Reseña / Review

 

 

Joaquín Villalba Álvarez

(Universidad de Extremadura)

 

Gómez Martos, F., La creación de una historia nacional. Juan de Mariana y el papel de la Antigüedad en la Edad Moderna [Anejos de la Revista de Historiografía nº 8; Instituto de Historiografía Julio Caro Baroja, Universidad Carlos III de Madrid], Madrid: Dykinson, 2018. 270 pp. (ISBN: 978-84-9148-547-6)

 

El Instituto de Historiografía “Julio Caro Baroja” de la Universidad Carlos III de Madrid publica el número 8 de su colección Anejos de la Revista de Historiografía. En su libro La creación de una historia nacional. Juan de Mariana y el papel de la Antigüedad en la Edad Moderna, el historiador Francisco Gómez Martos analiza el trascendental papel que la Antigüedad grecolatina desempeña en la historiografía española a lo largo del siglo XVI y, más concretamente, en la conformación de una historia nacional a finales de dicho siglo, de la mano del teólogo e historiador jesuita Juan de Mariana (Talavera de la Reina 1536 – Toledo 1624).

El libro que reseñamos consta de dos partes principales. La primera viene a ser una introducción general al asunto del libro y contiene a su vez tres apartados: uno sobre la historiografía española durante el siglo XVI; un segundo que aborda la vida y obra del Padre Mariana; y, por último un análisis de la Historia del jesuita, tanto en su versión primera en lengua latina (Historia de rebus Hispaniae, Toledo 1592) como en su reelaboración posterior en español (Historia general de España, Toledo 1601). Desde su aparición “y hasta bien entrado el siglo XIX”, la obra del Padre Mariana fue la “la historia general de España más autorizada, leída y, por tanto influyente” (p. 11), en palabras del profesor Jaime Alvar, prologuista del libro y a la sazón director de la tesis de la que éste procede.

La segunda parte se detiene en el análisis metodológico que sigue el Padre Mariana a la hora de acopiar y asimilar la tradición historiográfica antigua y coetánea con vistas a la confección de su propio relato histórico. En razón de la excesiva magnitud de la obra historiográfica del jesuita talaverano, Gómez Martos ciñe su investigación a los cuatro primeros libros de la Historia, que se analizan cada uno en un capítulo concreto del libro y que se corresponden, respectivamente, con cuatro épocas diferentes y sucesivas de la historia antigua de España: “Tiempos primitivos” (relato mítico que va desde los primeros pobladores hasta la llegada de los cartagineses), “Dominio cartaginés”, “Conquista romana” (sobre la presencia romana en la península en época republicana) y, finalmente, un capítulo titulado “Hispania” (que trata la historia de España como provincia del Imperio y que comienza a partir del nacimiento de Cristo, incluye la introducción del cristianismo y llega hasta la caída de Roma y la expansión de los godos por Italia, Francia y la Península Ibérica).

El libro termina con unas “Conclusiones”, a las que sigue un apartado bibliográfico, dividido en dos partes, una de “Fuentes” y otra de “Bibliografía posterior a 1900” y un “Índice onomástico”.

El libro comienza con un capítulo introductorio con el que el autor sitúa al lector –y lo hace acertadamente, de manera resumida y clara- en el panorama general de la política y la historiografía en la España del XVI, un siglo que se cerrará con la historia general de España salida de la pluma del Padre Mariana. En dicho capítulo se reflexiona sobre la aparición de los estados modernos y la importancia de la historia en la conformación de una entidad nacional, y se analizan también las marcas características que el género historiográfico presenta en España; entre ellas, la elaboración de obras históricas desde los postulados de la historia humanista, la llamativa proliferación de cronistas oficiales o el valor propagandístico de la historia, en cuanto vehículo idóneo para pregonar la bíblica antigüedad de la nación española o su reciente expansión por nuevos territorios. Sin duda, la implicación primero de Carlos V y después de su hijo Felipe II tuvo mucho que ver en el desarrollo del género historiográfico en la España del XVI. Entre las historias en lengua vernácula que abordan el pasado remoto de España en este siglo y que servirán de fuente material para la historia del Padre Mariana están la Crónica general de España de Florián de Ocampo, la Corónica general de España de Ambrosio de Morales y el Compendio historial de Esteban de Garibay.

Uno no puede leer estas páginas iniciales sin establecer una evocadora analogía entre la creación del estado español –y su cada vez más acentuada preponderancia en el contexto político europeo- y el ambiente de paz y exaltación nacional que la Roma de Augusto conoció tras una prolongada serie de guerras. En este sentido, tanto Carlos V como Augusto encarnan la figura del dirigente al frente de un tiempo nuevo. El interés del monarca por que se escribiera una historia general de España (que sólo se conseguiría de manera fehaciente a finales de siglo y de la mano de Juan de Mariana) o el considerable incremento de cronistas oficiales al servicio de la corte nos muestran un escenario paralelo al que se vivió en tiempos de Octavio, cuando desde el poder se fomentó el mundo de las letras, precisamente como instrumento de propaganda de dicho poder. Mil quinientos años antes del nuevo emperador hispano, también Augusto había buscado la utilidad de las letras en general y de la introspección histórica en particular para engrandecer el pasado de Roma, lo que cristalizaría en la elaboración de una historia perpetua de Roma, los libros Ab urbe condita de Tito Livio.

Tras estas pinceladas que ayudan a ubicar la obra de Mariana en su contexto histórico y literario, Gómez Martos nos ofrece una amplia y completa sección con la biografía del jesuita, a la que sigue un breve capítulo sobre la gestación de su historia.

La segunda parte del libro, mucho más amplia (pp. 65-231), incluye el análisis en sí que el autor realiza de los cuatro primeros libros de la vasta obra de Mariana, centrados en la historia antigua de España, a la luz de sus fuentes primordiales. Constituye, por tanto, la investigación propiamente dicha del libro que reseñamos.

A propósito del capítulo que Mariana escribe sobre los tiempos primitivos de España, Gómez Martos nos revela una postura “híbrida” por parte del jesuita (p. 69). Las fuentes esenciales de las que bebe el historiador talaverano son la Biblia y una selección de lo que Ocampo escribe en su crónica, quien a su vez toma como fuente las fantasías de Annio de Viterbo. A pesar de que el propósito de Mariana es eliminar de su historia cualquier elucubración ficticia y guiarse por un espíritu crítico del devenir histórico basado en las fuentes clásicas, abre su relato haciendo mención a Túbal, por respeto a la tradición y por el origen bíblico de esa tradición, en la línea de muchos historiadores patrios que quisieron forjar una identidad española previa al legado grecolatino, frente a la arrogancia de los italianos que se autoproclamaban herederos de la cultura romana. En aras de esa mayor antigüedad de España que encarna el descendiente de Noé, el jesuita incorpora a la historia patria posterior a Túbal acontecimientos y personajes tomados de diversas tradiciones, como la egipcia (Osiris) y sobre todo la clásica (Gerión, Héspero, la guerra de Troya, el viaje de los Argonautas,…) en un intento de justificar desde las fuentes literarias grecolatinas lo que en líneas generales procede de Annio de Viterbo, via Ocampo: “un claro ejemplo de cómo Mariana, en ocasiones, hace un uso tergiversado de las fuentes en beneficio de sus propias creaciones” (p. 76) con vistas a elaborar su propia visión de los orígenes de España y transmitir una imagen unitaria del pueblo hispano frente a las continuas invasiones externas a lo largo de los siglos.

El siguiente capítulo aborda las fuentes que Mariana utiliza para plasmar la ocupación cartaginesa de la Península. Aquí sí contaba el jesuita con historiadores clásicos más contrastados y fiables como Polibio y Tito Livio, que describieron al detalle ese periodo concreto de la historia. Gómez Martos llama la atención sobre la progresiva incorporación de información derivada de dichos historiadores conforme va avanzando el libro, en detrimento de la aportación cada vez menor de los relatos inventados de Ocampo, al que por cierto prefiere no citar. Muchos de los episodios que Ocampo narra con excesivo fervor patriótico aparecen resumidos o directamente eliminados en la versión del jesuita. El punto de inflexión en lo que respecta a este cambio en el uso de las fuentes parece estar en los capítulos que preceden al relato de la Segunda Guerra Púnica. La abundancia de materiales tanto antiguos como de su propio tiempo hace que el jesuita se explaye de manera especial en la narración de dicha contienda, para la que parece seguir, en palabras de Gómez Martos (p. 116), el “hilo narrativo” de Ocampo, si bien su narración muchas veces encierra una síntesis de lo que nos cuenta Livio. El hecho de que ni siquiera nombre a Ocampo y sí a Tito Livio, incluso en aquellos pasajes en que sigue más al cronista zamorano que al patavino, es un claro síntoma -a juicio de Gómez Martos- del interés del Padre Mariana por dar la impresión típicamente humanista de servirse de autores clásicos como testimonio de verdad, frente a las mentiras de algunos cronistas de su tiempo. Una visión humanista que se aprecia también en el cómputo de los años según el formato romano ab urbe condita, frente al sistema cristiano que sigue Ocampo. La crónica de este último termina con la muerte de los dos Escipiones en España, y a partir de ahí Mariana sigue la obra de su continuador, Ambrosio de Morales, del que Gómez Martos pondera sus virtudes como cronista, situando su rigor, erudición y destreza como historiador por encima de los de Ocampo o Garibay. Es grande la deuda –señala el autor- que la historia de Mariana tiene con la Crónica de Morales, a la que a partir de este momento seguirá como “guía básica” –sin nombrarla- para la narración de los acontecimientos posteriores. Tal es así que muchas veces no puede saberse a ciencia cierta si Mariana sigue la estela de Tito Livio o el relato que a partir del propio Livio elabora Morales. Es más, sucede más bien lo segundo que lo primero, por más que el jesuita suela silenciar la procedencia de su información o la solape afirmando que sus fuentes son clásicas, cuando en realidad su narración proviene del cronista cordobés. Y a ello hay que añadir los abundantes datos históricos y numismáticos que Mariana toma directamente de Morales.

El libro tercero de la Historia general de España trata de la conquista romana de la Península, y tiene como idea central la resistencia hispana frente el invasor, cuyos ejemplos más evidentes son la revuelta de Viriato y la guerra de Numancia. El concienzudo análisis que lleva a cabo Gómez Martos en esta parte del libro revela que la fuente principal del jesuita sigue siendo Morales, quien a su vez se nutre de las fuentes antiguas que trataron el tema, en especial Apiano de Alejandría a través de la traducción latina de su obra por el humanista italiano Celio Secundo Curión. Las veces que el jesuita acude a las fuentes clásicas lo hace a través de ese “puente” que es la Crónica del cordobés (p. 149). De él toma también las inscripciones epigráficas que incluye en el libro III y que, como consecuencia del entusiasmo patriótico por engrandecer el pasado de diversas ciudades españolas, eran en muchos casos falsas. No obstante, a propósito del final del conflicto numantino Gómez Martos observa cierto distanciamiento del jesuita respecto de Morales, lo que revela el interés de Mariana por centrarse en este episodio tan crucial de la historia de España y tan cargado de dramatismo, elaborándolo directamente a partir de Apiano y otras fuentes clásicas o incluso añadiendo datos de su propia invención. Esto debe entenderse como un recurso de raíz clásica que casa perfectamente con su plan fundamental de enaltecer la unidad del pueblo español y sus ansias de libertad. A tal fin, el jesuita intercala diversos discursos en estilo directo, a veces inventados, a veces adaptados de otros autores, y en cualquier caso destinados a suscitar la tan traída unión hispana frente al opresor romano.

A juicio de Gómez Martos, la deuda de la historia del Padre Mariana con la crónica de Ambrosio de Morales es progresivamente menor a medida que nos acercamos al siglo I a.C. Un ejemplo de ello es la visión de César, positiva para el cordobés, negativa para el toledano. Mariana no pone en duda sus virtudes literarias, pero la opinión que le merece como político –precisamente por la encendida defensa que el jesuita hace de la libertad de los pueblos frente al enemigo invasor- claramente es de rechazo del tirano. Por eso también elogia a Augusto, en cuanto pacificador y unificador.

Y así llegamos al cuarto libro de la historia de Mariana, que Gómez Martos analiza en el séptimo capítulo de su trabajo, “Hispania”. Abarca los primeros siglos del Imperio, desde los tiempos de Augusto hasta Honorio. Este cuarto libro, que en realidad comienza con el nacimiento de Cristo, ocupa menos espacio en la vasta obra del jesuita, quizá porque en las fuentes clásicas es escasa la información concreta sobre la Península y su trascendencia en el conjunto del Imperio no fue tan llamativa como en tiempos de la guerra civil entre César y Pompeyo, por poner un ejemplo.

En la elaboración de este libro concreto por parte de Mariana, Gómez Martos incide en la dependencia cada vez menor de la crónica de Ambrosio de Morales, en favor de otros autores de la Antigüedad, tanto paganos (Suetonio, Tácito, Plutarco…) como sobre todo cristianos (San Agustín, Orosio o San Jerónimo, entre otros). El capítulo comienza con un interesante y extenso análisis (pp. 184-202) sobre la presencia en la edición de 1623 de la Historia de Mariana –la última en vida del autor- de interpolaciones provenientes de los falsos cronicones que se extendieron por España en los siglos XVI y XVII, unos añadidos que aún hoy es difícil saber si fueron obra del propio jesuita o si procedían de otras manos.

En cualquier caso, y ateniéndonos ya al estudio concreto del libro cuarto, Gómez Martos considera que en lo tocante al relato de los hechos acaecidos durante los primeros siglos del Imperio, Mariana se nos muestra como un historiador con una vocación más claramente humanista que cronistas previos como Morales o Garibay, cuyos relatos presentan un cariz más religioso hasta el punto de parecer una historia eclesiástica de España más que una historia de España a secas. A juicio de Gómez Martos, el Padre Mariana se muestra crítico con esta excesiva tendenciosidad hagiográfica que predomina en su tiempo, por más que el cristianismo adquiera obviamente un papel preponderante en la narración de estos siglos y es, de hecho, el hilo conductor del texto del jesuita. La conexión, por otra parte, entre el cristianismo y la idiosincrasia española es algo conscientemente buscado por el Padre Mariana, de modo que la devoción pasa a ser otra de las características definitorias de los españoles, junto con ese apego a la libertad y a la unidad que aparecía en los libros previos.

Bastante afinadas nos parecen las reflexiones que cierran el libro y que merecen una lectura atenta y minuciosa. Es mucho lo que puede leerse entre líneas en estas páginas finales. A partir de unos breves epígrafes, Gómez Martos nos desgrana de manera brillante el proceso que sigue Mariana en la composición de su historia general de España. “Levantar una fábrica”, “situarla en el tiempo”, “situarla en el espacio” y “dotarla de voz y forma” constituyen estos epígrafes que explican nítidamente la labor compiladora y compendiadora del jesuita, quien partiendo del material de Ocampo, Morales o Garibay establece una cronología y un espacio geográfico propio que conecta los tiempos bíblicos a la guerra de Troya y de ahí en adelante. De este modo se fija una línea ininterrumpida en la historia de España que se remonta a la Biblia y gana en antigüedad, por ende, a la historia de Roma de la que los orgullosos italianos se consideran herederos legítimos y exclusivos. El patriotismo es, por otra parte, una característica común a los historiadores humanistas españoles.

Otro pilar fundamental de la historia de Mariana descansa sobre el estilo literario (“dotarla de voz y forma”). En este aspecto, y al igual que el resto de historiadores humanistas coetáneos, la prosa del jesuita pretende imitar la de los modelos historiográficos de la antigüedad, a través de una serie de características heredadas de la doctrina clásica del género que pueden leerse en algunos tratados ciceronianos y que definen la historia como un género teñido de pragmatismo (historia magistra vitae) y fuertemente influido por la retórica. De ahí la inserción de discursos y arengas, el significado de los proemios, las digresiones eruditas y demás recursos de clara raigambre clásica. Y de entre los modelos tradicionales del género destaca sobre los demás la figura de Tito Livio, con quien por cierto Lope de Vega comparó al jesuita, como recuerda Gómez Martos (“Tito Livio cristiano, luz de la historia de España”, p. 165). Además de constituir una fuente literaria de primer orden para la narración de determinados periodos de su historia, Livio comparte con el Padre Mariana otros elementos, entre ellos el hecho de escribir ambos una historia perpetua que refleje “la unidad de la nación a través de los siglos”. En este sentido, también coincide el jesuita con el patavino al advertir la escasa autenticidad que encierra la narración de los hechos más remotos y legendarios de su historia, unos hechos que por respeto a la tradición se limita a transcribir sin entrar a valorar si son reales o ficticios.

 

En definitiva, nos encontramos ante un libro muy bien escrito, que se lee con facilidad, y muy bien documentado, como se observa a lo largo de sus páginas y en el completo apartado bibliográfico. Profundiza con acierto y rigor en la cuestión de las fuentes tanto directas como indirectas que siguió el Padre Mariana para componer la que durante siglos llegaría a ser considerada la historia oficial de España y que, como Gómez Martos nos revela al final de sus conclusiones (p. 241), presenta a veces más sombras que luces en cuanto al rigor metodológico esperable en un historiador de talento. No así en cuanto a la utilidad de sus lecciones morales y su valor como instrumento al servicio del gobernante, el mayor valor que, en opinión del autor, encierra la obra para “un fiel cristiano” como el Padre Mariana.

Se trata además de un trabajo que sin duda resultará de gran atractivo tanto para filólogos que, como es mi caso, se interesen por el género historiográfico y su pervivencia desde la Antigüedad hasta los siglos XVI y XVII, con sus marcas características en cuanto a estilo e intención. Pero también lo será para los estudiosos de la historia de España, por el hecho de ahondar en los distintos condicionantes políticos, sociales y culturales que llevaron a proyectar por vez primera “la creación de una historia nacional”, como reza el título.

Por otra parte, es particularmente interesante el examen que Gómez Martos realiza sobre diversas cuestiones intercaladas a lo largo del libro y que, a modo de unidades cerradas en sí mismas, ilustran la mayor o menor fidelidad de Mariana a sus fuentes. Así, por ejemplo, el análisis comparativo de la cronología que siguen tanto Mariana como sus fuentes en la narración de los hechos, que aparece resumida en cuadros ciertamente esclarecedores sobre el proceso de composición de la historia del jesuita; o el riguroso examen de aspectos tales como los datos arqueológicos que Mariana intercala en su historia y que responden al anticuarismo de moda en la Europa del momento, que pretende rastrear en el pasado de los pueblos –en este caso, España-, a fin de resaltar su antigüedad, su unidad como nación y, en definitiva, su grandeza; o, por último, los añadidos y variaciones que la historia de Mariana presentó desde su versión latina originaria y a lo largo de las sucesivas ediciones que conoció tanto en latín como en castellano.

En suma, la monografía que reseñamos nos ayudará a entender mejor las causas que llevaron al teólogo e historiador talaverano a escribir la primera historia general de España, una historia de su unidad y su libertad desde los tiempos de Túbal que se convertiría en manual de referencia sobre el pasado patrio hasta bien entrado el siglo XIX.

Joaquín Villalba Álvarez

(Universidad de Extremadura)