen
nombre y la dignidad de su señor, con un alto sentido del decoro de su cometido
como legado del rey,[74] las
dos últimas adquieren una dimensión doctrinal al desarrollar ampliamente los
motivos de la propuesta a que se enderezaba: la defensa de la persona del rey.
Especialmente la tercera, que se inicia con una exposición sobre la virtud de
la lealtad (CEIV, p. 159b), que
constituye la parte esencial de la alocución y de la que se hace depender la
propuesta concreta que hace el cronista, introducida por una fórmula conclusiva
(“Así que, concluyendo”, CEIV, p.
160a), que pone de manifiesto la subordinación de la acción al principio moral
que le sirve de fundamento. Muy significativa es la última, con que se amonesta
al rey y se le exhorta a combatir con viril denuedo (CEIV, p. 165a-b). El cronista exhibía su inquebrantable lealtad,
ponderada por la respuesta del monarca (CEIV,
p. 165b).
Diego Enríquez,
siguiendo la tradición elocutiva de la crónica real cuatrocentista, incorpora
voces anónimas y colectivas. Los pregones, tan caros al Halconero, tienen
cabida en la CEIV. Se recoge uno
especialmente relevante: el de la ejecución en efigie del arzobispo de Toledo
Alonso Carrillo, una de las personalidades más destacadas del escenario
político castellano, cuyo desarrollo denota la acción de la minerva del
cronista (CEIV, p. 147b). El pregón
va precedido de la correspondiente sentencia condenatoria, en que se inserta.
Al recogerse el apodo que se le endosó al inquieto prelado, nuevo don Opas,
obispo asimismo traidor, que ayudó a su hermano el conde don Julián[75] a
introducir a los moros en España (CEIV,
p. 147b), se estaba estableciendo un paralelo entre la rebelión contra Enrique
IV y la mayor catástrofe de la historia de España.
La aclamación
del infante Alfonso como rey se presenta en estilo directo (CEIV, p. 145a), lo que confiere vigor
dramático al episodio en que la autoridad de Enrique IV sufrió su más grave
desafío. Se trata de una voz colectiva, en este caso del pueblo sedicioso. Pero
se recoge asimismo la del pueblo leal: el que imprecaba a quienes pretendían llevarse
al rey de Béjar[76] y el
que en Toledo aclamaba al monarca y, a su vez, maldecía a los traidores (CEIV, p. 175).
Diego Enríquez
revela sensibilidad para la oratoria en la medida en que ofrece información
sobre aspectos de la actio en
diversas arengas, cuya función es suplir mediante pertinente descripción las
cualidades del discurso que en la transcripción escrita se perdían: gestos,
tono. El rey es presentado con gesto alegre en las primeras arengas,[77]
definiéndose una tonalidad gozosa que expresa en términos no verbales una
relación óptima con los súbditos. Por el contrario, al reprocharle a su antiguo
ayo, el obispo Barrientos, la facilidad con que exhortaba a la guerra, se
destaca el tono “un poco riguroso” con que se dirigió a él, recordándole los costos
humanos de la guerra (CEIV, p. 138b).
Especial relieve presentan los gestos que acompañan la oración que pronuncia
impetrando de Jesucristo paciencia para sufrir las defecciones de los magnates
y prelados que se sumaban a la facción del príncipe Alfonso. Los gestos
potenciaban la virtualidad rogatoria de la oración, destacando la disposición
de humildad y devoción del orante.[78] Las lamentaciones que poco
después aparecen se hallan igualmente precedidas de indicaciones sobre el tono
y el gesto, que vienen a subrayar la gravedad que les confieren la cita y la
dicción veterotestamental que presentan.[79]
Se presta
asimismo especial cuidado a la escenificación de las intervenciones de los
embajadores catalanes Mosén Copones y el arcediano de Gerona. Del primero se
destacan los gestos con que “propuso”, las lágrimas que realzaban el tono
suplicante de su alocución (CEIV, p.
123a). El del arcediano subrayaba, en cambio, el ritual diplomático, en el que
la gestualidad se hallaba cuidadosamente codificada.[80] La importancia concedida a
la cuestión catalana determinaba la calculada presentación de las arengas de
los embajadores, cuya cualidad suasoria venía a constituir el fundamento de las
pretensiones de Enrique IV al Principado de Cataluña. Un carácter más personal presentan
las referencias a la actio de la
arenga del Marqués de Santillana: diríase que rinden tributo a la fama de la
elocuencia del magnate. Se trata del discurso pronunciado en la reunión de
cortes en que se acordó hacer la guerra a los moros. Don Íñigo, requerido de
los magnates, “con mucha gravedad propuso” (CEIV,
p. 105a). El verbo proponer indica el
carácter elaborado del discurso. La intervención de Santillana apuntaba a
potenciar la virtualidad propagandística de la escena en que se presentaba a Enrique
IV como rey cruzado, mediante el prestigio del elocuente magnate.
III. LA CRÓNICA DE LOS REYES CATÓLICOS DE FERNANDO DE PULGAR
Si la conciencia
del imperativo retórico del cronista e historiador que manifestaba Diego
Enríquez en el prólogo de la CEIV no
acababa de manifestarse plenamente en el plano elocutivo —de hecho, tales
consideraciones ante todo se subordinaban a la expresión de la conciencia de
autor, que se situaba en la órbita de las inquietudes humanísticas—,[81]
Fernando de Pulgar, en cambio, va a concretar la asunción de las exigencias
retóricas del cronista regio precisamente con relación a arengas y discursos.
Ahora bien, no deja de ser paradójico que el cronista regio más consciente de
las propiedades elocuentes de la historia tenga que desarrollar sus reflexiones
al respecto fuera del marco de su actividad historial y haya de evacuarlas en
otro tipo de textos, como la correspondencia con magnates cuya memoria él se
encargaría de perpetuar en su crónica. En efecto, el prólogo de la CRRCC, cuya parquedad extraña, viene a
ser una declaración de inhibición de veleidades retóricas, como si de una
tentación vitanda se tratara.[82] Tal
vez el hecho de que sobre las propiedades elocutivas de la crónica se
manifieste la conciencia de autor inhibiera a Pulgar de extenderse en tales
consideraciones ante el férreo control que ejercía la reina Isabel sobre la
actividad historial.[83]
Y es que
precisamente Pulgar accedió al cargo de cronista oficial hacia 1480, en el
contexto de un intenso debate sobre los usos políticos de la historia, que
enfrentaría a Isabel la Católica con el entonces cronista Alonso de Palencia y
que se resolvería finalmente con la ruptura entre ambos en el curso de las
cortes de Toledo (1480).[84]
Pulgar, nuevo cronista, se revelaría más dócil a los designios de la reina, tal
vez porque era consciente de las circunstancias que habían determinado su
acceso al cargo de cronista regio. Esa estrecha subordinación de la actividad
historial a la voluntad de la regia comitente se manifiesta en el sometimiento
del texto cronístico a un riguroso control, que podía dar lugar a la revisión
del mismo.[85] Así,
pues, la crónica real, estrechamente controlada por la realeza, no ofrecía el
marco idóneo para reflexiones de tipo formal, que inevitablemente conducían a
la ponderación de las cualidades elocuentes del cronista.
Pulgar
desarrollará sus consideraciones sobre la elocuencia de la escritura histórica
en Claros varones y en la carta
dirigida al conde de Cabra. En su galería de varones ilustres, más que reflexionar
sobre las cualidades retóricas de la historia, constata la carencia o pobreza
de escritos que perpetúen el recuerdo de las hazañas de los esforzados varones
castellanos, a diferencia de los héroes griegos y romanos, que gozaron de
elocuentes escritores que las exaltaron “con palabras algo por ventura más de
lo que fueron en obras”.[86] La
emulación y sobrepujamiento de los antiguos ponía sobre el tapete la función de
la elocuencia en el discurso histórico, para lo cual se tomaba como referencia
el ejemplo de los autores antiguos.[87]
En el segundo
texto se concretan las ideas de Pulgar sobre la función de la retórica en la
historia, precisamente a propósito de arengas y discursos.[88] La carta ilustra el proceso
de composición de la crónica real. De sumo interés es la indicación de cómo la
reina le proporcionó la carta en que la esposa del conde relataba las hazañas
de éste en la batalla de Lucena para que la asentara en la crónica,[89]
testimonio significativo del control ejercido sobre la selección de las fuentes.
Al disponer Pulgar de un nuevo relato más extenso remitido por el propio conde,
se dispone a reelaborar el pasaje en cuestión de la crónica, lo que da a pie a
una reflexión sobre la función de la escritura como depósito de la memoria, que
deriva hacia la declaración de los principios elocutivos que guían su
composición de la crónica. Diríase que en el ámbito privado Pulgar daba rienda
suelta a la expresión de sus íntimos afanes y aspiraciones como autor.
En primer lugar,
adopta una calculada distancia con respecto a la tradición cronística en la que
inscribe su quehacer historial.[90] Al
referirse a las crónicas “de los reyes de Castilla”, tal vez apuntara a
designar la tradición derivada de la obra que se erigió en la historia
canónica, la Estoria de España, cuya
segunda parte articulaba los contenidos por reinados. A la tradición vernácula,
a que muestra desapego, Pulgar opone el modelo de los historiadores antiguos,
destacando a Tito Livio.[91] El
vínculo que le une a ellos se establece a través de la imitatio (“remidar”). El reconocimiento de la excelencia de los
antiguos compele a su imitación. Ésta se extiende sobre todo al plano formal.
La firme voluntad de estilo que revela Pulgar —especialmente en la expresión
“llevar la forma” con que hace referencia al acto compositivo— se objetiva en
la afanosa imitación de los “razonamientos”. Este término designa en Pulgar un
excurso reflexivo dirigido al lector para persuadirle de algo.[92] El
hecho de tener presente al destinatario de las suasorias razones le confiere al
vocablo cierta calidad oratoria, que se confirma en las consideraciones
siguientes, en que razonamiento viene a equivaler a arenga o discurso.
La finalidad de
tales razonamientos es “hermosear”, esto es, apuntan en primera instancia a la
función poética. Para ello Pulgar no duda en manipular la realidad, esto es, en
dar entrada a la ficción, incluyendo alocuciones que no se pronunciaron
realmente o, al menos, en los elocuentes términos que él reproduce, lo cual es
asumido como “liçençia de añadir” propia del cronista.[93] La expresión no es trivial,
sino que remite a uno de los principios fundamentales de la retórica
ciceroniana.[94] El
añadir no es sino el amplificare y en
esa operación reside la generación del ornato. A su vez, el vínculo entre la
amplificación y la filosofía proporciona el referente de la siguiente reflexión
de Pulgar.
En efecto, el
límite que pone a la exornación retórica es “la sustancia del fecho”, esto es,
en el caso de los discursos efectivamente pronunciados su idea esencial y en el
de los plenamente ficticios la intención del orador. Tal doctrina viene a ser
el fundamento de dos arengas que compuso, a favor y en contra, respectivamente,
de la liberación del rey Boabdil, capturado en la batalla de Lucena. Sin
embargo, la forma de embellecer el texto revela uno de los rasgos fundamentales
de la historiografía humanística, su dimensión ética. Esa “filosofía e buena
doctrina” no es sino filosofía moral y, probablemente, doctrina política. La
relación entre historia y ética, que supera la ejemplaridad tradicional,
constituye uno de los principios fundamentales de la historiografía
humanística.[95] Pulgar
revela una aguda conciencia de las nuevas exigencias del quehacer historial que
suscita el humanismo renaciente. La carta al conde de Cabra, viene a ser,
quizá, la primera declaración expresa de los principios de la historiografía
humanística hispana.[96] La
sintonía de Pulgar con las nuevas direcciones que el humanismo abría a la
historiografía no podía ser más plena.
Ahora bien,
Pulgar se hallaba condicionado —diríase incluso que constreñido— por las
exigencias del oficio de cronista regio. Su historia había de acogerse al
género de la crónica real y asumir, por tanto, en buena medida las propiedades
genéricas, que se manifiestan sobre todo en el plano formal, a pesar de las
declaraciones en sentido contrario, en virtud de las cuales quería distanciarse
de esa tradición que había de asumir. Especialmente el uso de la lengua
vernácula establecía una distancia con respecto a los modelos antiguos asumidos,
a la vez que condicionaba un inevitable apego a los usos elocutivos propios de
la crónica real, en que el discurso directo conservaba aún la espontaneidad
característica de los resabios de oralidad que mantiene —especialmente patente
en el Halconero.
En lo que
respecta a la inclusión de arengas y discursos, se observa en la CRRCC[97] una amplia profusión en la que se da la variedad de formas propia
del género de la crónica real, a las que se añade la pieza oratoria de gran
envergadura ajustada a los moldes retóricos clásicos que reivindicaba la
historiografía humanística.[98] En
este sentido, diríase que reanuda la práctica elocutiva de Álvar García de
Santa María. Ahora bien, cualquier análisis de la CRRCC no puede obviar el problema textual: se dispone de dos
versiones impresas cuya precisa relación la crítica filológica aún no ha
dilucidado, a la espera de un análisis completo de los testimonios textuales,[99] y que
tal vez representen momentos de redacción diferentes.
Entre las formas
más tradicionales de alocuciones se incluyen esas voces colectivas propias de
aclamaciones, como los vítores en que prorrumpió el pueblo segoviano al acceder
la reina a sus demandas.[100] En
cambio, la aclamación adquiere una dimensión institucional cuando es puesta en
boca de un faraute, voz anónima que proclama los derechos de Alfonso de
Portugal y su esposa Juana la Beltraneja al trono de Castilla.[101]
Pulgar asume
asimismo la voz colectiva, con la que se caracteriza a un grupo que desempeña
un papel destacado en la trama cronística. Puede carecer de específico atributo
social, como esas “gentes que vinieron al socorro” de los cercados en Alhama (CRRCCa, p. 369a). Mas predomina la
adscripción de un perfil social más preciso. Aparecen así los “caballeros”,
término con el que Pulgar designa guerrero a caballo, no tanto un grupo dentro
de la nobleza mediana,[102] pues
las dos ocasiones de arengas colectivas de “algunos caballeros” tienen lugar en
contexto bélico (CRRCCa, pp. 278a,
297b).[103]
Pulgar concede la palabra al pueblo, que, aun manteniendo su significado social
restrictivo,[104] por
el contexto diríase que apunta a una dimensión colectiva más amplia, abarcando
todo el cuerpo social de Segovia.[105]
Aun cuando la
actividad curialesca deviene materia historiable, Pulgar no otorga a las
instituciones voz propia. Únicamente se la concede al Consejo Real. Y aun así,
la institución no es propiamente el sujeto de la enunciación —como se observaba
en Álvar García de Santa María—, sino el marco en que se sitúa la intervención
de sus componentes, representados como grupo.[106] La voz institucional se
ofrecía así enunciada por los miembros del Consejo. Se apelaba a la voz
colectiva del Consejo, breve, sentenciosa, para destacar un asunto clave: el
reconocimiento del vasallaje del rey Boabdil por parte del rey Fernando. La
versión de Carriazo, en cambio, se acerca más a la representación
institucional, sin dejar de tener presente a los componentes, como se observa
en el parecer que exponen ante los reyes sobre el “acuerdo que se ovo para
tomar la plata de las iglesias” (1475).[107] En CRRCCb aparecen los comisarios de cruzada exhortando a vizcaínos y
guipuzcoanos, remisos a contribuir para la armada contra el turco: sólo aparece
en estilo directo el argumento final que logró convencerlos (I, p. 437).
Como grupo netamente
definido aparece el enemigo, los moros.[108] Se les otorga voz para
encarecer la magnanimidad del rey Fernando en el cerco de Álora: tres moros que
acudieron al rey para sondear sus intenciones tras la toma de la villa y
regresaron para convencer a su alcaide de la inutilidad de la resistencia, pues
Fernando les aseguraba vida y bienes. La arenga dirigida al alcaide marca un
fuerte contraste entre la “piedad” del rey cristiano para con los vencidos y la
locura de una tenacidad suicida (CRRCCa,
p. 403a).
Pulgar mantiene
asimismo las formas de discurso directo tradicionales para los personajes
individuales: intervenciones breves y ágiles que confieren calidad dramática a
la narración. Su aportación en este sentido vendría a residir en una
incorporación más generosa de voces procedentes de las clases no privilegiadas,
lo que no obsta su profundo sentido estamental de la memoria histórica, en la
medida en que restringe el derecho a la perpetuación del recuerdo al alto clero
y a la nobleza.[109]
Ya es
significativa una mayor presencia de voces anónimas, que vienen a corresponder
a personajes que quedaban al margen del
privilegio de la memoria, los claros varones –no obstante, aparece un caballero
anónimo que apostrofa al rey de Portugal para disuadirle de continuar en el
asalto de Zamora (1470) por el elevado número de bajas entre jóvenes
caballeros: espléndido alegato contra el sacrificio bélico inútil en nombre de
esa “humanidad” y esa “piedad” a las que apela el caballero luso (CRRCCb, p. 170).[110] Destaca la historia
ejemplar[111] de
dos hermanos de los cuales uno había de ser ejecutado, ofreciéndose cada uno en
lugar de su hermano. Sólo se indica del mayor de ellos que era escudero y
vecino de Villanueva de la Jara, aldea de Alarcón (CRRCCa, p. 339a). Asimismo anónima es la voz de ese segoviano que
se dirigió a la reina Isabel pidiéndole la destitución de Andrés Cabrera de la
tenencia del alcázar (CRRCCa, p.
313a). En cambio, con su nombre aparece ese cándido pastor, Bartolomé, natural
de Toro, que mostró a Pedro de Fonseca, obispo de Ávila y comandante de las
tropas isabelinas, el modo de tomar sin peligro su ciudad (CRRCCa, p. 315a).[112]
Dentro de esas
voces anónimas destacan las de los moros, a quienes Pulgar concede
generosamente la palabra,[113] no
sólo al rey Boabdil. Dimensión épica y heroica adquiere la arenga del capitán
moro de Coín, que se dispone a entregar su vida por sus coterráneos.[114] Una
tácita disposición admirativa revela la elocuente apelación del moro a “la
piedad de Dios”, que muestra una religiosidad tan firme como la que inspiraba
la empresa cruzada de los católicos monarcas. En el extremo opuesto se sitúa la
escena de aquel moro tejedor, cuya resignación ante el destino fatal de la
inminente caída de Loja le hace desistir de huir, aceptando la muerte a manos
de los cristianos conquistadores. El breve esbozo de historia, apenas incoada,
con sus mínimos detalles diestramente dispuestos, situada en el telón de fondo
de la cruel e inevitable carnicería que se produjo en la toma de los arrabales
lojeños,[115]
constituye un elocuente testimonio de la maestría narrativa de Pulgar, que se
revela como espléndido reportero de guerra. Gran elocuencia presenta la
respuesta que dio el caudillo de Baza al comendador mayor de León sobre la
entrega de la ciudad. Aparecen en cambio con sus nombres moros dotados de voz
propia. Destaca la arenga del alfaquí Abrahen Alhariz, pronunciada desde la
fatal aceptación de la derrota, con que exhorta a la entrega de Málaga, ante su
inevitable conquista: las interrogaciones retóricas remachan una incontestable
argumentación de la inutilidad de la resistencia (CRRCCa, p. 468a). Alto grado de elocuencia alcanzan las palabras
que dirige el alcalde de Purchena Ali Abenfahar a los Reyes Católicos,
entregándoles la ciudad y pidiendo la salvaguarda de sus habitantes y el
salvoconducto para que él pudiera partir a África (CRRCCa, p. 502b). Igualmente elocuente es la respuesta que dio el
caudillo de Baza al comendador mayor de León sobre la entrega de la ciudad.
Tales arengas vienen a remachar una de las ideas clave de la CRRCC: la necesidad histórica de la
conquista de Granada, que obedece a los designios de la providencia divina.[116] El
fatalismo que exhiben los elocuentes moros constituye el reverso de la plena
convicción en la existencia de un designio providencial que guía los esfuerzos
bélicos de los Reyes Católicos.
Mas el grueso de
las intervenciones en estilo directo corresponde a los protagonistas de derecho
del relato cronístico: reyes, magnates, prelados, a los que habría que añadir,
expresión de la conciencia de los letrados, altos funcionarios. En primer lugar
figuran los reyes, cuya preeminencia oratoria es solo cuantitativa, con un
claro protagonismo en el uso de la palabra por parte de Isabel. En efecto, las
intervenciones regias son breves, en ningún caso adoptan el gran formato de la
pieza oratoria ajustada a los cánones de las artes dictandi. Eso sí, su eficacia retórica es indudable: la voz
directa de los monarcas ofrece una vívida estampa de las virtudes regias que el
cronista realza.
Pulgar deja
escuchar la voz de la reina en momentos destacados del ejercicio del poder
regio. En primer lugar, la exacta delimitación del papel constitucional del rey
consorte Fernando. Como si de la thesis
de un sermón se tratara, Isabel enuncia el principio en que sustenta el
ejercicio conjunto del poder: “... porque do hay la conformidad que por la
gracia de Dios entre vos é mí es, ninguna diferencia puede haber.” (CRRCCa, p. 255b). La primera
intervención de la reina viene a ser una declaración de principios: la
unanimidad conyugal en que se cimenta su reinado. Suele la reina tomar la
palabra especialmente en circunstancias de afirmación de su autoridad. No es
casual que se presente en forma dialogada la entrega de León y Segovia (CRRCCa, pp. 276b, 313a) o se reproduzca
la arenga pronunciada para la de Trujillo (CRRCCa,
p. 322a). Destaca en tales intervenciones la forma sentenciosa que presenta la
apelación a las obligaciones regias, cercana al apotegma. Completando el perfil
virtuoso de la reina, Pulgar refiere la oración que le solían oír muchas veces
en los inicios del reinado: una plegaria para que el Señor le conceda justicia,
entendimiento y esfuerzo para regir en paz sus reinos. Sendos vocativos (“Tú,
señor”, “Señor”), marcan las dos partes de que se compone la equilibrada
estructura de la oración: afirmación de la legitimidad de su poder y petición
propiamente dicha. Se subraya la virtualidad de la oración mediante los
oportunos gestos.[117]
El rey Fernando
hace un uso más limitado de la palabra, como le corresponde por obvia razón
jerárquica, dada su condición de rey consorte, aunque en la tercera parte de CRRCCa sólo figura la voz regia de
Fernando: la respuesta que dio a la petición del consejo de que le diera la
mano para que la besara el rey moro cautivo, con concisión apotegmática.[118] Sus
intervenciones son significativamente más breves que las de Isabel. Los
contextos son asimismo diferentes, dadas las funciones que Pulgar les asigna.
Fernando pronuncia sus alocuciones en situaciones predominantemente bélicas,
dado que ha de asumir el ejercicio del oficio caballeresco. Destaca así la
briosa arenga que dirige a la gente de armas que ponía cerco a la iglesia de
Santa María la Blanca, cerca del castillo de Burgos, para enardecerla ante su
decaimiento (CRRCCa, p. 277a).
En las
intervenciones de magnates y prelados[119] concentrará Pulgar sus
esfuerzos y habilidades retóricas para ofrecer elocuentes discursos siguiendo
el modelo canónico de Tito Livio. Estas piezas no sólo desempeñan una función
ornamental,[120] sino
que, conforme a la declaración de principios que hiciera en la carta al conde
de Cabra, contienen “mucha filosofía y buena doctrina”. En efecto, en primer
lugar, constituyen un recurso retórico que contribuye a la glorificación de
determinados personajes. No es casual que quien detrás de los reyes presenta un
mayor número de intervenciones sea el cardenal Mendoza, que adquiere un
destacado protagonismo en la crónica y con quien Pulgar mantuvo una estrecha
relación que se plasmaría en intercambio epistolar.[121] A su vez, las arengas van
a servir de marco para el desarrollo de los principios ideológicos que inspiran
la crónica.[122]
En lugar
preeminente, abriendo la serie de arengas de la versión de Carriazo, se sitúa
el discurso que pronunció Pedro González de Mendoza, entonces obispo de
Calahorra, en la asamblea reunida por quienes alzaron por rey al infante
Alfonso (1465) para atraer a su facción a magnates y prelados: una rigurosa
exposición de los fundamentos del poder real (el rey como cabeza del cuerpo político
y el derecho divino del poder real),[123] que sirve para argumentar
la fidelidad al rey legítimo (Enrique IV) (CRRCCb,
pp. 7-8). Un amplio alcance político presenta igualmente el discurso que
pronunció Alonso de Quintanilla sobre la Santa Hermandad, elocuente alegato en
pro del orden público como fundamento de la genuina y prístina libertad de la
“nación castellana” (CRRCCa, pp.
300b-302b).[124] El
obispo de Cádiz pronuncia un elaborado discurso solicitando el perdón real para
los sevillanos (CRRCCa, pp. 324a-325b).
Situándose en el extremo opuesto del rigor en el ejercicio de la justicia que
garantiza el orden público, Pulgar apela a la clemencia, virtud regia en que se
cimenta el amor y el temor del súbdito hacia el rey.[125] El riguroso deslinde entre
temor y miedo, del que se deriva la turbación que conduce a la desesperación y
el pecado, constituye el eje de la argumentación de la exhortación dirigida a
la reina para que otorgue el perdón. Como corresponde a la condición de prelado
del orador, el fundamento de la argumentación es teológico: la equiparación de
virtudes divinas y regias dentro de un modelo teocéntrico de realeza.[126]
Discurso amplio
y cuidadosamente elaborado es el puesto en boca de Gómez Manrique,[127]
alcaide de Toledo, con que se dirige a los naturales de esta ciudad para
amonestarlos y corregirlos de su inclinación a la rebelión y desafío de la
autoridad regia, tras haber hecho justicia de algunos conjurados (CRRCCa, pp. 334a-336b). La briosa
amonestación endosada a los toledanos se articula en torno a dos temas
principales: la censura de la desobediencia del súbdito al rey, que no puede
justificarse por fidelidad a su señor, y la decidida vindicación de la virtud
frente al mérito fundado en el linaje. Los recursos retóricos vienen a
potenciar el mensaje doctrinal. Así, el error de la insumisión de los toledanos
frente a la soberanía regia queda realzado mediante antítesis y paralelismos.[128] La
confutación de la preeminencia del linaje sobre las cualidades del individuo
viene a ser, a más de una elocuente contribución al debate entre nobleza de
sangre y virtud,[129] la
expresión de la conciencia social de Pulgar, la vindicación de la función
social de los letrados,[130] con
la propuesta de un fundamento natural a
la vocación del individuo, la “natural inclinación” (CRRCCa, p. 336a), que influye más poderosamente que la sangre
heredada.[131] Las
habilidades asociadas a la elocuencia y la administración hallan así un
fundamento naturalista.
No podía faltar
en la narración de la guerra de Granada la exaltación de las virtudes bélicas
por medio de la oratoria. Pulgar perpetuaría la memoria de la briosa arenga que
dirigió el capitán Luis Fernández Portocarrero a las huestes que cercaban Loja
y cuyo esfuerzo enflaquecía por la partida del rey Fernando a Córdoba. Tres son
los principios que inspiran esta pieza: valores caballerescos, ideal de cruzada
y ejemplaridad de la Antigüedad. En un primer plano sitúa el elocuente capitán
los fundamentos del ethos
caballeresco: la honra, que se sustenta en el esfuerzo, el cual no sólo es
imperativo de la gloria a que aspira todo guerrero, sino un deber (CRRCCa, p. 374a). Cumplimiento del deber
y aspiración a la gloria, disciplina colectiva y heroísmo individual: Pulgar
hace compatibles las exigencias de las nuevas formaciones masivas propias de
los ejércitos del Estado Moderno y el afán individualista de la empresa
caballeresca. La idea de cruzada aparece sugerida en la referencia a la
finalidad de los afanes guerreros: defensa y ensalzamiento de la fe cristiana.[132] Lo
tangencial de su desarrollo obedece a que, en realidad, Pulgar apela a los
principios de la guerra justa antes que a argumentos sacralizadores para la
justificación de la guerra de Granada.[133] El carácter artificioso de
la arenga se revela en la apelación a dos ejemplos de la Antigüedad, romano y
griego (CRRCCa, p. 374b),[134]
respectivamente: meditado equilibrio revelador de la idealización del legado
grecorromano.
Pulgar dejaría
asimismo espacio en su crónica para la oratoria sagrada. Fray Hernando de
Talavera, embajador enviado a la corte portuguesa (1479) para las negociaciones
de paz entre ambos reinos y comprobar la profesión religiosa de Juana la
Beltraneja, pronuncia ante ella una alocución que deviene encendido elogio de
la vida conventual. Ciertamente la profesión religiosa de doña Juana tenía
importantes repercusiones políticas, pues se había concertado su matrimonio con
el príncipe de Castilla. Tal vez la anulación de tales tratos matrimoniales
exigiera una sólida justificación de la entrada en religión de doña Juana, que halla
argumentos decisivos en la voz elocuente de Fray Hernando de Talavera, que
desempeñó un protagonismo central en las negociaciones con el reino luso.[135] El
discurso de Talavera realzaría así el papel que jugó en dicha misión
diplomática.
IV. CONCLUSIÓN
La cronística
real castellana del siglo XV presenta una homogeneidad más allá de su estricto
encuadre cronológico. El rasgo esencial es de tipo pragmático, referido a la
naturaleza del autor, cuya escritura constituye el desempeño de un oficio con
cargo a la hacienda regia. Sin embargo, más que un control efectivo de la
memoria dinástica, la figura del cronista real encarna en este siglo una
aspiración, la de las facciones que se disputaban el poder, mediante la
privanza y el dominio de instituciones clave como el Consejo Real. Sólo con los
Reyes Católicos se recupera el ejercicio firme y enérgico de la autoridad regia
y con ello el control de la escritura histórica. La inestabilidad política que
domina hasta los dos últimos decenios del siglo se proyecta en el ámbito
historiográfico: la crónica real cambia de manos, se interrumpe, se reanuda,
incluso se destruye. Tales avatares se plasmarían, a su vez, en el plano
formal.
Desde el punto
de vista genérico, la crónica real castellana había alcanzado ya en la centuria
anterior, con la obra del canciller Ayala, su madurez, que tiene una de sus
manifestaciones más significativas precisamente en las formas del estilo
directo. Mas no por ello iba la crónica real a dejar de acusar los vaivenes del
control de la producción historial. Así, en la crónica de Juan II no se observa
una evolución de progresivo perfeccionamiento formal, sino diferentes
trayectorias, diferentes estrategias elocutivas, que obedecen a lo que el
redactor en cuestión consideraba como más adecuado a sus propósitos
ideológicos. La crónica —las crónicas— de Juan II presenta una evolución
pendular, que oscila entre la rica pluralidad de voces y registros que la obra
de Álvar García de Santa María ofrece en acabado punto a la más restrictiva
selección de Barrientos. En cualquier caso los usos elocutivos del discurso
directo siguen siendo deudores de la práctica tradicional gestada en los
orígenes del género.
La crónica de
Enrique IV, reescrita por Enríquez del Castillo, marca, en cambio, un punto de
inflexión: un decidido paso en la dirección del tratamiento del discurso
directo conforme a los ideales humanísticos, aunque la fuerte carga ideológica
que presenta determine la escora de la arenga hacia el sermón. Sólo con
Fernando de Pulgar es asumida con plena conciencia la escritura humanística de
la historia, con expresa declaración de la imitatio
del príncipe de los historiadores de la Antigüedad, Tito Livio: la eficaz
transmisión del mensaje político, estrechamente controlada por los Reyes
Católicos, se hacía, a su vez, compatible con la aspiración del autor al
reconocimiento de la calidad sus elocuentes prendas.
Luis Fernández Gallardo
UNED. Centro Asociado de Albacete
Bibliografía
Relación de
abreviaturas de fuentes primarias
(se enumeran
por orden alfabético):
CEIV = Diego Enríquez del Castillo, Crónica de Enrique IV, ed. C. Rosell, Biblioteca de Autores Españoles [= BAAEE], t. LXX, Madrid, Atlas, 1953, pp.
99-222.
CJII.1a
= Álvar García de
Santa María, Crónica de Juan II de Castilla [1ª parte], ed. J. de M.
Carriazo, Madrid, RAH, 1982.
CJII.1b = Álvar García de Santa María, Crónica de Juan II [2ª
parte], ed. A. Paz y Melia, Colección de
Documentos Inéditos para la Historia de España, t. XCIX, Madrid, Imprenta
de Rafael Marco y Viñas, 1891 [= CJII.1b.I] y C, Madrid, Imprenta de
Rafael Marco y Viñas, 1891 [= CJII.1b.I-II].
CJII.2a =
Pedro Carrillo de Huete, Crónica
del Halconero de Juan II, ed. J. de Mata Carriazo, Madrid, Espasa-Calpe,
1946.
CJII.2b = L.
de Barrientos, Continuación de la Crónica del Halconero, apud CJII.2a.
CRRCCa = Fernando de Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos, ed. C. Rosell, BAAEE, t. LXX, pp.
229-511.
CRRCCb = Fernando de Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos, ed. J. de M. Carriazo, Madrid,
Espasa-Calpe, 1943, 2 vols.
* Este
trabajo forma parte del Proyecto de la Secretaría de Estado de Investigación,
Desarrollo e Innovación nº HAR2010-16762 titulado “Prácticas de consenso y de
pacto e instrumentos de representación en la cultura política castellana
(siglos XIII al XV)”, dirigido por el Prof. José Manuel Nieto Soria, de
la Universidad Complutense de Madrid.
[1] A tenor de los datos ofrecidos tanto en el Corpus Diacrónico del Español [= CORDE], s. v. arenga < http://www.rae.es/CORDENET.html
>, como en el Nuevo Diccionario
Histórico del Español [= NDHE], s.v. arenga <http://web.frl.es/CNDHE/view/inicioExterno.view>. La
referencia que este último corpus
hace del Poema de Alfonso XI no es
válida, dado que las dos ocurrencias del vocablo arenga citadas aparecen en los epígrafes del editor moderno y no
pertenecen, por tanto, al texto original (cfr. Poema de Alfonso Onceno, ed. J. Victorio, Madrid, Cátedra, 1991,
pp. 290, 312).
[2] Cfr. NDHE, s.v. arenga. Para la valoración y situación de este autor en el contexto
de la Medicina de la Castilla del Bajo Medievo véase el apunte de Luis García
Ballester, La búsqueda de la salud.
Sanadores y enfermos en la España medieval, Barcelona, Ediciones Península,
2001, p. 48.
[3] Charles Du
Cange, Glossarium mediae et infimae
latinitatis, Niort, L. Favre, 1883-1887, 10 vols., s. v. arenga, t. I, col. 378a. Es definida así
por uno de los maestros del ars dictandi
del siglo XIII, Konrad von Mure: “Arenga est quedam prefatio, que ad captandam
benivolentiam premittitur, et facit ad ornatum...” (apud Enrico Artifoni, “Boncompagno da Signa, i maestri di retorica
e le città comunali nella prima metà del Duecento”, Il pensiero e l´opera di Boncompagno da Signa, ed. M. Baldini,
Siena, Allegri, 2002, p. 27).
[4] Como revela el estudio de Heinrich Fichtenau, Arenga. Spätantike und Mittelalter im Spiegel von
Urkundenformeln, Graz-Colonia,
Verlag Hermann Böhlaus Nachf., 1957.
[5] Hay que tener en cuenta que precisamente en el
siglo XV el ars dictaminis extendió
su hegemonía sobre la oratoria [Ronald G. Witt, “Medieval `Ars Dictaminis´ and
the Beginnings of Humanism: a New Construction of the Problem”, Renaissance Quarterly, 35 (1982) p. 7].
A su vez, no hay que perder de vista la originaria naturaleza oral de las
cartas, en un principio dictadas, siendo el dictado una de las fases de
composición establecidas (Giles Constable,
“Letters and letters-collections”, Typologie des sources du Moyen Âge occidental, ed. L. Génicot, , fasc. 17, Turnhout, Brepols, 1976, p.
42-44). Pero la oralidad no se limitaba a la producción, se extendía asimismo a
la recepción (Martin Camargo, “Where´s the Brief?: The Ars Dictaminis and Reading/Writing between the Lines”, The Late Medieval Epistle, ed. C.
Poster, R. Utz, Evanston, Northwestern University Press, 1996, pp. 4-5).
[6] Heinrich Lausberg, Elementos de retórica literaria, Madrid, Gredos, 1975, pp. 41-42.
[7] Así, uno de los más célebres discursos
políticos castellanos del siglo XV, pronunciado por Alonso de Cartagena en el
concilio de Basilea (1434), se intitula mediante dicho vocablo: Propositio super altercatione praeminentiae
sedium inter oratores Castellae et Angliae.
[8] “E por quanto en las arengas e prólogos que
los estoriadores pasados de las dichas Corónicas fizieron en ellas está
contenido, asaz e muy complidamente hordenado e tratado, lo que conviene e de
razón se requiere al comienço e entrada de las dichas Corónicas, por ende el
nuevo estoriador entra en la orden...” (CJII.1a,
pp. 4-5).
[9] Para la trayectoria política de don Álvar
véase Francisco Cantera Burgos, Álvar García de Santa María. Historia de la
judería de Burgos y de sus conversos más egregios, Madrid, CSIC,
1952, pp. 65-175.
[10] No figura, sin embargo, en la relación de
cultismos del léxico castellano medieval que ofrece José Jesús de Bustos Tovar,
Contribución al estudio del cultismo
léxico medieval, Madrid, RAE, 1974.
[11] “... vn letrado propuso una arenga bien
hordenada, loando a Dios por la vitoria que avía dado al Rey contra sus
enemigos.” (Refundición de la Crónica del Halconero, ed. J. de Mata
Carriazo, Madrid, Espasa-Calpe, 1946, p. 124).
[12] Robert B. Tate, “El cronista real castellano
durante el siglo XV”, Homenaje a Pedro Sainz Rodríguez, Madrid, FUE,
1986, t. III, pp. 659-668; Elisa Ruiz García, “El poder de la escritura y la
escritura del poder”, Orígenes de la Monarquía Hispánica. Propaganda y
legitimación (ca. 1400-1520), dir. J. M. Nieto Soria, Madrid, Dykinson,
1999, pp. 284-287. Para el marco europeo véase Robert B. Tate, “The Official
Chronicler in the Fifteenth Century: A Brief Survey of Western Europe”, Nottingham
Medieval Studies, 41 (1997), 157-185; para el contexto de la evolución del
género cronístico, Luis Fernández Gallardo, “La crónica real castellana (ca. 1310-1490). Conflictividad y memoria
colectiva”, Las relaciones de conflicto en sus prácticas
representativas. La Corona de Castilla en su contexto europeo, siglos XIII-XV,
coord. J. M. Nieto Soria, Madrid,
Sílex, 2010, pp. 307-308.
[13] Como se declara en la propia Crónica (CJII.1a, p. 4).
[14] Citado por Francisco Cantera Burgos, Álvar García, p. 66. Sin embargo, Galíndez de Carvajal, bien informado de los
avatares textuales de la crónica, situó, en cambio, el inicio de su composición
en 1406 (Prefación en la Crónica de Juan
II, ed. C. Rosell, BAAEE, t.
LXVIII, Madrid, Atlas, 1953, p. 273a). Últimamente se ha propuesto la autoría
de don Álvar para la Crónica de Enrique
III (versión de la Biblioteca de Palacio) [Crónica anónima de Enrique III de Castilla (1390-1391), ed. M.
García, Madrid, Marcial Pons, 2013, pp. 179-182], hipótesis que se fundamenta
en el perfil ideológico que ofrece dicha crónica.
[15] Ofrece una revisión de los problemas textuales
Rafael Beltrán, “Álvar García de Santa María. Crónica de Juan II”, Diccionario Filológico de Literatura
Medieval Española. Textos y documentos, eds. C. Alvar, J. M. Lucía Megías, Madrid, Castalia, 2003, pp. 183-187.
Detallado análisis de los contenidos e inspiración ideológica en Fernando Gómez
Redondo, Historia de la prosa medieval castellana, t. III (Los
orígenes del humanismo. El marco cultural de Enrique III y Juan II),
Madrid, Cátedra, 2002, pp. 2212-2240. Para su situación en la tradición
genérica de la crónica real, Luis Fernández Gallardo, “La crónica real”, pp.
308-310.
[16] Testigo excepcional de su tiempo, Fernán Pérez
de Guzmán, tras ponderar el “saber” y la “conçencia” de don Álvar, que avalaban
su empresa historial, se refirió al destino de su crónica: “... pero porque la
estoria le fue tomada e pasada a otras manos...” (Generaciones y semblanzas, ed. J. Domínguez Bordona, Madrid,
Espasa-Calpe, 1924, p. 8).
[17] Destaca esta faceta del modo de historiar de
don Álvar Fernando Gómez Redondo, “Don Álvar García de Santa María: un nuevo
modelo de pensamiento cronístico”, La
corónica, 32.3 (2004), p. 96.
[18] En esta ocasión, tras el estilo directo, se
retoma, asimismo sin solución de continuidad, el indirecto.
[19] Diego Catalán, La Estoria de España de
Alfonso X. Creación y evolución, Madrid, Gredos, 1992, p. 248; Leonardo
Funes, “Una versión nobiliaria de la historia reciente en la Castilla
post-alfonsí: la *Historia hasta 1288 dialogada”, Revista de
Literatura Medieval, XV.2 (2003), p. 80. Para el uso del diálogo en los
inicios del género véase Luis Fernández Gallardo, “Sobre los orígenes de la crónica real castellana”, Actas del XIII Congreso Internacional de la
Asociación Hispánica de Literatura Medieval, t. I, Valladolid, Universidad de
Valladolid, 2010, pp. 770-771; en concreto sobre la primera crónica real, Idem,
“La Crónica Particular de San Fernando: sobre los orígenes de la crónica
real castellana. I: Aspectos formales”, Cahiers d´Études Hispaniques
Médiévales, 32 (2009), pp.
258-259.
[20] “E dexando aquí el ystoriador del muy gran
prólogo que él dixo, e tan bien ordenado, que sería muy luenga escritura e no
haze al propósito de la Corónica, por ende tomó dél a la voluntad declaración
del su dezir.” (CJII.1a, p. 73).
Interpreta esta inhibición motivada por la novedad de la inclusión de tales
piezas sermonísticas Fernando Gómez Redondo, “Discurso y elocución en la Crónica de Juan II (1406-1434)”, Cahiers de Linquistique et Civilisation
Hispaniques Médiévales, 27 (2004), p. 236.
[21] En un momento relevante, aduce su condición de
testigo para avalar la veracidad del hecho narrado, las negociaciones tras la
fuga del rey del secuestro del infante don Enrique: “Destos ofrecimientos é
respuestas es buen testigo el ordenador desta historia.” (CJII.1b, p. 150).
[22] Los considera como documentos insertos en la
crónica, expresión de una nueva técnica expositiva, Michel Garcia, “Noticias
del presente. Memoria del futuro. Escribir la historia en Castilla en 1400 y
más adelante”, Memoria e historia.
Utilización política en la Corona de Castilla al final de la Edad Media,
eds. J. A. Fernández de Larrea, J. R. Díaz de Durana, Madrid, Sílex, 2010, pp.
22-25.
[23] “El dicho Infante propuso e díxoles así...” (CJII.1a, p. 69). Con el término proposición es designado el discurso de
don Fernando por el obispo palentino (CJII.1a,
p. 75: “propusiçión”) y por los procuradores (CJII.1a, p. 76: “preposición”).
[24] “... e dixo una como manera de predicación...”
(CJII.1a, p. 73).
[25] Se destaca, del mismo modo que en el discurso
del obispo Sancho de Rojas, la supresión de buena parte de la intervención “por
no alargar.” (CJII.1a, p. 80).
[26] Se trata de una concordia sugerida antes que
explícitamente aludida, a diferencia de las referencias de las actas de las
cortes a los “tres estados del rregno” como sujeto del otorgamiento de los
fondos para la guerra, como se observa en las Cortes de Valladolid (1411) (Cortes de los antiguos reinos de León y
Castilla, ed. Real Academia de la Historia, t. III, Madrid, Imprenta de M.
Rivadeneyra, 1866, p. 5).
[27] Rasgo propio, por otra parte, de las arengas
militares de la historiografía hispana, que se caracterizan por su simplicidad
formal, según revela el somero análisis de César Chaparro Gómez, “La arenga
militar en la Edad Media: estudio de algunas crónicas hispanas”, Retórica e historiografía. El discurso
militar en la historiografía desde la Antigüedad hasta el Renacimiento, ed.
J. C. Iglesias Zoido, Madrid, Ediciones
Clásicas, 2007, p. 416.
[28] Ofrece un análisis del modelado ejemplar de
Fernando de Antequera en la reelaboración de la Crónica de Juan II Béatrice Leroy, “Un modéle de souverain au debut
du XVe siècle, Ferdinand d´Antequera d´après les Chroniques de
Castille de Fernán Pérez de Guzmán”, Revue
Historique, 596 (1995), pp. 201-218.
[29] Mismo proceder, sólo que sin uso del estilo
directo, con relación al cerco de Ronda: el cronista refiere el respeto del
Infante a los años y a la experiencia de sus consejeros (CJII.1a, p. 143).
[30] “El Infante, de que vido que todos dezían que
hera bien, e ninguno no dezía que la tomaría, diz que dixo:
-Mengua faz
aquí don Juan Manuel mi bisagüelo.”(CJII.1a,
p. 297).
[31] Georg Luck, “Vir
facetus. A Renaissance Ideal”, Studies in Philology, LV (1958), pp.
107-121. Atiende
a las raíces medievales de este ideal Gerd Dicke, “Homo facetus. Vom Mittelalter
eines humanistischen Ideals”, Humanismus
in dem deutschen Literatur des Mittelalters und der Frühen Neuzeit, ed. N. McLelland et alii, Tubinga, Max Niemeyer Verlag,
2008, pp. 299-332. Precisas consideraciones sobre la presencia en España de
este ideal y sus raíces italianas en Ángel Gómez Moreno, España y la Italia
de los humanistas. Primeros ecos, Madrid, Gredos, 1994, pp. 182-184.
[32] Sumamente ilustrativo al respecto es este
pasaje: “E ya yvan los cristianos los vnos cerca de los otros, e juntáronse, e
començaron a decir:
-¡A ellos, que fuyen!
E desque esto oyeron los moros, boluieron
fasta treinta moros de cauallo, e los cristianos posieron las lanças so los
souacos e fueron a ellos...” (CJII.1a,
p. 213). Análogo procedimiento en CJII.1a,
pp. 314, 352.
[33] “E tanto que los cristianos se vieron ençima,
e vieron los moros que yban en pos dellos que heran pocos, boluieron a ellos,
las lanças so los sobacos, diciendo todos:
-Señores, ya lo vedes en qué lo tenemos.
Encomendándose a Dios, e llamando al
apóstol Santiago, diciendo:
-Señores, fagamos algún bien ante que
muramos.” (CJII.1a, pp. 346-347).
He aquí un
precioso testimonio castellano del sentido del honor y del deber del guerrero,
componente esencial de la psicología bélica del Medievo (véase al respecto J.
F. Verbruggen, The Art of Warfare in
Western Europe during the Middle Ages from the Eighth Century to 1340,
Wordbridge, The Boydell Press, 19972, pp. 54-57).
[34] De hecho, a propósito de tales alocuciones, se
ha señalado que precisamente por su alto grado de verosimilitud resulta
superfluo plantearse si fueron o no pronunciadas en realidad (J. R. E. Bliese,
“Rhetoric and morale: a study of battle orations from the central middle ages”,
Journal of Medieval History, 15
(1989), p. 219.
[35] “E los moros como llegaron a la pelea, al
palenque, venía delante dellos [...] vn moro que diz que hera su alfaquí de los
moros, que venía diciendo:
-¡Dadvos, mezquinos, e no moriredes!” (CJII.1a, p. 181).
[36] “A esto, Álvaro de Luna le respondió por esta
manera: Cuanto á lo que decía de los ofrecimientos al servicio del Rey, que
facía su deudo, é como quien él era, en amar é procurar el servicio del Rey en
cuanto podiese.” (CJII.1b, I, p.
150).
[37] El término tema
es un tecnicismo del arte de la predicación (“thema”): designa la cita
escrituraria con que se abría el sermón (Étienne Gilson, "Michel Ménot et la technique du sermon
médiéval", Les idées et les lettres, Paris, Vrin, 1932, pp.
100-101). Puede observarse un rasgo característico del sermón en España: la
ausencia del "prothema" (Francisco Rico, Predicación y literatura
en la España medieval, Cádiz, UNED, 1978, p. 12).
[38] “El Rey dixo luego: ¿Qué es esto?” (CJII.1b, I, p. 87). “... e dixo [el rey]
al Infante estas palabras: «¿E qué es esto, primo, esto habíades vos de
facer?»” (CJII.1b, I, p. 88).
[39] “Sobre todo dixo [el rey]: «Abasta,
abasta...»” (CJII.1b, I, p. 88).
[40] “El Rey respondió, é dijo:
«Primo: non es agora tiempo de fablar en
esto; id vos agora á vuestra posada, que yo enviaré por vos cuando toviere
Consejo. A la sazón, nos diredes lo que queredes, é yo vos responderé.»” (CJII.1b, I, p. 281).
[41] “... según decían algunos de su cámara, diz
que dijo [Juan II]: -Cuánto sería agora
aquí menester el Relator, ca él desenvolvería todos estos fechos en breve é
mucho bien!” (CJII.1b, I, p.
433). Elogio del Relator que habría que poner en el haber de su autoría.
[42] “... é por ende, non embargante que, según
verdad é ley de caballería, yo no he por qué dudar de vos otros más que de mí
mismo en la fe ó verdad que me tenedes dada...” (CJII.1b, I, p. 451).
[43] “Ca muy prestos somos yo é ellos á facer todas
las cosas que buenos é leales vasallos son tenudos é obligados de facer por su
Rey é Señor natural.” (CJII.1b, I, p.
190).
[44] “Muy poderoso Señor, vuestros reinos é
Señoríos amades é debedes amar, é del bien público dellos curades é debedes
curar, por ser vuestros, así como todo home naturalmente ama sus cosas propias,
é cura dellas.” (CJII.1b, I, p. 352).
[45] Sobre este personaje véanse los datos
biográficos ofrecidos en Juan de Mata Carriazo (ed.), Refundición de la
Crónica del Halconero por el obispo don Lope de Barrientos, Madrid,
Espasa-Calpe, 1946, pp. xlv-lxxviii. Aporta precisiones documentales Juan
Torres Fontes, “El Halconero y los halcones de Juan II de Castilla”, Murgetana,
15 (1961), pp. 9-20; Idem, “Mayorazgo y testamento de Pedro Carrillo de Huete,
halconero real y cronista de Juan II de Castilla”, Anuario de Estudios
Medievales, 17 (1987), pp. 437-453.
[46] Prefación
en la Crónica de Juan II, p. 273a.
[47] Generaciones
y semblanzas, p. 5. El primer requisito que propone Pérez de Guzmán es “que
el estoriador sea discreto e sabio, e aya buena retórica para poner la estoria
en fermoso e alto estilo” (p. 5). Álvar
García de Santa María avalaría su relato con su condición de testigo (CJII.1a, p. 5).
[48] Prefación
en la Crónica de Juan II, p. 273b. Análisis de conjunto en Fernando Gómez
Redondo, Historia, t. III, pp.
2268-2294. Para su situación en la tradición genérica, Luis Fernández Gallardo,
“La crónica real”, pp. 310-312.
[49] Y en efecto, se ha calificado su Crónica de “unlearned history” (Charles
F. Fraker, “The Style of the Crónica del Halconero”, Homenaje a José
Durand, ed. L. Cortest, Madrid, Editorial Verbum, 1993, p. 83).
[50] “E la respuesta que les dieron, començaron de
decir:
—¡Afuera!
¡Afuera!” (CJII.2a, p. 49).
[51] Y sin embargo las incluye en el haber
documental de la Crónica Rafael
Beltrán, “Introducción a la Crónica del
Halconero de Juan II de Pero Carrillo de Huete”, Crónica del Halconero de Juan II Pedro Carrillo de Huete, ed. J. de
M. Carriazo (ed. facsímil de la ed. de 1946), Granada, Universidad de Granada,
2006, p. xxxvii). La naturaleza eminentemente oral del pregón obliga a
incluirlo en el repertorio del discurso directo.
[52] Preciso análisis de la figura del rey en la Crónica en Fernando Gómez Redondo, Historia, III, pp. 2274-2287.
[53] “E asy dados los pendones, dixo el Rey:
—Yo vos fago
maestre, e vos entiendo fazer otras muchas
mercedes por los señalados seruicios que me fezistes.” (CJII.2a, p. 140).
[54] “E el señor Rey rrespondió e dixo:
—A mí plaze de
guardar sus ondras e estados, e fazerles muchas mercedes, e agora dó el mi
adelantamiento a Diego Manrrique su fijo mayor, e a los otros sus fijos por la
manera que el adelantado lo dexó ordenado.” (CJII.2a, pp. 347-348).
[55] Destaca la petición de licencia al rey para
exigir que éste fuera recibido en el castillo:
“—Señor,
pídovos por merçed que me dedes liçençia que me adelante castillo, que yo terné
manera, con el ayuda de Dios, cómo vos entreguen el castillo, o moriré por
vuestro seruiçio como caballero.” (CJII.2a,
p. 3)
[56] Historia,
IIII, pp. 2271-2273. Para su situación en la tradición genérica véase Luis
Fernández Gallardo, “La crónica real”, pp. 312-313.
[57] Destacado por Fernando Gómez Redondo, Historia, III, p. 2294.
[58] “... dixo el obispo al Rey:
—Señor, esta
fabla sea corta e de palabras sustançiales.” (CJII.2b, p. 450).
[59] El cronista oficial de comienzos del reinado,
Alonso de Palencia —que hubo de compartir el cargo con Martín de Ávila o
sucederle, ya que en documento fechado el 4 de septiembre de 1457 consta como
“coronista” del rey-, fue al poco sustituido por el capellán del rey Diego
Enríquez del Castillo, promovido al cargo de “coronista” el 3 de marzo de 1460
(Luis Fernández Gallardo, “La crónica real”, p. 313).
[60] Análisis de conjunto de esta obra en Fernando
Gómez Redondo, Historia de los prosa
medieval castellana, t. IV (El
reinado de Enrique IV: el final de la Edad Media), Madrid, Cátedra, 2007,
pp. 3482-3508.
[61] Como él mismo refiere en el prólogo de su crónica
(CEIV, p. 100b). Propone dicha
horquilla cronológica Antonio Sánchez Martín, “Diego Enríquez del Castillo, Crónica
de Enrique IV”, Diccionario Filológico, p. 433.
[62] Destaca esta dimensión de la crónica José Luis
Bermejo Cabrero, “Las ideas políticas de Enríquez del Castillo”, Revista de la Universidad Complutense,
XXII, nº 86 (1973), p. 63.
[63] De ahí que al declarar el cometido del
cronista, junto al tópico de la veracidad, Diego Enríquez insista en la idea,
derivada de la admiración de las excelencias retóricas de los historiadores
antiguos, de difundir la fama, loando las virtudes tanto del monarca como de
los fieles súbditos: “... mandó [el rey] que yo como Coronista, á quien
pertenescía loar la lealtad e vituperar la trayción, escribiese a los de Toledo
la carta siguiente...” (CEIV, p.
176a).
[64] Muy significativamente, la última intervención
de Enrique IV tiene lugar en el capítulo posterior al que inserta la primera
carta transcrita (cap. CXII). A partir de este capítulo sólo se constatan
cinco: las dos últimas del rey, una de su hermana Isabel y sendas de Juan
Pacheco y su esposa María de Portocarrero.
[65] Analizado por José Manuel Nieto Soria, “La
oratoria como `speculum regum´ en la Crónica de Enrique IV de Diego
Enríquez del Castillo”, Memorabilia, 7 (2003) [en línea] http://parnaseo.uv.es/Memorabilia/Memorabilia7/Nieto.htm.
Identifica cuatro núcleos temáticos: fundamentos de la legitimidad del poder,
cualidades regias, deberes hacia el rey de oficiales y caballeros, y deberes
hacia el rey de los vasallos.
[66] Dicha reivindicación se anuncia expresamente
en el prólogo: “... del muy esclarecido quarto Rey Don Enrique de Castilla é de
León, sus hechos é vida tratando, su puxanza é grandeza diciendo, sus
infortunios é trabajos recontando...” (CEIV,
p. 100a).
[67] Señala el carácter ficticio de muchas
alocuciones regias José Manuel Nieto Soria, “La oratoria”.
[68] “Suele algunas veces el gran poderío mover á
los que reynan antes á mal hacer que á bien obrar; y el absoluto señorío de
reynar a los altos Príncipes, á usar mas del furor que de la graciosa
mansedumbre. Por esto es necesario á los que en tal cumbre y tan alta suceden,
si quieren mirar á la nobleza, y ser tenidos por tales, que hayan de ser
revestidos de clemencia é ceñidos de piedad. Ca el mando é la potencia en la
persona Real, el regir y gobernar en el virtuoso Rey, solamente ha de ser para
hacerlo magnánimo, gracioso y benigno, olvidador de las injurias é galardonador
de los servicios.” (CEIV, pp.
101b-102a). Se ha señalado que el inicio del reinado narrado por la crónica se
caracteriza por la búsqueda del consenso político (Mª Pilar Rábade Obradó,
“Consenso y disenso en la Crónica de
Enrique IV de Diego Enríquez del Castillo”, Pacto y consenso en la cultura política peninsular. Siglos XI al XV,
eds. J. M. Nieto Soria, O. Villarroel Rodríguez, Madrid, Sílex, 2014, pp.
440-444).
[69] “... porque sabida cosa es que con los
enxemplos del Rey se conforman los del reyno.” (CEIV, p. 111a).
[70] Derivada de las reflexiones preliminares de
Salustio, Coniuratio Catilinae, 9-12.
Enríquez del Castillo se revela decidido belicista (José Luis Bermejo Cabrero,
“Las ideas políticas”, pp. 68-69).
[71] Otro de los tópicos de la historiografía
humanística (Rüdiger Landfester, Historia Magistra Vitae. Untersuchungen zur humanistischen Geschichtstheorie
des 14. bis 16. Jahrhunderts, Ginebra,
Droz, 1972, pp. 127-129).
[72] “A ti glorioso Redentor, por quien reynan los
reyes en el mundo, en cuyo poderío son todos los derechos de los reynos...” (CEIV, p. 144a). Cfr.: “Per me reges
regnant...” (Proverbia, 8, 15).
Diríase que Diego Enríquez se acoge al recuerdo de la cita veterotestamental,
que glosa a continuación. Sobre el vicariato divino del rey véase José Manuel
Nieto Soria, “La oratoria”.
[73] Para la imagen del rey en la CEIV véase José Manuel Nieto Soria, “La
oratoria”.
[74] Como muestra elocuentemente el final de la
segunda arenga: “E pues tan desenfrenado sois de la lengua, desde aquí vos digo
que no quiero negociar con vos, porque la decencia de mi embaxada no lo
consiente.” (CEIV, p. 152b).
[75] Según la versión canónica de la entrada de los
moros, la ofrecida por la Estoria de
España, don Opas era hermano del rey Vitiza (Primera Crónica General de
España, ed. R. Menéndez Pidal, Madrid, Gredos, 19772, t. I, p.
306b). La muy difundida Crónica sarracina
hacía de don Opas (Orpas) cuñado del conde traidor (Crónica del rey don Rodrigo, postrimero rey de los godos. Crónica
sarracina, ed. J. Donald Fogelquist, Madrid, Castalia, 2001, t. I, p. 522).
Tal vez Diego Enríquez aprovechara el parentesco establecido por la Crónica sarracina para realzar por vía
de consanguinidad la condición traidora del personaje que servirá para
potenciar la infamia de Carrillo. No revelaría entonces el cronista real mucho
escrúpulo y rigor histórico al valerse de una obra que ya había puesto en la
picota Fernán Pérez de Guzmán (Generaciones
y semblanzas, pp. 3-4).
[76] “... fue muy grande el escándalo de la gente
por todo el pueblo, disciendo á grandes voces, «que llevan al Rey preso.» E
luego sin detenimiento alguno salió toda la gente de la villa, asi de á caballo
como de peones armados, disciendo, «mueran, mueran los traydores, que llevan
preso al Rey»...” (CEIV, p. 160b).
[77] “... el Rey con alegre cara los recibió, é
dixo al almirante...” (CEIV, p.
103b); “Entonces el Rey con alegre gesto dixo...” (CEIV, p. 105a).
[78] “... las rodillas en tierra, é las manos
alzadas ácia el cielo, con grand devoción...” (CEIV, p. 144a).
[79] “... el Rey con mucho reposo, sin tomar
alteración, dixo: «Agora podré decir aquello que dixo el Profeta Isaías...»” (CEIV, p. 145a). Cfr. Isaiae, 1, 2.
[80] “... con grande reverencia el Arcediano de
Girona propuso, diciendo...” (CEIV,
p. 125a).
[81] Luis Fernández Gallardo, “La crónica real”,
pp. 314-315.
[82] “... considerando quánto fastidio engendra la
prolixidad...” (CRRCCb, I, p. 3). Se
cita por esta edición, ya que el de la Rosell fue posteriormente reelaborado,
probablemente por Galíndez de Carvajal (Gonzalo Pontón Gijón, La obra de Fernando de Pulgar en su contexto
histórico y literario, Bellaterra, 1999 [tesis doctoral en microfichas], p.
585).
[83] Luis Fernández Gallardo, “La crónica real”,
pp. 317-319. También el rey Fernando mostraba gran interés por las crónicas
castellanas, como revela la petición del códice de las crónicas de Ayala al
monasterio de Guadalupe (Robert B. Tate, “Alfonso de Palencia y los preceptos
de la historiografía”, Nebrija y la
introducción del Renacimiento en España, ed. V. García de la Concha,
Salamanca, Universidad de Salamanca, 1996, p. 39)
[84] Robert B. Tate,
“Poles Apart. Two Official Historians of the Catholic Monarchs: Alfonso de Palencia and Fernando
del Pulgar”, Pensamiento medieval hispano. Homenaje a Horacio Santiago-Otero,
coord. J. Mª Soto Rábanos, Madrid, CSIC-Junta de Castilla y León-Diputación de
Zamora, 1998, t. I, pp. 445-447. Se analiza asimismo el contexto del
nombramiento de Pulgar como cronista oficial en Luis Fernández Gallardo, “Claros varones en el contexto de la
biografía castellana del siglo XV", Actas del XI Congreso Internacional
de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, eds. A. López Castro, L.
Cuesta Torre, León, Universidad de León, 2007, vol. I, p. 533.
[85] En carta dirigida a la reina, Pulgar somete la
parte que lleva escrita de la crónica a la consideración de aquélla. Para
justificar esta forma de censura recurre al tópico de la falsa modestia: “Yo
iré a vuestra alteza segund me lo envía a mandar e leuaré lo escrito fasta aquí
para que lo mande examinar; porque escreuir tiempos de tanta iniusticia
conuertidos por la gracia de Dios en
tanta iusticia [...], yo confieso, señora, que ha menester mejor cabeça que la
mía para las poner en memoria perpetua...” (Fernando del Pulgar, Letras, ed. J. Domínguez Bordona,
Madrid, Espasa-Calpe, 1958, pp. 53-54).
[86] Fernando del Pulgar, Claros varones de Castilla, ed. R. B. Tate, Madrid, Taurus, 1985,
p. 81.
[87] Véase el comentario de Luis Fernández
Gallardo, “Claros varones”, p. 534.
[88] Ceñido análisis de este texto fundamental en
Juan de M. Carriazo, “Estudio preliminar”, Fernando del Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos, ed. J.
de M. Carriazo, Madrid, Espasa-Calpe, 1943, pp. LXIV-LXX. Para el entramado
narrativo surgido en torno a la batalla de Lucena y en que se sitúa la epístola
en cuestión véase Gonzalo Pontón Gijón, Escrituras
históricas. Relaciones, memoriales y crónicas de la Guerra de Granada,
Madrid, CELE, 2002, pp. 63-91.
[89] Fernando del Pulgar, Letras, p. 141. El episodio en cuestión es narrado en el capítulo
XX de la CRRCCa (pp. 385b-386b).
[90] “Yo, muy noble e magnífico señor, en esto que
escribo no llevo la forma destas corónicas que leemos de los reyes de
Castilla...” (Fernando del Pulgar, Letras,
p. 142).
[91] “... mas trabajo cuanto puedo por remidar, si
pudiere al Tito Livio e a los otros estoriadores antiguos, que hermosean mucho
sus corónicas con los razonamientos que en ellas leemos, envueltos en mucha
filosofía e buena doctrina.” (Fernando del Pulgar, Letras, p. 142). La centralidad que se le atribuyó a Tito Livio
como modelo de la historiografía humanística en buena medida se debe a Leonardo
Bruni, quien la formulara en la carta que dirigió el 31 de agosto de 1441 a
Ciriaco d´Ancona [Gary Ianziti, “Bruni on Writing History”, Renaissance Quarterly, 51 (1998), p.
382].
[92] Cfr. Fernando del Pulgar, Claros varones, pp. 126,
148.
[93] “Y en estos tales razonamientos tenemos
liçençia de añadir, ornándolos con las mejores e más eficaces palabras e
razones que pudiéremos, guardando que no salgamos de la sustancia del fecho.”
(Fernando del Pulgar, Letras, p.
142).
[94] “Summa autem laus eloquentiae est amplificare
rem ornando, quod valet non solum ad augendum aliquid et tollendum altius
dicendo [...] Quae exercitatio nunc propria duarum philosophiarum de quibus
ante dixi, putatur...” (Cicerón, De
oratore, III, 102). Para la formación ciceroniana de Pulgar véase el ágil
perfil intelectual que traza Gonzalo Pontón Gijón, “Fernando de Pulgar y la
«Crónica de los Reyes Católicos», Fernando del Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos, ed. J. de M. Carriazo, Madrid,
Espasa-Calpe, 1943 (ed. facsímil: Granada, Marcial Pons-Universidad de Granada,
2008), p. XXXI.
[95] Rüdiger Landfester, Historia, pp.
57-59.
[96] Aunque Alfonso de Palencia tal vez estuviera
más capacitado, especialmente por haber sido discípulo de Jorge de Trebisonda,
autor de una muy difundida Rhetorica,
en que se dedicaba un apartado a la historia,
para desarrollar tales principios, que puso en práctica en sus Décadas, sin embargo no los expuso de
forma explícita. Véase el análisis de Robert B. Tate, “Alfonso de Palencia”,
pp. 37-51. Trebisonda consideraba la historia en un sentido moral al modo de
Tito Livio (John Monfasani, Georg of
Trebizond. A Biography and a Study of his Rhetoric and Logic, Leiden, Brill, 1976, p. 174). Se extracta el
pasaje de la Retórica relativo a las
arengas en la antología reunida por Victoria Pineda, “La preceptiva
historiográfica renacentista y la retórica de los discursos: antología de
textos”, Talia dixit, 2 (2007), pp.
104-105.
[97] Análisis de conjunto de los problemas
textuales, principios ideológicos, núcleos temáticos y aspectos formales en Fernando Gómez Redondo, Historia de la prosa de los Reyes Católicos:
el umbral del Renacimiento, Madrid, Cátedra, 2012, pp. 44-96.
[98] Se ofrecen diversas perspectivas de análisis
de las arengas de Pulgar en Juan de M. Carriazo, “Las arengas de Pulgar”, Anales de la Universidad Hispalense, XV
(1954), pp. 43-74 (es más una antología que un estudio propiamente dicho);
Gonzalo Pontón Gijón, La obra, pp.
561-566; Idem, “Fernando de Pulgar”, pp. LXXII-LXXVI; Saskia von Hoegen, Entwicklung der spanischen Historiographie im
ausgehenden Mittelalter, Frankfurt am Main, Peter Lang, 2000, pp.
176-179. Tan
estimadas fueron estas piezas que adquirieron autonomía textual, siendo
reunidas en antología (Ángel Gómez Moreno, “Amador de los Ríos, Abella y cuatro
orationes”, Homenaje al profesor José
Fradejas Lebrero, coord. J. Romera Castillo et alii, Madrid, UNED, 1993, t. I, 127-142).
[99] Recopilación exhaustiva y descripción en Mª
Isabel Hernández González, “Fernando de Pulgar”, Diccionario Filológico, pp. 532-549.
[100] “Oídas por aquel común estas palabras, luego á
gran priesa, como vulgo favorecido de su Rey, subieron á las torres é al muro,
diciendo á grandes voces: Viva la Reyna.”
(CRRCCa, p. 313a).
[101] “... é tomadas las manos, luego se intituló
Rey de Castilla é de Portogal, é á grandes voces un Faraute dixo: Castilla, Castilla por el Rey Don Alonso de
Portugal, é por la Reyna Doña Juana su mujer propietaria destos Reynos.” (CRRCCa, p. 267b).
[102] Para su caracterización en la época de los
Reyes Católicos véase Marie-Claude Gerbet, Las
noblezas españolas en la Edad Media. Siglos XI-XV, Madrid, Alianza
Editorial, 1997, pp. 367-374.
[103] A su vez, la expresión bimembre “caballeros é
capitanes” (CRRCCa, p. 297b) abonaría
esta imprecisión en la adscripción social. En cambio, parece asumir su preciso
significado estamental en CRRCCa, p.
392b.
[104] Sin dejar de connotar cierta valoración
despectiva: “E con esta demanda venía toda la multitud del pueblo...” (CRRCCa, p. 313a). El pueblo aparece así
representado como turba.
[105] “Estando las cosas en este estado, por parte
del obispo e de aquellos cibdadanos fue movido todo el pueblo...” (CRRCCb, I, p. 270). Con sentido
corporativo, más allá del estrictamente estamental, se emplea el término en la
breve arenga que pronuncia uno de aquellos segovianos: “... é fabló uno dellos,
é dixo: «Señora, lo primero que este pueblo suplica á Vuestra Alteza es, que el
Mayordomo Andrés Cabrera no tenga la tenencia deste alcázar.»” (CRRCCa, p. 313a). En una arenga de la
reina, se apela a la “opinión del pueblo” como fundamento de la decisión regia
(CRRCCa, p. 263b), donde claramente
se advierte un sentido “nacional” del término.
[106] “... todos los Duques é Condes é otros
caballeros que estaban en su Consejo [...] dixeron al Rey...” (CRRCCa, p. 392b).
[107] “E después de muchas pláticas ávidas por los
de su Consejo cerca desta materia, dixeron al Rey e a la Reyna...” (CRRCCb, I, p. 143).
[108] Expresión cabal de esa “variety of dissenting
voices” característica del relato de la guerra de Granada que ofrece la CRRCC [Ignacio Navarrete, “Rhetorical
and Narrative Paradigmes in Fernando del Pulgar´s Crónica de los Reyes Católicos”, Hispanic Review, XXIII (2004), p. 261].
[109] Y es que, aunque el prólogo de la CRRCC mantiene abierta la inclusión en
la crónica regia a quienes “por sus
virtuosos trabajos mereçieron aver loable fama” (CRRCCb, I, p. 3), en cambio, en sus Claros varones deja explícita constancia de su criterio selectivo.
[110] CRRCCb,
p. 170: he aquí, pues, un significativo testimonio de la progresiva
morigeración de la crueldad y crudeza de la práctica bélica del Medievo (véase
al respecto J. F. Verbruggen, The Art of
Warfare, pp. 57-58).
[111] El propio Pulgar destaca la índole ejemplar
del episodio como justificación de su inserción en la crónica: “... pónese aquí
este caso por ser singular exemplo de buena hermandad.” (CRRCCa, p. 339a).
[112] La intervención tenía que ser necesariamente
breve: “... e decíales: «Venid vosotros en pos de mí, é no hayáis recelo
ninguno.»” (CRRCCa, p. 316a).
[113] Expresión de ecuanimidad y respeto con el
vencido (Juan de M. Carriazo, “Las arengas”, p. 72).
[114] Ya la interjección y el vocativo que abren la
intervención le confieren a la arenga la inmediatez propia del discurso oral:
“Ea, moros, quiero ver quién será aquel que se compadescerá de los niños é
mujeres de Coín...” (CRRCCa, p.
414b).
[115] “E con esta opinión quedó este moro en su
casa, fasta que los christianos la entraron é lo mataron. Fallaron por las
calles é por las casas del arrabal fasta quatrocientos é cinqüenta moros
muertos...” (CRRCCa, p. 436a).
[116] Para el papel de la providencia en la crónica
de Pulgar véase José Cepeda Adán, “El providencialismo en los cronistas de los
Reyes Católicos”, Arbor, XVII (1950), p. 183; Gonzalo Pontón Gijón, La obra, pp. 485-489; Idem, “Fernando de
Pulgar”, pp. LXVI-LXVIII, quien la considera “clave hemenéutica”; Luis
Fernández Gallardo, “La crónica real”, p. 321.
[117] “... convirtióse á Dios en oración, é los ojos
é manos alzados al cielo dixo...” (CRRCCa,
p. 262b).
[118] “El Rey les repondió: «Diéragela por cierto,
si estoviera libre en su reyno; é no
gelo daré, porque está preso en el mío.»” (CRRCCa,
p. 393b).
[119] Aparecen relacionadas por Saskia von Hoegen, Entwicklung,
pp. 176-179.
[120] De hecho les ha negado tal carácter a estas
piezas oratorias Juan de M. Carriazo, “Las arengas”, p. 48.
[121] Véase el breve comentario de Juan de M.
Carriazo, “Estudio preliminar”, pp. XLVII-XLVIII.
[122] Señala sólo esta segunda faceta Gonzalo Pontón
Gijón, La obra, p. 561.
[123] Pulgar recurre a la imagen del rey ungido, que
constituye la expresión litúrgica de la idea del rey como vicario de Dios (José
Manuel Nieto Soria, Fundamentos
ideológicos del poder real en Castilla (siglos XIII-XVI), Madrid, EUDEMA,
1988, pp. 61-65). Pulgar pone en boca de Mendoza una de las formulaciones más
radicales del origen divino del poder real: “... porque si los reyes son
ungidos por Dios en las tierras, no se deue creer que sean sujetos al juicio
humano los que son puestos por voluntad divina.” (CRRCCb, p. 7).
[124] Véase el análisis de esta pieza como expresión
de los valores del Estado Moderno de Maria Camilla Bianchini, “Fernando del
Pulgar: Una testimonianza della formazione del concetto di monarchia nello
Stato Moderno”, Rassegna Iberistica, 15 (1982), pp. 25-32.
[125] “... la clemencia, que face á los reyes
amados, é si amados, de necesario temidos, porque ninguno ama á su Rey que no
tema de le enojar.” (CRRCCa, p.
324a). Para el tópico amor-temor hacia el rey véase José Luis Bermejo Cabrero, Máximas, principios y símbolos políticos,
Madrid, CEC, 1986, pp. 31-50; sobre el miedo como sentimiento que rige las
relaciones políticas, aunque referido al siglo XIV, François Foronda, El espanto y el miedo. Golpismo, emociones
políticas y constitucionalismo en la Edad Media, Madrid, Dykinson, 2013,
pp. 75-141.
[126] José Manuel Nieto Soria, “Los perdones reales
en la confrontación política de la Castilla Trastámara”, En la España Medieval, 25 (2002), p. 225.
[127] Tal vez en la base de esta arenga, dotada de densidad
doctrinal, esté la estimación de las prendas literarias de Gómez Manrique,
especialmente su faceta moral, que halla su expresión más lograda en el Regimiento de príncipes (Cancionero de Gómez Manrique, ed. A. Paz
y Mélia, Madrid, Imprenta de A. Pérez Durrull, 1885, t. II, pp. 164-196).
[128] “E vosotros no sois superiores, é quereis
mandar, sois inferiores, é no sabeis obedecer, do se sigue rebelión á los
reyes, males a vuestros vecinos, pecados á vosotros, é destruición común á los
unos é a los otros.” (CRRCCa, 335a).
[129] Para el debate en torno a los principios
legitimadores de la nobleza en el siglo XV véase la precisa síntesis de Mª
Concepción Quintanilla Raso, “La nobleza”,
Orígenes de la Monarquía
Hispánica: Proopaganda y legitimación (ca. 1400-1520), dir. J. M. Nieto
Soria, Madrid, Dykinson, 1999, pp.
66-77.
[130] Para el ascenso en la escala social de los
valores y habilidades propias del mundo de la burocracia en esta época véase
Ana M. Gómez-Bravo, Textual Agency. Writing Culture and
Social Networks in the Fifteenth Century Spain, Toronto, University of Toronto Press, 2013, pp. 15-32. No obstante, se
ha señalado que Pulgar atempera en la crónica su vindicación de la meritocracia
en aras del proyecto autocrático de la monarquía de los Reyes Católicos
(Michael Agnew, “The Silences of Fernando de Pulgar in his Crónica de los Reyes Católicos”, Revista de Estudios Hispánicos, 36 (2002), pp. 477-478).
[131] En efecto, al enumerar diferentes tipos de
inclinación natural, incluye, tras guerreros y labradores (dos de los tres
órdenes) actividades relacionadas con el oficio de los letrados: “Vemos otros
que tienen inclinación natural á las armas, otros á la agricultura, otros á
bien é compuestamente fablar, otros á administrar e regir, é á otras artes
diversas...” (CRRCCa, p. 336a).
[132] “¿Qué fallesce aquí, salvo esfuerzo de buenos
homes, é devoción de buenos christianos para pelear en defensa de nuestra fe,
por el ensalzamiento de la qual con tanto mayor vigor debemos pelear...” (CRRCCa, p. 374a).
[133] Luis
Fernández Gallardo, “La crónica real”, p. 322.
[134] La defensa del Capitolio cercado por los galos
llevada a cabo por Marco Manlio, alertado por los ánsares, y el paralelo entre
Príamo y Troylo. La apelación a la lectura del primer ejemplo –“Léese que el capitolio de Roma...” (CRRCCa, p. 374b)- extraña en una arenga
dirigida a curtidos mílites. La anécdota deriva muy significativamente del
dilecto Tito Livio (Ab urbe condita,
V, 47).
[135] Isabella Iannuzzi, El poder de la palabra en el siglo XV: Fray Hernando de Talavera, Salamanca,
Junta de Castilla y León, 2009, p. 154.