DOI: https://doi.org/10.17398/1886-9440.15.133
Victoria Pineda
(Universidad de Extremadura)
«First brought into order»:
cómo Edmund Bolton leyó a Tácito
«First brought into order»:
How Edmund Bolton Read His Tacitus
A propósito de:
Edmund Bolton, Averrunci or The Skowrers. Ponderous and new considerations upon the
first six books of the «Annals» of CORNELIUS TACITUS concerning TIBERIUS CAESAR
(Genoa, Biblioteca Durazzo, MS. A IV 5), ed. Patricia
J. Osmond y Robert W. Ulery, Jr., Tempe: Arizona Center for Medieval and
Renaissance Studies, 2017, 265 pp. (ISBN: 978-0866985635).
Abstract: This review examines the edition of
Edmund Bolton’s commentary on the first six books of Tacitus’s Annals by Patricia Osmond and Robert
Ulery. The editors’ reading and interpretation of Bolton’s treatise within the
historiographic, political and social context of Jacobean England are also
described.
Key
Words: Edmund Bolton, The Skowrers, Tacitus, Annals, Tacitism, Tiberius.
Resumen: Crónica de la edición llevada a cabo por Patricia
Osmond y Robert Ulery del comentario a los primeros seis libros de los Anales de Tácito escrito por el
historiador inglés Edmund Bolton. Se analiza la lectura que los editores
realizan del tratado de Bolton en el contexto historiográfico, político y
social de la Inglaterra jacobina.
Palabras Clave: Edmund
Bolton, The Skowrers, Tácito, Anales, tacitismo, Tiberio.
Fecha de Recepción: 18 de noviembre de 2020.
Fecha de Aceptación: 10 de diciembre
de 2020.
In istis autem diis, quos
placari oportet,
uti mala a nobis vel a frugibus natis amoliantur,
Auruncus quoque habetur et Robigus
Aulo
Gelio, Noctes Atticae 5.12.14
El estudio de la recepción de Tácito en la Edad
Moderna ha gozado en España de una atención sostenida, gracias a los trabajos
pioneros de Enrique Tierno Galván, Francisco Sanmartí, José Antonio Maravall,
Beatriz Antón y otros, que contribuyeron a dibujar el panorama hispánico de los
debates entre tacitistas y anti-tacitistas, en clave de política interna.
Investigaciones más recientes han iluminado la obra de autores como Antonio de
Herrera, Bernardino de Mendoza, Baltasar Álamos de Barrientos, Eugenio de
Narbona, etc.[1]
En este contexto, quienes se ocupan del tema encontrarán de gran utilidad,
desde un punto de vista internacional, la publicación de la obra del historiador
inglés Edmund Bolton (1575-¿1634?) Averrunci
or The Skowrers, tratado en que el autor, a través de una lectura
pro-monárquica de Tácito, en línea con otros escritos suyos, pretende
reivindicar la figura de Tiberio frente a los agravios que contra él se vertían
en los Anales.
Un segundo grupo de investigadores de la historia
política e intelectual española hallará en este libro datos y consideraciones
igualmente importantes sobre la figura y la obra de Bolton, un católico
recusante que mantuvo relaciones con la monarquía hispánica, muestra de las
cuales son tres manuscritos, dos de ellos en la Biblioteca Nacional de España
—entre los escasos que se hallan fuera de Inglaterra—, dedicados a Felipe III y
a Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar, embajador de España en
Inglaterra y valedor de los católicos ingleses (Monodia, sive sermo ortho-politicus de rebus hispano-anglicis,
1616, Mss 2167; y Magnificum Hispanis,
atque utile continent Anglis…, amplaque in angusto Carmen quod consecro Regi,
1616, Mss. 3671, no citado en el volumen que comentamos), y un tercero en la
biblioteca Bodleian de la Universidad de Oxford (“Vindex or The Blame is
Spaines”, 1625, fragmento de un poema heroico dedicado a Buckingham, MS Tanner
73/2).[2]
En tercer lugar, a quienes nos interesamos por el ars historica de los primeros siglos de
la Edad Moderna, The Skowrers nos da
la posibilidad de sumar una nueva tesela al gran mosaico del pensamiento
historiográfico de la época, tesela que podría colocarse cerca del texto de Hypercritica; Or a Rule of Judgement for
Writing or Reading our Histories, el breve tratado con el que Bolton
contribuyó al edificio de la teoría de la historia durante el siglo XVII.[3]
En cuarto lugar, este trabajo aporta un magnífico
ejemplo de lo que en las últimas décadas de ha desarrollado bajo el rótulo de
“historia de la lectura”, disciplina que complementa —y seguramente trasciende
para la época que nos ocupa— los estudios acerca de la “recepción” de un autor,
tal como mostraron espléndidamente Lisa Jardine y Anthony Grafton en su ya
clásico artículo sobre la lectura de Tito Livio por parte de Gabriel Harvey,
trabajo al que el que comentamos guarda ciertos paralelos.[4]
Y, finalmente, de manera más general, la edición
objeto de esta crónica tiene el mérito de contribuir a establecer y redefinir
el canon de la obra historiográfica de Bolton con una aportación en ningún modo
menor. Nos encontramos, pues, ante un volumen que contiene implícitos varios
niveles de uso y lectura.
Escrito entre finales de la década de los veinte y
la mitad de la de los treinta del siglo XVII, pero nunca publicado en su época,
el tratado permaneció manuscrito —y anónimo— y acabó formando parte de la
colección Durazzo de Génova (ms. A IV 5), donde ha dormido, ignorado,
hasta que la sabia intuición, la minuciosa paciencia y el impecable trabajo
editorial de Patricia J. Osmond y Robert W. Ulery, Jr. han permitido sacarlo
ahora a la luz y atribuirlo sin ningún género de dudas a su legítimo autor.[5]
El rigor con que se han elaborado cada uno de los componentes del volumen hace
de esta una edición modélica. A la introducción, el texto y el comentario, se
acompañan, además de la bibliografía (organizada en secciones), reproducciones
de varias páginas del manuscrito, un índice de nombres y un muy útil resumen o
esquema del contenido de la obra, pieza esta última que le permite al lector
abordar con garantías las —en no pocas ocasiones— enrevesadas dispositio y elocutio de Bolton.
La facies
graphica de la edición del texto obedece a la voluntad manifestada
expresamente de presentarle al lector una página de aspecto lo más parecido
posible al del manuscrito, y por eso se ha elegido una transcripción quasi-paleográfica en la que se respetan
no solo la ortografía y la puntuación (con algunas excepciones), sino también
la disposición del texto en páginas y en líneas, así como otros elementos
tipográficos presentes en el manuscrito (asteriscos y comillas marginales,
principalmente).[6]
Entre las pocas intervenciones de los editores se cuentan, por razones de
claridad en la lectura, la inclusión de líneas en blanco para separar las citas
y dividir secciones (no indicadas en el manuscrito original), la corrección de
erratas evidentes, la regularización en la separación de palabras y en el uso
de mayúsculas, y la resolución de algunas abreviaturas. El texto va acompañado
con un cuerpo de notas al pie que señalan las enmiendas y aclaran el
significado de vocablos o frases, dejando para las notas del «Comentario» del
final del libro otras explicaciones más detalladas, según se verá después.
Me detendré en particular a examinar las
aportaciones que los editores ofrecen en la sección introductoria del libro
(pp. 1-64), que se hace cargo de una serie de asuntos, desde las características
físicas del manuscrito hasta la contribución de Bolton a la recepción de Tácito
en el pensamiento europeo. Sin ánimo de exhaustividad, enumeraré simplemente
los puntos examinados intentando reflejar el acercamiento a los diversos
aspectos estudiados.
De entre las cuestiones materiales examinadas en la
primera parte de la «Introducción» (la condición general del manuscrito, el
papel, las filigranas, la encuadernación, la disposición del texto en la
página…) se podrían destacar dos: en primer lugar, el meticuloso análisis de la
caligrafía y del diseño del volumen, que hacen pensar en un ejemplar concebido
para ser presentado como obsequio, en consonancia con los usos de Bolton para
otros escritos suyos; y, en segundo, el estudio de las vicisitudes del manuscrito,
cuya llegada a Italia sigue sin esclarecerse, pero para la que se proponen
interesantes hipótesis relacionadas con las amistades católicas —y bibliófilas—
de Bolton con presencia en Roma y participación en cierto debate intelectual
acerca de Tácito en el que intervinieron algunos escritores genoveses en la
década de los cuarenta.
En el segundo apartado de la «Introducción» se
dilucidan cuestiones relacionadas con la autoría del texto y con los mecenas
que podrían haber estado detrás de su escritura. La atribución de la obra a
Bolton queda demostrada, como se ha dicho, fuera de toda duda, tanto por
razones internas (fundamentalmente, paralelos con otros escritos suyos y rasgos
estilísticos) como, sobre todo, externas, gracias a dos cartas autógrafas en
las que Bolton hace mención expresa de The
Skowrers, en una de ellas citando el texto con parte de su título («Ponderous and new considerations…»).
Esta última carta sería la «Epístola dedicatoria» con que Bolton habría
ofrecido su obra al Consejo Privado de Su Majestad (Privy Council), órgano que reunía a los consejeros del rey.[7]
Estas cartas sirven además para fijar las fechas de la redacción del tratado
entre 1629 y 1634, aunque otros escritos no publicados del propio Bolton
muestran ya a comienzos de la década de los veinte un interés particular por la
obra de Tácito.
Compuesto desde la predilección del autor por la
historia romana y desde la premisa del uso didáctico que debía otorgársele a la
historia —pero tal vez también con la esperanza puesta en beneficios más
tangibles para él—, el título Averrunci
apunta a una de las antiguas divinidades romanas a imagen de las cuales el
tratado se propone como un antídoto para evitar las calamidades y las malas
influencias, mientras que “skowrers”
alude, en el lenguaje marinero, al hecho de peinar (to scour, también con significado de ‘limpiar’) las costas para
librarlas (“limpiarlas”) de enemigos, según explica el propio Bolton.
Las ventajas del empeño por desenmascarar a Tácito
quedan expresadas de forma abierta y manifiesta. Más dificultades presenta la
estructura de la obra, que adolece de una cierta confusión y un estilo no del
todo cuidado, quizá debidos —apuntan los editores— a una composición que se
habría desarrollado a lo largo de varios años. The Skowrers no pertenece a ese género de comentarios sobre Tácito
que explicaban, casi siempre con intención política, ciertos pasajes de los Anales o entresacaban colecciones de sententiae.[8]
El objetivo de Bolton, entre la “vindicación” y la “controversia” —términos
esenciales en el tratado, con todas sus implicaciones retóricas— es otro, como
hemos dicho: refutar la imagen negativa de Tiberio que emerge de los Anales y restaurar su figura como
ejemplo para el buen gobernante.
En tercer lugar, la «Introducción» se ocupa de la
recepción de los Anales de Tácito en
el primer periodo del reinado de la dinastía Estuardo en Inglaterra gracias a
ediciones latinas importadas desde el Continente, pero también gracias a
traducciones inglesas producidas localmente ya desde finales del siglo XVI, y
no solo de la obra del historiador romano, sino también de sus más conspicuos
comentaristas, como es el caso de Justo Lipsio.[9]
Tácito proporcionaba enseñanzas y reflexiones sobre la corrupción y la
traición, a la vez que proponía un modelo historiográfico que desconfiaba de
los informes oficiales y un modelo narrativo basado en una aparente simplicidad
alejada de los cauces más tradicionalmente retóricos. Tales planteamientos no
podían sino causar recelo y provocar una tendencia anti-tacitista que iba
creciendo a medida que la figura de Tiberio, que se presentaba —en obras
historiográficas, políticas, filosóficas o incluso dramáticas— envuelta en
crueldad, traición y disimulación, era asimilada a la de Jacobo I.[10]
Bolton, deudor del monarca por los favores recibidos a lo largo del tiempo, no
podía no terciar en la discusión para poder así limpiar el nombre de su
soberano filtrándolo a través de la figura de Tiberio.
Además de este contexto historiográfico, intelectual
y político, los editores sitúan también The
Skowrers dentro del desarrollo de la obra general de Edmund Bolton,
rastreando la presencia de Tácito —y de Tiberio— en todos sus escritos. Bolton
habría compuesto una “vida” de Tiberio, hoy perdida, igual que compuso una de
Nerón, que sí conservamos (Nero Caesar, or
Monarchie Depraved, 1624). Pero, mientras que su lectura de la figura de
Nerón en los Anales (libros XIII-XVI)
podría haberle deparado alguna nota positiva (por ejemplo, una buena
administración de los asuntos públicos), en la de Tiberio (libros I-VI, publicados
exentos en no pocas ediciones de la época) solo había encontrado un retrato
denigrante sin matices, que podría sugerir en los lectores el aborrecimiento de
los reyes en general. Con su examen y confutación de los métodos de Tácito
Bolton hacía frente al ascenso de las cada vez más amenazantes críticas a la
monarquía.[11]
Al análisis de método historiográfico de Bolton está
dedicada la cuarta parte de la «Introducción». Sobre el fondo del paisaje
general que conforma la mayoría de los comentarios a Tácito de la época
(comentarios de tipo textual, gramatical, estilístico o de resolución de
problemas históricos, legales o religiosos, muchos con orientación política),
Osmond y Ulery sitúan, en contraste, la silueta de Bolton, cuyo tratado poco
tiene que ver con esas otras obras que por lo común (con la única excepción del
jesuita italiano Famiano Strada) aceptaban y transmitían, sin cuestionarlo, el
retrato negativo de Tiberio. Bolton acomete su comentario de Tácito desde
presupuestos historiográficos que él mismo vierte en Hypercritica y que es posible ubicar en el panorama general del ars historica del tiempo. Los editores
citan las teorías de algunos de los varios autores —sobre todo ingleses, pero
no solo— con los que las ideas de Bolton acerca de las responsabilidades del
historiador, su función o sus límites podrían relacionarse.[12]
En The Skowrers Bolton encuentra la
oportunidad de expresar de nuevo, desde un punto de vista más “práctico” o
“aplicado”, varias de esas ideas, principalmente las que tienen que ver con la
falta de imparcialidad —y, por tanto, el sometimiento a prejuicios y
conjeturas— en los historiadores, solo que esta vez, en lugar de hacerlo para
aconsejar cómo escribir una historia, lo hace para interpretar y criticar a un
historiador, Tácito, cuyas incoherencias e imprecisiones pretende
desenmascarar. Los apoyos en los que se basa su método historiográfico son
resumidos por los editores (p. 38) en tres puntos principales: la comparación
de Tácito con otras fuentes, la revelación de las contradicciones presentes en
el relato del historiador latino y la denuncia de sus “trucos” retóricos.
Con respecto a las fuentes de Bolton, ateniéndose a
las autoridades que cita en The Skowrers,
pero también en otras obras, los editores han podido localizar más de
cincuenta.[13]
Bolton acude a ellas, como era de esperar, para apoyar sus ideas, y, a pesar de
sus críticas hacia la parcialidad de algunos autores, él mismo se muestra poco
imparcial cuando así lo exigen sus convicciones, si bien los editores constatan
que tiende a mostrar un acercamiento “riguroso” hacia el manejo de las
autoridades. A censurar las contradicciones de Tácito se detiene Bolton en
varias ocasiones, sirviéndose —podríamos añadir— de las herramientas de la refutatio retórica.
Y es precisamente en este campo, en el de la
retórica, en el que Bolton encuentra más instrumentos para su diatriba contra
Tácito. Es más, se diría que el tratado en su conjunto plantea un gran
ejercicio de refutación destinado no tanto a cuestionar los hechos narrados por
el historiador latino, sino a poner en evidencia los efectos dramáticos y las
artimañas retóricas de su narración.[14]
Bolton centra parte de sus críticas en el concepto de decoro, que él refuta
para la caracterización de Tiberio por parte de Tácito, pues las aparentes
incoherencias en las acciones del emperador serían atribuibles simplemente a la
natural evolución humana («this variabilitie in humain nature», p. 95) y a la
cantidad de hechos ejecutados a lo largo de una vida.[15]
Bolton reprocha los silencios de Tácito, su tendenciosidad y su empeño en
tergiversar y en sembrar dudas sobre todas las acciones de Tiberio. El retrato
que emerge de los Anales no puede ser
otro, entonces, que el de un ser despreciable que, sin embargo, merece una
restauración.
En la quinta parte de la «Introducción» se examina
la dimensión ejemplar de la historia, que Bolton, en sintonía con la concepción
dominante en su tiempo, reelabora en términos contemporáneos, aunque con cierta
discreción y esmero por no establecer paralelismos excesivamente evidentes. La
lectura que los editores hacen de su obra nos muestra las posibles
correspondencias entre la pax Augusta
deseada por Tiberio y la política de pacificación religiosa de Jacobo I, y
entre las figuras de ambos en cuanto víctimas de los malintencionados que
deseaban presentarlos como absolutistas.[16]
Observan también Osmond y Ulery que otra posible —quizá evidente— correlación
podría haberse establecido entre el prefecto Sejano, consejero del emperador
hasta su caída en desgracia, y el duque de Buckingham, pero quizá Bolton
decidiera pasar por alto esta sección de los Anales por no agitar más unas aguas ya suficientemente revueltas a
la vista de la animadversión que la persona de Buckingham suscitaba en sectores
de la corte y de las cada vez más acuciantes recomendaciones a los príncipes
acerca de la elección de buenos validos y consejeros.[17]
La semejanza más importante para Bolton, sin embargo, es la que se perfila en
torno a las disputas entre la monarquía y el gobierno “popular” en una época y
en la otra. En The Skowrers no
encontramos un análisis de las formas monárquicas o republicanas de gobierno, y
lo que se constata más bien es un temor a las revueltas típicamente asociadas
con los gobiernos “populares”. Igualmente importante en el comentario de Bolton
es la discusión acerca del delito de lesa majestad, que incluía las
transgresiones de palabra y no solo de obra, y que se proyectaba en su propia
época en el temor de que una libertad de expresión sin restricciones pudiese degenerar
en maledicencias que a su vez provocarían hostilidades hacia la autoridad,
sobre todo la del rey. La respuesta de Bolton, por tanto, no puede sino
consistir en una defensa de la lex
maiestatis como pieza importante en el fortalecimiento de la monarquía.[18]
Su postura, no obstante, queda lejos de una defensa del poder absoluto del rey
y se sitúa en un punto medio de moderación, entendida como el respeto a las
leyes y las instituciones y como una armonía pacífica entre el monarca y sus
súbditos.
La sexta y última sección de la «Introducción»
examina el alcance de un hecho que Bolton declaraba abiertamente: el haber sido
él con The Skowrers el primero en
confrontar y desmontar las infamias consumadas por Tácito. Sin embargo, como
subrayan Osmond y Ulery, su propio ejercicio historiográfico está lejos de la
imparcialidad que él mismo reclama: su obra rezuma humores católicos y
monárquicos, y su lectura política, actualizadora, de Tácito le permite
patrocinar unos valores que considera esenciales para el buen funcionamiento
del estado.
Como se apuntó más arriba, el jesuita Famiano Strada
había ya formulado críticas formales a Tácito en sus Prolusiones academicae (1617). Osmond y Ulery no se atreven a
afirmar una relación genética entre las Prolusiones
y The Skowrers, pero sí señalan
varios puntos de contacto entre ambos textos a la vez que recuerdan que el
prejuicio anti-tacitista de Bolton databa de años anteriores. Otros autores
—Patrizi, Bodin, Camden— habían asimismo puesto en guardia a los lectores sobre
las arterías con que el historiador romano sembraba dudas e insinuaciones, pero
es Bolton quien, según las investigaciones de los editores y de otros
especialistas, lleva esas críticas a una consideración global de la figura de
Tiberio y lo hace, como hemos visto, examinando el lenguaje y el estilo
tacitistas y poniendo de relieve los grandes peligros que pueden yacer
agazapados bajo las excelencias retóricas. Con su cuestionamiento de las
técnicas historiográficas de Tácito, Bolton se está adelantando —sostienen los
editores— en más de doscientos años a la corriente revisionista, que tendría
lugar a mediados del siglo XIX, sobre un personaje como Tiberio.[19]
Con esto se cierra una «Introducción» densa de
contenidos que se expresan en unas decenas de páginas sin sacrificar un punto
la claridad, lo que solo es posible gracias a un estilo necesariamente
sintético y, por lo mismo, enormemente efectivo. La información depositada en
las páginas introductorias se complementa, con relación más directa al texto
propiamente dicho, en las otras sesenta páginas del «Comentario» (pp. 183-244).
Las notas cubren una serie de temas, probablemente los usuales en este tipo de
ediciones, que podríamos resumir en las siguientes categorías: identificación
del lugar referido de los Anales (con
traducción al inglés), fuentes clásicas de citas o alusiones, pasajes paralelos
en otras obras de Bolton, paráfrasis de pasajes de significado oscuro,
acepciones de términos no comunes, referencias de comentaristas renacentistas y
de estudiosos modernos que tratan alguno de los puntos propuestos por Bolton,
identificación de las figuras históricas mencionadas, sugerencias para la
identificación de figuras poco claras.
El auxilio que proporcionan estos comentarios se
suma a la ayuda para la comprensión “literal” del texto que ofrecían las notas
a pie de página y a la interpretación y la contextualización que encontrábamos
en las secciones introductorias para brindarle al lector una visión
comprehensiva del valor de la obra de Bolton. El trabajo de archivo del que
parte este volumen se apuntala con las herramientas de la filología, la
paleografía, la historia política, la historia intelectual, la teoría de la
historia y el estudio de la tradición clásica y la recepción de la cultura
antigua en la Edad Moderna, para confluir en un torrente de erudición, nunca
gratuita, que satisfará sobradamente a los lectores más rigurosos.
Victoria Pineda
mvpineda@unex.es
(Universidad de Extremadura)
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[1] Véanse Tierno Galván (1949), Sanmartí
Boncompte (1951), Maravall (1999), Antón Martínez (1992). Las aportaciones
sobre autores individuales son numerosas; consúltense simplemente los trabajos
y las bibliografías recogidas en Cid Vázquez (2002), Álvarez (2010), Badillo
O’Farrell y Pastor Pérez (2013), Cid Vázquez (2015) o Varo Zafra (2015).
[2] Sobre la importancia de los manuscritos de
Bolton conservados en la Biblioteca Nacional de España en el contexto de la
colección de Gondomar, véase la tesis doctoral de Maeso Fernández (2012), que
subraya que Monodia es un «análisis simultáneo de la historia política de las
monarquías hispana e inglesa, con las diferencias confesionales como telón de
fondo y atendiendo a las relaciones dinásticas entre ambas», mientras que en Magnificum Hispanis Bolton «insiste
con vehemencia» en su condición de católico. Ambos escritos «realizan un tributo a los monarcas hispanos,
coincidiendo con la primera embajada en Londres de Diego Sarmiento de Acuña
entre 1613 y 1618» (2012: 74-76). Véase también Tobío (1987).
[3] En Hypercritica,
texto que no se publicó hasta el siglo XVIII, Bolton ofrece, junto a sus
comentarios sobre el arte histórica, una lista de escritores en prosa y en
verso que podrían servir de modelo a los historiadores. Sobre su fecha de
composición y las circunstancias de la transmisión textual, véase Blackburn
(1966).
[4] Jardine y Grafton (1990). Harvey había nacido
unos 25 años antes que Bolton y por lo tanto no eran estrictamente coetáneos,
pero ambos se muestran por igual lectores “activos” de historia romana; Harvey
dejó sus notas manuscritas en los márgenes de su ejemplar de las Décadas mientras que Bolton redactó las
suyas en forma del tratado que nos ocupa, pero la intención es similar. En la
misma línea, véase también el trabajo de Kewes (2011) sobre la lectura e
interpretación de Tácito por parte de Henry Savile. Entre las obras de
referencia sobre la historia de la lectura, citaré solo Chartier (1994) y
Cavallo y Chartier, dirs. (1997).
[5] Osmond (2005) ya había dado noticia del
manuscrito, atribuyéndolo a Bolton y estudiando su valor en el contexto de las
luchas políticas de la época en que fue escrito, tema que desarrolla
ulteriormente en Osmond (2020).
[6] Las comillas marginales <”> se emplean,
siguiendo el uso del manuscrito, para indicar cada una de las líneas de una
cita, un buen número de las cuales provienen de oraciones o palabras de
personajes referidas por Tácito o por otros autores; su uso es constante a lo
largo del texto. Los asteriscos <*>, también marginales y transcritos en
varias o todas las líneas del párrafo señalado, son mucho más escasos y se
concentran hacia la mitad del texto, entre las páginas 54 y 74 del manuscrito
para marcar las cinco “conclusiones” con las que Bolton advierte sobre las
perniciosas consecuencias de hacer de los Anales
una lectura ingenua o incauta.
[7] Ambas cartas se conservan en un solo
manuscrito, separado del de la propia obra. La primera es una misiva que Bolton
habría enviado al Secretario de Estado, Sir John Coke, acompañando a la otra
—es decir, a la dedicatoria—, pidiéndole su aprobación para esta y su
recomendación ante el Consejo Privado. La dedicatoria se edita en la presente
edición como pórtico a The Skowrers.
[8] El clásico trabajo sobre los tipos de escritos
tacitistas es el de Momigliano (1947), en el que se identifican estos tres: 1)
comentarios marginales al texto de Tácito, generalmente en forma de paráfrasis;
2) comentarios largos sobre pasajes concretos; y 3) tratados sistemáticos
construidos sobre la base de las sentencias presentes en la obra de Tácito
(1947: 95-96).
[9] La importancia de Lipsio para la difusión de
los textos y las ideas de Tácito se debe no solo a su edición de la obra del
historiador latino (1574), sino sobre todo por los comentarios que dejó en Politicorum sive civilis doctrinae libri sex (1589); como ha resumido Momigliano (1947: 92),
«[Lipsius’] contribution to the reputation and popularity of Tacitus cannot be
exaggerated».
[10] Véase Goldberg
(1983).
[11] Véase Kewes y
McRae, eds. (2018).
[12] Los tratadistas —no solo historiógrafos— con
los que los editores relacionan las ideas de Bolton son Jean Bodin (el capítulo
IV de su Methodus había sido
traducido al inglés por Thomas Heywood), Henri Lancelot Voisin de La Popelinière,
Philip Sidney (Defence of Poesy),
John Hayward, sir Walter Raleigh, y, en contraste con estos tres últimos, que
defendían el uso de la conjetura y la verosimilitud en la historia, William
Camden, que, igual que Bolton, la repudiaba.
[13] Se cuentan en 51 los autores citados por
Bolton en The Skowrers, la mitad de
los cuales aparecen solo en esta obra suya y no en otras.
[14] Aunque es un tema que habría desbordado los
límites de una introducción como la que comento, el texto invita a ser
analizado detalladamente según los esquemas del progymnasma de la refutatio,
que, en la versión de Aftonio traducida por Agricola y Cattaneo y comentada por
Reinhard Lorich (1543, con más de cien ediciones posteriores), explica que
primero se debe reprender a los autores que dijeron lo que nos interesa refutar
para después pasar a la refutación propiamente dicha sobre la base de diversos
argumentos: porque el objeto de la refutación es oscuro, porque es increíble,
porque es imposible, porque es incoherente, indecoroso o inútil («Oportet autem,
cum subvertere aliquid voles; primum eos reprehendere, qui dixerunt; deinde
subiicere rei expositionem, postea ipsam subvertere capitibus hisce: Obscuro,
Incredibili, Impossibili, Non cohaerente, Indecoro, Inutilis», ed. Frankfurt, 1603, pp. 94-95). La primera
adaptación de Aftonio hecha por un autor inglés es la de Richard Rainolde (A booke called the Foundacion of rhetorike,
1606), donde leemos: «It shall behoue you firste, for the entryng
of this matter, to adde a reprehension there against those, whiche haue con∣firmed as a
truthe, that, whiche you will confute. In the same place, adde the exposion,
and meanyng of his sentence. Thirdly, shew the matter to be obscure, that is
vncertain. Incrediblie. Impossible. Not agreyng to any likelihode of truthe. Vncomlie
to be talked of Vnprofitable», Ann Arbor: Text Creation Partnership, 2011, https://quod.lib.umich.edu/e/eebo/A10647.0001.001.
Consulta del 3 de noviembre de 2020).
[15] Los editores relacionan —lógicamente— la
alusión al decoro que hace Bolton con el Ars
poetica de Horacio, pero quizá podría suponerse también un vínculo con el
capítulo XV de la Poética de
Aristóteles (1454a), en el que se formulan los cuatro elementos fundamentales
de los caracteres, y sobre todo el último de ellos, la coherencia del carácter
consigo mismo: «Lo cuarto, la consecuencia; pues, aunque sea inconsecuente la
persona imitada y que reviste tal carácter, debe, sin embargo, ser consecuentemente
inconsecuente» (trad. García Yebra, p. 180). La página citada del texto de
Bolton corresponde a la paginación del manuscrito, reproducida en la edición.
[16] La imagen de
Jacobo I se ha dibujado como la de «a shrewd, determined, flexible, and
resourceful leader who had a coherent plan for religious pacification aimed at
resolving urgent problems in the wake of the Reformation an
Counter-Reformation» (Patterson 1997: ix).
[17] Recordemos que en 1604 Ben Jonson había sido
acusado de traición por el contenido de su tragedia Sejanus His Fall. La figura de Sejano atrajo la atención de los
autores de la época en cuanto figuración del mal ejemplo de privanza, como la
de Tiberio en cuanto tirano. Para las letras españolas mencionaremos solo la Vida del dichoso desdichado o, por otro
nombre, el Seyano (Madrid: Pedro Tazo, 1625), de Juan Pablo Mártir Rizo,
adaptación de Aelius Seianus. Histoire
Romaine, de Pierre Matthieu
(París: Robert Estienne, 1617). En la «Advertencia» de la traducción de Mártir
Rizo leemos que Sejano fue «ejemplo del príncipe
más disimulado y de un hombre industrioso, atrevido, por quien titubeó la
máquina del Imperio Romano», pero «cuyos intentos mal advertidos fueron su
propia ruina». Derivada de la misma obra de Matthieu, Giovanni Battista
Manzini escribió Della peripetia di
fortuna overo sopra la caduta di Seiano (Milán, 1639). Sobre la privanza en
España y en otras cortes europeas, véase Elliott (1997).
[18] Sobre la historia de la ley en Roma, véase
Chilton (1955); para la law of treason
en la Inglaterra del siglo XVII, ver Steffen (2001).
[19] Una de las últimas páginas de dicha
restauración es la que propone Turcan en su biografía del emperador (2017),
donde se ataca la parcialidad de Suetonio y, sobre todo, la de Tácito.