Jesús Bartolomé
(UPV / EHU)
Una Aproximación al Estudio de las Arengas Fallidas: Livio, Lucano y
Silio Itálico
An Approach to the Study of Failed Battle
Exhortation Speeches: Livius, Lucan and Silius Italicus
Abstract: The failed battle
exhortation speeches have not been so far analyzed in a systematic way. This
paper proposes a critical approach to this kind of speech in both Roman
historiography and epic. Since the number of examples is not very high, we will
study all of them in order to show their value and function they fulfill.
Authors (Livy, Lucan and Silius Italicus) have been selected taking into
account the thematic and intertextual relationships among them.
Key
Words: Failed Harangue,
Livy, Lucan, Silius Italicus, Historiography, Epic.
Resumen: Las arengas militares que fracasan no han sido hasta ahora estudiadas
de una manera sistemática. Por ello, este artículo pretende un acercamiento
crítico a este tipo de discurso tanto en la historiografía como la épica latinas. Dado que el número de ejemplos no es
demasiado grande, estudiaremos todos los casos encontrados en tres autores:
Livio, Lucano y Silio Itálico. Los tres autores han sido escogidos teniendo en
cuenta las relaciones temáticas e intertextuales existentes entre ellos.
Palabras Clave: Arengas fallidas, Livio, Lucano, Silio Itálico,
Historiografía, Épica.
Fecha de Recepción: 30 de septiembre de 2015.
Fecha de Aceptación: 15 de octubre
de 2015.
El general-orador debe infundir mediante sus palabras el
estado de ánimo adecuado para que sus tropas hagan frente a la batalla. Esa es
la función principal de los discursos de exhortación militar. Su valor, por lo
tanto, es esencial como reconocen tanto los rétores como los autores de
tratados sobre la guerra.[1]
Y, aunque se haya convertido en un tópico de este tipo de discurso señalar la
supremacía de la acción sobre la palabra,[2] sin
embargo los generales recurren a ella en los momentos claves para elevar la
moral de los soldados.[3]
Si
tenemos en cuenta, por otro lado, que las arengas son en su mayor parte
creación del autor, tanto las recogidas en los poemas épicos como en las obras
historiográficas,[4]
parece un tanto contradictorio el empleo de arengas que no obtienen el
resultado deseado, es decir, el de enardecer a los soldados de manera que se
enfrenten a la batalla con la moral adecuada para lograr la victoria. Por esa
razón, consideramos necesario analizar este tipo de discursos y examinar los
motivos que justifican su inclusión y su función dentro de la obra.
El
fracaso del orador en un discurso deliberativo o judicial es natural en cuanto
que se oponen dos opiniones contrarias y una de ellas tiene que prevalecer; el
caso de los discursos militares es diferente, en cuanto que, incluso cuando se
ofrecen discursos paralelos, no se establece una contienda de la que uno solo
puede salir vencedor, al menos para el auditorio interno. Cuestión distinta es
que el lector o el auditorio externo adviertan la superioridad de uno u otro
discurso. Las arengas fallidas ponen en evidencia cuestiones como la credibilidad
del orador y, con ello, la relación orador-historiador. El nivel comunicativo
principal es en estos casos distinto: el de la relación narrador-lector y no el
de la relación orador-público interno o representado.
La
presencia de arengas fracasadas se justifica sobre todo en este nivel, y
adquiere un significado mayor cuando se trata de discursos extensos; su
finalidad no parece ser otra que establecer una comunicación con el lector,
bien en referencia al emisor y su ejecución (actio), decisiva en todo discurso, pero más aún en un contexto
militar donde la confianza en el general es imprescindible para que el soldado
arriesgue su vida;[5]
bien respecto a la actitud del auditorio; bien a las circunstancias de la
ejecución; bien en relación con los argumentos empleados por el orador, por
reiterativos y tópicos que estos sean en las arengas militares. En resumen, los
factores que pueden ser responsables del fracaso.[6]
Es
conveniente, por otro lado, establecer distinciones entre los discursos
extensos que normalmente preceden a la batalla de los breves insertos en el
trascurso del combate. A este respecto se observan diferencias entre la
práctica de los historiadores y la de los poetas épicos, pues estos últimos
tienden a incluir discursos más breves en todas las posiciones y a utilizar
principalmente los discursos en medio de la batalla, aunque, como veremos,
Lucano se aparta de esta tendencia y se aproxima a la práctica de los
historiadores.[7]
Las arengas previas a la batalla, que con su presencia contribuyen a dar
relevancia a un encuentro bélico o que se reservan para batallas decisivas,
tienen por lo general éxito entre el público al que se dirigen; las
intermedias, pese a su habitual fin exitoso, fracasan con más frecuencia.
Tampoco se deben confundir los casos en que la arenga no tiene éxito con aquellos en los que ésta obtiene el
éxito esperado pero la batalla acaba en derrota, si bien en la mayoría de las
ocasiones las arengas fallidas coinciden con la derrota.[8]
En las
obras históricas y épicas la reacción favorable del público a las palabras del
general-orador se convierte prácticamente en una secuencia automática, tanto
que, en ocasiones, ni siquiera se menciona al darla por supuesta. Así pues, las
arengas fallidas, por su propia escasez y por no haber sido estudiadas de forma
sistemática, merecen atención. No podemos abarcar en este estudio todos los
casos, pero hemos considerado aquellos autores en los que la presencia de este
tipo de arengas es significativo y útil para la comparación entre la historiografía
y la épica. Como representante de la historiografía hemos elegido a Livio, como
representante de la poesía a Silio Itálico, que por su cercanía temática y su
relación intertextual más próxima permite interesantes comparaciones, y por
último a Lucano, que por su temática histórica y sus peculiaridades presenta un
mayor número de arengas de este tipo.[9]
La
mayoría de las arengas son seguidas por una indicación expresa de la reacción
del público, con diferente grado de intensidad y detalle, pero en todos los
casos, aludiendo al enardecimiento logrado en los soldados, expresado a menudo
de forma directa o bien a través de la acción inmediata que sigue a las
palabras del general.[10]
Estas escenas son objeto principal de nuestro análisis pues en ellas se encuentra
a menudo la explicación de su fracaso, sin que ello excluya el examen del
discurso mismo, que proporciona asimismo datos esenciales para entender su
fracaso.
1. Livio
Comenzaremos
por el estudio de los discursos militares fallidos en Livio, muy escasos en
relación con el número de arengas que contiene su obra. Son un total de 6
discursos dentro de un conjunto de 73: 10.28.12, 10.35;[11] 22.50.10,
recogido de nuevo en 22.60.10; 23.45-46 y 25.14.4-8,. Solo el primero de los
discursos es en parte previo a la batalla, el resto se encuentra en el
transcurso de la batalla. Por otra parte, el último de los ejemplos, el
discurso de T. Sempronio, resulta en parte un éxito y en parte un fracaso.
En la
batalla contra los Samnitas en Luceria (10.35), Livio introduce una larga
escena de preparación en la que describe la disposición psicológica negativa de
los soldados para el combate.[12]
En estas circunstancias el cónsul M. Atilio Régulo arenga a sus tropas
reprochándoles su actitud; la respuesta verbal de los soldados demuestra su
renuencia a luchar, por lo que el cónsul se dirige a ellos nuevamente en un
tono más encendido:
Quae ubi consul accepit,
sibimet ipsi circumeundos adloquendosque milites ratus, ut ad quosque uenerat,
cunctantes arma capere increpabat…
Haec iurganti increpantique respondebant…
Tunc eninuero consul
indignum facinus esse uociferari tantam
contumeliam ignominiamque ab ignauissimo accipi hoste.
Tras oír
estas palabras, marchan al combate pero en un estado
de ánimo poco apropiado para afrontarlo:
Tum pudore uictus
segniter arma capit, segniter e castris egreditur, maesti et prope uicti
procedunt.
Las
consecuencias de este inicio de combate no se hacen esperar y el cónsul debe
recurrir a la palabra una vez más ya en el curso de la batalla, esta vez con
amenazas:
Hinc fuga coepta… iamque
in terga fugientium Samnites pugnabant, cum consul equo praeuectus ad portam ….
edictoque ut … haec ipse minitans obstitit profuse tendentibus suis in
castra. “¿Quo pergis, inquit, miles?”… Haec dicente
consule….
De este
modo se produce una reacción de las tropas romanas que solo se consumará de
forma completa mediante el voto del cónsul de un templo a Júpiter Stator (36.11). El efecto en esta
ocasión sí es inmediato, a diferencia de la reacción a los discursos precedentes
del cónsul:
Omnes undique adnisi ad
restituendam pugnam, duces, milites, peditum equitumque uis. Numen etiam deorum
respexisse nomen Romanum uisum. (36.12)
El
historiador concede en la preparación de esta batalla una importante atención a
los factores sicológicos que se observan en el recurso a la introspección en la
mente de los soldados romanos y samnitas. El relato, a continuación, se
estructura mediante una gradación de la tensión dramática marcada por la
sucesión de breves discursos y la descripción de las fases del cambio
progresivo de la actitud de las tropas romanas hasta la reacción definitiva,
que se produce gracias al recurso a la ayuda divina, descrita como real y
efectiva.[13]
El motivo del fracaso se encuentra en la disposición de las tropas, no en la
estrategia del orador, que se ajusta al modelo habitual de este tipo de
discursos. Desde el punto de vista literario, la inclusión de esta sucesión de
arengas fallidas es imprescindible para lograr el efecto dramático que se
produce con la inversión final de la marcha de la batalla. Desde el punto de
vista ideológico, el componente religioso resulta más determinante que el de la
acción humana.[14]
El
elemento religioso tiene una presencia todavía más marcada en la batalla del
Sentino:
Vociferari Decius quo
fugerent quamue in fugam spem haberent; obsistere cedentibus ac reuocare fusos;
deinde, ut nulla ui perculsos sustinere poterat, patrem P.
Decium compellans “quid ultra moror”, inquit, “familiare fatum?” (10. 28.12-13) .
La
arenga de Decio a sus soldados que huyen, muy breve y en estilo indirecto,
fracasa, en contra del esquema habitual en la obra de Livio, en la que este
tipo de arengas intermedias conduce en su mayoría a un cambio radical en la
actitud de los combatientes.[15]
Por ello, el cónsul, siguiendo el modelo de su padre Decio Mus (Liu. 8.9-10),
recurre al ritual de la deuotio,
inmolándose por la salvación de su ejército y la consecución de la victoria. El
fracaso en una situación que intra- e intertextualmente está marcada en un sentido
determinado defrauda las expectativas del lector y de este modo contribuye a
enfatizar el valor del recurso religioso que dará la victoria a los romanos.
Sin que se produzca un proceso de gradación similar, se repite la estructura
básica del ejemplo anterior.
Especialmente
curioso es el tratamiento de la arenga que el tribuno Sempronio Tuditano dirige
a sus compañeros para animarlos a trasladarse al otro campamento romano tras la
derrota de Cannas (22.50.6-10). Su discurso convence solo a seiscientos soldados
de un total de siete mil,[16]
que le siguen, mientras el resto, víctima del miedo, permanece en su campamento
y se entrega finalmente a Aníbal. El resultado de su discurso y las razones de
su fracaso parcial se hacen explícitas más tarde, cuando T. Manlio Torcuato, en
el discurso que pronuncia en el senado en contra del rescate de estos soldados,
reproduce las palabras de Sempronio:
Nocte prope tota P.
Sempronius Tuditanus non desistit monere, adhortari eos, dum paucitas hostium
circa castra, dum quies ac silentium esset, dum nox inceptum tegere posset, se
ducem sequerentur (22.60.10)
En este
caso la diferencia en la recepción del discurso entre una parte del auditorio y
la otra subraya que el fracaso del orador no es responsabilidad de su estrategia
retórica sino de la disposición del público.
La
arenga intermedia del cónsul Fulvio en el ataque al campamento cartaginés junto
a Benevento (25.14.2-4) es, en cuanto arenga, un fracaso pues los soldados no
responden a las peticiones del general. El resultado de la batalla es, sin
embargo, positivo. Nos encontramos ante una inversión del proceso habitual del
discurso militar. El propósito de la arenga no es en esta ocasión el de
estimular a los soldados en una situación desesperada, sino el de frenar su ímpetu
ante el riesgo que supone. Las palabras del orador son desoídas por lo que
finalmente éste se ve obligado a desistir de su empeño y permitir el ataque.
Livio acomoda el discurso al esquema típico de las arengas intermedias
exitosas, pero no lo reproduce con exactitud sino que
lo altera en algunos puntos:
itaque conuocatis
<legatis> tribunisque militum consul absistendum temerario incepto ait; tutius sibi uideri reduci eo die exercitum
Beneuentum, dein postero <castra> castris hostium iungi […] haec consilia
ducis, cum iam receptui caneret, clamor
militum aspernantium tam segne imperium disiecit. proxima forte [hostium]
erat cohors Paeligna, cuius praefectus Vibius Accaus arreptum uexillum trans
uallum hostium traiecit. exsecratus inde seque et cohortem si eius uexilli
hostes potiti essent, princeps ipse per fossam uallumque in castra inrupit.
(25.14.2-6).
El
discurso tiene lugar en una situación de ventaja y su intención es disuasoria.
Mediante estas modificaciones pretende evocar el patrón que sigue
habitualmente, para enfatizar la distancia con aquél. El resultado es el mismo,
la victoria, pero el proceso es el contrario, son los soldados los que
determinan el resultado, no las palabras del general, que aquí se convierten en
obstáculo y por ello son desatendidas.
Lo
contrario ocurre con la arenga de Aníbal en el curso de la batalla de Nola
(23.45.7-10). Las palabras del cartaginés tienen su correspondencia con las de
Marcelo (23.45.1-6) y ambos discursos son de una extensión considerable. Estas
características son más propias de las arengas previas que de los discursos
incluidos en el curso de la batalla. Es asimismo el único discurso fallido de
Aníbal, cuya oratoria suele tener un éxito inmediato, aunque no se traduzca
siempre en un triunfo en la batalla.[17] Los
tópicos empleados en ella no difieren de los habituales en los discursos del
cartaginés, sin embargo, lo que la hace particular es el tono dominante de uituperatio.[18] Los discursos paralelos de Aníbal y
Marcelo, lejos de contraponerse, coinciden en el contenido, solo difieren en la
intensidad, como lo expresa el narrador en el inicio del discurso del
cartaginés que sigue al del romano: cum
haec exprobrando hosti Marcellus
suorum militum animos erigeret, Hannibal multo grauioribus probris increpabat (23.45.6). El comentario
del narrador que cierra el discurso de Aníbal pone de manifiesto su incapacidad
para persuadir a sus tropas, en contra de la costumbre: Nec bene nec male dicta profuerunt
ad confirmandos animos (23.46.1).
El
núcleo de la arenga centrado en la distancia entre el ejército cartaginés del
pasado victorioso (antes de su estancia en Capua) y el actual (después de
Capua),[19]
en la imposibilidad de identificación entre ambos,[20]
constituye el referente explicativo del fracaso de este discurso a la vez que
justifica la inclusión de dicha arenga, el de mostrar la transformación
decisiva del ejército cartaginés:
arma signaque eadem se noscere quae ad Trebiam
Trasumennumque, postremo ad Cannas uiderit habueritque; militem alium profecto se in hiberna Capuam
duxisse, alium inde eduxisse.
“legatumne Romanum et legionis unius atque alae magno certamine uix toleratis
pugnam, quos binae acies consulares nunquam sustinuerunt? Marcellus tirone
milite ac Nolanis subsidiis inultus nos iam iterum lacessit. ubi ille miles meus est, qui derepto ex
equo C. Flaminio consuli caput abstulit? ubi, qui L. Paulum ad Cannas occidit? ferrum nunc hebet? an
dextrae torpent? an quid prodigii est aliud? qui pauci plures uincere soliti
estis, nunc paucis plures uix restatis. (23.45.7-9)
El
enfoque en la cuestión de la falta de identidad, reforzada por la descripción
que el general romano Marcelo hace del ejército cartaginés y por los datos
proporcionados por el historiador,[21] incide
en el cambio de la actitud del auditorio como causa principal del fracaso de
Aníbal. Con la descripción detallada del estado lamentable del ejército de
Aníbal y la falta de cohesión entre general y soldados,[22] Livio
quiere acentuar las consecuencias desastrosas de la estancia en Capua, como
señala Marcelo en su arenga, cuando parece responder, pese a que su discurso
precede al del cartaginés, a las preguntas de aquél a sus soldados: ubi?… ubi? / ibi…ibi… ibi (23.45.8-9/23.45.4).
La importancia que para Livio adquiere Capua como momento inicial del
deterioro púnico se subraya por la inclusión de este único fracaso oratorio de
Aníbal.[23]
La
diferencia de estilo entre el primer discurso de Aníbal en Italia, lleno de
seguridad, y el que analizamos, cargado de interrogativas, de frases breves,
responde en gran medida a las peculiaridades características de las arengas
intermedias, pero dada su extensión, sirve también para enfatizar la angustia
de Aníbal frente a la confianza inicial, busca Livio con ello un mayor
patetismo, pero constata asimismo la desesperación del cartaginés.
2. Silio Itálico
En la
obra de Silio Itálico encontramos un total de 3 arengas fallidas, las dos
últimas con indicación expresa (4.401-414; 11.194-204; 12.203-212). Una de
ellas es anterior a la batalla, la pronunciada por Decio en Capua (11.194-204),
el resto se incluyen en medio de la batalla y en algunos casos coinciden con
las de Tito Livio. Sin embargo, contamos con otras dos arengas (12.43-50,
12.66-84), ambas de Aníbal, en las que no se expresa la reacción de los soldados
pero algunos indicios permiten pensar que su reacción no es positiva.[24]
Consideraremos
en primer lugar la arenga de Decio Magio, un ciudadano de Capua (11.194-204),
que se dirige a sus conciudadanos, incitándoles a combatir a Aníbal.[25]
A esta medida se opone la elite de la ciudad de Capua, cuya intención es
pasarse al bando de Aníbal y entregarle la ciudad:
et Decius: “Nunc hora,
uiri, nunc tempus. adeste,
dum Capua dignum, dum me duce dextera uindex 195
molitur facinus:
procumbat barbara pubes.[26]
pro se quisque alacres
rapite hoc decus. hostis adire
si parat, obstructas
praebete cadauere portas
et ferro purgate nefas. hic denique solus
eluerit sanguis maculatas crimine mentes.” 200
Dumque ea nequiquam non ulli laeta profatur,
audita asperitate uiri coeptoque feroci,
multa feta gerens ira
praecordia, Poenus
astabat muris propereque
accersere lectos
immitem castris Decium
iubet. 205
El poeta
ya había incluido anteriormente un discurso del propio Decio Magio, esta vez
ante la asamblea (11.160-188), que fracasa del mismo modo (Haec uana auersas Decius
iactauit ad aures, v. 189). El narrador hace explícita su posición
favorable al capuano en ambos discursos. Así exime al orador de todo posible
reproche de incompetencia, y enfatiza la disposición desfavorable del
auditorio, un pueblo degenerado como señala el poeta insistentemente a lo largo de los libros 11 y 12. Los
argumentos que pone en boca de Decio son plenamente adecuados para un público
romano, especialmente la oposición decus
/nefas y la insistencia en el
carácter bárbaro de los cartagineses. Esta es la función de la arenga: la
caracterización de los capuanos a través de su reacción ante un discurso
cargado de razón desde la perspectiva del lector, no del auditorio interno.
Acentúa esta arenga la imposibilidad de comunicación entre orador y público,
que se encuentran en universos morales opuestos y caracteriza a Decio como una
excepción en la depravación de Capua.[27] La
inutilidad del discurso de cara a su auditorio interno se expresa en el
comentario final del narrador (nequiquam,
v. 200). Este hecho junto con la coincidencia entre historiador y orador
muestra que la finalidad principal de la arenga se sitúa en la comunicación
entre narrador y lector.
Entre
las arengas intermedias, la primera de ellas es la pronunciada por el cónsul P.
Escipión en medio de la batalla del Tesino (4.401-414):
At consul toto palantis aequore turmas
uoce tenet, dum uoce
uiget: “Quo signa refertis?
quis uos heu uobis pauor abstulit? horrida primi
si sors uisa loci pugnaeque
lacessere frontem,
post me state uiri et
pulsa formidine tantum 405
aspicite! has dextras
capti genuere parentes
quas fugitis. quae spes
uictis? Alpesne petemus?
ipsam turrigero portantem
uertice muros
credite summissas Romam
nunc tendere palmas.
natorum passim raptus
caedemque parentum 410
Vestalisque focos
extingui sanguine cerno.
hoc arcete nefas!” postquam inter talia crebro
clamore obtusae crassoque
a puluere fauces,
hinc laeua frenos, hinc
dextra corripit arma
et latum obiectat pectus strictumque minatur 415
nunc sibi, nunc trepidis,
ni restent, comminus ensem.
El poeta
incide tanto en el comienzo como en el final de la arenga en los aspectos de la
ejecución del discurso (actio), algo
que no se observa en los pasajes similares de los historiadores, que suelen ser
más parcos en este tipo de detalles. Esta descripción, que indica el fracaso de
la palabra del cónsul, enfatiza sus esfuerzos por hacerse oír y animar a sus
soldados. Con ello, además de introducir un efecto dramático en la narración,
contribuye a exculparlo de la derrota: su esfuerzo extraordinario por impedirla
deja a salvo su función como general. La oposición entre la uirtus romana y el miedo de los soldados
(pauor, formidine) que articula el
inicio de su discurso quiere demostrar que la responsabilidad de este fracaso
militar no debe recaer sobre Escipión.[28] La
comparación con Livio, hipotexto principal aunque no único de la arenga,
muestra un traslado de la arenga del inicio de la batalla a una posición
intermedia, dotándola de las características propias de este tipo (acumulación
de interrogativas de reproche, frases breves, imperativos). Livio no incluye
ninguna arenga intermedia de Escipión en esta batalla. Silio, manteniendo los
elementos principales de la arenga inicial de Livio (memoria e imposibilidad de
salida, la Roma suplicante de la peroratio),
traslada el peso de la acción a la batalla y aligera la fase de los
preparativos. De este modo se sirve de una estructura más eficaz en la creación
de tensión, más aún si tenemos en cuenta las expectativas de inversión y
victoria que este tipo de arenga genera. Su eficacia literaria es indiscutible
y se multiplica con la fuerza que le proporcionan los intertextos. Con todo
ello, podemos concluir que la oratoria de Escipión no fracasa por una ejecución
o una argumentación inadecuadas sino porque los soldados hacen oídos sordos a
sus palabras. Nos encontramos por tanto ante las mismas motivaciones que
encontrábamos en las arengas intermedias de Livio. La comparación con la de Flaminio
en Trasimeno sirve de guía para entender mejor las razones de la inclusión de
esta arenga fracasada:[29]
donec pulsa uagos cursus
ad litora uertit 630
mentis inops stagnisque
inlata est Daunia pubes.
quis consul terga increpitans (nam turbine motae
ablatus terrae
inciderat): “Quid deinde, quid, oro,
restat, io, profugis? uos
en ad moenia Romae
ducitis Hannibalem, uos
in Tarpeia Tonantis 635
tecta faces ferrumque
datis. sta, miles, et acris
disce ex me pugnas, uel
si pugnare negatum,
disce mori. dabit exemplum non uile futuris
Flaminius. ne terga
Libys, ne Cantaber umquam
consulis aspiciat. solus,
si tanta libido 640
est uobis rabiesque
fugae, tela omnia solus
pectore consumo et
moriens fugiente per auras
hac anima uestras
reuocabo ad proelia dextras.”
El
análisis intra e intertextual muestra las anomalías que contienen ambas
arengas. Su situación en una derrota ya las hace atípicas en cuanto que en la
obra de Livio, salvo muy raras excepciones, constituyen la clave de la
victoria.[30]
La función por lo tanto es aquí distinta. Desde la perspectiva intratextual,
son numerosas las arengas de Silio que, aunque no indiquen de forma expresa la
aprobación de las palabras del general, conducen a la reacción y a la victoria
parcial o definitiva. Sin embargo, y esto es más importante, existe una
diferencia de peso entre la batalla del Tesino y la del Trasimeno, ambas
batallas con un mismo resultado, y esta consiste en la distancia en el
comportamiento de los cónsules: Escipión sufre una grave derrota
pero su decisión de entablar batalla no es temeraria, la de Flaminio sí. Por
ello, el autor quiere liberar de la carga al personaje centrando el relato en
él y mostrando su responsabilidad;[31] en el
otro caso, pretende rehabilitar la figura de Flaminio con una acción heroica,
pero quiere ofrecer también una imagen favorable de un ejército arrojado a una
batalla suicida.[32]
Las tres
arengas del libro XII que pautan los sucesivos fracasos de Aníbal resultan
llamativas no solo porque se alejan del esquema típico del efecto de los
discursos bélicos intermedios, sino también porque las palabras del cartaginés
en la mayoría de los casos son acogidas favorablemente. Su capacidad de
persuasión se prueba en los numerosos discursos que Silio incluye en su obra.[33]
Como señala Villalba, la mayoría de las arengas de la obra de Silio Itálico
corresponden a Aníbal, a quien el autor caracteriza en diversas ocasiones como
orador.[34]
A diferencia de lo que ocurre en Lucano, en cuya obra la oposición entre César
y Pompeyo es continua, en Punica
Aníbal no tiene un único oponente con el que comparar su forma de actuación,
pero la frecuencia de sus discursos militares perfila claramente un modo
particular de expresión, que destaca por su fuerza[35] y la
acogida favorable entre sus tropas. Su condición de hábil orador se reconoce en
diversas ocasiones pero las palabras que el poeta le
dedica en el final de la obra, antes de la batalla de Zama, condensan todas sus
capacidades en el arte de la oratoria militar: Dux uetus armorum scitusque accendere corda/ laudibus ignifero mentes
furiabat in iram/ hortatu decorisque urebat pectora flammis (17.292-294).
El poeta
no dice nada sobre el efecto que producen las dos primeras arengas en los
soldados (12.43-50 y 12.66-84), pero el resultado invita a pensar en un
fracaso; la tercera (12.203-212), la de Nola, que Livio ya incluía en su obra
como arenga fallida, aunque parece ambigua en su formulación, queda definida
claramente por el propio Aníbal en el discurso que pronuncia tras esta derrota
(289-92):
uidi
cum ad bella uocarem,
non secus atque Italo
fugere a ductore pauentes
quid reliquum prisci
Martis tibi, qui dare terga
me reuocante potes?
El libro
XII es crucial en la obra de Silio y
marca el comienzo de la decadencia de Aníbal después de la estancia en Capua,
que Silio describe detalladamente. Por ello no es extraño que sea en él donde
se concentran los discursos fracasados de Aníbal, que marcha de derrota en
derrota. Silio pauta cada una de ellas con una breve arenga hasta llegar a la
de la lucha en Nola. La primera de ellas se produce en la lucha ante las
murallas de Nápoles, cuyo efecto no se especifica por el ataque repentino de
los ciudadanos que obliga a Aníbal a retirarse de allí. La siguiente etapa es
el puerto de Cumas, donde, después de fracasar en su intento de conquista,
arenga a sus soldados para incitarlos a la victoria. El discurso, construido
según las características de las arengas intermedias, con una sucesión de
interrogativas, como el anterior y el siguiente, está cargado de reproches a
las tropas y finaliza con un recuerdo de sus hazañas pasadas. El comentario del
narrador señala el fracaso y la causa de éste: el estado del ejército de Aníbal
después de su estancia en Capua:
Sic ductor fessas luxu attritasque
secundis.
erigere et uerbis temptabat sistere mentes (12.83-84).
El
último de esta serie de discursos se produce en la lucha de Nola, que ya Livio
había incluido en su narración y del que se sirve Silio:
sistere perculsos ille et
reuocare laborat:
“Talesne e gremio Capuae
tectisque sinistris
egredimu? state, o miseri, quis gloria summa 205
dedecori est. nil uos
hodie, mihi credite, terga
uertentis fidum expectat.
meruistis ut omnis
ingruat Ausonia, et saeuo
Mauorte parastis
ne qua spes fusos pacis
uitaeque maneret.”
uincebat clamore tubas
uocisque uigore 210
quamuis obstructas saeuus
penetrabat in auris. (12.203-211)
El
discurso de Livio le sirve de punto de partida aunque se aparte de él en
algunos puntos, como en la eliminación del discurso paralelo del general romano,[36]
lo que conlleva un enfoque centrado en el cartaginés y sus dificultades de
Aníbal para convencer a sus soldados. Éstas se manifiestan en el uso de laborat (v. 203) de la presentación del discurso,
así como en la descripción, posterior al discurso, de la potencia de su voz que
parece, sin embargo, no llegar a sus tropas. Este énfasis en las dificultades
de Aníbal pretende destacar la distancia que separa el ejército actual de
Aníbal y el de luchas anteriores, también la falta de conexión entre el general
cartaginés y sus soldados (obstructas
saeuus penetrabat in auris),[37]
hechos manifiestos en la arenga que Livio ponía en boca de Aníbal.
3. Lucano
Lucano
recurre con frecuencia a las arengas extensas previas a la batalla, siguiendo
una práctica más habitual entre los historiadores. Lo más novedoso, sin
embargo, consiste en la introducción de arengas fallidas en este tipo de
discursos militares.[38]
En concreto son dos (1.299-351 y 2.531-595), que tienen además un valor
extraordinario por estar puestas en boca de los dos protagonistas principales
de la Farsalia, César y Pompeyo, y
por ser las primeras de cada uno de ellos.
Si
tenemos en consideración las características de la oratoria de César y de
Pompeyo a lo largo de la obra –en este caso existen dos claros oponentes, a
diferencia de Punica donde a Aníbal
se le oponían una serie de generales romanos–, podemos concluir que sus arengas
se ajustan a un estilo bien definido. En ese contexto se entienden mejor los
motivos del fracaso de estas dos arengas.
El
registro predominante de los discursos de César es el de la guerra, el militar
y en ellos destaca el empleo abundante de términos que denotan violencia.[39]
Esto tiene su reflejo en el uso muy superior al de Pompeyo y Catón de
imperativos y frases yusivas. De este modo el tono de los discursos de César a
lo largo del poema resulta más uniforme y limitado que el de otros oradores,[40]
incluso fuera del contexto propiamente militar. El discurso que dirige al
marinero Amyclas, es una buena prueba de ello, ya que le habla del único modo
que sabe César, como a uno de sus soldados, de acuerdo con lo indicado por el
propio Lucano: sic fatur, quamquam
plebeio tectus amictu, /indocilis priuata loqui. Este detalle, invención
del poeta, refleja, según Matthews,[41]
la personalidad autoritaria e impaciente de César.[42] El
éxito de su petición no se debe a las palabras del general, sino ante todo a su
tono imperativo y apremiante.
El
discurso que pronuncia César en medio del motín de Placentia incide aún más en
este rasgo de su personalidad. En él predomina el tono soberbio propio del
César lucaneo, incluso llega más allá que otros en su virulencia y agresividad.[43]
La descripción de los sentimientos del público y del orador después del
discurso ponen de manifiesto la capacidad de César para simular las emociones
que le pueden ser perjudiciales así como su poder de convicción, basado
principalmente en su auctoritas ante
los soldados y la violencia de su expresión, señalada al principio y al final
del discurso, capaz de provocar el temor repetidamente. La presentación de la
escena inicial define la actitud de César:
stetit aggere fulti
caespitis intrepidus uoltu meruitque timeri
non metuens, atque haec
ira dictante profatur (5.316-318)
En
primer lugar, destaca su posición elevada, no solo una cuestión técnica sino
una manera de marcar la autoridad de César. En segundo lugar, su actitud
decidida manifestada enfáticamente: intrepidus
uoltu non metuens y, por último, la descripción de la emoción que dicta sus
palabras: ira. La escena se completa
con la descripción del efecto de sus palabras en los soldados: infunde el
miedo: tremuit uolgus… timet que
responde al meruit timeri de la
presentación; la razón de este temor: sub
uoce minantis, que responde a ira dictante. Elemento novedoso es la
referencia al miedo de César ipse pauet,
al efecto de la petición de su discurso, no en sus palabras. El discurso no se
ve afectado por el miedo de César, solo se manifiesta, tanto en el principio
como en el final, su ira: Ira dictante
profatur (318), saeua uoce minantis
(364).[44]
Acentúa así lo exagerado de la petición pero no las dudas de su discurso, con
lo que el resultado final supera las expectativas de César.
Tremuit saeua sub uoce minantis
uolgus iners unumque caput tam magna iuuentus
priuatum factura timet,
uelut ensibus ipsis
imperet inuito moturus
milite ferrum.
Ipse pauet, ne tela sibi dextraeque negentur
Ad scelus hoc, Caesar:
uicit patientia saeui
spem ducis et iugulos,
non tantum praestitit ensis. (5.364-70)
Los
discursos de Pompeyo son de una mayor variedad en cuanto al contenido
(especialmente los dirigidos a su esposa), y su tono es completamente distinto
al de César, como subraya Tasler.[45]
En lo que se refiere a los discursos militares es, en general, un orador menos
impulsivo que su adversario (menos imperativos, un tono más suplicante,
estructuras simples, discursos ordenados). En las arengas del libro VII muestra
Pompeyo un carácter más defensivo y una mayor pasividad, junto a la resignación
y la melancolía. Hay una disposición en los discursos de Pompeyo hacia lo
trágico-emotivo.[46]
Estas diferencias que, en apariencia, parecen decisivas a la hora de arengar a
los soldados, no son siempre tan determinantes, como veremos.
Son
cuatro las grandes arengas que ambos generales pronuncian ante sus soldados y
se corresponden unas a otras en un diálogo implícito[47] como
suele ser habitual en la práctica de los historiadores.[48] Las
dos últimas preceden a la batalla de Farsalia y son exitosas; las dos primeras,
en cambio, fracasan como hemos visto. Ninguna de estas dos alcanza su objetivo pero el fracaso posee grados diferentes. El
discurso de César necesita el empuje de un centurión, Lelio, para no fracasar
por completo; la de Pompeyo, por el contrario, supone su renuncia a entablar la
lucha proyectada.
La
arenga de César (1.299-351) se presenta con un breve preámbulo en el que se
recoge la algarabía de los soldados y la imposición de silencio. El contexto
induce a pensar que no existe una buena disposición inicial por parte del
auditorio, pero desde el comienzo se muestra la autoridad de César al imponer
silencio,[49]
una característica continua a lo largo del poema:
conuocat armatos extemplo
ad signa maniplos,
utque satis trepidum
turba coeunte tumultum
conposuit uoltu dextraque silentia iussit
‘bellorum o socii, qui
mille pericula Martis
mecum’ ait ‘experti
decimo iam uincitis anno,
hoc cruor Arctois meruit
diffusus in aruis
uolneraque et mortes
hiemesque sub Alpibus actae?’ (1.299-305)
La reacción
ante la arenga, como señala el narrador a la conclusión del discurso, no es el
deseado, pero tampoco es un fracaso completo como el de Pompeyo, pues a la pietas que paraliza a los soldados
cesarianos se imponen dos poderosos estímulos, que definen tanto al auditorio
como al orador: el deseo de matar y el miedo a César:
dixerat; at dubium non claro murmure uolgus
secum incerta fremit.
pietas patriique penates
quamquam caede feras
mentes animosque tumentes
frangunt; sed diro ferri reuocantur amore
ductorisque metu. (1.352-356)
Tasler
manifiesta el asombro por el fracaso de César, precisamente por los mecanismos
tanto de contenido como formales utilizados.[50] Entre
ellos destaca la larga sucesión de interrogativas, que sirven para cuestionar
los logros del adversario y para lograr un acercamiento al público cuando se
refiere a ellos. El efecto de credibilidad y la fuerza persuasiva, en
consecuencia, deberían incrementarse a la vez que se provoca un progresivo
aumento de las emociones.[51]
Pero en
nuestra opinión, este fracaso parcial busca precisamente destacar la
responsabilidad de César en la guerra civil, mostrando las dudas de los
soldados que no están dispuestos a la lucha civil y necesitan ser impulsados a
ella.[52]
Esto no impide establecer una distancia entre los soldados de uno y otro bando,
como queda claro en la descripción de las tropas cesarianas: quamquam caede feras mentes animosque
tumentes, y se hará todavía más evidente en la reacción al discurso de
Lelio. La incertidumbre de los soldados obedece al paso decisivo que se les
pide dar en contra de la pietas.[53]
Pero este discurso encuentra además del estímulo señalado un nuevo impulso en
las palabras de Lelio que siguen a las de César, y que nos da las claves del
fracaso parcial del general. En efecto, el discurso de César no se corresponde
con su verdadero carácter, ha tratado de vencer los escrúpulos de sus soldados
con razones legales que le afectan a él principalmente y su tema central es
Pompeyo (311-40). Como señala Roche,[54] el discurso de Lelio articula esas dos
prioridades (amor ferri y ductoris metus) situándolas por encima
de la pietas.[55]
Triunfa al reemplazar sus preocupaciones por la pietas[56]
por un nuevo marco moral para la guerra civil. Cediendo públicamente a César el
derecho de definir la comunidad de ciudadanos romanos (vv. 373s.), despoja a
los soldados y a sí mismo del principal dilema ético que les plantea la guerra
civil. Por otro lado, es ésta la forma de desvelar la realidad de lo que oculta
César en su discurso, al igual que en el discurso de César ante la cabeza de
Pompeyo. El éxito completo que obtiene este discurso movido por el furor[57] y completamente diáfano en su expresión
llamando a esta guerra por su auténtico nombre ciuili... bello (v. 366)[58]
-lo que con mayor cinismo ya ha expresado César ante la imagen de la patria
(1.202-203)-, así lo atestigua:
summi tum munera pili
Laelius emeritique gerens
insignia doni,
seruati ciuis referentem
praemia quercum,
‘si licet,’ exclamat
‘Romani maxime rector
nominis, et ius est ueras expromere uoces…(1.351-355)
[…]
his cunctae simul adsensere cohortes
elatasque alte, quaecumque ad bella uocaret,
promisere manus. it tantus ad aethera clamor,
quantus… (1.386-389)
César ha
tratado de asimilar a sus soldados a él, pero su tono difiere de otros
discursos, no hay apenas imperativos y predominan las interrogativas.[59]
El fracaso se puede por tanto justificar por la actitud del orador: ha
traicionado su modo de expresión habitual, por otro lado ha tenido más en
cuenta a su destinatario ausente, Pompeyo, que a su auditorio presente. Por
último, siguiendo a Roller (1996), podemos decir que ha dejado su forma
habitual de la visión ‘alienadora’ por una ‘comunitaria’, lo que es útil para
mover a la pietas, pero no para
enardecer la uirtus.[60]
El preámbulo
a la primera de las arengas de Pompeyo (2.526-31) revela la disposición del
orador a la vez que expresa la consideración que merece su figura[61]
así como el respeto que siente el ejército por él, como se subraya mediante el
quiasmo que cierra esta escena:[62]
nescius interea capti
ducis arma parabat
Magnus, ut inmixto firmaret robore partis.
iamque secuturo iussurus
classica Phoebo
temptandasque ratus moturi militis iras
adloquitur tacitas ueneranda uoce cohortes.
La
escena que refiere la acogida del discurso de Pompeyo subraya el completo
fracaso de su intento de enardecer a los soldados. Como consecuencia, Pompeyo
opta por la retirada (2.596-609):
uerba ducis nullo partes
clamore secuntur
nec matura petunt promissae classica pugnae.
Sensit et ipse metum Magnus, placuitque referri
signa nec in tantae discrimina mittere pugnae
iam uictum fama non uisi Caesaris agmen.
Pulsus ut armentis primo certamine taurus
siluarum secreta petit…
tradidit Hesperiam profugusque per Apula rura
Brundisii tutas concessit Magnus in arces.
Estos
versos se hacen eco de los versos que expresan la acogida de la arenga de Lelio
en Arímino (1.528-30). La falta de respuesta contrasta con la aclamación de las
tropas de César. El símil del toro derrotado que se retira (vv. 601-607)
aplicado a Pompeyo acentúa su imagen de fracaso. El silencio es una muestra del
miedo, miedo que los soldados siguen sintiendo pese a la exhortación de su
general: su petición: ne uos… terreat.
Pompeyo no ha conseguido liberar a sus soldados de esa emoción esencial que
posibilita hacer frente a la batalla.
El fracaso de esta arenga, subraya Fantham, se debe en
gran medida a su falta de relación con su auditorio: “there are only two
imperative constructions; Pompey offers no incentives, no promises of success
or rewards to follow; for most of the speech he is not addressing his men, but
lost in a private quarrel with Caesar, the addressee of 544-9, 575”.[63] Esta inadecuada puesta en escena es una de
las causas del fracaso, pero junto a ella, también cuentan los argumentos
empleados: el predominio, no sin contradicciones, de la visión o ética
‘comunitaria’, poco adecuada para incitar al combate.
La
actitud de César, como hemos visto, no es la característica del resto de sus
discursos. La de Pompeyo, sí, pero ambas comparten el olvido durante gran parte
del discurso del auditorio al que se dirigen: se trata de un monólogo, o
imaginan que se encuentran uno delante del otro en un debate sobre sus logros y
la legalidad de las decisiones que cada uno ha tomado.[64] No son
propiamente arengas puesto que parecen tener el propósito de enardecer a sus
soldados si no el de justificar su actuación ante el adversario y ante el
lector.
Si las
comparamos con el éxito de las arengas previas a la batalla de Farsalia podemos
encontrar algunas claves explicativas. Se encuentran precedidas por la
caracterización de los oradores (vv. 248-9 y 341-2, respectivamente) y se
cierran con la reacción del auditorio (vv. 329-31 y 382-4, respectivamente). La
disposición mental de ambos oradores, definida por el temor, evidencia la
transformación necesaria en la actuación pública que tiene por objeto el
enardecimiento de los oyentes. En ambos discursos hay una detallada descripción
de la disposición del orador y de la reacción del público. Respecto a la
disposición de los oradores se describe un proceso paralelo pero los dos
superan la disposición poco adecuada para arengar a las tropas:
uidit ut hostiles in rectum exire cateruas
Pompeius nullasque moras permittere bello
sed superis placuisse diem, stat corde gelato
attonitus; tantoque duci sic arma
timere
omen erat. premit inde metus, totumque
per agmen
sublimi praeuectus equo…
inquit (7.337-42)
Esta
introducción de la arenga expresa los sentimientos de Pompeyo, especialmente el
del miedo, pero también la consciencia de Pompeyo de lo inadecuado de su
sentimiento para exhortar a los soldados a la lucha.[65] La
reacción de estos es en este caso la esperada: tam maesta locuti uoce ducis flagrant
animi Romanaque uirtus / erigitur
placuitque mori, si uera timeret (382-84).
César
experimenta un proceso similar, la parálisis inicial (rabies... paulum languit)
da paso a la palabra tras un proceso de transformación que le conduce a ocultar
el miedo y a mostrar confianza, el modo adecuado para infundir valor a las
tropas:
discrimina postquam
aduentare ducum
supremaque proelia uidit
casuram <et> fatis sensit nutare ruinam,
illa quoque in ferrum rabies promptissima paulum
languit, et casus audax spondere secundos
mens stetit in dubio, quam nec sua fata timere
nec Magni sperare sinunt. formidine
mersa
prosilit hortando melior fiducia uolgo. (7.243-49)
De ahí
su efecto inmediato que, sin respuesta verbal alguna, supone el inicio de la
acción: uix cuncta locuto /Caesare
quemque suum munus trahit, armaque raptim/ sumpta Ceresque uiris. capiunt
praesagia belli (7.329-331).
La
reacción de los soldados demuestra el poder de convicción de ambos, el éxito,
por vías distintas, de su retórica.[66] El
éxito de las arengas del libro VII responde a dos modos distintos de actio, ambas efectivas, una apasionada y
vehemente, la propia de César, otra que busca la compasión. Son modalidades
opuestas, pero acordes con el público al que van dirigidas y de ahí su éxito.[67]
Esta arenga de Pompeyo expresa las mismas contradicciones éticas que la
anterior: empieza y termina con una imagen de la pietas hacia la patria, Roma misma (patriam carosque penates, 346, credite…
vv. 369-76) y la búsqueda de un efecto emocional relacionado con ella,[68]
pero contiene también una llamada a la uirtus
romana contra los cesarianos a los que se denomina hostis (v. 366). Sin embargo, en esta ocasión se debe tener en
cuenta el cambio producido en sus soldados que, como antes Cicerón, son los que
piden la lucha. Pompeyo, sin renunciar completamente a su ética, incorpora de
forma más decidida también la que manifiestan sus soldados. [69]
El
discurso de César mantiene la definición del ejercito pompeyano como enemigo,
expuesta con toda su crudeza en el discurso de Lelio, con lo que se supera toda
barrera moral y puede César entregarse a provocar la uirtus en sus soldados, con los medios habituales de su retórica.
Como
señala Helzle (1994), César tiene más éxito que Pompeyo porque es
más violento, más consistentemente militarista y siempre actúa como un general
cuyo deber es dar órdenes. Pompeyo,[70] en
cambio, parece incapaz de jugar el papel de imperator
donde lo necesita más, delante de sus soldados. César fracasa solo cuando
recurre a procedimientos que no son los que lo caracterizan.
4. A modo de conclusión
Llegados
a este punto, debemos hacer un balance de los resultados de nuestro análisis.
En primer lugar y como característica común, consideramos que este tipo de
discursos adquiere todo su valor en el proceso de comunicación entre el
narrador (historiador / poeta) y el lector (público externo). Su presencia
supone una llamada a la reflexión sobre la función que cumplen, pues su
repercusión en la comunicación entre el orador y su público interno es
inexistente. Su fracaso militar no implica en absoluto un fracaso literario, al
contrario, de modo que el valor que poseen estas arengas para la interpretación
del sentido del relato resulta mayor.
Por esas
mismas razones su presencia contribuye a destacar la relevancia de los
acontecimientos en los que se insertan, que de lo contrario pasarían más
desapercibidos, así como de los personajes que intervienen, tanto del orador
como de su auditorio. Por otro lado, la relación que se establece entre
narrador y orador sirve asimismo de guía en la interpretación.
En
tercer lugar y en referencia a los motivos del fracaso de las arengas militares
analizadas, resulta evidente que tanto en la obra de Livio como en la de Silio
la responsabilidad de éste recae en la actitud del auditorio. En Lucano, en
cambio, se constata que el fracaso de los discursos militares depende
principalmente de los errores del orador, o de la falta de conexión con su
público.
Por
último, hemos comprobado que el tipo de arengas más propensas a no tener éxito
son las que se intercalan en el curso de la batalla y son de poca extensión. En
este aspecto también el comportamiento de Lucano es excepcional, en cuanto que
los dos discursos de exhortación fallidos que contiene su obra corresponden a
dos extensas arengas previas a la lucha y que poseen un alto valor programático.
El carácter particular de la Farsalia
como obra épica señalada en otros aspectos como es la elección de su tema, la
guerra civil, que conlleva el trastrocamiento de los valores tradicionales
romanos, se confirma igualmente en éste.
Jesús Bartolomé
Universidad del País
Vasco / EHU
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[1] El
valor de la arenga y los procedimientos retóricos para lograr el éxito en este
tipo de discursos se hacen explícitos en Quintiliano (12.1.28-29): Nam quomodo pugnam ineuntibus tot simul metus –laboris, dolorum,
postremo mortis ipsius- nisi in eorum locum pietas et fortitudo et honesti praesens imago successerit? Quae certe melius persuadebit aliis qui prius persuaserit
sibi. Webb (1995) aporta
interesantes textos de Quintiliano sobre el fracaso del orador. Para un
panorama completo del tratamiento de las arengas en la retórica, véase el
artículo de Iglesias Zoido
(2007). Entre los tratados de guerra, la obra de Onasandro (especialmente su
cap. 13) es muy clarificadora, cf. Paniagua (2007).
[2] Cf. Iglesias Zoido (2008b: 241) sobre el tratamiento del tema en
Tucídides, y Harto (2008:
107-109), en la historiografía latina.
[3] Véase a este
respecto el comentario de Batstone
(2010: 239-242), sobre las palabras de Catilina ante los conjurados (Salustio, Cat. 58.1).
[4] Marincola (2010: 129-130), Laird (1999: 156-172).
[5] De
ello se hacen eco los tratados de los polemólogos, especialmente los de Onasandro y
Vegecio. Sobre la importancia de la palabra en la confianza de los soldados en
todas las épocas, la obra de Jelly
(2008: passim) hace interesantes aportaciones, aunque haya que tomar sus
comparaciones con prudencia.
[6] Chassignet (2009: 96-97) recoge algunos
de los motivos del éxito y del fracaso de los discursos. Entre ellos, destaca
la disposición del auditorio.
[7] Estas arengas intermedias breves, las más
frecuentes en Homero, poseen un carácter épico. En
palabras de Keitel (1987: 163):
“exhortations by the leader in the midst of the battle is the predominant form
of parainetic speech in the Iliad”. En el caso de Livio, este
tipo es muy abundante en la primera década: 2.46.5-7, 3.60.11, 3.61. 7-9,
3.70.4-7, 4.28.3-6, 4.33.3-6, 4.38.2-4, 6 8.1, 6.24.5-6, 6.29,1-2; 7.15-1-3,
7.24.3-7, 7.33.9-11, 8.10.3-5, 8.39.4, 10.14.12, 10.19.10, 10.28.12, pero su
número disminuye sensiblemente a partir de la tercera: 23.27.3, 23.45.5-46.2
(doble), 25.16.17-21, 26.5.12, 27.48.12, 27.49.3-4, 40.40.4-7, 41.6-10. El
carácter más épico de los primeros libros de AVC predispone a su empleo. Aunque excepcionales por su extensión,
las dos arengas de la batalla de Nola (23.45 y 46) comparten con el resto de
las intermedias la determinación del orador y su modo de enunciación,
especialmente la de Aníbal. Silio se ajusta más al modelo épico y de sus 48
arengas 23 pertenecen a este modelo; Lucano, en cambio, apenas recurre a este
tipo de discursos intermedios, tan solo lo hace en tres ocasiones (4.160-67,
4.474-521, 149-166), pero su extensión y contenido, excepto la primera de
ellas, las acerca más al tipo de los discursos previos a la batalla. Para los
datos numéricos, cf. apéndice de Iglesias Zoido (2008a: 552-64).
[8] Livio no acostumbra
a introducir arengas previas en un gran número de batallas importantes, la
mayoría derrotas romanas, como indican Treptow
(1964: 18-19) y Burck (1992: 83).
[9] La
obra de César sólo
contiene una arenga de este
tipo, una excepcional, la de Quintilio Varo dirigida a los soldados de Curión (Bell. Ciu. 2.28.2-4); la
de Salustio, ninguna; en las obras de Tácito encontramos algunos ejemplos
aislados (Hist. 3.10.4, 3.82 son los
más claros).
[10] Un análisis
de los componentes básicos de las escenas previas y posteriores a las arengas
se encuentra en Buongiovanni (2009 ). El estudio se limita a Salustio, Tácito y Amiano
Marcelino.
[11] Es
comparable en cierta medida la fase previa a la batalla de Pidna (44.36.3-6), cuando el
cónsul Emilio Paulo, después de que sus soldados no responden como él considera
adecuado a sus exhortaciones, decide finalmente posponer la lucha. El calor y
el cansancio son las razones que justifican la actitud de los soldados.
[12] Cf. Oakley (2005: 362).
[13] Se
trata de una epipólesis, siempre más detallada en su parte inicial, cf. Carmona
Centeno (2014). A este tipo pertenece igualmente Sil. 12.66-84.
[14] Cf. Levene
(1993: 131-132) sobre la religión en Livio. El primer ejemplo de una dedicación
similar la encontramos en la batalla entre romanos y sabinos y corresponde a
Rómulo (Liu. 1.12.6-7).
[15] Cf. Bartolomé
(1995: 216-220).
[16] Liu.
22 60.19. La importancia de esta cuestión será tema recurrente
en los libros posteriores de la tercera década (Chaplin, 2000: 58-60 y 90, n. 47).
[17] Las
arengas de Aníbal que incluye Livio en su obra son un total de ocho:
21.30.1-31.1, 21.42.1-45.1, 21.45.9, 23.18.7, 2345.5-46.2, 27.12.11-13,
30.32.5-6, 30.32.7-11 (Iglesias Zoido
(2008a 555-557). Sobre la importancia que poseen los discursos en la
caracterización de los personajes en la obra de Livio, véase Bernard (2000: 87-111), para la imagen
de Aníbal que se deriva de ella (2000: 435-36)
[18] El
tono de reproche en las arengas intermedias es algo habitual (Keitel, 1987:163 y Bartolomé, 1995: 216-220) para Livio.
En este caso está más acentuado y se amplifica con las palabras de Marcelo.
[19] Un análisis
detallado de esta cuestión se puede encontrar en Levene (2009: 354-375).
[20] Cf. Chaplin (2000: 69). La
descripción de lo que contempla Aníbal en nada se parece a la que establecía en
la arenga del Tesino.
[21] Sed
qui pugnent marcere Campana luxuria, uino et scortis omnibusque lustris per
totam hiemem confectos. abisse illam uim uigoremque, delapsa esse robora
corporum animorumque quibus Pyrenaei Alpiumque superata sint iuga. reliquias
illorum uirorum uix arma membraque sustinentes pugnare. Capuam Hannibali Cannas
fuisse: ibi uirtutem bellicam, ibi militarem disciplinam, ibi praeteriti
temporis famam, ibi spem futuri exstinctam (23.45.3-5)
[22] El uso de la
primera persona del plural para referirse a sus soldados en la arenga del
Tesino (21.43.2) se sustituye por la oposición ego /uos.
[23] Livio demuestra la eficacia de la oratoria de
Aníbal en las siete arengas restantes que pone en su boca.
[24] El
encabezamiento de la batalla de Zama (17.292-294) así como el comportamiento de
ambos ejércitos durante la batalla demuestran el éxito de la arenga.
[25] El
discurso de Decio Magio en Livio (23.10.5-10)
se sitúa en un contexto diferente, cuando éste marcha preso en medio del foro.
La reacción popular también es distinta (cum
moueri uolgus uideretur. 23.10.9), cf.
Chaplin (2000: 79).
[26] La coincidencia de punto de vista entre
narrador y Decio se manifiesta en el empleo de expresiones comunes: barbarico tyranno utiliza el narrador
(11.30-32).
[27] Tanto en Livio como en Silio el comienzo del
fracaso real de Aníbal, que se sitúa normalmente en la batalla del Metauro
(207), comienza en su estancia en Capua. De ahí la importancia que le concede
Livio a esta derrota, pues selecciona con precisión los lugares en los que
distribuye las arengas, conforme a sus propios criterios, véase Burck (1992: 83). A este respecto se
puede consultar el comentario de Marks
(2005: 29, n. 44, y 74-75), así como Tipping
(2009: 199, n. 26). Silio señala como conclusión de la batalla en Nola: ille dies primus docuit, quod credere nemo
auderet superis, Martis certamine sisti/ posse ducem Lybiae (273-275).
[28] Cf.
Niemann (1975: 44 y 72-73).
[29] La arenga de Flaminio en Trasimeno 5.632-643, en
apariencia pertenece al mismo tipo, el cónsul Flaminio trata de detener la
huida de los suyos con insultos culpabilizándolos de la destrucción de Roma y
amenazas (increpitans es el verbo
introductor, las interrogativas, los imperativos y los insultos dominan), pero
el comentario posterior a la batalla que hace Aníbal permite entender que
atendieron a las palabras del cónsul (“quae
uulnera cernis,/quae mortes!”, inquit, “premit omnis dextera ferrum /
armatusque iacet seruans certamina miles”, 669-671).
[30] Cf.
Treptow (1964: 20) y Oakley (1999: 119).
[31] La
concentración de la segunda parte del relato de la batalla en Escipión y su
heroica resistencia es clave para esta interpretación, cf. Niemann (1975:
77).
[32] Las diferencias con Livio respecto a la descripción de la huida de
los soldados lo pone de manifiesto Niemann
(1975: 154). Por otro lado no hay que olvidar el
dualismo de la caracterización de Flaminio (Ahl-Davis-Pomeroy
1986: 2519-2523, Chauduri, 2013:
379-98).
[33] El
total de arengas de Aníbal es de 18 sobre 48, de acuerdo con los datos
ofrecidos por Villalba (2008:
355). No en vano es, si no el protagonista, el personaje con mayor continuidad
en la obra y al que se hace responsable de la guerra, cf. von Albrecht
(1964: 47-54), Ahl-Davis-Pomeroy
(1986: 2511-2519), Fucecchi
(1990a y 1990b) y Tipping (2009:
193-195 y 2010: 51-106).
[34] Cf.
Villalba (2008:355). Silio
Itálico, por su parte, define en diferentes ocasiones su ejecución, poniendo de relieve
algunos de sus rasgos más llamativos como la potencia de su voz: ingenti
uoce sonat (4.60), en su
arenga previa a la batalla de Tesino;
uincebat clamore tubas uocisque uigore / quamquam obstructas saeuus penetrabat
in aures (12.210-211), en la arenga de la batalla de Nola; y los efectos de su
palabra: Instincti glomerant gressus. auribus haeret/ Roma oculis.
(12.519-520) donde describe la reacción de los soldados a sus palabras cuando
les anuncia la marcha hacia Roma; Dux uetus armorum scitusque accendere
corda/ laudibus ignifero mentes furiabat in iram/ hortatu decorisque urebat
pectora flammis (17.292-94)
antes de la batalla de Zama.
[35] Littlewood (2011: Lxxxviii-ix) describe algunas de las características
significativas de Aníbal como orador.
[36] Silio
recoge una arenga inicial, muy breve, de Marcelo (vv. 168-169), con lo que
demuestra la disposición de sus soldados, y un discurso en medio de la batalla
que se dirige a los soldados enemigos (vv. 193-194) y después a Aníbal mismo
(vv. 195-198). La relación con el discurso de Livio es, en esta ocasión, muy
pequeña. Busca Silio efectos dramáticos más propios de la épica, como es el
reto de Marcelo a Aníbal para un combate singular (Fucecchi, 2009: 232).
[37] El
paso del uso de la 1ª persona del plural egredimur
a la 2ª en el resto del discurso delata esa distancia.
[38] Lo
que señala Manzano Ventura (2010:
186), a propósito del discurso que Catón dirige a sus soldados antes de cruzar
el desierto de Libia: “La característica más abusiva y recurrente –también la
más significativa- de los discursos de exhortación militar en la Farsalia vuelve a repetirse: la ruptura
de la verosimilitud histórica a través del constante desfase emisor-receptor-
situación comunicativa.”, es aplicable, aún con mayor razón, a las arengas
fallidas.
[39] Sobre el carácter histórico de los discursos
de Farsalia, véase Manzano Ventura (2010: 62 y 68).
[40] Como
sugiere Matthews (2008: 106), esto
puede explicarse en parte como consecuencia de la práctica de la recitación en
la época de Lucano. Mientras que el recitador podría adoptar voces de diferente
tono entre la narración y el discurso, su gama era claramente limitada y así
era necesario individualizar las voces de los diferentes hablantes por medios
lingüísticos también para hacerlos creíbles.
[41] Cf.
Matthews (2008: 105).
[42] Destaca el uso de tres imperativos (532, 533,
536) en un breve discurso (Matthews,
2008: 106). En esto se atiene a las características de sus discursos a lo largo
de la obra, como pone en evidencia con estadísticas Helzle (1994).
[43] Cf.
Tasler (1972: 44-45).
[44] El discurso que pronuncia César cunado los
esbirros de Ptolomeo le presentan la cabeza de Pompeyo permite comprobar el
fracaso de la actio cesariana. Es un
actor sin credibilidad cuando se aparta de su forma característica. César
recurre a una puesta en escena que trata de ocultar sus verdaderos
sentimientos, pero el narrador nos advierte antes en una larga intervención de
la falsedad de esta postura. Puesta en escena y discurso son coherentes entre
sí, pero son inverosímiles en el contexto y de acuerdo al retrato de César que se
nos ha ofrecido a lo largo del poema. Es un discurso que contradice todos los
anteriores y su público habitual, sus soldados, reconoce el desajuste y
entiende el sentido oculto de sus palabras: nec talia fatus /inuenit fletus comitem nec turba querenti /credidit: abscondunt gemitus et pectora laeta / fronte tegunt, hilaresque nefas
spectare cruentum,
/ o bona libertas, cum
Caesar lugeat, audent. (9.1035-1108).
[45] Cf.
Tasler (1972: 158-60).
[46] Como resume Tasler
(1972: 160), se observa en su discurso un ensimismamiento en su glorioso pasado
(2.547ss, 2.576ss; 8.274ss, 8.361ss), una búsqueda de autorrepresentación
(2.555ss, 8.266ss, 8.279ss). Parece mostrar una consciencia de su inferioridad
y de falta de energía (8.309). Johnson (1987:
80) va más allá cuando señala: “Pompey is presented as miles gloriosus… This pattern of blustering
self-doubt stretches from his first speech.”
[47] El carácter
dialógico resulta manifiesto a lo largo del discurso, pero se acentúa por los
elementos comunes que contienen ambas arengas, de acuerdo con Roche (2009: 244): la fórmula inicial
similar, la representación de la historia reciente, especialmente la búsqueda
de paradigmas históricos adecuados para el general contrario; la consideración de
la dignidad del oponente por debajo de la quien habla; las respuestas a las
acusaciones de lasitud, de ilegalidades, de campañas triviales. Además, las
respectivas escenas de presentación aluden al ambiente en que se pronuncian los
discursos: el alboroto inicial en la de César, frente al silencio con que se
disponen los soldados a escuchar la de Pompeyo. La reacción del auditorio
cuando los generales cesan de hablar se corresponde igualmente en una y en
otra.
[48] Marincola (2010: 129-130), Laird (1999: 156-172 y 2009: 211).
[49] Roche (2009: 245) sugiere como
intertexto de este pasaje la escena de la diapeira
en Ilíada 2.94-98. No vamos a
entrar en el detalle de las consecuencias de la comparación entre ambos textos,
basta aquí con señalar la diferencia en el resultado de ambos discursos y el
significado que ese hecho implica. Quizás la alusión a Homero pretende
marcar la distancia entre situaciones y acentuar el fracaso de César. Lausberg (1985: 1575-1576), por su
parte, remitía a esta escena de la Ilíada
la presentación del discurso de Pompeyo y el de César. De este modo se crearía
un nuevo punto en común entre ambas arengas, ya determinadas por numerosos
rasgos compartidos. Es de interés la valoración que hace Fantham (1992: 179) de dicha alusión.
[50] Cf.
Tasler (1972: 40).
[51] Resumimos
aquí los argumentos expuestos por Tasler
(1972: 39-40).
[52] Cf. Roche
(2009: 262).
[53] Es curioso el contraste con la acogida que
recibe el discurso de César en su obra (Bell.
Ciu. 1.7-8). La diferencia es harto significativa.
[54] Roche (2010: 261).
[55] Es significativa
la inversión del intertexto virgiliano (Aen.
12.646), en usque adeo miserum est ciuile
uincere bello (Luc. 2.366), como apunta Roche
(2009: 267).
[56] Pompeyo
en su discurso antes de Farsalia utiliza estos estímulos (Roche, 2009: 263).
[57] Roche (2009: 275).
[58] Fantham
(1985: 124).
[59] Roller
(1996: 129-30) resume como sigue las razones del fracaso: “Indeed, he [Laelius]
obliquely acknowledges the normative force of this conception of pietas when he concedes that his own
right hand may be unwilling: he implies that he must struggle to overcome an
ingrained aversion to slaughtering kin. But this acknowledgment merely
emphasizes the radical nature of the alienating view he articulates. The point
is that, on this view, his kin are no longer members of the community, and pietas is not owed to them. For only
those alongside whom one fights are fellow-citizens, and those against whom one
fights are not. It is this view of the community that his ethical language is
tailored to fit. To judge from the soldiers’ reactions, Laelius’ speech
succeeds where Caesar’s speech failed: now that Laelius has addressed their
concerns about pietas by redefining
the community, the soldiers pledge to follow Caesar into ‘any war to which he
should summon them’ (1.386-88)”.
[60] Roller (1996) defiende la
contraposición entre una visión comunitaria (‘communitarian’), propia de
Pompeyo y en menor grado de sus seguidores, y una visión alienadora
(‘alienating’), característica de César y sus soldados. La primera estimula la uirtus sobre la pietas, la segunda lo contrario. En una guerra civil la segunda es
más efectiva.
[61] El
empleo del término ueneranda (v. 530)
concede a Pompeyo una dignidad que Lucano reserva para los cargos públicos y el
senado, como recuerda Fantham
(1992: 180).
[62] El
silencio además de respeto puede incidir en otros aspectos del ejército, como
la falta de entusiasmo y confianza. Por otro lado, Fantham (1992: 178) recuerda que Cicerón indica
el carácter nervioso de algunos discursos de Pompeyo (Att. 7.21.1).
[63] La estructura del
discurso de Pompeyo es cíclica, después de cada sección argumental retorna a la
referencia a César. Fantham (1992: 180-181)
señala los momentos de recurrencia de la presencia de César: 534-6: Atrocidades de César,
541-54: César como un rebelde, 568-74: Éxito ilusorio de César, 595: La única posibilidad dejada a César: la
guerra civil.
[64] El uso de la 2ª
persona para referirse al adversario y la abundante presencia de la 1ª persona
para aludir a la propia así lo demuestran.
[65] Sin embargo, en
el caso de Pompeyo, el poeta ha destacado su indecisión, y lo hace mediante la
presencia de Cicerón en cuya boca pone el discurso decisivo para que Pompeyo
decida dar la orden de batalla: Cunctorum
uoces Romani maximus auctor /Tullius eloquii […] /Addidit inualidae robur
facundia causae. (7. 62-65).
[66] La forma de
resolver el sentimiento inicial común (vv. 248-9 y 340-2, respectivamente) y,
más aún, la reacción, tan diferente, del público de cada uno, insisten en poner
de manifiesto la superioridad moral de Pompeyo, simbolizada por la solemnidad
que le concede su presentación externa (Radicke 2004: 402). Para el análisis de la
estructura de estos discursos, remitimos a Goebel (1981).
[67] Hay que tener
en cuenta, como señala Narducci
(2002: 311) a propósito de esta parte del discurso de Pompeyo, su carácter
patético, que responde a los módulos “de una (auto) miseratio retórica”. Aunque, como reconoce el estudioso italiano,
mantiene su dignidad de general supremo sin rebajarse ante sus soldados (7.
377-85).
[68] De
acuerdo con lo que señala Fantham (1992: 181) a
este propósito.
[69] No
se debe olvidar el cambio de disposición del ejército pompeyano (Cicerón,
primero, y los soldados, después, piden la lucha) y el tipo de arenga, que no
parece muy adecuada para un ejército pero capta la
compasión. Sobre el cambio de contexto en una arenga y otra, cf. Ahl
(1976: 164).
[70] Pero la
decantación del valor de las arengas se confía a medios, como la coincidencia
con la expresión del poeta, que interviene directamente, y con ello subraya que
en este caso la razón se halla en el bando vencido, sólo que ya los dioses no
defienden la justicia (nefas). Lucano
pone al descubierto la falsedad e hipocresía de las palabras de César, mediante
la contradicción de éstas con el relato proporcionado por el narrador y sus
propias manifestaciones en primera persona.