Alberto J. Quiroga Puertas

(Universidad de Granada)

Nuevas aportaciones metodológicas a la retórica e historiografía tardo-antiguas

New Methodological Contributions to Late Antique Rhetoric and Historiography

A propósito de Susanna Elm, Sons of Hellenism, Fathers of the Church, Los Ángeles: University of California Press, 2012 (ISBN 9780520287549) y Raffaella Cribiore, Libanius the Sophist, Ithaca y Londres: Cornell University Press, 2013 (ISBN 9780801452079)

Abstract: This paper aims to analyse current bibliographical trends on the study of late antique rhetoric and historiography. After a brief survey of the modern methodologies, special attention will be paid to two recent publications by S. Elm and R. Cribiore. These works offer new methodological perspectives in the analysis of the works of key figures (the emperor Julian, Gregory of Nazianzus, and Libanius of Antioch) in the political, religious and cultural landscape of the fourth century AD.

Key Words: Late Antiquity, Rhetoric, Historiography, Christianity, Paideia.

Resumen: Este trabajo pretende analizar el panorama bibliográfico actual sobre los estudios de retórica e historiografía del mundo tardo-antiguo. Tras un breve esbozo de las metodologías empleadas hasta el momento, se prestará especial atención a las recientes publicaciones de S. Elm y de R. Cribiore, dos trabajos que ofrecen nuevas perspectivas metodológicas en el análisis de las obras de figuras clave (el emperador Juliano, Gregorio de Nacianzo y Libanio de Antioquía) en el contexto político, religioso y cultural del siglo IV.

Palabras Clave: Antigüedad tardía, Retórica, Historiografía, Cristianismo, Paideia.

Fecha de Recepción: 8 de junio de 2015.

Fecha de Aceptación: 30 de septiembre de 2015.

 

I. Durante las últimas décadas, la literatura de la Antigüedad tardía ha acaparado gran parte del interés de estudiosos de la retórica y de la historiografía clásica.[1] La explicación radica, claro está, en el interés por investigar la evolución y el papel de estas dos disciplinas en un periodo marcado por grandes cambios a todos los niveles. En este sentido, este trabajo pretende presentar un breve esbozo de las tendencias y metodologías empleadas en el estudio de la literatura tardo-antigua a lo largo del siglo XX, para a continuación centrarse en la reseña de dos obras de gran impacto cuya publicación está generando nuevas formas de aproximarse a la retórica e historiografía producida en la Antigüedad tardía.

 

II. A lo largo del último siglo, el estudio de un periodo tan complejo y tan proclive a las interpretaciones maniqueas como la Antigüedad tardía se ha beneficiado de las características propias del análisis retórico de fuentes literarias. Una de las figuras que impulsó este tipo de metodología fue Roy Deferrari, cuya labor desde 1918 en la Catholic University of America jugó un papel fundamental al dirigir una serie de trabajos sobre autores cristianos de los siglos III-V que se abordaron con un modelo deudor del método historiográfico y del análisis retórico. De este modo, el estudio de escritos de figuras relevantes de los primeros siglos del cristianismo como Juan Crisóstomo, Basilio de Cesarea, Agustín de Hipona o Ambrosio de Milán se sustentó en análisis eminentemente filológicos bajo la tutela e influencia de Ferrari. Así, la tesis de Agnes Clare es un trabajo -excesivamente taxonómico- acerca del lenguaje y de los tropos retóricos que Basilio de Cesarea empleó en su correspondencia.[2] Una metodología muy similar empleó James Marshall Campbell en su estudio literario comparativo entre la prosa de época imperial y los sermones de Basilio.[3] Con todo, la escuela de De Ferrari también cultivó una serie de trabajos con un mayor énfasis en el marco histórico, como representan las monografías de Margaret Mary Fox y de Leo V. Jack, quienes contextualizaron adecuadamente la obra literaria de Basilio en su entorno histórico y religioso.[4]

La metodología de estas aportaciones puede parecer rudimentaria y mecanicista si la revisamos desde una perspectiva contemporánea, cuando las obras de sociólogos como P. Bourdieu, E. Goffmann o M. Foucault han influido decisivamente en los estudios tardo-antiguos. De hecho, es altamente improbable encontrar hoy día un estudio historiográfico o literario de una obra tardo-antigua en la que conceptos desarrollados por estos autores (e.g.,“habitus”, “impression management”, “self-presentation” o “discourse analysis”) no condicionen el análisis del texto en cuestión. Esta evolución de los estudios retóricos tardo-antiguos se ha fundamentado en una consideración de la retórica como una disciplina abierta y flexible, como un instrumento multidisciplinar ya parcialmente despojado de la pátina de perversa herramienta psicagógica que ha arrastrado durante siglos.[5] De esta manera, la aplicación de la retórica con un valor hermenéutico al ámbito de estudios historiográficos tardo-antiguos ha sido posible gracias a su conceptualización como un vehículo de discursos identitarios e ideológicos, sustituyendo así la asimilación de la retórica a una disciplina rígidamente codificada en innumerables subdivisiones.

Todos estos factores han contribuido, en mi opinión, a asentar el papel fundamental de la retórica en los estudios sobre el cristianismo tardo-antiguo en las últimas décadas. La obra de Averil Cameron se puede considerar como la piedra fundacional de esta tendencia.[6] Más de veinte años después de su publicación, es tan difícil decir algo nuevo sobre esta obra como desestimar su importancia. Así, una de las características de la actual época “post-Cameron” es que existe un consenso general al atribuir a la retórica un papel fundamental en el proceso de cristianización del Imperio así como en el contexto de disputas internas en el establecimiento de ortodoxias religiosas y culturales en el seno del cristianismo tardo-antiguo.[7] El trabajo de Cameron vino acompañado de una serie de obras cuyo denominador común es el empleo de una metodología en la que la retórica se entiende tanto como una disciplina literaria como una herramienta hermenéutica que ayuda a descodificar la intrincada madeja sobre la que la argumentación política y religiosa de la época se construyó.[8]

Además de su valor científico, estas obras han contribuido a impulsar modernas tendencias historiográficas y retóricas en el estudio de textos tardo-antiguos. Un ejemplo de ello es el creciente interés por indagar en las numerosas alusiones a espacios cívicos con la intención de atribuir una identidad religiosa a tales lugares. Esta disputa por apropiarse de la identidad de espacios cívicos como el ágora o el teatro ha propiciado una línea de investigación denominada “spatial rhetoric”, cuyo objetivo es el estudio de aquellos textos que perseguían crear una topografía cultural y religiosa a través de estrategias retóricas.[9] La Antioquía del siglo IV se ha convertido en el ejemplo más ilustrativo de la aplicación de esta “spatial rhetoric”: los textos del sofista pagano Libanio y del cristiano Juan Crisóstomo coinciden en reclamar el ágora y los pórticos de la capital siria como enclaves representativos de la cultura pagana y cristiana respectivamente, tal y como refleja el estudio de C. Shepardson.[10] En su opinión, la creación de una topografía cultural generada por estrategias retóricas insertadas en discursos y homilías era parte de un entramado político.[11]

En el ámbito literario, tales estrategias adoptaron la forma de diálogo, un género cuyos principios metodológicos y objetivos están siendo revisados en la actualidad gracias a una breve monografía de Averil Cameron,[12] y del volumen editado por David Engels y Peter van Nuffelen.[13] Estas aportaciones pretenden cuestionar planteamientos previamente aceptados en el mundo académico. Así, frente a la opinión de algunos de los trabajos editados por R. Lim, que sostienen que la llegada del cristianismo acabó con el diálogo como forma de debate para fosilizarlo como un mero recurso literario, estas nuevas aportaciones consideran que el diálogo fue un mecanismo válido que formó parte de un proceso real de negociación en el que estrategias retóricas se activaron en el complejo mundo religioso y social de la Antigüedad tardía.[14]

 

III. Estas nuevas tendencias se han centrado en el periodo post-Constantiniano dado que el marco histórico-cultural que surgió tras la muerte del emperador provocó el surgimiento de abundantes debates religiosos que precisaban de un encaje retórico apropiado. Buena parte de estos intereses y metodologías empleadas se refleja en dos obras de reciente aparición. La primera de ellas es la monografía de Susanna Elm Sons of Hellenism, Fathers of the Church. Emperor Julian, Gregory of Nazianzus, and the Vision of Rome.[15] Aunque el título del libro no sugiera una estrecha relación con la retórica, su contenido deja a las claras el lugar central de esta disciplina en los estudios tardo-antiguos. El objetivo de la obra de Elm es contrastar la visión antagónica que de la naturaleza del poder imperial y del destino del Imperio Romano tuvieron el emperador pagano Juliano y el obispo Gregorio de Nacianzo. Mientras que Juliano intentó implantar un reinado en el que su formación neoplatónica sustentara un “neo-paganismo” destinado a interrumpir la relación entre el cristianismo y el poder imperial, Gregorio dedicó parte de sus escritos a refutar a Juliano así como a crear un personaje histórico: la figura de Juliano “el apóstata”. En ambos casos, sus planteamientos ideológicos no se constriñeron a la esfera religiosa. Como demuestra Elm, sus creencias religiosas estaban imbricadas en la consideración final del destino del Imperio Romano, dado que Juliano y Gregorio vivieron en un periodo de gran inseguridad por las continuas guerras con pueblos extraliminares y por las numerosas disensiones “intra-” e interreligiosas.

Elm incorpora al análisis de las relaciones interreligiosas entre cristianismo y paganismo (o, para ser más correcto, aquellas tendencias religiosas no cristianas agrupadas en el término “paganismo”)[16] el estudio de las disputas intestinas en el cristianismo y el paganismo, evitando así una división artificial de eventos históricamente interconectados. Fue precisamente en el contexto de esas disputas donde el emperador Juliano y Gregorio de Nacianzo desplegaron sus habilidades retóricas. Juliano, por ejemplo, quiso redefinir el papel de la filosofía y de la naturaleza propedéutica de los mitos desde una perspectiva neoplatónica, una postura antagónica a la de algunos paganos coetáneos cuyos planteamientos eran menos radicales. Gregorio, a su vez, presenció un periodo de disputas cristológicas acerca de la naturaleza, esencia y manifestación de Dios y Jesucristo, así como sobre la relación entre el mundo divino y el Imperio Romano.

En este contexto, Elm subraya las implicaciones políticas de este debate en el que argumentos extraídos de Platón y Aristóteles fueron de una importancia capital. El resultado del proceso de adaptación de estos argumentos al ámbito cultural y religioso tardo-antiguo debía ser inmaculado dado que cualquier incoherencia interna en el proceso de ensamblaje conduciría a una brecha comunicativa con el mundo trascendente: si Dios (o los dioses) era la égida y el escudo del Imperio, cualquier desviación de una correcta interpretación de sus designios y requerimientos sería interpretada como una brecha comunicativa que podría conducir al Imperio al desastre. Como es fácil de adivinar, estos escenarios constituían el marco ideal para el despliegue de estrategias retóricas que contribuyeran a moldear los presupuestos filosóficos y teológicos de los numerosos grupos religiosos del momento.

Es la capacidad de Elm para moverse con facilidad en este intrincado contexto lo que llama especialmente la atención de su libro, un excelente ejercicio intelectual que guía al lector a través de uno de los momentos más complejos de la historia antigua. La historiadora no cae en la obviedad de ceñir su análisis a las diferencias entre paganismo y cristianismo que se acentuaron en aquel momento, sino que presta especial atención a los intentos de Juliano y Gregorio por conciliar las tradiciones políticas y religiosas del pasado con las hojas de ruta de ambos. El objetivo final de cada uno de ellos era consolidar una estructura de poder en la que lo antiguo (i.e., la paideia clásica) y lo nuevo (i.e., los imperativos religiosos y políticos de la segunda mitad del siglo IV d.C.) convergieran para formar un sistema renovado.

Tanto Juliano como Gregorio estaban de acuerdo en que el filósofo era la figura ideal para desempeñar esta tarea; sin embargo, divergían en la concepción de sus virtudes y objetivos: para Gregorio, si el filósofo quería llegar a ser el intérprete del alma humana, el líder de la comunidad que traería a Cristo al corazón humano (oikeiôsis pros theon es un concepto recurrente en la obra teológica de Gregorio que Elm emplea frecuentemente en el tratamiento de la figura del obispo), debería combinar el aislamiento de la sociedad para buscar la pureza espiritual y el conocimiento sagrado con la participación en su comunidad para compartir lo aprendido. Por el contrario, el ideal de filósofo de Juliano se involucraba menos en la comunidad y se centraba más en su acercamiento al ámbito divino mediante el alejamiento absoluto de la esfera humana.

Elm subraya con especial énfasis los esfuerzos de ambos autores por construir un personaje público en sus obras, una tarea que conllevaba la manipulación de episodios autobiográficos que les permitiera asentar sus posiciones ideológicas. La autora estudia el uso de las estrategias retóricas que Gregorio de Nacianzo empleó para acomodar eventos pasados a nuevas circunstancias, una habilidad especialmente necesaria en un periodo en el que las alianzas religiosas y culturales cambiaban rápidamente; así, la conversión de su padre al cristianismo tras abandonar el culto pagano a Theos Hypsistos se convierte en un elemento apologético en sus escritos autobiográficos. Su habilidad retórica, por lo tanto, le permitió configurar una personalidad que acomodara la concepción cristiana de una vida filosófica a las esferas de poder y autoridad de la segunda mitad del siglo IV. Esta misma estrategia fue compartida por las élites culturales contemporáneas, pero lo que diferenció la postura de Gregorio fue el reconocimiento del potencial y del valor de la riqueza lingüística que el legado clásico podía aportar a este proceso. No se trataba, por lo tanto, de cuestionar el uso de la paideia, sino de saber cómo emplearla.

Uno de los principales objetivos del libro de Elm es redefinir (y, en algunos casos, eliminar) las numerosas etiquetas religiosas que tanta presencia han tenido en la historiografía contemporánea. En su libro, Gregorio de Nacianzo no es tanto el padre de la Iglesia que nos ha transmitido la tradición cristiana como el filósofo y agudo lector de Platón que ante todo fue, el hábil rétor que combinó la retórica y la filosofía como parte integral de su plan para reformar aspectos esenciales de la religión y la sociedad del siglo IV. Con esto no quiero decir que el afán por catalogar personajes según su profesión de fe sea un criterio a descartar, dado que es un método que aporta orden a la abundante cantidad de fuentes y materiales de toda naturaleza que se han conservado. De hecho, la abrumadora cantidad de obras literarias del periodo refleja una época en la que los cambios en el ámbito de la política y de la religión se precipitaron a gran velocidad, contribuyendo así a la creación de muchos grupos y tendencias unidas por una concepción de la identidad porosa y sensible.

Con todo, a este proceso le debe seguir otro en el que redefinir y matizar el complejo entramado de filiaciones religiosas e identidades culturales se convierta en un objetivo prioritario. El estudio de Elm representa a la perfección la integración de ambos procesos. Así, en primer lugar, Gregorio de Nacianzo se nos presenta como un pepaideumenos con intereses en lo divino y en lo terrenal, al tiempo que también se abordan las múltiples facetas del emperador Juliano (filósofo, político, escritor). El mérito de Elm consiste en trascender el mero estudio comparativo para adentrarse en las numerosas semejanzas entre dos personajes que siempre han sido contrapuestos mediante el estudio detallado de las fuentes comunes que alimentaban sus idearios. Así, Elm rastrea hasta Platón y Aristóteles los presupuestos filosóficos que constituyeron la ideología de Gregorio y Juliano, mostrando de este modo que ambos autores recurrieron a las mismas fuentes para fundamentar su pensamiento. El resultado de este análisis, que Elm también aplica en su obra a autores coetáneos como Temistio, muestra que las diferencias a nivel ideológico entre ambos personajes se deben a simples matices en la interpretación de la filosofía platónica y aristotélica. La arquitectura interna del libro refleja esta metodología que rehúye taxonomías estancas, dado que Elm evita recurrir a un esquema paralelo en beneficio de un acercamiento dialógico. Con este método, la autora destaca las estrategias dialécticas y, en ocasiones, intertextuales de Juliano y Gregorio, al tiempo que reproduce el dinamismo intelectual del periodo. Este es, en mi opinión, el mayor logro del trabajo de Elm: conjugar forma y fondo para subrayar cuán íntimamente unidos estaban los materiales con los que el emperador y el obispo crearon sus programas filosóficos.

¿Cuál es la imagen del emperador Juliano tras casi quinientas páginas de estudio? La impresión final es de ambigüedad, algo similar a lo que debió de sentir Gregorio cuando comparó al emperador con Proteo por su facilidad para cambiar de forma. En la obra de Gregorio, Juliano se nos presenta como un hombre espiritual y obsesionado con el misticismo y la teúrgia como formas de mediación entre lo humano y lo divino. Este sentir religioso, que parece genuino cuando se leen sus obras, alterna con la fuerte dimensión auto-propagandística que Juliano imprimió a buena parte de sus escritos con el fin de legitimar su poder. Su amor por la paideia clásica, representada por su devoción a la filosofía, le sirvió para construir una imagen llena de claroscuros de Constancio II, a quien Juliano elogió en términos homéricos cuando fue ascendido al rango de César por Constancio, pero que fue retratado como un tirano responsable de la muerte de gran parte de la familia de Juliano cuando ambos rivalizaron por la púrpura imperial.

En cuanto a Gregorio de Nacianzo, Elm lo retrata como un autor capaz de conjugar exitosamente la enseñanza de las Escrituras cristianas con la paideia clásica en su afán por reconfigurar la imagen del intelectual cristiano en el periodo post-constantiniano. La autora también se ocupa de tratar la naturaleza apologética de los escritos biográficos de Gregorio. En su obra, repleta de alusiones a las disputas que mantuvo con su padre cuando éste quiso ordenarle sacerdote o a su difícil relación con Basilio de Cesarea, se encuentran tanto ataques a herejes como complejos textos doctrinales caracterizados por el ensamblaje ideológico de doctrinas platónicas, aristotélicas y estoicas en textos cristológicos.

Con todo, el libro de Elm pone especial interés en los esfuerzos de Gregorio en la literaturización del emperador Juliano tras su muerte en la fallida campaña persa. Sus discursos 4 y 5 son agresivas invectivas contra un personaje al que no consideró como un emperador legítimo, sino como un pésimo general que estuvo a punto de precipitar el fin del poder romano en una megalómana campaña y, sobre todo, como un aviso de Dios para advertir al mundo de qué derroteros religiosos debía seguir la política imperial.

Sons of Hellenism, por lo tanto, debería producir el mismo efecto que tuvo el ya canónico libro de Averil Cameron Christianity and the Rhetoric of the Empire a comienzos de los años 90. Si la obra de Cameron allanó el camino para la comprensión del uso de la retórica para acomodar el discurso cristiano a la política imperial, la monografía de Elm se yergue como una guía en el laberíntico e intrincado mundo religioso y político de la Antigüedad tardía. La conclusión final es clara: más allá de las etiquetas e identidades religiosas, hemos de comprender los textos tardo-antiguos como discursos interconectados que pertenecieron a una matriz cultural que albergaba más semejanzas que diferencias, si bien tales diferencias tuvieron profundas consecuencias en la configuración final de los esquemas de poder imperial. De este modo, frente a las frecuentes dicotomías que se emplean en el estudio de este periodo, Elm sugiere profundizar en las raíces comunes de dos sistemas culturales cuya apreciación debiera subrayar las concomitancias filosóficas que los sustentaron.

Si el corpus de textos presentes en la obra de Elm constituye un ejercicio de crítica literaria y hermenéutica, el libro de Raffaella Cribiore Libanius the Sophist. Rhetoric, reality, and religion in the Fourth Century constituye igualmente un ambicioso proyecto que parte del estudio monográfico de la obra de un autor tan prolijo como el sofista Libanio de Antioquía (314-ca. 393) para abordar aspectos omnipresentes en el panorama cultural y religioso del siglo IV.[17] La inserción en el título del término “reality” aporta un tinte casi oximorónico a la obra. ¿Cómo aspirar a encontrar algo de realidad en la obra de un autor cuyos escritos rezuman todo tipo de persuasivos recursos retóricos? La propia autora da la clave en el prólogo del libro: “a text does not simply mirror reality but raises questions about it”.[18] Su metodología, por lo tanto, implica acercarse a la obra del sofista como parte de un proceso comunicativo de dos direcciones en el que la intencionalidad del autor no puede entenderse sin tener en cuenta el contexto y audiencia a la que se destinaba la obra.

La mayor dificultad en el análisis de la obra de Libanio radica en su carácter de crisol de varias disciplinas (literatura, religión, política) que convergen indiferenciadamente. Cribiore toma como punto de partida la crítica de Libanio que realizó Edward Gibbon en la que el sofista aparece como un estudiante aislado del mundo en el que vivió, una opinión a la que, hasta fechas recientes, se incorporaron otros juicios negativos. Así, Libanio ha sido calificado como un adulador, un oportunista que componía discursos en honor de emperadores con programas políticos y religiosos opuestos, o como un autor cuyas obras son ejemplos de retórica vacua e insustancial. En mi opinión, Cribiore acierta al estimar que fue precisamente esa pericia la que ha forjado la imagen de Libanio como un experto en el campo de la retórica, aunque este aspecto también ha contribuido a anquilosar y simplificar su imagen al obviar los matices de sus escritos.

A lo largo de esta obra, Cribiore insiste en la idea de que se necesitan combinar varios criterios metodológicos para alcanzar esa “reality” presente en el título de la obra. De hecho, una de sus mayores preocupaciones en el primer capítulo del libro es reconciliar las diferentes facetas de Libanio que se advierten en su obra: la imagen de un profesor preocupado por sus alumnos contrasta con la actitud casi vitriólica que adoptó contra ellos en algunos de sus discursos (e.g., Or. 3). Frente a lo que gran parte de la crítica moderna considera doblez u oportunismo, Cribiore estima que tales diferencias deben explicarse como parámetros internos de toda obra literaria cuya fuerza persuasiva reside en la adecuación a distintas circunstancias y audiencias. Como la autora pone de relieve, la mayor parte de las obras retóricas del momento no estaban compuestas de un solo subgénero retórico sino que participaban de diversos subgéneros y estrategias. De este modo, Cribiore entiende la obra de Libanio como un corpus flexible y poroso que permitía la integración de tropos y formas literarias que reforzaban el efecto persuasivo de la composición final. Con ello no creo que deba entenderse que las obras de Libanio eran pastiches retóricos, sino que este acercamiento nos proporciona una visión menos rígida del amplio corpus libaniano.

 

En el segundo capítulo del libro, Cribiore se centra en llevar a la práctica lo apuntado anteriormente mediante el análisis de la Autobiografía de Libanio (Or. 1) y una serie de cartas relacionadas temáticamente con pasajes incluidos en esta obra. La Autobiografía es un largo discurso que combina pasajes apologéticos y de auto-propaganda bajo los auspicios de la diosa Fortuna. El tono pseudo-realista de la obra ha provocado que numerosos estudiosos se valgan del corpus epistolar del sofista para contrastar el grado de veracidad del discurso. En este sentido, Cribiore arguye que las aparentes contradicciones entre pasajes se deben a la puesta en marcha de estrategias de auto-representación destinadas a diferentes audiencias. A este tipo de manipulaciones contribuyeron las subtextos narrativos empleados por Libanio para contextualizar estos pasajes autobiográficos. Tal y como ejemplifica Cribiore, en ocasiones Libanio emplea un vocabulario deudor de la obra de Demóstenes cuando se trata de relatar los agones oratorios de los que salía victorioso, identificándose así con el famoso orador del siglo IV a.C. Por lo tanto, al igual que autores coetáneos como Basilio de Cesarea, Gregorio de Nacianzo o Temistio, Libanio puso su destreza retórica al servicio de la reescritura de su propia biografía con el fin de presentarse como una figura quijotesca protegida por la diosa Fortuna. Aunque esta línea de investigación no constituye una novedad en el ámbito de los estudios libanianos, Cribiore sí innova al relacionar este tipo de estrategias autobiográficas con la rica literatura biográfica de la Antigüedad tardía. Según la autora, no es de extrañar que Libanio recurriera a este tipo de narrativa dado que el Zeitgeist invitaba a ello, tal y como testimonian textos como la Vida de Apolonio de Tiana, de Filóstrato; la Vida de Pitágoras de Jámblico, o la Vida de Antonio a cargo de Atanasio de Alejandría.

Otro aspecto importante del que se ocupa Cribiore en su monografía es del recurrente uso del psógos en la obra de Libanio, algo nada sorprendente dada la preeminente posición de Libanio en un periodo en el que la dinámica cultural y social demandaba constantes debates y negociaciones. Así, el sofista usó la invectiva para denunciar los sobornos y la brutalidad policial, la corrupción administrativa y, de modo más personal, todo aquel comportamiento que perjudicara sus intereses. Cribiore analiza textos del sofista en los que la práctica del psógos se ayuda del topos de la parrhesía del intelectual ante los poderosos y de un sentido del kairós propio de un maestro de retórica como el antioqueno, que debía modular la implantación de estos conceptos en función de sus circunstancias personales. Cribiore ejemplifica este uso con invectivas de contenido sexual que Libanio empleó para cargar contra enemigos personales dado que, como es bien sabido, la identidad sexual era en parte un constructo social que podía determinar el estatus de un miembro de las élites culturales. Además de la carga negativa intrínseca a estas acusaciones, el sofista se valía de este tipo de psógos con el fin de depreciar el ethos y minusvalorar la sophrosynê de la persona atacada.

 

En la segunda parte de su libro, Cribiore investiga acerca de la religiosidad de Libanio y su actitud respecto al paganismo, un tema que se presta a numerosas interpretaciones. La imagen del sofista como un pagano supersticioso pero moderado se debe a los estudios de Jacques Misson en la década de los años 20 del siglo pasado. Sin embargo, el interés por el estudio de la identidad religiosa en la Antigüedad tardía en las últimas décadas ha ayudado a matizar esta visión, si bien no hay una opinión definitiva entre los estudiosos. Sí existe acuerdo, sin embargo, al considerar que el paganismo del sofista no le impidió entablar amistad con estudiantes cristianos de su escuela que acabaron por convertirse en importantes figuras del cristianismo del siglo IV. En este sentido, es necesario precisar que sus creencias religiosas se han investigado partiendo de sus discursos políticos. Sus panegíricos a emperadores de diferentes credos cristianos (desde un semi-arriano como Constancio II al niceno Teodosio I, por no hablar de sus piezas dedicadas a Juliano) han sido considerados por parte de la crítica moderna como las obras de un oportunista cuyo grado de implicación y militancia religiosa no se correspondía con su paganismo. Ciertamente, la escasa presencia de información acerca de sus propias creencias resulta desconcertante si se compara con la plétora de textos relativos a prácticas religiosas y de festivales públicos en la Antioquía tardoantigua que encontramos en su obra.

Es en este contexto en el que la autora propone revisar los escritos del sofista dejando de lado la visión monolítica con la que en ocasiones se afrontan los textos clásicos. Cribiore propone catalogar a Libanio como un pagano “moderado” debido a su pertenencia a una “gray area of allegiance” y a una estrategia planeada para desligar sus creencias personales de la esfera pública en la que él mantenía relaciones con personas de cualquier credo.[19] La argumentación de Cribiore se sustenta en el amplio corpus de cartas de Libanio (1544 epístolas han llegado hasta nosotros), que es dividido en cuatro grupos correspondientes a cuatro reinados distintos. A pesar de que esta metodología pueda parecer poco sofisticada, arroja resultados interesantes: durante el reinado de los emperadores cristianos Constancio II y Teodosio I las alusiones a temas religiosos son de naturaleza meramente literaria, un hecho que Cribiore atribuye al interés de Libanio por labrarse una reputación como hombre de letras al comienzo de su carrera (durante el reinado de Constancio II) y de mantener su posición como referente cultural en los últimos años de su carrera en el reinado de Teodosio I. Sin embargo, las cartas conservadas en el periodo del 361 al 365 muestran a un Libanio más involucrado en la creación de un equilibrio religioso, como se aprecia en algunas epístolas en las que pide moderación para con los cristianos a correligionarios paganos durante el reinado de Juliano, o en las cartas escritas bajo el reinado de Joviano y durante los primeros meses de Valentiniano y Valente en las que denunció abusos contra aquellos paganos que apoyaron a Juliano.

El último capítulo del libro persigue clarificar la cuestión de la religiosidad del sofista. Para ello, Cribiore propone una tercera vía para entender la naturaleza de la identidad religiosa de Libanio. Un pormenorizado análisis de su relación con importantes figuras cristianas del momento revela que Libanio priorizó el uso de la cultura sobre las creencias religiosas, muy especialmente cuando mediaba la amistad y el mantenimiento de su red de contactos en el Mediterráneo oriental. El sofista, en consecuencia, estimaba que la paideia clásica era un refugio común para paganos y cristianos en el que resguardarse de la barbarie cultural representada por disciplinas impermeables a la influencia del legado clásico. Cribiore concluye su libro con un catálogo de las referencias a las divinidades del panteón olímpico en las obras de Libanio así como un listado de lo que denomina “memory sites”, es decir, el lugar que ocupaban las prácticas religiosas deudoras del legado clásico en una ciudad tan variada desde el punto de vista religioso como Antioquía.

Un juicio justo de este libro debería plantear la cuestión de por qué se ha añadido al final un apéndice en el que se discute acerca del edicto promulgado por Juliano prohibiendo a los cristianos impartir clase. Aunque parezca un capítulo fuera de lugar, creo que su inserción ayuda a recapitular el contenido del libro dado que pone el acento en la importancia de la paideia clásica, el código cultural compartido por los pepaideumenoi. Ésa es, en mi opinión, la “realidad” a la que alude el subtítulo del libro; el siglo IV fue una centuria de continuos cambios políticos y religiosos pero también un periodo en el que la paideia clásica se reutilizó y se convirtió en el centro de debate a distintos niveles.

 

IV. Los trabajos de Susanna Elm y de Raffaella Cribiore representan una nueva tendencia en el estudio de la retórica e historiografía tardo-antigua. Sus obras dejan de lado apriorismos y maniqueísmos que inciden en una categorización excesiva a fin de explorar el modo en que personajes como Juliano y Gregorio pergeñaron sus programas ideológicos a partir de una misma matriz cultural. En ambos casos, hay que destacar la complejidad del corpus de textos consultado y la capacidad para relacionar dos figuras que tradicionalmente han sido estudiadas como polos opuestos mediante el uso de la retórica como herramienta exegética y hermenéutica. Igualmente, ambas autoras subrayan el interés existente entre las élites culturales tardo-antiguas por reescribir sus biografías. Libanio, Gregorio o Basilio de Cesarea revisaron sus vidas en textos autobiográficos que, sin incurrir en mentiras, se valieron de recursos retóricos (principalmente, del desplazamiento temporal de acontecimientos) para justificar sus acciones. Elm y Cribiore advierten de que en el análisis de este tipo de textos, al igual que sucede con el empleo del psógos y de la invectiva, hay que dejar de lado por un momento el criterio de veracidad y atender a la predominancia de las estrategias de auto-representación tan características de la literatura tardo-antigua.

En conclusión, la riqueza textual y una metodología tan abierta como multidisciplinar caracterizan los trabajos de Elm y Cribiore. De hecho, la metodología y objetivos de estos dos libros ya ha encontrado continuación en obras publicadas recientemente. Lieve van Hoof ha editado un volumen que contiene estudios parciales relativos a distintas facetas de la vida y obra del sofista antioqueno.[20] Es de destacar el estudio de Peter van Nuffelen, en el que se retoma la definición de Libanio como un “gray pagan” propuesta por Cribiore, si bien el historiador belga agudiza el sentido del paganismo de Libanio.[21] Según van Nuffelen, esa moderación que ha caracterizado al sofista en el ámbito historiográfico no debe entenderse como tolerancia para con otras formas religiosas o como un modo atenuado de manifestar sus creencias, sino como la convicción de que el statu quo era aquel en el que el paganismo fuera el sistema imperante. Van Nuffelen propone releer algunos escritos de Libanio de carácter político (especialmente su Or. XXX, En defensa de los templos) dotándolos de un sentido más apologético y combativo. También es digno de mención el trabajo de E. Watts, en el que se retoman las tesis de Elm de considerar el mundo religioso tardo-antiguo como una compleja red de interrelaciones conectadas en las que prevalecen las semejanzas.[22] En su monografía, Watts invita a estudiar ese complejo mundo desde una perspectiva sincrónica, atenuando de este modo la visión conflictiva del periodo que se ha sostenido tradicionalmente. Por lo tanto, la inmediata aplicación de la metodología de Elm y de Cribiore invita a pensar que sus obras van a condicionar el devenir de los estudios sobre literatura tardo-antigua en las próximas décadas.

 

 

Alberto J. Quiroga Puertas

Universidad de Granada

aquiroga@ugr.es

 


 

BIBLIOGRAFÍA

 

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[1] Este trabajo se enmarca en el Proyecto de Investigación FFI2012-32012.

[2] Cf. Clare (1927)

[3] Cf. Marshall Campbell (1922).

[4] Cf. Jack (1922) y Fox (1939).

[5] Las obras de Vickers (1988) y, más recientemente, de Garnstein (2006), son brillantes aportaciones sobre la aversión que ha suscitado en la sociedad occidental el uso de la retórica clásica desde la Atenas del siglo V a.C.

[6] Cf. Cameron (1991).

[7] En este sentido, cf. Torres Guerra (2014).

[8] Por nombrar sólo unos ejemplos, cf. Cribiore (2001); McLynn (1994); Rousseau (1994).

[9] Esta tendencia ya se anunció con los trabajos de Markus (1994) y Neil y Loseby (1996).

[10] Cf. Shephardson (2014).

[11] Shepardson (2014: 8): “to construct a place in Roman Antioch, whether physically or rhetorically, is thus inherently to wield power, and to engage in the politics associated with those power dynamics”.

[12] Cf. Cameron (2014).

[13] Cf. Engels y van Nuffelen (2014).

[14] Cf. Lim (1995).

[15] Cf. Elm (2012).

[16] Sobre la pertinencia del término “paganismo”, cf. Jones (2012).

[17] Cf. Cribiore (2013).

[18] Cf. Cribiore (2013: 5).

[19] Cf. Cribiore (2013: 149).

[20] Cf. van Hoof (2014).

[21] Cf. van Nuffelen (2014).

[22] Cf. Watts (2015).