Jesús Bartolomé

(UPV / EHU)

Una Aproximación al Estudio de las Arengas Fallidas: Livio, Lucano y Silio Itálico

An Approach to the Study of Failed Battle Exhortation Speeches: Livius, Lucan and Silius Italicus

Abstract: The failed battle exhortation speeches have not been so far analyzed in a systematic way. This paper proposes a critical approach to this kind of speech in both Roman historiography and epic. Since the number of examples is not very high, we will study all of them in order to show their value and function they fulfill. Authors (Livy, Lucan and Silius Italicus) have been selected taking into account the thematic and intertextual relationships among them.

Key Words: Failed Harangue, Livy, Lucan, Silius Italicus, Historiography, Epic.

Resumen: Las arengas militares que fracasan no han sido hasta ahora estudiadas de una manera sistemática. Por ello, este artículo pretende un acercamiento crítico a este tipo de discurso tanto en la historiografía como la épica latinas. Dado que el número de ejemplos no es demasiado grande, estudiaremos todos los casos encontrados en tres autores: Livio, Lucano y Silio Itálico. Los tres autores han sido escogidos teniendo en cuenta las relaciones temáticas e intertextuales existentes entre ellos.

Palabras Clave: Arengas fallidas, Livio, Lucano, Silio Itálico, Historiografía, Épica.

Fecha de Recepción: 30 de septiembre de 2015.

Fecha de Aceptación: 15 de octubre de 2015.

 

El general-orador debe infundir mediante sus palabras el estado de ánimo adecuado para que sus tropas hagan frente a la batalla. Esa es la función principal de los discursos de exhortación militar. Su valor, por lo tanto, es esencial como reconocen tanto los rétores como los autores de tratados sobre la guerra.[1] Y, aunque se haya convertido en un tópico de este tipo de discurso señalar la supremacía de la acción sobre la palabra,[2] sin embargo los generales recurren a ella en los momentos claves para elevar la moral de los soldados.[3]

Si tenemos en cuenta, por otro lado, que las arengas son en su mayor parte creación del autor, tanto las recogidas en los poemas épicos como en las obras historiográficas,[4] parece un tanto contradictorio el empleo de arengas que no obtienen el resultado deseado, es decir, el de enardecer a los soldados de manera que se enfrenten a la batalla con la moral adecuada para lograr la victoria. Por esa razón, consideramos necesario analizar este tipo de discursos y examinar los motivos que justifican su inclusión y su función dentro de la obra.

El fracaso del orador en un discurso deliberativo o judicial es natural en cuanto que se oponen dos opiniones contrarias y una de ellas tiene que prevalecer; el caso de los discursos militares es diferente, en cuanto que, incluso cuando se ofrecen discursos paralelos, no se establece una contienda de la que uno solo puede salir vencedor, al menos para el auditorio interno. Cuestión distinta es que el lector o el auditorio externo adviertan la superioridad de uno u otro discurso. Las arengas fallidas ponen en evidencia cuestiones como la credibilidad del orador y, con ello, la relación orador-historiador. El nivel comunicativo principal es en estos casos distinto: el de la relación narrador-lector y no el de la relación orador-público interno o representado.

La presencia de arengas fracasadas se justifica sobre todo en este nivel, y adquiere un significado mayor cuando se trata de discursos extensos; su finalidad no parece ser otra que establecer una comunicación con el lector, bien en referencia al emisor y su ejecución (actio), decisiva en todo discurso, pero más aún en un contexto militar donde la confianza en el general es imprescindible para que el soldado arriesgue su vida;[5] bien respecto a la actitud del auditorio; bien a las circunstancias de la ejecución; bien en relación con los argumentos empleados por el orador, por reiterativos y tópicos que estos sean en las arengas militares. En resumen, los factores que pueden ser responsables del fracaso.[6]

Es conveniente, por otro lado, establecer distinciones entre los discursos extensos que normalmente preceden a la batalla de los breves insertos en el trascurso del combate. A este respecto se observan diferencias entre la práctica de los historiadores y la de los poetas épicos, pues estos últimos tienden a incluir discursos más breves en todas las posiciones y a utilizar principalmente los discursos en medio de la batalla, aunque, como veremos, Lucano se aparta de esta tendencia y se aproxima a la práctica de los historiadores.[7] Las arengas previas a la batalla, que con su presencia contribuyen a dar relevancia a un encuentro bélico o que se reservan para batallas decisivas, tienen por lo general éxito entre el público al que se dirigen; las intermedias, pese a su habitual fin exitoso, fracasan con más frecuencia. Tampoco se deben confundir los casos en que la arenga no tiene éxito con aquellos en los que ésta obtiene el éxito esperado pero la batalla acaba en derrota, si bien en la mayoría de las ocasiones las arengas fallidas coinciden con la derrota.[8]

En las obras históricas y épicas la reacción favorable del público a las palabras del general-orador se convierte prácticamente en una secuencia automática, tanto que, en ocasiones, ni siquiera se menciona al darla por supuesta. Así pues, las arengas fallidas, por su propia escasez y por no haber sido estudiadas de forma sistemática, merecen atención. No podemos abarcar en este estudio todos los casos, pero hemos considerado aquellos autores en los que la presencia de este tipo de arengas es significativo y útil para la comparación entre la historiografía y la épica. Como representante de la historiografía hemos elegido a Livio, como representante de la poesía a Silio Itálico, que por su cercanía temática y su relación intertextual más próxima permite interesantes comparaciones, y por último a Lucano, que por su temática histórica y sus peculiaridades presenta un mayor número de arengas de este tipo.[9]

La mayoría de las arengas son seguidas por una indicación expresa de la reacción del público, con diferente grado de intensidad y detalle, pero en todos los casos, aludiendo al enardecimiento logrado en los soldados, expresado a menudo de forma directa o bien a través de la acción inmediata que sigue a las palabras del general.[10] Estas escenas son objeto principal de nuestro análisis pues en ellas se encuentra a menudo la explicación de su fracaso, sin que ello excluya el examen del discurso mismo, que proporciona asimismo datos esenciales para entender su fracaso.

 

 

1. Livio

Comenzaremos por el estudio de los discursos militares fallidos en Livio, muy escasos en relación con el número de arengas que contiene su obra. Son un total de 6 discursos dentro de un conjunto de 73: 10.28.12, 10.35;[11] 22.50.10, recogido de nuevo en 22.60.10; 23.45-46 y 25.14.4-8,. Solo el primero de los discursos es en parte previo a la batalla, el resto se encuentra en el transcurso de la batalla. Por otra parte, el último de los ejemplos, el discurso de T. Sempronio, resulta en parte un éxito y en parte un fracaso.

En la batalla contra los Samnitas en Luceria (10.35), Livio introduce una larga escena de preparación en la que describe la disposición psicológica negativa de los soldados para el combate.[12] En estas circunstancias el cónsul M. Atilio Régulo arenga a sus tropas reprochándoles su actitud; la respuesta verbal de los soldados demuestra su renuencia a luchar, por lo que el cónsul se dirige a ellos nuevamente en un tono más encendido:

Quae ubi consul accepit, sibimet ipsi circumeundos adloquendosque milites ratus, ut ad quosque uenerat, cunctantes arma capere increpabat

Haec iurganti increpantique respondebant…

Tunc eninuero consul indignum facinus esse uociferari tantam contumeliam ignominiamque ab ignauissimo accipi hoste.

 

Tras oír estas palabras, marchan al combate pero en un estado de ánimo poco apropiado para afrontarlo:

Tum pudore uictus segniter arma capit, segniter e castris egreditur, maesti et prope uicti procedunt.

 

Las consecuencias de este inicio de combate no se hacen esperar y el cónsul debe recurrir a la palabra una vez más ya en el curso de la batalla, esta vez con amenazas:

 

Hinc fuga coepta… iamque in terga fugientium Samnites pugnabant, cum consul equo praeuectus ad portam …. edictoque ut … haec ipse minitans obstitit profuse tendentibus suis in castra. “¿Quo pergis, inquit, miles?”… Haec dicente consule….

 

De este modo se produce una reacción de las tropas romanas que solo se consumará de forma completa mediante el voto del cónsul de un templo a Júpiter Stator (36.11). El efecto en esta ocasión sí es inmediato, a diferencia de la reacción a los discursos precedentes del cónsul:

Omnes undique adnisi ad restituendam pugnam, duces, milites, peditum equitumque uis. Numen etiam deorum respexisse nomen Romanum uisum. (36.12)

 

El historiador concede en la preparación de esta batalla una importante atención a los factores sicológicos que se observan en el recurso a la introspección en la mente de los soldados romanos y samnitas. El relato, a continuación, se estructura mediante una gradación de la tensión dramática marcada por la sucesión de breves discursos y la descripción de las fases del cambio progresivo de la actitud de las tropas romanas hasta la reacción definitiva, que se produce gracias al recurso a la ayuda divina, descrita como real y efectiva.[13] El motivo del fracaso se encuentra en la disposición de las tropas, no en la estrategia del orador, que se ajusta al modelo habitual de este tipo de discursos. Desde el punto de vista literario, la inclusión de esta sucesión de arengas fallidas es imprescindible para lograr el efecto dramático que se produce con la inversión final de la marcha de la batalla. Desde el punto de vista ideológico, el componente religioso resulta más determinante que el de la acción humana.[14]

El elemento religioso tiene una presencia todavía más marcada en la batalla del Sentino:

Vociferari Decius quo fugerent quamue in fugam spem haberent; obsistere cedentibus ac reuocare fusos; deinde, ut nulla ui perculsos sustinere poterat, patrem P. Decium compellans “quid ultra moror”, inquit, “familiare fatum?” (10. 28.12-13) .

 

La arenga de Decio a sus soldados que huyen, muy breve y en estilo indirecto, fracasa, en contra del esquema habitual en la obra de Livio, en la que este tipo de arengas intermedias conduce en su mayoría a un cambio radical en la actitud de los combatientes.[15] Por ello, el cónsul, siguiendo el modelo de su padre Decio Mus (Liu. 8.9-10), recurre al ritual de la deuotio, inmolándose por la salvación de su ejército y la consecución de la victoria. El fracaso en una situación que intra- e intertextualmente está marcada en un sentido determinado defrauda las expectativas del lector y de este modo contribuye a enfatizar el valor del recurso religioso que dará la victoria a los romanos. Sin que se produzca un proceso de gradación similar, se repite la estructura básica del ejemplo anterior.

Especialmente curioso es el tratamiento de la arenga que el tribuno Sempronio Tuditano dirige a sus compañeros para animarlos a trasladarse al otro campamento romano tras la derrota de Cannas (22.50.6-10). Su discurso convence solo a seiscientos soldados de un total de siete mil,[16] que le siguen, mientras el resto, víctima del miedo, permanece en su campamento y se entrega finalmente a Aníbal. El resultado de su discurso y las razones de su fracaso parcial se hacen explícitas más tarde, cuando T. Manlio Torcuato, en el discurso que pronuncia en el senado en contra del rescate de estos soldados, reproduce las palabras de Sempronio:

 

Nocte prope tota P. Sempronius Tuditanus non desistit monere, adhortari eos, dum paucitas hostium circa castra, dum quies ac silentium esset, dum nox inceptum tegere posset, se ducem sequerentur (22.60.10)

 

En este caso la diferencia en la recepción del discurso entre una parte del auditorio y la otra subraya que el fracaso del orador no es responsabilidad de su estrategia retórica sino de la disposición del público.

La arenga intermedia del cónsul Fulvio en el ataque al campamento cartaginés junto a Benevento (25.14.2-4) es, en cuanto arenga, un fracaso pues los soldados no responden a las peticiones del general. El resultado de la batalla es, sin embargo, positivo. Nos encontramos ante una inversión del proceso habitual del discurso militar. El propósito de la arenga no es en esta ocasión el de estimular a los soldados en una situación desesperada, sino el de frenar su ímpetu ante el riesgo que supone. Las palabras del orador son desoídas por lo que finalmente éste se ve obligado a desistir de su empeño y permitir el ataque. Livio acomoda el discurso al esquema típico de las arengas intermedias exitosas, pero no lo reproduce con exactitud sino que lo altera en algunos puntos:

 

itaque conuocatis <legatis> tribunisque militum consul absistendum temerario incepto ait; tutius sibi uideri reduci eo die exercitum Beneuentum, dein postero <castra> castris hostium iungi […] haec consilia ducis, cum iam receptui caneret, clamor militum aspernantium tam segne imperium disiecit. proxima forte [hostium] erat cohors Paeligna, cuius praefectus Vibius Accaus arreptum uexillum trans uallum hostium traiecit. exsecratus inde seque et cohortem si eius uexilli hostes potiti essent, princeps ipse per fossam uallumque in castra inrupit. (25.14.2-6).

 

El discurso tiene lugar en una situación de ventaja y su intención es disuasoria. Mediante estas modificaciones pretende evocar el patrón que sigue habitualmente, para enfatizar la distancia con aquél. El resultado es el mismo, la victoria, pero el proceso es el contrario, son los soldados los que determinan el resultado, no las palabras del general, que aquí se convierten en obstáculo y por ello son desatendidas.

Lo contrario ocurre con la arenga de Aníbal en el curso de la batalla de Nola (23.45.7-10). Las palabras del cartaginés tienen su correspondencia con las de Marcelo (23.45.1-6) y ambos discursos son de una extensión considerable. Estas características son más propias de las arengas previas que de los discursos incluidos en el curso de la batalla. Es asimismo el único discurso fallido de Aníbal, cuya oratoria suele tener un éxito inmediato, aunque no se traduzca siempre en un triunfo en la batalla.[17] Los tópicos empleados en ella no difieren de los habituales en los discursos del cartaginés, sin embargo, lo que la hace particular es el tono dominante de uituperatio.[18] Los discursos paralelos de Aníbal y Marcelo, lejos de contraponerse, coinciden en el contenido, solo difieren en la intensidad, como lo expresa el narrador en el inicio del discurso del cartaginés que sigue al del romano: cum haec exprobrando hosti Marcellus suorum militum animos erigeret, Hannibal multo grauioribus probris increpabat (23.45.6). El comentario del narrador que cierra el discurso de Aníbal pone de manifiesto su incapacidad para persuadir a sus tropas, en contra de la costumbre: Nec bene nec male dicta profuerunt ad confirmandos animos (23.46.1).

El núcleo de la arenga centrado en la distancia entre el ejército cartaginés del pasado victorioso (antes de su estancia en Capua) y el actual (después de Capua),[19] en la imposibilidad de identificación entre ambos,[20] constituye el referente explicativo del fracaso de este discurso a la vez que justifica la inclusión de dicha arenga, el de mostrar la transformación decisiva del ejército cartaginés:

 

arma signaque eadem se noscere quae ad Trebiam Trasumennumque, postremo ad Cannas uiderit habueritque; militem alium profecto se in hiberna Capuam duxisse, alium inde eduxisse. “legatumne Romanum et legionis unius atque alae magno certamine uix toleratis pugnam, quos binae acies consulares nunquam sustinuerunt? Marcellus tirone milite ac Nolanis subsidiis inultus nos iam iterum lacessit. ubi ille miles meus est, qui derepto ex equo C. Flaminio consuli caput abstulit? ubi, qui L. Paulum ad Cannas occidit? ferrum nunc hebet? an dextrae torpent? an quid prodigii est aliud? qui pauci plures uincere soliti estis, nunc paucis plures uix restatis. (23.45.7-9)

 

El enfoque en la cuestión de la falta de identidad, reforzada por la descripción que el general romano Marcelo hace del ejército cartaginés y por los datos proporcionados por el historiador,[21] incide en el cambio de la actitud del auditorio como causa principal del fracaso de Aníbal. Con la descripción detallada del estado lamentable del ejército de Aníbal y la falta de cohesión entre general y soldados,[22] Livio quiere acentuar las consecuencias desastrosas de la estancia en Capua, como señala Marcelo en su arenga, cuando parece responder, pese a que su discurso precede al del cartaginés, a las preguntas de aquél a sus soldados: ubi?… ubi? / ibi…ibi… ibi (23.45.8-9/23.45.4). La importancia que para Livio adquiere Capua como momento inicial del deterioro púnico se subraya por la inclusión de este único fracaso oratorio de Aníbal.[23]

La diferencia de estilo entre el primer discurso de Aníbal en Italia, lleno de seguridad, y el que analizamos, cargado de interrogativas, de frases breves, responde en gran medida a las peculiaridades características de las arengas intermedias, pero dada su extensión, sirve también para enfatizar la angustia de Aníbal frente a la confianza inicial, busca Livio con ello un mayor patetismo, pero constata asimismo la desesperación del cartaginés.

 

 

2. Silio Itálico

En la obra de Silio Itálico encontramos un total de 3 arengas fallidas, las dos últimas con indicación expresa (4.401-414; 11.194-204; 12.203-212). Una de ellas es anterior a la batalla, la pronunciada por Decio en Capua (11.194-204), el resto se incluyen en medio de la batalla y en algunos casos coinciden con las de Tito Livio. Sin embargo, contamos con otras dos arengas (12.43-50, 12.66-84), ambas de Aníbal, en las que no se expresa la reacción de los soldados pero algunos indicios permiten pensar que su reacción no es positiva.[24]

Consideraremos en primer lugar la arenga de Decio Magio, un ciudadano de Capua (11.194-204), que se dirige a sus conciudadanos, incitándoles a combatir a Aníbal.[25] A esta medida se opone la elite de la ciudad de Capua, cuya intención es pasarse al bando de Aníbal y entregarle la ciudad:

 

et Decius: “Nunc hora, uiri, nunc tempus. adeste,

dum Capua dignum, dum me duce dextera uindex 195

molitur facinus: procumbat barbara pubes.[26]

pro se quisque alacres rapite hoc decus. hostis adire

si parat, obstructas praebete cadauere portas

et ferro purgate nefas. hic denique solus

eluerit sanguis maculatas crimine mentes.” 200

 

Dumque ea nequiquam non ulli laeta profatur,

audita asperitate uiri coeptoque feroci,

multa feta gerens ira praecordia, Poenus

astabat muris propereque accersere lectos

immitem castris Decium iubet. 205

 

El poeta ya había incluido anteriormente un discurso del propio Decio Magio, esta vez ante la asamblea (11.160-188), que fracasa del mismo modo (Haec uana auersas Decius iactauit ad aures, v. 189). El narrador hace explícita su posición favorable al capuano en ambos discursos. Así exime al orador de todo posible reproche de incompetencia, y enfatiza la disposición desfavorable del auditorio, un pueblo degenerado como señala el poeta insistentemente a lo largo de los libros 11 y 12. Los argumentos que pone en boca de Decio son plenamente adecuados para un público romano, especialmente la oposición decus /nefas y la insistencia en el carácter bárbaro de los cartagineses. Esta es la función de la arenga: la caracterización de los capuanos a través de su reacción ante un discurso cargado de razón desde la perspectiva del lector, no del auditorio interno. Acentúa esta arenga la imposibilidad de comunicación entre orador y público, que se encuentran en universos morales opuestos y caracteriza a Decio como una excepción en la depravación de Capua.[27] La inutilidad del discurso de cara a su auditorio interno se expresa en el comentario final del narrador (nequiquam, v. 200). Este hecho junto con la coincidencia entre historiador y orador muestra que la finalidad principal de la arenga se sitúa en la comunicación entre narrador y lector.

Entre las arengas intermedias, la primera de ellas es la pronunciada por el cónsul P. Escipión en medio de la batalla del Tesino (4.401-414):

 

At consul toto palantis aequore turmas

uoce tenet, dum uoce uiget: “Quo signa refertis?

quis uos heu uobis pauor abstulit? horrida primi

si sors uisa loci pugnaeque lacessere frontem,

post me state uiri et pulsa formidine tantum 405

aspicite! has dextras capti genuere parentes

quas fugitis. quae spes uictis? Alpesne petemus?

ipsam turrigero portantem uertice muros

credite summissas Romam nunc tendere palmas.

natorum passim raptus caedemque parentum 410

Vestalisque focos extingui sanguine cerno.

hoc arcete nefas!” postquam inter talia crebro

clamore obtusae crassoque a puluere fauces,

hinc laeua frenos, hinc dextra corripit arma

et latum obiectat pectus strictumque minatur 415

nunc sibi, nunc trepidis, ni restent, comminus ensem.

 

El poeta incide tanto en el comienzo como en el final de la arenga en los aspectos de la ejecución del discurso (actio), algo que no se observa en los pasajes similares de los historiadores, que suelen ser más parcos en este tipo de detalles. Esta descripción, que indica el fracaso de la palabra del cónsul, enfatiza sus esfuerzos por hacerse oír y animar a sus soldados. Con ello, además de introducir un efecto dramático en la narración, contribuye a exculparlo de la derrota: su esfuerzo extraordinario por impedirla deja a salvo su función como general. La oposición entre la uirtus romana y el miedo de los soldados (pauor, formidine) que articula el inicio de su discurso quiere demostrar que la responsabilidad de este fracaso militar no debe recaer sobre Escipión.[28] La comparación con Livio, hipotexto principal aunque no único de la arenga, muestra un traslado de la arenga del inicio de la batalla a una posición intermedia, dotándola de las características propias de este tipo (acumulación de interrogativas de reproche, frases breves, imperativos). Livio no incluye ninguna arenga intermedia de Escipión en esta batalla. Silio, manteniendo los elementos principales de la arenga inicial de Livio (memoria e imposibilidad de salida, la Roma suplicante de la peroratio), traslada el peso de la acción a la batalla y aligera la fase de los preparativos. De este modo se sirve de una estructura más eficaz en la creación de tensión, más aún si tenemos en cuenta las expectativas de inversión y victoria que este tipo de arenga genera. Su eficacia literaria es indiscutible y se multiplica con la fuerza que le proporcionan los intertextos. Con todo ello, podemos concluir que la oratoria de Escipión no fracasa por una ejecución o una argumentación inadecuadas sino porque los soldados hacen oídos sordos a sus palabras. Nos encontramos por tanto ante las mismas motivaciones que encontrábamos en las arengas intermedias de Livio. La comparación con la de Flaminio en Trasimeno sirve de guía para entender mejor las razones de la inclusión de esta arenga fracasada:[29]

 

donec pulsa uagos cursus ad litora uertit 630

mentis inops stagnisque inlata est Daunia pubes.

quis consul terga increpitans (nam turbine motae

ablatus terrae inciderat): “Quid deinde, quid, oro,

restat, io, profugis? uos en ad moenia Romae

ducitis Hannibalem, uos in Tarpeia Tonantis 635

tecta faces ferrumque datis. sta, miles, et acris

disce ex me pugnas, uel si pugnare negatum,

disce mori. dabit exemplum non uile futuris

Flaminius. ne terga Libys, ne Cantaber umquam

consulis aspiciat. solus, si tanta libido 640

est uobis rabiesque fugae, tela omnia solus

pectore consumo et moriens fugiente per auras

hac anima uestras reuocabo ad proelia dextras.”

 

El análisis intra e intertextual muestra las anomalías que contienen ambas arengas. Su situación en una derrota ya las hace atípicas en cuanto que en la obra de Livio, salvo muy raras excepciones, constituyen la clave de la victoria.[30] La función por lo tanto es aquí distinta. Desde la perspectiva intratextual, son numerosas las arengas de Silio que, aunque no indiquen de forma expresa la aprobación de las palabras del general, conducen a la reacción y a la victoria parcial o definitiva. Sin embargo, y esto es más importante, existe una diferencia de peso entre la batalla del Tesino y la del Trasimeno, ambas batallas con un mismo resultado, y esta consiste en la distancia en el comportamiento de los cónsules: Escipión sufre una grave derrota pero su decisión de entablar batalla no es temeraria, la de Flaminio sí. Por ello, el autor quiere liberar de la carga al personaje centrando el relato en él y mostrando su responsabilidad;[31] en el otro caso, pretende rehabilitar la figura de Flaminio con una acción heroica, pero quiere ofrecer también una imagen favorable de un ejército arrojado a una batalla suicida.[32]

Las tres arengas del libro XII que pautan los sucesivos fracasos de Aníbal resultan llamativas no solo porque se alejan del esquema típico del efecto de los discursos bélicos intermedios, sino también porque las palabras del cartaginés en la mayoría de los casos son acogidas favorablemente. Su capacidad de persuasión se prueba en los numerosos discursos que Silio incluye en su obra.[33] Como señala Villalba, la mayoría de las arengas de la obra de Silio Itálico corresponden a Aníbal, a quien el autor caracteriza en diversas ocasiones como orador.[34] A diferencia de lo que ocurre en Lucano, en cuya obra la oposición entre César y Pompeyo es continua, en Punica Aníbal no tiene un único oponente con el que comparar su forma de actuación, pero la frecuencia de sus discursos militares perfila claramente un modo particular de expresión, que destaca por su fuerza[35] y la acogida favorable entre sus tropas. Su condición de hábil orador se reconoce en diversas ocasiones pero las palabras que el poeta le dedica en el final de la obra, antes de la batalla de Zama, condensan todas sus capacidades en el arte de la oratoria militar: Dux uetus armorum scitusque accendere corda/ laudibus ignifero mentes furiabat in iram/ hortatu decorisque urebat pectora flammis (17.292-294).

El poeta no dice nada sobre el efecto que producen las dos primeras arengas en los soldados (12.43-50 y 12.66-84), pero el resultado invita a pensar en un fracaso; la tercera (12.203-212), la de Nola, que Livio ya incluía en su obra como arenga fallida, aunque parece ambigua en su formulación, queda definida claramente por el propio Aníbal en el discurso que pronuncia tras esta derrota (289-92):

 

uidi cum ad bella uocarem,

non secus atque Italo fugere a ductore pauentes

quid reliquum prisci Martis tibi, qui dare terga

me reuocante potes?

 

El libro XII es crucial en la obra de Silio y marca el comienzo de la decadencia de Aníbal después de la estancia en Capua, que Silio describe detalladamente. Por ello no es extraño que sea en él donde se concentran los discursos fracasados de Aníbal, que marcha de derrota en derrota. Silio pauta cada una de ellas con una breve arenga hasta llegar a la de la lucha en Nola. La primera de ellas se produce en la lucha ante las murallas de Nápoles, cuyo efecto no se especifica por el ataque repentino de los ciudadanos que obliga a Aníbal a retirarse de allí. La siguiente etapa es el puerto de Cumas, donde, después de fracasar en su intento de conquista, arenga a sus soldados para incitarlos a la victoria. El discurso, construido según las características de las arengas intermedias, con una sucesión de interrogativas, como el anterior y el siguiente, está cargado de reproches a las tropas y finaliza con un recuerdo de sus hazañas pasadas. El comentario del narrador señala el fracaso y la causa de éste: el estado del ejército de Aníbal después de su estancia en Capua:

Sic ductor fessas luxu attritasque secundis.

erigere et uerbis temptabat sistere mentes (12.83-84).

 

El último de esta serie de discursos se produce en la lucha de Nola, que ya Livio había incluido en su narración y del que se sirve Silio:

 

sistere perculsos ille et reuocare laborat:

“Talesne e gremio Capuae tectisque sinistris

egredimu? state, o miseri, quis gloria summa 205

dedecori est. nil uos hodie, mihi credite, terga

uertentis fidum expectat. meruistis ut omnis

ingruat Ausonia, et saeuo Mauorte parastis

ne qua spes fusos pacis uitaeque maneret.”

uincebat clamore tubas uocisque uigore 210

quamuis obstructas saeuus penetrabat in auris. (12.203-211)

 

El discurso de Livio le sirve de punto de partida aunque se aparte de él en algunos puntos, como en la eliminación del discurso paralelo del general romano,[36] lo que conlleva un enfoque centrado en el cartaginés y sus dificultades de Aníbal para convencer a sus soldados. Éstas se manifiestan en el uso de laborat (v. 203) de la presentación del discurso, así como en la descripción, posterior al discurso, de la potencia de su voz que parece, sin embargo, no llegar a sus tropas. Este énfasis en las dificultades de Aníbal pretende destacar la distancia que separa el ejército actual de Aníbal y el de luchas anteriores, también la falta de conexión entre el general cartaginés y sus soldados (obstructas saeuus penetrabat in auris),[37] hechos manifiestos en la arenga que Livio ponía en boca de Aníbal.

 

 

3. Lucano

Lucano recurre con frecuencia a las arengas extensas previas a la batalla, siguiendo una práctica más habitual entre los historiadores. Lo más novedoso, sin embargo, consiste en la introducción de arengas fallidas en este tipo de discursos militares.[38] En concreto son dos (1.299-351 y 2.531-595), que tienen además un valor extraordinario por estar puestas en boca de los dos protagonistas principales de la Farsalia, César y Pompeyo, y por ser las primeras de cada uno de ellos.

Si tenemos en consideración las características de la oratoria de César y de Pompeyo a lo largo de la obra –en este caso existen dos claros oponentes, a diferencia de Punica donde a Aníbal se le oponían una serie de generales romanos–, podemos concluir que sus arengas se ajustan a un estilo bien definido. En ese contexto se entienden mejor los motivos del fracaso de estas dos arengas.

El registro predominante de los discursos de César es el de la guerra, el militar y en ellos destaca el empleo abundante de términos que denotan violencia.[39] Esto tiene su reflejo en el uso muy superior al de Pompeyo y Catón de imperativos y frases yusivas. De este modo el tono de los discursos de César a lo largo del poema resulta más uniforme y limitado que el de otros oradores,[40] incluso fuera del contexto propiamente militar. El discurso que dirige al marinero Amyclas, es una buena prueba de ello, ya que le habla del único modo que sabe César, como a uno de sus soldados, de acuerdo con lo indicado por el propio Lucano: sic fatur, quamquam plebeio tectus amictu, /indocilis priuata loqui. Este detalle, invención del poeta, refleja, según Matthews,[41] la personalidad autoritaria e impaciente de César.[42] El éxito de su petición no se debe a las palabras del general, sino ante todo a su tono imperativo y apremiante.

El discurso que pronuncia César en medio del motín de Placentia incide aún más en este rasgo de su personalidad. En él predomina el tono soberbio propio del César lucaneo, incluso llega más allá que otros en su virulencia y agresividad.[43] La descripción de los sentimientos del público y del orador después del discurso ponen de manifiesto la capacidad de César para simular las emociones que le pueden ser perjudiciales así como su poder de convicción, basado principalmente en su auctoritas ante los soldados y la violencia de su expresión, señalada al principio y al final del discurso, capaz de provocar el temor repetidamente. La presentación de la escena inicial define la actitud de César:

stetit aggere fulti

caespitis intrepidus uoltu meruitque timeri

non metuens, atque haec ira dictante profatur (5.316-318)

 

En primer lugar, destaca su posición elevada, no solo una cuestión técnica sino una manera de marcar la autoridad de César. En segundo lugar, su actitud decidida manifestada enfáticamente: intrepidus uoltu non metuens y, por último, la descripción de la emoción que dicta sus palabras: ira. La escena se completa con la descripción del efecto de sus palabras en los soldados: infunde el miedo: tremuit uolgus… timet que responde al meruit timeri de la presentación; la razón de este temor: sub uoce minantis, que responde a ira dictante. Elemento novedoso es la referencia al miedo de César ipse pauet, al efecto de la petición de su discurso, no en sus palabras. El discurso no se ve afectado por el miedo de César, solo se manifiesta, tanto en el principio como en el final, su ira: Ira dictante profatur (318), saeua uoce minantis (364).[44] Acentúa así lo exagerado de la petición pero no las dudas de su discurso, con lo que el resultado final supera las expectativas de César.

 

Tremuit saeua sub uoce minantis

uolgus iners unumque caput tam magna iuuentus

priuatum factura timet, uelut ensibus ipsis

imperet inuito moturus milite ferrum.

Ipse pauet, ne tela sibi dextraeque negentur

Ad scelus hoc, Caesar: uicit patientia saeui

spem ducis et iugulos, non tantum praestitit ensis. (5.364-70)

 

Los discursos de Pompeyo son de una mayor variedad en cuanto al contenido (especialmente los dirigidos a su esposa), y su tono es completamente distinto al de César, como subraya Tasler.[45] En lo que se refiere a los discursos militares es, en general, un orador menos impulsivo que su adversario (menos imperativos, un tono más suplicante, estructuras simples, discursos ordenados). En las arengas del libro VII muestra Pompeyo un carácter más defensivo y una mayor pasividad, junto a la resignación y la melancolía. Hay una disposición en los discursos de Pompeyo hacia lo trágico-emotivo.[46] Estas diferencias que, en apariencia, parecen decisivas a la hora de arengar a los soldados, no son siempre tan determinantes, como veremos.

Son cuatro las grandes arengas que ambos generales pronuncian ante sus soldados y se corresponden unas a otras en un diálogo implícito[47] como suele ser habitual en la práctica de los historiadores.[48] Las dos últimas preceden a la batalla de Farsalia y son exitosas; las dos primeras, en cambio, fracasan como hemos visto. Ninguna de estas dos alcanza su objetivo pero el fracaso posee grados diferentes. El discurso de César necesita el empuje de un centurión, Lelio, para no fracasar por completo; la de Pompeyo, por el contrario, supone su renuncia a entablar la lucha proyectada.

La arenga de César (1.299-351) se presenta con un breve preámbulo en el que se recoge la algarabía de los soldados y la imposición de silencio. El contexto induce a pensar que no existe una buena disposición inicial por parte del auditorio, pero desde el comienzo se muestra la autoridad de César al imponer silencio,[49] una característica continua a lo largo del poema:

 

conuocat armatos extemplo ad signa maniplos,

utque satis trepidum turba coeunte tumultum

conposuit uoltu dextraque silentia iussit

‘bellorum o socii, qui mille pericula Martis

mecum’ ait ‘experti decimo iam uincitis anno,

hoc cruor Arctois meruit diffusus in aruis

uolneraque et mortes hiemesque sub Alpibus actae?’ (1.299-305)

 

La reacción ante la arenga, como señala el narrador a la conclusión del discurso, no es el deseado, pero tampoco es un fracaso completo como el de Pompeyo, pues a la pietas que paraliza a los soldados cesarianos se imponen dos poderosos estímulos, que definen tanto al auditorio como al orador: el deseo de matar y el miedo a César:

 

dixerat; at dubium non claro murmure uolgus

secum incerta fremit. pietas patriique penates

quamquam caede feras mentes animosque tumentes

frangunt; sed diro ferri reuocantur amore

ductorisque metu. (1.352-356)

 

Tasler manifiesta el asombro por el fracaso de César, precisamente por los mecanismos tanto de contenido como formales utilizados.[50] Entre ellos destaca la larga sucesión de interrogativas, que sirven para cuestionar los logros del adversario y para lograr un acercamiento al público cuando se refiere a ellos. El efecto de credibilidad y la fuerza persuasiva, en consecuencia, deberían incrementarse a la vez que se provoca un progresivo aumento de las emociones.[51]

Pero en nuestra opinión, este fracaso parcial busca precisamente destacar la responsabilidad de César en la guerra civil, mostrando las dudas de los soldados que no están dispuestos a la lucha civil y necesitan ser impulsados a ella.[52] Esto no impide establecer una distancia entre los soldados de uno y otro bando, como queda claro en la descripción de las tropas cesarianas: quamquam caede feras mentes animosque tumentes, y se hará todavía más evidente en la reacción al discurso de Lelio. La incertidumbre de los soldados obedece al paso decisivo que se les pide dar en contra de la pietas.[53] Pero este discurso encuentra además del estímulo señalado un nuevo impulso en las palabras de Lelio que siguen a las de César, y que nos da las claves del fracaso parcial del general. En efecto, el discurso de César no se corresponde con su verdadero carácter, ha tratado de vencer los escrúpulos de sus soldados con razones legales que le afectan a él principalmente y su tema central es Pompeyo (311-40). Como señala Roche,[54] el discurso de Lelio articula esas dos prioridades (amor ferri y ductoris metus) situándolas por encima de la pietas.[55] Triunfa al reemplazar sus preocupaciones por la pietas[56] por un nuevo marco moral para la guerra civil. Cediendo públicamente a César el derecho de definir la comunidad de ciudadanos romanos (vv. 373s.), despoja a los soldados y a sí mismo del principal dilema ético que les plantea la guerra civil. Por otro lado, es ésta la forma de desvelar la realidad de lo que oculta César en su discurso, al igual que en el discurso de César ante la cabeza de Pompeyo. El éxito completo que obtiene este discurso movido por el furor[57] y completamente diáfano en su expresión llamando a esta guerra por su auténtico nombre ciuili... bello (v. 366)[58] -lo que con mayor cinismo ya ha expresado César ante la imagen de la patria (1.202-203)-, así lo atestigua:

 

summi tum munera pili

Laelius emeritique gerens insignia doni,

seruati ciuis referentem praemia quercum,

‘si licet,’ exclamat ‘Romani maxime rector

nominis, et ius est ueras expromere uoces…(1.351-355)

[…]

his cunctae simul adsensere cohortes

elatasque alte, quaecumque ad bella uocaret,

promisere manus. it tantus ad aethera clamor,

quantus… (1.386-389)

 

César ha tratado de asimilar a sus soldados a él, pero su tono difiere de otros discursos, no hay apenas imperativos y predominan las interrogativas.[59] El fracaso se puede por tanto justificar por la actitud del orador: ha traicionado su modo de expresión habitual, por otro lado ha tenido más en cuenta a su destinatario ausente, Pompeyo, que a su auditorio presente. Por último, siguiendo a Roller (1996), podemos decir que ha dejado su forma habitual de la visión ‘alienadora’ por una ‘comunitaria’, lo que es útil para mover a la pietas, pero no para enardecer la uirtus.[60]

El preámbulo a la primera de las arengas de Pompeyo (2.526-31) revela la disposición del orador a la vez que expresa la consideración que merece su figura[61] así como el respeto que siente el ejército por él, como se subraya mediante el quiasmo que cierra esta escena:[62]

 

nescius interea capti ducis arma parabat

Magnus, ut inmixto firmaret robore partis.

iamque secuturo iussurus classica Phoebo

temptandasque ratus moturi militis iras

adloquitur tacitas ueneranda uoce cohortes.

 

La escena que refiere la acogida del discurso de Pompeyo subraya el completo fracaso de su intento de enardecer a los soldados. Como consecuencia, Pompeyo opta por la retirada (2.596-609):

 

uerba ducis nullo partes clamore secuntur

nec matura petunt promissae classica pugnae.

Sensit et ipse metum Magnus, placuitque referri

signa nec in tantae discrimina mittere pugnae

iam uictum fama non uisi Caesaris agmen.

Pulsus ut armentis primo certamine taurus

siluarum secreta petit…

tradidit Hesperiam profugusque per Apula rura

Brundisii tutas concessit Magnus in arces.

 

Estos versos se hacen eco de los versos que expresan la acogida de la arenga de Lelio en Arímino (1.528-30). La falta de respuesta contrasta con la aclamación de las tropas de César. El símil del toro derrotado que se retira (vv. 601-607) aplicado a Pompeyo acentúa su imagen de fracaso. El silencio es una muestra del miedo, miedo que los soldados siguen sintiendo pese a la exhortación de su general: su petición: ne uos… terreat. Pompeyo no ha conseguido liberar a sus soldados de esa emoción esencial que posibilita hacer frente a la batalla.

El fracaso de esta arenga, subraya Fantham, se debe en gran medida a su falta de relación con su auditorio: “there are only two imperative constructions; Pompey offers no incentives, no promises of success or rewards to follow; for most of the speech he is not addressing his men, but lost in a private quarrel with Caesar, the addressee of 544-9, 575”.[63] Esta inadecuada puesta en escena es una de las causas del fracaso, pero junto a ella, también cuentan los argumentos empleados: el predominio, no sin contradicciones, de la visión o ética ‘comunitaria’, poco adecuada para incitar al combate.

La actitud de César, como hemos visto, no es la característica del resto de sus discursos. La de Pompeyo, sí, pero ambas comparten el olvido durante gran parte del discurso del auditorio al que se dirigen: se trata de un monólogo, o imaginan que se encuentran uno delante del otro en un debate sobre sus logros y la legalidad de las decisiones que cada uno ha tomado.[64] No son propiamente arengas puesto que parecen tener el propósito de enardecer a sus soldados si no el de justificar su actuación ante el adversario y ante el lector.

Si las comparamos con el éxito de las arengas previas a la batalla de Farsalia podemos encontrar algunas claves explicativas. Se encuentran precedidas por la caracterización de los oradores (vv. 248-9 y 341-2, respectivamente) y se cierran con la reacción del auditorio (vv. 329-31 y 382-4, respectivamente). La disposición mental de ambos oradores, definida por el temor, evidencia la transformación necesaria en la actuación pública que tiene por objeto el enardecimiento de los oyentes. En ambos discursos hay una detallada descripción de la disposición del orador y de la reacción del público. Respecto a la disposición de los oradores se describe un proceso paralelo pero los dos superan la disposición poco adecuada para arengar a las tropas:

 

uidit ut hostiles in rectum exire cateruas

Pompeius nullasque moras permittere bello

sed superis placuisse diem, stat corde gelato

attonitus; tantoque duci sic arma timere

omen erat. premit inde metus, totumque per agmen

sublimi praeuectus equo… inquit (7.337-42)

 

Esta introducción de la arenga expresa los sentimientos de Pompeyo, especialmente el del miedo, pero también la consciencia de Pompeyo de lo inadecuado de su sentimiento para exhortar a los soldados a la lucha.[65] La reacción de estos es en este caso la esperada: tam maesta locuti uoce ducis flagrant animi Romanaque uirtus / erigitur placuitque mori, si uera timeret (382-84).

César experimenta un proceso similar, la parálisis inicial (rabies... paulum languit) da paso a la palabra tras un proceso de transformación que le conduce a ocultar el miedo y a mostrar confianza, el modo adecuado para infundir valor a las tropas:

 

discrimina postquam

aduentare ducum supremaque proelia uidit

casuram <et> fatis sensit nutare ruinam,

illa quoque in ferrum rabies promptissima paulum

languit, et casus audax spondere secundos

mens stetit in dubio, quam nec sua fata timere

nec Magni sperare sinunt. formidine mersa

prosilit hortando melior fiducia uolgo. (7.243-49)

 

De ahí su efecto inmediato que, sin respuesta verbal alguna, supone el inicio de la acción: uix cuncta locuto /Caesare quemque suum munus trahit, armaque raptim/ sumpta Ceresque uiris. capiunt praesagia belli (7.329-331).

La reacción de los soldados demuestra el poder de convicción de ambos, el éxito, por vías distintas, de su retórica.[66] El éxito de las arengas del libro VII responde a dos modos distintos de actio, ambas efectivas, una apasionada y vehemente, la propia de César, otra que busca la compasión. Son modalidades opuestas, pero acordes con el público al que van dirigidas y de ahí su éxito.[67] Esta arenga de Pompeyo expresa las mismas contradicciones éticas que la anterior: empieza y termina con una imagen de la pietas hacia la patria, Roma misma (patriam carosque penates, 346, credite… vv. 369-76) y la búsqueda de un efecto emocional relacionado con ella,[68] pero contiene también una llamada a la uirtus romana contra los cesarianos a los que se denomina hostis (v. 366). Sin embargo, en esta ocasión se debe tener en cuenta el cambio producido en sus soldados que, como antes Cicerón, son los que piden la lucha. Pompeyo, sin renunciar completamente a su ética, incorpora de forma más decidida también la que manifiestan sus soldados. [69]

El discurso de César mantiene la definición del ejercito pompeyano como enemigo, expuesta con toda su crudeza en el discurso de Lelio, con lo que se supera toda barrera moral y puede César entregarse a provocar la uirtus en sus soldados, con los medios habituales de su retórica.

Como señala Helzle (1994), César tiene más éxito que Pompeyo porque es más violento, más consistentemente militarista y siempre actúa como un general cuyo deber es dar órdenes. Pompeyo,[70] en cambio, parece incapaz de jugar el papel de imperator donde lo necesita más, delante de sus soldados. César fracasa solo cuando recurre a procedimientos que no son los que lo caracterizan.

 

 

4. A modo de conclusión

Llegados a este punto, debemos hacer un balance de los resultados de nuestro análisis. En primer lugar y como característica común, consideramos que este tipo de discursos adquiere todo su valor en el proceso de comunicación entre el narrador (historiador / poeta) y el lector (público externo). Su presencia supone una llamada a la reflexión sobre la función que cumplen, pues su repercusión en la comunicación entre el orador y su público interno es inexistente. Su fracaso militar no implica en absoluto un fracaso literario, al contrario, de modo que el valor que poseen estas arengas para la interpretación del sentido del relato resulta mayor.

Por esas mismas razones su presencia contribuye a destacar la relevancia de los acontecimientos en los que se insertan, que de lo contrario pasarían más desapercibidos, así como de los personajes que intervienen, tanto del orador como de su auditorio. Por otro lado, la relación que se establece entre narrador y orador sirve asimismo de guía en la interpretación.

En tercer lugar y en referencia a los motivos del fracaso de las arengas militares analizadas, resulta evidente que tanto en la obra de Livio como en la de Silio la responsabilidad de éste recae en la actitud del auditorio. En Lucano, en cambio, se constata que el fracaso de los discursos militares depende principalmente de los errores del orador, o de la falta de conexión con su público.

Por último, hemos comprobado que el tipo de arengas más propensas a no tener éxito son las que se intercalan en el curso de la batalla y son de poca extensión. En este aspecto también el comportamiento de Lucano es excepcional, en cuanto que los dos discursos de exhortación fallidos que contiene su obra corresponden a dos extensas arengas previas a la lucha y que poseen un alto valor programático. El carácter particular de la Farsalia como obra épica señalada en otros aspectos como es la elección de su tema, la guerra civil, que conlleva el trastrocamiento de los valores tradicionales romanos, se confirma igualmente en éste.

 

 

Jesús Bartolomé

Universidad del País Vasco / EHU

jesus.bartolome@ehu.eus

 

 


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[1] El valor de la arenga y los procedimientos retóricos para lograr el éxito en este tipo de discursos se hacen explícitos en Quintiliano (12.1.28-29): Nam quomodo pugnam ineuntibus tot simul metus –laboris, dolorum, postremo mortis ipsius- nisi in eorum locum pietas et fortitudo et honesti praesens imago successerit? Quae certe melius persuadebit aliis qui prius persuaserit sibi. Webb (1995) aporta interesantes textos de Quintiliano sobre el fracaso del orador. Para un panorama completo del tratamiento de las arengas en la retórica, véase el artículo de Iglesias Zoido (2007). Entre los tratados de guerra, la obra de Onasandro (especialmente su cap. 13) es muy clarificadora, cf. Paniagua (2007).

[2] Cf. Iglesias Zoido (2008b: 241) sobre el tratamiento del tema en Tucídides, y Harto (2008: 107-109), en la historiografía latina.

[3] Véase a este respecto el comentario de Batstone (2010: 239-242), sobre las palabras de Catilina ante los conjurados (Salustio, Cat. 58.1).

[4] Marincola (2010: 129-130), Laird (1999: 156-172).

[5] De ello se hacen eco los tratados de los polemólogos, especialmente los de Onasandro y Vegecio. Sobre la importancia de la palabra en la confianza de los soldados en todas las épocas, la obra de Jelly (2008: passim) hace interesantes aportaciones, aunque haya que tomar sus comparaciones con prudencia.

[6] Chassignet (2009: 96-97) recoge algunos de los motivos del éxito y del fracaso de los discursos. Entre ellos, destaca la disposición del auditorio.

[7] Estas arengas intermedias breves, las más frecuentes en Homero, poseen un carácter épico. En palabras de Keitel (1987: 163): “exhortations by the leader in the midst of the battle is the predominant form of parainetic speech in the Iliad”. En el caso de Livio, este tipo es muy abundante en la primera década: 2.46.5-7, 3.60.11, 3.61. 7-9, 3.70.4-7, 4.28.3-6, 4.33.3-6, 4.38.2-4, 6 8.1, 6.24.5-6, 6.29,1-2; 7.15-1-3, 7.24.3-7, 7.33.9-11, 8.10.3-5, 8.39.4, 10.14.12, 10.19.10, 10.28.12, pero su número disminuye sensiblemente a partir de la tercera: 23.27.3, 23.45.5-46.2 (doble), 25.16.17-21, 26.5.12, 27.48.12, 27.49.3-4, 40.40.4-7, 41.6-10. El carácter más épico de los primeros libros de AVC predispone a su empleo. Aunque excepcionales por su extensión, las dos arengas de la batalla de Nola (23.45 y 46) comparten con el resto de las intermedias la determinación del orador y su modo de enunciación, especialmente la de Aníbal. Silio se ajusta más al modelo épico y de sus 48 arengas 23 pertenecen a este modelo; Lucano, en cambio, apenas recurre a este tipo de discursos intermedios, tan solo lo hace en tres ocasiones (4.160-67, 4.474-521, 149-166), pero su extensión y contenido, excepto la primera de ellas, las acerca más al tipo de los discursos previos a la batalla. Para los datos numéricos, cf. apéndice de Iglesias Zoido (2008a: 552-64).

[8] Livio no acostumbra a introducir arengas previas en un gran número de batallas importantes, la mayoría derrotas romanas, como indican Treptow (1964: 18-19) y Burck (1992: 83).

[9] La obra de César sólo contiene una arenga de este tipo, una excepcional, la de Quintilio Varo dirigida a los soldados de Curión (Bell. Ciu. 2.28.2-4); la de Salustio, ninguna; en las obras de Tácito encontramos algunos ejemplos aislados (Hist. 3.10.4, 3.82 son los más claros).

[10] Un análisis de los componentes básicos de las escenas previas y posteriores a las arengas se encuentra en Buongiovanni (2009 ). El estudio se limita a Salustio, Tácito y Amiano Marcelino.

[11] Es comparable en cierta medida la fase previa a la batalla de Pidna (44.36.3-6), cuando el cónsul Emilio Paulo, después de que sus soldados no responden como él considera adecuado a sus exhortaciones, decide finalmente posponer la lucha. El calor y el cansancio son las razones que justifican la actitud de los soldados.

[12] Cf. Oakley (2005: 362).

[13] Se trata de una epipólesis, siempre más detallada en su parte inicial, cf. Carmona Centeno (2014). A este tipo pertenece igualmente Sil. 12.66-84.

[14] Cf. Levene (1993: 131-132) sobre la religión en Livio. El primer ejemplo de una dedicación similar la encontramos en la batalla entre romanos y sabinos y corresponde a Rómulo (Liu. 1.12.6-7).

[15] Cf. Bartolomé (1995: 216-220).

[16] Liu. 22 60.19. La importancia de esta cuestión será tema recurrente en los libros posteriores de la tercera década (Chaplin, 2000: 58-60 y 90, n. 47).

[17] Las arengas de Aníbal que incluye Livio en su obra son un total de ocho: 21.30.1-31.1, 21.42.1-45.1, 21.45.9, 23.18.7, 2345.5-46.2, 27.12.11-13, 30.32.5-6, 30.32.7-11 (Iglesias Zoido (2008a 555-557). Sobre la importancia que poseen los discursos en la caracterización de los personajes en la obra de Livio, véase Bernard (2000: 87-111), para la imagen de Aníbal que se deriva de ella (2000: 435-36)

[18] El tono de reproche en las arengas intermedias es algo habitual (Keitel, 1987:163 y Bartolomé, 1995: 216-220) para Livio. En este caso está más acentuado y se amplifica con las palabras de Marcelo.

[19] Un análisis detallado de esta cuestión se puede encontrar en Levene (2009: 354-375).

[20] Cf. Chaplin (2000: 69). La descripción de lo que contempla Aníbal en nada se parece a la que establecía en la arenga del Tesino.

[21] Sed qui pugnent marcere Campana luxuria, uino et scortis omnibusque lustris per totam hiemem confectos. abisse illam uim uigoremque, delapsa esse robora corporum animorumque quibus Pyrenaei Alpiumque superata sint iuga. reliquias illorum uirorum uix arma membraque sustinentes pugnare. Capuam Hannibali Cannas fuisse: ibi uirtutem bellicam, ibi militarem disciplinam, ibi praeteriti temporis famam, ibi spem futuri exstinctam (23.45.3-5)

[22] El uso de la primera persona del plural para referirse a sus soldados en la arenga del Tesino (21.43.2) se sustituye por la oposición ego /uos.

[23] Livio demuestra la eficacia de la oratoria de Aníbal en las siete arengas restantes que pone en su boca.

[24] El encabezamiento de la batalla de Zama (17.292-294) así como el comportamiento de ambos ejércitos durante la batalla demuestran el éxito de la arenga.

[25] El discurso de Decio Magio en Livio (23.10.5-10) se sitúa en un contexto diferente, cuando éste marcha preso en medio del foro. La reacción popular también es distinta (cum moueri uolgus uideretur. 23.10.9), cf. Chaplin (2000: 79).

[26] La coincidencia de punto de vista entre narrador y Decio se manifiesta en el empleo de expresiones comunes: barbarico tyranno utiliza el narrador (11.30-32).

[27] Tanto en Livio como en Silio el comienzo del fracaso real de Aníbal, que se sitúa normalmente en la batalla del Metauro (207), comienza en su estancia en Capua. De ahí la importancia que le concede Livio a esta derrota, pues selecciona con precisión los lugares en los que distribuye las arengas, conforme a sus propios criterios, véase Burck (1992: 83). A este respecto se puede consultar el comentario de Marks (2005: 29, n. 44, y 74-75), así como Tipping (2009: 199, n. 26). Silio señala como conclusión de la batalla en Nola: ille dies primus docuit, quod credere nemo auderet superis, Martis certamine sisti/ posse ducem Lybiae (273-275).

[28] Cf. Niemann (1975: 44 y 72-73).

[29] La arenga de Flaminio en Trasimeno 5.632-643, en apariencia pertenece al mismo tipo, el cónsul Flaminio trata de detener la huida de los suyos con insultos culpabilizándolos de la destrucción de Roma y amenazas (increpitans es el verbo introductor, las interrogativas, los imperativos y los insultos dominan), pero el comentario posterior a la batalla que hace Aníbal permite entender que atendieron a las palabras del cónsul (“quae uulnera cernis,/quae mortes!”, inquit, “premit omnis dextera ferrum / armatusque iacet seruans certamina miles”, 669-671).

[30] Cf. Treptow (1964: 20) y Oakley (1999: 119).

[31] La concentración de la segunda parte del relato de la batalla en Escipión y su heroica resistencia es clave para esta interpretación, cf. Niemann (1975: 77).

[32] Las diferencias con Livio respecto a la descripción de la huida de los soldados lo pone de manifiesto Niemann (1975: 154). Por otro lado no hay que olvidar el dualismo de la caracterización de Flaminio (Ahl-Davis-Pomeroy 1986: 2519-2523, Chauduri, 2013: 379-98).

[33] El total de arengas de Aníbal es de 18 sobre 48, de acuerdo con los datos ofrecidos por Villalba (2008: 355). No en vano es, si no el protagonista, el personaje con mayor continuidad en la obra y al que se hace responsable de la guerra, cf. von Albrecht (1964: 47-54), Ahl-Davis-Pomeroy (1986: 2511-2519), Fucecchi (1990a y 1990b) y Tipping (2009: 193-195 y 2010: 51-106).

[34] Cf. Villalba (2008:355). Silio Itálico, por su parte, define en diferentes ocasiones su ejecución, poniendo de relieve algunos de sus rasgos más llamativos como la potencia de su voz: ingenti uoce sonat (4.60), en su arenga previa a la batalla de Tesino; uincebat clamore tubas uocisque uigore / quamquam obstructas saeuus penetrabat in aures (12.210-211), en la arenga de la batalla de Nola; y los efectos de su palabra: Instincti glomerant gressus. auribus haeret/ Roma oculis. (12.519-520) donde describe la reacción de los soldados a sus palabras cuando les anuncia la marcha hacia Roma; Dux uetus armorum scitusque accendere corda/ laudibus ignifero mentes furiabat in iram/ hortatu decorisque urebat pectora flammis (17.292-94) antes de la batalla de Zama.

[35] Littlewood (2011: Lxxxviii-ix) describe algunas de las características significativas de Aníbal como orador.

[36] Silio recoge una arenga inicial, muy breve, de Marcelo (vv. 168-169), con lo que demuestra la disposición de sus soldados, y un discurso en medio de la batalla que se dirige a los soldados enemigos (vv. 193-194) y después a Aníbal mismo (vv. 195-198). La relación con el discurso de Livio es, en esta ocasión, muy pequeña. Busca Silio efectos dramáticos más propios de la épica, como es el reto de Marcelo a Aníbal para un combate singular (Fucecchi, 2009: 232).

[37] El paso del uso de la 1ª persona del plural egredimur a la 2ª en el resto del discurso delata esa distancia.

[38] Lo que señala Manzano Ventura (2010: 186), a propósito del discurso que Catón dirige a sus soldados antes de cruzar el desierto de Libia: “La característica más abusiva y recurrente –también la más significativa- de los discursos de exhortación militar en la Farsalia vuelve a repetirse: la ruptura de la verosimilitud histórica a través del constante desfase emisor-receptor- situación comunicativa.”, es aplicable, aún con mayor razón, a las arengas fallidas.

[39] Sobre el carácter histórico de los discursos de Farsalia, véase Manzano Ventura (2010: 62 y 68).

[40] Como sugiere Matthews (2008: 106), esto puede explicarse en parte como consecuencia de la práctica de la recitación en la época de Lucano. Mientras que el recitador podría adoptar voces de diferente tono entre la narración y el discurso, su gama era claramente limitada y así era necesario individualizar las voces de los diferentes hablantes por medios lingüísticos también para hacerlos creíbles.

[41] Cf. Matthews (2008: 105).

[42] Destaca el uso de tres imperativos (532, 533, 536) en un breve discurso (Matthews, 2008: 106). En esto se atiene a las características de sus discursos a lo largo de la obra, como pone en evidencia con estadísticas Helzle (1994).

[43] Cf. Tasler (1972: 44-45).

[44] El discurso que pronuncia César cunado los esbirros de Ptolomeo le presentan la cabeza de Pompeyo permite comprobar el fracaso de la actio cesariana. Es un actor sin credibilidad cuando se aparta de su forma característica. César recurre a una puesta en escena que trata de ocultar sus verdaderos sentimientos, pero el narrador nos advierte antes en una larga intervención de la falsedad de esta postura. Puesta en escena y discurso son coherentes entre sí, pero son inverosímiles en el contexto y de acuerdo al retrato de César que se nos ha ofrecido a lo largo del poema. Es un discurso que contradice todos los anteriores y su público habitual, sus soldados, reconoce el desajuste y entiende el sentido oculto de sus palabras: nec talia fatus /inuenit fletus comitem nec turba querenti /credidit: abscondunt gemitus et pectora laeta / fronte tegunt, hilaresque nefas spectare cruentum, / o bona libertas, cum Caesar lugeat, audent. (9.1035-1108).

[45] Cf. Tasler (1972: 158-60).

[46] Como resume Tasler (1972: 160), se observa en su discurso un ensimismamiento en su glorioso pasado (2.547ss, 2.576ss; 8.274ss, 8.361ss), una búsqueda de autorrepresentación (2.555ss, 8.266ss, 8.279ss). Parece mostrar una consciencia de su inferioridad y de falta de energía (8.309). Johnson (1987: 80) va más allá cuando señala: “Pompey is presented as miles gloriosusThis pattern of blustering self-doubt stretches from his first speech.”

[47] El carácter dialógico resulta manifiesto a lo largo del discurso, pero se acentúa por los elementos comunes que contienen ambas arengas, de acuerdo con Roche (2009: 244): la fórmula inicial similar, la representación de la historia reciente, especialmente la búsqueda de paradigmas históricos adecuados para el general contrario; la consideración de la dignidad del oponente por debajo de la quien habla; las respuestas a las acusaciones de lasitud, de ilegalidades, de campañas triviales. Además, las respectivas escenas de presentación aluden al ambiente en que se pronuncian los discursos: el alboroto inicial en la de César, frente al silencio con que se disponen los soldados a escuchar la de Pompeyo. La reacción del auditorio cuando los generales cesan de hablar se corresponde igualmente en una y en otra.

[48] Marincola (2010: 129-130), Laird (1999: 156-172 y 2009: 211).

[49] Roche (2009: 245) sugiere como intertexto de este pasaje la escena de la diapeira en Ilíada 2.94-98. No vamos a entrar en el detalle de las consecuencias de la comparación entre ambos textos, basta aquí con señalar la diferencia en el resultado de ambos discursos y el significado que ese hecho implica. Quizás la alusión a Homero pretende marcar la distancia entre situaciones y acentuar el fracaso de César. Lausberg (1985: 1575-1576), por su parte, remitía a esta escena de la Ilíada la presentación del discurso de Pompeyo y el de César. De este modo se crearía un nuevo punto en común entre ambas arengas, ya determinadas por numerosos rasgos compartidos. Es de interés la valoración que hace Fantham (1992: 179) de dicha alusión.

[50] Cf. Tasler (1972: 40).

[51] Resumimos aquí los argumentos expuestos por Tasler (1972: 39-40).

[52] Cf. Roche (2009: 262).

[53] Es curioso el contraste con la acogida que recibe el discurso de César en su obra (Bell. Ciu. 1.7-8). La diferencia es harto significativa.

[54] Roche (2010: 261).

[55] Es significativa la inversión del intertexto virgiliano (Aen. 12.646), en usque adeo miserum est ciuile uincere bello (Luc. 2.366), como apunta Roche (2009: 267).

[56] Pompeyo en su discurso antes de Farsalia utiliza estos estímulos (Roche, 2009: 263).

[57] Roche (2009: 275).

[58] Fantham (1985: 124).

[59] Roller (1996: 129-30) resume como sigue las razones del fracaso: “Indeed, he [Laelius] obliquely acknowledges the normative force of this conception of pietas when he concedes that his own right hand may be unwilling: he implies that he must struggle to overcome an ingrained aversion to slaughtering kin. But this acknowledgment merely emphasizes the radical nature of the alienating view he articulates. The point is that, on this view, his kin are no longer members of the community, and pietas is not owed to them. For only those alongside whom one fights are fellow-citizens, and those against whom one fights are not. It is this view of the community that his ethical language is tailored to fit. To judge from the soldiers’ reactions, Laelius’ speech succeeds where Caesar’s speech failed: now that Laelius has addressed their concerns about pietas by redefining the community, the soldiers pledge to follow Caesar into ‘any war to which he should summon them’ (1.386-88)”.

[60] Roller (1996) defiende la contraposición entre una visión comunitaria (‘communitarian’), propia de Pompeyo y en menor grado de sus seguidores, y una visión alienadora (‘alienating’), característica de César y sus soldados. La primera estimula la uirtus sobre la pietas, la segunda lo contrario. En una guerra civil la segunda es más efectiva.

[61] El empleo del término ueneranda (v. 530) concede a Pompeyo una dignidad que Lucano reserva para los cargos públicos y el senado, como recuerda Fantham (1992: 180).

[62] El silencio además de respeto puede incidir en otros aspectos del ejército, como la falta de entusiasmo y confianza. Por otro lado, Fantham (1992: 178) recuerda que Cicerón indica el carácter nervioso de algunos discursos de Pompeyo (Att. 7.21.1).

[63] La estructura del discurso de Pompeyo es cíclica, después de cada sección argumental retorna a la referencia a César. Fantham (1992: 180-181) señala los momentos de recurrencia de la presencia de César: 534-6: Atrocidades de César, 541-54: César como un rebelde, 568-74: Éxito ilusorio de César, 595: La única posibilidad dejada a César: la guerra civil.

[64] El uso de la 2ª persona para referirse al adversario y la abundante presencia de la 1ª persona para aludir a la propia así lo demuestran.

[65] Sin embargo, en el caso de Pompeyo, el poeta ha destacado su indecisión, y lo hace mediante la presencia de Cicerón en cuya boca pone el discurso decisivo para que Pompeyo decida dar la orden de batalla: Cunctorum uoces Romani maximus auctor /Tullius eloquii […] /Addidit inualidae robur facundia causae. (7. 62-65).

[66] La forma de resolver el sentimiento inicial común (vv. 248-9 y 340-2, respectivamente) y, más aún, la reacción, tan diferente, del público de cada uno, insisten en poner de manifiesto la superioridad moral de Pompeyo, simbolizada por la solemnidad que le concede su presentación externa (Radicke 2004: 402). Para el análisis de la estructura de estos discursos, remitimos a Goebel (1981).

[67] Hay que tener en cuenta, como señala Narducci (2002: 311) a propósito de esta parte del discurso de Pompeyo, su carácter patético, que responde a los módulos “de una (auto) miseratio retórica”. Aunque, como reconoce el estudioso italiano, mantiene su dignidad de general supremo sin rebajarse ante sus soldados (7. 377-85).

[68] De acuerdo con lo que señala Fantham (1992: 181) a este propósito.

[69] No se debe olvidar el cambio de disposición del ejército pompeyano (Cicerón, primero, y los soldados, después, piden la lucha) y el tipo de arenga, que no parece muy adecuada para un ejército pero capta la compasión. Sobre el cambio de contexto en una arenga y otra, cf. Ahl (1976: 164).

[70] Pero la decantación del valor de las arengas se confía a medios, como la coincidencia con la expresión del poeta, que interviene directamente, y con ello subraya que en este caso la razón se halla en el bando vencido, sólo que ya los dioses no defienden la justicia (nefas). Lucano pone al descubierto la falsedad e hipocresía de las palabras de César, mediante la contradicción de éstas con el relato proporcionado por el narrador y sus propias manifestaciones en primera persona.