Juan
Carlos Iglesias-Zoido
(Universidad de Extremadura)
De Romilly vs. Kagan: Dos Tucídides frente a frente
De Romilly
vs. Kagan: Two Thucydides face to face
A propósito de Jacqueline de Romilly, Tucídides: historia y razón, Madrid:
Gredos, 2013 (ISBN 978-84-249-1114-0) y Donald Kagan, Tucídides: Guerrero, historiador, cronista, Barcelona: Edhasa,
2014 (ISBN 978-84-350-2583-6).
Abstract: The aim of the present study is to
provide a comparative analysis of two essential books on the work of Thucydides
that have recently translated into the Spanish and are now available in the
Spanish-speaking editorial market. The study of the methodological principles
becomes thus a perfect occasion to reflect on approaches and perspectives of
contemporary criticism about ancient historiography in general and in relation
to Thucydides in particular.
Key
Words: Thucydides, Greek
Historiography, Methodology.
Resumen: El objetivo del presente trabajo es ofrecer un análisis
comparado de dos importantes monografías sobre la obra de Tucídides que han
aparecido recientemente traducidas en el mercado editorial español. El estudio
de sus principios metodológicos se convierte así en una ocasión perfecta para
reflexionar sobre los enfoques y perspectivas de la crítica contemporánea con respecto
a la historiografía antigua en general y en relación a Tucídides en particular.
Palabras Clave: Tucídides, Historiografía Griega, Metodología.
Fecha de Recepción: 15 de junio de 2015.
Fecha de Aceptación: 30 de septiembre
de 2015
La reciente publicación de la
traducción española de dos importantes
libros sobre la Historia de Tucídides
es una ocasión perfecta para reflexionar sobre los enfoques y perspectivas de
la crítica contemporánea con respecto a la historiografía antigua en general y
en relación a su más destacado e influyente representante en particular.[1] Es evidente que
ambos libros dedicados a explicar la obra del historiador ático del siglo V a.C.
tratan cuestiones bien conocidas y estudiadas. Sólo habría que echar un vistazo
a la amplísima bibliografía dedicada a desentrañar las claves de la historia
tucididea para comprender que estas monografías no son más que dos gotas de
agua en un océano de erudición.[2] Una bibliografía
que se ha incrementado sensiblemente en los últimos cinco años con la aparición
de un buen número de trabajos que siguen intentando explicar tanto el
significado de la obra original como, sobre todo, ofrecer un cuadro lo más
completo posible de un legado que se expande por los ámbitos de la filología,
la historia, la teoría política y las relaciones internacionales.[3] Sin embargo,
también es cierto que la publicación de estos trabajos con muy pocos meses de
diferencia en dos prestigiosas editoriales (Gredos y Edhasa) que gozan de gran
difusión junto con la coincidencia de su accesibilidad para un amplio público
en lengua española a ambos lados del Atlántico (el interés por Tucídides en el
ámbito hispanoamericano es un dato que hay de tener muy en cuenta) nos hacen
plantearnos una cuestión esencial: ¿qué imagen puede hacerse un lector
contemporáneo, culto pero no necesariamente especialista, de la figura y de la
obra del gran historiador ateniense Tucídides?
Esta pregunta no es gratuita, ya que una lectura meditada
(absténganse quienes busquen una lectura fácil y sin esfuerzo) de ambos libros
nos conduce por sendas interpretativas bien diferentes que desembocan en
conclusiones contrapuestas sobre una misma obra. Interpretaciones que, como se
podrá comprobar, necesitan ser contextualizadas para comprender su auténtico
alcance y validez.
Por una parte, el estudio de Romilly, todo un clásico que
ha necesitado más de cincuenta años para conocer una traducción al español (fue
publicado originariamente en 1956 y traducido en 2012 al inglés con el título The Mind of Thucydides),[4] ofrece una
deslumbrante visión de la labor “literaria” del historiador. Su magnífica
descripción del modo en que Tucídides compuso partes fundamentales del
entramado narrativo y retórico de su historia (como la narración de las
batallas, las parejas de discursos o esa novedosa forma de dirigir la mirada
hacia el pasado más lejano que es la “Arqueología”) han sido claves para un
nuevo modo de entender la obra del historiador ático y, sobre todo, han creado
escuela. La aguda descripción del papel combinado de la vieja tradición épica y
de la nueva cultura retórica desarrollada por los sofistas es esencial para
comprender que la obra de Tucídides no es una simple exposición de hechos sino
que es el resultado de un proyecto literario de gran calado en el que no hay
nada gratuito y en el que las abundantes y eruditas referencias intertextuales
nos muestran un claro deseo de rivalizar con sus antecesores, ya se trate de
logógrafos o de poetas épicos. Romilly pone de manifiesto a lo largo de sus
páginas que la Historia de Tucídides es una construcción historiográfica de una
rara perfección, en la que no hay elementos superfluos y en la que fondo y
forma adquieren una nueva dimensión. Desde esta perspectiva, la conclusión a la
que se llega a partir de la lectura del libro de la investigadora francesa es
que un lector de su historia no ha de buscar un relato fidedigno de los hechos,
sino una obra literaria de gran altura. Una obra “artística” que, además, ha
ser vista como un auténtico monumentum
(término latino con el que se suele traducir el κτῆμα ἐς αἰεί con el que se cierra el capítulo metodológico) del intelecto
humano: el historiador no sólo pretendía con el empleo de recursos formales y retóricos informar a sus lectores de los hechos y acciones de
una guerra sino, sobre todo, poner de manifiesto ante sus ojos (y, en cierto
modo, ante los nuestros) las leyes universales que se encontraban tras su
aparente y azaroso devenir. Un enfoque que le hizó crear lo que a partir de
entonces se denominó “historiografía pragmática”. Tucídides fue, en cualquier
caso, el alumno más aventajado de la escuela sofística, al conseguir reenfocar
los mecanismos especulativos de estos mercenarios de la palabra, sobre todo el
uso de lo probable (el εἰκός), para comprender los hechos históricos de un modo completamente nuevo. Esta magistral
combinación de forma y fondo justifica con toda
razón que Tucídides ni pueda ser considerado como un “colega” que comparte los
métodos y objetivos de los historiadores contemporáneos ni su obra ser leída
desde las claves de nuestro concepto de lo que es la historiografía.[5] El libro deja
claro que sus claves referenciales son otras muy diferentes y que, por lo
tanto, los datos que ofrece sólo puede ser juzgados desde ellas.
Por otra parte, la reciente obra de Kagan, fruto de una
particular lectura gestada y mantenida a lo largo de los últimos cincuenta años
sobre la obra de Tucídides y sobre el período histórico de la Guerra del
Peloponeso, nos conduce por un camino diametralmente opuesto.[6] El autor
norteamericano pertenece a una escuela historiográfica que defiende la
utilización de la historia de Tucídides como un testimonio fidedigno de una
época y de un conflicto que cambió definitivamente al mundo griego. Es evidente
que, tras el torrente de estudios que ha puesto de manifiesto de manera
incontestable el componente retórico y literario de esta obra cimera de la
historiografía antigua, no se pueden mantener incólumes posturas como las
defendidas en la primera mitad del siglo XX por autores como Gomme, alma mater
del comentario “histórico” (como no podía ser de otro modo) de la obra del
historiador ateniense.[7] De hecho, a día de
hoy resulta muy difícil defender que Tucídides es un historiador plenamente
objetivo (una especie de autor científico avant la lettre o “the first truly
modern historian” como el propio Kagan lo define en varios lugares de sus
escritos) y que el contenido de su obra (tanto narración como discurso) ha de
ser aceptado sin más como un testimonio fiel y ajustado a lo hecho y a lo dicho
durante la Guerra del Peloponeso.[8] Una visión que
coincide en la idea del texto como “documento” a la que de manera crítica hacía
referencia Nicole Loraux.[9] El problema para
los historiadores del mundo antiguo es que Tucídides sigue siendo a día de hoy
la fuente más próxima y completa de un conflicto que alteró definitivamente la
historia del mundo griego. Y es evidente que para alguien que lleva tantos años
estudiando este período resulta muy difícil prescindir de su guía. Ante este
panorama, la solución que encuentra Kagan para mantenerse en el mismo campo
interpretativo en el que ha militado en los últimos decenios es dirigir la
mirada hacia el ámbito de la política. Y de este enfoque surge el nuevo
apelativo que Kagan atribuye a Tucídides cuando le denomina historiador
“revisionista”.[10] Según la tesis
central del libro, la exposición de esos mismos hechos históricos, que autores
como Gomme consideraban fruto de la verdad más objetiva, ahora ha de ser
reinterpretada como el resultado del objetivo del historiador de explicar su
propia versión de los hechos. Una versión que, además, no tiene por qué
coincidir con la opinión mayoritaria de los conciudadanos que vivieron en
aquella misma época. De este modo, la presencia o ausencia de discursos o la
más o menos completa o escueta información sobre determinados hechos del
conflicto relatado por Tucídides son vistos desde lo que se pretende considerar
como “una nueva luz”. La clave no es lo que nos cuenta el historiador sino su
intención de enfrentarse a la opinión mayoritaria de sus conciudadanos. Desde
este punto de vista, la obra se sigue considerando esencialmente ajustada a lo
que realmente sucedió o se pronunció en aquellos momentos claves de la historia
griega: Tucídides, no lo olvidemos, es la fuente más cercana a los mismos que
tenemos. Por ello, los discursos de un debate pueden ser utilizados sin
problemas como “documentos” históricos. Lo único que Kagan pone en duda es el
motivo por el que se han mantenido los presentes y se han omitido los
pronunciados por otros personajes. La cuestión pasa del contenido a su proceso
de selección. Todo ello nos lleva a una conclusión realmente paradójica, ya
que, para seguir defendiendo que los discursos se ajustan realmente a lo pronunciado
por Pericles, Cleón o Nicias y que no son una invención retórica de Tucídides,
Kagan opta por ofrecer una imagen bastante tendenciosa del historiador. Por un
lado, todo lo que Tucídides dice (o hace decir) en su obra es cierto, por lo
que pasajes completos de los discursos se integran sin problemas en un relato
de los hechos históricos en el que asistimos a una mezcla de datos contrastados
y de palabras que parecen haber sido recogidas textualmente por el ateniense.
Por otro, lo único que habría que poner en duda, en todo caso, es la intención
con la que se han incluido unos hechos o unos discursos concretos en el relato
historiográfico. Incluso, rizando el rizo, Kagan defiende que el deseo de
objetividad del historiador le llevó, en determinadas ocasiones, a incluir
suficiente material como para que hoy en día podamos refutar sus tesis. Algo
que, desde nuestra perspectiva, resulta un tanto confuso. En definitiva,
Tucídides es visto por Kagan como un historiador político “revisionista” que se
oponía a la opinión mayoritaria de sus conciudadanos y que utilizó los datos
que tenía para contar su propia versión de los hechos. De este modo, su validez
como testimonio histórico se mantendría intacta y lo único que habría que tener
en cuenta es el sesgo que Tucídides dio a esos datos.
Es evidente que presupuestos tan diferentes pueden crear
una cierta confusión en un lector no especialista que, pensando que está ante
dos monografías modernas y actualizadas sobre un autor emblemático de la
historiografía antigua, se encuentra ante la descripción de dos concepciones de
la escritura histórica muy diferentes y que, aparentemente, pugnan hoy en día
entre sí. La verdad, como sabe cualquier especialista en este campo, está bien
lejos de la realidad. En el caso del libro editado por Gredos, la confusión del
neófito dura poco cuando se encuentra con la primera frase de la contraportada
en la que se indica textualmente que “la publicación de este texto en 1956
transformó sustancialmente las investigaciones sobre Tucídides”. Esta frase y
su publicación en la denominada “Biblioteca de Estudios Clásicos” que está
poniendo a disposición de público hispano un buen puñado de obras de referencia
explica y justifica plenamente la traducción de una obra que tiene ya más de
sesenta años. Una obra que es un clásico precisamente por propiciar en su
momento otro modo de estudiar la historia de Tucídides. En el caso del libro de
Kagan, esa posible confusión no es aclarada en ningún momento y el lector
convencional puede pensar que está ante la traducción de un libro actualizado
que se publicó en el año 2009 y que expresaría el más reciente modo de pensar
de su autor.[11] De hecho, ni los
editores de Edhasa en la traducción ni el propio autor en la edición original
inglesa dejan claro un dato que es decisivo: este Tucídides es más un compendio
(con repetición incluso de largos pasajes citados textualmente) de un buen
número de obras publicadas en los últimos treinta años por Kagan que un estudio
realmente novedoso.[12]
Por si fuera poco, esta confusión se ve acrecentada por
una serie de cuestiones editoriales que afectan al modo en que se presentan
ambos libros ante el lector español. Aparentemente, la presentación formal de
ambas monografías parece ir en la misma dirección. De hecho, en ambos casos los
títulos y portadas juegan con la idea de que el contenido sobre todo va a
prestar atención a la personalidad del autor ateniense y a la época en la que
le tocó vivir. Un enfoque que, en este tiempo nuestro en el que el mercado
editorial está dominado por biografías y novelas históricas, no deja de ser
sospechoso desde un punto de vista comercial. En el caso del libro de Romilly,
los editores de Gredos, aunque han destacado el nombre de Tucídides, por lo
menos se han mantenido más fieles al título original (Historie et raison chez Thucydide = Tucídides. Historia y razón).
Sin embargo, en el caso del libro de Kagan el lector poco avisado se encuentra
ante un título que más parece ser una biografía que un estudio científico (Tucídides: guerrero, historiador y cronista),
publicado además dentro de una serie dedicada expresamente a las biografías de
personajes históricos, tal y como se nos informa en la portada. Una
presentación formal que dista bastante de lo que ofrece el mucho más preciso
título original de Kagan: Thucydides. The
Reinvention of History. En cierto modo es como si en estos tiempos banales
que nos ha tocado vivir hubiera que disfrazar de biografía lo que realmente es
un ensayo científico. Y lo más grave es que el contenido tiene muy poco que ver
con el título español. Quien espere encontrarse con una biografía de Tucídides,
algo que sería por otra parte muy difícil habida cuenta de los escasísimos
datos que tenemos sobre su vida, se encontrará con una paráfrasis explicativa
de pasajes clave de su historia. Es evidente que en este caso hubiera sido
conveniente una labor editorial más rigurosa que presentara el libro de un modo
menos confuso y, sobre todo, más honrado.
La aclaración de estas cuestiones es fundamental para
comprender la auténtica naturaleza de estos dos libros con respecto a un buen
número de sus posibles receptores en nuestro ámbito cultural. Es cierto que
ambas obras reflejan dos modos diferentes de ver la historiografía antigua que
convirtieron a los discursos insertados en la narración de los hechos en la
piedra de toque definitiva de sus polémicas. Son estas alocuciones, marca
esencial que distingue la labor de los historiadores grecolatinos frente a los
modernos, el campo de batalla principal en el que velan sus armas los defensores
de ambas corrientes. En el caso de Romilly, lo podemos comprobar en los dos
capítulos centrales del libro. En el caso de Kagan, los discursos (o su
ausencia) son fundamentales para comprender las verdaderas intenciones que se
atribuyen a Tucídides. Sin embargo, hay que dejar claro que ambas obras no
representan dos líneas de investigación que, hoy en día, se sigan enfrentando.
Lo cierto es que la opción representada por Romilly triunfó ampliamente y es la
más seguida por la crítica contemporánea, mientras que el libro de Kagan no es
más que una especie de “canto de cisne”. Un intento de revitalizar un modo de
estudiar la obra de Tucídides que está en franca retirada y que es muy difícil
de defender ante los datos aportados por un número creciente de estudios
críticos sobre la obra del historiador ateniense. Por no hablar de la
utilización que hace Kagan de este modo de ver la obra de Tucídides y del
comportamiento de Atenas buscando interesados paralelismos políticos con el
comportamiento de Estados Unidos en el mundo moderno.[13] En cierto modo, a
la vista de lo ya dicho, ambos libros deben ser considerados, en cierto modo,
como “clásicos” al permitir al lector hispano tener acceso directo a ideas y
argumentos que se enfrentaron con gran virulencia hace más de medio siglo. Su
lectura, por lo tanto, es muy recomendable para comprender los puntos básicos
de una polémica que, a día de hoy, puede considerarse como algo superado.
Juan Carlos Iglesias-Zoido
Universidad de Extremadura
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[1] Este
trabajo se enmarca en el Proyecto de Investigación FFI2012-31813 del Ministerio
de Economía del Reino de España y en el Grupo de Investigación Arenga (HUM-023)
de la Junta de Extremadura.
[2] Para una visión de conjunto actualizada en la
que se recoge la bibliografía fundamental hasta el año 2006, cf. Rengakos y Tsakmakis (eds.) (2006). En español, remito al estado de la
cuestión en Iglesias-Zoido (2011)
17-35.
[3] Una
nómina muy escueta de los estudios dedicados a la Historia de Tucídices
publicados durante los últimos años debería incluir los trabajos de Rusten (2009), Hornblower (2010), Rechenauer
y Pothou (eds.) (2011),
Foster y Lateiner (eds.) (2012), Meister
(2013), Tsakmakis y Tamiolaki (eds.) (2013), Hawhorn (2014), Morley (2014) y Greenwood
(2015). Con respecto a la
tradición y legado de la obra, cf. Fromentin,
Gotteland y Payen (eds.) (2010), Iglesias-Zoido (2011) y Lee y Morley
(eds.) (2015).
[4] Cf.
de Romilly (2012).
[5] Cf. en este sentido el famoso trabajo de Loraux (1982), quien defiende que la
obra de Tucídides no ha de ser leída como un “documento” histórico, sino como
un “monumento”. Es decir, como un texto revelador del modo en que se escribía
la historia a finales del siglo V a.C.
[6] Cf. Kagan (1969), (1974), (1981), (1987), (1991), (2003) y (2009).
[7] Cf.
en este sentido, las ideas que fundamentan sus trabajos publicados en Gomme (1937) y la labor desempeñada,
sobre todo, en los dos primeros tomos (bajo su única autoría) del comentario histórico de Tucídides, cf. Gomme (1945-1954).
[8] Sólo habría que echar un vistazo al enfoque y contenido del comentario más “literario” editado por Hornblower (1991-2003).
[9] Cf.
Loraux (1980).
[10] Un apelativo ya empleado por el propio Kagan en un polémico artículo de 1988. Cf. Kagan (1988), donde reconoce que este tipo de afirmaciones han sido hechas por otros estudiosos de principios del siglo XX como Schwartz.
[11] Cf. Kagan (2009).
[12] En este sentido, cf. la aguda reseña escrita por Tim Rooth y publicada en diciembre de 2009 en el Bryn Mawr Classical Review (http://bmcr.brynmawr.edu/2009/2009-12-28.html), donde detalla los textos que han sido reproducidos literalmente a partir de obras previas del mismo autor y donde también pasa revista al carácter “comercial” que caracteriza a algunas de estas obras.
[13] Kagan,
de hecho, es un representante destacado de la escuela conservadora
neorrealista. Cf. al respecto Morefield
(2014) 69-98. Esta tendencia es más clara en la parte final del libro (pp.
203-274), donde Kagan discute sobre la responsabilidad del desastre de la
expedición ateniense a Sicilia. Desde el punto de vista de Kagan, esta expedición
no fue un error en sí mismo, sino que lo que falló fue el mando ateniense
puesto en manos de alguien (el general Nicias) que no tenía la resolución
necesaria que la ocasión requería. Un juicio que es evidente que hay que poner
en relación con las “expediciones sicilianas” emprendidas por los Estados
Unidos en Afganistán e Irak.