Reseña
/ Review
Mª. Luisa Harto Trujillo
(Universidad de Extremadura)
Álvaro Sánchez-Ostiz (ed.), Beginning and End: From Ammianus Marcellinus to Eusebius of Caesarea,
Anejo VII de Exemplaria Classica, Huelva:
Universidad de Huelva, 2016 (ISBN 978-84-16872-02-2).
Beginning and end, from dusk
to Dawn… Es la
contraposición de términos referidos a un inicio y a un final lo que configura
la obra que comentamos en estas páginas. El inicio se refiere a los comienzos
del género historiográfico cristiano y el final al ocaso de la historiografía
pagana, simbolizados ambos en dos personalidades que, una desde el cristianismo
y otra desde el paganismo, viven y escriben historia en latín en el siglo IV d.
C. En el caso de la historiografía cristiana, la personalidad mencionada es
Eusebio de Cesarea y, en el caso de la pagana, Amiano Marcelino, dos autores
que, curiosa y significativamente, han sido considerados ambos como “rarezas”
en su época, escritores aislados y únicos entre sus contemporáneos, hecho que
se debe, sin duda, a que Eusebio fue en cierto sentido un pionero en la
historia eclesiástica, mientras que Amiano se convirtió en el epígono de la
historiografía clásica pagana.
No en
vano, el propio Eusebio, en su H.E.
(1.1.3) utiliza la metáfora de ser un caminante solitario por un sendero (“the
first to venture on such a project and to set out on what is indeed a lonely
and untrodden path”), un caminante que necesita ayuda divina, porque no
encuentra en ese sendero huellas humanas que le guíen (“as for men, I have
failed to find any clear footprints of those who have gone this way before
me”),[1]
ya que la historia eclesiástica que con él se inicia, como veremos a
continuación, se distancia de la pagana en numerosos aspectos y marca así un
nuevo camino.
De manera
similar, y a la vez opuesta, en el caso de A. Marcelino, como ya indicamos hace
unos años en nuestra traducción de sus Res
Gestae, “Amiano da cierta impresión de aislamiento o de soledad”.[2] Soledad que habría quedado recogida en el
célebre artículo de Momigliano “The Lonely historian Ammianus Marcellinus”,[3] y que se debe, en gran medida, al hecho de que
nuestro autor habría sido el último gran representante de la historiografía
pagana; un historiador que vuelve sus ojos al pasado en un intento, casi desesperado,
por recuperar un mundo, una cultura, una religión y una historiografía ya en
vías de extinción.[4]
De ahí su soledad en ese final del camino.
Así
pues, Beginning and End se articula
en torno al final de la historiografía pagana representado por Amiano
Marcelino, al que se dedican seis capítulos, y al inicio de la historiografía
cristiana, representado por Eusebio de Cesarea, al que se dedica exactamente el
mismo número. Estos doce capítulos siguen a una introducción (pp. 37-45) en la
que Álvaro Sánchez-Ostiz y José B. Torres explican la naturaleza compleja de
este volumen, en el que, siguiendo con la metáfora del camino, hablan de la
“continuidad y discontinuidad” de la historiografía clásica en el siglo IV (p.
37), y de las semejanzas y diferencias entre Eusebio y Amiano, ya que el
primero fue un obispo cristiano en Palestina a finales del s. III e inicios del
IV, autor al que debemos obras de distintos subgéneros historiográficos como la
Historia Eclesiástica, el Onomasticon, el Chronicon, la Vita Constantini,
así como distintos escritos apologéticos, exegéticos y teológicos. Y frente a
él, Amiano, ya a finales de siglo, escribe unas Res Gestae en las que, frente a otros subgéneros contemporáneos más
florecientes (breviarios, compendios, panegíricos…) ofrece una extensa historia
de Roma desde finales del s. I hasta su propia época. Hay pues entre ellos
coincidencias y continuidad, tanto de género como de época; pero hay
diferencias y discontinuidad en el subgénero concreto de la historiografía, en la
perspectiva cristiana o pagana, en el lenguaje, el estilo o la finalidad de la
obra. Y es todo este bagaje el que se analiza en un volumen escrito en inglés
–con la excepción de dos capítulos-, con una bibliografía extensa (pp.
263-281), seguida por un índice general (285-299) y un práctico índice de los
pasajes tratados (303-313).
De este
modo, el volumen se convierte en un estudio completo en el que se enfoca la
historiografía del s. IV con un enfoque variado y complejo, algo presente ya en
el grupo de investigación GRAECAPTA,
que desde 2004 ha analizado las distintas relaciones de la literatura griega y
latina, fundamentalmente en esta época tardía. Este grupo organizó en la
Universidad de Navarra un workshop, en diciembre de 2013, al que debe su origen
en gran medida el trabajo que comentamos.
Pues
bien, centrándonos en los distintos capítulos del libro, ya hemos comentado que
seis de ellos, los seis primeros, están dedicados a Eusebio de Cesarea, por ser
cronológicamente anterior a Amiano, ofreciéndonos distintas perspectivas de la
obra de este prolífico historiador cristiano.
Si bien
mis líneas de investigación me han llevado más a la historiografía pagana, hace
ya bastantes años tuve la suerte de recibir un curso de doctorado sobre
historiografía cristiana a cargo de Eustaquio Sánchez Salor, autor al que,
junto a sus traducciones de Orosio o Lactancio, debemos numerosos trabajos
señeros sobre este tema –que, por cierto, se echan de menos en la bibliografía
de este volumen-, como La polémica entre
cristianos y paganos o su excelente monografía sobre Historiografía latino-cristiana.[5] Pues bien, tanto en estas monografías como en
su estudio “Historiografía latino-cristiana. Principios”,[6] se
recogen las principales diferencias entre la historiografía pagana y la
cristiana, basadas en el hecho de que esta nace movida por la situación de los
cristianos en los primeros siglos del imperio, una situación que condicionará
tanto el estilo, como los subgéneros, las fuentes, la selección de los hechos o
la finalidad de la obra. En este sentido, resume Sánchez Salor, habrá
subgéneros cristianos que intenten educar y edificar a los fieles ofreciéndoles
ejemplos (vidas de santos), mientras que otros pretenden recordar la historia y
el papel de la religión cristiana en la historia universal (crónicas, historias
eclesiásticas…). De este modo, si todos los historiadores pretenden salvar
hechos del olvido, como ya indicó Canfora,[7] los historiadores cristianos se centrarán en
salvar o contar aquellos hechos que mejor sirvan a su finalidad, una finalidad
que, para Sánchez Salor (2017: 172) tiene cuatro objetivos concretos:
testimonial, edificador, terapéutico y apologético. Hay que dar cuenta de la
acción de Dios en el mundo, defendiendo tanto esa acción divina como la de su
iglesia. Y, para ello, hay que contar la historia de dicha iglesia desde los
orígenes del mundo, mostrando que su doctrina es tan antigua y de tanta
importancia como la de cualquier otra religión, ya que, si enlazamos el Antiguo
Testamento con el Nuevo, combatiremos la crítica de los paganos contra la
novedad y las discrepancias entre los cristianos, ofreciendo modelos de
conducta, consolando a los hombres y defendiendo que los males del momento no
son debidos ni a la acción de Dios ni a la de los cristianos.
Pues
bien, todos estos principios generales sobre la historiografía cristiana son
los que articulan, en gran medida, los capítulos dedicados a Eusebio en Beginning and End, ya que unos de ellos
se centran más en su carácter de apologista e historiador eclesiástico,
mientras que los otros cinco analizan aspectos y recursos concretos utilizados
por el historiador para conseguir su objetivo.
Así, en
el primero al que nos referíamos, A. Louth (pp. 47-59) trata sobre la figura de
Eusebio como apologista y como autor de una historia eclesiástica (“Eusebius as
apologist and Church historian”), insistiendo en el hecho de que Eusebio (H.E. 1.1.1-2) enlaza citas bíblicas
sobre el origen del mundo con Moisés, Abraham, con Cristo y con la sucesión de
apóstoles y obispos hasta su propia época, de manera que la historia de la
iglesia resulta así más antigua que la del propio mundo clásico (pp. 53-56).
Este sería, para Louth, el objetivo fundamental tanto de la Historia Eclesiástica, como de otros
trabajos de Eusebio, como la Cronografía
o sus tratados apologéticos (p. 57). Ciertamente, estamos de acuerdo en que
esta idea de narrar la historia de la Iglesia defendiendo su antigüedad es
central en numerosos pasajes de la H.E.
de Eusebio, como en 1.4.15, donde se defiende que el cristianismo es algo
“antiguo, único y verdadero” (cf. Sánchez
Salor 2017: 181), o en los prólogos, como en el del libro 2, en el que
Eusebio dice haber demostrado ya en el primer libro la antigüedad del
cristianismo en las profecías sobre la llegada de Cristo.
Como
apuntábamos antes, este capítulo más general puede enlazarse con los otros
cinco, que analizan recursos concretos utilizados por Eusebio para conseguir su
objetivo. Así, J. Leal trata sobre las “Listas de obispos de Roma y Antioquía
en la Historia Eclesiástica de
Eusebio” (pp. 123-135), listas que constituyen, verdaderamente, uno de los
principales recursos utilizados por los historiadores cristianos para mostrar
la continuidad de esta doctrina. En el caso de Eusebio, este recurso ha sido
analizado una y otra vez, tanto en el trabajo fundamental de Harnack,[8] como en el resto de la bibliografía analizada
por J. Leal, para quien, como conclusión, las listas que ofrece nuestro
historiador son coherentes en cuanto a la duración de los mandatos de emperadores
y obispos (p. 134).
Igualmente,
el resto de trabajos sobre Eusebio se centran en otros recursos retóricos,
propios de la historiografía clásica, y por supuesto también de la cristiana,
como cartas, descripciones geográficas, citas y símbolos.
Así, en
cuanto a las cartas y otros documentos, el uso que de ellos hace Eusebio es
analizado por José B. Torres Guerra, en el capítulo “Documents, letters and
canons in Eusebius of Caesarea´s Ecclesiastical
History” (pp. 61-82), donde plantea cómo Eusebio, frente a lo que luego
veremos en Amiano, no usa discursos en su obra, carencia que se debe,
nuevamente, a su finalidad apologética, ya que lo que él introduce sobre todo
son 25 cartas, así como documentos y cánones, recursos que considera, por
supuesto, como un factor estilístico (p. 68), pero fundamentalmente como
pruebas de la veracidad de la doctrina cristiana.
Y otro
de los recursos que debe utilizar el historiador clásico para dotar de
veracidad a su obra, como ya indicó Cicerón (De Orat. II.15.63), son las menciones cronológicas y geográficas.
Pues bien, en el caso de la geografía, Eusebio hace buen uso de ella en una de
sus obras menos conocidas, el Onomasticon,
tal como recoge Jan R. Stenger, en su “Palestine as a palimpsest:
Eusebius´construction of memorial space in the Onomasticon” (pp. 83-105). Y es que, si en la H.E. Eusebio nos ofrece listas de obispos que marcan la continuidad
de la iglesia, en el Onomasticon nos
ofrece una lista de 1.000 topónimos bíblicos, ordenados alfabéticamente, y cuya
finalidad sería, nuevamente, relacionar lugares antiguos con los de su propia
época, mostrando así la continuidad histórica y preservando la identidad de los
lugares bíblicos (p. 92). Es decir, nuevo recurso apologético, en el que se
muestran lugares bíblicos que siguen existiendo en su propia época, y que
defenderían así la antigua dignidad del cristianismo.
En
cuanto a las citas de otros autores, Pablo M. Edo, en su “Citing or doctoring
the sources? Serapion and the Gospel of Peter in Eusebius´s Historia Ecclesiastica” (pp. 107-121),
se sumerge en uno de los campos de estudio fundamentales sobre Eusebio en la
actualidad, el de analizar las citas, para comprobar hasta qué punto conocía la
literatura previa, pues en su H.E.
hay más de 40 citas literales (p. 109), así como numerosa información sobre
autores antiguos.
Y ya el
último de los recursos analizados es el de los símbolos y señales
premonitorias, de las que habla F. López en su “Under this sign you shall be
the ruler: Eusebius, the chi-rho
letters and the archè of Constantine” (pp. 137-58), donde analiza cómo Eusebio
en su Vita Constantini narra la
famosa premonición de la victoria de Constantino en Milvio, reinterpretando los
símbolos en clave cristiana, pero constituyendo siempre, ya sea la chi-rho o la cruz, símbolos de victoria,
dominio y fundación.
Así
pues, en el apartado de Eusebio, es decir, en lo que respecta al inicio de la
historia eclesiástica cristiana (beginning
en el título de nuestro libro), concluimos que Eusebio es un historiador que,
alejándose del sendero de la historiografía clásica pagana, da pasos en
principio solitarios por un nuevo camino en el que, de acuerdo con lo que será
la historiografía cristiana, va a narrar hechos, pero siempre seleccionados con
finalidad testimonial, edificadora, terapéutica y apologética, utilizando
recursos retóricos y estilísticos favorables a tal fin.
Pero ese
nuevo sendero había surgido a partir de la ruta seguida desde la antigüedad por
la historiografía clásica pagana, una ruta que, tristemente, y a pesar de los
intentos desesperados de Amiano Marcelino, llegó a su fin en ese mismo s. IV.
Pues
bien, son esos intentos desesperados de Amiano Marcelino los que se analizan en
los seis capítulos restantes del libro que, al igual que veíamos en el caso de
los que se centraban en Eusebio, podríamos englobar en uno dedicado a la
narración de los hechos, y otros cinco dedicados a distintos recursos retóricos
utilizados por el historiador.
Así, en
cuanto a la narración de los hechos, D. Woods trata sobre “Constantius, Julian
and the fall of Sirmium” (pp. 175-191), llegando a una conclusión sobre el
relato de Amiano acerca de la rápida captura de Sirmio (Res gestae 21.9 sigs.) que podríamos extender a toda su obra:
Amiano narra hechos de conoció bien, por su papel como miles quondam, aunque no en su totalidad, de manera que la
deformación que muestra su relato puede deberse tanto a una falta de
conocimiento, como al manejo de fuentes equivocadas o, tal vez mejor, a que ese
relato de una rápida victoria de Juliano en Sirmio sobre soldados luchadores,
en vez de sobre unos pocos ya rendidos, se adapta mejor a la finalidad de
ensalzar la figura de este emperador.
Y a esa
misma finalidad sirven otros recursos utilizados por nuestro historiador, que
es a lo que se dedica el resto de capítulos. Así, podemos destacar el uso de
retratos, tema recurrente en la bibliografía de Amiano, tras los estudios
magistrales de Barnes, Sabbah o Matthews. En este caso, nos encontramos con el
capítulo acerca de “Historia, physiognomía y encomio: la figura de Graciano en
Amiano Marcelino” (pp. 159-173), firmado por C. Castillo, autora que conoce muy
bien la técnica de este historiador, gracias a la excelente traducción de los
libros XIV-XIX que publicó en la editorial Gredos, junto a otros autores ya en
2010. Pues bien, en este capítulo, analiza cómo la unión de historiografía y
physiognomía permitió a Amiano presentarnos cualidades opuestas en retratos muy
significativos, como los de Juliano y Graciano.
Ahora
bien, si hay un momento en el que esta técnica del retrato se hace arte en movimiento
es en la descripción del adventus de
un emperador a una ciudad, ya que en ese acto se unen el ceremonial y ritual
propio de ese momento, la acogida del pueblo, el recuerdo de las gestas o no
del emperador, así como su propio retrato. Pues bien, M. Caltabiano analiza en
su “The adventus of the Emperor Julian in Ammianus Marcellinus´ s Res gestae” (pp. 193-205), las llegadas
de Juliano a tres ciudades distintas: Viena, Sirmio y Constantinopla, donde se
pondrían de manifiesto, sucesiva y respectivamente, tres momentos o aspectos de
la historia personal de Juliano: como César legítimo, como emperador y como
vencedor. Tanto el léxico, como la simbología, la actitud del pueblo y del
propio Juliano contribuirían, en opinión de la autora, a reforzar esta triple
imagen.
Retratos
y adventus, junto con discursos se
unen también en el capítulo de Alberto J. Quiroga, “Dicta et visa: rhetorical strategies in Ammianus´s Res Gestae” (pp. 225-42), donde analiza
las estrategias retóricas utilizadas por el historiador para enfatizar lugares,
personajes, emociones o costumbres. Así, las referencias extralingüísticas que
se derivan de las intervenciones y discursos de los personajes más relevantes
nos hablan, por ejemplo, de la adaptación de Juliano a las distintas
circunstancias, frente a la debilidad y rigidez de Constancio.
Amiano
conocía bien, pues, la literatura clásica. Conocía perfectamente la
historiografía griega y romana anteriores y supo usar muy bien recursos como
digresiones y citas literarias, que le permitían insistir en un tema, central
para él, la degeneración cultural, religiosa, política y moral de su época, y
en la necesidad de volver al pasado. Esto es lo que se pone de manifiesto en el
capítulo de Álvaro Sánchez-Ostiz, quien analizando la digresión sobre los
legisladores del este que aparece en el libro 30 de las Res gestae, llega a la conclusión de que las citas, especialmente
de Gelio y de Cicerón, están perfectamente ensambladas en una digresión que
refleja de forma gradual la degeneración de los oradores de su tiempo, con
discursos sin contenido, afectados, con recursos escolares, cuya única
finalidad era pleitear o, por último, algunos casi propios de la escena
teatral.
De este
modo, si Amiano es un buen conocedor de la tradición, si las citas de autores
anteriores están perfectamente ensambladas en el conjunto, no podemos pensar
que la inversión de géneros literarios que encontramos en algunas de sus
páginas sea casual. Y es esta misma la conclusión a la que llega Francisco J.
Alonso, en su “Parody and inversion of literary genres in Ammianus Marcellinus”
(pp. 243-60), tanto acerca de una adlocutio
del emperador a sus tropas (14.7.14), en la que no encontramos prácticamente
ninguno de los motivos propios de esta situación, como acerca de dos pasajes
con ambientación trágica: uno sobre Galo (14.11), con elementos más propios de
la descripción de un villano que de la de un héroe trágico, y otro (26.6-10)
con mezcla de elementos tragicómicos en la usurpación de Procopio.
Así
pues, la conclusión que obtenemos de estos capítulos dedicados a Amiano es la
misma que se obtiene al leer su extensa, variada, rica, sugerente, compleja y,
a la vez, novedosa y agónica obra en el siglo IV: las Res Gestae, una historia de Roma desde el s. I, son la obra de un
historiador clásico pagano en el más completo sentido de la expresión, que
conoce los antedentes, que maneja fuentes, hechos y recursos retóricos en aras
de lograr esa finalidad de delectare,
docere y movere a sus lectores.
Me ha
llamado la atención cómo varios de los autores que dedican sus trabajos a
Amiano en este volumen coinciden en la utilización del concepto de “mosaico”
para referirse a su obra (Caltabiano: 205; Sánchez-Ostiz: 213 o 221 y Francisco
J. Alonso: 246). Y es que eso es realmente para mí esta Historia amplia, personal y tradicional, que intenta narrar lo que
ha ocurrido en un imperio demasiado extenso y con una amplitud temporal también
demasiado extensa. Son los momentos finales del imperio. En su mosaico se
ensamblan piezas dedicadas a militares, emperadores, usurpadores, romanos,
bárbaros, cristianos, paganos, hombres de oriente, de occidente; se ensamblan
piezas con citas, tópicos y recursos, pertenecientes a autores y géneros
clásicos, tanto latinos como griegos, que Amiano quiere recordar y mantener en
un momento ya de crisis total de la Romanidad; se ensamblan miedos, desolación
y rabia con el orgullo y la esperanza de que la gran Roma clásica sobrevivirá y
de que alguien continuará su labor…. Por eso, sus últimas palabras (31.16.9.)
fueron: “He narrado los hechos comprendidos entre el principado de Nerva y la
muerte de Valente, en la medida en que me lo permitían mis fuerzas, siendo yo
como soy antiguo militar y griego. Nunca he intentado, en mi opinión, corromper
la verdad a sabiendas, ni con omisiones ni con mentiras. Que escriban la
continuación aquellos que estén en condiciones de hacerlo, ya por su edad o por
sus conocimientos. Pero si a alguien le tienta realizar esta empresa, le aconsejo
que aguce su lengua y que adopte un estilo más elevado”.[9]
No estoy
segura de si él vislumbraba ya que la continuación no la escribirían tanto
historiadores paganos como cristianos. No sé si percibió que, realmente, la
soledad que se respira en su obra era real, y que se estaba convirtiendo en “el
último gran representante de la historiografía clásica”. Pero sí sé que Amiano
estaba marcando el final de un camino que, por un nuevo sendero surgido a
partir de él, había empezado a recorrer, en su mismo siglo, y con una misma
sensación de soledad, Eusebio de Cesarea.
En el
siglo IV se unen pues, y a la vez se separan, una Historia Eclesiástica
naciente y una Historia Romana moribunda. Es un siglo, pues, de continuidades y
discontinuidades, de principios y fines, marcados por dos grandes autores,
Eusebio de Cesarea y Amiano Marcelino, en quienes se concentran los trabajos
del grupo GRAECAPTA y del workshop
organizado por ellos en 2013, que es la base de este Beginning and end, un libro completo, bien estructurado y con
visiones sugerentes sobre la historiografía latina en uno de sus momentos más
complejos y cautivadores.
M. Luisa Harto Trujillo
(Universidad de Extremadura)
BIBLIOGRAFÍA
Alonso J.M. (1975), La visión historiográfica de Amiano
Marcelino, Valladolid: Universidad de Valladolid.
Canfora, L. (1972), Totalitá e selezione nella storiografia
classica, Bari: Laterza.
Harnack, A. von (1878), Die Zeit des Ignatius und die Chronologie der antiochenischen Bischöfe
bis Tyrannus nach Julius Africanus und den Späteren Historikern, Leipzig:
J.C. Hinrischs.
Harto Trujillo, M. L. (2002), Amiano
Marcelino, Historia, Madrid: Akal.
Momigliano, A. (1974), “The Lonely historian Ammianus Marcellinus”, Annali
della Scuola Normale Superiore di Pisa 3: 1393-1407.
Sánchez Salor, E. (1986),
La polémica entre cristianos y
paganos a través de los textos, Madrid: Akal.
Sánchez Salor, E. (1991),
“Historiografía latino-cristiana. Principios”, en Excerpta Philologica (A. Holgado sacra), 1: 779-795.
Sánchez Salor, E.
(2006),
Historiografía latino-cristiana.
Principios, contenido, forma, Roma: L´Erma di Brestschneider.
Sánchez Salor, E.
(2017), “Historiografía
latino-cristiana. Principios”, en Nec
Mora nec Requies. Selección de artículos de E. Sánchez Salor, Cáceres:
Servicio de Publicaciones Universidad de Extremadura, pp. 169-187.
Williamson
G. A. (1969), Eusebius. The History of
the Church from Christ to Constantine, (trad. revisada por A. Louth),
Londres: Penguin.
[1] Utilizamos la traducción de Williamson (1969: ad loc.).
[2] Cf. Harto
Trujillo (2002: 25).
[3] Cf. Momigliano (1974: 1393-407).
[4] Así lo consideró ya Alonso (1975:196-197).
[5] Cf.
Sánchez Salor (1986) y (2006).
[6] Artículo
recogido ahora en Nec Mora nec Requies,
volumen conmemorativo publicado por la Universidad de Extremadura en homenaje
al profesor Sánchez Salor, pero que fue publicado por primera vez en Sánchez Salor (1991).
[7] Cf. Canfora
(1972).
[8] Cf.
Harnack (1878).
[9] Citamos por nuestra traducción, Harto Trujillo (2002: 900).