http://doi.org/10.17398/1886-9440.11.73

 

Crónica

 

 

J. Carlos Iglesias-Zoido

(Universidad de Extremadura)

 

Tucídides frente al espejo: realidad e imagen ideal del historiador ático

Thucydides in the mirror: Reality and ideal image of the Attic historian

A propósito de L. Canfora, Tucidide. La menzogna, la colpa, l’esilio, Bari: Laterza, 2016 (ISBN 9788858123706) 355 pp.

Abstract: The aim of the present review is to provide a critical analysis of one recent book on the life and work of Thucydides written by Luciano Canfora. The analysis becomes thus a perfect occasion to reflect on approaches and perspectives of contemporary criticism about ancient historiography in general and in relation to Thucydides in particular.

Key Words: Thucydides, Greek Historiography, Methodology.

Resumen: El objetivo de la presente reseña es ofrecer u análisis crítico de un libro reciente sobre la vida y obra de Tucídides escrito por Luciano Canfora. Este análisis permite reflexionar sobre los enfoques y perspectivas de la crítica contemporánea con respecto a la historiografía antigua en general y en relación a Tucídides en particular.

Palabras Clave: Tucídides, Historiografía griega, Metodología.

Fecha de Encargo: 15 de junio de 2016.

Fecha de Recepción: 25 de septiembre de 2016.

 

El último libro de Luciano Canfora es un ejemplo perfecto de cómo el legado de Tucídides sigue influyendo hoy en día sobre la correcta comprensión e interpretación de la obra histórica más importante de la Época Clásica: la Historia de la Guerra del Peloponeso.[1] De hecho, la cita que encabeza el libro adelanta, no sin cierta ironía, los objetivos del autor de Tucidide. La menzogna, la colpa, l’esilio. Se trata de una cita del francés Louis Madelin (1871-1956) en la que expone su anhelo como historiador: “l’historien se doit placer sur le mur de la ville menacée et regarder tout à la fois l’assiégeant et l’assiégé”.[2] Unas palabras extraídas de una obra sobre la revolución francesa que, puestas en boca de un historiador como Madelin, adquieren llamativas connotaciones. De hecho, podría entenderse que Canfora hace un guiño al lector sobre cuáles van a ser las líneas maestras de su libro sobre Tucídides al colocar en el frontispicio de su obra lo que dijo un autor tan marcadamente conservador como Madelin a la hora de redactar la historia de un movimiento revolucionario popular. Resulta evidente el paralelismo que puede establecerse con la idea bien asentada de un aristocrático Tucídides que, aunque contemplaba con ojos críticos el devenir de una Atenas que acabó en manos de demagogos como Cleón, escribió desde su privilegiado retiro una obra que pretendía ser un relato fidedigno y no sesgado de lo sucedido durante esta terrible guerra. Una visión del escritor ateniense que se sustenta en pasajes clave de su obra. Así, por citar sólo algunos de ellos, el ateniense expresa al final de la Arqueología que el objetivo de una obra histórica ha de ser la “búsqueda de la verdad” (1.20.3), en su capítulo metodológico que él mismo busca que su obra se convierta en una “posesión para siempre” (1.22.4) más allá de las posiciones sesgadas de un bando concreto y, al final del denominado segundo proemio, que sus veinte años de destierro le permitieron informarse con exactitud de las actividades de los dos bandos en liza (5.26.4). Un cuadro ideal que, con el complemento de otros datos aportados por la tradición biográfica antigua, se ha convertido en la base de una imagen ampliamente difundida de Tucídides como hombre y como escritor, que, no obstante, el profesor Canfora se propone desmontar en un libro que no rehúye en ningún momento la polémica.

De hecho, es evidente que el objetivo planteado no es una tarea fácil en nuestros días, ya que esa imagen del historiador ático que nos transmite la tradición tucididea cuadra a la perfección con la visión moderna de cómo ha de actuar el historiador a la hora de describir los hechos que narra. Nos referimos a la convención según la cual el historiador, en aras de un concepto ideal de “objetividad”, ha se colocarse “au dessus de la mêlé” y ha de ser una especie de observador desapasionado de los hechos que relata. Una clave que la historiografía contemporánea ha convertido en propia desde comienzos del siglo XIX, pero que hunde sus raíces en la tradición clásica. Tendríamos que remontarnos a Cicerón y, sobre todo, a esa misma visión idílica de Tucídides que cuestiona Canfora para comprender en toda su extensión el origen de esta idea sobre la objetividad historiográfica. De hecho, los padres de la historiografía moderna admiraban a Tucídides por su afán de describir los hechos de la guerra más terrible que vivió el mundo griego “wie es eigentlich gewessen”.[3] Algo que, tal y como está firmemente sustentado en la tradición tucididea, el autor griego habría logrado gracias a que se vio forzado a vivir alejado de Atenas durante un largo período de tiempo por culpa de su fracaso en la toma de Anfípolis por parte del espartano Brásidas y a su posterior condena a un prolongado exilio de veinte años. Esta visión sobre el historiador ático se sustenta en las escasas noticias que han llegado hasta nosotros gracias a su propia obra y a la tradición biográfica antigua.[4] El problema es que esos datos no son realmente unívocos e inequívocos y, por lo tanto, se han convertido en el punto de partida de imágenes diferentes y hasta contrapuestas de lo que debió de ser tanto la vida del autor como el proceso de composición de su obra. Y ello es así hasta el punto de que esos mismos datos están detrás de una de las mayores polémicas filológicas del mundo clásico: la discusión entre analíticos y unitarios.[5] Es decir, el enfrentamiento entre los que conciben la obra no concluida de Tucídides como una historia elaborada a lo largo del tiempo que duró el conflicto y cuyo resultado final es incompleto (sobre todo en cuanto a los libros quinto y octavo de la Historia) y aquellos que la ven como un todo unitario elaborado al final del mismo, tras su forzado exilio. Una polémica que afecta a la interpretación tanto de la vida como de la obra de Tucídides y que se ha convertido en una discusión interminable. Pues bien, este nudo gordiano sobre la vida y la obra de Tucídides es el que pretende resolver de un tajo el profesor Canfora en un libro en el que, además, recoge y retoma algunas de las hipótesis que con gran pasión ha defendido a lo largo de los últimos 50 años.[6]

Lo cierto es que la pasión marca la afilada escritura de todo este libro, que se lee con enorme interés ante la intensidad con la que se exponen ideas controvertidas que pretenden defender una imagen de la vida de Tucídides que va más allá de los datos sustentados por una larga tradición y que, sobre todo, buscan aportar soluciones convincentes a cuestiones de muy difícil demostración. Una exposición aderezada con jugosos comentarios sobre ideas e interpretaciones defendidas por grandes académicos y reconocidos estudiosos del texto de Tucídides que, desde la perspectiva de Canfora, en muchas ocasiones sólo han contribuido a reforzar sin el suficiente análisis crítico algunas de esas ideas que la tradición tucididea ha convertido en verdades casi absolutas.

Así, en primer lugar (Parte I: “Il signore delle miniere”, pp. 11-67), Canfora pone en cuestión que Tucídides pudiera ser a la vez un exiliado desde el año 421 a.C., tras la toma de Anfípolis, y el propietario de una explotación minera en Tracia gracias a la cual pudo disfrutar de los medios económicos necesarios para poderse dedicar con tranquilidad y sosiego a la tarea de escribir su historia. Parece una cuestión menor, pero lo cierto es que este dato es esencial para sustentar esa visión ideal de un Tucídides que puede permitirse contemplar los hechos de la guerra desde una privilegiada e independiente posición. Esta idea es atacada por Canfora gracias a una serie de datos históricos y epigráficos muy bien hilados que le permiten defender la idea de que la explotación minera de Skapte Hyle no sólo estaba situada en una zona de influencia ateniense sino además que lo que tenía Tucídides era una concesión administrativa. Es evidente que la condición de exiliado y la supuesta independencia de Tucídides no casan en absoluto con el papel que se desprende de unos datos muy convincentemente expuestos sobre su papel como “concesionario” de una explotación minera que, además, era una importante fuente de recursos para la metrópoli. Canfora pone de manifiesto una clara contradicción que suele pasar desapercibida: “Tucidide diventa un esule che, vivendo comodamente in un sito soto controllo ateniese, aiuta economicamente la città che lo ha cacciato” (p. 67). Parece claro que esa imagen idílica de Tucídides escribiendo en su retiro tracio a la sombra de un plátano y actuando como una especie de árbitro imparcial del conflicto no puede seguir manteniéndose.

En segundo lugar (Parte II: “Menzogna e pentimento”, pp. 71-158), Canfora cuestiona que Tucídides hubiera sido realmente condenado al exilio como consecuencia del desastre de Anfípolis. De nuevo, de un modo bastante convincente, se ofrece un cuadro de la situación que realmente se dio en aquel momento. De este modo, se pone de manifiesto la existencia de dos generales atenienses destacados en Anfípolis: Eucles, como “protector del territorio” (4.104.1) y responsable último de la defensa de la ciudad y de su entorno, y Tucídides, como general al mando de un pequeño contingente de naves que tenía que patrullar la costa cercana y que tenía su base en la cercana isla de Tasos. Según señala Canfora, el responsable a ojos de Atenas de que Brásidas se apoderase de la ciudad de Anfípolis no podría haber sido Tucídides sino Eucles. Y más aún por el hecho de que fue precisamente Tucídides quien, gracias a una decisiva intervención, evitó que cayese en manos espartanas el puerto fluvial de Eón (4.107). La toma de la ciudad sin el puerto restaba valor estratégico a la conquista de Brásidas y dejaba abierta la posibilidad de reconquistarla, tal y como luego sucedería durante la expedición dirigida por Cleón, demagogo que tampoco habría jugado un papel decisivo en la acusación contra Tucídides. En cierto modo Tucídides ya ponía de manifiesto todo esto. Sólo hay que acudir a su obra. El problema era que ese modo en que el propio Tucídides expone lo sucedido y distribuye responsabilidades, sin señalar que fuese castigado por ello y condenado al exilio del que se habla en 5.26, habría sido interpretado durante mucho tiempo como el proceder de alguien que busca justificar sus propios actos. Tucídides, como señala Canfora, habría sido visto como un “grande mentitore”: “La necessità di rendere congruenti le notizie sulla effettiva dinamica della defezione di Amfipoli con la notizia del conseguente (o meglio successsivo) ‘trovarsi nella condizione di esuledell’autore, ha indotto antichi e moderni a ogni genere di manipulazioni” (p. 92). De este modo, el autor italiano pone de manifiesto la paradoja de que muchos de aquellos que han defendido a muerte la objetividad de Tucídides se han visto obligados a la vez a considerar que su propio relato de estos hechos (4.104-108) era un ejemplo de manipulación histórica, en el que la “verdad” (esa que es la clave del historiador según señala en la Arqueología) se ponía en función de justificar ante la posteridad su actuación como general. Sin embargo, al considerar que esta exposición de los hechos no puede ser considerada como una “menzogna”, Canfora pone en duda aspectos esenciales de la tradición tucididea y, sobre todo, pone de manifiesto una segunda y fundamental contradicción: aquella que se produce entre lo que realmente cuenta Tucídides y lo que la tradición ha mantenido durante siglos a partir sobre todo de los datos sobre su vida que se aportan en el denominado segundo proemio.

Llegados a este punto, y tras dos partes que ofrecen una exposición convincente y detallada de hechos, datos y apuntes bibliográficos que, como mínimo, obligan al lector a reevaluar sus ideas sobre aspectos esenciales de la vida de Tucídides aceptados y repetidos de manera insistente por la tradición previa, el libro retoma una senda ya transitada por Canfora desde la publicación de su Tucidide continuato en 1970. Las contradicciones ya señaladas con respecto tanto a la condición de propietario/concesionario de las minas de Skapte Hyle como a su papel en la toma de Anfípolis y a su posible condena al exilio apuntaban en la dirección de poner en duda los datos biográficos que proceden del segundo proemio (5.26) como referidos al propio Tucídides. Justo el pasaje esencial que sustenta la bien conocida teoría de Canfora de que ese texto no fue escrito por Tucídides sino por Jenofonte, el continuador del relato inacabado de la historia de la Guerra del Peloponeso, quien lo habría insertado en ese lugar como parte del proceso de publicación de la obra. Según el autor, tal y como lo desarrolla ampliamente en el resto del libro (Partes III y IV, pp. 159-290), todo cuadra si se considera que es Jenofonte (y no Tucídides) el que habla en ese texto. Es este otro autor más joven el que “habría vivido toda la guerra con edad suficiente para darse cuenta de los hechos”, el que “habría estado desterrado de su patria veinte años” y el que habría podido participar sin problemas en “actividades políticas” de los espartanos en virtud de su destierro (cf. 5.26.5). Un cuadro que, sobre todo en este último caso, resulta mucho más convincente en el caso de alguien como Jenofonte, caracterizado por un marcado filolaconismo. Según Canfora, de este modo todo cuadra y todo tiene sentido. Esta hipótesis, por otra parte, es esencial para explicar aspectos clave de la historia del texto de Tucídides, lo que le lleva a una disquisición sobre el modo en que los “papeles” de Tucídides habrían llegado a manos de Jenofonte y, en general, sobre los procedimientos editoriales de la época clásica.

Desde nuestro punto de vista, las cuestiones tratadas en esta segunda parte del libro son de enorme interés. Sin embargo, lo cierto es que el autor en este caso se mueve en un terreno mucho más resbaladizo y en el que hacer afirmaciones categóricas resulta una tarea muy arriesgada. El modo en que la obra de Tucídides pudo haber llegado a manos de un continuador como Jenofonte y el modo en que éste actuó según Diógenes Laercio es una cuestión que seguramente no podrá resolverse nunca de manera definitiva. Sólo caben especulaciones. Es más, la búsqueda de esta nueva coherencia con la que se intenta poner en evidencia las señaladas contradicciones le lleva al autor italiano a defender cuestiones que son o difíciles de aceptar o pueden ser explicadas de otro modo. Un ejemplo del primer grupo es el modo en que se intenta resolver una de las principales afirmaciones del segundo proemio que se contradicen con las tesis defendidas por Canfora. Nos referimos a la frase en la que se indica que el exilio de veinte años se produjo “después de haber sido general en Anfípolis” (1.26.5: καὶ ξυνέβη μοι φεύγειν τὴν ἐμαυτοῦ ἔτη εἴκοσι μετὰ τὴν ἐς Ἀμφίπολιν στρατηγίαν), dato que parece remitir inevitablemente a la figura de Tucídides y no a la de Jenofonte. Canfora, consciente del problema, dedica todo un capítulo de la tercera parte (“Come dire ‘guerra civilesenza dirlo”, pp. 215-225) a defender la idea de que la expresión que hace referencia a Anfípolis es marcadamente eufemística y que, en realidad, Jenofonte la habría utilizado para referirse a la guerra civil que asoló Atenas en los años 404-3 a.C.

Con todo, en cuanto al segundo grupo de cuestiones, lo cierto es que este libro en su conjunto tiene la virtud de hacer reflexionar sobre la validez y el fundamento de ideas ampliamente difundidas sobre la obra de Tucídides. Una de ellas, que no podemos dejar de lado dado el tema de esta revista, tiene que ver con el proceso de escritura de la obra y el papel jugado por su conocimiento de primera mano de los hechos sucedidos en Atenas o en lugares de difícil acceso como Sicilia. Canfora, desde las primeras páginas del libro, destaca la importancia de la autopsia, es decir, el hecho de que Tucídides habría tenido en cuenta sobre todo “considerare unicamente la storia vivente” con vistas a lograr una “minuziosa ricostruzione” (p. 4). Este es un aspecto sobre el que vuelve bastantes veces a lo largo de todo el libro, sobre todo en aquellos casos en los que defiende que el discutido exilio de Tucídides es incompatible con el modo en el que el historiador describe con extremo detalle sucesos acaecidos en Atenas durante aquellos años de supuesta ausencia. El ejemplo sobre el que más incide es el de la viva descripción de la partida de la flota ateniense que emprendió la expedición a Sicilia (6.30-31). La viveza de la descripción, el modo en el que parece estar reproduciendo de manera detallada y precisa no sólo los detalles materiales sino las sensaciones de aquellos que lo vivieron en primera persona serían, de este modo, un argumento añadido para defender la estancia de Tucídides en Atenas durante años cruciales de la guerra. Momentos en los que, según la tradición, el historiador debería haber estado en su retiro tracio. Una reflexión sobre los hechos que también se aplica a los discursos de la historia, que constituyen en sí mismos una de las cuestiones capitales que suscita la obra. Canfora, en apoyo de su tesis, destaca sobre todo la cercanía y el conocimiento directo del autor como un factor esencial para lograr una reproducción tan efectiva tanto de lógoi como de érga. Y es verdad que este es un aspecto que el propio Tucídides destaca en el capítulo metodológico, donde habla de los discursos que él mismo escuchó (1.22.1: ὧν αὐτὸς ἤκουσα) y de los sucesos en los que estuvo presente (1.22.2: οἷς τε αὐτὸς παρῆν). Sin embargo, a veces parece olvidarse de que en ese mismo capítulo metodológico, tan complejo por pretender ser tan preciso, Tucídides también deja perfectamente claro que tuvo que utilizar informantes de muy diversa procedencia para reconstruir tanto los discursos (1.22.1: τοῖς ἄλλοθέν ποθεν ἐμοὶ ἀπαγγέλλουσιν) como la narración (1.22.2: παρὰ τῶν ἄλλων ... ἐπεξελθών). Siempre, eso sí, con la “mayor exactitud posible” (1.22.2: ὅσον δυνατὸν ἀκριβείᾳ περὶ ἑκάστου). Es más, el historiador parece dedicar más atención a la reconstrucción de los hechos, ya que señala que “los testigos presentes en cada hecho no decían lo mismo sobre las mismas cosas” (1.22.3: οἱ παρόντες τοῖς ἔργοις ἑκάστοις οὐ ταὐτὰ περὶ τῶν αὐτῶν ἔλεγον). Y al destacar que se vio obligado a profundizar en su comprensión de las leyes de la naturaleza humana para poder discernir aquello que no estuviera claro (1.22.4: κατὰ τὸ ἀνθρώπινον). Un método que tuvo la ventaja de permitirle a la vez reconstruir el pasado (τῶν τε γενομένων τὸ σαφὲς) y prever lo que pudiera ocurrir en el futuro (1.22.4: τῶν μελλόντων) si se daban circunstancias similares. Lo que desemboca en la afirmación, tantas veces repetida, de que su obra queda como una “posesión para siempre” (1.22.4: κτῆμά τε ἐς αἰεὶ). Como puede comprobarse, es evidente que el propio Tucídides aporta suficientes argumentos para explicar cómo logró obtener la información básica sobre los hechos (incluso en aquellos casos en los que no fuera testigo presencial de los mismos) y qué utilidad (1.22.4: ὠφέλιμα) pueden obtener los lectores de este proceso intelectual. De manera complementaria, también llama la atención que no se haya dado más importancia al papel desempeñado por la imitación de modelos literarios y retóricos para explicar la forma que adoptó toda esa información recabada de diversas fuentes. De hecho, esta idea permite explicar tanto la reproducción de discursos como la “viveza” de la descripción de sucesos clave como los citados. Lo primero es algo que, desde nuestro punto de vista, ha sido claramente demostrado, por lo que no insistiremos en ello.[7] En cuanto a lo segundo, nos parece de meridiana claridad el pasaje de Plutarco (Nicias 1) citado por el propio Canfora, donde el gran polímata señala que Tucídides ha superado a todos en hacer visible los hechos que describe. La afirmación plutarquea de que Tucídides fue el autor enargéstatos hay que enmarcarla en el contexto literario de época imperial.[8] Pone de manifiesto, desde nuestro punto de vista, que los antiguos eran perfectamente conscientes de la maestría literaria y retórica de sus descripciones y de que, por lo tanto, no era preciso haber sido testigo directo de los hechos para utilizar de un modo magistral la enárgeia.[9] Es más, esa capacidad de convertir a los lectores en virtuales “espectadores” de los hechos narrados sería algo que convirtió en Tucídides en un modelo literario y retórico. Y está claro que en no todos los casos Tucídides tuvo que estar presente en los sucesos que describe para hacerlo con maestría. El ejemplo más claro que puede aducirse es el episodio de la “batalla nocturna” o Nyktomachía en la que se vio envuelta la expedición ateniense a Sicilia al mando de Demóstenes (7.43-44). Un episodio que cuenta con un ilustre precedente homérico (cf. Il. 10 a lo largo de la Dolonía) y que, a su vez, se convirtió en un modelo esencial para la escuela del rétor durante los siglos siguientes.[10]

 

En definitiva, estamos ante un libro de gran interés, con el que el propio autor concluye (así lo dice expresamente él mismo en la p. 325) una investigación que comenzó a finales de los años sesenta del siglo XX y que le ha llevado a dedicar casi cincuenta años de su vida a reflexionar sobre la vida y la obra de Tucídides. Todo un testimonio de la complejidad de una historia que quedará para siempre como un hito del pensamiento occidental. Una obra que, como el ejemplo de Canfora y de tantos otros que convirtieron a Tucídides en su centro de atención pone de manifiesto, es una fuente inagotable de reflexión y de discusiones intelectuales. Esa larga dedicación de tantos años y el magisterio de Canfora como uno de los más grandes filólogos clásicos italianos obligan a leer esta obra con respeto. Es posible no estar de acuerdo con algunas de las tesis defendidas por Canfora, pero no puede negarse que su exposición persuasiva, penetrante y documentada (sus agudos comentarios sobre obras clave de la filología alemana de finales del XIX y principios del XX son un auténtico placer) obliga a reflexionar sobre datos y noticias que, de otro modo, suelen ser repetidos por generaciones de filólogos sin reparar de manera adecuada en las contradicciones subyacentes. Con todo, estamos seguros de que, a pesar de lo que el propio autor declara en esa página final, esta no será la última palabra del profesor Canfora sobre la vida y la obra de Tucídides.

 

J. Carlos Iglesias-Zoido

Universidad de Extremadura


 

 

Bibliografía

 

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[1] Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación FFI2015-64765-P y en el Grupo Arenga (HUM-23) de la Junta de Extremadura. Sobre el legado de Tucídides, tema al que la crítica ha prestado una renovada atención en los últimos años, cf. Fromentin, Gotteland & Payen (eds.) (2010), Iglesias-Zoido (2011), y Lee & Morley (eds.) (2015).

[2] Cf. Madelin (1912: III).

[3] Cf. Murari Pires (2006).

[4] Sobre las Vidas de Tucídides conservadas, con especial atención a la atribuida a Marcelino, cf. Maitland (1996).

[5] Cf. la visión general que ofrece Rusten (2009) sobre esta polémica, donde cita las obras más importantes en defensa de cada una de las posturas en liza.

[6] Cf. en este sentido Canfora (1970), Canfora (1977), Canfora (1985), Canfora (1997) y Canfora (2006).

[7] Cf. Iglesias-Zoido (2010: 51 ss.).

[8] En este sentido, es fundamental tener en cuenta también la afirmación de Plut. glor. Athen. 347a: γοῦν Θουκυδίδης ἀεὶ τῷ λόγῳ πρὸς ταύτην ἁμιλλᾶται τὴν ἐνάργειαν, οἷον θεατὴν ποιῆσαι τὸν ἀκροατὴν καὶ τὰ γιγνόμενα περὶ τοὺς ὁρῶντας ἐκπληκτικὰ καὶ ταρακτικὰ πάθη τοῖς ἀναγιγνώσκουσιν ἐνεργάσασθαι λιχνευόμενος. Un pasaje en el que Plutarco llama la atención sobre la “viveza” del estilo de Tucdides, que tiene la virtud de convertir al lector, por medio de los lógoi, en un “espectador” y en un “oyente” de los fascinantes sucesos que describe en su relato.

[9] Cf. Zangara (2007).

[10] Cf. Miguélez Cavero (2007) e Iglesias-Zoido (2012).