DOI. https://doi.org/10.17398/1886-9440.15.101
Juan Luis Conde
(Universidad Complutense de Madrid)
David Sevillano López
(Universidad Complutense de Madrid)
Ziqiao
Meng
(Universidad Carlos
III de Madrid)
LA TÉCNICA YIN: TEORÍA Y PRÁCTICA DEL
DISCURSO PERSUASIVO EN CHINA DURANTE LOS REINOS COMBATIENTES (ss. V-III
a.C.)
The Yin Technique: Theory
and Practice of Persuasive Discourse in China during the Warring States Period
(5th to 3rd Centuries BC)
Abstract: The authors of this paper translate
from Classical Chinese and comment on various texts that are intended to
illustrate the relationship between the theory and practice of persuasive
discourse during the Warring States period (5th to 3rd centuries BC). The texts
come from two different works: Zhanguoce,
a compilation of pre-Qin documents made by Liu Xiang in the Han period (late
1st century BC), and Lüshi Chunqiu,
an encyclopedic collection undertaken under the instructions of Lü Buwei, Qin
State Minister, in the 3rd century BC. The political suasoria (shuì) has the
counselor and the king as protagonists par excellence. In the anecdotes that
provide concrete examples of the rhetorical exercitatio,
an approach decidedly marked by the unequal power relations between both of
them is observed, where dialogue dominates on monologue. Under such conditions,
the persuader develops an indirect strategy that, disdaining any virtuosity of
elocution, tries first and foremost not to challenge the expectations of his
one-person audience.
Key
Words: Ancient Chinese Rhetoric,
persuasive discourse, Zhanguoce, Lüshi Chunqiu, translation.
Resumen: Los autores del artículo
traducen del chino clásico y comentan varios textos que pretenden ilustrar la
relación entre la teoría y la práctica del discurso persuasivo durante el período
de los Reinos o Estados Combatientes (ss. V-III a. C.). Los textos proceden de
dos obras diferentes: Zhanguoce, una
compilación de documentos pre-Qin realizada por Liu Xiang en época Han (finales
del siglo I a.C.), y Lüshi Chunqiu,
una colección enciclopédica emprendida bajo las instrucciones de Lü Buwei,
ministro del Estado de Qin, en el siglo III a.C. La suasoria política (shuì) tiene como protagonistas por
excelencia al consejero y al soberano. En las anécdotas que proporcionan
ejemplos concretos de la exercitatio
retórica se observa un planteamiento decididamente marcado por las desiguales
relaciones de poder entre ambos, donde domina el diálogo sobre el monólogo. En
esas condiciones, el suasor despliega
una estrategia indirecta que, desdeñando el virtuosismo elocutivo, pretende en
todo momento no violentar las expectativas de su auditorio unipersonal.
Palabras Clave: Retórica antigua china, discurso persuasivo, Zhanguoce, Lüshi Chunqiu, traducción.
Fecha de Recepción: 7 de julio de 2020.
Fecha de Aceptación: 1 de octubre
de 2020.
La
suasoria política durante los Reinos Combatientes desde un punto de vista
comparativo
Durante los últimos años hemos venido publicando
diversos artículos con el objetivo de presentar las características más
destacadas de la retórica china antigua posibilitando al mismo tiempo, gracias
a traducciones de textos inéditos en castellano, un debate más extenso en
nuestra lengua. Lo cierto es que esas traducciones y su comentario afectaban a
aspectos que podríamos describir con el viejo concepto romano de ars, es decir, planteamientos teóricos
rastreados por diversas obras pertenecientes a un mismo período histórico: el
conocido como Reinos (o Estados) Combatientes (convencionalmente 475-221 a.
C.).
Nuestra pretensión en este artículo es proporcionar
a los estudiosos de la retórica en general y a quienes puedan estar interesados
en un conocimiento más detallado del fenómeno en la China clásica, pero no
necesariamente sinólogos, un lado de la cuestión que hasta ahora no habíamos
ilustrado: lo que, recurriendo también a los términos de la retórica latina,
habría que identificar como exercitatio,
es decir, la práctica activa de la persuasión. Para ello hemos reunido en este
artículo traducciones de dos fuentes diferentes con materiales de esa misma
época y cuyas características se exponen de forma sumaria para contextualizar
adecuadamente los textos que comentamos.
Este período coincide con el final de lo que
habitualmente se identifica con el clasicismo chino, que estaría así demarcado
por este período y el inmediatamente anterior, Primavera y otoño (s. VIII-V a. C.).
El nombre de Reinos Combatientes [战 国 pinyin: Zhàn
guó] resulta apropiado para una época convulsa y singularmente novelesca en
el que siete reinos, liberados de la tutela que la dinastía Zhou oriental había
ejercido previamente, luchan entre sí por imponer su hegemonía o por conservar
una precaria independencia. A ese panorama de conflictos armados externos se
añadía una vida política interna marcada por las luchas de poder y las
intrigas, a menudo con consecuencias cruentas. Se explica así la sensación de
caos que trasmiten de manera recurrente las obras de los escritores del período
y su añoranza de un orden estable. La etapa histórica desembocará en la
unificación que en el año 221 a. C. impone el llamado Primer Emperador (Qin
Shihuang). Ese fue también el final de un mundo de efervescencia intelectual y
que, por sus propias características, representa una época vibrante desde el
punto de vista de la retórica política, entendida aquí como teoría y práctica
del uso persuasivo del lenguaje y sus estrategias en el marco de las relaciones
de poder.
Para entender en sus dimensiones esenciales este
particular discurso persuasivo durante el período habría que tener en cuenta al
menos tres aspectos:
1. Las condiciones de la ejecución oratoria difieren
de las europeas.
En la
China de los Reinos Combatientes la forma más característica de la suasoria
política (shuì 说)[1]
se desarrolla en una situación muy diferente de la oratoria pública ante un
auditorio de iguales o subalternos, como es característico en las instituciones
adoptadas por la democracia ateniense en el siglo V a. C. o la República de
Roma hasta el I a. C.: el practicante chino por excelencia de lo que la teoría
retórica europea denomina discurso deliberativo o político es el consejero que
intenta convencer a un auditorio compuesto por un único oyente, el soberano. Esta relación retórica se produce
siempre en privado, en el interior del palacio real. La superioridad del rey
sobre su consejero está plasmada escénicamente: el monarca le observa desde
arriba, aposentado en su trono, que está en una posición elevada e
inexcusablemente orientado hacia el sur. Como polo débil de la relación de
poder, el consejero, situado frente al soberano, mantiene una postura humillada
con los ojos vueltos al norte y, al hablar, no sólo se juega la capacidad de
persuasión como el orador griego o el romano, sino también, literalmente, la
vida.[2]
2. El
discurso persuasivo se concibe más como diálogo que como monólogo.
Este
contexto impone una drástica contraposición con los presupuestos de la
tratadística retórica clásica de raíz greco-latina: la doctrina teórica que se
dispensa no enseña tanto a persuadir auditorios amplios que guardan silencio
mientras se pronuncia un monólogo ante ellos como interlocutores individuales
que participan en un intercambio. No se ocupa tanto de la alocución, como de la
interlocución. No
instruye, pues, en el monólogo, sino en el diálogo. Puede entenderse, en suma,
como una dialéctica en el sentido socrático: un estudio de la conversación. Y,
sin embargo, aunque no se trate de un monólogo mantenemos la expresión
“discurso persuasivo” porque el suasor
debe organizar una estrategia para ese intercambio dialogado: es a ese
planteamiento estratégico subyacente, destinado a dirigir la conversación, al
que cabe denominar “discurso”.
En esa diferencia de orden socio-espacial (un
escenario privado frente a uno público, un diálogo frente a un monólogo) es
donde el sinólogo francés François Jullien encuentra el origen del divergente
desarrollo teórico de la retórica en Europa y China: en razón de sus
respectivas circunstancias, el minucioso análisis de las técnicas del discurso
que conoció el mundo grecolatino habría sido sustituido en China por un interés
fundamental en los aspectos psicológicos de la relación discursiva.[3]
En esas condiciones, el suasor es
considerado como un oyente especializado y la tratadística subraya su capacidad
de escucha y observación como parte esencial de su eficacia retórica.
3. El uso persuasivo del lenguaje y su teoría han
sido históricamente sospechosos para la ortodoxia confuciana.
Jullien ha hablado, como consecuencia de sus
particulares circunstancias, de “anti-retórica” para una teoría china cuyo
objetivo, en lugar de la persuasión (que sería propia de la retórica europea),
sería la manipulación. Esa visión negativa ha recibido numerosas críticas y
objeciones, pero podría decirse que ha contado con opiniones parecidas incluso
en el ámbito chino. Confucio y su escuela manifestaron en numerosas ocasiones
una desconfianza hacia el poder de la palabra y su capacidad de engaño. Quizá
porque desde muy temprano esa corriente de pensamiento se ha identificado con
lo propiamente chino, ha podido afirmarse que la retórica no es un arte
desarrollado en aquel mundo cultural. Pero habría que decir que, más que
anti-china, la retórica surgió anti-confuciana o, al menos, a-confuciana:
enseñaba cosas que ponían en entredicho o entraban en conflicto abierto con una
moral exigente que promovía la sinceridad y la supremacía de los principios
éticos al tiempo que condenaba la búsqueda de ventaja o eficacia a cualquier
precio. Por explicarlo en los términos de una vieja polémica latina: al
insistir sobre el vir bonus, el
confucianismo ponía implícitamente bajo sospecha al peritus dicendi.[4]
Hay que tener en cuenta que la formación retórica (y,
por tanto, sus manuales) estaba destinada fundamentalmente a quienes pretendían
hacer carrera como consejeros y diplomáticos, cuya tarea fundamental consistía
en convencer al rey de que tomase determinadas decisiones. Al plantearse desde
esa perspectiva, se temía que la teoría pudiera servir para que, en un sentido
más amplio, los subalternos sacasen partido de los jefes o superiores y ésa es
una de las razones por las que los libros que la enseñaban han sido
históricamente considerados peligrosos.[5] Este
conflicto estuvo siempre ahí, pero se agudizaría a partir de la época Han (s.
II a. C.), cuando el confucianismo se convertiría en la doctrina oficial del
poder imperial chino y piezas fundamentales de la tratadística retórica fueron
excluidas del canon de lecturas y de la ortodoxia educativa. Ése sería el caso,
específicamente, del Guiguzi [鬼谷子 guĭ gŭ zi; recomendamos
una dicción kui ku dse], al que nos referiremos luego.
El Guiguzi puesto en práctica en el Zhanguoce: Chu Long aconseja a la reina regente de
Zhao
Parece
haberse asentado en castellano el título Anécdotas
de los Reinos Combatientes para la obra que se conoce en chino bajo el nombre de tres caracteres zhàn guó cè
战 国 策 [dicción propuesta: chan kuo tse; en adelante
ZGC]. La traducción resulta irreprochable desde el punto de vista histórico:
con excepción de un solo incidente, los acontecimientos de los que se ocupa el
libro habrían tenido lugar entre el año 454 y el 221 a. C.,[6] lapso
temporal que coincide prácticamente con el período de los Reinos Combatientes.
Compuesto por una recopilación de materiales procedentes de diversas fuentes
documentales, su contenido reúne un extenso catálogo de episodios bélicos y
ejemplos de diplomacia y consejística procedente de los siete Estados en que se
dividía China durante ese período histórico.
Sin embargo, la interpretación del título original
sigue sometida a debate por lo que respecta a la palabra cè 策: algunos estudiosos creen que debería interpretarse
en referencia a las tablillas de bambú o madera que se usaban en la escritura
y, por tanto, significaría “documentos”. Sin embargo, Liu Xiang (79-8 a. C.),
quien fue el primer compilador y puso título a la obra, señala expresamente que
el libro contiene materiales empleados por los diplomáticos de los Reinos
Combatientes para aconsejar a esos Estados que los contrataban urdiendo tramas
e intrigas[7]
en su provecho. Habría, por lo tanto, buenas razones para entender el título
con un significado cualquiera del amplio espectro de sinónimos que tiene el
castellano para expresar la idea: añagazas, ardides, argucias, artimañas,
tretas o estratagemas.
Cualquiera
de esos términos cargados connotativamente daría cuenta del objetivo de obtener
ventaja de una manera que, como sucede también con las enseñanzas del Guiguzi, ha sido considerada en
contradicción con los principios de la moral confuciana.[8] Como
consecuencia, los estudiosos confucianos, incluyendo al propio Liu Xiang, han
condenado sus implicaciones morales y políticas. El compilador del ZGC denuncia
como una práctica habitual de la época el uso de “medios indignos con el único
propósito de conseguir el poder”.[9]
Como él, otros estudiosos posteriores, mientras desaprobaban las lecciones
morales del libro, se sintieron sin embargo seducidos por la sutileza retórica
y su ágil estilo literario. “Veneno en una comida deliciosa”: la opinión que
expresa Lu Longqi, un intelectual de la época Ming (s. XVII), subsume con
elegancia la actitud tradicional hacia la obra.[10]
Igual
que frente al aspecto moral, el aprecio por el logro literario de la obra se
hace destacar habitualmente también frente a su valor histórico. Ése es el
parecer de Tsuen-hsuin Tsien, autor del apartado correspondiente en la obra
colectiva Early Chinese Texts, quien
escribe:
The unique style and content of the book set a precedent in explaining
the strategies of power politics by means of diplomatic argument. The clever
methods of persuasion with their vivid characterizations, their wit and humour
impart to the work a literary merit that is higher than its historical value.[11]
Dado que
entre la fecha de los acontecimientos más recientes que se mencionan en el ZGC
y la compilación de Liu Xiang, a finales del siglo I a. C., trascurren dos
siglos, es posible que se haya incluido en ella algún material escrito con
posterioridad al período de los Reinos Combatientes. Sin embargo, el grueso de
los textos de la compilación forma parte de los escasos y afortunados
documentos pre-Qin, que sobrevivieron al fanatismo destructivo del Primer
Emperador. Nuestra referencia es la edición crítica comentada de Fan Xianyong,
ordenada por Estados y publicada originalmente en 2011, en su reedición de
2018. El pasaje original que hemos traducido se localiza en la cuarta parte del
reino de Zhao, en el capítulo [piān]
21, texto número 18, entre las páginas 1230 y 1240 del libro de Fan.
Una de
las fuentes principales del material que compiló Liu Xiang eran documentos
procedentes de los archivos de los Estados que, aunque no eran historias
oficiales, remiten a hechos constatados o confirmados en otros documentos de
carácter histórico. En concreto, la anécdota del ZGC que hemos traducido al
castellano puede datarse gracias a las referencias que proporciona el
historiador Sima Qian. En su edición comentada, Fan Xianyong remite a las Memorias Históricas [Shǐjì] de
este autor de época Han para situar el acontecimiento en el año 265 a. C., tras
fallecer el rey Huiwen del Estado de Zhao. Heredó entonces la corona su hijo
Xiaocheng, aún menor de edad. Viéndose en la necesidad de ayudar a su hijo, la
viuda del difunto rey, conocida como Wei, inició una carrera política como
regente del reino en su condición de tài
hòu o reina madre:
Poco después de hacerse cargo de los asuntos públicos la reina regente
de Zhao, el reino de Qin lanzó un virulento ataque contra su territorio.
Entonces Zhao pidió ayuda a Qi. La respuesta de Qi fue: “Enviaremos un ejército
a condición de que entreguéis como rehén al Príncipe de Chang’an.”[12]
La regente no accedió. Los consejeros[13]
insistían en que cambiase de opinión, pero la regente les advirtió:
—¡A
quien vuelva a proponerme que entregue al príncipe como rehén le escupiré en la
cara!
Su
primer ministro,[14]
el general Chu Long, pidió una audiencia con la regente, quien le esperaba muy
irritada. Cuando el general entró en la sala recorrió muy despacio el trayecto
protocolario[15]
hasta situarse frente a ella.
—A
vuestro servidor la edad no le permite caminar bien: por eso he tardado tanto
en llegar hasta aquí —explicó para disculparse—. Pensando en mi propia
dolencia, me preocupaba que la salud de Vuestra Majestad pudiera estar afectada
también por la debilidad, y por eso deseaba venir a veros.
La
regente replicó:
—Para
moverme yo cojo siempre mi palanquín.
Chu
Long le preguntó:
—¿Vuestra
Majestad tiene buen apetito normalmente?
La
regente le contestó:
—Me
alimento con gachas de arroz.
El
general dijo entonces:
—Vuestro
servidor ha perdido el apetito hace tiempo, por eso se esfuerza por caminar
cada día tres o cuatro li[16]
para mejorar en lo posible las ganas de comer.
La
reina regente repuso:
—A
mí no me resulta posible —su furia había amainado un poco—.
El
primer ministro empezó a contar:
—El
menor de mis hijos, Shu Qi, no ha heredado las virtudes de nuestros
antepasados, pero en mi fuero interno le tengo mucho cariño. Me encantaría que
pudiera incorporarse a la guardia real y defender así el palacio. Me atrevo
humildemente a solicitarlo.
La
regente contestó:
—Lo acepto con mucho gusto. Y, ¿cuántos años
tiene ya?
Chu
Long respondió:
—Sólo
quince. Es demasiado joven, pero desearía confiároslo antes de que me llegue la
hora.
La
regente repuso:
—Ah,
también usted, siendo hombre, siente debilidad por su hijo pequeño…
A
lo que él respondió:
—Más
que una mujer.
La
regente se rió:
—¡Más
que una madre es imposible! El amor de una mujer por su hijo menor es
incomparable.
Chu
Long dijo:
—Pero
sospecho que Vuestra Majestad quiere más a su hija, la reina de Yan, que a su
hijo pequeño, el Príncipe de Chang’an.
—¡Qué
va! —replicó ella—. Está usted equivocado: lo que siento por mi hijo no se
puede superar.
El
general argumentó:
—Cuando
los padres quieren a sus hijos hacen planes para su futuro. Cuando Vuestra
Majestad se despidió de su hija prometida con el rey de Yan, le ayudó a subir
al carro llorando, entristecida aún más por la idea de que ella se iba tan
lejos. Pero una vez que se marchó, nunca dejó Vuestra Majestad de preocuparse
por ella ni de rezar en las ceremonias pidiendo: “Que nunca vuelva si eso
implica que ha sido destronada”. ¿No significa eso que Vuestra Majestad está
planeando que algún día los descendientes de su hija hereden el trono?
—Así
es —respondió la reina—.
—Ahora
bien —preguntó Chu Long—, si nos remontamos tres generaciones hasta los
orígenes del Estado de Zhao, de cuantos hijos de la familia real recibieron un
título nobiliario, ¿hay alguno cuyos descendientes conserven la herencia?[17]
Ella
contestó:
—Ni
uno.
Chu
Long insistió:
—No
sólo en Zhao: ¿hay alguno en cualquier otro de los Estados?
—A
mí no me consta —respondió ella—.
—Hemos
visto —repuso Chu Long— que a veces la adversidad les golpeó personalmente a
ellos y a veces se ensañó con sus descendientes. ¿Debemos concluir entonces que
los herederos de los poderosos siempre son unos ineptos? Lo que pasa es que
tienen una posición de privilegio sin haber logrado nada por sí mismos, un gran
estipendio sin haberlo merecido y un enorme patrimonio. Vuestra Majestad ha
otorgado a su hijo el título de Príncipe de Chang’an, le ha concedido fértiles
terrenos como feudo y le ha regalado un gran patrimonio, pero no le ha dado
oportunidad para hacer méritos en provecho del Estado: el día en que Vuestra
Majestad desaparezca, ¿con qué apoyo podrá contar el Príncipe de Chang’an en
Zhao? Yo creía que Vuestra Majestad no había hecho planes a largo plazo para el
Príncipe de Chang’an, y por eso pensaba que su amor hacia el príncipe no era
igual que hacia su hija, la reina de Yan.
La
reina regente concedió:
—De
acuerdo. Provea usted de la manera más conveniente para el príncipe.
Así
que se prepararon cien carros para que el Príncipe de Chang’an partiera como
rehén hacia el Estado de Qi y, a su vez, Qi envió su ejército.
La anécdota cuya traducción al castellano
presentamos nos proporciona un ejemplo privilegiado de la exercitatio persuasiva del período.[18] En su
artículo titulado “Rhetoric as the Art of Listening”, el sinólogo Joachim Gentz
destaca el texto precisamente por su valor representativo: “proporciona una
brillante ilustración de los principios teóricos del Guiguzi”, escribe.[19]
El Guiguzi debe su nombre al homónimo
Maestro del Valle Fantasma o de los Fantasmas, el misterioso personaje a quien
se atribuye y que vivió a mediados del siglo IV a. C. Considerado durante mucho
tiempo como un libro maldito y peligroso, excluido del canon clásico y
estigmatizado por pertenecer a una corriente de pensamiento anti-confuciana,
acusada de amoral, se mantuvo lejos del interés general durante siglos,
relegado en uno de los lados “oscuros” de la cultura china. Reivindicado en las
últimas décadas, ha sido presentado como el primer tratado retórico de China y
es en sí mismo un enigmático manual teórico que no incluye ejemplos prácticos.
La anécdota vendría así a encarnar esos principios si acaso demasiado
abstractos.
Gentz cita las observaciones al respecto de Robert
Eno, profesor de la Universidad de Indiana y traductor del pasaje. Según Eno,
el texto pone de manifiesto una lección fundamental de la teoría retórica
china: que la estrategia del suasor
debe adecuarse al humor y carácter del gobernante a quien se dirige. “La
persuasión no era simplemente cosa de memorizar una retahíla de trucos
-concluye Eno-; era un arte, como pretende ilustrar esta anécdota”.[20]
Veamos cómo se plasma aquí este arte.
En primer lugar, el episodio presentaría el carácter
fundamental de la relación retórica en la China de los Reinos Combatientes: no
estamos ante un monólogo, sino ante una interacción dialogada entre el poder y
su consejero. No hay virtuosismo elocutivo por parte de un orador, ni
especiales florituras literarias, “tan sólo una serie de temas aparentemente
sin relación que se emplean para inducir a la reina madre a compromisos de
sentido común con ciertos valores y, a partir de estos compromisos, varias
preguntas muy sutiles.”[21]
Arrastrado sin duda por el debate que iniciara en su
día François Jullien sobre el Guiguzi
y la anti-retórica china, Gentz habla de la aplicación de los “principios
manipulativos” por parte del consejero.[22]
Nosotros preferimos hablar de estrategia persuasiva, y conviene advertir hasta
qué punto se ajusta al esquema canónico de las partes del discurso. Tras la
presentación que hace el narrador de las circunstancias generales, Chu Long
arranca su intervención con una particular captatio
benevolentiae declarándose viejo y enfermo, presentándose así como una
persona inofensiva y que, además, no ha venido a hablar del asunto que tiene a
la reina Wei tan enfadada. Tan sólo pretende interesarse por su salud, afirma.
Esa introducción bajo la forma de una conversación banal trae como consecuencia
un efecto psicológico convenientemente subrayado por el narrador: disipa la
irritación de la reina y la lleva a un estado de distensión y disposición a
escuchar a Chu Long. Después de un par de respuestas secas y algo desabridas,
esa distensión permitirá a la reina incluso bromear con su ministro.
El ministro introduce entonces otro tema tangencial,
como si desvelase el verdadero motivo de su visita: pide una colocación para su
hijo pequeño en palacio. Por razones obvias no podemos esperar narratio ni divisio de ningún tipo, pero, sin que la reina se dé cuenta, una
correlación argumentativa ya se ha colado por la puerta trasera: la
conversación terminará por vincular el interés del viejo por su hijo menor con
la actitud de la reina hacia el suyo. La regente ni siquiera parece muy
consciente de que está hablando del Príncipe de Chang’an, el tema por el que no hace tanto amenazaba
a sus ministros con escupirles a la cara. El “General de la Izquierda” nos da
una lección magistral, justamente, de mano izquierda. Dirigida con aire de
ingenuidad, la conversación parece centrarse en una cuestión de afectos.
Desde el punto de vista de la argumentación, Chu
Long procede mediante un mecanismo que podríamos describir como disociación y
re-asociación de los papeles de su interlocutora como reina y madre o, si se
prefiere, de sus responsabilidades públicas y privadas. En primer lugar, va
apoyándose en las declaraciones de la mujer para reintroducir el asunto
relativo a Chang’an desde un ángulo que parece ignorar las cuestiones de Estado
(evitando así herir la susceptibilidad de Wei) y centrarse en la actitud
personal de la madre, hasta llevarla a admitir que la sobreprotección que
dedica a su hijo menor no le va a ser a éste de ninguna utilidad. En ese punto
los intereses de la reina y los de la madre se hacen confluir y el lazo
argumentativo se cierra. El brillante ejercicio persuasivo de Chu Long culmina
entonces: la enérgica tài hòu se da
por vencida, saca las conclusiones por su cuenta y autoriza a proceder con las
exigencias de Qi para enviar el ejército en auxilio de Zhao.
El narrador del ZGC concluye su relato de la
anécdota con una coda:
Cuando Zi Yi[23]
lo supo, dijo:
—Si ni siquiera los hijos de la realeza o los miembros de la familia
real pueden mantener su posición de privilegio sin hazañas personales ni
obtener un estipendio o conservar su patrimonio sin sacrificio, ¡cuánto menos
podríamos los consejeros![24]
Esta coda devuelve la anécdota al lector implícito,
el potencial consejero que aprende de estos ejemplos, y remite a una lectura
“superior” del episodio efectuada por otro consejero célebre y en activo, quien
saca consecuencias para su propio gremio.
La técnica yīn: teoría y práctica retórica en Lüshi
chunqiu
Podemos
rastrear la exercitatio retórica durante
los Reinos Combatientes en otros documentos de la misma época recogidos en la
obra conocida en chino como Lüshi chunqiu [吕氏春秋 lǚ shì chūn
qiū; dicción propuesta: lü shi chun
chiu; en adelante LSCQ]. El nombre con que se ha trasmitido la engarzaba
en una tradición cuyo origen se hacía remontar al propio Confucio, los chunqiu,
una palabra que da nombre al período de la historia china en que vivió el gran
filósofo chino, Primavera y otoño, y que serviría a partir de aquel trabajo que
se le atribuía tradicionalmente para identificar una serie de escritos cuyos
títulos se traducen convencionalmente como “anales” o “crónicas”. El título
chino de la obra habría, pues, de traducirse bien como “Primavera y otoño del
Señor Lü” o bien como “Crónicas” o “Anales del Señor Lü”.
El
“Señor Lü” no es otro que Lü Buwei,[25] un
comerciante originario del pequeño Estado de Wei que maniobró hábilmente hasta
convertirse en el poder en la sombra en Qin (léase Chin) justo en el momento en
que este reino iniciaba su camino hacia la hegemonía. En el año 250 a. C.
consiguió instalar en el trono de Qin al rey Zhuangxian. Como resultado de su
maniobra, Lü Buwei se convirtió en la mano derecha del rey y detentaría el
poder de facto cuando Zhuangxian falleció, tres años más tarde. Su influencia
en el reino se mantendría hasta 235, año en que se suicidó, sucumbiendo al
panorama de intrigas que se desencadenaron cuando el legítimo heredero del
monarca alcanzó la mayoría de edad y asumió resueltamente el poder del reino.
Con el tiempo, el entonces príncipe Zheng unificaría China y llegaría a ser
conocido para la historia como el Primer Emperador (Qin Shihuang).
En un
siglo en que los distintos centros de poder propiciaron un activo mecenazgo de
la cultura, y mientras mantuvo el control de la situación, Lü Buwei aspiró a
que la corte de Qin adquiriera un prestigio cultural a la altura de su poder
militar y político. Para ello reunió a un nutrido grupo de shì 士,[26] a
quienes con buenos argumentos podríamos describir como hidalgos ilustrados:
vástagos de una nobleza de origen guerrero, desclasada y empobrecida, trataban
de ganarse la vida mediante el estudio, viajando de corte en corte y
ofreciéndose como consejeros políticos. Conocidos como biànshì (biàn 辩 significa argumentación) cuando se quiere enfatizar
sus capacidades argumentativas, es la clase social a la que perteneció el
propio Confucio. A estos intelectuales-caballeros itinerantes les propuso poner
su conocimiento por escrito hasta completar un tratado enciclopédico sobre el
arte del gobierno. Por muchas razones, la teoría fundamental del libro sostiene
un alegato para que el gobernante respete a los shì y deposite en ellos
su confianza y la administración del Estado. Pero su contenido iba mucho más
allá. Según el historiador Sima Qian, el plan concebido por Lü habría de
“abarcar la totalidad de los asuntos del Cielo y de la Tierra, de las diez mil
cosas, y del pasado y el presente”[27]. El
resultado tal como lo conservamos ronda los ciento veinte mil caracteres y,
según Sima Qian, se expuso en el mercado de Xianyang, la capital de Qin, con un
orgulloso mensaje destinado a los sabios itinerantes: si alguno de ellos era
capaz de añadir o quitar un simple carácter recibiría mil medidas de oro. Sin
embargo, a pesar de la reivindicación de Sima Qian, los estudios prueban que,
si bien conservamos la obra completa prácticamente tal como Lü la dejó a su
muerte, el proyecto está inacabado con arreglo a su concepción original.[28]
A menudo
se ha caracterizado al LSCQ como una “miscelánea”, es decir, un texto
“ecléctico” o “sincrético”, atribuido por más señas a una “escuela mixta” (zájiā). Pero sería un error entender la
obra como un simple refrito o centón de extractos procedentes de otras obras y,
por tanto, carente de originalidad de pensamiento. Lü Buwei pretendió crear en
torno a la obra una escuela filosófica independiente con la misión de diseñar
una teoría para el imperio unificador[29] cuyo
embrión veía en Qin — y que acabaría realizando el príncipe Zheng, de quien
Sima Qian insinúa que era, en realidad, hijo del propio Lü. Destinado
genéricamente a aquellas personas en posiciones de autoridad o que aspirasen a
ocuparlas,[30]
algunos estudiosos alegan que su destinatario último era precisamente Zheng,
considerando la obra así un verdadero “espejo de príncipes”.[31]
Ese
ambicioso proyecto se sostiene sobre un complejo plan cosmológico regido por un
“pensamiento correlativo”, en el que los actos de los hombres se articulan y
acompasan con el curso de los Cielos y la secuencia de las estaciones en la
Tierra, replicando sus grandes patrones y comportándose así como microcosmos.[32]
A esa correlación responde la tripartición de la obra, dividida en 12 libros de
jì (registros o “almanaques” que organizan los temas de acuerdo con la
estación del año y proporcionan la estructura teórica y general de la obra), 8
de lăn (“exámenes” o
“inspecciones”) y 6 de lùn (palabra para cuya traducción quisiera
recuperar en este contexto el latinismo de “disputaciones”), que se
corresponden respectivamente con la tríada compuesta por Cielo, Tierra y Ser
humano.[33]
En un
artículo en la revista Rhetorica, la
profesora estadounidense Mary M. Garrett reivindicó la relevancia retórica del
libro, generalmente menospreciado desde este punto de vista, subrayando
precisamente su particular combinación de teoría y práctica, sistema y ejemplo:
In these discussions it presents and evaluates examples of successful and unsuccessful attempts at persuasion, of
sophistry, and of unethical rhetoric, and it also lays out a system of rhetorical precepts that are
motivated, in large part, by its ontology. In addition, because the book is
itself a persuasive document addressed to a specific person, its own rhetorical
practices can be held up to the theory it proclaims.[34]
Un
aspecto de particular importancia que Garrett subraya en el planteamiento
retórico de LSCQ es su análisis del auditorio, teniendo en cuenta que en su
contexto histórico el deliberans (es
decir, el consultante o auditorio del ejercicio de persuasión política) es, por
excelencia, el soberano que escucha a su consejero:
The question (...) is why persuasions that are unethical or wrong are,
nonetheless, accepted by the listener (...) For the LSCQ there are two answers;
the deficiencies of the audience or the inadequacies of the persuader.[35]
El LSCQ
analiza esas “deficiencias del auditorio” que, a nuestro juicio, poseen un
interés que trasciende el contexto histórico estricto.[36]
Júzguese. En primer lugar, puede que el discurso llegue a oídos de alguien
estúpido sin remedio: eso condena a la inutilidad el trabajo del más hábil de
los consejeros. Habitualmente, sin embargo, el consultante está afectado por
otro tipo de defectos: con frecuencia no puede deshacerse de sus prejuicios,
deseos u obsesiones y eso limita seriamente su capacidad crítica. En ciertos
casos, malinterpreta los consejos porque carece de preparación y capacidad
analítica. En último extremo, el auditorio sencillamente no quiere escuchar la
verdad. En el marco de las relaciones de poder de la antigua China el resultado
no solamente supone el fracaso del discurso persuasivo, sino que, como dijimos,
puede acarrear un riesgo extremo para el consejero. El margen de éxito se
mueve, diríamos, entre la segunda y la tercera de las posibilidades
mencionadas. De ahí la importancia capital del dominio de las técnicas
retóricas por parte del consejero y de su capacidad para hacerlas aceptables a
un interlocutor poco capaz, obstinado u hostil.
Una de
esas técnicas es la que se describe en la sección correspondiente a las
“inspecciones” del LSCQ, en el libro 15, capítulo 5, titulado Shùn shuō 顺 说.
Nuestra traducción se basa en el texto fijado por la edición bilingüe de
Knoblock y Riegel, páginas 356 y 357, quienes, a su vez, traducen el título del
capítulo al inglés como On making
persuasions agreeable.
La
teoría propiamente dicha se recoge en el pasaje 5.1 del capítulo, en nuestra
traducción:
El buen
persuasor es como un guerrero hábil:
se
apoya en la fuerza de los otros para hacerse fuerte,
se
apoya en que vienen para ayudarles a venir,
se
apoya en que van para ayudarles a ir.
No
exhibe su proceder ni su apariencia:
engendra
y desarrolla conforme lo hacen ellos;
se
apoya en las palabras de los otros
y
sus propias palabras son como sombras o ecos.
Prospera
y declina conforme lo hacen ellos;
con
estos medios alcanza su propósito.
Por
muy fuertes y capaces que sean,
controla
su voluntad.
Cuando
alguien grita a favor del viento, no es que tenga más voz; cuando alguien sube
a un altozano para otear, no es que sus ojos vean mejor: la ventaja se la da
aquello en lo que se apoya.
Traducimos la primera parte del pasaje como líneas
versales porque esta parte está rimada en el original. Esa naturaleza poética
(y mnemotécnica) que adopta la forma incluye también su razonable dosis de
oscuridad. Además de tratar de hacer justicia a la belleza de la expresión, que
invitamos a apreciar, la licencia poética nos permite a nosotros emplear el
término “persuasor”, que la Real Academia admite sólo como adjetivo, con valor
sustantivo.
Cabe
observar, en todo caso, que la lección teórica que se imparte se articula sobre
un símil en el que los shì son
protagonistas: allí donde traducimos “guerrero” se encuentra el carácter
correspondiente a este colectivo. El shì
se desdobla como un Jano bifronte: para traducirlo al castellano hemos tenido
que optar por una de sus dos caras. Su dominio de las artes marciales se
convierte en ilustración de su perfil consejístico y, por esta vía, el discurso
persuasivo del consejero se asimila al combate del caballero tan estrechamente,
que no queda claro en qué momento los predicados pasan a depender de uno a otro
sujeto. En su doble papel de combatiente y de consejero se recomienda al shì una técnica concreta (yīn 因) que
consiste en “apoyarse” o “basarse en” los movimientos de quien tiene enfrente.
Hemos destacado en cursiva las veces en que el carácter de yīn aparece expresamente en el texto. En la parte versificada
es notorio su uso anafórico. Cuando aparece, una sola vez, en la coda en prosa
lo hace para cerrar el texto, redondeándolo, y aclarar el sentido de su uso en
la parte rimada.
Nuestra
traducción del pasaje 5.1 es parcial. En la edición de Knoblock y Riegel, el
texto cuya traducción ofrecemos viene precedido de unas líneas en prosa cuya
pertenencia al Shùn shuō o al
final del capítulo anterior está a debate. Knoblock y Riegel aceptan la lectura
de Chen Qiyou, para quien deben abrir el capítulo 5. En ellas se atajan las
posibles excusas del consejero ante un fracaso aduciendo deficiencias del
auditorio (“Cuando no se hace caso a los consejos, la responsabilidad no recae
sólo en el consultante: también recae en el asesor”) y se hace hincapié en la
idea de que el consejero hábil no tiene necesidad de emplear fuerza ninguna, no
debe violentar a su oyente: “¿Qué falta hace recurrir a la fuerza? Quien tiene
que recurrir a la fuerza para convencer, se rebaja”, se dice allí. Y es cierto
que esa idea se engarza con naturalidad con el símil del guerrero: igual que el
luchador avezado se sirve del impulso agresivo del contrario o de su
resistencia para derrotarle, sin malgastar su fuerza propia, el buen suasor no debe tratar de contrariar o
forzar la opinión de su auditorio; en realidad, no tiene más que amoldarse a
él, seguir la estela discursiva de su interlocutor (“no exhibe su proceder ni
su apariencia”). El consejero debe renunciar a todo protagonismo o lucimiento
personal: sus propias palabras no deben ser más que “sombras o ecos” de las de
ese interlocutor. La eficacia se presenta así como aprovechamiento astuto de la
inercia ajena.
A
diferencia del Guiguzi, un manual
teórico sin ejemplos prácticos, en LSCQ se combinan adecuadamente teoría y
práctica, ars y exercitatio, ilustrando con anécdotas los planteamientos
doctrinales. De este modo, el símil del shì
combatiente y su técnica yīn
están desarrollados a renglón seguido por varios episodios narrativos. De ellos
traducimos el primero y más extenso, el pasaje 5.2. En él vuelve a repetirse el
planteamiento indirecto, de aparente respeto a las exigencias del auditorio y
también, como una moraleja, la idea de derrotar por ese medio a alguien más
fuerte que uno mismo — algo que puede entenderse perfectamente en dependencia
de la relación de poder entre el consejero-David y el rey-Goliat. La escena se
desarrolla esta vez en el Estado de Song, otro de los siete reinos
combatientes, bajo el rey Kang, quien ocupó el trono entre el año 328 y el 286:
Hui Ang tenía audiencia con el rey Kang de Song. El rey Kang dio un
enérgico pisotón en el suelo, carraspeó y le espetó:
—Lo
que a mí me gusta son hombres con coraje y fuerza, no humanistas y moralistas.
¿Sobre qué pretende aleccionarme nuestro huésped?
Hui
Ang respondió:
—Supongamos
que poseo el método para que una persona, por coraje que tenga, no consiga
atravesarte cuando intenta apuñalarte ni, por fuerte que sea, acierte cuando
intenta atacarte. ¿No estaría Vuestra Majestad interesado en conocerlo?
—¡Estupendo!
—dijo el rey—. Eso es lo que quiero escuchar.
Dijo
Hui Ang:
—Pero,
aunque el agresor no consiga atravesarte cuando te apuñala ni acertar cuando te
ataca, puede todavía de humillarte. Poseo el método para que, por coraje que
tenga, ni siquiera se atreva a apuñalarte ni, por fuerte que sea, se atreva
siquiera a atacarte. ¿No estaría Vuestra Majestad interesado en conocerlo?
—¡Estupendo!
—dijo el rey—. Sobre eso sí que quiero saber.
Dijo
Hui Ang:
—Pero,
aunque esa persona no se atreva a apuñalarte ni se atreva a atacarte, eso no
significa que no tenga la intención. Poseo el método para conseguir que la
gente no albergue en absoluto esa intención. ¿No está interesado Vuestra
Majestad en eso?
—¡Estupendo!
—dijo el rey—. No espero otra cosa.
Dijo
Hui Ang:
—Pero,
aunque la gente no tenga esa intención, puede que en su corazón no sienta aún
amor hacia los demás y voluntad de hacer el bien. Poseo el método para lograr
que todos los hombres y mujeres del mundo sin excepción deseen fervientemente
sentir amor y hacer el bien. Eso es, sin duda, mejor que tener coraje y fuerza,
superior en cuarto grado. ¿No estaría Vuestra Majestad interesado en eso?
Respondió
el rey:
—Es
lo que quiero conseguir.
Hui
Ang repuso:
—Pues
eso es lo que enseñan Confucio y Mozi. Confucio y Mozi no eran soberanos de
territorios ni tenían funcionarios a su servicio, y sin embargo todos los
hombres y mujeres del mundo estiraban el cuello y se empinaban esperando sus
atenciones y beneficios. Hoy día, Vuestra Majestad es el dueño de diez mil
carros: si tuviera esa misma aspiración, entonces todos dentro de las cuatro
fronteras disfrutarían de sus beneficios y Vuestra Majestad sería mucho más
grande que Confucio y Mozi.
El
rey de Song no supo qué contestar y Hui Ang se apresuró a salir.
—¡Qué
argumentación! ¡Cómo me ha obligado a admitirla nuestro invitado! —confesó el
rey a sus cortesanos—.
El
rey de Song era un soberano mediocre, pero su corazón podía aún ser convencido
con la técnica yīn del “apoyo”.
Con ese arte, el pobre y humilde
puede superar al rico y noble, el pequeño y débil puede controlar al
fuerte y poderoso.
Al comienzo de la anécdota, el rey Kang da a Hui Ang
el tratamiento de kè 客: invitado, huésped o forastero. En otras palabras,
reconoce en él a uno de los sabios itinerantes que venían tratando de
impresionarle para que les contratase. Hui Ang es un shì. El encuentro debió de tener éxito para Hui Ang, porque se le
conoce precisamente como consejero de este rey — cuya resistencia venció sin
enfrentarse directamente a ella en ningún momento.
El rey está caracterizado aquí como un tipo enérgico
de modales bruscos y violentos, muy poco dispuesto a escuchar los sutiles
razonamientos que presupone en Hui Ang, precedido por la fama de los consejeros
itinerantes, educados en las tradiciones escolares fundadas por los grandes
maestros del período Primavera y otoño, Confucio y Mozi. Eso que presume el rey con lo que viene a sermonearle Hui Ang se
denomina en el original rén yì 仁义,
buena voluntad y justicia, valores característicos de estas escuelas y que
traducimos como “humanistas y moralistas” para actualizar el alcance de su
significado — desde el punto de vista del rey. Desde sus alturas, la actitud
del rey de Song es agresiva, desafiante, exhibe desprecio por los shì. Esa posición de partida del
todopoderoso soberano añade valor al logro final de Hui Ang, quien le ha
obligado a aceptar que de las doctrinas “buenistas” de los grandes filósofos
puede obtenerse lo que no consigue el recurso a la fuerza: no ya prevenir y
derrotar los ataques, sino sencillamente hacer imposible que se produzcan.
Ante todo, Hui Ang respeta las expectativas e
intereses del soberano (“Eso es lo que quiero escuchar”, corrobora él). El
ingrediente de simulación o distracción que vimos en la estrategia de Chu Long
vuelve a estar aquí presente, pero, en lugar del mecanismo de disociación y
re-asociación de las identidades de la tài
hòu que plantea Chu Long, la cancamusa, la maniobra de distracción, el
“nudo” que permitirá apretar el lazo argumentativo y atrapar en él a su
interlocutor radica esta vez en la ambigüedad de una palabra, dào 道,
que se ha transcrito tradicionalmente como tao
y traducimos aquí como “método” — pero que se define como lo indefinible en el Daodejing, texto fundacional del
taoísmo. Hui Ang explota la célebre imprecisión del vocablo o, si se quiere, su
capacidad de evocación. Puesto que se habla de combatir la violencia, esa
palabra puede sugerir en la mente de Kang un sistema defensivo: una estrategia,
una táctica, un arma o incluso un conjuro mágico. Esa ambigüedad calculada
permite que Hui Ang mantenga al rey dentro de lo que “quiere escuchar” mientras
lo prepara para aceptar lo que no quería oír desde el principio.
Así pues, hablando de fuerza y de coraje, no de
moral y humanismo, Hui Ang consigue que el rey admita que, si las doctrinas de
Confucio y Mozi se instalasen en los corazones de la población (objetivo último
del shì y precisamente la prédica
contra la que estaba prevenido el monarca), eso significaría una victoria
“superior en cuarto grado” contra los enemigos del rey. Ya no se trata de hacer
que fracasen los ataques potenciales que se perpetren contra él (victoria en
primer grado), o de que sus enemigos no se atrevan a atacarle (segundo grado),
o -mejor todavía- de que ni siquiera tengan interés en hacerlo (tercer grado):
mucho más seguro y eficaz que todo eso es que incluso sientan afecto y amor
hacia él, voluntad de protegerle. El “método” defensivo más eficaz y poderoso,
más que los arcos y las flechas, es la educación moral y la cultura de la paz.
Ésa es la garantía más firme de la derrota del enemigo.
Esta misma anécdota, con algunas variantes, aparece
en otras dos obras antiguas: en el Huainanzi,
capítulo 12 (Daoying), pasaje 9, y en el Liezi,
capítulo 2 (Huang Di), pasaje 21. Este último pasaje ha sido traducido al
castellano por Iñaki Preciado.[37]
Significativamente, ninguna de las dos versiones alternativas recoge las
repetitivas y entusiastas respuestas del rey (“¡Estupendo!”) a cada proposición de Hui Ang. Es propia
del narrador del LSCQ una presentación interactiva del episodio que
sobredimensiona el diálogo donde las otras versiones incluyen una sola
interrupción del rey partiendo en dos un monólogo de Hui Ang relativamente
extenso. Este narrador, en cambio, ha optado por una construcción reiterativa y
pendular, donde la conversación avanza a base de preguntas y respuestas: a cada
intervención, pequeñas modificaciones de gran valor significativo por parte de
Hui Ang obtienen una respuesta prácticamente igual por parte del rey Kang. De
este modo, el narrador del LSCQ parece dibujar una esgrima. En su versión, Hui
Ang consigue la victoria persuasiva final, nunca mejor dicho, gradualmente,
paso a paso: cada uno de los cuatro pasos argumentativos que admite Kang es una
victoria parcial del shì, un asalto
ganado. Y, al revés, cada “¡Estupendo!” del rey Kang constituye, irónicamente,
una derrota por puntos.
No menos
ilustrativo resulta el hecho de que en ninguna de las dos versiones
alternativas aparece la coda con la que se remata aquí la anécdota[38]
ni se establece conexión alguna con la técnica del “apoyo”. El responsable de
la versión del LSCQ quiso, evidentemente, subrayar el interés didáctico del
episodio: ilustrar la técnica yīn
y su fuerza. El ejemplo es una lección para estudiantes de consejística que
redondea la teoría expuesta por medio del símil del guerrero: comprobamos en la
práctica la capacidad de un consejero para someter al dragón que se esconde en
el rey al que sirve y aconseja.
A modo de conclusiones
Si bien
se mira, hay un aire de familia entre las dos anécdotas que hemos comentado.
Ambos suasores, Chu Long y Hui Ang,
deben enfrentarse a un auditorio poderoso y, para colmo, desconfiado e incluso
hostil. Se ven así obligados a desplegar una estrategia indirecta que,
desdeñando cualquier virtuosismo elocutivo, renunciando de antemano a la
elocuencia, pretende en todo momento no violentar ni contrariar las
expectativas de su singular auditorio. A ambos se les concede el derecho a la
palabra, pero ni siquiera pueden decidir el tema sobre el que hablar. De hecho,
deben evitar incluso alarmar a su interlocutor o hacerle sospechar que se está
tratando de un tema hacia el que, de entrada, el poderoso ha mostrado disgusto.
Ante esa actitud recelosa y suspicaz, la aproximación al tema se hace desde
otro lado, en apariencia ajeno y distante al que finalmente emergerá como
asunto central del interés por parte del consejero. Ese otro extremo temático
se va haciendo coincidir con el que interesa al consejero de forma gradual, sin
que el interlocutor sea siquiera consciente de que eso está sucediendo. Cuando
se hacen coincidir, se aprieta el lazo.
De
hecho, ambos episodios podrían ser intercambiables como ejemplos tanto del Guiguzi como de la técnica yīn, y esto es así porque comparten
ciertas características que consideramos emblemáticas del discurso persuasivo
tal como se teoriza en la Antigüedad china y, más en concreto, durante los
Reinos Combatientes, resultado del particular contexto de la exercitatio retórica y la desequilibrada
relación de poder que se establece entre soberano y consejero. Si aceptamos,
como sugiere Gentz, que el pasaje del ZGC sirve de ilustración a los esquemas
teóricos del Guiguzi, esa
intercambiabilidad que argüimos podría reforzarse más aún si se considera que
ese “apoyarse” o “basarse en” que se ilustra en LSCQ, planteado con un símil
bélico o militar, recuerda a la actitud de reserva y espera que se recomienda
como estrategia en el Arte de la guerra
de Sunzi, con quien se ha relacionado estrechamente al Guiguzi y al autor a quien se atribuye.[39]
Compárese el símil del guerrero con este pasaje de Sunzi en la traducción
castellana de Albert Galvany:
El buen estratega somete
las fuerzas enemigas sin combatirlas, toma las fortificaciones enemigas sin
asaltarlas, desmembra los Estados rivales sin permitir que las campañas
militares se prolonguen. De este modo, puede conquistar el mundo entero
conservando sus fuerzas; sus regimientos no desfallecen y sus riquezas se
mantienen intactas.[40]
Al menos desde el punto de vista retórico, si no
conociéramos anécdotas ejemplificadoras como las que se nos cuentan en el LSCQ
o en el ZGC, esas estrategias parecerían provocadoras y arriesgadas ocurrencias
de paradojismo, sin sostén en la realidad.
Finalmente,
aunque la historia de Chu Long no compromete ningún tipo de valor moral y
resulta evidente la influencia confuciana y moísta en el pasaje de Hui Ang, eso
no invalida el principio general de que la teoría del discurso persuasivo
dejaba en suspenso los principios éticos. La ejecución de la técnica yīn puede implicar
circunstancialmente recurso a comportamientos que entran en conflicto con los
principios morales del orador. El LSCQ detalla cómo Mozi, cuya austeridad
desdeñaba los vestidos de moda y los deleites musicales, se vistió con atuendos
llamativos y tocó la flauta para conseguir una audiencia con el rey de Chu, o
menciona que Confucio se valió de Mi Zixia, un prototipo de la depravación
sexual, para conseguir ser presentado a un personaje, la señora Li, que era su
verdadero objetivo[41].
Incluso el LSCQ se rinde en la práctica a la evidencia de que es el recurso
adecuado el que consigue el efecto deseado, absteniéndose de presentar
reproches de orden moral.
Juan Luis Conde
Universidad
Complutense de Madrid
David Sevillano López
Universidad
Complutense de Madrid
Ziqiao Meng
Universidad
Carlos III de Madrid
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[1] Este carácter representa también al
verbo shuō, que significa
“hablar” o “decir”, con una evidente conexión etimológica.
[2] Cf.
Conde y Zhao (2016: 32).
[3] Jullien
(1999: 246-7).
[4] Véase Li (2017: 27).
[5] Véase Wu y Swearingen (2016: 18).
[6] Tsien (1993: 4).
[7] “Plans
and plots”, Tsien (1993: 1-2).
[8] Al respecto, véase Conde y Zhao
(2018).
[9] Tsien (1993: 1)
[10] Cf.
Tsien (1993: 1).
[11] Tsien (1993:
1).
[12] Cháng ān
jūn: título nobiliario del menor de los
cuatro hijos de la reina.
Traducimos el tratamiento jūn como “Príncipe” en atención a este contexto
particular.
[13] Dà chén: literalmente “alto servidor”. Describe en general a los
funcionarios de rango superior.
[14] Zuǒ shī: literalmente “el General de la Izquierda”. La posición de shī, de origen militar, se
complementaba con un yòu shī, “General de la derecha”, y sus
funciones abarcaban una amplia gama de contenidos: actividades ceremoniales, asuntos militares, relaciones
exteriores, administración del estado, etc. Por comodidad para nuestra
traducción desdoblamos el origen y sus funciones.
[15] La
aproximación del alto funcionario al trono de la reina debía atenerse a un
movimiento protocolario caracterizado por pasitos cortos y rápidos.
[16] La
extensión de la medida de distancia li
ha variado a lo largo del tiempo. Bajo la dinastía Han, en tiempos del
compilador Lu Xiang, 1 li equivalía a
415,8 metros.
[17] El
ejemplo expreso es el de los hijos de los reyes que recibieron el título y
potestades de hóu, traducido
generalmente como “marqués”.
[18] Pujante
y Wang (2001: 127-130).
[19] Gentz
(2014: 1011). La traducción
es nuestra.
[20] Gentz
(2014: 1013). La traducción
es nuestra.
[21] Gentz
(2014: 1012). La traducción
es nuestra.
[22] Gentz
(2014: 1012).
[23] Zi
Yi era una personalidad de Zhao especialmente identificada con la virtud.
[24] Chén.
[25] Una
revisión biográfica detenida de este interesante personaje puede encontrarse en
Knoblock y Riegel (2000: 1-12).
[26] Knoblock
y Riegel (2000: 13).
[27] Garrett
(2012: 357).
[28] Knoblock
y Riegel (2000: 27 y 32).
[29] Knoblock
y Riegel (2000: 16).
[30] Carson y Loewe (1999: 325).
[31] Garrett
(2012: 358).
[32] Al
respecto véase Garrett (2012: 359ss) y Nivison (1999: 810).
[33] Información detallada puede encontrarse en Knoblock
y Riegel (2000: 32ss) y Carson y Loewe (1999: 324-5).
[34] Garrett (2012: 355). Los
subrayados son nuestros.
[35] Garrett
(2012: 368).
[36] Garrett
(2012: 368-9).
[37] En
el Huainanzi, Hui Ang aparece
identificado como Hui Meng. En la traducción de Preciado aparece como “Hui
Yang”, creemos que erróneamente. Cf. Preciado (20197: 75-76).
[38] La
anécdota concluye en el Liezi con el
comentario admirado del rey Kang. En el Huainanzi
se añade una apostilla atribuida a Laozi sobre un tema muy diferente: el valor
y el miedo.
[39] Véase Conde y Zhao (2018: 28).
[40] Galvany
(2017: 121).
[41] Garret
(2012: 371).